Lila 

Mi regreso a Ibiza fue más emocionante de lo que jamás había imaginado, incluso no sabía que la extrañaba tanto, hasta que vi el hermoso mar desde la ventanilla del avión. Hay tantos recuerdos en este lugar que me hacen sentirme vulnerable: mis veranos, las reuniones importantes, la visita a los abuelos, el calor del verano y el frío templado del invierno. Todo eso se amontona en mi mente haciendo que se me forme un nudo en la garganta. 

Sentir el aire fresco de la ciudad me ayudó a disipar las lágrimas antes de llegar a la casa que Antonio ha rentado para nosotras y pasar ahí los días de vacaciones que hemos planeado para que Mena disfrute de la familia, antes de volar a Madrid. Traer a Mena a Ibiza me llena de alegría, lástima que está aún muy pequeña para que disfrute de todas las atracciones del invierno, sin embargo, tenía que venir. 

Mena no solo tenía que ver a su padre, con el que nos hemos estado comunicando por meses mediante videollamada. No solo tenía que ver a su familia, que la ha estado llenando de regalos desde el primer día, y también a conocer a su tía Alegra, con la que tuvo un momento de confusión al vernos a las dos al mismo tiempo. El momento de mi regreso a España es agridulce: despedirme de mi abuela Fátima, la mujer que ha sido un pilar en mi vida. 

Saber que está tan débil me ha causado una gran impresión. Mi abuela solía ser una mujer fuerte que, incluso cuando se caía y se lastimaba, se levantaba con la fuerza de un roble; creo que ya no será así. Me llena de tristeza saber que será la última vez que la veré en este plano. Que ya no podré recurrir a ella cuando tengo alguna duda o algún miedo. 

Me hubiese gustado mucho que conviviera con Mena como pudo hacerlo  con los hijos de Sila. El cargar a mi hija entre sus brazos y arrullar. El decirle palabras tiernas mientras la veía caminar o se quedaba dormida en su regazo. Ahora siento que los Moríns Canarias fueron muy afortunados, y que yo debí tener a mi hija antes. Sé que suena como una locura, pero en este instante es lo único que pienso. El tiempo, todo el tiempo que perdí o más bien, como no se acomodó a mi favor. 

También pienso en todo lo que pasé aquí y lo que me hizo huir: la caída de mi marca, los Karaginnis. Y también pienso si valió la pena. Sé que fue un golpe duro para mí, pensé que había perdido todo, pero supongo que me apresuré. Me siento tan culpable de todas las decisiones que tomé, a lo que expuse a mi familia, y ahora, el haber perdido el tiempo escondida. No cabe duda de que soy la peor de todas, ¿cómo pasé a ser la molestia de la familia? 

Sé que debería sentirme feliz por el reencuentro con Antonio. El abrazarlo y besarlo sin tener que preocuparme, pero no puedo. Al contrario de Alegra, que viene con Karl y sus hijos y todos lo aceptan, con Antonio la situación es diferente. Siento que aún no terminan de aceptarlo, que le cuesta integrarse y que incluso pocos le hablan. Tal vez sea solo mi percepción, tal vez me estoy equivocando.

 La dinámica de la familia ha cambiado. Ya no es lo mismo. Supongo que todos hemos madurado y crecido. Ahora que lo pienso, ya no es la misma Ibiza. La pregunta sería, ¿nosotros seguiremos como antes?, ¿aun mi familia me amará a pesar de los problemas?, ¿será que algún día podré salir de este lío? 

—¿Lista? —escucho la voz de mi hermana Alegra, mientras el auto se detiene en frente de la casa de mi abuela. 

Hoy, después de la bienvenida familiar, hemos decidido venir a verla por recomendaciones de mi padre. Nos dijo que aún tiene energía y ánimos para platicar, así que será el momento perfecto para ver a sus nuevos bisnietos. Yo no quería que los viese así.

—Sí, lista —miento, porque en realidad no me siento así. 

Tomo a Mena entre mis brazos y espero a que el chofer abra la puerta. Lo iba a hacer yo, acostumbrada a estar sola, pero recuerdo que cuando estoy con mi familia la dinámica cambia. Solo necesito adaptarme. 

—Me llaman cuando me necesiten —nos dice el chofer. Debe ser nuevo porque aún no lo conozco de nombre. 

La niñera, la nueva sombra de Alegra, le sonríe. Supongo que eso no pasaría si yo trajera a mi niñero protector. Ahora que lo pienso, prefiero mil veces a una mujer. Sí, de las gemelas, yo soy un poco más celosa que Alegra. 

—¿No te preocupa Karl? —le murmuro, mientras la niñera se adelanta. 

—¿Preocuparme de qué? 

Echo un vistazo a la mujer que está frente a nosotros y ella se ríe bajito. La niñera no está de mal ver. Es rubia, delgada y tiene una sonrisa bonita. Incluso es bastante agradable y coqueta. 

