[Gael]

El beso que le doy a Adela enciende nuestros cuerpos de inmediato. Puedo sentir mi corazón desbocado y a punto de salirse de mi pecho; siento cómo ella comienza a disfrutar mis labios sobre los suyos. Me separo un momento para que nuestras miradas se crucen. Deseo que todo esté bien, que este inicio sea bueno para ambos.

 Ambos nos vemos y la intensidad que se esconde en su mirada, me da el pie para continuar. Me acerco a su oído y le murmuro. 

  ―Llegaré hasta donde quieras, Adela. Solamente déjate llevar. ―Y mordiendo el lóbulo de su oreja, regreso a prenderme de sus labios que, aunque no estén pintados de rojo, se me hacen increíblemente atractivos, porque son carnosos y suaves. 

Acordándome del moretón, la tomo delicadamente de la cintura y la llevo hacía mi para que quede justo debajo de mí. Noto sus increíbles pechos que se transparentan levemente en la bata de seda blanca. Debido a la agitación, suben y bajan agitados. La siento nerviosa, como si nunca hubiésemos estado juntos o como si fuera su primera vez. ¿Será que Adela ha cambiado en el aspecto sexual?, ¿cómo pasamos del sexo, rudo que teníamos a este tipo de sexo con cariño? 

―¿Estás bien? ―le pregunto en voz baja.  

―Sí ―Susurra. 

Me inclino un poco hacia ella y le doy un ligero beso en los labios.

 ―Eres hermosa Adela. ―Y la beso de nuevo―. Eres lo más sexy que he visto en toda mi vida ―repito―. Me gusta esa bata blanca.

Así, con el último comentario, ella milagrosamente sonríe dándome a entender que estamos bien y en el mismo camino. 

Me hinco sobre la cama un momento y paso mi mano sobre la línea de sus pechos.

―Me encanta tu cuerpo ―le susurro―. Tienes una piel muy bonita.

― Me encantan tus manos ―responde, con la voz entrecortada, debido a los nervios. 

―Solo te han tocado a ti, y no quieren tocar a nadie más ―Y caigo de nuevo,  sosteniéndome en mis brazos, para besarla con toda la pasión del mundo. 

Beso sus labios y bajo hacia el cuello. Primero rozando mi nariz en él y después mis labios provocando que su cuerpo se encienda. 

 ―¿Me crees Adela? ―le susurro, con un aire de éxtasis que se comienza a formar en la habitación― ¿Crees que no he estado con nadie más? 

―Sí ―me murmura al oído―. Sí te creo.

Beso su cuello, disfrutando del aroma que aún permanece en él. Con mis manos, comienzo a acariciar lentamente uno de sus senos.

 ―Te deseo todo el tiempo, Adela ―le confieso―. No sé cómo he podido pasar noches sin tenerte a mi lado ― le digo entre besos y caricias.

 Siento como sus manos van subiendo a mi espalda y comienza a acariciarla con la yema de los dedos. No puedo creer que de nuevo estoy entre sus brazos. El tacto que pensé perdido entre los dos, renace de nuevo en esta pequeña habitación. 

―Eres la mujer de mis sueños ―le susurro―. Me excitas mucho. ― Y al decir esto puedo ver cómo ella muerde su labio, lo que me invita a seguir con lo que estoy haciendo. 

Verla tan libre, tan relajada, siguiendo la corriente y aventurándome a acariciarme sin pudor, enciende el fuego entre los dos. Dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan, y en este momento estas se están volviendo a encender. 

Arriesgándome a que haya un rechazo de su parte, deslizo mi mano por debajo de su bata para comenzar a acariciar su vientre y sus pechos desnudos. El toque de la seda en mi mano y su cuerpo caliente me da una sensación de placer nunca antes percibido que también la beneficia, ya que ella cierra los ojos en señal de puro placer y trata de no gemir. 

―Gime ―le murmuro al oído―, quiero escucharte. ―La aliento para que lo haga.

Adela trata de controlarse. Mi mano sigue subiendo y bajando por su cuerpo, tensándolo, endureciendo sus pechos, provocando que su respiración sea cada vez más rápida.

 ―Me encanta como te ves excitada. Me excita también. 

Entonces, tomo una de sus manos y la llevo a mi erección que solo desea salir por debajo de mi bóxer.

 ―Así me pones siempre mi amor. Te confieso que me he tocado pensando en ti.

―¿Ah, sí? ―responde, tratando de controlarse porque mi mano comienza a bajar poco a poco, centímetro a centímetro hacia su intimidad. 

