La mañana en el paredón de Santa Rita se desplegaba con una calma tensa, cargada de la promesa de acción inminente. Era temprano, aun la neblina matutina envolvía las montañas y los matorrales, otorgándoles un aire misterioso y enrarecido. Marianela y sus hombres estaban ocultos entre la vegetación, con el corazón latiendo al ritmo de la anticipación, listos para intervenir y salvar a Rafael Guerra de su destino fatal.

Vestida con las mismas ropas que un hombre, un justiciero y todos con los rostros cubiertos por pañuelos, los miembros del grupo de rescate se camuflan hábilmente en el entorno. Todos tenían sus ojos fijos en el campo donde se llevaría a cabo la ejecución. Cada músculo tenso, cada respiración conteniendo la emoción y la incertidumbre del momento.

Marianela, la líder indiscutible del plan, se mantenía en silencio junto al Justiciero, quien había dejado que la mujer fuese quien ordenara a sus hombres. El teniente, estaba lejos, moviendo los hilos en otra parte, para poder asegurarse de que el plan saliera de acuerdo a lo acordado. 

—¿Todos están listos? —preguntó Marianela, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. 

—Todos —respondió el Justiciero, con respeto—. Mis hombres son soldados que cayeron en desgracia, así que siempre están listos para la batalla. 

—Eso espero. 

Marianela suspiró. Se sentía nerviosa, ansiosa. Su arma temblaba un poco bajo sus ojos, ella daría el disparo letal, y sabía que no podía fallar. El Justiciero lo notó, y se acercó a ella poniendo su mano sobre el arma, lista para disparar. 

—¿Quién le enseñó a disparar así? —preguntó. 

—Mi padre. Era médico de profesión pero militar de corazón. Él me enseñó a disparar por si alguna vez tenía que defenderme. 

—Qué iba a pensar tu padre que lo utilizaría para sacar a un hombre del paredón, o que se uniría a una bola de desgraciados para hacerlo. 

Marianela sonrió, levemente. 

—Diría que no fallara en el tino. 

El Justiciero sonrió. Marianela volvió a acomodarse la trenza, la que traía sobre el hombro izquierdo, y volvió a su posición. El momento se acercaba. A medida que el sol ascendía en el cielo, el campo de ejecución se iluminaba gradualmente, revelando la escena macabra que se estaba preparando. Soldados armados patrullaban la zona, vigilando cada movimiento con ojos alertas y posturas amenazantes. En el centro del campo, estaba el paredón, donde pronto traerían a su esposo. 

Marianela apretó con fuerza el puño, conteniendo la ira que amenazaba con desbordarse dentro de ella. Le habían dicho que Rafael estaba listo para morir y que incluso le habían llevado a un padre para confesarse, lo que le dio risa por un instante. Ahora, solo necesitaba esperar. 

—Hay movimiento —dijo uno en un murmullo. 

El Justiciero enfocó la mirada en la entrada y reconoció a ambos, era Rafael y Diego de Jerez. 

—Viene con Jerez —murmuró. 

—Maldito. Lo está haciendo a propósito —expresó ella. Sabía que si Jerez se encontraba en el campo, los soldados estarían alertas y sería más difícil rescatar a Guerra. Posiblemente, los estaban esperando. 

—¿Qué tanto quiere a Jerez vivo? —preguntó ella, mientras apuntaba a él. 

—Muy vivo. Ese era el trato. 

—Ya tiene a Genaro. Él puede con la culpa. 

—Jerez es a quien necesitamos —insistió el Justiciero. 

Marianela vio cómo su marido caminaba hacia el paredón. Tenía que tomar una decisión rápida, si no, sería Rafael el  que estuviera bajo el metal de las balas. Así que volteó a ver al Justiciero. 

—¿Confía en mí? —preguntó. 

El Justiciero vio a sus hombres, listos para atacar, y luego los ojos de Marianela. No podía decirle que no, ella le había dado todo lo que necesitaba, y las posibilidades de rescatar a su marido con vida, eran bajas. 

—Sí. 

Ella volteó hacia el paredón, y apuntó el arma hacia su objetivo. 

—Siempre hay una opción —murmuró, recordando lo que Jerez le había dicho—. Y esta es la mía. 

