Alegra 

—No sabemos en realidad qué fue lo que provocó la parálisis. Pudieron ser muchos factores: alguna vena, un nervio, incluso puede ser mental, como un mecanismo de defensa. 

Escuchamos la voz del doctor, mientras lee todos los análisis y estudios que le han hecho a Karl. Después de todo lo que pasó, y de que me fui tranquila a casa para darme una ducha y descansar, regreso para enterarme de que él no puede caminar, y eso ha cambiado el juego por completo. 

—Si no encuentran nada, ¿quiere decir que ya no hay más que hacer?, ¿solo esperar? —pregunto, un tanto desilusionada de la ciencia. Karl aprieta mi mano y me da una sonrisa, como si tratara de tranquilizarme. 

—Así es. Su esposo pasó algo bastante fuerte, y puede que su cuerpo allá actuado así para defenderse, aunque, consideremos que Karl estuvo muerto por un momento, por lo que pudo fallar algo. Sin embargo, y si lo quiere ver por el lado positivo, Karl está vivo. No muchos logran sobrevivir después de algo así. —Finaliza, para después salir de la habitación y evitar que yo le haga más preguntas. 

Me quejo. Me separo de Karl y voy hacia la ventana de la habitación para abrirla. Puedo sentir el aire fresco en el rostro. 

—¿Acaso me acaba de decir que soy una malagradecida? —le pregunto, en un tono de enojo. 

—Ale… 

—No, no… es que así se sintió. ¿Es malo que yo exija la explicación del porqué te quedaste paralítico de las piernas? Digo, no estamos pagando dos dólares. 

—No, no estás siendo malagradecida, y tienes toda la razón del mundo de preguntar las razones. Sin embargo, él tiene razón. No todos sobreviven de una puñalada en el corazón, y el estar muerto por unos momentos altera cosas en el cuerpo. Esta vez fueron las piernas, pudo ser peor Alegra, como que afectar al cerebro o que el corazón no respondiera ante la operación. Estoy vivo. Sin caminar pero, vivo. Tengo la esperanza de que conforme pase el tiempo, recobre la sensibilidad y se pueda hacer algo. 

—¿Cuánto tiempo?, ¿dos días, diez años? —pregunto, bastante alterada. 

Me llevo las manos a la cien y trato de controlar el dolor de cabeza, que esta vez sé que no es síntoma del embarazo, es de pura preocupación. Karl no puede caminar, no podrá trabajar en un tiempo mientras se recupera de la operación a corazón abierto, estoy embarazada de trillizos y tengo a Maël y a Davide en casa. No sé cómo le haré para sobrellevar esto. Karl necesita cuidados especiales por un tiempo y yo tengo una agenda de trabajo tan pesada que no hay espacio. 

—¿Qué te preocupa? —me pregunta, enderezándose un poco más para poder verme desde la cama. 

—¿Quieres saber lo que me preocupa?, todo Karl, todo. Me preocupas tú, los niños y que Mena haya sido secuestrada. 

—¡QUÉ! —expresa Karl, bastante alterado. 

Mierda, me dijeron que no emociones fuertes por algún tiempo, y yo le digo lo de Mena como si fuese algo cotidiano. 

—¿Cómo que Menita está secuestrada? —me pregunta. 

—Mi padre me lo dijo. Está esperando noticias. No sé mucho del asunto y no me quieren decir más para no preocuparme, porque ya con esto tengo. 

Karl se queda en silencio. Lo veo al rostro y aún está pálido por todo lo que ha sucedido, y su mirada ha cambiado. Ahora el miedo predomina. Él no la está pasando bien y yo vengo con mis tonterías. 

—Todo estará bien, no te preocupes. —Termino mi discurso. Camino hacia él y me siento a su lado. Karl me pide con un ademán que me suba a la cama. Cuando lo hago, me recargo sobre su pecho y escucho el latido de su corazón: fuerte y continuo. Jamás me había fijado en lo fuerte que late—. El doctor tiene razón, soy una malagradecida. 

—No. 

—Estás vivo, es lo importante. 

—Y estaremos bien. ¿Crees que a mí no me preocupaba que supieras esto?, ¿crees que a mí no me afecta saber que no puedo caminar y tenemos tres bebés en puerta?, ¿crees que no me pasó por la mente que podrías dejarme de amar? 