―Sí, porque desde la primera vez que estuvimos juntos me hiciste adicto a ti, y no quiero liberarme de esa adicción. 

―Ella sonríe, al escuchar mis palabras.  

Adela se baja los tirantes de la bata, descubriendo sus hombros y dejando sus senos visibles. Aprovecho para bajar y besarlos, como si los fuera a devorar, paso mi lengua por uno de sus pezones y ella gime sin poder evitarlo. Sé que estamos en casa de mis padres y debo confesar que me hubiera gustado mucho iniciar esto en la nuestra, pero creo que cuando el cuerpo lo desea, no se puede evitar. 

Ella acaricia mi erección sin pudor, se deja llevar por la situación. Yo sé que el cuerpo de Adela ha cambiado mucho desde la última vez que estuvimos juntos de esta manera, ahora está más marcado y mucho más esbelto. Puedo sentir su trabajado abdomen y veo sus pechos mejor definidos; pero no sé si mi cuerpo haya cambiado y ahora me vea de una manera diferente. 

Sé que en este momento no es el indicado para dejarme llevar por inseguridades, pero, aun así, no dejo de pensar qué es lo que pasa por su mente. Mi mano baja hacia su intimidad y con tiento comienzo a acariciarla, provocando que ella eleve su cadera un poco y se acomode para quedar en la posición perfecta. 

Adela me desea tanto como yo a ella y lo sé porque la escuché pronunciar mi nombre mientras se tocaba, noches atrás. El ritmo de mis dedos la humedece y la excita y cuando menos me doy cuenta su bata ya ha bajado un poco más al sur de su cuerpo dejándome ver su abdomen. 

Llevo mi boca hacia su vientre y comienzo a besarlo, arde con locura y mientras mi mano sigue ayudándome a prenderla. Con la mano que tengo libre bajo el resto de la bata, hasta dejar al descubierto sus caderas, que al contacto con mis labios al besarlas desprenden un calor que me embriaga de inmediato. 

Su mano jugando conmigo, mi mano jugando con ella y el saber que todo el consentimiento del mundo está presente para subir a una nueva etapa, un golpe en la puerta nos interrumpe, al principio nos quedamos callados para saber si es verdad, para después otro golpe nos confirme que ambos escuchamos lo mismo. Adela inmediatamente sube su bata cubriendo todo su cuerpo y yo con todo el fuego corriendo por mi cuerpo me tiro al lado de mi cama sin poderlo creer. Otro golpe suena. 

―¿Sí? ―digo más tranquilo. 

―¡Tío! Me acompañas por un vaso con agua. ―Escucho la voz de una de mis sobrinas. 

Adela se pone de pie de prisa y camina al baño.

 ―Dela ―le susurro―, espera, no te vayas ―le suplico. 

Sin embargo, ella se mete al baño y cierra la puerta. 

―¿Tío? ―Escucho de nuevo. 

―Sí, sí, ya voy ―contesto―. Dame un momento. 

Para ese instante todo mi cuerpo se ha apagado y ya no hay nada que lo pueda encender. Me visto con el pantalón del pijama y con una playera y después de saber que todo está en su lugar salgo de la habitación. 

―Es que tengo miedo ―me dice mi sobrina, mientras me ve. 

―Vamos ― le digo con ternura, aunque por dentro quiero regresar corriendo con mi mujer y continuar lo que empezamos. 

Vamos a la cocina y afortunadamente mi sobrina es rápida sirviéndose agua y regresamos ambos a su habitación. Después de cerrar la puerta, camino lo más rápido que puedo hacia mi cuarto donde Adela me está esperando dormida. 

Todo lo encendido se apagó y ahora no estoy seguro cuándo será la próxima vez que lo volveré a intentar, ¿habré perdido mi oportunidad? ¿Adela tomará esto como otra cosa y la próxima vez me rechazará? Vuelvo a recostarme a su lado y vuelvo al principio de todo, yo mirando al techo y no solamente acordándome del beso del jardín, sino ahora de todo lo que pasó momentos antes.

 Escucho la respiración tranquila de Adela al lado mío y no sé si en verdad duerme de nuevo o finge hacerlo. Quiero averiguarlo, porque me encantaría continuar donde quedé. Mi cuerpo lo desea, y lo necesita. 

Sin embargo, las dudas invaden de nuevo mi mente y mientras me decido si intentarlo de nuevo o no, caigo profundamente dormido, añorando con toda mi alma que esto se repita y que Adela me mire cómo lo hizo esta noche.

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