Moríns
Soy un idiota, en verdad lo soy y lo sostengo, aunque creo que jamás he dejado de serlo. No sé cómo se me ocurrió la idea de ir al hospital a ver a Sila sin tener un plan firme o al menos uno factible para que no notara que en realidad estoy un poco preocupado por ella y por el embarazo y, pensé, que el lo que me contó Manuel horas atrás iba a ser suficiente; no lo fue.
Aunque Sila y yo estemos separados, ella es la madre de mi bebé, y tengo derecho a estar preocupado. Sin embargo, gracias a lo que pasó, aún es difícil acercarme a ella de manera natural, el no sentirme incómodo cuando estoy a su lado o tratar de hacerle conversación sin recordar que antes, mucho antes, hablar con ella era increíblemente fácil. Mis sentimientos son un verdadero caos.
Ambos necesitábamos espacio, pensar un poco y ahora estamos más cerca que nunca, no sé si tomar eso como una señal o como una maldición, tal vez es un tipo de karma que estoy pagando de otras vidas o por haber desilusionado tanto a mi madre. En fin, ahora debo concentrarme en dos cosas que llevan su nombre, ese que sin querer aún recuerdo antes de dormir y al despertar; debo ser padre del bebé de Sila Canarias y presidente de su fundación, y así no hay espacio.
Entonces, después de la visita expres al hospital, regresé a la sede para seguir trabajando en los nuevos proyectos, hacer los avisos, los cronogramas y enviar los correos con los papeles que Sila debe firmar. No pasé un día agradable, Xóchitl estuvo un poco pesada, rara y literal pidió a todos que no me interrumpieran para que estuviera solo en mi oficina y concentrarme en los proyectos. Así que prácticamente trabajé todo el día, comí solo y cuando menos me di cuenta, ya tenía que regresar por Sila; y ni siquiera me había recuperado de la visita de la mañana.
Por lo que ahora, me veo entrando una vez más al hospital, solo para encontrarme con la sorpresa de verla en el recibidor, platicando alegremente con un hombre increíblemente alto, bien parecido y simpático. Ambos ríen como si él le estuviera contando la anécdota más chistosa del mundo y ella pensara que si.
Así, me acerco con cuidado, tratando de escuchar la conversación y, cuando estoy lo suficientemente cerca para escuchar sin que me vean, paro por completo y los observo.
«Y ahora, ¿quién será esté hombre?», me pregunto viendo la escena.
―Cuando quieras puedes venir conmigo, Sila. Amsterdam es en verdad bonito y podría mostrarte los lugares principales, ya sabes, tour gratis y guiado.
―Me encantaría, jamás he ido para allá ― responde y le sonríe.
―¿Entonces?, ¿te considero para el viaje? ― pregunta, y los dos ríen.
―Debo consultarlo, pero, te lo haré saber.
El hombre ríe y después le pone la mano sobre el hombro. Puedo ver su mano perfecta, con dedos largos y bien formados, casi tocando ese mechón de cabello negro que cae por su hombro. Siento como si alguien me hubiese dado un pinchazo en mis glúteos, por lo que comienzo a caminar hacia ella.
―Sila ― pronuncio su nombre, y cuándo ambos voltean saco el pecho para verme un poco más varonil.
―Moríns, llegaste…
―Sí, llegué ― respondo ― y me pongo a su lado solo para notar que el hombre a mí me saca diez centímetros más.
―Moríns, él es Karl Johansson, es cardiólogo. Karl, él es Moríns.
―Francisco Moríns ― corrijo y le doy la mano ― presidente de la Sede Sila Canarias ― presumo y aprieto su mano con fuerza.
―¡Guau!, ese apretón es bastante fuerte ― dice con un acento marcado ― lo bueno es que tengo mis manos aseguradas.
Sila se ríe junto con él y yo finjo que lo hago porque considero que su comentario es bastante presuntuoso ― ¡ay no mames! ― respondo, sin poder evitarlo y Sila voltea a verme y abre los ojos tan grandes, que puedo ver sus pupilas verde esmeralda.
