A Contracorriente ©

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-Dos días después- 

Moríns

Soy padre. No puedo creer que soy padre, soy padre de una hermosa nena que en este momento lucha por su vida en terapia intensiva mientras su madre sigue delicada pero por lo que me dijeron, estable. Mi hija Fátima, o como todos le llaman ahora Fati, lo primero que tuvo que superar fueron las primeras 48 horas y hoy que lo logró fue un grito de alegría que me rompió en llanto cuando Ben y David me lo anunciaron. 

Ahora ella se encuentra en una incubadora, rodeada de cables, mangueras y un respirador que le ayuda. Aún no abre los ojos, ni mueve sus brazos o piernas, pero escuchar su corazón es un gran consuelo para todos y sobre todo para mí, porque eso quiere decir que mi niña es fuerte, y está decidida a superar esto. 

De inmediato, Sabina y Cho se ofrecieron para ayudarme con ella. Sabina será su mamá canguro mientras Sila puede hacerlo y Cho se encargará de hacer guardia, ya que debemos estar pendientes las 24 horas de mi nena. David Tristán se hará cargo de la fundación, David Canarias padre de todos los cuidados que necesite y mi madre, ella ha volado desde México para estar aquí conmigo. 

Estoy abrumado de todo el cariño y amor que le están dando a mi niña. Sus tías Lila y Alegra se la viven pendientes en el hospital, al igual que Héctor y Daniel que, pasan a cada rato a verla cuando vienen a visitar a su madre y María Julia y Robert que tan solo salen de trabajar vienen al hospital. Yo, no me he despegado de aquí, estoy entre Sila y Fati, cuidándolas como un halcón, rogando que los tres salgamos de esto. 

⎯Bien Moríns, ¿listo? ⎯ me pregunta mi suegro mientras toma a su nieta con mucho cuidado. Fátima es tan pequeñita que cabe en sus manos. 

⎯Tengo miedo ⎯ confieso, al ver cómo él la carga. 

⎯Tranquilo, la tomarás y la pegarás sobre tu pecho, que sienta el contacto con la piel. 

Después de 48 horas pegado a la terapia intensiva, por fin puedo ver a mi hija. La tomo entre mis brazos y la pego a mi pecho ⎯ hola mi amor, hola mi corazón ⎯ le hablo. La mano de Fátima toma apenas uno de mis dedos y los aprieta con la poca fuerza que tiene. ⎯Aquí estoy mi amor, aquí estoy ⎯ le consuelo. 

David Canarias me sonríe y juro que no puedo creer que después de todo lo que pasó siga entero, si yo no he dormido en todo este tiempo no me puedo imaginar él. Su hija, su esposa y su hermana, las tres al mismo tiempo entraron al hospital y él, aquí está sin flaquear ni un segundo. 

⎯Dios, es tan pequeñita ⎯ le murmuro. 

⎯Lo es, pero es fuerte, como su madre y sus abuelas ⎯ me dice David. 

Él camina hacia la puerta ⎯no, no se vaya ⎯ le pido ⎯ me da miedo quedarme solo con ella, que tal si le pasa algo y yo… ⎯ y sin poderlo evitar comienzo a llorar. 

David me sonríe, ⎯ no me voy, le prometí a Sila y a mi mujer que no te dejaría solo, simplemente fui por una silla. 

Sigo sin poder dejar de llorar y David me limpia las lágrimas ⎯ eres un buen hombre Moríns ⎯ me consuela ⎯ verás como todo sale bien. 

⎯¿Cómo está la señora Luz? ⎯ pregunto, mientras acaricio con delicadeza la espada de mi nena. 

⎯Bien, dos costillas rotas, un hombro dislocado, cortes en la mano y bastantes morados pero bien ⎯ explica. 

Me quiero reír porque se me hace gracioso que después de todo lo que describió diga que esta bien ⎯ Si usted lo dice. 

⎯No lo digo yo, lo dijo ella. Cuando abrió los ojos y me vio, sonrío y me dijo “si crees que yo estoy mal, debes ver cómo los dejé a ellos” ⎯recita, para luego sonreír. ⎯Mi Luz patea traseros es genial… estoy orgulloso de ella, así como de mi Sila, ella le salvó la vida a su madre. 