Me acerco a su rostro y lo beso. 

—Jamás. Te amaría aunque solo pudieses mover la boca —le contesto. 

—Es lógico, tú sabes lo que yo puedo hacer con la boca —me contesta coqueto. 

Una risita se escapa de mi garganta, y sin más, lo beso apasionadamente en los labios. Sin embargo, el sonido de una garganta aclarándose nos interrumpe, y al notar que es mi padre, me sonrojo. 

—¿Qué tanto escuchaste? 

—Lo suficiente para contarlo en la terapia —bromea. 

Mi padre entra con una sonrisa. 

—Mena ya apareció, y está bien. La villana al final de cuentas fue la heroína, y todo se ha arreglado con tu hermana. 

Sonrío. 

—Me alegro. 

—Ya todos en la familia saben lo de Karl. Tu madre ya viene para acá, así que la esperaré. No le he dicho lo de los trillizos, así que tienes que pensar cómo le darás la sorpresa. 

—Creo que la misma sorpresa son los trillizos —contesto—, sobre todo meses después de haber dado luz a gemelos. 

—Supongo que podrás ser más creativa —me sugiere.

—¿Señor Karl Johansson? —Escuchamos en la entrada. 

Los tres miramos hacia la puerta, y vemos a dos agentes de policía esperando en el umbral. 

—Sí —responde, Karl.  

—Somos los agentes James y Covarrubias. Venimos a tomarle declaración sobre lo que sucedió la noche de su accidente. Nos dijeron que ya puede hablar. 

Volteo a ver a Karl y él asiente con la cabeza. 

—Pero, ¿no estás aún muy débil? 

—No, me siento bien —me contesta. Se separa de mí y se dirige a los agentes—. Puedo hablar. 

—Bien, necesitaremos privacidad —responden, viéndome a mí. 

Cuando me pongo de pie, noto que Rico está afuera, con la espalda recargada sobre la pared, como si fuese un niño regañado. Traes las manos metidas en los bolsos del abrigo, y la cabeza baja. 

¿Qué dijiste desgraciado?, pienso. 

—Amor, ¿puedes dejarnos solos? —Me pide Karl. 

—Sí claro. Iré por un paracetamol para el dolor de cabeza. Cualquier cosa, estaré en la sala de espera. 

—Yo te acompaño —habla mi padre. Luego me ofrece el brazo y me acompaña a la puerta. 

—Alegra, doctor Canarias —nos dice Rico, tan solo nuestras miradas se encuentran en la puerta. Después, entra con los agentes y el cuarto se cierra. 

¿Le dirá la verdad?, ¿qué habrá inventado Rico esta vez?, ¿será que Karl, además de recibir la puñalada, saldrá culpable por lo de la clínica clandestina? 

—¿Todo bien? —me pregunta mi padre, al notar que me pongo tensa. 

Lo veo a los ojos. Le he mentido durante meses y ahora, todo saldrá a la luz. Aunque, si me pongo a pensar con la cabeza y no con la rabia, si lo de la clínica clandestina se hubiese sabido, mi padre no estaría tan tranquilo. 

—Todo bien —miento. 

Ambos caminamos hacia el elevador. Mi padre presiona el botón del piso 1, donde se encuentra la cafetería, y cuando las puertas se abren, entramos en silencio. 

—Ale. Sé que no estás feliz con el último diagnóstico de Karl, porque es normal que quisieras que todo estuviera perfecto con él. Sin embargo, recuperarse de una puñalada en el corazón y regresar de la muerte se debe considerar. 

—Lo sé. Pero, no puede caminar, ¿podrá hacerlo algún día? 

—Esperemos.

—¿Qué tipo de respuesta es esa, doctor Canarias? —le pregunto, bastante molesta. 

—La respuesta que te doy es porque no sé si volverá a caminar. No te quiero dar esperanza, pero tampoco quitártela. Solo debes esperar. A veces, no todo está en manos de los médicos. 

—¿También en manos de Dios? —inquiero. 

