Karl 

Estoy agradecida de estar vivo, y de poder volver a ver a mi familia. Estoy agradecido de que la vida me haya dado una nueva oportunidad, y de que puedo contarlo. Mi corazón va sanando, mi humor ha mejorado y siento que puedo superar todo; aunque a veces no pueda evitar sentirme abrumado por la situación en la que me encuentro. Desde que el accidente me dejó sin poder caminar, cada día ha sido un desafío, una lucha constante entre la gratitud por lo que aún tengo y la frustración por lo que he perdido.

Estar postrado en esta silla de ruedas es algo que nunca imaginé para mí. Recuerdo los días en los que corría, hacía ejercicio  y era independiente, todo  sin preocupaciones más allá de disfrutar del momento. Ahora, cada movimiento requiere un esfuerzo titánico, y a veces la debilidad me tumba antes de siquiera intentarlo. 

En medio de este torbellino de emociones, encuentro consuelo en el apoyo incondicional de mi familia. Mi enfermero, Claudio, me ayuda en cada paso del camino. Y mi suegro, David, se ha convertido en mi alentador número dos, Alegra es el uno. Pero en el fondo, deseo poder hacerlo solo, sin depender de nadie más que de mí mismo. Quiero volver a bailar con Alegra, necesito lograrlo. 

Sin embargo, sé que debo ser realista. La realidad es que necesito ayuda, al menos por ahora. No puedo cargar con el peso de mi propia existencia sin la asistencia de aquellos que me rodean. Y aunque me cueste admitirlo, la gratitud se mezcla con una sensación de impotencia que amenaza con desbordarme.

Alegra, es mi mayor preocupación. No quiero añadir más peso a sus hombros, no quiero que vea la frustración que a veces me consume. Ella necesita mi fortaleza, mi optimismo, y haré todo lo que esté a mi alcance para no defraudarla. Pero sé que no puedo ocultar mis sentimientos para siempre.

Me preocupa el futuro, cómo enfrentaré los desafíos que aún están por venir. Pero también me llena de esperanza pensar en nuestros hijos, los que ya están con nosotros y los que están por venir. Ellos son mi razón para seguir adelante, mi motivación para superar cada obstáculo que se interponga en mi camino.

A veces me pregunto si algún día podré recuperar la libertad que tanto añoro. Si podré volver a caminar por la playa junto a Alegra, tomados de la mano, sin más preocupaciones que disfrutar el momento presente. Pero por ahora, debo concentrarme en el aquí y ahora, en encontrar la fuerza para seguir adelante cada día, paso a paso. Sobre todo ahora, que veo a mis trillizos reflejados en el monitor del ultrasonido. 

—Están perfectos —nos dice el doctor, con una sonrisa. 

—¡No lo puedo creer!, ¡seré abuela de trillizos! —expresa Luz, quien hoy por la mañana se enteró de que será abuela una vez más; aunque sabemos que ya lo sospechaba porque a Alegra ya se le nota—. ¡Tres, David!, ¡tres! —expresa feliz. 

Mi suegro le sonríe, y la abraza. Supongo que para ellos ha de ser maravilloso ver cómo sus hijos tienen hijos y ahora, ellos están aquí para consentirlos. Me pregunto si Alegra y yo también podremos vivir esta etapa con los nuestros. No hemos traído a los gemelos aún, les comunicaremos la noticia en la casa, de una forma especial. También, hoy se entera la familia, solo queríamos estar seguros de que los trillizos están a salvo. 

—Ojalá se pudiera saber ya el sexo —me dice Alegra—. Me quiero preparar para saber la noticia. 

—¿Qué noticia? —pregunto. 

—De que seré la reina entre seis hombres —bromea. 

—¿Crees que serán niños? 

—Lo sospecho. 

—La próxima consulta podremos saberlo. Hay un análisis especial que se puede hacer para saber el sexo del bebé —nos habla—. Por si gusta saberlo antes. 

Alegra y yo nos vemos a los ojos. El enterarnos del sexo de los gemelos nos ayudó a planear muchas cosas con respecto a su entorno. Sin embargo, noto que esta vez ella no quiere eso. 

—O, lo podemos dejar al azar —pronuncia, y parece que le leí la mente. 

—¿Segura? 

—Sí. Será divertido ver como toda la familia apuesta y dejarlos en ascuas hasta el momento del nacimiento —dice divertida—. No creo que a mis primos y mi hermano les moleste. Menos a Moríns. 

David Canarias sonríe. 

