[La noche que atraparon a Rafael] 

Marianela se dejó caer pesadamente sobre la piedra, el dolor abrazándola como una sombra implacable. Las lágrimas, compañeras inesperadas en su huida desesperada, seguían surcando su rostro, marcando el rastro de su sufrimiento en la tierra. Con cada sollozo, sentía cómo se desmoronaba por dentro, como si la carga de la tragedia que la había golpeado con tanta ferocidad fuera demasiado pesada para soportar.

El recuerdo de Catalina, con su mirada vacía y el eco de sus últimas palabras resonando en su mente, era un puñal que le atravesaba el corazón una y otra vez. Se culpaba por no haber podido salvarla, por no haber sido capaz de proteger a alguien tan querido. Y a medida que las imágenes de los eventos pasados se agolpaban en su mente, Marianela se sintió abrumada por una sensación de impotencia y desesperación.

La soledad de la noche envolvía su dolor, el silencio solo interrumpido por el susurro del viento y el eco lejano de los recuerdos que la atormentaban. Cada fibra de su ser anhelaba encontrar consuelo en los brazos de Rafael, pero la incertidumbre de su destino la atenazaba con garras heladas.

Con un suspiro pesado, Marianela se pasó una mano temblorosa por el rostro, tratando de enjugar las lágrimas que no cesaban de brotar. Se sentía agotada, tanto física como emocionalmente. La carga de todo lo que había enfrentado la abrumaba, como una marea salvaje que amenazaba con arrastrarla a las profundidades de la desesperación.

En ese momento de vulnerabilidad, se permitió rendirse ante la desesperación que la consumía. No había fuerzas para seguir adelante, no había respuestas para las preguntas que atormentaban su mente. Solo quedaba la oscuridad, el vacío y la sensación abrumadora de pérdida.

—Basta, Marianela —dijo en voz baja, en medio de la oscuridad—. Contrólate. 

Marianela cerró los ojos con fuerza, luchando contra las lágrimas que amenazaban con empañar su visión. La idea de perder a Rafael, de enfrentarse a un futuro sin él, era como un abismo que se abría ante ella, devorando todas sus esperanzas y sueños compartidos. Cada pensamiento, cada recuerdo de su vida juntos, se convertía en un doloroso recordatorio de lo incierto de su destino.

Con el corazón en un puño, Marianela se aferró a la imagen de Rafael, tratando desesperadamente de conjurar su presencia en medio de la oscuridad y la incertidumbre. Recordó los momentos de felicidad compartidos, las risas, los besos, las promesas susurradas al oído en la quietud de la noche. Había tanto que querían hacer juntos, tantos sueños por cumplir, y el simple pensamiento de que eso pudiera desvanecerse la llenaba de un profundo pesar.

Se reprochaba a sí misma por no haberse dado cuenta antes de lo que Rafael significaba para ella, por haber dejado que el orgullo y la terquedad intervinieran en su relación. Ahora, en medio de la angustia y el remordimiento, deseaba con todo su ser la oportunidad de amarlo más, de demostrarle cuánto lo necesitaba, cuánto lo amaba.

El anhelo de regresar a la hacienda, de reunirse con su hija y comenzar de nuevo, era algo que no deseaba dar por perdido. Soñaba con pasear juntos por los cafetales, de la mano, compartiendo risas y confidencias bajo el cálido sol de la tarde. Quería construir un futuro juntos, lleno de amor, complicidad y felicidad compartida.

Pero mientras enfrentaba la posibilidad de perder a Rafael, Marianela sabía que el tiempo se agotaba. No podía permitirse hundirse en la desesperación, tenía que haber una manera, una. Aunque no valdría del todo si Rafael ya estaba muerto, primero, tenía que averiguarlo. 

