[Tristán]
Una vez leí que México era una tierra de magia, diversión y aventura, y puedo decir que si es verdad, aquí hay tanta magia que quieres quedarte como yo lo hice, porque encontré a la mujer de mi vida, a la familia que siempre quise y a la vida que construimos juntos. Aquí he aprendido mucho, de su historia, su música, su comida, expresiones nuevas, sus costumbres y tradiciones, pero también mucho de la vida. Aprendí a desprenderme de lo que me hacía daño, a encontrarme, a amar, a perdonar, a pedir perdón, a trabajar duro por lo que quiero y ahora me va a enseñar a perder.
Llevamos días en el hospital , en el décimo piso, esperando el desenlace de Lucha, mi madre. Uno que me tiene confundido y melancólico a la vez ya que hay días que parece que la vida la posee y despierta con un poco más de energía y hay otros en los que vive hora hora a la vez, esos son los que tienen en la incertidumbre total.
Entre Ximena, Tita, Paco y yo nos turnamos para quedarnos, soy el único que se queda por las noches, debido a que me da terror no estar aquí cuando Lucha se vaya y no pueda estar a su lado. A veces paso tiempo solo, leyendo uno que otro documento de la oficina, cabeceando en la dura silla del hospital ya que no hay sofás, es eso o el suelo, por lo que no me quejo. A veces ella despierta y me habla un poco, le acomodo la almohada, le doy sus pastillas, pero la mayoría de las veces me quedo callado escuchado a lo lejos las conversaciones de los otros pacientes con sus familiares.
He escuchando gritos desesperados pidiendo ayuda para reanimar a alguien y desgraciadamente siempre terminan en llantos desconsolados que alteran a Lucha y debo tranquilizarla diciendo lo mejor que se me puede ocurrir. Sin embargo, la mayoría de las veces, me pongo de pie y camino hacia la ventana para ver la ciudad. Es una ironía decir que desde aquí he visto los amaneceres más bonitos al igual que los atardeceres. Me gusta observar como se van prendiendo las luces una a una cuando la noche cae y después como está completamente iluminada. Escuché decir al señor que está en la cama de al lado que estamos hasta arriba de todo porque pronto los que están en estás camas se irán al cielo, y que así es más fácil la llegada. Tal vez sí, no sé, yo solo veo a mi madre, el panorama y espero paciente.
Me encontraba leyendo un libro que Ximena me había traído hoy por la mañana cuando la voz de Lucha me interrumpió.
―¿Qué haces Manuelito? ― me pregunta con un hilo de voz tierno y volteo a verla.
―Leo― respondo y ella me ve con esos hermosos ojos que algunas vez tuvieron más vida.
―¿Sobre qué? ¿Una novela de amor? ―
― Me gustaría que fuera una novela de amor pero es un libro sobre filosofía Montessori. Me lo trajo Ximena hoy por la mañana mientras dormías.―
―¡Ah! No tengo ni idea de que es eso ― y se ríe un poquito porque después se agita tanto que comienza a toser.
Me pongo de pie y le acomodo el oxigeno para que pueda respirar. Poco a poco se tranquiliza y cuando la veo estable me vuelvo a sentar.
―Es algo sobre educación de niños. Resulta que ahora a Ximena se le ha metido la idea de que quiere educar a los niños en casa.―
―¿Y tú estás de acuerdo? ―
―Pues sí, yo fui educado en casa, aunque yo quisiera que los dos fueran a la escuela, tuvieran amigos y me invitaran a esos festivales de para tomarles muchas fotos ― comento y ella sonríe.
Nos quedamos un rato en silencio. El respirador de Lucha hace ruido cuando sube y baja y admito que me ha dado mucha paz en estos días porque así he podido dormir. Mientras lo escuchara funcionar, sabía que ella estaba bien.
―Mijo, cuéntame algo bonito ― me dice ― algo de tu infancia, que sea bonito.―
Dejo el libro a un lado, la tomo de las frías manos y me recargo sobre la cama ― ¿qué quieres escuchar exactamente? ― le pregunto.
―Lo que quieras, me gusta tu voz, me tranquiliza.―
―Mmm ― la pienso mucho porque en realidad no tengo mucho que explicar.
Me detengo a pensar un momento y luego sonrío ― cuando era chico era fanático de los dinosaurios ― le comento y ella sonríe ― mi nana Luz María me llevaba al museo de antropología en Madrid a verlos. Me gustaban tanto que tenía libros completos que hablaban sobre ellos y me gustaba “estudiarlos” escribiendo los datos en un cuaderno.―
―Yo nunca te llevé al museo Manuelito.―
Sonrío, se me olvida que Luchita igual se llama Luz María y que esa coincidencia, que para mi es destino, a ella, en estos momentos, le causa confusión, pero al verla así no le llevo la contraria ― Claro que si Luchita ― le digo ―fuimos cuando era pequeño ¿recuerdas? ―
―¡Ah! Si, sí ― me contesta ―Ya ni me acuerdo cuál era tu favorito ― alega.