―¿Disculpa? ― pregunta el tal Karl.
―Nada, nos tenemos que ir Karl, ya vamos retrasados, nos vemos luego ― le pide ella y me toma del brazo.
―Hasta luego Karl ― respondo y me dejo llevar por Sila.
Ambos salimos del hospital y cuando estamos sobre la explanada ella se detiene y me ve ― ¿qué pasó adentro?
―¿Qué?
―¿No mames? ― pregunta ella, mientras su mirada verde no se separa de la mía ― él es Karl Johansson, uno de los mejores cardiólogos del mundo y está aquí en la clínica para atender a los niños que vienen con el programa de la fundación.
―Lo sé, pero eso no quiere decir que su comentario haya sido presuntuoso… ― respondo, y ahora veo que me dejé llevar por un impulso que no debía ser.
―Sus manos en verdad están aseguradas… todos los saben. Y luego tú ahí andas, apretándolas con fuerza.
―Es un buen saludo ― me justifico y le abro la puerta del auto para que suba y luego lo hago yo para sentarme a su lado.
―Lo es, pero no para un cirujano que vale oro, ¿qué no leíste su curriculum?
―Lo hice, pero, aun así… dile que no mame.
―¡Dios Moríns!, eres el presidente de la Sede, no estamos en la cafetería de Puerto Vallarta ― me reclama.
―Pues a veces me gustaría que jamás nos hubiésemos ido de la cafetería y seguir juntos ahí… tal vez todo fuera diferente ― confieso y ella esquiva su mirada para ver hacia la ventana.
«Soy un idiota.»
Ambos, sentimos cómo el auto se mueve para ir hacia el lugar donde compraremos las vitaminas y lo que necesita, así que guardamos silencio. Últimamente, no sabemos qué decirnos, así que mejor permanecemos callados.
―¡Mira! ― rompe el silencio Sila ― y veo hacia su ventana. Ahí, está un local de muebles y ropa de bebé ―¿quiero ver?, ¿podemos ver? ― me pregunta, y al ver sus ojos verdes, brillando sonrío.
―¿Qué quieres ver? ― pregunto.
―Lo que sea… lo quiero ver ― me pide.
El auto se detiene, y ella abre la puerta para bajar corriendo ―¡no corras, Sila! ― le pido, mientras bajo para seguirla hacia el enorme local, lleno de luces, ropa, muebles y accesorios para bebé.
―¡Ven! ― me pide y regresa corriendo por mí y toma mi mano ―ve esa ropita, y ese peluche ― me enseña a través del aparador.
Sonrío, de verdad que la fiebre del bebé le ha pegado y debo admitir que me da mucha ternura. Ella trata de entrar corriendo pero le aprieto la mano y hago que me vea ― no corras, te lo pido.
―Vale, vale… pero vamos a entrar, ¿sí? ― me pide.
―Vamos a entrar ― le respondo ― sólo no corras, como pediatra deberías saber que es peligroso en los primeros meses.
Sila me sonríe y luego ve mi mano entrelazada con la suya y ambos la soltamos como si estuviera mal ―lo siento, sin correr ― me dice y entra al local para comenzar a ver los peluches, las cobijas, las cunas y los muebles.
Debo admitir que, ver todo eso, hace que mi corazón lata de alegría y que por momentos se me olvida que ella fue la que me lo rompió y que ahora, estamos separados. Es en este momento en que me doy cuenta, que no tenemos un plan, ninguno de los dos lo tiene.
―Mira Moríns, esta cuna es bella… ― me dice señalando una preciosa cuna de madera ― la hizo mi tío, Robert.
―¿Te gusta? ― pregunto, solo para entrar en la conversación.
―Me encanta. Ya me imagino, la cuna al lado de mi cama para poder ver al bebé mientras duerme. No me querré separar de él o ella, le veré dormir, como mi madre me veía a mí y a mis hermanos. ― Me quedo en silencio, porque aún no sé cómo voy a encajar en ese fotografía que tiene en su mente. Ella al lado del bebé y yo… ¿en el departamento de arriba? Sila voltea y suspira ―en fin, no es necesario comprar la cuna ahora… puedo esperar ― habla un poco triste, porque creo que ella se preguntó lo mismo.