El ruido de los cascos de unos caballos la alertó. Marianela tomó el caballo y se escondió detrás de unos arbustos que se encontraban al lado del camino. Se agachó en cuclillas y sintió algo en su bota, un bulto que no le permitía doblar la pierna. Sin embargo, no averiguó que era, contuvo el aliento mientras los cascos de los caballos resonaban en el aire, acercándose cada vez más a su escondite.

 La tensión en el ambiente era palpable, como una espesa niebla que amenazaba con envolverla y delatar su presencia. Se aferró con fuerza a las riendas del caballo, rogando en silencio para que permaneciera tranquilo y no delatara su presencia. Los hombres encapuchados se detuvieron frente a ella, y Marianela se obligó a mantener la calma, conteniendo cualquier impulso de moverse o emitir algún sonido que pudiera delatarla. La adrenalina recorría su cuerpo, bombeando a través de sus venas con una fuerza desbordante mientras luchaba por mantenerse oculta.

Desde su posición agazapada, pudo distinguir a los hombres armados, sus siluetas ominosas recortadas contra el brillo de la luna. Marianela se mantuvo inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, mientras esperaba con angustia que los intrusos se alejaran.

—¿Quién dio la alerta? —preguntó uno. 

—No lo sé. Iba todo bien, hasta que los soldados comenzaron a voltear hacia la hacienda. Se escuchó un disparo. 

—¿Fue Guerra? 

—No lo sé. Pero lo atraparon. Se lo llevaron a la cárcel de Santa Rita.

El hombre de mayor porte, y al parecer rango, suspiró. 

—Era un buen hombre —mencionó—. ¿Los papeles? 

El otro hombre negó con la cabeza. 

—¡Por un carajo! —expresó el líder—. No puedo creer que el plan no hubiese funcionado. El doctor la tenía fácil y falló. 

O alguien lo traicionó desde adentro, pensó Marianela, al escuchar con atención. 

—Como sea. Él está muerto ya. Vámonos, antes de que salgan a los caminos a buscarnos —ordenó el líder. 

Los caballos relincharon cuando les jalaron las lianas, listos para partir. Marianela siguió escondida, aunque ahora su atención se concentró en la bota. Sin moverse mucho para no alertar al caballo, sacó el bulto que traía en la bota y el corazón le latió con emoción al notar que eran los papeles que tanto buscaban. 

—¡Eres el mejor, Rafael Guerra! —murmuró. 

Marianela los extendió y la luz de la luna, leyó un poco de lo que estaba anotado. Todo estaba ahí, todo lo que le ayudaría a hundir a Jerez pero, sobre todo, a Genaro. Tenía el poder en sus manos y podía sentir cómo la adrenalina le recorría el cuerpo. 

Rafael estaba en Santa Rita, lo iban a llevar al paredón, pero sabía que antes le preguntarían por los papeles, por lo que tenía tiempo. Podía salvarlo, ¡podía salvar a su esposo! 

—Claro que puedo salvarte otra vez, Rafael Guerra —murmuró.

Un sentimiento de empoderamiento hizo que ella se levantara, se sujetara a las riendas del caballo, y siguiera a los hombres hacia su destino. Sabía que ella podía rescatarlo sola, pero, si podía tener más hombres que le ayudaran, mejor. 

Esta era la señal ansiada, la chispa de esperanza que se vislumbraba en el horizonte. Era el instante preciso para mostrarle al mundo lo que una mujer podía lograr, no solo motivada por el amor, sino también por su propio empoderamiento. Marianela estaba decidida a materializar la visión de su padre, quien le había enseñado que podía convertirse en general de un ejército, y ella cumpliría con ese destino.

***
La madrugada se extendía en su plenitud cuando Marianela finalmente llegó al escondite de los hombres encapuchados. El aire estaba cargado de tensión y expectativa mientras avanzaba con cautela hacia el lugar indicado. A su alrededor, la oscuridad de la noche era interrumpida por la débil luz de las estrellas, y el silencio se volvía palpable en medio de la vegetación circundante.