Marianela disparó. El eco resonó en los cerros y el olor a pólvora invadió sus sentidos. El Justiciero, se quedó en silencio, observando el campo del paredón. Notó la inquietud de todos, pero no vio a nadie caer. 

—Falló —murmuró. 

—No, solo fue un tiro de advertencia… en el corazón. —En ese instante, notaron como Jerez se llevaba las manos al pecho y como la sangre manchaba sus finas ropas—. Esta es mi opción —recitó una vez más, y otro disparo se escuchó en el aire. Jerez, cayó de inmediato frente al pelotón y a Guerra—. General —dijo, viéndolo a los ojos—. Este es un buen día para morir. 

El Justiciero asintió con la cabeza y volteo a ver a sus hombres.

—¡Por la patria! —gritó él. 

—¡Por la patria! —respondió Marianela. 

—¡ENBOSCADA! —gritaron los soldados, mientras el sonido de las campanas retumbaba en el aire. 

Marianela y sus hombres, con habilidad, subieron los muros que separaban la vegetación del campo y luego bajaron hacia el campo de batalla. El sonido de los disparos invadió el lugar. Y dos pelotones llenos de armas salieron por las salidas. 

Rafael, comenzó a protegerse de los disparos. No podía creer lo que estaba sucediendo. La adrenalina y la alegría se mezclaron en su cuerpo, al saber que su mujer, había venido a rescatarlo. Unas manos lo tomaron del brazo y al voltear, vio a un soldado pero, al reconocerlo, sonrió. 

—Teniente. 

—Vamos, tenemos que sacarlo de aquí — le dijo. 

—¡No!, quiero luchar. 

—No… Este es el plan. 

—Pero Marianela —le pidió, mientras trataba de buscar a su mujer entre los hombres y soldados que se enfrentaban. 

—¡Ella está bien!, ¡vamos! —insistió. El Teniente, aprovechando la confusión, sacó a Rafael del campo y lo llevó por una de las salidas del paredón. 

Mientras tanto, Marianela, luchaba hombro a hombro junto con el Justiciero, disparando a diestra y siniestra con un tino que dejaba a todos anonadados. Los hombres, contagiados por la adrenalina del momento, mataban a los soldados con sus propias armas y espadas y los dejaban sin vida sobre el brillante pasto. 

—¡Arriba! —gritaban unos, al notar como seguían saliendo soldados para enfrenarlos. 

—¡Resguardénse! —gritó El Justiciero, cuando las balas llovieron sobre ellos. 

Varios de sus hombres cayeron en el acto, pero muchos más lograron refugiarse para no ser abatidos. 

—¿Puedes tirarlos? —le preguntó el Justiciero a Marianela. 

—Necesito verlo, no puedo tirar a ciegas —le contestó. 

El Justiciero, miró a todos lados del pelotón y se dio cuenta que estaban a campo abierto. No había manera de tirarlos si no salían, y los estaban acorralando en ese lugar para morir. De pronto, volteó hacia atrás y supo que había una solución. 

—¡Sube! 

—¿Qué? 

—¡Sube!, a mis hombros. 

Marianela como pudo subió a los hombros del Justiciero, y éste la cargó con facilidad hacia la pared rocosa. Ella se sujetó con fuerza y en ese instante, supo el plan que tenía. Debía escalar. 

—¡Un cuchillo! —gritó. 

Uno de los hombres acercó el cuchillo y ella se lo guardó en el cinturón. Después usando toda la fuerza interior en ella, escaló la pared, utilizando las rocas como apoyo, hasta que llegó a la parte de arriba y como pudo, llegó al balcón donde disparaban. 

Sin titubear dos veces, acercó el cuchillo a la garganta de uno y lo hundió con fuerza. La sangre le manchó la ropa, pero eso no detuvo a que ella tomara el arma recién caída y comenzara a disparar a todos los soldados. Momentos después, el Justiciero subió junto a ella, y ambos se ayudaron a derrotar a todos. 

—¡Nos van a sobrepasar! — gritó, necesitamos irnos de aquí—. Guerra está a salvo.

—¡Vamos! —gritó Marianela. 

—¡Retirada!, ¡retirada! —gritó el Justiciero. 