Mi padre asiente. Las puertas del elevador se abren y ambos salimos al nivel dónde se encuentra la cafetería. Sin decir una palabra, los dos caminamos hacia allá, pienso en los agentes que se encuentran con Karl, y en el interrogatorio. Desconfío de Rico y espero que no haya inventado historias para zafarse, como siempre. 

—También está en Karl. —Interrumpe mi padre lo que estoy pensando. Él toma un sorbo de café y me da a mí la botella con agua para tomarme la pastilla—. Es un hombre fuerte, con voluntad y ganas de vivir. Eso fue lo que le ayudó a sobrevivir; además de sus hijos y tú. Mira, el tiempo dirá dos cosas: uno, que Karl puede recobrar la movilidad, o dos, que habrá cambios mayores en su vida y deben volver a empezar.  

—¿Cómo qué tipo de cambios? 

—¿Además de trillizos? Bueno, Karl deberá aprender a valerse por sí solo en la silla de ruedas, tú deberás adaptar todo para que él pueda alcanzar y ayudarte. Posiblemente cambie la rutina. Entre otras cosas personales entre ustedes de las que no me quiero enterar. 

Me sonrojo al acordarme de lo que me dijo hace momentos atrás. Sin embargo, la alegría me dura poco, cuando recuerdo que Karl posiblemente vaya a perder su licencia por estar metido en rollos con Rico. ¿Qué hará Karl si no puede ser doctor?, ¿se deprimirá?, no quiero que Karl pierda su brillo, no quiero que se pierda él. No quiero perder a mi Karl. 

La preocupación se ve reflejada en el rostro, así que mi padre opta por abrazarme con fuerza. Yo me suelto a llorar. Si el embarazo anterior estaba sensible, en este, estaré el doble. 

—Mi amor, todo estará bien. 

—Lo sé… —admito—, pero me muero de miedo. ¿Qué tal si no podemos superar esto?, ¿qué tal si Karl no es el mismo?, y, su corazón quedó herido, ¿qué tal si le pasa factura en la salud?, si le acorta la vida, si le pasa algo y me deja completamente sola… yo… quiero envejecer con él —confieso. 

No puedo ver a mi padre, pero sé que está esbozando una sonrisa. 

—Has madurado —me comenta. 

—¿Crees que después de tener gemelos y lo que pasó con Karl, no lo haría? —inquiero. 

—Créeme, Alegra. Hay personas que el mundo se les puede caer encima y no maduran nunca. Pero tú lo hiciste antes de que llegaran mis nietos, y de este accidente. Lo hiciste en el momento que comenzaste a tomar el rumbo de tu vida. Que tomaste la sartén por el mango e hiciste las decisiones fuertes – mudarte de país, establecerte con alguien. Puedes con esto, estoy seguro, solo que tendrás que aceptarlo, mientras no lo hagas, será difícil. Acepta que tu pareja está viva, que tendrás trillizos y también, que puedes con esto y más. Siempre has sido vencedora, Alegra. O tal vez, funcione la psicología inversa.

—¿Me dirás que no puedo? —inquiero—. Porque sí puedo. Claro que puedo. Soy la fotógrafa de celebridades más requerida de Nueva York, si puedo lidiar con el humor de Kanye West, puedo con esto. 

—Ves… ni siquiera necesité decírtelo. —Mi padre besa mi frente—. Tienes a tu familia, nosotros te apoyamos. Que no te dé miedo pedir ayuda. 

—Lo tengo en cuenta. 

Mi móvil suena y al notar la pantalla, veo que es un mensaje de Karl. 

—Debo subir. Karl ya está libre. Iré a platicar con él. 

—Vale. Si me permites, regresaré al Penthouse a pasar tiempo con mis nietos, antes de que tu madre llegue y sea un caso perdido. 

Me río. 

—Tus nietos te aman. 

—Y yo a ellos. Solo que me cuesta distinguirlos, no sé cómo le haces.

—Instinto maternal —miento, porque a veces yo también los confundo. 

Me dirijo hacia el elevador con una sonrisa en el rostro y bastante animada. Tiene razón mi papá, he madurado, puedo con todo, Karl está vivo y seremos padres de nuevo. Aunque por dentro, muero de miedo con lo que pase con Rico y su clínica clandestina. 

