Alegra
Desde que era pequeña, la casa de mi abuela Fátima era un palacio lleno de lujos y hermosos detalles. Era un lugar donde ella reinaba y mi abuelo, un rey que solo se dedicaba a consentirla.
Recuerdo que amaba venir, no solo para verla, sino también para adentrarme en su armario y ponerme sus vestidos, lucir sus espléndidos collares y llenarme los dedos de anillos que brillaban como el sol. Me sumergía en sus perfumes: Coco Mademoiselle, Dior, Saint-Laurent, Carolina Herrera. Me encantaba cómo olían y el aroma que dejaban impregnado en su ropa, uno que perduraba durante todo el día.
Me veía en el espejo y sonreía. Los pesados y largos collares de perlas lucían en mi pecho, y los labios pintados de rojo Coco Chanel me hacían soñar. Mi abuela es y siempre será mi ícono de la moda. La mujer fuerte, inteligente y siempre bien vestida que quise ser. La mujer, que pronto dejará de existir físicamente y pasará al muro de los recuerdos. Siempre bien vestida, siempre con una sonrisa, siempre siendo Fátima.
Hoy el ambiente se siente diferente mientras nos acercamos a la puerta principal. A pesar de que Lila viene cargando a su bebé y yo a los míos, es pura melancolía lo que sentimos en este instante. Al abrirse la puerta, nos percatamos de que ya nada será igual. Mi abuela no se encuentra en el recibidor, vistiendo uno de sus hermosos vestidos hechos a la medida, tan elegantes y originales y con una sonrisa en su rostro. Solo reinaba un silencio inquietante.
—Buenas tardes, adelante.
—Gracias —respondemos mi hermana y yo al unísono.
—Mi nombre es Samantha, soy la enfermera de guardia.
—¿De guardia? —pregunta mi hermana.
—Sí. La señora Canarias tiene enfermera las veinticuatro horas todos los días.
—Lafuente —la corrijo, con delicadeza—. Es Fátima Lafuente, la señora Canarias, era mi otra abuela.
—Lo siento, Lafuente. —Se disculpa—. En un momento las dejaré subir. Están terminando de arreglar a su abuela.
—Gracias —hablamos ambas al mismo tiempo.
Samantha sube las escaleras y Lila y yo nos quedamos en el enorme recibidor. El olor a rosas y flores se apodera del lugar. Me acerco a un ramo, huelo su aroma y sonrío. Leo la tarjeta que tiene colgada con un listón rojo.
“Siempre estoy presente para ti. Te amo. Tu David”.
Sonrío, y siento cómo las lágrimas se escapan por mis mejillas. No puedo creer que las flores de mi abuelo sigan llegando religiosamente a mi abuela todos los días. Cada ramo con un mensaje escrito para ella. Si ese no fue amor, no sé de qué demonios las personas están hablando.
—Papá dijo que las flores seguirán llegando después de que se vaya —me interrumpe Lila.
—¿De verdad?
—Sí, solo que ahora estarán dirigidas a su mausoleo. Papá y el Tío Manuel ya han terminado de construirlo. Ella misma lo diseñó.
Sonrío.
—Mi abuela, hasta en eso está presente.
—¿Señoritas? —Escuchamos la voz de Samantha en las escaleras—. Ya pueden subir.
Tanto Lila como yo nos vemos y asentimos con la cabeza. Yo me volteo y le pido a Susi, la niñera que han contratado mis padres para apoyarme en mi estadía en España, que suba con nosotros; ella trae a Davide entre sus brazos y yo a Maël.
Ambas, en silencio, subimos las escaleras cargando a nuestros hijos y recordando todo lo que vivimos aquí. A mi abuelo en su despacho, hablando por teléfono y enseñándonos los libros que le gustaba leer. A nosotros y a nuestros primos corriendo por el hermoso jardín. Las enormes fiestas que se hicieron en el salón, las Navidades repletas de regalos, a mi abuela en su invernadero, cuidando, con devoción, sus flores y contándonos el porqué las flores son como el amor.
