Karl

A pesar del impacto inicial de la noticia, Alegra y yo nos sentimos felices al saber que seremos padres de tres niños y que llegarán en los últimos meses del año. La emoción me embarga por completo. Nunca imaginé que formaría una familia tan grande, y mucho menos tan pronto. Parece que fue ayer cuando conocí a Alegra y luchaba por conquistarla, y ahora, ella es la madre de mis hijos.

Sin embargo, el pánico también se ha apoderado de mí al enfrentarme a la responsabilidad de proveer todo lo que nuestros hijos necesitarán. Esto me ha llevado a aumentar mis horas de trabajo y a empezar a ahorrar más. Aunque tanto yo como la familia de Alegra tenemos recursos económicos, siento la necesidad de ser yo quien les brinde todo lo necesario a nuestros hijos. Quiero que aprendan el valor del esfuerzo, la importancia de estudiar y el significado de ser personas íntegras; eso es precisamente lo que estamos enseñándoles.

Con el aumento de horas de trabajo, también ha llegado el cansancio, especialmente cuando regreso de un turno de noche y debo ocuparme de los niños por la mañana. Aunque a veces desearía simplemente descansar y dejar todo en manos de la niñera, soy consciente de que quiero ser un padre presente. Además, siento la responsabilidad de apoyar a Alegra, ya que los síntomas del embarazo la han afectado profundamente.

Realmente amo a mis hijos con todo mi ser, pero debo confesar que hay momentos en los que solo deseo dormir. Echo de menos aquellos días en los que llegaba del trabajo exhausto y me sumergía en un sueño profundo durante horas, solo para despertar, comer algo y volver a dormir. En aquel entonces, consideraba que dormir era una pérdida de tiempo, pero ahora lamento profundamente esas palabras; ahora, todo lo que deseo es poder descansar.

Como mi vida se ha reducido a solo trabajo, Alegra y yo hemos empezado a salir por las noches, ya que, ahora, nos estamos quedando en el Penthouse de la tía Ainhoa y podemos hacerlo. Es un esfuerzo grande el que hago, pero quiero verla feliz. Sé que pronto volveremos a una rutina de cuidado y mucha privacidad, como cuando esperábamos a los niños, así que quiero que se divierta lo más posible. Que disfrutemos de nuestra juventud, una que salió volando por la ventana en el momento que nos enteramos de que seríamos padres.

Hemos disfrutado de estas noches por completo, y lo haremos hasta que ella decida que es suficiente. Aún no se le nota tanto el embarazo, así que los vestidos entallados y de lentejuelas, siguen luciendo como si nada. No obstante, ya no es como antes. Extrañamos a nuestros hijos, dormir a su lado y verlos respirar profundamente, por lo que regresamos temprano a casa, eso sí, más enamorados que nunca.

Cada noche trato de pensar en algo nuevo que podremos hacer en mi día libre, y me he dado cuenta de que hay lugares de Nueva York que aún no hemos explorado. Tal vez en la próxima cita podamos hacer algo que a mí me guste, como ir a la Ópera del MET, me encantaría escuchar mi ópera favorita, “El elixir del amor”. Solo las fechas deben coincidir.

Así paso los días, añorando el estar con Alegra y amando mi trabajo. La adrenalina que se vive en la clínica es increíble y, aunque esté en contra de todos mis principios, también me gusta mucho trabajar en el consultorio de Rico y me he acostumbrado al anonimato. He visto todo tipo de casos y escuchado todo tipo de historias, algunas que a veces me hacen llorar tan solo al recordarlas, y otras, que sé que pudieron prevenirse.

Sé que tal vez lo que hace Rico no es la manera correcta, pero sí es lo correcto. Es lo correcto para nuestro juramento, es lo correcto para nuestra profesión y lo correcto para nosotros; ojalá pronto se arregle su situación, y la clínica deje de ser clandestina; sería un gran alivio, así no tendríamos que fingir que estamos en el turno de la noche en la clínica. 

