[Gael]

Existe la frase “mis insomnios tienen nombre y apellido”, y debo confesar que nunca lo había experimentado hasta después de lo que pasó ayer. El mío se llamó Adela Carasusan, y no puedo decir que haya sido uno muy bonito, porque entre el dolor de cabeza por la borrachera y el golpe estuve muy incómodo. Después de quedarnos sentados en el pasillo durante un rato, con ella llorando sin poder parar, por fin decidimos movernos a la habitación. Ella me ayudó a recostarme y después pidió quedarse conmigo en mi habitación porque no quería dormir sola. Era obvio que diría que sí, ya que gracias a mi estado no pude ir a revisar el resto de la casa y no sabíamos nada de lo que había pasado.

Entonces, Adela durmió entre mis brazos, aferrada a mí. Supongo que tenía miedo de que yo me fuera y la dejara sola. Su respiración fue tranquila y en el resto de la noche no se despertó para nada. Pude observar el resto de sus morados por el cuerpo, algunos ahora más evidentes que otros, sobre sus brazos, sus hombros, y al ver su cuello prácticamente lleno de ellos, nuevos y viejos, una rabia me invadió por completo. Pude haber estado ahí para defenderla, pude ayudarle a vivir más tranquila. Si ayer me hubiera regresado con ella, esto no hubiera pasado. Entre millones de arrepentimientos y preguntas, sigo viendo al techo, incapaz de dormir.

Adela se acomoda ligeramente y se pega más a mi cuerpo. Su sueño es profundo, y me alegra verla descansar de esa manera. No sé si se tomó las pastillas para dormir así o si mi simple presencia la tranquiliza. Le doy con cuidado un beso en la frente y la atraigo un poco más hacia mí, como si ambos quisiéramos fundirnos y ser uno solo. Sonrío cuando su mano se posa sobre mi pecho y, por un momento, siento que todo está perfecto, que nos amamos con locura y que cuando ella despierte haremos el amor hasta cansarnos. A Adela le debo todo: un matrimonio sano, protección, mi amor, ternura y, sobre todo, le debo una noche de bodas inolvidable. Pero recuerdo que todo eso ya no es posible. ¿Cuándo se dará cuenta de que oficialmente estamos divorciados? ¿Cuándo se dará cuenta de mi error? Porque sí lo es… y lo supe mientras firmaba cada hoja. Pero confieso que me dio tanta rabia al ver que ella deseaba tanto divorciarse de mí, que firmó los papeles antes de irnos a Málaga y, a pesar de todo lo que sentía, los firmé, dejándome llevar ciegamente por mi furia en lugar de por la razón.

Ayer, al leer los documentos detenidamente junto con mi abogado, me di cuenta de que ella no me pedía nada, absolutamente nada. Ni la casa, ni los autos, ni la casa de Málaga, ni siquiera algún tipo de pensión. Nada. Solo quería que yo la dejara libre. Y eso, lo admito, fue lo que más me golpeó. ¿Qué tan tóxica debe ser una relación para que tu única petición sea un grito desesperado de libertad? Adela se sentía atrapada e incomprendida, y eso me pone como un patán ante todo… y lo soy, soy un patán.

Tal vez ayer, en la cena, Adela ya no quería divorciarse. Tal vez solo quería volver a empezar, y por mi estupidez y desesperación, lo único que hice fue dar por terminado esto que podría haber sido otra oportunidad. Así que ahora, básicamente, somos dos extraños acurrucados en esta cama, protegiéndonos y cuidándonos el uno al otro, sin ninguna relación que nos una ya. Ella se mueve de nuevo y, sin querer, toco el moretón de su costilla, provocando que ella se queje.

― Lo siento, Dela ― le pido disculpas de inmediato y ella abre los ojos.

― ¿Cómo te sientes? ― me dice preocupada. ― ¿Lograste dormir un poco? ― pregunta.

― Sí ― miento. ― Solo un poco, pero debo admitir que la cabeza me está matando.―

Adela se levanta y se acerca a mí, apoyando uno de sus brazos sobre el colchón. Se ve tan hermosa con esa bata de seda negra que resalta todos sus atributos. Luego pasa su mano libre por mi cabello, apartándolo un poco para ver la herida. ― Afortunadamente fue un golpe superficial ― dice con una sonrisa.

Observo su cuerpo lleno de morados y con una de mis manos comienzo a acariciar su brazo. ― ¿Te duelen mucho? ― le pregunto, notando unas marcas rojas en sus muñecas.

― Sí, un poco ― confiesa. ― Pero me duele más el cuello. Ya me había acostumbrado a no sufrir dolor y ahora vuelvo a padecerlo.―

Pienso para mí mismo: “Es porque nunca debiste sentirlo”.

Me levanto como puedo y me recuesto sobre la cabecera de la cama. Luego, con cuidado, acaricio su cuello y ella suspira. Sabe que no le haré daño, pero supongo que la sensación de sentir una mano cerca la alerta. ― ¿Cómo no me di cuenta de estos? ― le pregunto.

