Karl 

Al parecer, ambas familias han vivido momentos bastante emotivos. Al volver a casa, a la 1 de la madrugada, las luces aún están encendidas y las puertas de la terraza permanecen abiertas. Los calentadores exteriores brillan con su luz cálida y puedo percibir una suave melodía que se desliza desde el exterior.

Al entrar a la cocina, encuentro las luces encendidas. Luz y Ainhoa están conversando en voz baja, como si no quisieran ser escuchadas. No veo a nadie más despierto de la familia, lo que me hace suponer que muchos se han retirado a descansar.

Cruzando la sala y saliendo por las puertas hacia el jardín, el aire frío me golpea en el rostro, despertándome un poco del sopor causado por el vino que aún corre por mis venas. Al fondo, vislumbro los calentadores y parte de la familia reunida alrededor de una fogata, cómodamente instalados en los sofás. Moríns, Daniel, Lila, Antonio y Alegra comparten anécdotas y risas.

Al notar mi llegada, me reciben con alegría y me invitan a unirme a ellos. Mi mirada se cruza con la de Antonio y por un instante nos reconocemos. No lo he visto desde la última vez que me encontré con su esposa Théa en la boda de su cuñada, el mismo día en que descubrí que su familia había falsificado mi firma en los informes. 

—¡Y ha llegado Karlangas! —grita Moríns, mientras brinda con una cerveza. 

—Buenas noches —contesto, sentándome al lado de Alegra, y dándole un beso sobre los labios. 

—¿Una cerveza? —me pregunta Moríns. 

—No sé si la combinación con el vino sea la apropiada. 

—La cerveza es apropiada para todo —me anima. 

Tomo la cerveza y él espera a que brinde. 

—Salud, Karlangas. 

—Salud —repito, y ambos chocamos levemente nuestras botellas. 

Siento la mirada de Antonio sobre mí, pero, la ignoro. 

—¿De qué estaban hablando? —pregunto. 

—Recuerdos de la infancia en Ibiza —contesta mi mujer—. De todo lo que pasamos aquí y de que poco a poco hemos dejado de venir. 

—Y de las fiestas que teníamos acá —agrega, Daniel—. Aquí fue la primera vez que David, Alegra y yo salimos a un club. 

—Y, ¿cómo les fue? —pregunta Moríns. 

—Un desastre. Pero aprendimos muchas cosas esa noche. 

—¿Qué? 

—No sueltes tu bebida —agrega Alegra. 

Los demás se quedan en silencio, porque supone que ya saben un poco lo que pasó. Supongo que al final todo salió bien porque los tres siguieron saliendo. 

—Bueno, Karlangas… ¿Cómo están tus hermanos? 

—Bien. Mi hermana gemela está embarazada. 

—¿De verdad? —expresa Alegra feliz—. Espero que sean gemelos. 

—No, solo es una bebé. Están muy emocionados Hanna y Freud. 

—¿Espera?, ¿tu cuñado se llama Freud y es psicoanalista? —pregunta Sila, entre risas. 

Asiento con la cabeza. 

—Y, ¿le gusta que siempre le digan eso? 

—No lo sé, pero, se lo puedes preguntar mañana que venga a comer. Por cierto, mi padre también vendrá. 

—¿El embajador? —inquiere Lila. 

—Así es… resulta que vino a verme a Ibiza, quería darme la gran noticia de que será padre antes de la boda. 

—¡QUÉ! —expresan todos, menos Antonio, que no tiene idea de lo que está sucediendo. 

—¿Tu padre será papá con tu ex? —pregunta Alegra. 

—¿QUÉ? —expresa Moríns—. ¿Escuché bien?, ¿tu padre será padre con tu ex? 

—Como lo escuchas. Resulta que la ex prometida de Karl se enamoró del padre de Karl. Se casarán en París en unos días y resulta que el niño viene integrado. 

—Se llamará Kun, como mi padre. 

—¡Guau!, no cabe duda que esos programas que veía por la televisión en Puerto Vallarta tenían razón. Hasta en las mejores familias. 