Cuando las puertas del elevador se abren, la presencia de los agentes me asusta un poco, pero no me dicen nada. Simplemente, se suben al elevador cuando ven que yo salgo. Rico, se encuentra aún en la habitación de Karl. Están hablando en voz baja, como si no quisieran que yo me enterara. Entro, y las miradas se posan sobre mí. Rico, baja la mirada. 

—Sin mentiras —hablo—. No quiero que me den excusas o me digan mentiras, ¿qué pasó con los agentes? 

Rico voltea a ver a Karl. 

—Todo está bien Alegra, pero…—Comienza Karl. 

—¿Pero qué? —pregunto, apresurada—. No me digas que perdiste tu licencia. No me digas que Rico se salió con la suya, ¿te convenció de que te echarás la culpa?, ¡dime! —exijo. 

—Dijimos la verdad —habla Rico. 

—¿La verdad? 

—Sí. Respondimos lo que los agentes nos dijeron, Alegra. Fue todo. 

—Pero, Karl no sabe mentir. —Le recuerdo. 

—No mintió. Simplemente, contestó con la verdad lo que los agentes le preguntaron —continúa Rico. 

—¿Qué te preguntaron? 

—Cómo habían sucedido las cosas. Les conté todo, me dieron una puñalada en el corazón, perdí el conocimiento —contesta Karl. 

—¿Les dijiste que te dieron una puñalada en una clínica clandestina? 

—No. Ellos me dijeron cómo había sido el asalto. 

—¿El asalto? —volteo a ver a Rico. 

—Karl no sabe mentir, pero, yo sí. Cuando me entrevistaron les dije que había sido un asalto en el edificio. El hombre pensó que traíamos medicinas con nosotros y Karl me defendió. 

—Y yo les dije que fue cierto. Un asalto en el edificio, lo defendí y bueno… perdí el conocimiento. Lo que haya hecho Rico, después, nunca lo sabré, supongo que es verdad. 

—Mentiste —comento. 

—No, no lo hice. 

—Este hombre aquí, te arrastró a una clínica clandestina que debiste mantener en secreto de mi familia para no perder todo. Por esa causa te dan una puñalada en el corazón, casi pierdes la vida y todavía, ¿lo salvas? —inquiero. 

No sé por qué la rabia se ha apoderado de mí. No puedo concebir la idea de que Karl haya hecho esto. Rico es libre, no pagará ninguna consecuencia, además está catalogado como héroe. Asimismo, Karl no puede mover las piernas y recibió una puñalada mortal donde el porcentaje de sobrevivir es bajo, muy bajo. Agregando que no podrá trabajar durante un tiempo debido a su condición, o volver a bailar conmigo. 

No podrá volver a bailar conmigo. 

—Jamás te perdonaré esto, ¿sabes? —le reclamo a Rico—. Jamás. Ojalá hubieses sido tú el de la puñalada en el corazón. 

—Alegra… 

—Y tú —me dirijo a Karl. 

Su mirada azul se encuentra con la mía. Así que no me atrevo a decir nada. Simplemente, salgo de la habitación y me alejo un rato de ahí. No puedo estar enojada, pero lo estoy. Debería estar agradecida, y lo estoy. Simplemente, estoy muy asustada por lo que vendrá. Me muero de miedo. 

***

Karl regresó con nosotros una semana después del atentado. Debido a que nuestra casa estaba muy lejos del hospital, decidimos instalarnos por completo en el Penthouse, donde mis padres ya se estaban quedando. La ventaja de venir de una familia acaudalada es que puedes usar los recursos que tienes para tu comodidad, y yo lo hice.

Durante años, mis abuelos enseñaron a nuestros padres a vivir con lo indispensable y lo que nos hacía sentir cómodos. Mi abuela nos enseñó a coser y reciclar, a otros a reparar, y a trabajar por lo que queríamos obtener. Nosotros debemos ser los únicos herederos ricos que tuvieron que ahorrar sus domingos para comprar algo que deseábamos; admito que se sentía bien.