― Maquillaje, Gael ― susurra. ― Mi maquilladora me dio uno muy bueno que cubre los tatuajes y los morados.―

― Ahora entiendo las interminables horas en el baño en Málaga ― bromeo, y ella sonríe ligeramente. ― Dime la verdad, Adela. ¿Te lastimó? ― vuelvo a preguntarle.

― Solo me tocó, pero no hubo penetración, si eso es lo que quieres saber.―

― ¡Ay, mi amor! ― susurro, y la abrazo con mis brazos, dando la bienvenida a su hermoso pero desafortunadamente herido cuerpo.

Ella se acomoda de nuevo junto a mí y deja que la envuelva con mi cuerpo. No quiero separarme de ella. Ayer, mientras firmaba, solo pasaba un pensamiento por mi cabeza: “Me conformo con saber que ella está afuera respirando”. Pero ahora, no me puedo conformar con eso. Quiero tenerla cerca, protegerla, saber que está bien. Porque si la dejo ir y me entero de que le pasa algo peor, nunca me lo perdonaría.

― Adela, creo que necesitamos más seguridad en esta casa ― le digo. ― Hablaré con mi equipo para que instalen cámaras y pongan a alguien que nos proteja cuando salgamos a la calle.

― No pienso salir más a la calle ― comenta Adela. ― Solo quiero quedarme aquí por un buen rato.

― ¿Tienes alguna sospecha de quién puede ser? ― le pregunto.

― No, ninguna. Las veces que ha pasado no puedo verle y siempre me toma por detrás. Ayer lo hizo de la misma manera en la ducha, y me es imposible ver su cara porque siempre la trae cubierta.―

Entonces Adela vuelve a llorar, y yo la atraigo hacia mí. ― Tranquila, te prometo que yo te voy a proteger, no importa lo que pase ¿vale? ― le aseguro.

El móvil suena en su habitación, y ambos nos quedamos en silencio. Después de unos momentos, el sonido se detiene, y escucho a Adela regresar. 

― No creo que sea necesario poner cámaras en la casa ― me dice seriamente. ― Porque esta ya no es mi casa. ¿Cómo pretendías protegerme si oficialmente estamos divorciados? ―

Pensé que cuando Dela se enterara de que estábamos divorciados, saltaría de felicidad, pero al ver su rostro, sé que no es así. 

― Adela ― digo su nombre.

― No te preocupes, Gael. No es tu culpa. Durante meses te lo pedí e insistí, así que no puedo reclamarte nada ahora. ¡Qué ironía! La única noche que pasamos juntos en esta casa es la única que no ha sido como marido y mujer ― y lanza una pequeña risa. ― La única noche en paz. Tal vez nunca debimos habernos casado ― sentencia.  

Ella se regresa a su cuarto, y yo me levanto de la cama. Aún visto los pantalones de mezclilla de ayer por la noche, y solo me he quitado la playera que supongo está manchada de sangre. La sigo hasta su habitación, como tantas veces lo hice para molestarla, pero esta vez es diferente. Adela entra al baño y después saca dos bolsos grandes, que comienza a llenar de ropa sacada de los cajones. 

― Adela, no te vayas ― le digo con firmeza. ― No te puedes ir en este momento. ¿A dónde irás? ¿Con quién estarás? ¿Qué pasará si esa persona regresa? ― pregunto desesperado.

No me contesta, y en mi desesperación, muevo la maleta que está llenando de ropa, y ella me ve con lágrimas en los ojos. 

― Quédate ― le pido de nuevo. ― Durante este año de matrimonio, he cometido los peores errores de toda mi vida, y te juro que ese será mi castigo, mi karma. Pero te juro, Adela, que el dejarte ir sería el peor de todos.

― Muy tarde para eso ― dice, tratando de quitarme el bolso.

― No puedo soportar la idea de saber que hay alguien afuera, tratando de hacerte daño, y yo, como idiota, te dejé ir. Solo de pensar que un día pueda hacerte más de lo que ya ha intentado, me cala y me hierve la sangre de coraje. Te lo pido, no lo hagas por mí, hazlo por tu seguridad. Cuando pase todo y atrapen a la persona que te quiere hacer daño, te juro que te puedes ir de aquí. Nadie te detendrá. Pero si todavía me amas un poco… dame eso como regalo de Navidad. Regálame el hecho de que al menos pueda compensarte por todo, protegiéndote aquí, en nuestra casa. ―

Ella me mira con sus hermosos ojos negros y una mirada intensa. Después deja su ropa sobre la cama y se sienta. Yo hago lo mismo. 

― No te puedes ir, y lo sabes ― recalco. ― Viviremos como siempre lo hemos hecho, Adela. No cambiará nada. Solo déjame estar pendiente de ti.

― ¿Crees que no cambiará nada? ― me pregunta, con una expresión de decepción que me hiere el alma. ― La persona que me está acosando sabe cómo entrar a la casa, y te venció en el primer golpe. ¿Aun así piensas que todo seguirá igual? ―

― No me importa lo que digas. No te dejaré ir ― repito, porque en verdad, el dolor de saber que no estuve ahí para protegerla, si le pasa algo, me duele más que un golpe en la cabeza. 

