Pablo 

Después de darme cuenta de lo que había pasado con Théa, no pude dejarla ir. Recordé una y otra vez la escena del piso, cuando Lila entró hace meses atrás y yo solo podía pensar en la otra chica a la que había citado.

“Era mi oportunidad”, me dije, y en ese instante lo enfoqué en Lila, pero estaba equivocado. Théa tenía razón, no era destino, sino una hermosa casualidad que a mí se me había presentado. Pero no era para mí. Lila nunca ha sido para mí.

Tal vez soy necio y aferrado, defectos que poseo. Aunque desde otro punto de vista también se podrían ver como virtudes. Sin embargo, soy pensante y reflexivo, tolerante e intuitivo, por lo que sé cuál es mi lugar en las vidas de los demás. En la de Lila, soy el mejor amigo, el apoyo, el hombro a llorar. Para Théa, soy Pablo en un todo. Ella me quiere como soy. Ella me desea. Ella me ve a mí, así como yo a ella.

Por eso es que no podía dejarla ir. Así que bajé de nuevo a su piso, tomé la nota que le había dejado a Antonio y la seguí al aeropuerto. No podía dejarla ir; ella tenía que saber la verdad, así como yo tendré que saber la suya. Es momento de conocerla a fondo, de que me cuente sus miedos, sus vivencias, todo. No quiero que haya más secretos entre nosotros.

Así que, después del aeropuerto, llevé a Théa lejos de la Ciudad de México, y decidí que ir a Cuernavaca sería una mejor opción. Allá, podríamos hablar de lo que quisiéramos, tener vistas hermosas y no tener que preocuparnos por Antonio y Lila, que claramente no nos necesitaban.

Durante el viaje en camión, ambos dormimos plenamente y al despertar, teníamos un poco más de energía. Decidimos que lo mejor sería ir a desayunar al centro de la ciudad y de ahí veríamos qué seguía, no teníamos ningún plan.

Entonces, mientras estamos en el florido café, frente a la catedral, Théa se asombra al ver el menú y no sabe qué ordenar. Quiere todo, pero sabe que no puede. Así que ordena algo ligero y con sabor, que no esté tan fuerte y pueda soportar: huevos revueltos.

—En tu diario dijiste que querías comer comida extranjera y, ¿huevos revueltos? —pregunto entre risas.

—Lo sé, pero no quiero que nada arruine este momento. No creo que me quieras ver con dolor de estómago o vomitando si algo me cae mal.

La tomo de la mano.

—Yo te quiero ver como sea. Con tal de verte.

Théa se sonroja. Respira profundamente y me sonríe.

—Este lugar es hermoso. Tan lejano de todo lo que conozco. Me encantaría quedarme a vivir aquí.

—Podríamos… —contesto.

El rostro de Théa cambia a uno de sorpresa.

—¿Podríamos?, ¿te quedarías conmigo?

—Sí. Quiero empezar contigo algo sólido, Théa. Así que no te desharás de mí tan fácil.

Ella ríe bajito.

—He tratado de hacerlo tres veces, y no puedo. Creo que ya he dejado de intentarlo.

Théa se hace hacia adelante y me da un beso leve sobre los labios.

—Agápē —pronuncia.

—¿Cómo?

—Agápē. Eso es lo que eres para mí.

—¿Qué significa?

—La forma más fuerte de amor. Desinteresado, sacrificado, incondicional. Un amor que trasciende y persiste sin importar las consecuencias.

—Me gusta… Agápē. —Trato de pronunciarlo y ella sonríe—. Agapei.

—Algo así —me contesta.

—Entonces, ¿hablas griego?

—Sí. Griego, español y un poco de inglés. Hubiese hablado más pero mi familia…

—Eso es lo que quiero que me cuentes. Ahora sé que tu familia son los Karagiannis, y al parecer, pronunciar su nombre hace temblar a Antonio. ¿De verdad son tan crueles?, ¿tan malos?

—Lo son. Los Karagiannis son esas familias antiguas, de dinero viejo y costumbres arraigadas. Tienen influencia en muchas esferas sociales.

 Y también en el bajo mundo. No son de fiar.

—Y tú, ¿cómo terminaste con ellos? Bueno, ¿cómo es que tú eres diferente?

Théa suspira, al parecer, que le digan que es diferente a su familia, la tranquiliza bastante. Supongo que no le ha de agradar que la categoricen con ellos.