El olor a flores mezclado con el incienso se apodera de nosotros y yo simplemente quiero romperme a llorar, no estoy lista para esto. No lo estoy.
Finalmente, llegamos a la habitación de mi abuela. A pesar del aroma a medicina y del oxígeno que se encuentra al lado, no se ve como una habitación de hospital, sino que está llena de alegría.
Hay flores por todas partes, las ventanas están abiertas y podemos ver el hermoso mar al fondo. Los muros están llenos de dibujos, todos hechos por los hijos de Sila. Al parecer, han sido influenciados por mi madre, ya que tienen como un marco de fotografía. Me da mucha ternura ver los garabatos de Eva, y me pregunto cuándo mis hijos comenzarán a hacerme dibujos así.
Bajo la vista y veo a mi abuela sentada sobre la cama, recargada en el respaldo. Viste su hermoso albornoz de seda, y el cabello rizado lo tiene recogido con una mascada, supongo que no se lo ha peinado. Su rostro pálido y cansado, pero aún iluminado por una débil sonrisa al vernos entrar. Mi corazón se encogió al verla así, tan frágil y vulnerable.
—¡Ahí están! —expresa al vernos—. La alegría del hogar.
Al escuchar eso, un nudo se me forma en la garganta. Mi abuela siempre nos llama así.
—¿No vino el guapo con ustedes? —Nos pregunta por mi hermano.
—No, abue. Él está en la casa. Nos dijo que vendrá mañana con Carolina —contesta Lila.
—Los Santander. Cogieron al Canarias más noble y de buen corazón para lograr unirse —comenta, con una sonrisa. Ella me ve a mí y sonríe—. ¿Qué pasa, mi alegría?
—Nada abue…
—Sé que es impactante verme así, no soy tonta. No es la imagen que hubiese querido darles, pero estoy cansada. —Suspira—. Pero, no hablemos de eso. Vengan, muéstrame a esos hermosos niños.
Lila se acerca primero. Cuidadosamente, le da a Mena, y la niña le sonríe.
—Ojos verdes, es una De Marruecos —pronuncia.
—Sí, se parece mucho a él. No hay poder para negarla.
Mi abuela le sonríe. La abraza con fuerza y le da un beso sobre la frente.
—Me da tristeza, no verte crecer, Mena, pero esta es la ley de la vida. Aun así, te doy mi más grande bendición y te prometo que te cuidaré. Le diré a tus bisabuelas que eres perfecta, y a tus bisabuelos que te hubiesen amado mucho.
—¡Ay, abuela! —expresa Lila, que ya está al borde de las lágrimas.
Ella la abraza, y le da un beso sobre la frente.
—No te preocupes por mí, pequeña, estaré bien. Tu abuelo me está esperando, ¿qué podría pasar mal? —En ese instante, mi abuela voltea a verme y sé que es mi turno. Le pido a mi niñera que ponga a Davide entre sus brazos y yo me siento al lado con Maël.
—Este es Maël y este es Davide.
—¡Parece que estoy viendo a tu padre en rubio! —expresa, sacándome una sonrisa. Son hermosos.
—Lo sé.
Mi abuela acaricia mi rostro.
—Eres madre, mi Alegra. Serás la mejor. También cuidaré a mis bisnietos, tú no te preocupes. Tu padre me comentó que lo haces demasiado.
—Es que siento que lo arruino a cada instante.
—No, lo haces bien. Igual me pasó cuando tuve a Ainhoa. Tu padre era tan independiente y seguro, que todo lo hacía él sin que yo le dijera. Tanto que, cuando nació Ainhoa, no sabía si lo hacía bien o mal, si era correcto o no. Pero, ya ves, mi hija es una gran mujer, así como lo serás tú.
—Me hubiese gustado mucho que los vieras correr…
—Los veré. Que desaparezca físicamente de este mundo, no quiere decir que no pueda ver lo que sucede.
