Rafael Guerra se encontraba sentado en una silla de madera áspera en una celda oscura y lúgubre, iluminada apenas por la tenue luz que se filtraba a través de la pequeña ventana enrejada. El olor a humedad y suciedad impregnaba el ambiente, mientras el sonido de las ratas correteando por los rincones resonaba en sus oídos. Sus ropas estaban raídas y manchadas de sangre, evidencia de las brutales golpizas que había recibido desde que lo encarcelaron.
Con la mirada fija en la pared frente a él, Rafael luchaba por mantener la calma mientras esperaba el próximo interrogatorio. Sabía que no podía dejarse llevar por el miedo o la desesperación; debía mantenerse firme y centrado si quería sobrevivir a esta pesadilla. Pero en lo más profundo de su ser, el miedo latía como un tambor constante, recordándole la incertidumbre de su destino y la preocupación por Marianela y su hija.
A pesar del dolor que le recorría el cuerpo, Rafael se esforzaba por mantener la compostura mientras esperaba la llegada de sus captores. Cerró los ojos por un momento, tratando de enfocar su mente en los recuerdos reconfortantes de Marianela y su hija. Recordó la suave sonrisa de su esposa, la forma en que su hija reía y jugaba a su alrededor, y se aferró a esos pensamientos como si su vida dependiera de ello; que si lo hacía.
El chirrido de la puerta de la celda lo sacó de sus pensamientos, y Rafael levantó la mirada para encontrarse con la figura imponente de uno de los guardias, ese que ya le había propinado las pasadas golpiezas. Su rostro estaba en sombras, apenas iluminado por la luz tenue que se filtraba desde el pasillo. Sin decir una palabra, el guardia abrió la puerta y dos hombres entraron en la celda, arrastrando a Rafael hacia el centro de la habitación.
—¿Dónde están los documentos? —gruñó uno de los hombres, empujando a Rafael contra la pared con brutalidad.
Rafael apretó los dientes para contener un gemido de dolor mientras sentía el impacto de los golpes. Sabía que no podía revelar la ubicación de los documentos, aunque eso significaba soportar más tormento.
—No sé de qué documentos están hablando —respondió Rafael con voz firme, enfrentando la mirada despiadada de sus captores.
Los hombres intercambiaron miradas cargadas de malicia antes de lanzarse nuevamente sobre él, propinándole golpes y patadas con una ferocidad despiadada. Rafael cerró los ojos y se concentró en controlar la respiración, buscando fuerzas en el recuerdo de Marianela y su hija para resistir el dolor.
—¡Por qué mataste a Catalina de Jerez! —gritó.
—Yo no la maté…
Un golpe seco resonó en las paredes de la celda.
—¡Qué participación tienes en el contrabando de oro!
—¡No sé de qué hablan! —respondió Rafael.
—¡Claro que sabes de qué hablamos!, ¡dónde están los documentos!
El tiempo pareció detenerse en la celda mientras los golpes continuaban cayendo sobre él, cada uno más brutal que el anterior. Rafael sintió como si estuviera flotando en un mar de agonía, luchando por mantenerse a flote en medio de la oscuridad abrumadora que amenazaba con consumirlo. Debía resistir.
—¡Basta! —Se escuchó una voz, afuera de la celda—. Lo necesito vivo.
Los hombres se detuvieron, dejando a Rafael en el suelo, jadeante y magullado. A pesar del dolor que lo invadía, se obligó a levantar la mirada y enfrentar a sus captores con valentía.
—Nunca encontrarán lo que buscan —dijo Rafael con voz temblorosa pero firme—. Están perdiendo el tiempo.
Los hombres intercambiaron miradas de frustración antes de abandonar la celda, dejando a Rafael solo en la oscuridad una vez más. A pesar del sufrimiento que lo consumía, una sensación de orgullo se apoderó de él al saber que había resistido.
—No va a hablar —dijo el hombre, mientras Diego cerraba el puño con coraje.
—Échenle agua fría, y déjenlo descansar. Después, vuelvan a repetir el proceso, necesitamos arrebatarle una confesión, si no, no podré culpar y mandarlo al paredón.
—Sí, señor.
Los hombres se alejaron, dejando a Diego solo, junto con Genaro, quién esperaba sentado en una de las esquinas.
—¿Cómo pudiste ser tan idiota como para perder los papeles? —le preguntó.
Genaro encogió los hombros.
—Ya no sé lo que quieres, amigo. Me dijiste que te buscara a alguien para echarle la culpa de todo y te lo dí.
—¿Marianela? Solo un imbécil piensa que una mujer pudiese maquilar algo como lo que hicimos tú y yo.
Genaro rió.
—No, Marianela entró al juego simplemente por haberse casado con Guerra, algo que yo no sabía. —Se deslindó del asunto—. Siempre fue Guerra. Te dije que era tu hombre, y aquí lo tienes. Un bastardo, hijo de una india, que a nadie le interesará si muere. Ahora, sé que las cosas no salieron como esperábamos, sé que nuestro plan era diferente, fue Marianela quién lo cambió todo, pero a nuestro favor. El resultado sigue siendo el mismo. Ahora tenemos a Guerra aquí. Después de someterlo a golpes, lo obligaremos a confesar todos tus crímenes, lo llevaremos al paredón y las autoridades pensarán que el asunto está zanjado. Luego, me darás mi parte del dinero que me corresponde, mi nueva identidad y podré largarme de aquí. Puedes quedarte con la hacienda de Guerra si así lo deseas.