⎯¿En serio? ⎯ pregunto. 

David asiente ⎯ sí, antes de desmayarse fue y le salvó la vida; le dio reanimación. Eso me dio mi hermana Ainhoa. 

⎯Y ella, ¿cómo está? ⎯ inquiero. 

⎯Asustada pero bien. Sale dentro de unas horas. ⎯ Explica. 

La mano de mi bebé me aprieta fuerte y yo con cariño le doy un beso sobre la frente. David acaricia su bracito y juro que vi una ligera sonrisa en su rostro o, tal vez, es lo que quiero creer. 

⎯Cuando Sila nació, ¿tenía miedo? ⎯ pregunto. 

⎯Mucho, mucho miedo. Ahora entiendo muchas cosas con respecto a la muerte de Yessenia, a lo que posiblemente estaba pasando y no dejo de pensar que mi hija pudo haber estado en peligro desde hace mucho tiempo. Sila no tenía todo esto cuando nació, éramos ella Luz y yo en una casita en medio de la nada. La veía tan delgada, tan débil y aún así tenía un llanto que cimbraba el lugar ⎯ recuerda y puedo ver el brillo en sus ojos. 

⎯¿Tiene miedo ahora? 

David asiente con la cabeza ⎯ claro que sí. Tres de las seis mujeres más importantes de mi vida estaban en peligro, sería de piedra si no lo tuviera. 

⎯Y, ¿cómo le hace para que no se le note?, para sobrellevar esto. 

⎯Lo hago con miedo ⎯ responde y me sonríe ⎯ rogándole a Dios que me ayude. 

⎯Pensé que no creía en Dios ⎯ hablo. 

David sonríe ⎯la ciencia ayuda pero esto que estamos presenciando, es un milagro ⎯ me responde ⎯ mi madre siempre dice que si no podemos confiar en nosotros mismos, debemos confiar en Dios. Eso es lo que hago, desde la primera vez que atendí a un niño hasta hace cuarenta y ocho horas que vi a mi nieta nacer ⎯ confiesa. 

Fátima se mueve levemente y yo vuelvo a sonreír. David tiene razón, nuestra bebé es un milagro no hay otra explicación. Por un momento nos quedamos en silencio, escucho el pip, pip del aparato que está conectado a ella y dónde puedo escuchar su corazón.  

⎯¿Sila se recuperará?, ¿despertará? ⎯ vuelvo a interrumpir el silencio. 

⎯Esperemos que sí. Mi hija es fuerte y sé que saldrá de esta, esperemos por otro milagro, por cierto ⎯ me dice y saca de su bata la pulsera de la mano de Fátima que le di a Sila hace mucho tiempo atrás ⎯ Sila, antes de entrar a quirófano me la dio y me dijo que te la diera, que se la dieras a la bebé.

David me la pone en la mano que tengo libre y sonrío ⎯ se la pondré junto con el rosario que le trajo mi mamá.

Él asiente y luego se recarga sobre la silla viendo a los otros bebés, a todos los que están en las mismas condiciones que mi hija y suspira ⎯ esperemos que Fátima traiga consigo siete milagros más, sería hermoso que todos los bebés de aquí se fueran con sus padres a casa. 

⎯Esperemos… ⎯ suspiro. Volteo a ver a mi hija y le doy un delicado beso sobre la cabeza ⎯ no te preocupes, mi nena, papá está aquí cuidándote y no se separará de ti; al igual que tu abuelo. 

Siento mi cuerpo cansado y tanto sueño que sé me puedo quedar dormido en este instante sin embargo, no lo hago porque sé que mi hija me necesita. Aún así, cierro los ojos y no dejo de repetir en mi mente: Que Sila despierte, que Sila viva, la necesito conmigo para criar a nuestra bebé. Y así, por primera vez en mucho tiempo pronuncio el nombre que había querido dejar atrás. Papá, te lo pido, si me estás escuchado te lo pido, intercede con Dios para que mi familia esté bien, te lo ruego, que Fátima sobreviva y que Sila… despierte.

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