Hoy es un día bastante diferente, lo digo por mi estado de ánimo. Suelo venir al piso de Rico de buen humor, pero hoy vengo exhausto. Ayer los gemelos estuvieron muy inquietos; es una de esas regresiones del sueño, y se despertaron cada hora. Además, Alegra tuvo migraña, así que tuve que cubrir el turno de la noche. Por eso, hoy no estoy de humor para soportar los chistes de Rico y mucho menos para tratar de reírme de ellos. Solo quiero diagnosticar e irme.

—¿De verdad crees que mis chistes son malos? —me pregunta, mientras archiva el documento de uno de nuestros pacientes. 

—Lo siento, hoy no tengo humor. Tengo mucho sueño y estoy cansado. Para eso está Gerry, para que se ría de tus bromas. 

—No es lo mismo cuando le pagas. Siento que se ríe de manera falsa. —Admite—. Contigo siento que tengo un poco de gracia. A ti no te pago, así que sé que si te ríes es porque te gusta. 

Volteo a verlo. 

—Tal vez solo finjo reír. 

—No te creo. Eres el hombre más honesto que conozco. No puedes fingir. 

Tomo un suspiro grande. 

—Bueno, dejemos esto por la paz y tú puedes creer lo que desees. 

Me dirijo hacia la puerta y la abro. 

—Gerry, dile al siguiente paciente que pase, por favor — le pido, para después regresar a la habitación. 

—¡Enseguida, doctor! —responde. 

—¿Viste cómo está la fila hoy? —le pregunto a Rico—. Creo que deberíamos de cambiarnos a un piso más grande. Las personas afuera llamarán mucha la atención. 

—Podríamos. Le he echado un vistazo al piso de arriba. Es el doble de grande, las personas podían esperar en la sala. 

—¿Mismo edificio?

—Todos aquí saben lo que hacemos y no habrá problemas. Es un secreto en conjunto. 

—¡Vaya! 

—Doctores. —Escuchamos la voz de Gerry, y en la puerta está una niña, de unos ocho años, de cabello lacio largo, tomada de la mano de una señora de aspecto desmejorado. Al parecer, ella viene con mucho dolor, ya que dobla el cuerpo y se toma el vientre. 

—Espero que no sea apendicitis porque esto se pondrá bueno —me dice Rico. 

Voy hacia ella y la invito a pasar. 

—¿Qué le duele? 

La señora voltea a ver a la niña. 

—Mi mamá es sorda, así que no podrá contestar. Vengo yo a interpretar. 

—Bien, ¿qué tiene? —insisto. 

La niña voltea a ver a la madre y después de unas cuantas señas, ella se dirige a nosotros. 

—Dice que en la mañana le dio un dolor punzante. Tomó té de manzanilla para ver si el dolor bajaba, y por un rato, sucedió.  Sin embargo, hoy después de la cena el dolor regresó y ha sido fuerte, viene a ver qué sucede. 

—Recuéstese —le pido. 

La niña le dice a su madre, y ella camina hacia la camilla. Se recuesta y en seguida comienzo a palpar. Le pregunto los síntomas y todo lo que ha hecho y comido, y escucho las respuestas. Presiono en el lado derecho, y al escuchar su dolor, me aseguro de que es el diagnóstico correcto. 

—Tiene colecistitis  —comento—. Es la inflamación de la vesícula biliar. Produce un dolor punzante en la parte superior derecha del abdomen. Cuando se comen ciertos alimentos con mucha grasa o picantes, el dolor se intensifica. Aquí no podemos saber que tan inflamada está la vesícula, tendrá que ir a una clínica para que la operen. Si no lo hace, podría explotar y agravarse la situación. Hoy le daremos medicina para el dolor, pero no puede estar así por mucho tiempo. 

La niña le dice todo eso a la niña, y la señora niega con la cabeza. Le dice algo, y luego me interpreta. 

—Dice que no tiene dónde operarse. No hay seguro. 

Suspiro.

—Pues, después veremos cómo lo resolvemos. Vuelva mañana, y el doctor Rico le dará una respuesta. 

Para cuando termina la plática, Rico ya tiene las medicinas con las indicaciones. Se las explica a la niña que, para su corta edad, es bastante inteligente y madura. Ella nos da las gracias y salen de la habitación. 

—Yo las acompaño —dice Rico, y sale junto con ellas. 

