Alegra
Nunca me había peleado con mi hermana de esta manera, y ahora me siento fatal. A pesar de que ella me perdonó y hemos seguido como si nada, creo que quedó una mancha entre las dos. Me da terror que la relación con mi hermana cambie, porque es mi gemela y es todo para mí. Sin embargo, ahora no tengo tiempo para averiguarlo, porque las fiestas nos han alcanzado. Unas fiestas que distan unas con otras en humor.
La primera Navidad de mis gemelos en familia, llegó, pero no fue como las otras Navidades, la tristeza se apoderó del lugar, debido a que mi abuela empeoró. Su salud decayó de la noche a la mañana, y mi padre tuvo que instalarse en su casa para cuidarla. Mi tía Ainhoa entró en pánico, y no ha parado de llorar. Mi tío Manuel tuvo que ir a Madrid para ver lo del testamento, y todo lo que ella le pidió antes de que esto pasara, y mi tía Julie ha comenzado con los arreglos del velorio y el homenaje para tener todo listo.
Todos en la casa decidimos hacer algo sencillo, así que no hubo discursos, ni una enorme mesa con la familia cenando, ni un menú planeado con anterioridad, nada. Solo tristeza y recuerdos.
Por fortuna, según lo que me dijo Sila, los bebés no recuerdan ningún acontecimiento antes de los 3 años de vida, así que tenemos tiempo para tener otra Navidad como las que yo tuve; ahora simplemente no es el momento.
Aun así, y con todo lo que está sucediendo, tratamos de pasarla bien. Nos reunimos todos y comimos algo sencillo que preparamos entre todos. Bebimos ponche de frutas, nos sentamos en la sala y compartimos regalos. Karl, unas horas antes, me pidió ir a un local para comprarle algo a Antonio y que quedaran en paz. Él también le regaló algo, así que comprendimos que todo estaba bien entre los dos.
Después nos sentamos a contar anécdotas. Comenzamos riendo y terminamos llorando al recordar a nuestros abuelos que ya se fueron. Solo de pensar que mi abuela Fátima está a punto de irse con ellos, nos hizo llorar.
Sin embargo, la vida continúa y, aunque estemos al pendiente de mi abuela, hay cosas que debemos hacer. Por lo que, Karl y yo nos subimos en un avión para viajar a París, completamente solos. Los niños se quedaron con la niñera y mi madre en la casa. No es que no hayamos querido que viniesen con nosotros, solo que la invitación decía sin niños y debemos seguir las reglas.
Aunque debo confesar que Karl y yo no lo vimos tan mal. Un descanso de los gemelos no nos caerá tan mal y es la primera vez que ambos viajamos a la ciudad de las luces juntos. Por unos días, podremos ser solo nosotros dos, salir sin tener que preocuparnos si trajimos todo en la pañalera, o cargar las carriolas y todo lo demás que llevamos siempre. Espero que el viaje nos distraiga un poco, y podamos respirar. Últimamente, las tensiones nos han pasado factura.
Después de unas horas en el avión, llegamos a París, un lugar que nunca me ha gustado. No tengo nada en contra de la ciudad y menos de los franceses, simplemente no es de mis ciudades favoritas. Sin embargo, escuchar a Karl hablar francés, con ese acento tan perfecto y con una facilidad admirable, me hace pensar que puedo cambiar de opinión.
—Oh là, là —expreso, al subirme al elegante auto que Karl ha rentado para estos días aquí—. Jamás pensé que el francés sonara tan sexy.
Karl sonríe.
—Y deberías escucharme hablando en italiano. Querrás rasgarme la ropa.
—¡Karl, los niños! —contesto en automático. Ya que siempre que dice algo así debo asegurarme de que se percate que están con nosotros.
—¿Qué niños?, ¿los que se quedaron en Ibiza? —pregunta, entre risas.
Volteo a ver el asiento de atrás y me percato que no vienen sentados en sus sillas.
—Cierto, la costumbre.
Karl toma mi mano y la besa.
—Estamos solos otra vez. Dime que tienes planes divertidos para los dos.
