Moríns
No recordaba lo geniales y largas que eran las fiestas de la familia de Sila, al grado de que esto terminó a las casi tres de la mañana, con Cho y conmigo tocando la guitarra mientras los otros miembros de la familia cantaban a todo pulmón las canciones que interpretábamos.
Estábamos felices, no solo porque nos habíamos librado de lo que Alexandre y Marie nos quisieron hacer, si no de que Cho y Sabina, por fin, se habían comprometido; ahora era mi turno de pedirle matrimonio a Sila.
Así, con un plan sencillo pero bien estructurado, hoy por la tarde le pediré a Sila Canarias que se casara conmigo, en frente de su familia como siempre debió ser y con la esperanza de que todo salga bien, muy bien.
Toda la familia estaba informada, tal como Cho le había hecho con Fátima Lafuente, así que todos tenían un papel siendo Sabina y Cho los principales del evento. Por lo que, al día siguiente tal como lo planee con los padres de Sila, ella se fue junto con sus hermanas, su madre, su abuela y mi pequeña de compras, mientras los demás guardaban el secreto y yo, me volvía loco de los nervios.
Tal cual pasé toda la mañana en casa de los abuelos maternos de Sila, practicando mi discurso y cerciorándome de que el tiempo fuera perfecto, cuando escucho como alguien toca la puerta de la casa y después de abrir entran Sabina y Cho, cargando dos ramos de rosas y lo que parece una bolsa de velas.
⎯¿Qué pasa? ⎯ pregunto de inmediato.
Cho baja la bolsa de velas y luego pone uno de los ramos de flores sobre el sofá. ⎯Esto pasa.
⎯El proveedor nos quedó mal con la cantidad de flores, así que nos pidió que le esperáramos para las tres de la tarde y le dijimos que si ⎯ habla Sabina.
⎯¡Qué!, ¡no!, claro que no, todo está planeado.
⎯Pues es la una de la tarde con treinta, y Sabina y yo tenemos hambre, así que iremos a comer, después posiblemente una siesta de unos treinta minutos, vamos de nuevo por las rosas, luego al lugar, lo llenamos de velas y así… ⎯ me explica Cho con calma.
⎯¿Y así? ⎯ le pregunto ⎯¿y así?
⎯Sí, ¿qué no te gusta nuestra idea? ⎯ me pregunta Sabina mientras ve su anillo de compromiso y sonríe.
⎯No, no me gusta, porque todo se supone que debe estar perfecto. Es una oportunidad enorme, Sila acaba de pasar por un mal rato, mi hija estará presente al igual que toda la familia y necesita ser perfecto en verdad perfecto… ⎯ hablo y cuando escucho mis palabras siento que estoy desesperado.
⎯Y saldrá perfecto, además, la familia nos dejó la vieja camioneta de mi abuelo, así que debemos dejar que descanse porque si no se puede calentar y apagar, me ha pasado, te lo juro ⎯ me explica ella.
Ambos se dan la vuelta para ir hacia la cocina, haciendo que yo reaccione de inmediato ⎯¿dónde van? ⎯ pregunto.
Cho voltea ⎯ creo que te dijimos el plan, vamos a comer algo, luego una siesta…
⎯No, no, tenemos que conseguir las rosas, yo pagué por todas esas rosas y tienen que estar ahora, justo en este momento.
⎯Moríns… tengo hambre ⎯ me dice Cho ⎯ mucha hambre, necesito comer.
⎯Y comerás algo pero, nada de siesta…⎯ y camino hacia la puerta y volteo a verlos, ⎯¿Qué no vienen?
Sabina y Cho se ven a los ojos y luego suspiran⎯ está bien, pero te lo advertimos⎯ me dice Sabina, para luego salir de ahí.
[…]
(Más tarde)
Se supone que el lugar donde encargué las rosas era uno muy conocido por Manuel, ya que él las mandó a pedir ahí cuando le pidió matrimonio a Ainhoa hace tiempo atrás. Sin embargo, por una extraña razón que ahora no comprendo, las rosas se han terminado y las que yo pagué se redujeron a unos veinte ramos más con los que según Sabina vamos a improvisar.
⎯Pagué muchos euros por estos ramos, ¿saben?, son como diez mil pesos⎯ les reclamo.
⎯Suena a mucho, yo por eso me fui por lo sencillo ⎯ me dice Cho, quien viene manejando tranquilo.
Sabina viene atrás acomodada en el asiento dormitando. Supongo que aún no se recupera de la fiesta de ayer. ⎯ Solo espero que lleguemos a tiempo para adornar todo…
⎯Espero⎯ responde Cho. De pronto la velocidad del auto comienza a bajar y Cho empieza a golpear un poco la puerta ⎯¡Ay no!
⎯¡No!, ¿qué pasa?⎯ pregunto al ver que el auto se para.
Cho trata de arrancar el auto pero esté se ahoga cada vez que trata ⎯ mierda.
⎯¿Mierda qué?⎯ inquiero.
⎯Le pasó lo de la otra vez⎯ le dice a Sabina, quien ya está atenta de lo que sucede.
⎯Mierda…⎯ responde.
⎯¿Mierda qué?⎯ insisto, porque me desespera que nadie me diga nada.
⎯Pues que… al parecer aquí nos vamos a quedar un buen rato⎯ comenta Cho, para después dejar de insistir a que el auto encienda.