Tomo la carpeta donde apuntamos cada medicamento que sale de este consultorio, y apunto lo que acabo de recetar. Cuando de pronto escucho un grito que me alerta y me hace dejar la carpeta a un lado. 

Abro la puerta, y veo a un hombre de aspecto deplorable, demacrado y sucio,  amenazando a la madre y a la hija, tratando de quitarle los medicamentos que acabamos de darle. Rico, las protege con el cuerpo, mientras Gerry, asustado, se esconde detrás de la puerta. 

—¡Toma lo que necesites y lárgate! —grita Rico. 

El hombre voltea a verme, y de un jalón toma a la niña y la amenaza con un cuchillo. 

—¡Dime dónde están las medicinas o la mato! —me amenaza. 

—Tranquilo —le pido, haciendo un ademán con las manos. 

—¡DAME LAS MEDICINAS! —grita. 

—Está bien, está bien… Pero suelta a la niña —le pido. 

La niña se ve bastante asustada, cierra los ojos mientras las lágrimas se escapan por sus mejillas. 

—Tranquila… todo estará bien —le tranquilizo. 

—¡DÁMELAS! —grita. 

Yo doy cuatro pasos hacia atrás y entro a la habitación. El hombre me sigue con la niña aun entre sus brazos, con el cuchillo sobre su garganta. 

—Están ahí —le indico con la mano. Señalando el clóset donde las tenemos ordenadas. 

Trato de mantener la calma, aunque por dentro estoy muriendo de miedo. No puedo dejar de ver a la niña, quien llora desconsoladamente. Me imagino a mis hijos, pasando por esta situación y el corazón se me hace pequeño. 

El hombre arrastra a la niña hacia el clóset y la avienta. 

—¡JUNTA TODAS! —le grita, y la niña se suelta a llorar. 

—¡BASTA! — le pido. 

El hombre voltea a verme. 

—¡TODAS! —Me amenaza, con el cuchillo. 

De pronto, Rico aparece en la puerta y, aprovechando de que está distraído, se avienta hacia el hombre y se le cuelga de la espalda tratando de quitarle el cuchillo.

—¡CORRE! —le grito a la niña, quien sale corriendo de la habitación. 

El hombre lucha contra Rico, así que yo me abalanzo hacia él para ayudar a quitarle el cuchillo. Y logro tomarlo de la muñeca que lo empuña. El hombre grita desesperado, tratando de defenderse y de quitarnos. Se hace para atrás y estrella a Rico en la pared de la habitación, provocando que caiga. 

Él se hace hacia delante, y los dos luchamos por mantenernos de pie. Doy la vuelta y logro arrinconarlo contra el clóset. Nuestros cuerpos están tan cerca que puedo sentir su aliento en mi rostro. He logado que baje las manos y bloquearlo para que no siga. 

—¡Una inyección de Demerol, rápido! —le grito a Rico. 

Él se acerca corriendo y con fuerza le pone una inyección sobre el brazo. El cuerpo del hombre se debilita y en segundos, cae al suelo, sin poder hacer nada. Yo me alejo de para poder tomar un poco de aire, ya que estoy exhausto cuando noto algo raro en mi pecho. Los ojos de Rico, me lo confirman. 

—Karl, ¡tu camiseta! —me indica Rico. 

Volteo hacia abajo, y noto el cuchillo enterrado en el pecho, justo a la altura del corazón. 

—¡Qué ironía! —digo en un murmullo, mientras siento como la sangre baña mi camisa. 

—¡LLAMA A LA AMBULANCIA! —grita Rico, mientras corre hacia mí y pone una silla de ruedas debajo de mi cuerpo para que no caiga al suelo. 

Mi cuerpo se siente débil, la vista comienza a borrarse, y mi pulso late acelerado. 

—¡Diablos, no es una arteria! —escucho que dice, después de romper mi camiseta y notar que me ha dado justo en el corazón—. Karl, no, no. —Ruega. —Yo trato de mantenerme consciente, pero me es imposible, me estoy desangrando y estoy a punto de perder el conocimiento. 

—Encuentra, hemorragia, tápala con el dedo. —Apenas puedo hablar. Después, mi mente se nubla y solo puedo ver el rostro de Alegra frente a mis ojos. 

—Alegra —pronuncio. 

