Théa

“Vas a ser mía, Théa, mía”. 

“¡NO!, ¡no!” 

“¡Jamás escaparás de mí!, eres mi recompensa, mi recompensa, ¡Théa!, ¡oíste!”

“Théa, Théa, Théa” 

Escucho mi nombre a lo lejos, mientras siento el cuerpo de Chez encima de mí. 

—¡No!, ¡no!, ¡NO! — grito, despertándome de la pesadilla, dando un salto en la cama y sintiendo mi corazón desbocarse. 

—¡Théa!, tranquila, mi vida —Escucho la voz de Pablo en la habitación. 

Sé que está cerca, pero no lo veo, mi mirada aún está perdida, enfocándose en la pared, justo donde está un cuadro de una virgen. La cabeza me late con fuerza, me siento empapada en sudor, y la boca está completamente seca. 

—¿Théa? —escucho la voz de Pablo. 

Volteo y noto su rostro cerca del mío. 

—Tuviste una pesadilla. Llevo minutos tratando de despertarte. 

Pablo durmió conmigo. Cuando todos estaban dormidos, bajó a mi piso y tocó la puerta. Yo le abrí de inmediato, y ambos nos acostamos juntos en la cama. Me alegra ver su rostro después de una pesadilla. 

—¿Te encuentras mejor? —inquiere, mientras me pasa un vaso con agua. 

Lo tomo con las manos temblorosas, así que él me ayuda para que el agua no se riegue sobre la cama. Tomo un sorbo, el agua fría recorre mi garganta seca y me hace sentir mejor. Mi corazón ya está más tranquilo, y el dolor de cabeza ha bajado. 

—Tienes pesadillas muy fuertes, Théa. Creo que estaría bien que fueras a un psicólogo —me sugiere. 

Asiento con la cabeza. Claro que tengo que ir a uno, y a un doctor y a muchos otros especialistas, pero solo el hecho de pensar que mi familia podría enterarse, me quita las ganas. 

Pablo me sonríe. Puedo ver su dentadura perfecta, brillando como el sol. Estoy tan agitada que no he notado su sexy pecho descubierto. Su abdomen y brazos marcados. Me sonrojo. 

—Al parecer ya estás mejor —me comenta. 

Me muerdo el labio. 

—Lo estoy… 

—Entonces dame un beso —me sugiere. 

El sol apenas comienza a filtrarse a través de las cortinas entreabiertas de la habitación, cuando nuestros labios se encuentran en un beso que hace que todo mejore. Sin dudarlo, me acerco a Pablo, sintiendo la calidez de su presencia, envolviéndome en un abrazo reconfortante. 

Nuestros labios se encuentran en un gesto tierno y familiar, como si estuvieran destinados a encontrarse en cada amanecer. El beso es suave y gentil. Puedo sentir la ternura en cada roce de sus labios contra los míos, como si estuviera transmitiendo un mensaje silencioso de amor. 

Nos separamos y nuestras miradas se encuentran en un intercambio silencioso de emociones. Por un breve instante, todos mis problemas se olvidaron. Sin embargo, al escuchar el móvil de Pablo vibrar y el nombre de Pilar reflejado, sospecho que algo ha pasado. 

—Te llama Pilar. 

—Lo sé —contesta Pablo, mientras busca mis labios de nuevo. 

Puedo sentir esa energía sexual que despide. Sé que Pablo quiere algo más conmigo, y que se está aguantando debido a mi situación, solo que no puede evitarlo. Yo también lo deseo, pero no sé si estoy preparada. 

—Contesta. 

—Puedo hacerlo luego… 

—Pablo —insisto. 

Él desiste de besarme, y voltea hacia la mesita de noche para tomar el móvil y responder. 

—Pilar, más vale que sea importante. —Se queda unos momentos en silencio y luego me da el dispositivo—. Es Cairo, es para ti. 

—¿Para mí? —pregunto, pero no me sorprende, tenía el presentimiento de que eso pasaría. Tomo el móvil y lo pongo en altavoz—. Dime, Cairo. 

—¡Señora Théa!, no tiene idea lo que he sufrido por localizarla. 

—Lo siento, no tengo número en México y… 

—Sus hermanas, Atenea y Cassandra han averiguado dónde se encuentran. 

—¿Qué? —pregunto, ahora si sorprendida—. ¿Cómo que averiguado? 

—Sí. No sé cómo lo hicieron, pero yo le recomiendo que tire el chip de su móvil por si las dudas. 

Pablo, al escuchar eso, toma mi móvil de la bolsa, saca el chip y lo rompe. Sé que puede verse muy exagerado, pero Chez en verdad es un peligro. 

—Espera un momento —le digo. 

Me levanto de la cama y comienzo a vestirme. Me pongo unas bermudas y una playera de tirantes y, así descalza, salgo de la habitación. Pablo me sigue, se ha puesto una playera también.  Ambos salimos del piso y subimos las escaleras. 

—¿Cómo lo supieron? —pregunto. 

—No lo sé. Literal me acabo de entrar hace una hora y he salido disparado a decirle. Escuché a Atenea decírselo a alguien por teléfono.

—Dios —murmuro, al saber lo que eso puede provocar. 

Tanto Pablo como yo llegamos al piso de Lila y Antonio, y él abre la puerta con la llave. El sol me da directo a las pupilas, lo que provoca que cierre los ojos. Cuando logro adaptarme, veo a David Canarias arrullando a Mena y la puerta de la habitación cerrada. 