―El diplodocus ― y ella se ríe y por primera vez no tose.
―¿El qué? ―
―Diplodocus. Era un dinosaurio enorme con una larga cola que al final era muy delgada y para espantar a sus víctimas la movía para hacer un efecto látigo, tan fuerte que parecía un rayo ― cuento orgulloso moviendo las manos emocionado porque hace años que nadie me preguntaba eso.
Ella ríe levemente ―Qué bueno que conociste a Ximenita cuando ya eras un hombre guapo y coqueto porque con esa conversación, no la hubieras conquistado― y yo sonrío.
―¿Me estás diciendo ñoño? ― pregunto y ella se ríe mientras niega con la cabeza.
―Eras un niño muy bonito Tristán, muy tierno, siempre fuiste lindo ¿cierto? ―
―Quiero pensar que sí, Luchita.―
―Cuéntame más.―
Para ser sinceros en este momento no tengo ganas de platicarle nada a Lucha de mi infancia, siento que cada palabra que digo es tiempo perdido, por lo que quiero decir millones de cosas más que contar los pocos momentos de felicidad que tuve cuando era pequeño.
―Cuéntame la historia de esa novia que tuviste, a la que le llevaste serenata ¿te acuerdas? ― sonrío. Me pongo de pie y me inclino un poco para verla.
―Se llama Ximena Caballero― les sigo la corriente.―
―¿Fue la que perdió la memoria? ¿La que tú ayudaste a que recordara de nuevo? ―
Me río porque Lucha está confundiendo mi vida con una telenovela que solíamos ver juntos, donde ella pierde la memoria y el chico le ayuda a recordarlo poco a poco.
―Sí Luchita, es ella.―
―Y ¿qué pasó?―
―Pues, ella la recuperó, y se casó con él y tienen una hija.―
―¡Ah! Sí, sí es cierto.―
Ella tose y esta vez lo hace de una forma que siento que en cualquier momento se le va el aire. La ayudo a tranquilizarse, poco a poco va dejando de hacerlo hasta que puede hablar de nuevo.
―Eres un buen padre mijo, uno muy bueno. Debes sentirte orgulloso del hombre que eres ahora porque haz cambiado para bien. Todavía recuerdo al Tristán asustadizo que se sentó en la puerta del los escalones porque se le fue el camión de basura.―
―Sí, esos días eran raros, pero me gustaban, me encantaba despertarme y ver que no estaba en mi casa…ahora me encanta porque Ximena está a mi lado con esa barriga preciosa― y de pronto añoro volver a dormir junto a ella.
Ella me toma de la mano y en un momento de lucidez me pregunta ―¿te puedo dar un consejo Tristán? ―
―Eso no se pregunta, sólo dámelo, hasta un regaño te acepto en estos momentos ― digo con una sonrisa pero sé que mi mirada expresa la tristeza que siento.
―No guardes rencor a los que te hicieron daño ― murmura ― al contrario, dales mucho cariño porque ellos no supieron que fue eso.―
―¿Lo dices por mis padres? ―
―Lo digo por todo lo que te espera. Sé que te están pidiendo que regreses a España y no quieres porque te da miedo ser como tu padre, pero no es así, eres muy diferente, tienes una esposa que te ama, una niña preciosa que te adora y tu hijo no se quedará atrás. Regresarás como un hombre diferente y les demostrarás quién eres en realidad.―
―¡Ay Lucha! ― murmuro mientras las lágrimas comienzan a correr ―No quiero que mis hijos vivan lo que yo viví, quiero que crezcan felices, que puedan salir a jugar en la lluvia y ensuciarse de lodo los zapatos, que vivan su vida en libertad, y sobre todo que yo esté presente en cada momento importante o no.―
―Y lo harán, te juro que lo harán, porque tú y Ximena se los enseñarán no importa donde vayan, a China, a Italia, Argentina, mientras estén juntos y vayan por el mismo rumbo, tus hijos serán todo lo que tú quieres ser.―
Suspiro ― no lo sé Luchita.―
―Acércate ― me murmura y lo hago y me da un pequeño golpe en la cabeza, como si fuera uno de sus famosos zapes, que me hace reír y a la vez llorar un poco más ― toma lo que te corresponde Tristán, te lo mereces ― finaliza y yo le beso las manos.
Lucha descansa un poquito y voltea la cabeza abriendo los ojos y mirándome ― Mijo ―murmura.
―Dime mamá ― susurro.
―Lo único que no me gusta de irme, es por lo mucho que te voy a extrañar, porque sé que pasaré mucho tiempo sin verte.―
Comienzo a llorar sin poder contenerme― ¿este es el momento? ― pregunto y ella asiente.