—Bien. Entonces no diremos el sexo de los bebés hasta que nazcan —habla el ginecólogo. 

Las luces se encienden y yo ayudo a Alegra a levantarse. Me es un poco complicado desde la silla de ruedas, pero lo logramos.

—Los esperamos afuera —habla Luz con emoción, y tomándole el rostro a Alegra, con cariño, le da un beso sobre la frente—. Me harás abuela de nuevo, ¡qué emoción! 

Alegra sonríe. 

—Luego platicamos, ma —responde. 

David y Luz salen del consultorio, y yo me dirijo hacia la parte de la oficina para esperar a que regrese Alegra. Es increíble como la revelación de su embarazo hizo que ya se notara. Alegra, ahora si tiene un vientre de embarazada, no como antes, que el vientre se le notó el en último trimestre. 

—Apenas estamos por entrar al segundo trimestre —me dice—, y ya necesito nuevos pantalones. 

—Los compraremos —le respondo. 

Ambos nos sentamos y escuchamos las indicaciones del doctor. Tomamos la receta, los estudios y después nos vamos de ahí. Los Canarias sugieren una cena para celebrar y sobre todo de despedida, ya que ellos se van mañana para Ibiza y, después, ayudar a Lila a su mudanza a París. 

Los cuatro nos dirigimos a un restaurante bastante bonito, el favorito de Luz. Mientras entramos, nos comentan que una vez, en un aniversario, no sabían qué hacer y descubrieron este restaurante que después se convirtió en su favorito; nos estaban pasando la batuta. 

—¿Están felices porque tendrán tres más? —inquiere Luz. 

—Sorprendidos —respondo—. Ambos quedamos en shock. 

—Me imagino, si con dos uno se sorprende, con tres, ha de ser otro nivel —me responde David. 

—Sobre todo cuando no cuentas con la idea de que puedes quedar embarazada a tan solo meses de haber dado a luz —responde Alegra—. Ahora seremos siete. 

—Siete, suena a una familia numerosa —contesta Luz. 

—¿Crees que quepamos todos en la casa de Madrid? —pregunta Alegra. 

—¿En Madrid? —inquiero, bastante sorprendido—, ¿por qué en Madrid? 

Alegra voltea. 

—Porque nos regresaremos…— dice segura. 

Cuando mi rostro cambia de inmediato, no es una reacción común. No se trata de sorpresa, ni de enojo. Es algo más profundo, algo que hiere en lo más íntimo de mi ser: me siento ofendido. Ofendido por lo que acaba de decir, por la insinuación de que mi opinión ya no tiene valor, de que mis pensamientos son insignificantes. Y me pregunto, ¿desde cuándo tomó esa decisión? ¿Qué está pasando para que de repente se menosprecie lo que pienso, lo que siento, lo que soy?

—¿Desde cuándo planeamos todo esto? —pregunto. 

La tensión crece en la mesa. 

—No lo planeamos. No es un plan, es una solución. 

—¿Solución a qué? 

—Pues, a lo que estamos pasando. 

Luz y David se miran a los ojos, al parecer, ellos tampoco sabían la decisión de Alegra. 

—Creo que iremos a dar una vuelta —comenta, David, y ambos se ponen de pie. 

—No, ¿por qué? —inquiere Alegra. Creo que ella no sabe que esto se discute en privado. Es normal. Alegra, jamás había tenido una pareja y yo, jamás le he puesto un límite con respecto a la expresión—. Siéntense. 

—Alegra, esto se debe discutir en privado, es una decisión bastante grande. 

—No lo veo así. Se me hace lo más normal —habla, y en su mirada veo que está convencida de lo que está diciendo y en lo que debe hacer—. Regresaremos a Madrid, trabajaré con mi madre, tú podrás trabajar con mi padre y yo estará bien. 

—¿Quién dice que yo quiero trabajar con tu padre? —pregunto, luego volteo a ver a David—. Sin ánimos de ofender. 

—No te preocupes —contesta él, bastante relajado. 

—Entonces, ¿dónde quieres trabajar? 

—No lo sé, tal vez quiera hacer más cosas… 

—Karl… 

—No entiendo, ¿qué es lo que pasa?, ¿acaso crees que ahora porque estoy así no puedo continuar con mi vida?, ¿crees que he perdido más de lo ya perdido? 

—Chicos… creo que mejor lo hablamos en la casa —interrumpe Luz, al notar que todos nos están bien. 

Alegra voltea, deja el menú sobre la mesa y me ve a los ojos. 