Maël comienza a llorar y yo lo cargo para pegarlo a mí y darle un beso.
—No te preocupes, cariño, todo está bien.
—Al parecer, es muy apegado a ti. Disfrútalo, porque luego crecen y les ponen apodos como Picaflor.
Las tres comenzamos a reír, pero, la risa es interrumpida cuando mi abuela comienza a toser tanto que nos preocupa. Mi padre dice que mi abuela no tiene ni una enfermedad grave, si está muriendo, es porque su cuerpo simplemente ya no da más.
Sam se acerca con un vaso con agua y le pide que tome unos sorbos. Mi abuela lo hace y, después, respira un poco de oxígeno para recuperarse. Es triste verla así, pero, supongo que es la ley de la vida. No quiero ver a mis padres envejecer más, no quiero verlos postrados en cama.
—Bueno —dice, más recuperada—. Les tengo unos regalos a ustedes como se los di a Sila, Daniel y Héctor y se lo daré a David.
—No es necesario, abuela —contesta Lila.
—Lo sé. Pero tu abuelo me dejó la vara alta —bromea, pero ya no ríe, supongo que quiere evitar otro ataque de tos—. Sam, pásame la libreta.
La enfermera se acerca y le da una libreta de cubierta de piel. Al parecer, mi abuela ha estado apuntando sus últimas voluntades y pensamientos en aquel diario. Me pregunto si será como el de mi abuela Alegra.
—Bueno, Lila. A ti te dejo algo especial que espero lo cuides mucho durante el resto de tus días.
—Abue…
—Déjame continuar —le pide, y con esa tierna autoridad, le pide que guarde silencio.
Minutos después, Sam trae una bolsa fina de seda y se la entrega.
—Esta bolsa es hermosa.
—La bolsa también es un regalo, pero, lo que viene adentro, es lo que te estoy dando.
Lila le pide a Sam que cargue a Mena, y con delicadeza abre la bolsa para, después, sacar una tela preciosísima. Parece bastante sedosa, de hilos de seda de la más alta calidad. Tiene un fondo profundo de azul oscuro, pero, cuando la luz se refleja, se puede ver cómo los tonos dorados cobran vida.
—Esta tela fue la que le sobró a tu abuela Mena cuando hizo mis tres vestidos. Con este me casé por la iglesia, muy embarazada de Ainhoa, por eso el blanco no quedaba. Traída desde la India, viajó hasta México para la creación del vestido, en ese pequeño taller abajo del piso colorido. Sobró este retazo y lo guardé para una ocasión especial. Supongo que podrás usarla para diseñar un bonito vestido de novia.
—Me encanta, aunque ya no hago vestidos de novia —responde Lila.
—Si harás uno… estoy segura de ello —le contesta.
Mi abuela me ve a mí y sonríe.
—Para ti, es esto…
Mi abuela saca un labial y me río bajito.
—El Chanel de edición especial —comento—. Muchas gracias.
—Creo que ya tienes edad para usarlo correctamente —murmura. Pero, no solo eso.
Sam pone sobre su regazo, de manera delicada, un gran álbum de fotos, de piel, que se ve bastante viejo y descuidado.
—No es la mejor presentación, pero creo que podrás restaurarlas y salvarlas. Sé que te gusta eso.
Al abrirlo, noto que son fotografías de ella de pequeña, de adolescente y luego como esposa de mi abuelo. Ambos se ven tan jóvenes el día de su boda. Veo fotos de familiares, de mis abuelos Tristán y Mena y otras de mi padre de pequeño. Fotos inéditas que ella había guardado para dármelas a mí.
—Nosotros nos iremos, pero las fotografías se quedarán. Confío en ti para que las restaures y las conserves.
—Lo haré abuela.
La abrazo y ella me murmura al oído.
—También te dejé mi guardarropa, lo compartes con tus hermanas.