—¿De ella?, ¿de Susi?  —inquiere. 

—Sí. 

Alegra niega con la cabeza. 

—Karl no es el tipo de hombres que engañan. Aunque lo veas normal, es bastante complicado entender a Karl, tiene detalles que no muchas mujeres comprenden, pero, que a mí, me encantan. La niñera no es peligro, créeme. No puedo creer que hayas salido celosa, ¿de dónde lo sacaste?, nadie en nuestra familia lo es. 

—Supongo que también ahí fallo —contesto, sin medir mis palabras. 

Alegra, voltea a verme, está bastante extrañada de mi reacción. 

—¿Fallar?, ¿de qué hablas? —inquiere. 

Estoy a punto de explicarle cuando la puerta de la casa de mi abuela se abre, y por un momento pienso que será Esme quien nos recibirá, como solía hacerlo; en cambio, es la enfermera que la está cuidando. 

—Buenas tardes, adelante. 

El olor a flores llega de inmediato. Sé que mi abuela las tiene distribuidas por toda la casa, pero ahora hay más de las necesarias. Siento como si estuviera entrando a un jardín botánico. Aunque todo parece normal, la sensación de estar aquí es diferente. Ya no está mi abuela sonriendo, ni usando sus hermosos vestidos, y joyas. Extraño su perfume, la extraño a ella. 

—Gracias —respondemos Alegra y yo, tímidamente. 

—Soy Samantha, la enfermera de guardia. 

—¿De guardia? —pregunto. 

—Sí. La señora Canarias tiene enfermera las veinticuatro horas, todos los días. 

—Lafuente. —Corrige mi hermana, y ella se sorprende levemente—. Es Fátima Lafuente, la señora Canarias, era mi otra abuela. 

—Lo siento, Lafuente. —Se disculpa. Creo que en cierto sentido se sintió culpable de llamarla así—. En un momento las dejaré subir. Están terminando de arreglarla. 

¿Arreglarla?, ¿mi abuela está tan débil que no puede ya vestirse sola? De pronto, la despedida es real, ella pronto se irá. 

Samantha sube las escaleras, y nosotros nos quedamos en el enorme recibidor. El silencio es sobrecogedor. Incluso, ninguno de nuestros hijos está haciendo ruiditos, o curiosos, por tocar alguna de las flores. Es como si ellos supieran que deben guardar silencio. 

 Mi hermana se acerca a uno de los tantos ramos de flores y lee la tarjeta. Todos tienen una, siempre dedicada por el abuelo que partió hace años y que aún se hace presente; si me preguntan, no lo necesita, creo que lo pensamos todos los días. 

—Papá dijo que las flores seguirán llegando después de que ella se vaya —le comento. 

—¿De verdad? 

—Sí, solo que ahora estarán dirigidas al mausoleo. Papá y el tío Manuel ya han terminado de construirlo. Ella misma lo diseñó. 

Sé que suena un tanto sombrío que mi abuela haya diseñado su propio mausoleo y planeado su funeral, pero si no fuese así, no sería algo de mi abuela, se le conoce por planear todo y dejarlo tal como a ella le gusta. La conservación se detiene cuando escuchamos a Samantha, llamarnos desde las escaleras, es momento de subir. 

Ambas lo hacemos en silencio. Vamos escaleras arriba recordando todo lo que vivimos aquí: fiestas, reuniones, risas, juegos, las Navidades y años nuevos. ¿Cómo viviremos sin eso ahora?, ¿será que ya no regresaremos a esta casa? El olor a flores es increíblemente potente, es como si fuese un aviso de lo que estará a punto de ocurrir en algunos meses; espero sean meses. 

Finalmente, llegamos a la habitación, y a pesar del aroma a medicina y del ruido de oxígeno, que se encuentra al lado de ella, no se ve como una habitación de una mujer moribunda, al contrario, se ve llena de alegría. 

Hay flores por todas partes, las ventanas se encuentran abiertas y podemos ver el hermoso mar al fondo. Los muros están llenos de dibujos hechos por los hijos de Sila, y por fotografías tomadas por mi madre. En medio de todo, está mi abuela, sentada sobre la cama, recargada en el respaldo. Se ve hermosa, en realidad muy hermosa. A pesar del rostro pálido y cansado, se ve hermosa. 

—¡Ahí están! —expresa al vernos—. La alegría del hogar. 

Escucharla decirnos así, hace que se me haga un nudo en la garganta, me trae memorias de nuestra infancia, cuando Alegra y yo íbamos por la vida vistiendo conjuntos de ropa iguales. 

—¿No vino el guapo con ustedes? —pregunta por mi hermano David. Él es el guapo, Daniel es el genio y Héctor, el artista. 

—No, abue. Él está en la casa. Nos dijo que mañana vendrá con Carolina —contesta mi hermana. 

