Marianela no salía de su asombro al notar la familiaridad que había entre ellos dos. La luz de la luna apenas y les permitían ver los ojos de la mujer que se encontraban abiertos de par en par, tratando de entender lo que sucedía.
—¿Se conocen? —Fue la primera frase que salió de sus labios.
Rafael clavó su mirada en Genaro, como si pensara que él tendría una respuesta que lo absolviera de todo, y no podrían el amor y el cariño de Marinela en peligro; pero no fue así.
—¿Se lo digo yo o se lo dice usted? —continuó.
Rafael tomó la iniciativa antes de que Genaro pudiese decir algo que arruinara lo que posiblemente ya se encontraba así. Tomó un suspiro, y con la misma voz calmada, la que siempre usaba con su mujer, le dijo:
—Yo fui quien lo operó y le sacó el ojo. Él estaba a punto de morir y yo le salvé la vida. Nunca supe cómo se llamaba, simplemente era un paciente más. Me fui a la siguiente noche para asegurar que su vida no corría peligro. Pensé que jamás volvería a verlo, pero se presentó en mi habitación de la posada, amenazándome y pidiéndome que hiciera su acta de defunción; quería que todos lo creyeran muerto. Lo hice.
—¿Cómo que lo hiciste?, ¡cómo te atreviste! —gritó Marianela, sin importarle que estaban en una misión secreta.
—Me lo quería quitar de encima. Para mí, solo era un soldado que había caído en desgracia y yo simplemente quería regresar a mi hacienda. Situación que hice. Me fui a Puebla con la palabra de él, de que nunca volvería a verle. Al parecer no cumple sus promesas.
—Él, él te dijo que te casarás conmigo… ¿También fui parte del plan? —pregunta Marianela, confundida y desesperada. Su voz titubeó un poco.
Volvió a ver a Genaro, que no dejaba de deleitarse con la escena.
—No… claro que no. —Tomó el mando Rafael, de inmediato. —Jamás has sido parte de un plan.
—Ya lo veo —habló ella, acordándose de todo lo que Genaro le hizo: el abandono, la casa, la muerte fingida—. ¿Entonces?, ¿cómo te enteraste de mí?, ¿sabías que él era mi marido?, ¡Dímelo ya! —gritó Marianela, y esta vez levantó el arma apuntando a Genaro.
Él esbozó una sonrisa, de ese tipo, que uno presiente que dirá algo que moverá sentimientos y provocará emociones fuertes.
—Yo se lo dije —habló Genaro—. Yo le dije todo sobre ti, y él lo escuchó de primera línea.
—¡No, Marianela!, me lo dijo mientras estaba delirando por la temperatura.
—Le dije cuál era tu nombre, dónde vivías, cuál era la situación.
—¡Por supuesto que no! —gritó Rafael.
—Si él sabe todo sobre ti, es porque yo se lo dije. Y supongo que usó esa información a su favor porque, vete, ahora están casados.
Marianela volteó a ver a Rafael.
—¡Siempre supiste que estaba vivo y no me dijiste!
—Marinela.
—¡Incluso cuando lloraba por él, cuándo me sentía deprimida! Sabías que Genaro vivía y no te importó. Fuiste a casa de mi abuela, y en lugar de decirme la verdad, ¡me compraste!
—Y, ¡qué querías que te dijera!, ¿eh? Querías que te dijera que tu marido no estaba muerto, pero que tampoco le importaba regresar a tu vida. ¡Qué le había importado un carajo regresar a ti!, ¡que prefirió morirse para poder seguir con su vida delictiva! ¿Eso querías que te dijera? Él no vale la pena, y jamás lo valdrá.
—Y, ¿tú sí? —inquirió Marianela—. ¡Qué haces aquí!, te he estado buscando durante semanas, fui secuestrada, me quitaron a mis hombres. Y tú, en lugar de venir a tu casa con tu mujer y tu hija, ¿te dedicas a…? —Entonces, Marianela notó que Rafael tenía en sus manos, justo los documentos que ella venía a buscar para que Genaro le ayudara a encontrarlo—. ¿Qué tienes que ver con esos documentos?
—Si te lo digo, ¿me creerás?, o ¿dudarás de mí? —respondió Rafael, bastante enojado.
—No es momento.
—No, si es el momento. —Rafael tomó los documentos con fuerza, para que nadie se los quitara de las manos—. Supe de ti mediante los delirios de este hombre, que ahora me arrepiento de haberle salvado la vida. Cuando me dijo lo que deseaba hacer, lo del acta de defunción y fingir su muerte, se me hizo un acto terrible, pero jamás tuve la intención de buscarte, porque en ese instante no me interesabas. Después, viajé a Puebla y fue cuando Guevara me llamó para atenderte. Escuché tu nombre, tu historia y supe que eras tú. Y sabiendo lo que te esperaba por las decisiones desleales de este idiota, decidí tomar el asunto en mis manos. Por un tiempo me mantuve alejado, porque temía que él se apareciera, pero pasó el tiempo, convivimos más y yo…
Genaro rió con fuerza.
—¿Te enamoraste? —se burló.
Marianela volteó a verlo, y negó con la cabeza.
—Eso es todo lo que tengo que decirte. Y ahora te pido que consideres tu respuesta, después de saber esta información.
—¿Considerar qué? —preguntó ella, algo confundida.
—Tal vez no sea la mejor opción y sí, me guardé todo porque no quería verte sufrir más. Pero te amo, sé que me amas, que ahora estás enojada, pero recuerda que tenemos una hija y que si estoy aquí, es solo porque pensé que sería mejor…
—¡SE ROBAN LA CAJA FUERTE! —se escuchó una voz en la entrada, y al voltear, vieron a Catalina, quién entraba haciendo escándalo.