—Si pensaste que la vida del embajador eran todo cenas y viajes, te equivocas. Es en verdad aburrida, así que buscan diversión por otras partes. 

—Y tú, ¿buscabas diversión por otras partes? —pregunta, Alegra, usando ese tono sexy que tanto me gusta. 

Le cierro un ojo. 

—Nunca fue tan divertido hasta que te encontré a ti —respondo, para darle un beso sobre los labios. 

—¡Ey, ey, ey! —expresa Moríns—. Todos relajados que de aquí salen otros gemelos y, para qué quieres. 

Alegra se ríe, y deja de besarme. 

—Entonces, ¿mañana nos visita el embajador? —habla Daniel. 

—Pues, lo iba a comentar apenas. Sé que no es un buen momento, ya saben, por lo de la señora Lafuente. Pero si es bienvenido, sí. 

—¿Y vendrá con tu ex? 

—No, ella está en París. Solo vendría mi padre. 

—¿Sabes lo que eso significa? —dice Sila—. Que mi Tía Ainhoa se sentirá honrada. 

—¡Uffff! Sacará la mejor vajilla de la casa. Esa antigua, pintada a mano —bromea Lila. 

—Sacará sus mejores ropas… 

—¡Ey!, no se burlen de mi madre. Saben que ella sabe la etiqueta para recibir a un embajador. —La defiende Daniel. 

—Así que es un sí —hablo. 

—Lo es. Mi abuela Fátima nos exigió que disfrutemos las fiestas, aunque es bastante triste saber que esta será la última Navidad con ella. 

De nuevo el ambiente se torna triste y melancólico. Abrazo a Alegra. Yo no estoy acostumbrado a esto, a la melancolía del momento. Mi familia es un poco más fría y las muertes son más serias que sentimentales. Cuando murió mi abuelo, parecía más un entierro de estado que familiar. 

—Tu familia será bienvenida —habla Sila. 

—Bueno, entonces está hecho. El embajador Johansson se unirá a la familia —habla Moríns. 

—Unir, no lo creo. Mi padre es mucho más serio que nuestro suegro… así que no esperes que sea la alegría de la fiesta —les advierto. 

—Nuestro suegro… —repite Moríns, pensé que jamás encontraría a alguien que llamará así a David Canarias. 

—Oye, y ¿qué pasó conmigo? —Inquiere, Antonio, que ha estado bastante callado todo este tiempo. 

—Tranquilo güero, no te pongas celoso. Sé que todos quieren ser con cuños de Moríns —bromea, y todos nos reímos. 

Las carcajadas terminan cuando recordamos el porqué estamos reunidos aquí.

—Prometamos que no dejaremos de venir… —dice Lila—. Al menos, a pasar el verano. Nuestros hijos necesitan el mar para ser felices, como lo fuimos nosotros. 

Todos asentimos con la cabeza. 

—Lo prometemos —decimos entre todos, cerrando un pacto que estamos seguros, cumpliremos sin fallar. 

****

-Al día siguiente – 

Debo admitir que estoy algo nervioso por lo que está a punto de suceder, porque no estoy acostumbrado a este tipo de situaciones. Además, cabe destacar que mi madre fue algo grosera con la familia de Alegra y arruinó en cierta manera a David Canarias. Así que los antecedentes no son muy buenos. 

Así, mientras arreglo a mi hijo David para que salga a la sala dónde ya espera el resto de la familia, no puedo dejar de preguntarme si esto es lo correcto y si no era mejor decirle a mi padre que conociera a los Canarias en una ocasión con menos concurrencia, como en un restaurante o algo. 

—¿Qué piensas? —me pregunta Alegra, mientras se acerca con Maël entre sus brazos. 

A Alegre le encanta vestir a nuestros hijos iguales, así que ambos usan hoy unos pantalones de pana color negro y una camisa blanca, muy elegante. Arriba ellos visten un suéter tejido, hecho por la abuela Luz, a combinación. 

—Nada. 

—Vamos, Karl. 

Suspiro. 

—Confieso que estoy nervioso. No sé si sea buena idea que mi familia se junte con la tuya. 

—¿Por qué no? 