Así, le doy una sonrisa y niego con la cabeza ― comprémosla.
―¿Cómo?
―Sí, hagámoslo. A mi también me gusta, luego vemos donde la ponemos… en tu piso o en el mío…
―Había pensado mudarme con mis papás, Moríns ― me confiesa y juro que siento como si me cayera un balde de agua fría encima…
―¿Disculpa?
―Sí, mi piso es muy pequeño para una cuna y para estar con el bebé, así que tal vez me mude con mis padres…
―¿Tomaste esa decisión sin mí? ― pregunto un poco molesto, y juro que no me reconozco.
―No he tomado decisiones…
―¿Y qué es esto? ― respondo y salgo del local a pasos agigantados y rápidos.
Cuando estoy en la acera camino por ella sin rumbo, sin saber a donde tengo que ir o donde podría llegar.
―¡Moríns!, ¡Moríns! ― me grita Sila.
―¡Qué Sila, qué!
Ella respira ― no vamos a llegar a nada nunca si siempre piensas que todas las decisiones que tomo o que pienso tomar son para hacerte daño. Sé que ya te lo hice y me merezco que dudes de mí, pero, te juro que no lo hago con malas intenciones. Si vamos a llevar una crianza compartida, debes confiar en mí.
―Es que… ― suspiro ― trato.
Sila respira una vez más y veo en sus ojos verdes ese brillo provocado por las lágrimas ―Moríns, te pido, que no me juzgues tan duramente, y no seas duro conmigo,¿si?, solo estoy pensando en el bienestar del bebé, mi piso no es lo suficientemente grande para tener todo, necesito espacio y lo vi viable… es una idea. Si vamos a hacer esto, debes empezar a ceder un poco, si no, terminaremos odiándonos a muerte y separados, por lo que se supone que debería mantenernos unidos, excepto que eso quieras.
Su mirada se refleja en la mía y sé que tiene razón. Tal vez aún tengo mucho coraje en mí e inseguridades y por eso de no tener espacio entre los dos, no he logrado deshacerme de todo esto que siento. Sila y yo no solo tendremos un bebé, sino que el resto de nuestras vidas tendremos que tomar decisiones y acciones en conjunto, ella no se va ni yo tampoco y mucho menos el bebé.
―Tienes razón ― admito ― sobreactué, por un momento pensé…
―¿Qué te alejaría del bebé? ― finaliza y niega con la cabeza ― jamás, jamás lo haré, excepto que tú lo quieras, ya te dije.
―No ― hablo firme, con ese tono de voz que use con Johansson ― no quiero que me alejes.
―Entonces, confía en mí… ― me pide y asiento con la cabeza. Ella toma mi mano ― mejor vámonos, es muy pronto para ver cunas y ropa de bebé… vamos por las vitaminas y me vas a dejar al piso.
Sila se sube al auto y yo también lo hago. Ella se acomoda en su lugar y cuando está a punto de sacar su móvil, tomo su mano para hacerla voltear ―discúlpame, no era mi intención gritarte y reclamarte así. Sé que no lo haces con malas intenciones.
―Gracias, Moríns ― responde, y luego se voltea hacia la ventana.
Minutos después veo cómo se quita las lágrimas con la manga de la gabardina y trata de no hacerme notar que esta llorando. Soy un idiota, un verdadero idiota. No me reconozco, ahora todo lo que hago es herirla con mis palabras sin escuchar razones y este no soy yo, definitivamente, no soy así.
―Sila― le hablo y ella voltea a verme con los ojos brillantes― no debí comportarme así con Karl.
―Está bien; aun así, no entendió― pronuncia y como por arte de magia, ambos reímos.
―Solo te pido que no me dejes fuera de las decisiones, ¿sí?, quiero estar ahí… para ustedes― le digo y ella asiente.
―Lo estarás Moríns, lo estarás…