Sonrío. Sé que Karl está deseoso de pasar tiempo a solas conmigo, porque, en realidad, no hemos tenido un espacio para hacerlo. Entre el trabajo, los gemelos y la vida cotidiana, no hemos estado ni cerca de tener sexo como antes lo teníamos. Además de que ya no me siento tan coqueta y hermosa como antes.
—Amor. No sé si sea divertida, desde que soy madre no lo soy tanto. Además, me siento fatal. No he logrado bajar el peso del embarazo, y no me siento ni cerca a sexy y si te soy honesta, creo que apesto a leche todo el tiempo.
Karl sonríe.
—Pensaremos en algo, ¿vale? Pero, solo quiero decirte que para mí sigues siendo la mujer más bella del mundo.
—Más te vale. Después de darte gemelos, tengo que ser una Monica Bellucci —contesto.
—¿Monica Bellucci?
—Sí, es mi mujer ideal. Guapa, curvada, personalidad impactante. Siempre he dicho que quiero envejecer como ella.
—Bueno, sé que envejecerás así.
—No lo sé. Creo que he engordado. Pase de talla siete a nueve, y creo que los vestidos de lentejuelas se me ven horribles.
—No digas eso, mi Monica Bellucci.
Al decir eso sonrío. Sé que Karl me ama cómo soy, pero, después de usar vestidos provocativos que se ajustaban a mi cuerpo perfectamente, a los típicos “mommy jeans” con elástico, la sensualidad se ha ido por la puerta. Y yo con un marido tan sensual.
Karl ya no dice más, se ve bastante concentrado en el camino, aunque creo que conoce París como la palma de la mano, porque se aleja de las calles principales y toma atajos que evitan el tráfico.
Los edificios principales y monumentos comienzan a hacer aparición en el paisaje. Abro mi bolsa y saco la cámara que siempre traigo conmigo y tomo algunas fotos. Es bonito captar paisajes, atardeceres y tonos diferentes de luz. Después de estar encerrada todo el día en un estudio, bajo las luces artificiales, un poco de naturaleza no hace mal.
—Si quieres, y lo deseas, te puedo traer mañana antes del amanecer para que tomes la mejor fotografía de París desde el Sacre-Coeur.
—¿Eso quiere decir que la cena antes de la boda terminará temprano? —inquiero.
—Ale, es mi familia. No es como la tuya que se quedan hasta el amanecer cantando y platicando. Si la cena es a las siete, estaremos en el hotel a las diez, a más tardar —me contesta.
Justo cuando termina la frase, él se detiene frente a un edificio de fachada antigua y con un elegante botones esperando en la puerta. El hotel se llama Le Manoir du Paradis, y todo parece tan lujoso que siento que me cobrarán el oxígeno.
—Muy bonito Hotel —exclamo.
—¿Hotel? —pregunta, para luego reír—. Esta casa es de mi padre, yo pasé un tiempo aquí —presume.
—¿De verdad?
—Es verdad… y deberías ver mi habitación, es la mejor de la casa.
Karl le da a otro joven que se acercó las llaves del auto y luego toma mi mano. Ambos caminamos hacia dentro del edificio, donde nos da la bienvenida un elevador bastante antiguo.
Él, con facilidad, abre la puerta del elevador y me invita a entrar. Cuando ambos estamos dentro, él presiona un botón y este comienza a moverse.
—El edificio alberga cinco niveles. La planta baja, como ves, es solo la puerta principal, el primer nivel es el recibidor, la sala y la cocina, el comedor y el salón. El segundo nivel alberga la biblioteca, el despacho de mi padre y una pequeña sala de lectura. El cuarto las habitaciones y el quinto, una hermosa terraza con piscina.
—¿Piscina? —pregunto, y él asiente.
Las puertas del elevador se abren y de pronto decenas de miradas se posan sobre nosotros. No sé si hemos llegado tarde o ellos muy temprano, pero son demasiadas.