La ventaja es que esos fueron los abuelos maternos, porque los paternos fueron un poco más permisivos y extraordinarios. No los culpo, mi abuela Fátima creció en cuna de oro y mi abuelo se encargó de tener tanto dinero que podría comprar lo que quise; solo sabía cómo manejarlo. Yo, aprovecharé mis recursos porque lo necesito, y no me da pena decirlo, así que mi primera decisión fue dejar mi tranquila casa, y mudarme al lujoso Penthouse que tiene las habitaciones que necesito para vivir, que puede alojar mi estudio y donde hay un elevador interno que puede subir la silla de ruedas de Karl cada vez que lo necesite.

Todo fue perfecto al llegar, todo. Mis hijos estaban bien, cuidados por sus abuelos y Susi, la niñera. Mi agenda estaba llena, mi trabajo prosperaba y Karl estaba bien, reposando en la cama tal y como el doctor nos había dicho. El único problema era Karl y yo. No nos dirigíamos la palabra, o más bien, yo no le hablaba a él.

No es que lo ignore por completo, al contrario, estoy al pendiente de lo que necesita. Solo que no estoy igual de amorosa y linda que antes. Lo trato con respeto y contesto cuando me llama, pero no estoy de humor para fraternizar ni hacer conversación sobre otro tema, y él lo sabe.

Es mi padre quien lo atiende por la mañana en las curaciones, y yo por la noche. Pero después de tocar la cama, le doy un beso de buenas noches en la mejilla y me volteo. No quiero hablar con él. Sigo enojada por lo que hizo por Rico, quien por cierto, fue ascendido al puesto de Karl en la clínica, al menos hasta que Karl decida qué hará cuando se recupere.

No puedo aceptar que esto haya terminado así, aunque me sigo sintiendo como una malagradecida: Karl está vivo y eso es todo lo que importa. Por las mañanas, me despierto y sonrío al verlo dormir a mi lado. Me veo tentada a acercar mi oído a su pecho para cerciorarme de que su corazón late fuerte y sin problemas. He tenido pesadillas donde el muere en medio de la noche y no me puedo despedir de él. Es horrible, no quiero perderlo. 

Sin embargo, tan solo empieza el día y la actitud fría regresa. Sé que en algún momento va a pasar, pero no sé cuándo. Tal vez esté exagerando, o tal vez es momento de que baje la guardia y comience a hablar. La siguiente semana iremos al doctor a ver a los bebés, mi madre se enterará oficialmente de mi embarazo, aunque sospecho que ya lo sabe, y Karl, él tiene que ir conmigo, es el padre de mis hijos y eso ni un enojo lo va a cambiar. 

Hoy, mis padres y la niñera, se llevaron a los niños a pasear mientras el doctor revisa a Karl en la habitación. Debido a que todavía no está del todo recuperado, nos dijo que vendría. No obstante, si todo sale bien en esta revisión, le dará a Karl luz verde para comenzar la rehabilitación. Debe hacer ejercicios para recuperar la salud y sobre todo, el corazón. 

—Por fortuna, doctor Karl, usted es un hombre sano, antes y después del accidente. Así que su corazón respondió bien a la operación y no me queda más que desearle una buena recuperación. 

—Gracias —pronuncia. 

Yo sonrío. Que esté enojada con él no quiere decir que no me alegre saber que es´a bien y recuperándose. 

—Recuerde. Seis meses de reposo. Espere tres meses para ejercitarse. No emociones fuertes, ni nada que lo altere. No alcohol, no drogas, no… 

—Lo sé —le interrumpe Karl—, recuerde que yo también soy cardiólogo. 

El doctor ríe. 

—No debería de haber ninguna complicación, pero, cualquier cosa, me llama. 

—Lo haremos —respondo—. Claudio —le digo al enfermero—, escolta al doctor hacia la puerta. 

—Claro que sí. 

—Hasta luego, doctor —habla Karl, quién se encuentra sentado en la silla de ruedas. 

—Hasta luego. Es usted un milagro. 

Karl sonríe, pero no dice nada más. La puerta de la habitación se abre y el doctor sale con Claudio. Yo aprovecho para guardar las medicinas, y algunas cosas que hay sobre el sofá. En ese instante, siento la mano de Karl en mi cintura, para luego envolverme con sus brazos. 

—Ale, hablemos —me pide. 

Suspiro. 