Y al decirme esa frase, rompo en llanto, porque era lo que siempre me decía cuando me encontraba husmeando entre sus vestidos. Ella me consuela.
—No llores, amor. Todo estará bien, estoy lista, estoy bien.
—Lo sé, pero es triste dejarte ir.
—Para mí también es triste, no creas. No saben lo mucho que los extrañaré a todos, pero, ya extraño mucho a tu abuelo, y él me extraña a mí. Debemos estar juntos.
—Lo sé —responde Lila.
—Ven, déjenme darle un beso a mis bisnietos. —Nos pide y las dos les acercamos a nuestros hijos.
Mi abuela los besa, y después de abrazarlos, se recuesta sobre la almohada. Ya está cansada, necesita dormir. Supongo que es nuestro momento para retirarnos. Pero, yo no me quiero ir. Estoy segura de que será la última vez que veré a mi abuela consciente, sonriente y hablando.
—Váyanse, disfruten de la familia. No se queden aquí.
—Podemos quedarnos —habla Lila—. No importa. Podemos pasar la noche aquí.
—No. Es mi momento a solas. Hay muchos asuntos que aún tengo que terminar. Debo rezar, reflexionar, tengo que hablar con su padre.
Yo le doy ambos bebés a la niñera y me acerco a mi abuela para darle un fuerte abrazo.
—Te amo, abuela. Te amo mucho.
—Y yo también, mi alegría —responde.
Lila también la abraza y discretamente se seca una lágrima. Le dice algo al oído y ella sonríe. Mi abuela tose de nuevo, y vuelvo a ponerse el oxígeno sobre la boca y nariz.
Sam nos abre la puerta y por última vez le doy un vistazo a mi abuela. Me costará dejarla ir, pero sé que es inevitable. Estoy feliz de que mis hijos pudieron conocerla. Me hubiera gustado una foto de ella con ellos, pero la señora Fátima Lafuente, no me lo permitiría. Mi madre tiene razón, hay fotografías que solo se pueden tomar y quedar en la mente, y no colgar en los muros. La fotografía de mi abuela cargando a mis bebés, será una que solo se quedará conmigo y que yo recordaré el resto de mi vida.
Mientras caminábamos hacia la puerta principal, una sensación de pérdida y anhelo se apoderó de mí. Aunque su partida fuera inevitable, su legado de amor y bondad viviría para siempre en nuestros corazones… y en los muros de cada uno de nuestros hogares. Ahora, solo nos tocaba esperar.
Ay que momento mas fuerte 😭😭😭😭😭😭😭😭 demasiado emotivo y especial.
Fátima La Fuentes!!! Te extrañaremos 😥
Que tristeza….solo tú me haces llorar como si lo estuviera viviendo, gran escritora Ana Martínez 👏👏👏
Mi mujer ideal, la que siempre sabe que decir en el momento perfecto, me duele dejarte ir 😭.
Ana sentí en la piel cada palabra que hay en este capitulo, lloro como Magdalena por tanto sentimiento que contiene estas letras, eres maravillosa 💕
Tengo Miles de basuritas en los ojos 🥺🥺😭😭
Lloré de principio a fin, que triste me sentí.
Es cierto las fotos mentales, mi abuela, la mujer que me crió, me acompañó a recoger a mi hija menor a la guardería un miércoles, sentí ganas de tomar la foto y no pude… (me arrepiento), al sábado mi madre falleció de una aneurisma y me quede con el recuerdo en mi mente para el resto de mi vida.
Que fuerte la verdad. Pero como dice, quedará en sus corazones y en los muros de cada hogar
Me pegaste donde mas me duele =( no puedo escribir nada mas por que el llanto que siento no me lo permite =(
Gracias por ayudarnos a darle valor a tantas cosas que no tienen precio.
Dios te bendiga por tanto talento.
😭😭😭😭casi no pude leer!!🥺🥺🥺🥺
Que capitulo más emotivo. 😭😭😭😭😭😭