—Los Santander. Cogieron al Canarias más nombre y de buen corazón para lograr unirse a la familia —comenta con una sonrisa. 

Sé que mis abuelos hicieron todo lo posible porque los Santander no se vincularan con los Canarias, no sabemos por qué. Sin embargo, ahora con el noviazgo de David, todo eso ha cambiado. Van tan en serio que creemos que en algún momento se casarán. 

—Vengan, muéstrame a esos hermosos niños. 

Tímidamente, me acerco a mi abuela, y le pongo a Mena entre sus brazos. Ella sonríe de inmediato, y mi hija le sonríe. 

—Ojos verdes, es una De Marruecos —pronuncia mi abuela con una sonrisa tierna en los labios. 

Asiento con la cabeza, admitiendo que es verdad, mi Mena ha heredado los mismos ojos verdes que caracterizan a su padre, un rasgo distintivo que no puede negarse. 

—Se parece mucho a él, no hay poder para negarla —agrego, con un tono de orgullo en mi voz. Porque a pesar de todo, estoy muy feliz de que Antonio sea el padre de mi hija. 

—No creo que quiera hacerlo —contesta. Mi abuela, acerca a Mena con amor, la abraza con fuerza. Después, le planta un beso en su pequeña frente—. Me da tristeza, no verte crecer, Mena, pero esta es la ley de la vida. Aun así, te doy mi más grande bendición y te prometo que te cuidaré. Les diré a tus bisabuelas que eres perfecta, y a tus bisabuelos que te hubiesen querido mucho. 

Mis ojos se humedecen ante las palabras reconfortantes de mi abuela. La nostalgia por lo que podría haber sido se mezcla con el amor y la gratitud de lo que es este momento. 

—¡Ay, abuela! —expreso, luchando por contener las lágrimas que amenazan con escaparse. 

Ella me hace una señal para que me acerque y me abraza con ternura. Sus brazos me envuelven con calidez. Siento su amor y su apoyo incondicional. De pronto, cerca de mi oído murmura. 

—Lila, toda flor vuelve a florecer, no importa si alguna vez se vio marchita. Es una mala etapa, no una mala vida.

Trato de contestarle, pero ella no me deja hacerlo—. No te preocupes por mí, pequeña, estaré bien. Tu abuelo me está esperando, ¿qué podría pasar mal? —me murmura con serenidad.  Después se aleja para pedirle a Alegra de que se acerque a ella. 

Con mi hija en brazos, me alejo. En ese instante, Alegra acerca a uno de sus hijos y sonrío. La imagen es tierna; ojalá hubiese una cámara escondida capturando este momento, porque creo que es una toma que ni Alegra ni mi madre podrían lograr.

Las palabras de mi abuela se quedan grabadas en mi mente: “toda flor vuelve a florecer, no importa si alguna vez se vio marchita”, y sé que tiene razón. Mi abuela es un ejemplo de ello. Poco se habla de la historia de amor que tuvo con mi abuelo, algo opacada por la historia de mis abuelos Tristán y Mena, ya que no fue mágica y maravillosa, sino complicada y lenta.

Mi abuela tenía 18 años cuando se casó con mi abuelo. Era muy joven para saber lo que era el matrimonio y, aun así, aceptó para salvar su empresa. Llegó a una familia destruida por la tragedia, con un hijo que no era suyo y con un hombre sumamente herido. Y con todo esto, a cuestas, la hizo florecer. Fátima Lafuente cortó las hojas secas, cambió las flores de macetas, les puso nuevo abono y tierra, y las salvó. Salvó a la familia que años después se convertiría en este pilar.

Puedo imaginar a mi abuela con toda esa carga y repitiéndose a sí misma: “toda flor vuelve a florecer, no importa si alguna vez se vio marchita”. Es una mala etapa, no una mala vida. Y por la imagen que estoy viendo ahora, no cabe duda de que fue una buena vida, una que trascenderá después de que se vaya.

7 Responses

  1. Que momentos mas emotivos, y sin duda Fatima fue, es y será el pilar de la familia Canarias y su legado seguirá. Y es verdad siempre tan sabia Fatima, solo son malas rachas, despues de la tormenta siempre sale el arcoiris.

  2. Sin duda alguna Fátima siempre intuye cuando sus amados tienen pensamientos negativos, me encanta que siempre tiene el saber que decir y cómo sigue planeando todo.
    Da nostalgia porque la última de los pilares que comenzó y marco esta familia. Fue una pieza fundamental en la familia Canarias

  3. Ojalá llegue con la mitad de la sabiduría y la serenidad que Fátima tiene en el momento que tenga que partir. Poder dejar huella de amor en los demás.

  4. Yo pienso igual que Lila en algunas cosas 🥺🥺 mi abuelita no conoció a mi hija y es lo que más me pesa 🥺🥺😭😭 y aquí estoy llorando otra vez 😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭

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