Con cautela, caminó por la terracería, tratando de no hacer ruido. La puerta al escondite estaba resguardada por un hombre que yacía distraído. Ella se recogió el largo y elegante vestido que le había dado su amiga Catalina, y caminó por el otro lado para sorprenderlo. Sin que la mano le temblara, lo encañonó por la espalda y le cubrió la boca con la mano. 

—Si haces un ruido, te mato —murmuró en su oído con una voz grave, como si fuese de hombre—, ¿me escuchaste? 

El hombre asintió con la cabeza. 

Marianela pateó su arma lejos, y después, le pidió que la llevara al interior del lugar. Él no tuvo más remedio que caminar. El cañón del arma se sentía caliente y le quemaba la sien. De pronto, la rudeza que presumía se había esfumado, al sentir la fuerza con que Marianela lo apretaba. Ambos caminaron hacia dentro del escondite, ahí ella, pudo distinguir la silueta de los hombres agazapados en la cueva y sus figuras apenas visibles bajo el fuego. Respiró hondo, preparándose mentalmente para lo que estaba por venir. Sabía que esta reunión marcaría un punto de inflexión en su vida, podría salir bien o podría salir mal; todo dependía de su actitud. 

Con paso firme, se acercó al grupo de hombres, su determinación iba en aumento con cada paso que daba. A medida que se adentraba en el escondite, sentía que estaba entrando en una trampa, de la que posiblemente no podía salir. Uno de los hombres se percató de inmediato de su presencia, y alertó a los otros. Decenas de armas le apuntaron al cuerpo. 

—Tranquilos. Solo vengo a negociar —anunció con voz firme, haciendo eco en el lugar.  Aún tenía al hombre pegado al cuerpo. Nadie podía creer lo que veía: a una mujer fina amenazando a uno de ellos. 

—¿Negociar? —se escuchó la voz de uno de ellos—. Ahora resulta que las viejas pueden negociar —se burló uno. 

Marianela, sin titubear y con un rápido movimiento, apretó el gatillo y el estruendo del disparo resonó en el aire, rompiendo el silencio de la noche. La bala encontró su blanco con precisión letal, impactando directamente entre los ojos del hombre y derribándolo sin darle la oportunidad de reaccionar. Cayó al suelo como un saco de papas, su cuerpo inerte, testigo de la rapidez y la destreza de Marianela. Un silencio tenso se apoderó del lugar mientras todos observaban con incredulidad la audacia de su movimiento.

El olor acre de la pólvora llenó el aire mientras el humo se disipaba lentamente. Los presentes quedaron momentáneamente aturdidos por la violencia repentina del acto, pero también admirando a la mujer que estaba frente a ellos. El Justiciero, sonrío. 

—¿Alguien más? —preguntó, su voz resonando con una calma helada que dejaba en claro que no toleraría más desafíos.

Nadie se atrevió a responder. Marianela mantenía el arma en alto, lista para defenderse. El hombre que aún estaba entre sus brazos, temblaba, y lo hizo todavía más, cuando el cañón caliente volvió a quemar su piel. 

—¿Quién eres? 

—¿Quién es usted? —preguntó ella de regreso. 

—Me llaman el Justiciero —contestó, con una sonrisa en su rostro. 

¡Cisneros!, pensó. Al recordar lo que el prisionero de Genaro le había dicho. 

—Mi nombre es Marianela Martínez de Guerra. Soy la esposa del doctor que ustedes secuestraron y que ahora se dirige al paredón. Vine a exigirle que me dé a sus mejores hombres para poder ir a rescatarlo. 

—¿Exigirme? —contestó el Justiciero. 

Varios quisieron reírse ante la audacia de Marianela, pero luego recordaron a su compañero, y prefirieron guardar silencio. 

—Así es. Él les hizo un favor, ustedes lo metieron en este problema. Así que van a tener que acompañarme a salvarlo. 

—Nosotros no lo metimos en este problema. El doctor quiso ser voluntario. 