—Karl, pronto seremos una familia de siete. Con dos niños de un año y otros tres de meses. Vivimos solos acá, en Nueva York, estamos lejos de todos y tú no tienes trabajo. No sabemos cuánto tiempo va a durar lo de tus piernas, o si será para siempre. Yo no podré con todo, necesitaré ayuda y no creo que tu familia venga desde allá a echarnos la mano. 

—¿Crees que no pueda ayudar yo? ¿Qué no puedo atender a mis hijos? 

Alegra niega con la cabeza. 

—Yo no dije eso… 

—Prácticamente eso insinuaste. 

—No, me estás entendiendo mal, Karl. 

—No lo creo —contesto, bastante indignado. Quito los frenos de la silla de ruedas y me hago para atrás —. Me voy. 

—Karl… 

Salgo del restaurante sin mirar a Alegra a los ojos. A pesar de haber visto a mis bebés sanos y fuertes, la sensación de ofensa sigue palpable en mi interior. ¿Cómo es posible sentirme así después de presenciar la bendición de la salud de mis hijos? Sin embargo, la insinuación que Alegra me hizo caló profundo, como una daga que perfora mi corazón, y sé que es mi propia frustración la que habla en este momento.

Es cierto que Alegra tuvo sus razones para tomar esa decisión, pero el hecho de que no me haya tenido en cuenta me hiere más de lo que puedo expresar. Sigo siendo un hombre, a pesar de la silla de ruedas. Sigo teniendo autoridad, sigo siendo fuerte y sano en espíritu, y sigo siendo un pilar fundamental para mi hogar. Sin embargo, parece que ella ya no lo ve así, y ese pensamiento me duele profundamente.

Es difícil aceptar que mi condición física pueda haber alterado la percepción que Alegra tiene de mí. A pesar de todos los esfuerzos que he hecho para adaptarme a esta nueva realidad, para seguir siendo útil y presente en la vida de mi familia, parece que mi silla de ruedas se ha convertido en un símbolo de debilidad a sus ojos. Y eso, más que cualquier limitación física, es lo que más me hiere.

Quizás sea mi ego herido el que está hablando en este momento, pero no puedo evitar sentirme desplazado, ignorado, incluso menospreciado. Me pregunto si Alegra entiende cuánto me duele esta falta de consideración, esta sensación de que ya no soy visto como igual, como un compañero en el verdadero sentido de la palabra.

Comienzo a rodar por la acera, en dirección desconocida. Cuando escucho la voz de Alegra detrás de mí. 

—Karl. Amor, espera —me dice—. No tan rápido, ya no puedo moverme como antes. 

Siento alivio de que haya venido detrás de mí. De pronto, sentí que iba a lidiar esto solo. Me detengo. 

—Lo siento… —Es lo primero que sale de sus labios—. Fui imprudente, no me expliqué bien, tal vez debí contártelo antes, pero, en mi defensa, para mí es lo más lógico. 

—¿Lo más lógico? —pregunto, volteando la silla. 

—Sí. No es que piense que no puedes ayudarme, pero es que, por ahora, no sé cómo ayudarte. Siento que se me viene una gran responsabilidad y necesitamos apoyo, mucho apoyo. En Madrid lo tendremos. Mis padres estarán a un vuelo, tendremos una casa a lado de mis tíos y como te dije, puedes volver a tu puesto en el hospital. Podremos hacer más cosas que si nos quedamos aquí. Incluso, podrías ver otros doctores, tener una segunda opinión. Nuestra vida aquí se va a complicar y lo sabes. 

—Y, ¿tu sueño? —le pregunto. 

—Karl… ya comprendí que mi sueño es imposible. Esto es lo que hay y lo debo aceptar. 

Suspiro. 

—Ale. Sabes que hay millones de cosas que me gustan de ti y me pueden volver loco. Pero solo hay una que me hace dejar de amarte un poquito. 

Ella se sorprende por mi elección de palabras. 

—Que siempre te pones después de todo y de todos. —Continúo.

—Claro que no. 

—Claro que sí. Siempre piensas que tus sueños y tus problemas no son nada. Lo estás haciendo ahora, te estás rindiendo y aceptando una realidad que no es. 

—¿Qué no es? —pregunta, sin poder creerlo. 

—Sí. Como dije adentro, ¿quién te dijo que yo quiero trabajar con tu papá?, ¿regresar a Madrid?, ¿no criar a nuestros hijos en Nueva York? Si quieres regresar porque es lo que deseas, lo aceptaría sin problemas, pero, como siempre, lo haces por resignación. 