Jerez suspiró. De pronto, el peso de tener negocios con Genaro se hizo evidente, aunque en el momento de iniciarlos, nunca imaginó que terminaría así. Genaro estaba intentando remediar un grave error que había cometido al firmar su propia sentencia de muerte. Jerez había pensado que una vez muerto, podría desaparecer sin levantar sospechas y que, a cambio, él recibiría la totalidad del dinero que le correspondía por los desfalcos y el contrabando. Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. No tenía sentido justificar el pago de una gran cantidad de dinero a un difunto si Jerez quería permanecer en el anonimato.
Jerez, por su parte, estaba intentando desvincularse de ciertos problemas que podrían manchar su carrera política, tales como el contrabando de metales, la explotación ilegal de tierras y el tráfico de esclavos, entre otras cosas. Ahora, planeaba doblegar a Guerra mediante la tortura para obtener una confesión ante el notario y lograr que todo funcionara según lo planeado. Sin embargo, los documentos seguían siendo indispensables, ya que constituían la única evidencia escrita que incriminaba a Jerez y a Genaro.
—¡Tu plan no tiene sentido si no encontramos los malditos documentos! —exclamó Jerez con frustración.
—Pues no sé dónde están. El único que los tenía en las manos fue Guerra, y cuando se escapó, yo mismo vi que ya no los tenía. Debieron haberse caído durante la huida, o quizás alguien más los tomó —respondió Genaro, visiblemente nervioso.
—¿Alguien más? ¿Cómo quién? —preguntó Jerez con ceño fruncido.
—No lo sé. Cuando todos salimos del despacho, alguien pudo haber entrado y tomado los documentos. Guerra no estaba solo. Podrían haber aprovechado ese momento para robárselos. O tal vez alguien de la servidumbre, mientras atendían a Catalina.
Al escuchar el nombre de su hermana, Jerez perdió la compostura por completo. Una furia ardiente se apoderó de él, como un fuego que devoraba sus entrañas. Sin medir las consecuencias, agarró a Genaro del cuello y lo arrojó violentamente contra la pared más cercana. El impacto resonó en la habitación, pero Jerez apenas lo notó, enfrascado como estaba en su propia ira.
La imagen de su inocente hermana, muerta por culpa de las acciones de Genaro, lo atormentaba. Se preguntaba una y otra vez qué habría pasado si ella no hubiera estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Si tan solo ella no hubiera subido al despacho antes que él, todo habría sido diferente. Pero ya era demasiado tarde para lamentarse.
—Por más golpes que le propine a Guerra, y por más que él confiese, no valdrá de nada si no tenemos esos documentos —rugió Jerez, con los ojos inyectados en ira y frustración—. Así que ve a la hacienda, busca los documentos y quémalos. ¡Y más te vale que regreses con buenas noticias esta vez!
Genaro se soltó de Jerez.
—Cuidadito, Diego. Porque recuerda que yo también tengo mis trucos para hundirte en una celda, peor que la de Guerra.
—¿Qué?, ¿me delatarás? —dijo Jerez en tono de burla—. Dime, ¿quién le va a creer a un muerto?
Genaro le dirigió una ligera sonrisa, pero en sus ojos brillaba más el coraje que cualquier otro sentimiento. Odiaba estar en esta situación, pero se sentía atrapado, sin opciones de escape. La mirada desafiante de Jerez lo obligaba a tomar una decisión: seguirle el juego y acatar sus órdenes, o enfrentar las terribles consecuencias. Ya no tenía nada que perder, así que optó por lo primero.
Asintió brevemente, sin decir una palabra, y salió de la habitación con paso apresurado. Cada paso resonaba en su cabeza como un eco de su propia impotencia. Jerez, por su parte, se dejó caer en su silla, sintiendo el peso de la ira y la frustración aplastándolo. Respiraba agitadamente, tratando de calmar los latidos desbocados de su corazón, pero la rabia seguía bullendo en su interior como un torrente descontrolado.
El recuerdo del cuerpo inerte de su hermana, tendido en el suelo, se había grabado a fuego en su mente. Era una imagen que lo atormentaba día y noche, recordándole el alto precio que había pagado por las decisiones erróneas que había tomado en el pasado.
—¡Maldición! —gritó, poniendose de pie y dirigiéndose a la celda de Guerra— ¡ábranme la puerta!
El hombre que cuidaba la celda, con las manos temblorosas, abrió la celda del doctor y Jerez entró a paso firme y apresurado. Con fuerza y rabia, lo tomó del cabello e hizo que Rafael levantara el rostro, lleno de golpes y lo viese a los ojos.
—¡Me vas a dar lo que quiero! — le gritó.
Rafael simplemente se quedó callado. Y bajó la mirada. Se sentía débil del cuerpo, pero fuerte de la mente.
—¿Sabes?, siempre hay una opción —le murmuró, para después voltear a ver al hombre que guardaba la puerta—. Tráeme el fierro ardiendo —pronunción.
Provocando que Guerra temblara por dentro.
Noooo 😭😭😭😭
Marianela tiene los papeles estoy segura, espero y pueda hacer un trato para salvar a mi doctor, me ofresco como voluntaria para cuidarlo 🫣
Ay no 😭😭😞
Que pesar con esta tortura
Diego pagarás por el daño q le haces a Rafael y tu castigo será peor
😭😭😭😭😭
Nooo 😳😱😰😭
Malditos esos dos y Diego tan estúpido que sigue haciendo tratos con el asesino de su hermana 😡😡🤬🤬
Seguramente el tuerto si sabe que Marianela tiene los papeles pero le quiere seguir jugando mal al socio como toda una rata que es 😡😡😡
Hay no pobre del doctor 😩😩😩
Noooo ese Genaro tiene negocios con ese Diego osea q todo fue una trampa. Mucho hp, desgraciado. Y no pobre Dr. GUERRA. los papeles yo creo q se los llevo Mafianela y ahora? Y ese Diego no sabe q Genaro fue el q mato a Catalina? Ayyyyy q rabia