Todos comenzaron a retirarse del lugar, esquivando las balas. Otro pelotón comenzaba a formarse. Marianela y el Justiciero, entraron a la cárcel, y corrieron por los pasillos para encontrar una salida. 

Rafael estaba vivo, lo habían rescatado, y si había salido tan bien como lo habían planeado. En este momento estaba en una carreta hacia el lugar de seguridad, dónde sería resguardado hasta que ella llegara. 

Marianela se sentía orgullosa, llena de vida, feliz. Había rescatado al hombre que amaba, así como él, en algún punto la había rescatado a ella. El sueño de envejecer juntos, no se veía tan lejano. No era imposible. 

—¡Por aquí! —gritó el Justiciero, al encontrar la salida que el Teniente le había dicho. Ambos notaron a los guardias que habían sido degollados para que no bloquearan el paso—. ¡Vamos, Marianela! —gritó el Justiciero. 

Ella pasó delante de él, mientras él abría la puerta, y tan solo puso un pie afuera, la sopresa la envolvió al ver al Teniente desmayado sobre el suelo, a Rafael maniatado sobre la carreta y a Genaro con el arma en la mano apuntándole a ella. La piel se le erizó al notar la escena. 

Los disparos aún se escuchaban al fondo, aunque la escena delante del Justiciero era terrorífica. Ahí estaba, la mujer que había hecho todo un plan para rescatar a su marido, la que había negociado con vándalos y disparado a matar. Una mujer valiente y decidida, movida por el amor. Ahora, yacía frente a su marido, en espera de que le diera muerte. 

—¿Cómo? —preguntó el Justiciero. 

—¿Cómo me escapé? —preguntó Genaro, quién sonreía—. Ya me escapé una vez de la muerte, ¿crees que no me escaparía de la cueva dónde me tenían? Dame los papeles. 

—No, no se los des —pidió Marianela. 

—¡DAME LOS PAPELES! —gritó Genaro, desesperado. 

—No, por favor… —Rogó Marianela—. Te lo pido. 

Rafael se sentía impotente, amarrado y con un trapo en la boca para que no pudiese hablar. 

—¡Qué me los des! —gritó, apuntando más cerca el arma. 

El justiciero, levantó su arma y apuntó a Marianela. 

—Sigue el plan —le recordó Marianela. 

—No… —Dijo el justiciero. 

—¡Mátame!, ¡Sigue el plan! —gritó Marianela. 

—¿Qué? —preguntó, Genaro. 

Marianela sonrío a su marido, que se encontraba desesperado por no poder hacer nada. 

—Házlo, sabes que él no se puede salir con la suya. Mátame. —Luego vio a Genaro—. Los papeles no están aquí, Genaro. Solo yo sé dónde están. Y ese secreto morirá conmigo. 

—¡NO! —gritó Guerra, aterrorizado por lo que veía. 

—¡NOOOOO! —exclamó Genaro, mientras corría hacía ella para quitarle el arma al Justiciero. 

El Justiciero disparó hacia el pecho de Marianela, y ella cayó al suelo de inmediato. 

—¡NOOOOO! —se escuchaba a Rafael, tratando de desatarse para ir a salvar a su esposa. 

Genaro se abalanzó contra el Justiciero, y se enfrentaron cuerpo a cuerpo. El ruido del puño cerrado contra la piel, rompía el silencio tenso que había invadido el lugar. Rafael, después de insistir, moviendo las muñecas, logró desatarse, para luego saltar hacia Marianela que yacía inerte sobre el suelo. 

—No, mi amor, no —le murmuró—. No te puedes morir, no ahora. No. 

Genaro se puso de pie, y tomando el arma del Justiciero le apuntó a la frente. 

—¡Debí haberte matado desde el inicio! 

—¡Mataste a toda mi familia! —gritó El Justiciero—. Mataste a toda mi familia por tu ambición, ¡maldito cobarde!, ¡ojalá te hubieses muerto ese día de la emboscada!, ¡pero no te puedes escapar dos veces de ese paredón!, ¡no lo harás! 

—Si tanto extrañas a tu familia, puedo hacer que te unas con ella —exclamó Genaro.