—No sé si tengo ganas… 

—No me importa. Llevas una semana sin hablarme y algunos días desde el hospital. No me diriges la palabra, ni me besas, no… solo dime. Aprovechemos que los niños no están, ni tus padres, y dime. 

—Es que no te gustará lo que te tengo que decir. 

—Mientras no me quieras dejar, aguanto todo. 

Me pongo de pie. Es el momento, no puedo aguantar más, y como si hubiesen abierto un grifo de agua, digo todo. 

—No comprendo por qué estás tan tranquilo, y mucho menos el porqué hiciste eso. —Elevo la voz. 

—¿Hacer qué? —pregunta, con paciencia. 

—Lo de Rico. —Al fin se escapa de mis labios. Siento cómo la opresión en el pecho se libera—. Él te puso así, en silla de ruedas, él te jaló a la clínica clandestina, él provocó que casi te murieras, y, ¿qué obtuvo? Un ascenso en la clínica, una bandera de héroe y posiblemente libertad para hacer lo que se le pega la gana. Mientras tú fuiste víctima de las consecuencias. Estás en una silla de ruedas, no puedes trabajar en un año y no sabes si podrás caminar. Y, aun así, estás tranquilo. Siento que no te importa nada de lo que pase con tu familia, con nosotros. 

Karl se queda en silencio, mientras me ve quebrar en llanto. Se siente también haberlo dicho todo, aunque ahora me siento culpable, por tanto reclamo que le hice. 

Soy una malagradecida, pienso. 

Karl suspira. 

—Tienes razón —habla, provocando que suba la mirada—. En todo tienes razón. Y no te la doy para contentarte, si no, porque es verdad todo lo que dices. Las consecuencias de los actos le dieron a cada quien algo, un lugar, un sentido.

—Y a ti te tocó la peor parte —le reclamo. 

Karl sonríe. 

—¿Eso es lo que tú piensas?, ¿crees que me tocó la peor parte? 

—Sí, estar al borde de la muerte es la peor parte. 

—Sí, es horrible. Pero desde mi punto de vista, me tocó la mejor parte de todas. Estoy vivo, y eso es lo que más importa. —Karl se acerca a mí y me invita a que me siente sobre las piernas. 

Por fortuna, el embarazo aún no me hace tan pesada, así que, sin problemas, puedo sentarme cómodamente sobre él.  

—¿Quieres saber por qué hice lo de Rico? —me pregunta. 

—Me encantaría saberlo. 

—Bien. Mientras te lo cuento, quiero que mires a tu alrededor y veas dónde estamos y con quién. Quiero que pongas la mano sobre mi pecho, y sientas latir mi corazón. Yo pondré mi mano sobre tu vientre, solo para recordarte que estás gestando tres bebés míos. 

Karl me hace una seña para que lo haga, y siguiendo el juego, lo hago. Poso mi mano sobre su pecho y siento el palpitar de su corazón. Después, su mano cálida toca mi vientre, su mano libre coge mi mano libre  y por unos momentos nos quedamos así, sentados, en silencio, sintiéndonos. 

—¿Qué es lo que ves? —inquiere.

Bajo la mirada y noto nuestras manos.

—Nos sentimos.

—Y nuestras manos están llenas. Ambos estamos sintiendo vida. Nuestros ojos pueden ver un hermoso y elegante penthouse, podemos ver las luces de Central Park desde aquí, y dentro de unas horas, escucharemos a nuestros hijos, quienes vendrán emocionados por el paseo que tuvieron con sus abuelos. Tendremos una cena baja en grasas y luego, iremos a dormir juntos. Esto, Alegra, es todo lo que yo tengo. Te tengo a ti, a nuestros bebés, una casa, comida, vida, sobre todo vida. Y si comparas todo eso con no tener movimiento en las piernas, es mínimo, ¿no crees?

—Sí —hablo en un hilo de voz.

—Rico no tiene esto. Yo tengo todo esto y mi licencia para ser doctor, Rico no. Él solo tiene su carrera, su profesión. No tiene todo esto que yo tengo, y no quería que pesara en mi mente el resto de mi vida, que yo fui el culpable de quitarle a Rico lo único que posee. Sé que por su culpa resulté herido, pero también por él estoy aquí, y se lo debo. Si yo pierdo mi licencia, aún te tengo a ti, a mis hijos, el apoyo de la familia, pero Rico, no. Él no tiene nada. Por eso es que lo hice.