—Bueno. Es que son dos polos opuestos. Mi familia es seria, fría, a veces puede llegar a ser medio antipática. 

—Pues, yo no los vi así —responde ella. 

—Pero lo son. Y tu familia es… 

—¿Escandalosa, chismosa, graciosa y a veces imprudente? —Termina mi frase. 

—Yo iba a decir alegre, pero los otros adjetivos también encajan.

Alegra se acerca a mí y me da un beso sobre los labios. 

—Tranquilo. Así como nos ves, sabemos comportarnos, hasta Moríns. 

—Moríns no me preocupa. 

—¡Guau!, eres la primera persona que lo dice —bromea, y ambos nos reímos. Alegra, acaricia mi mejilla—. Todo estará bien, amor. Verás que se llevarán bien. Y, al final del día, será una bonita anécdota. 

Dos golpes en la puerta nos interrumpen, después la voz de David Tristán se escucha apagada al otro lado. 

—Ya están aquí —nos anuncia. 

Suspiro. 

—Vamos, Johansson. ¿Le tienes miedo a esto y no a ser descubierto en una clínica clandestina? —me pregunta. 

—También le tengo miedo a eso. La diferencia es que puedo controlar lo de la clínica, lo que haga mi familia, no. 

Alegra se sonríe. 

—Vamos, llévate a Davide, yo salgo con Maël. 

El niño se ríe cuándo su madre lo carga y lo lleva entre sus brazos. Los dos salimos con su respectivo gemelo y bajamos las escaleras. Podemos ver que toda la familia está en el recibidor, y que la tía Ainhoa a convertido la casa de David Canarias, en una recepción digna de un embajador. 

—Te portas bien, Moríns —le advierte Sila. 

—Siempre me porto bien… bueno, no siempre… —contesta bajito, haciendo a Sila sonrojar. 

—¡Basta!

—Sí, basta —pide David Tristán—. Después de estas vacaciones tendré que ir al psicólogo del trauma que me dejarán por todo lo que he escuchado. 

—Tranquilo, cuñado. Ni que fueras santo.

David le guiñe un ojo. 

Las puertas se deslizan suavemente hacia los lados, revelando la figura de mi padre mientras entra en la habitación. Tiene un aspecto relajado, con dos botellas de vino sujetas firmemente en cada mano, y abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme. Ha dejado atrás su apariencia formal de embajador; ahora parece más un vacacionista despreocupado. Supongo que la nueva dosis de juventud que se ha permitido le sienta bien.

—¡Buenas tardes, los legendarios Canarias! —expresa con alegría, para luego acercarse a David y abrazarlo con fuerza. David Canarias voltea a verme y yo encojo los hombros—. Los rumores son verdad. 

—¿Rumores? —pregunta David, bastante alarmado.

—De lo alto que eres, y también lo talentoso, pero más sobre lo alto que eres.

—¿Ese es el único rumor? —pregunta, sin poderla creer. 

—Sí, y que eres talentoso. —Después voltea a ver a mi suegra, y le ofrece la mano—. Y tu bella esposa, la hermosa Luz Ruíz de Con. Ya veo porque mi exmujer te tenía envidia. 

—¿Me tenía envidia? —pregunta, Luz, para luego sonreír triunfante.  

—Y la bella, Sila. David, esta mujer es una joya: bella, inteligente, y muy amable. 

—Gracias… —contesta David, dudando un poco de lo que está pasando.

—Él es mi esposo, señor embajador, Francisco Moríns.  

—¡Afortunado muchacho! —habla, abrazándolo con fuerza—. Esta mujer es una joya, cuídala. 

—¿Viene ebrio? —pregunta Alegra en mi oído. 

—No lo sé —contesto. 

—¡Alegra! —le dice a Lila. 

—No padre, ella es Lila, la gemela de Alegra. 

Mi padre se queda en silencio, no sabe qué decir. Al parecer, omitir detalles si tiene importancia ahora. 

—Lila Canarias —contesta mi cuñada. 