Rafael se pegó a la cintura de Marianela y la jaló hacia la ventana.
—Tenemos que irnos… ¡vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!
—¡SE LLEVAN A MARIANELA ! —gritó, Catalina.
—¡Siempre me caíste mal! —agregó Genaro, y sin tocarse el corazón, le puso una bala a Catalina en la cabeza.
Ella cayó inerte sobre la alfombra.
—¡CATALINA! —gritó, Marianela, mientras rompía en llanto.
La atención había pasado de patio al despacho, y todos comenzaban a notar que algo pasaba arriba, sobre todo después de la bala.
—¡Haz algo! —le rogó a Rafael, mientras él la jalaba para que salieran por la ventana de algún modo.
—¡Tenemos que irnos Marianela! —le pidió.
—¡Catalina!, ¡Catalina! —gritó ella, pensando en el bebé que llevaba en el vientre y que ahora posiblemente también estaba muerto.
Genaro no se veía para nada afectado por la situación, simplemente se puso a buscar en la oscuridad los papeles que tanto necesitaba.
—¡Vámonos, ya! — gritó Rafael.
Se acercó a la ventana, y jalando a Marianela de la cintura, se dejó caer por el balcón, cayendo ambos en uno de los tantos arbustos que había debajo. Ella seguía en estado de shock. Era una mujer fuerte, pero ver morir de esa manera a su amiga, no es algo que se supera.
—¡Vámonos ya! — gritó Rafael, mientras escuchaba la campana, avisando.
Marianela se puso de pie como pudo, desenredando el vestido, y tratando de seguirle el paso a Rafael.
Todo había salido mal. Si no fuese por ese encuentro y esas confesiones, Catalina no estuviese muerta, y ellos, no tratarían de escapar. No obstante, Rafael jalaba a Marianela, con tanta fuerza, que ella casi tropezaba con las piedras, mientras trataban de escapar.
—¡Allá van! —escucharon a los guardias.
—¡Vamos! —gritó Rafael, mientras se acercaban a las caballerizas.
Los disparos comenzaron a escucharse, y ambos agacharon la cabeza. De pronto, ya no eran doce guardias los que los perseguían, sino el triple.
—¡QUÉ NO ESCAPEN!
Rafael vio el caballo a lo lejos, ese que el grupo de contrabandistas le habían dejado, y sonrío.
—¡Ya casi llegamos!
Un disparo rozó la pierna derecha de Rafael, haciéndolo flaquear y caer sobre la tierra.
—¡Rafael! —expresó Marianela. —Mientras regresaba a ayudarlo.
El doctor se levantó con facilidad, aún con la adrenalina en el cuerpo, y corrió un poco más al caballo.
—¡SE ESCAPAN! —se escuchó muy cerca de ellos.
—¡Marianela!
Rafael aferró su mano a la cintura de Marianela con urgencia, sintiendo el palpitar acelerado de su corazón. En medio del caos que los rodeaba, con los guardias aproximándose y el tiempo deslizándose entre sus dedos, él sabía que este podría ser su último momento juntos. Con delicadeza, inclinó su rostro hacia ella, sintiendo el aroma dulce de su cabello mezclado con el viento fresco de la noche.
Los labios de Rafael encontraron los de Marianela en un beso cargado de emotividad y despedida. Fue un beso lleno de pasión y ternura, un último acto de amor antes de enfrentarse a un destino incierto. Sus labios se unieron en un fervoroso encuentro, mientras el mundo parecía detenerse a su alrededor.
Finalmente, con un suspiro entrecortado, Rafael se apartó lentamente de Marianela, sabiendo que debía dejarla ir para mantenerla a salvo. Con una mirada llena de amor y determinación, la subió en un movimiento al caballo y le dio las lianas.
—¡Vete!
—¡No! —rogó ella, mientras veía las antorchas detrás de ellos.
—¡Vete!, Ana María necesita una madre. Ve a la hacienda, abre la caja fuerte, toma todo el dinero y vete de aquí. Lejos, muy lejos. Aprovecha el caos de la guerra para perderte.
—No, no te dejaré —lo vio ella, con ojos llenos de amor y comprensión—. Te creo a ti, solo te creo a ti. Por favor, sube —insistió ella, aferrándose a su brazo.
—Si me subo contigo, el caballo irá lento y nos cogerán a los dos. Solo vete.
Ella se mordió los labios y dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas. Con un último gesto de cariño, acarició el rostro de Rafael, quería recordarlo, grabar su piel y perderse en aquella mirada.
—Ya me salvaste una vez, mi Marinela, no creo que me puedas salvar dos veces. Te amo —le dijo, para luego darle un golpe al caballo, provocando que este se alojara cabalgando.
Momentos después, se escucharon unos disparos.
😭😭😭😭😭
Maldito Genaro, Dios dame fuerzas para soportar la espera del siguiente capítulo
Uy ese tipejo!!! Es lo peor de lo peor, un canalla corrupto!! 😡😡 Siempre haciendo la vida de Marianela peor 😡
Ojalá a Rafael no le pase nada y pueda mantener su vida junto a Marianela y su niña 🤞🏻🙏🏻
Nooooo !! Rafael
Pero que rayos está pasando!
Maldito tuerto hijo de $%#”(/ pero es que yo si lo mato de verdad para que ya deje de estar jorobando la vida de los demás…
Genaro. Te odio
😭😭😭😭😭
Ese Genaro es un demonio, como le fue a disparar asi a Catalina…. por Dios. Ay no otra vez separados noooooo por que????? Por que???? Nl puedo con la angustia de este par. 😭😭