Suspiro. 

—Lo veo. 

—Sé que es difícil de entender ahora, pero con el paso del tiempo, lo harás. Rico, ya salió de nuestras vidas, lo juro. Quitó la clínica clandestina y devolvió el material. Y yo, estoy aquí, contigo. 

Karl acerca su rostro al mío, y ambos rozamos nuestras narices con ternura. Sonrío. Tiene razón, no sé cómo lo hace, pero siempre logra explicarme todo, contenerme, hacerme sonreír.

Lentamente acercamos nuestras bocas. Me acomodo sobre sus piernas y pongo mis manos sobre su rostro. Dejo que esa mirada azul me penetre las pupilas, y después nos besamos.

Es un beso tierno al principio, como si cada roce de nuestros labios fuera una caricia de complicidad. Siento su aliento cálido, mezclarse con el mío, y el mundo entero parece desvanecerse a nuestro alrededor.

Pero conforme el beso avanza, la pasión se enciende. Nuestras bocas se funden en un beso apasionado, lleno de deseo y anhelo. Sus labios son suaves contra los míos, pero al mismo tiempo, transmiten una intensidad arrolladora.

Es como si ese beso fuera una celebración de la vida, una prueba de que estamos juntos y de que superaremos cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino. 

Mis manos se aferran a su rostro, deseando memorizar cada ángulo, cada textura. Sus manos recorren mi espalda con ternura, como si quisiera asegurarse de que estoy ahí, de que somos reales.

Cuando finalmente nos separamos, estamos jadeando, nuestros labios hinchados y nuestros corazones latiendo al unísono. Nos miramos a los ojos, y sé que este beso nos ha devuelto la vida. 

—¿Ves cómo me tocó la mejor parte? —me pregunta, aun sobre mis labios. 

—Te amo —le digo. 

—Yo te amo más. Te amo tanto que regresé a esta vida por ti, solo por ti —me promete—. Fuiste mi último pensamiento y el primero. Eres todo para mí, Alegra. Y a partir de hoy solo pensaré en cómo envejecer contigo. 

Sonrío. 

—Sabes… —dice, mientras me separa de su boca —. Creo que no todo perdió la sensibilidad. 

Y con una mirada pícara me dirige a su entrepierna y yo estallo de risa. Al parecer, aun regresando de la muerte, Karl sigue siendo Karl, y yo, no puedo ser más feliz. 

—Supongo que hay esperanza… 

—La hay —dice sobre mis labios—. Aunque creo que lo mejor será esperar a que mi corazón esté completamente sano, después, no respondo —me amenaza con cariño, para volver a besarme. 

Vamos a estar bien… todo estará bien. 

8 Responses

  1. Ay mi Karl eres un ángel y yo estaria igual o peor que Alegra, odio a Rico. Pero la nobleza de Karl es magica y tiene razon en todo tambien. Osea q lo de la clinica clandestina ya se acabo ahi? Jum no confio en Rico, es mañoso y mala gente. No quiero que Karl quede mal ante la familia. Karl no 🙏

  2. Karl tan bueno explicando…y siendo grato con la persona que lo salvó…pese a que Rico no me cae muy bien jaja….pero en el fondo creo es bueno…y lo mas Importante no todo está muerto jaja…veamos como se las ingenian ahora este par de calenturientos jaja

  3. Al principio me enojé mucho con Karl, no comprendía el porque no entregaba a Rico, ahora, concuerdo 100% con Karl y me alegronque haya hecho todo tal cual lo hizo y más aún, que Rico ya devolvió todo y ya no está la clínica.
    Y por supuesto las excelentes noticias que no todo perdió sensibilidad

  4. A veces se nos olvida que la vida ya nos recompensó y hay gente que no tiene nada (aunque no lo merezca). Gracias Ana

  5. Tenía que ser Karl el que le diera ese toque único que solo él puede 💙💙 tiene tanta razón en lo que le explico a Ale y que bueno que ella ya pudo sacar su frustración y que están mejor, están juntos y amándose más que nunca 🥰💙

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