—Heredaron la belleza de su madre… —habla mi padre. Después dirige su mirada hacia nosotros.— Alegra… la mujer que le ha dado a mi hijo todo. Es un gusto verte de nuevo. —Su mirada se posa en Maël—. Es como ver a Karl de pequeño —habla conmovido. 

—Él es Maël, papá, y él es Davide. 

Mi padre sonríe cálidamente y realiza un gesto que nunca había presenciado: se acerca a Davide y le da un beso suave en la frente. Mis hermanos y yo nos sorprendemos ante este acto inusual en nuestra familia, pero nos llena de agrado. Me hace reflexionar sobre cómo uno nunca termina de conocer completamente a sus padres, y cómo la llegada de los nietos puede transformarlos y hacerlos mejores personas.

Davide sonríe. Cuando trata de acercarse a Maël, él se aleja. 

—Lo siento, Maël no es muy social. 

—No pasa nada. Todos los bebés crecen y se desarrollan a su paso. Me tiene que coger confianza. Entre más lo visite más se desarrollará. 

Alegra sonríe. 

Mi padre se dirige primero hacia Ainhoa y Manuel, intercambiando abrazos y saludos con ellos antes de hacer lo mismo con el resto de la familia. Observo cómo mis hermanos se acercan a David y Luz, presentando a sus parejas mientras comparten sonrisas y saludos. 

Ainhoa toma la iniciativa y nos invita a pasar al salón. Aunque estamos en la casa de David, ella asume el papel de anfitriona y Luz parece cederle por completo el control, demostrando su confianza y la experiencia que tiene en estos casos. Nos dirigimos todos hacia el salón, donde la música comienza a sonar y las bebidas empiezan a circular.

Los niños corren hacia el jardín para disfrutar de los juegos y la libertad que ofrece el espacio al aire libre. Mis hermanos entablan conversaciones animadas con los hermanos y primos de Alegra, compartiendo risas y anécdotas como si se conocieran de toda la vida.

Mientras tanto, mi padre se encuentra inmerso en una amena charla con David Canarias. Desde mi posición, puedo ver cómo intercambian bromas y se ríen, demostrando una conexión que parece haberse fortalecido desde su llegada.

Miro a mi padre con una mezcla de asombro y desconcierto. Esta nueva versión de él, tan relajada y feliz, parece ajena a la imagen que tengo grabada en mi mente desde mi infancia. Durante aquellos años, su presencia en casa era más bien esporádica, limitada a las cenas familiares y a los viajes en avión que realizábamos juntos. Nunca fue el padre que participaba en nuestros juegos, que nos animaba en nuestros logros escolares o que compartía momentos especiales con nosotros.

Ahora, al verlo interactuar con Davide y ofrecerle un gesto de cariño tan inusual en nuestra familia, me doy cuenta de lo mucho que ha cambiado. Es como si el divorcio de mi madre, su nueva pareja y los nietos hubieran desbloqueado una faceta de él que antes permanecía oculta. Es un cambio sorprendente y, de alguna manera, reconfortante. Supongo que esta nueva versión está completamente mejorada. 

—¡Oficialmente, los Canarias nos han dado la bienvenida oficial a la familia! —expresa mi padre a lo lejos, brindando con mi suegro, Manuel y Moríns. Después, alza la copa y brinda conmigo. Yo alzo la mía también. 

—Al parecer, ya somos oficialmente Canarias. —Escucho la voz de mi hermana Hanna—. Bueno, tú más Canarias no puedes ser. 

—Lo sé… —le respondo y la invito a sentarse cerca de mí. 

—¿Todo bien? —me pregunta 

—Sí, todo bien… ¿Tú cómo te encuentras? —le devuelvo la pregunta, notando la palidez en su rostro.

—Con un poco de náuseas, pero nada de qué preocuparse —responde, tratando de restarle importancia a su malestar.

Ambos dirigimos la mirada hacia nuestro padre, quien ahora está brindando con David y Manuel Ruiz de Con. 

—Es raro verlo así, ¿no? 

—Mucho. 

—Sin firmar acuerdos, vestido de traje, bebiendo champán. Ahora se vieste de ropa casual, parece que rejuveneció y bebe tequila. ¡Dios!, de pronto me entró una gran envidia por el pequeño Kun —confiesa. 