—Buenos días, Théa —me dice, con una sonrisa. Su esposa está en la cocina haciendo café. 

—Buenos días —respondo, y camino hacia la puerta de la habitación para tocar la puerta tres veces. Antonio la abre al instante y al ver mi mirada, sabe que algo está pasando. 

—¿Qué? 

—Antonio está conmigo —hablo al móvil. 

—¡Señor!, me alegra que me responda. Le decía a la señora Théa que los Karaginnis ya están allá. 

—¡Qué!

—Sí, averiguaron donde se encuentran. No sé si ya los encontraron o cuál es su plan, solo les llamo para advertirles. 

—Gracias. 

—Tengan cuidado, Karagiannis va con Cassandra, están furiosos. 

—Lo tendré. 

Antonio termina la llamada y me ve a los ojos. Sabe que estamos en problemas. 

—Fue Chez —hablo, rompiendo el silencio—. Fue Chez, él me sigue a todas partes. Él sabe dónde estoy. 

—Sí, es posible que te hayan seguido, es todo lo que se me ocurre. 

Antonio voltea a David Canarias. 

—¿Hay cámaras en el edificio? 

—Sí. 

—¿Se pueden ver desde aquí? 

—No, deben bajar al piso de Maggy, ella es la administradora. 

Lila sale por la puerta, y al ver nuestros rostros, sabe que estamos en peligro. 

—¿Qué pasa? 

—Los Karagiannis, ellos están acá. Han venido por Antonio y Théa. 

—¡Dios! —expresa, y ve a su hija, quien duerme en los brazos de David. 

—Tenemos que hacer algo… 

—¿Cómo qué? —inquiere, Pablo—. No sabemos ni dónde están y si son peligrosos ya estamos en problemas, ¿no crees? 

—Tenemos que huir. 

—¿Huir? —inquiere David Canarias—.¿De mi propio piso?, ¿mi propio edificio? No lo veo lógico. 

—Es que si encuentran a Mena, no sé qué pasaría. No quiero que sepan que tengo una hija; necesito protegerla. La única opción que veo es irnos hasta que todo esté seguro. 

—¿Irnos a dónde? —pregunta David Tristán, que está sentado en el sofá de la sala—. ¿Irnos a dar una vuelta por el centro, en plena primavera, con este calor y una niña que no llega ni a los diez días de nacida? 

Sé que suena fuerte, pero, él tiene razón, no hay forma de salir sin que Mena esté expuesta. 

—Entonces no los dejaremos entrar —habla Antonio. 

—Espera, ¿ya estás seguro de que saben dónde estás? —pregunta Luz. 

Ambos negamos con la cabeza. 

—¿Por qué no le llamas a tu suegro y le preguntas dónde está? Dile que quieres hablar con él mediante videollamada por un asunto del trabajo. Te revelará la ubicación y así sabrás si viene a la ciudad de México. 

Todos nos quedamos en silencio. Puedo ver la mirada de David Canarias, lleno de orgullo y con una sonrisa contesta: 

—Fácil. 

—Y ¿si ya llegaron? —pregunto. 

—Bueno… les dicen que están en un hotel en la ciudad de México, lo llevan allá y listo. Si están en otro lugar, tienen ventaja para irse de aquí. 

—¿Irnos? —pregunta Antonio. 

—Así es… los están buscando a ambos, a nosotros no. Si los encuentran aquí, encontrarán a Mena. Deben irse. En cualquiera de los dos casos —habla, David, en un tono de seriedad. 

Antonio ve a Lila. Sabe que lo que dice su padre es la verdad. Nosotros somos el problema, y si este se va, ellos están a salvo. 

—Mi hija acaba de nacer. No estoy dispuesto a dejarla tan pequeña. 

—No la abandonarás. Simplemente, la mantendrás a salvo, y nosotros también lo estaremos. —Me uno a la petición de David. 

Lila asiente con la cabeza. 

—Aunque no puedes pasar toda la vida huyendo, Antonio. Si lo haces, jamás podrás ser feliz con Lila, ni con tu hija. —Finaliza David. 

—Antonio —dice, Lila con un murmullo—. Haz la llamada. 

Él suspira. Toma su móvil que está sobre la mesa de la cocina y hace la llamada. Puedo escuchar los tonos de llamado. Siento que el corazón está por salirse de mi pecho, pero los brazos de Pablo me tranquilizan. 

—¿Karagiannis?, sí, soy Antonio. —Comienza la conversación—. Te llamo para saber si podemos hacer una videollamada, es sobre algo del trabajo. 

El silencio es total. Todos agradecemos que Mena esté profundamente dormida y no llorando. 

—¿Dónde? —inquiere.

Antonio le da una mirada a David Tristán y él va hacia el balcón. Su rostro lo dice todo. Están aquí. 

15 Responses

  1. Queeee????? Será q los rastrearon por el celular?? Pero menos mal ya esta juntos y asi puedan armar algo de excusa. Porq donde Antonio siga ahi y Thea en Madrid ahi si como se hace. Gracias a Dios y ahora a rezar que no descubran a mena todavia. 🙏🙏🙏🙏

  2. Oh No…..problemas a la vista…ojalá no pase nada malo…y David pueda defender a Lila y a Mena de esos locos ….

  3. Este es el momento donde la lectora se desmaya y la escritora ni se entera jajaja

  4. Malditos…no viven ni dejan vivir…deberían exterminarlos…no entiendo estaban fundidos y van y vienen de un continente a otro?? Un franco tirador para el Chez 🤬🤬

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