—Bueno. Karagiannis es mi padre, pero la madre de mis hermanas no es mía. Es una larga historia, no quisiera arruinar este momento.

—Cuéntame. Quiero conocerte, Théa, así podré protegerte —le pido.

—¿Ahora?

—Ahora. Te juro que después de esto, jamás te preguntaré de nuevo. Si no me dices quién eres, ¿cómo podré pararme en frente de los Karagiannis y defenderte?

—Eso sería… ¡Increíble! Porque nadie se les enfrenta a los Karagiannis. Ni siquiera Antonio que los conoce desde su niñez. En fin, si quieres saber, dime por dónde comienzo.

—¿De dónde eres?, ¿cómo llegaste a España? Sé que me has contado algunos detalles.

—Bueno. En realidad me llamo Théa Anastasiou o Anastasios en España. Nací en la isla de Zante. Mi madre se llama o se llamaba Némeris Anastasiou.

—¿Se llamaba?

—Digo eso porque no sé qué le hizo Karagiannis. No la encuentro en ningún lado. En fin. Mi madre era mesera y cantante de un bar de turistas en la isla. Ahí conoció a Karagiannis, quien viajaba en negocios y se tomaba un descanso en la isla. Mi madre dice que fue amor a primera vista. Si me preguntas a mí, no estoy segura de que Karagiannis pueda amar.

—Supongo que es algo subjetivo, el amor.

—No. Karagiannis es un hombre cruel, volátil y maleable. Una combinación terrible —continúa—. Bueno, mi madre y Karagiannis se enamoraron. Según me contó mi madre, él regresó tres veces más a verla sola a ella. Mi madre estaba consciente de que Karagiannis estaba casado, pero, no le importó. Sin embargo, cometió un grave error, que fue lo que me trajo a España.

—¿Cuál?

—Le juró a Karagiannis que una adivina le había dicho que le daría un hijo.

No sé qué decir al respecto. Supongo que ese detalle, por más descabellado que se vea, tiene un porqué.

—Karagiannis solo tiene hijas, ni un hijo. Cassandra, que es la mayor, fue hija de su primer matrimonio. Su esposa murió justo, dando a luz a su primer y último varón. Así que se casó con su otra esposa, para tener más descendencia, y le dio más hijas. La última es Atenea. La peor de todas. En fin, mi madre le aseguró que eso había dicho la adivina y entonces, Karagiannis no perdió el tiempo en estar con ella. Le prometió que si era en serio que le daba un hijo, se divorciaría de su esposa italiana, y se casaría con ella.

—¿En serio tu madre fue a ver a una adivina?

—Sí. Pero no fue el oráculo de Delfos. Era una mujer vieja que vivía en la isla y que había tenido uno que otro acierto y la gente le creía. Así que Karagiannis se acostó con mi madre y nueve meses después, nací yo.

—Lo dices con mucha tristeza. —Le hago notar.

—Bueno. Cuando no eres lo esperado, no te da tanta alegría saber que fuiste tú y no un varón quien llegó al mundo.

Suspiro.

—No puedo creer que en esta época aun eso sea importante. Por mí, tendría 4 hijas y las amaría a todas —comento y ella sonríe.

—Es porque tú eres un buen hombre y no te interesa todo eso de la sucesión. A Karagiannis sí. Él piensa que su empresa estaría mejor si es dirigida por un hombre. Pero la vida le hizo una broma y le dio puras hijas. En fin. Karagiannis tiene la costumbre de ponerles a sus hijas nombres de princesas troyanas o diosas, de ahí sale el nombre de Cassandra y Atenea. Mi madre lo sabía, así que me puse un nombre que destacara entre todos, Théa.

—Diosa —contesto.

—Así es. A Karagiannis no le agradó y mucho menos a sus hijas. Solo que era demasiado tarde para cambiarlo. Mi madre fue abandonada por Karagiannis, y yo viví muy feliz durante muchos años en la isla. Era una niña independiente, juguetona y hablantina. Mi madre trabajaba en dos lugares para mantenerme, así que me dejaba encargada con las mujeres de la colonia. Tenía muchos sueños y sabía que los podía realizar, sin embargo, no contaba con que el dinero se terminaría y mi madre tomaría la decisión de contactar a Karagiannis y pedirle que me llevara con él. Un día, mientras yo recolectaba conchas en la playa, me llamó mi madre y yo fui hacia ella. Ni siquiera pude llegar a ver su rostro de cerca. Un hombre me tomó de la cintura y me llevó a la fuerza a una camioneta negra y sin que yo pudiese resistirme, me llevó lejos de mi mamá. La última que tengo de ella es de pie, al lado de Karagiannis, sin nada que decir.