—Claro que no. Estoy segura de que él era parte de su plan. Ustedes no dan paso sin saber que tendrán un beneficio, nada lo hacen al azar. 

El Justiciero sonrió. Al parecer, Marianela no solo era bonita, y muy buena con las armas, sino intuitiva e inteligente. Pensó que si pudiese enamorarse, definitivamente sería de ella. 

—Tiene razón —aceptó el Justiciero—. Nosotros planeamos que él escuchara el plan. Necesitábamos a alguien que pudiese pasar a la hacienda sin problemas. Sin embargo, el doctor falló, y él sabía de las consecuencias de sus actos. No podemos hacer nada, el paredón no está cerca y no llegaríamos, aunque quisiéramos. 

—Claro que podemos, si usted me da los hombres que necesito. Podemos salvar a mi marido y hundir a varias personas más. 

—¿Acaso está negociando? —preguntó el Justiciero. 

—Algo así… 

—Usted no tiene nada que yo quiera, señora Marianela. Aunque, podría mejor quedarme con usted y hacerla mi esposa —bromeó—. Alguien con su tino podría sernos útil. 

Marianela volvió a cargar el arma y le apuntó al Justiciero. Los hombres, en ese momento, levantaron las armas y le apuntaron a ella. 

—Puede morir aquí. 

—Puede ser. Pero al menos moriré sabiendo que hice todo lo posible por salvar a mi marido. No como usted, que puede morir escondido en una cueva como el vil cobarde que es —habló firme—. Le voy a dar la oportunidad de que reformule lo que me dijo. No solo le voy a dar la oportunidad de que muera como un héroe en el campo de batalla, luchando por la libertad y la justicia que tanto aclaman. Le daré lo que tanto anhela. 

En eso, Marianela sacó de su  bota los papeles que Rafael le había dado y los mostró. Los hombres, al verlos a la luz del fuego, abrieron los ojos llenos de emoción y asombro. 

—¿Creo que tengo mucho con qué negociar, cierto? —le preguntó. 

—¿Cómo? 

—Deme a sus mejores hombres, los que sepan disparar mejor, los que puedan estar bajo el mando de una mujer y yo les daré los papeles. Y, no solo eso. Les daré a Genaro “el tuerto” con vida, y traeré con vida a Cisneros. 

—¡Cisneros está vivo! —se escuchó una voz al fondo. 

De pronto, el Teniente salió de su escondite para ver a la mujer que les traía una petición. 

—¡Mi hijo está vivo! 

—Lo está. Se encuentra en el escondite del Tuerto. Deme lo que pido, y yo les daré eso y más. 

Las miradas del Justiciero y Marianela se encontraron en un instante cargado de intensidad. En aquel intercambio de miradas, el Justiciero pudo vislumbrar la fuerza inquebrantable y la determinación resuelta que emanaba de los ojos de Marianela. 

Nunca había encontrado a una mujer como ella: valiente, decidida, con una determinación que desafiaba cualquier obstáculo. En aquel momento, mientras sus miradas se entrelazaban, el Justiciero sintió un profundo respeto y admiración por la mujer que tenía frente a él. Era como si reconociera en ella a una aliada formidable, alguien en la que podía confiar. 

—Bien, Marianela… tiene mi atención —pronunció el Justiciero, y ella sonrió. 

5 Responses

  1. Marianela eres una mujer guerrera eres alguien de admirar, traes en la sangre la valentía para enfrentarte a quienes se creen superior a las mujeres
    🥰👏👏

  2. Marinela una mujer guerrera, decidía, con carácter y muy adelantada en su época o de las que las circunstancias la hicieron hacerse notar para salvar su familia 👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼💪🏼💪🏼💪🏼

  3. Siiiiiii por fin algo medio sale bien espero que salga asi tal cual lo planeado. Me muero si les llega pasar algo. Y que acabe con el engendro de Genaro. X fis jajaja

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