― Vale ― dice, tranquila. ― Aunque creo que esta casa nunca fue nuestra. Siempre ha sido tuya, así que yo pagaré por la protección.

Lo que me dice me duele por dentro. Es verdad, miles de veces le eché en cara que esta era mi casa porque había sido un regalo de mi padre, y que ella solo vivía conmigo porque yo lo permitía. Sé que no es el momento para arrepentirme de todo lo que anteriormente se dijo, pero una cosa sí puedo jurar: nunca más se lo diré de nuevo.

― Te dejo un momento, Adela ― le susurro. ― El dolor de cabeza me está matando, y necesito ir por una aspirina. Además, revisaré la casa. Quiero saber por dónde se metió esta persona y llamar a alguien que nos ayude con la seguridad. Si necesitas algo, me avisas ― y de manera natural, le doy un ligero beso en los labios. 

Evitar que Adela se vaya de la casa me da un sentimiento de satisfacción. No importa si ya no estamos casados, y que oficialmente no debemos estar juntos. Un papel no puede definir todo lo que siento por ella. Y por mi parte, yo sé que lo único que siento es amor.

[ADELA]

Termino de poner las cosas de nuevo dentro de los cajones y los cierro. Ayer estaba tratando de salvar mi relación con él, y ahora es demasiado tarde. Ambos estamos divorciados, y que todo sucediera así de rápido es probablemente lo que el destino pedía. Acepté su oferta de quedarme porque realmente no tengo otro lugar a donde ir. Pensé que este trámite se haría largo con las terapias y que tendría tiempo de ver algo en Estados Unidos para mí sola cuando fuera allá, pero por lo que veo ahora, esto me tomó desprevenida.

Tomo un suéter largo y unos leggings negros y salgo de la habitación. Puedo escuchar a Gael hablando por el móvil en su habitación; está pidiendo cotizaciones para cámaras de seguridad y protección. Voy directo a las escaleras y, al pasar por mi estudio, veo que el vidrio está roto. Posiblemente esta persona entró por aquí antes de que llegara. Paso con cuidado y veo que en la pared está escrito en letras grandes “Te amo, Adela Carasusan” con pintura roja, manchando el sofá blanco que tengo ahí.

― ¡Maldito! ― digo entre dientes y corro hacia la cocina. Tomo una esponja, agua y jabón, y regreso para tratar de quitarlo todo. Me subo al sofá, mojo la esponja y con toda la fuerza que tengo trato de limpiar lo que hay ahí. ― ¡¿Quién eres?! ¡Te odio! ― grito mientras intento quitar la pintura con la esponja raspando la pared y un poco mis manos.

Gael entra por la puerta de inmediato, completamente empapado, con unos pantalones de mezclilla y una playera blanca. ― ¿Qué haces? ― me dice angustiado mientras me toma de la cintura y me baja del sofá.

― ¡Suéltame! ― le grito.

― Adela, tranquila, esa pintura no se quita así. Ya lo traté hace momentos atrás. Llamaré a alguien que lo haga por nosotros. ― Me abraza de nuevo mientras los dos nos encontramos sentados sobre la alfombra con mis manos manchadas de la pintura roja de la pared. ― ¿Te saqué de la ducha? ― le pregunto y él asiente con la cabeza.

― Te escuché gritar y salí corriendo para ver qué pasaba ― me dice. ― Me alegra que estés bien.

Nos miramos a los ojos y de pronto nos perdemos en nuestras miradas completamente. Él con una mano me quita las lágrimas y luego sonríe. ― No vuelvas a gritar así porque me alarmas y siento que te está pasando algo, ¿vale? 

― Lo siento, no era mi intención molestarte así. 

― Tú puedes molestarme lo que quieras, Adela ― murmura, y sus manos comienzan a acariciar el dije que me regaló. Después sube sus manos hacia mi cuello y pasa las yemas de sus dedos por él, provocando que mi cuerpo responda y se erice mi piel. Su mirada es de ternura. ― Te amo, Adela ― me dice bajito al oído y después me da un beso en los labios, primero con cautela y después aumentando el ritmo hasta volver a encender todos mis sentidos.

Gael me tiene abrazada junto a él, tomando con sus dedos mi mentón y besándome con todo el deseo del mundo. Nos separamos un momento, y me da la misma mirada que tenía en casa de sus padres. Acaricia mi rostro, y yo tomo su mano, la beso, y luego la llevo hacia uno de mis pechos, recargándola ahí. Sé que mi corazón late agitado, y ahora él lo siente, y su cara de sorpresa mezclada con extrañeza se revela.

Lo veo directamente a esos ojos color café que me conquistaron la primera vez y pongo mi mano sobre la suya. ― Te sigo la corriente, Gael ― murmuro, y él se acerca a mí y me da un beso.

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