Ese momento, el que ella me había dicho hace mucho tiempo en Chapultepec ha llegado y se pronto no sé que hacer, no sé como pasará… no sé como se irá.
―Sé que pasaré mucho tiempo sin verte.―
―Pero nos volveremos a ver ¿que no mamá? Me prometes que cuando llegue mi momento ¿Estarás ahí? ¿Verdad? Porque sólo contigo me iría a un plano desconocido ― digo esto lo más rápido que puedo porque siento que el tiempo me gana y no quiero que se vayan sin que le diga todo lo que siento en este momento.
―Lo prometo ― dice firme.
―Te amo Luchita, te amo mamá, gracias por todo el amor que me diste, por tus consejos, por tus zapes… por las pláticas, las tarde de novelas, la complicidad entre los dos, las tardes de pan dulce y café… por todo, te estaré agradecido por el resto de mis días, por haberme dado el amor que pensé nunca conocería.―
―Gracias por darme vida, cuando pensé que ya la había perdido ― me responde y respira ―Mijo ¿qué día es? ― me pregunta.
―Es sábado mamá, sábado― le repito.
De nuevo ella pierde esa lucidez ―mañana que vayan a comer a la casa les daré un rico pollo ― murmura ― le daré a Luz sus verduras, dile que se coma sus verduras ¿si? ―
―Le diré ― respondo
―Esa niña es un ángel. Es muy bonita.―
―Te quiere mucho.―
Abre más los ojos como si algo se le olvidara y me ve ―A Ximenita, dile a Ximenita que la quiero mucho ¿si? ¿Me la vas a cuidar? ―
―Siempre.―
Le beso la frente tiernamente mientras las lágrimas corren por sus ojos ― no te vayas Manuel ― me dice bajito ― no quiero estar solita.―
―No estarás sola, yo estoy aquí ¿sientes mi mano? ― le pregunto y ella la aprieta ligeramente.
―No tengas miedo ― se dice asi misma ― todo va a estar bien… muy bien ¿verdad Tristán? ― dice mi nombre y sonrío
―Yo estoy aquí, todo está bien.―
―Tengo miedo…. ― dice cerrando lo ojos ― se me olvida Tita, dile que gracias por todo… no te vayas Manuel, Tristán.―
―Aquí estoy, yo voy a cuidarte, voy a cuidar a Ximena y a Luz.. a Tita, todo estará bien, yo te amo ¿me escuchas mamá? Te amo mucho.―
―Voy a dormir tantito ¿si? Es que estoy muy cansada.―
―Descansa mi Luchita, aquí me quedo.―
―Si mijo, yo duermo.―
―Te amo mamá ¿me escuchaste? Te amo con todo mi ser.―
Ella asiente con la cabeza y después de decirme esa última frase, ya no me volvió a contestar. La observé por unos momentos mientras ella caía en un sueño profundo, con el ruido del ventilador haciéndole eco. Un golpe de recuerdo me viene a la mente, las veces que platicábamos en el jardín del piso con una taza de café en la mano y me contaba como cuidar las rosas, la tarde en Chapultepec mientras caminamos hasta que nos cansamos, el día que estuvo conmigo cuando nació Luz, el viaje a San Miguel, las tardes pan y café, cuando se quedaba dormida frente al televisor, nuestra complicidad y amor, uno que ella me dio sin pedir nada a cambio.
El desenlace se dió a las seis de la mañana de un sábado de julio. Mientras yo dormía recargando mi cabeza sobre su cama tomado de su mano, Luchita se fue con su hijo y con su esposo, a los que extrañaba, plácidamente mientras dormía, sin dolor, sin miedo, en paz seguramente soñando en esas historias de amor que tanto le gustaba ver en televisión. Para ella, esta vida ya era sólo un sueño y cuando volviera a abrir los ojos, comenzaría una nueva, al lado de ellos, sin añorarlos un día más.
Lloré, lloré muchísimo, lloré tanto que no sabía que se podía llorar así, lloré más de lo que lloraré cuando mi padre o mi madre mueran, lloré también por María mi nana, porque no me pude despedir de ella, lloré por sabía que ella ya era feliz y que después de años de añorar ver a su hijo, ahora estaba su lado. Lloré porque ella no conocería al niño que llevaría ese nombre que tanto le gustaba y de felicidad, porque logré tener una madre que me amara.
Cuando pasó no avisé de inmediato, me quedé viéndola un momento y tratando de recordar su cuerpo físico mientras las lágrimas caían por mis mejillas y el sol entraba por esa ventana que tantas noches había sido mi compañera.
―Te amo por siempre y para siempre mamá, descansa.―
Tomé mi móvil y le marqué a Ximena, y cuando ella contestó, juro que el sol se asomó. ―Vida ― le murmuré y ella rompió el llanto al otro lado del móvil.
Que triste capitulo, pero que bonito Tristán está do ahí hasta su último aliento! En verdad la familia no siempre es de sangre!