Volteo y pongo mi mano sobre su vientre. 

—No deberías. Tú puedes ser la madre que mamá nunca fue y estoy seguro de que Freud será mejor padre que nuestro padre. 

—Lo sé. Pero, ponte a pensar en todo lo que nos hizo falta por la vida que llevamos. Ahora el pequeño Kun toma al padre retirado, con dinero y al parecer relajado, sin decir que estará presente siempre. No creo que a él le exija entrar a cierta escuela o comportarse en la recepción de la reina de los Países Bajos. Sé que va en contra de todo lo que estudié, eso de sentir envidia, pero en serio lo hago. 

—Supongo que el pequeño Kun tendrá una versión mejorada de papá. Pero también creo, que esa versión nos tocará a nosotros, ahora con nuestros hijos. Hay padres que nacen para ser mejores abuelos. 

—Dios… ¡tanto que sanar! —expresa ella—. Bueno, tú te ves muy bien de padre, creo que la familia de tu novia te hace bien. 

—Así es. Jamás había estado tan feliz. 

—Te felicito —expresa, y luego me abraza con ternura—. Bueno, ya pasé tiempo de calidad, ahora iré al baño.

Ayudo a mi hermana a ponerse de pie. La tomo del brazo y yo mismo la llevo al baño. Ambos caminamos por el recibidor, y cuando llegamos al pasillo, Freud nos alcanza. 

—Yo ya llevo, mejor ve con Alegra, te anda buscando afuera. 

—¿Seguro? 

—Sí, seguro. 

Después de dejar a mi hermana con Freud, atravieso el recibidor para entrar al salón que da al jardín. La niñera se encuentra vigilando a los pequeños, así que los demás disfrutan de la fiesta en el jardín. Estoy a punto de atravesar el umbral cuando, de pronto, Antonio de Marruecos me interrumpe el paso.

—¿Podemos hablar? —me pregunta. 

—No —digo contundente. 

—Por favor. 

Él insiste tanto que me obligo a decir que sí. Bajo la atenta mirada de Lila y Alegra, nos alejamos a un lugar solitario del jardín y nos miramos de frente. 

—Dime. 

—¿Por qué tan frío conmigo? —inquiere. 

—¿Disculpa? 

—Desde que llegaste no me hablas. Ni siquiera me diriges la palabra. 

—¿Por qué debería hacerlo? —pregunto, de inmediato. 

—Bueno, porque en primera es educación. Y en segunda, tú eres el novio de Alegra, yo de Lila, se supone que debemos llevarnos bien. 

—¿Debemos? —inquiero, bastante sorprendido. 

—Sí. Además de que ya nos conocemos de antes, Karl. 

—Sí, claro, ¿nos conocemos antes o después de que me amenazaste?

Los ojos de Antonio se abren llenos de sorpresa, pero esta vez no le voy a creer. 

—¿Amenazarte? —escucho la voz de Alegra, y ambos volteamos a verla. No solo es ella, sino que Lila también está ahí, con el mismo rostro que su hermana. Uno de total sorpresa. 

9 Responses

  1. Es mejor que tengan ya esa conversacion y antonio sepa q falsificaron la firma de karl y empiece a investigar q fue lo q en verdad paso

  2. Amenazar???? Qué, cuándo, dónde???
    No será que es una treta de las hermanas de Antonio o de los kakakarigianis???

  3. Hay personas que nacen para ser mejores abuelos que padres sin dudas, y hay personas que merecen una segunda oportunidad.
    Nadie sabe con la sed que el otro vive.

  4. Karl al hablar va aclarar muchas cosas y descubrirá a su hermana, que es la que planeó todo, hasta la muerte de lanotra hermana.
    Que buena la nueva actitud del embajador, palabras sabias, algunos padres son mejores abuelos que padres.
    Anita, tengo pregunta, Maêl tiene la misma condición que Karl?

  5. Algo anda mal y tiene que ver con los karadecaca estas gentes no conocen limites esa conversación sera interesante.

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