—¡Karl! —Escuchamos la voz de Helena, entre todas las miradas. Momentos después, ella parece caminando hacia nosotros, con un vientre bastante abultado y un vestido rojo escarlata que la destaca de todos los rostros pálidos que nos observan. Helena lo abraza—. Pensé que no vendrías.
Karl me ve de reojo sin entender lo que sucede. Helena se separa de él y luego me ve a mí.
—¿Puedes creer que ahora seré yo tu suegra? —me pregunta—. Y tu madrastra. —Ve a Karl.
—¡Guau! —expreso, sin poder evitarlo—. ¿De verdad crees que eres la madrastra de Karl?
—Lo soy. —Y se toca el vientre—. Y pronto les daré a sus hijos un tío. Un pequeño Kun. Tendrás un hermanito, Karl.
—Felicidades. Davide y Maël, estarán felices. —Finjo emoción—. Sobre todo cuando sepan que su abuela antes prometida de su padre.
Karl sonríe al escuchar mi comentario.
Helena toma del brazo a Karl y nos susurra.
—Pequeños detalles que podremos mantener en secreto, ¿no es así? En fin, ven hijastro, mi madre quiere verte.
—Dirás, la ex- suegra de Karl —insisto.
Helena sonríe.
—Vamos… —Helena jala a Karl y él me ve, como si me invitara a que lo siga.
—No, ve tú. Yo llamaré a mi madre —le comento.
Veo cómo Karl es arrastrado por Helena hacia la ola de personas. Yo busco con la mirada a mis cuñados, para ir a saludarlos y burlarnos de la situación, pero no los encuentro. Así que tomo mi móvil y llamo a mi madre, solo para informarle que hemos llegado y preguntar por mis hijos.
Me alejo un poco de la gente, y salgo por una de las puertas, hacia uno de los balcones. La vista de París es hermosa. La Torre Eiffel es tan grande que se ve cerca y parece que la puedo tocar con los dedos.
Mi madre me contesta y hablamos por un momento sobre los niños y lo que está pasando en la casa. Me cuenta que mis hijos están bien y que mi abuela no mejora, pero tampoco empeora, es como si estuviera en un limbo.
La culpa vuelve a mí. No debería estar aquí, pero a la vez, quiero estarlo, aunque extraño a morir a mis niños, debí traerlos conmigo. Mi madre me dice que no me preocupe, que me divierta, y termina la llamada. Al parecer, estaba muy ocupada y ya no podía conversar más.
—Bonita, ¿no? —Escucho una voz con un acento raro. Al voltear, veo un hombre de una altura espectacular, de cabello castaño largo y amarrado en un moño, de cuerpo fornido y una barba tupida que está levemente cuidada. Sus ojos están cubiertos por unas gafas de sol. Su sonrisa es cautivadora, y su vestimenta no es como las demás. Parece que viene de las montañas o de algún safari, porque no combina con el lugar. Todo un rebelde.
—¿Bonita? —pregunto, algo nerviosa.
—Sí. La vista.
—¡Ah!, la vista… sí, la vista es… ¡Guau!
¿Qué te pasa Alegra?, pienso, al sentirme tan nerviosa.
—Sebastian Copp —habla, y me extiende la mano para que nos saludemos.
—Soy… Alegra Canarias —contesto, tomándola.
—¿Alegra?, ¡qué bonito nombre! Me suena a que eres una persona muy artística.
—¿Tú crees? —digo, para luego reír como tonta.
Él ríe bajito.
—Lo creo. Te ves como una persona que se dedica al arte o algo parecido.
—¿Quieres adivinar? —pregunto, mientras me recargo en el balcón, sonriendo como idiota.
¿Acaso estás coqueteando?, mi mente me regaña.
—Pues… creo que eres una modelo.
Me sonrojo.
—¿Yo? —Y río como tonta—. No, para nada.
—Bueno, ¿pintora?, no espera… ¿Fotógrafa?
Sonrío ampliamente.
—Sí, soy fotógrafa.
—¡Lo sabía! Tengo buen ojo para las fotógrafas.
Río como idiota.
¡Alegra, qué demonios te pasa!