—Lo siento, de verdad lo siento, amigo —habla Rico—. Lo siento de verdad. 

Después, solo siento como si flotara. Un frío intenso se apodera de mi cuerpo, y apenas escucho lo que Rico me dice. El aire fresco de la calle me pega en el rostro. Estamos a fuera, hemos salido del edificio. 

—Alegra… —digo su nombre con mis últimas fuerzas—. Alegra. 

—Lo siento mucho, lo siento —dice Rico llorando. 

Segundos después, escucho la voz de mi mujer, tan dulce y tan pacífica que me hace sonreír. 

—Te amo, Karl, te amo. 

Entonces, ¿así es cómo me voy?, pienso, cayendo en un trance que sé ya no tendrá regreso. ¿Así es como muero? 

Nubes blancas se forman en mis ojos, y siento una sensación de paz indescriptible. Mi cuerpo flota con tanta libertad que siento que peso un gramo. Cuando veo la luz, un instante de recuerdos vienen a mi mente: 

Mi infancia, mis primeros recuerdos. Recuerdo a mis hermanos jugando conmigo, riendo con alegría ante nuestras travesuras. Los veo claramente, sus rostros llenos de vida y complicidad. Mis padres también están ahí, presentes en cada momento de aquellos días de mi niñez. Y mi hermana gemela, mi eterna compañera de vida, cuyo rostro desaparece de la luz con rapidez 

Luego vienen otros recuerdos, más profundos, más complejos. El recuerdo de mi primer beso, mi primer  amor juvenil. El nacimiento de mi primera hija, un momento de pura dicha seguido por la tragedia de su  partida. El abandono de la mujer que le dio la vida, y después de mi vida en soledad 

Mi mente se traslada a San Gabriel, a su cielo estrellado que parecía abrazarme con su luminosidad nocturna. Aquel pueblo que me dio a mi mejor amiga y me dejó ser el médico que quería ser. Recuerdo mi primera cirugía, el vértigo de la responsabilidad mezclado con la emoción de salvar una vida. Mis graduaciones, mis premios, hitos que marcaron mi camino hacia la profesión que amo. 

Y luego está Alegra, mi amada, bailando con ligereza, irradiando alegría con cada movimiento. Nuestras primeras miradas cómplices, llenas de promesas y complicidad. Su aroma a lavanda, su piel suave bajo mis manos, sus ojos color miel que parecían contener todo el universo en su mirada. Su risa, su cuerpo lleno de placer, nuestros momentos más íntimos desaparecen con cada paso que doy, 

Mis hijos también están presentes en este desfile de recuerdos. Veo sus ojos azules, llenos de inocencia y curiosidad. Son tan pequeños, tan vulnerables, y siento el peso de la nostalgia por todo lo que me perderé. 

Sus sonrisas, sus miradas llenas de amor, iluminan mis pensamientos y me devuelven la paz en medio del torbellino de memorias. Y una vez más, veo a Alegra, escucho su voz, y sé que, a pesar de todo lo que ha pasado, nuestro amor sigue siendo la constante en medio del caos, de este que se termina. 

“Te amo, Karl”. 

Yo también te amo, pienso. Para después sentir cómo la luz invade mi cuerpo y yo escucho el último latido dentro de mí. 

“Todo empieza y termina con un latido”, y este que acabo de escuchar, es el mío.

Te amo, Alegra.  

12 Responses

  1. Nooooo Karl
    No puedes irte y dejar Alegra
    😭😭😭😭😭😭💔 sinceramente Ana has hecho mi corazon trizas no lo puedo creer 😱😭

  2. 💔💔💔💔😭😭😭😭😭💔💔💔💔😭😭😭💔💔💔💔😭😭😭😭😭😭😭. (No hay palabras para describir lo que siento)😭💔

  3. Ay por favor, ojalá todos pudiéramos irnos así, sintiendo que aprendimos, vivimos y dejamos un legado.
    Ojalá la muerte trajera esa paz y gratitud a nuestros corazones para descansar tranquilos.

  4. Hay no no no noo Karl no porque no fue Rico que todo hace mal 😡😡😡 no puedes irte y dejar a Alegra y tus bebés noo Karl no vayas a la luz literal por favor 😩😩😩

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