Otro disparo se escuchó al aire provocando que ambos se quedaran quietos. Genaro, al voltear, pudo ver a Marianela de pie, perfectamente bien, solo con el ahujero hecho por la bala marcado en la camisa. Ella se la abrió, y sacó el medallón de plata que hace mucho, él le había regalado. La bala estaba incrustada ahí. Rafael sonrío. 

—Gracias por el regalo, supongo que ya no lo voy a necesitar —comentó, y arrojó el medallón lejos, despreciando por completo. 

El Justiciero, tomó a Genaro por la espalda y lo ahorcó con uno de sus brazos. Tanto Marianela como él, sonrieron. 

—Genaro, Genaro, Genaro, ya sabemos el porqué no ascendiste en tu carrera militar, eres muy mal estratega. 

—¿Crees que íbamos a dejar fácil que te escaparas de la cueva? —inquirió el Justiciero, justo en su oído. 

—Sabíamos que no te quedarías con los brazos cruzados, y que tratarías de sacar provecho de esto. ¿Pensaste que me quitarías los papeles y luego así amenazarías a Jerez para que te diera su parte, cierto?, pensaste que si lo ayudabas de nuevo podrías redimirte de haberlo arruinado. Porque en esos papeles viene todo lo que se necesita para que el ejército insurgente te mande al paredón por tus actos. Y pensabas que si te daba el dinero, podrías escapar.  

—¡ME LAS VAS A PAGAR! —gritó Genaro—. ¡Deneme esos papeles!, ¡son mi pase para largarme de aquí! 

—¡Además de que fingiste tu muerte! —presionó el Justiciero. 

—¡Admite que mataste a Catalina de Jerez!, ¡admítelo! —gritó Marianela, apuntando a Genaro. 

—Lo hice, solo era un estorbo —admitió Genaro—. Y si hubiese sabido que serías un estorbo para mí, te hubiera matado a ti también —habló con frialdad. 

Marianela sonrío.

—Y con eso, me aseguraré de que estés bien muerto. —Marianela se puso de pie y volteó hacia la puerta de la cárcel de Santa Rita—. General, ¿escuchó la confesión de viva voz? —pregunto Marianela. 

Un hombre alto, corpulento, vestido de ropas normales y parte del ejército insurgente, apareció por la puerta y vio a Genaro a los ojos. En ese momento, el ex militar supo que estaba perdido y que jamás lograría su sueño, el escapar a Francia y vivir el resto de su vida feliz. 

—No se preocupe, nosotros le sacaremos el resto de la confesión con nuestros métodos —habló, para luego darle la mano al Justiciero—. Favor pagado.

—Hazme justicia —le pidió. 

—Lo haré. 

El hombre se acercó a Genaro y con un ademán, le pidió a dos de sus hombres que lo alzaran y se lo llevarán. Marianela, volteó a ver a Rafael, que yacía a su lado, con las ropas sucias y ensangrentadas y el rostro sumamente golpeado. 

—Amor… —murmuró ella. 

—Me alegra que estés aquí —contestó, para después caer entre sus brazos. 

6 Responses

  1. Dios miooooo
    Necesito el otro capítulo.
    Pdt, me ofrezco como enfermera para cuidar a mi doc, yo sé que el esta bien, el no puede pasarle nada más

  2. Impresionante, que mujer! Que firmeza, cuánta valentía y que manera tan espectacular de sacar la basura de su camino

  3. Oh por Dios que fue todo este enredoooo… me muerooooooo…. por fin algo les sale bien y ese Genaro no se sale con la suya, que lo fusilen por hp. Sorry me exalté jajaja. Ay Marianela eres una heroina, por fin juntos. Por fin. Espero que ya puedan regresar a su hacienda junto a su hija. Mas que merecido. 🙏🙏🙏🙏. Que capitulazo, mori con ese sube y baja de emociones, triste, alegre, feliz, decepcion, otra vez alegre, feliz, rabia, etc etc jajajajaja al final felicidad y satisfaccion. Gracias Ana.

  4. Por fin esa rata cayó 👏🏼👏🏼 y de qué forma y de la mando de quien Marianela mujer guerrera, aguerrida con determinación y sin miedo a nada con tal de salvar a los suyos 👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼

  5. Estos últimos capitulos me han dejado 😱😱 la astucia e inteligencia de Marianela es uff brillante. Una mujer muy aguerrida 💪🏻👏🏻

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