—Cállate —murmuro.
—¿Cómo?
—Nada. Que sí tiene buen ojo.
—¿Quieres adivinar a lo que me dedico? —me pregunta, mientras se acerca a mí. El hombre se quita las gafas oscuras y puedo ver unos hermosos ojos castaños.
—Pues… —Trato de hablar—. ¿Modelo?
—Eso fue lo que yo te dije —me dice en un susurro.
—Bueno, es que… —Y mis manos sube tratando de tocar su pecho.
Todo es tan tentador. Es el típico hombre que años atrás me volvería loca, y con el que saltaría a la cama.
—¿Alegra?
—¡Ay! —grito, al escuchar la voz de Karl y empujo a Sebastián levemente para que se quite—. Lo siento, me tengo que ir.
Y como si hubiese tenido patines. Salgo corriendo sin mirar atrás, y tomo a Karl de la mano para alejarlo de ahí. Lo jalo con fuerza, provocando que él se tropiece en la alfombra.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Nada, nada, nada, nada —repito tantas veces como si quisiera negar mis pensamientos.
Él retoma el control y me jala hacia él.
—¿Qué tienes?
—Nada —niego.
Karl sonríe.
—¿Qué hacías con Sebastian Copp-Hayes?
—¡HAYES! —expreso, sorprendida.
No puedo creer que ese hombre sea pariente de Helena.
—Es el primo de Helena. Así como lo ves, trabaja en la empresa de su padre, y es un gran filántropo.
—¡Ah! —expreso, tratando de no darle importancia.
Karl me ve a los ojos y sonríe.
—¿Te gusta?
—No, por supuesto que no, no, no, no.
Niego tantas veces que es imposible que no sea obvio que el hombre ha encendido algo en mí. Entonces, Karl me toma de la cintura, y con la facilidad de siempre, me carga entre sus brazos para llevarme a una habitación que parece una alacena. Me sienta sobre una mesa.
—¿Qué haces? —pregunto, bastante confundida.
Karl comienza a besarme por el cuello, mientras sus manos recorren mi cuerpo de esa forma tan deliciosa que me enciende. Él se separa de mí y me ve a los ojos.
—No lo sé, solo, déjate llevar —me pide, en un murmullo.
—Karl, ¿aquí? —pregunto, aunque empieza a ganarme el deseo.
—Sí. Tenemos meses sin tener sexo y no pienso desperdiciar ni un minuto más —habla agitado.
—¡Amor! —expreso entre risas—. ¿Qué va a decir tu madrastra?
Karl levanta el vestido tejido que me he puesto, y con facilidad, baja los mallones térmicos que me he puesto. De pronto, me encuentro con las piernas desnudas y con mi novio sumamente excitado casi encima de mí.
—¡Te extrañaba! —me dice al oído, cuando, de pronto, lo siento a él dentro de mí y yo me tomo de sus brazos.
De pronto, nos envolvemos en este momento de pasión desmedida, dónde volvemos a ser nosotros dos, sin preocuparnos de nada, y simplemente disfrutando de los pícaros momentos que antes teníamos.
No sé dónde estoy, pero, puedo escuchar como algunos frascos se van cayendo y suenan en el piso de madera.
—Karl —murmuro, mientras siento el placer formarse dentro de mí.
—No me murmures, ya sabes lo que me gusta.
—No Karl, aquí, no —ruego. Pero me es imposible. A mí también me gusta, así que continúo diciendo su nombre hasta que me es imposible gritarlo. —¡KARL!
Todo se agita a nuestro alrededor, y de pronto, la calma regresa. No sé qué le pasó a Karl, pero lo que haya sido, fue extraordinario. Vuelvo a sentirme yo, como si la vieja Alegra hubiese regresado.
Nuestras respiraciones se tranquilizan, y entre los pequeños trazos de luz, puedo ver su mirada azul.
—¿Qué fue eso? —inquiero.
—No lo sé. Me encantó verte así: nerviosa, coqueta, sacando tu lado sensual, una vez más. Me recordó cuando empezábamos a salir. Cómo te ponías nerviosa cuando estaba cerca de ti. Lo sensual que eras. Esa mirada que cautiva.