—¡Qué terrible! —expreso.

—Lo fue. Lloré por días en la casa donde me tuvieron. No sirvió de nada, así que dejé de hacerlo porque me cansé. Sin embargo, eso no era lo peor. Mi padre se presentó días después, y me dijo que ahora era una Karagiannis. Me iría a vivir a su casa, con mis hermanas, y no volvería a ver a mi madre. Todo se veía muy bonito, pero mis hermanas son peores que las serpientes. Desde que llegué hicieron mi vida imposible. Además, la esposa de Karaginnis era terrible, así que las prácticas se hicieron peores. Me maltrataban física y verbalmente. Me prohibieron muchas cosas a las que tenía derecho. Traté de escapar,

 miles de veces, pero siempre me encontraban. Dejé de hacerlo.

—¡Es terrible, Théa! —expreso, y beso su mano con ternura.

—Me pusieron en el papel de cenicienta. Encerrada en un castillo, maltratada por las hermanastras y la madrastra. Soñando, mientras lavaba la ropa. Cuando yo no era así. Sé que soy capaz e inteligente, sé que puedo hacer cosas grandes, que tengo talentos. Pero, cuando te lo repiten frecuentemente, cuando te hacen pensar que eres nada, te conviertes en nada. Y crees que la decisión que tomaron de casarte con un hombre cruel es algo que te mereces.

—Por supuesto que no. Pero, ¿cómo terminaste casada con Antonio?

—Antonio, él estaba destinado a Atenea. La niña se enamoró del adolescente y el papá la señaló como la que se casaría con él. En realidad, Antonio era para Cassandra, pero ella estaba empeñada en casarse con alguien mejor. Tuvo varios novios, o más bien, candidatos, ricos, todos, hasta el hijo del embajador, y al fin descubrió a su mina de oro y se casó. Desde que conocí a Antonio me agradó. Si lo tratas es un buen hombre, gracioso, respetuoso y amable. Nunca me vio mal o me despreció. Teníamos buenas conversaciones cuando coincidimos y él estaba al tanto de mi destino con Chez. Él siempre me decía que debía hacer algo para escapar, pero, ya lo había intentado todo, no me quedaba otra más que continuar.

—¿Antonio se enamoró de ti?

—No. Él se enamoró de Lila. No sabíamos quién era, se escuchaban rumores en la casa de que posiblemente salía con alguien. Atenea estaba en realidad furiosa, y quería saber quién era la mujer que le quitaba su capricho. No supe cómo lo averiguaron, solo cuando ya se había hecho todo y le habían arruinado la vida a Antonio. Eso sí, lo hicieron sin que Karagiannis supiese, así que cuando se enteró de lo que habían hecho sus hijas, estaba furioso. Les gritó que era un desastre, que debían arreglarlo de alguna manera, que eso afectaba no solo a sus negocios, sino a la alianza que desesperadamente necesitaba. Y yo supe que era una ventana de oportunidad.

—¿Qué ventana?

—Sabía que Karagiannis necesitaba arreglar su relación con los de Marruecos y le daría a Antonio lo que quisiese con tal de no romper la alianza. Así que, cuando tuve la oportunidad, me acerqué a él. Le dije que si él me ayudaba a escaparme del matrimonio con Chez casándose conmigo, yo le permitiría ser libre de buscar a Lila. Que seríamos aliados, qué juntos iríamos en contra de ellos jugando bajo sus propias reglas. Le hice notar que si se casaba con Atenea, no sería libre y que ella lo obligaría a todo. Antonio aceptó, y es por eso que me casé con él. He cumplido con mi parte y él con otros tratos que tenemos.

—Fuiste muy inteligente —le admiro—. Y valiente. 

—No sé si considerarme así. Solo sé que Antonio fue lo suficientemente valiente para enfrentarse a los Karagiannis y rechazar a Atenea. 

—¿Valiente? No creo que los Karagiannis sean tan terribles y temidos como para tener valor y enfrentarse. 

—Se nota que no los conoces, amor mío —me contesta, y acaricia mi rostro. Y es por eso que debo pedirte lo siguiente. 

—Dime. 