—No me estoy resignando, estoy viendo por nuestros hijos, ¡por nosotros! —me aclara, bastante alterada—. Que no ves que quiero que estés bien, que puedas sentirte cómodo. Qué no ves que me muero de miedo por este escenario que se nos ha dado. Tú nunca tienes miedo. 

—Lo sé —la interrumpo—. ¿Qué no piensas que no tuve miedo al mudarme hasta acá para estar contigo?, o incluso, cuándo tomé el riesgo de tratar de conquistarte de nuevo. O cuando pasó lo de la puñalada, cuando nacieron nuestros hijos. En todos los escenarios moría de miedo, pero lo hice con miedo. Me mudé contigo, sobreviví al accidente, recibí a nuestros hijos, con miedo, pero siempre sabiendo que lo hacía a tu lado. ¿Por qué huyes de tu sueño? 

—Porque, creo que nuestra familia es más importante que mi sueño —contesta con seguridad. 

Ambos nos quedamos en silencio un instante, reflexionando las palabras que Alegra acaba de decir. Unas tan fuertes que me calan hondo. Cualquier hombre podría decir que sí, que lo mejor sería regresar a Madrid y vivir una vida cómoda, y con recursos inimaginables, pero, sé que Alegra no será feliz. Hoy toma esa decisión porque lo ve a corto plazo, sin embargo, a largo plazo será contraproducente y ya no será feliz. Yo quiero que sea feliz. 

—No —contesto. 

—¿No qué? 

—Sé que nuestra familia es importante, Alegra. Pero no vinimos hasta aquí y pasamos todo esto para regresarnos solo por lo que pasó. Vinimos hasta acá a cumplir tu sueño y no nos iremos hasta que se concrete, ¿comprendes? 

—Pero Karl… 

—No te preocupes por mí. Yo sé lo que estoy haciendo y lo que haré. Podremos con nuestros bebés, no lo harás tú sola y yo, lucharé por recobrar la movilidad y mi vida. Eso lo puedo hacer aquí también, no solo en España. Pero tú, no. Tu sueño está aquí, y lo cumpliremos. Sé que tú tienes esta frase en mente, la que le dijo tu padre a tu madre: mis sueños a la par de los tuyos. Pero, yo tengo una para ti, una nueva: Tu sueño, el inicio del mío. 

Alegra sonríe. Va hacia mí y se sienta sobre mi regazo, un movimiento al que ya se está acostumbrando, y me besa sobre los labios. 

—¿Estás seguro?, puede que pasemos muchos años acá.

—¿Los pasaremos juntos? —le pregunto, y ella asiente—. Entonces, estoy más que seguro. —Pongo mi mano sobre su vientre—. No te preocupes, amor, todo estará bien. Todo. ¿Me crees? 

—Te creo —murmura, para luego besar mis labios—. Te creo.  

—Yo tengo una segunda oportunidad. Y lo mejor que es a tu lado. Empezar de cero para mí, nunca fue tan atractivo como ahora. Siento que puedo comerme al mundo. 

Ella acaricia mi rostro. 

—¿Podemos comérnoslo juntos? —inquiere. 

—Hasta la pregunta ofende. —Suspiro—. Prométeme una cosa. 

—Lo que sea. 

—Solo nos iremos a Madrid si tú lo deseas. Si crees que es momento de regresar, no porque quieras huir… ¿vale? 

—Vale… —responde. Para volver a hundirse en mis labios. 

7 Responses

  1. Ay Mi Karl, me duele lo que estan pasando. Pero me enamora como Karl siempre ha pensado en que Alegra sea feliz sin importar nada, ni siquiera el mismo y es verdad lo que el le dice que ahora se van para madrid y van a estar bien y comodos pero no felices y eso despues si no lo saben manejar seran muchos problemas y frustraciones a futuro. Karl es la perfeccion en hombre. Es mi N° 1. ❤️❤️❤️❤️❤️❤️. Gracias Ana por el gran esfuerzo para estos capitulos.

  2. Qué complejo cuando se toman decisiones grandes sin consenso. Ay Alegrita impulsiva

  3. Dios como río lloro u si soy una chillona con todos ellos, pero Ana tiene la culpa por cómo nos hace ver las cosas a través de sus novelas 🥹🥺😭🥰🥰💙💙
    Karl eres un sol grande lleno de luz y amor para tu familia y para tu Alegra 💙💙💙
    Se une una nueva frase 🥰🥰🥰

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