Lo tomo del rostro.
—Amor, yo te amo a ti, ¿sí? No quiero que pienses que lo he dejado de hacer. Es que, si te soy sincera, fue bonito saber que, a pesar de cómo estoy, aún soy atractiva. De verdad que fue una gran ayuda a la autoestima.
—Lo sé —explica. Mientras comienza a vestirse.
—¿Lo sabes? —pregunto, bastante confundida.
—Sí. Está en tu naturaleza ser coqueta, eso lo sé. Que me amas, también lo sé.
—¿Entonces?, ¿te gustó que coqueteara con otro?
—Sí, mientras sea yo el beneficiario.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, un poco sorprendida.
—Te tengo una propuesta —habla, mientras me ayuda a ponerme los mallones.
—¿Propuesta?
—Así es… revivamos la pasión por unos días y hagamos como que no nos conocemos.
—What! —expreso, para luego reír.
—Lo que escuchas. Hagamos esto interesante. Finjamos que no tenemos dos hijos, y que no nos conocemos. Juguemos un ratito y hagamos la fiesta divertida. Coquetea con Sebastián y yo, haré lo mismo.
—¿Con otra mujer? —pregunto, y por alguna razón mi pregunta está llena de celos.
Karl sonríe.
—Somos extraños, ¿no? Vamos, juguemos un rato.
Me bajo de la mesa y comienzo a arreglar mi vestido. Siento que es una broma lo que me está haciendo Karl, o tal vez una prueba. Pero de pronto veo su mirada pícara y me percato de que es en serio.
—¿Karl?, ¿no es broma?
Él besa mis labios.
—Antes de ser padres solíamos hacer este tipo de cosas, role play, ¿recuerdas? Solíamos ser coquetos y divertirnos. Hacer el amor en cualquier lugar oscuro y reírnos a carcajadas. —Suspira—. Sé que el embarazo ha traído cambios a tu cuerpo —dice Karl con ternura— pero quiero que sepas que cada curva, cada marca, cada cambio, solo te hace más hermosa a mis ojos.
—Karl… —expreso—, y le doy un beso sobre los labios—. Entonces, ¿por qué quieres hacer esto?
—Porque, en primera, me excita. En segunda, confío en ti y tercera, será divertido. Fingiremos que somos otras personas y yo te veré coquetear con Sebastián e interrumpiré.
—Y, ¿si él piensa que es verdad?
—No lo hará. Sebastián no es así. Créeme, lo conozco.
—Bueno —contesto divertida—. Hagámoslo.
—Excelente.
La puerta de la alacena se abre y ambos nos sorprendemos al ver a Hanna adelate de nosotros.
—¡Aquí están!, papá está por dar el discurso y quiere que todos estemos ahí —nos regaña.
—Vamos. Alegra y yo estábamos…—trata de justificar.
—No quiero saber detalles, solo ve —le pide a Karl.
Hanna se adelanta y Karl me invita a salir de la alacena.
—¿Entonces, te convertirás en Monica Bellucci para mí? —pregunta.
Le cierro un ojo.
—No hablo con extraños —respondo coqueta.
Karl, solo se ríe.
Jaja…realmente este par si son locos ..definitivamente quiero un Karl, guapo, rico, dr y muy fogoso jiji…que saldrá de todo esto para renovar la llama del Amor y deseo…Ojalá no más hijos jijji
😳😂😂
Esa salida de solteros esta dando frutos tanto que Karl se relajo un buen jajajajaja y Alegra batalla para seguir el juego jajajaja las aventuritas de Alegra y Karl en París =)
Ay jebús… esos jueguitos con paticas que les salen a este par…
Queeeeee???? Jajajaja que fue eso… ese par de locos jajajajaja
Este par es único, me encanta la relación que tienen ❣️
te entiendo mucho, Alegra!
a veces después de embarazo nos viene todas las inseguridades de nuestro cuerpo!
Karl, es muy listo y sabio!