—Mantendremos esto en secreto… 

—Théa. 

—Podemos decirle si gustas a Antonio, y a Lila. Pero, no podemos decirlo fuera del círculo. —Suspira—. Mira, oficialmente Antonio y yo estamos de luna de miel tratando de tener un hijo, aunque creo que eso no es creíble porque si Chez me está persiguiendo por todo Madrid, sabe que mentimos y sé que lo utilizará para chantajearnos. También sabe de tu existencia. No está muy seguro de quién eres, pero si se entera de que estás conmigo en plan amoroso, él… 

—No me importa. 

—Pablo. 

—No me importa. Si vamos a empezar esto, lo haremos bien. Y si las consecuencias son estas, las tomaré. Dudo que Chez sea lo suficientemente poderoso como para hacerme algo. 

—Es que lo es. Es terrible, ¿qué no escuchaste lo que te dije? Tiene contactos de años, es la seguridad de mi padre, sabe moverse por todos lados.

—Debe hacer un lugar donde él no pueda mirar y ahí, atacaremos. Todas las cámaras tienen un punto ciego. No puede estar siempre mirando. Es más, sé que no nos mira ahora. 

Y sin que ella lo espere, le doy un beso sobre los labios. Théa lo responde, tímidamente, y se separa unos segundos después. 

—Lo siento. No estoy acostumbrada a esto. 

—Pues, lo haremos costumbre —contesto, haciéndola sonrojar. 

Théa me toma de la mano y acaricia mi rostro. 

—Pero es en serio, Pablo. Tenemos que irnos con cuidado. No quisiera que Chez te lastimara o hiciera algo que te afectara profundamente. Prométeme que tendremos cuidado. 

Sonrío. 

—Te lo prometo. 

—Pero, promételo de verdad. 

Pongo mi mano sobre el pecho a la altura del corazón. 

—Te lo prometo, Théa. Pero, si a ti te hacen algo, no me veré prudente en defenderte, ¿entiendes? 

 Théa se sonroja. Un beso ligero se posa sobre mis labios 

—Ahora, ¿qué será de nosotros? —me pregunta. 

—Hoy, será lo que queramos… —pronuncio y trato de besarla. 

Sin embargo, Théa se separa de mí. 

—Sabes a lo que me refiero, Pablo. Aunque sabes que mi relación con Antonio no es real, sigo casada con él. Y ahora, tú debes decirle a Lila. ¡Dios!, cualquiera que me escuchara pensaría que estamos locos. Lila y Antonio, tú y yo. Yo casada con Antonio. Y Lila… 

Me río bajito, en verdad se escucha como una locura. 

—Cuando regresemos le diré a Lila lo que siento, y creo que deberíamos decirles a ambos sobre nuestra relación. Tal vez, los cuatro aliados sea mejor que escondiendo todo y por separado. Digo, ahora está Menita, y si tan terribles son, debemos protegerla. 

—Cierto, Mena —expresa, y sonríe. 

Abrazo a Théa.

—No te preocupes, ya no estás sola. No dejaré que ese tal Chez o tu familia, te hagan algo. 

—No sé por qué siento que te metí en un lío —comenta, mientras se refugia entre mis brazos. 

—No te preocupes, los líos son mi especialidad —contesto. Para besarla de nuevo. 

11 Responses

  1. 😱😱😱😱😱 que emoción y que susto. Me encantan los 4, ahora quiero leer cuando sepan lila y antonio jajajajajaja será épico. Y me da susto por Chez y Karagiannis, les tengo panico. Toca como la frase “unidos jamas serán vencidos” jejeje ❤️

  2. Eso me gusta más Pablito. Thea merece todo y más y tiene todo para darte. Ánimo

  3. Que bueno que le va contando su vida y me encantaría que Pablo encuentre a la madre de Thea, sería tan emocionante para ella… ❤️🥺

  4. El hijo del embajador es Karlangas?
    Me alegra este paso entre Pablin y Thea, que se hagan alianzas y sean fuertes para sacar el amor al aire🥰❤️😘😍

  5. Ahora si ya sabe todo Pablo y por favor hazle caso a Thea hay que ir con cuidado con esas gentes y creo que entre los cuatro sera mejor de llevar todo esto y con el respaldo de toda la familia =)

  6. Tremenda primicia la que tiene David. Y esa familia q no calla nada. Jajaja.. esperemos una fuerzas y las cosas fluyan para mejor thea lo merece

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