Veo por la ventana y me doy cuenta que estamos justo en una carretera, con una vista increíble hacia el mar y con un viento fresco entrando por la ventana. Sin embargo, al ver el reloj me doy cuenta de que no llegaré para la puesta del sol y que Sila estará esperándome en el lugar donde sus padres la llevarán para que yo le pida matrimonio… no puedo creer que esto va a pasar.
Así, que abro la puerta y me bajo del auto⎯¿qué haces? ⎯ pregunta Cho.
Camino hacia a la cajuela y la abro para comenzar a sacar los otros ramos de rosas ⎯ tengo que llegar, es la pedida de mano perfecta que hemos planeado por semanas, así que iré, aunque no le llene toda el área de rosas.
Cho se baja conmigo⎯¿estás loco?, ese lugar queda a treinta minutos de aquí en auto, caminando, llegarás en horas, créeme.
⎯Lo sé, pero voy a intentarlo, tengo que intentarlo⎯ le aviso, tomando más de las rosas que hay en el lugar.
Sabina se baja del auto y le da una mirada a Cho que me hace sentir demente. Sé que tal vez estoy exagerando pero no me gustaría que esta oportunidad se perdiera.
⎯Moríns, mira, podemos hablarle al de la grúa para que venga o a mi papá o incluso a Héctor y mi tío Manuel, están más cerca, se fueron con Jon y Jo a una playa cercana, estará aquí en un hora.
⎯¡Una hora!⎯ expreso⎯ no, no creo. Falta una hora para que sean las seis y al menos tengo que llegar⎯ hablo, y de pronto me percato de lo que estoy diciendo.
Cho y Sabina también lo hacen y se ríen, al parecer si estoy exagerando⎯ mira compadre⎯ me dice él y me da una palmada sobre la espalda⎯ le hablaremos a Héctor que es el que está más cerca y luego hablaremos con el resto de la familia para decirle que esto se ha retrasado, ¿ok?, tal vez no sea a la puesta del sol pero, ¿qué tal a la luz de las estrellas? ⎯ me sugiere.
Volteo a ver hacia el horizonte y veo que la puesta del sol está por llegar. Quería que fuera justo en ese momento, ya que Sila y yo solíamos sentarnos a verlo en su casa en Puerto Vallarta.⎯ Supongo que puede ser.
⎯Mira, tenemos antorchas en la casa de mi abuela Fátima, podemos ir por ellas, encenderlas y poner las velas… decoramos la casa con las rosas… ¿te parece?⎯ me sugiere Sabina de inmediato.
Suspiro⎯ bien, entonces hagámoslo.
Cho va hacia la camioneta y Sabina se acerca para darme un abrazo⎯ lo siento de verdad Moríns, pero tú más que nadie saben que las cosas a veces no salen como planeamos.
⎯Quería que fuera especial, que borrara todo lo malo que pasamos, algo que le contaremos a Fátima cuándo crezca.
⎯Seguro esto también se lo contarás⎯ me consuela.
⎯Mujer⎯ interrumpe Cho⎯ no hay señal, así que creo que debemos bajar a la playa a ver si hay un poco.
Meto mi mano para sacar mi celular y me percato que no tiene batería, ¿cómo es que todo me está saliendo mal?
⎯Vale, bajemos… creo que hay un sendero por ahí⎯ responde Sabina.
Cho cierra la camioneta, luego mete las flores en la cajuela y la cierra ⎯ ¿Y, no se robarán la camioneta?
Sabina ríe ⎯ no, es tan vieja que nos comprarán una nueva. Mi abuelo Tristán la compró hace mucho y casi no se usa, no la hemos querido vender, demasiados recuerdos. Tranquilo, solo empecemos a bajar, ¿sí?, entre más rápido lleguemos a la playa, mejor.
Entonces los tres comenzamos a caminar por un sendero que hay en la orilla de la carretera. Lo hacemos con cuidado para no resbalarnos y caer rodando hasta la arena que hay en el fondo. A lo lejos se puede escuchar el precioso movimiento de las olas, se siente la brisa del mar y juro que puedo oler el agua salada.
⎯¿Me cargas?⎯ pregunta Sabina a Cho.Él se agacha y Sabina salta sobre su espalda para que él la cargue y comiencen a caminar hacia abajo⎯¡venga!, más rápido…⎯ habla Sabina.
Cho comienza a caminar sendero abajo cada vez mas rápido hasta que los pierdo de vista ⎯¡Ey!, ¡Esperen! ⎯ les grito⎯ pero ellos ya no me responden. No sé si me estoy volviendo más amargado o la situación me ha hecho así, que hoy no soporto a Sabina y a Cho, supongo que el compromiso los hizo más melosos.
Dios, espero que se casen pronto, pienso.
Así, sigo caminando hacia abajo, cuando de pronto veo que en el sendero hay pétalos de rosa dispersos por el camino, ¿trajimos las rosas?, hablo para mis adentros, hasta que poco a poco veo que hay velas alumbrando el sendero. Al llegar a la playa, veo que las velas continúan formando un camino hacia una manta de color rojo; llego y me pongo de pie ahí. El sol está a punto de meterse, se pueden ver esos colores rojos y naranjas y juro que lo enojado que me sentía desaparece.
⎯Voltea⎯ escucho la voz de Sila y al hacerlo la veo apoyada en una sola rodilla y con una caja pequeña con un anillo negro con el borde dorado. Al ver la escena sonrío.
⎯¿Qué demonios? ⎯ murmuro emocionado, mientras mis pupilas se cruzan con las suyas.