Lila 

Mi abuela siempre me decía: “Recuerda tener cuidado al pedir las cosas, ya que podrían materializarse de formas que no esperas”, y eso debí tomarlo en cuenta cuando pedí que se nos diera una señal. Sin embargo, era lo que estábamos esperando, así que lo tomamos de buena manera. 

En este día tan fatídico, el día que mi abuela, Fátima, ha partido al mundo de los recuerdos, para Antonio y para mí ha comenzado el camino para esclarecer todo lo turbio que rodea nuestra vida. Y todo comenzó sin querer, sin que nosotros lo supiésemos y tan rápido que no pudimos comprenderlo. 

El funeral de mi abuela, a contrario del de mi abuelo, es público, por lo que en este instante la casa se ha llenado de tanta gente que apenas y la familia cabe. Todos están aquí: socios, amigos, conocidos y familiares. Personas que he visto a lo largo de mi vida y otros a los que no conozco para nada, pero, al parecer, mis padres sí, porque los saludan con cariño. 

Mi padre se encuentra sereno, incluso su tranquilidad me da un poco de nervios. Fue muy diferente cuando mi abuelo falleció. Ahí, se notaba devastado, destrozado, al grado que fue mi Tío Manuel quien tuvo que dar el discurso porque mi padre no podía articular palabra. Aquí, parece que respira tranquilidad. 

Todos los demás están en diferentes etapas. Unos sonriendo, otros llorando, algunos platicando y Antonio y yo, simplemente observamos desde nuestro lugar, simplemente recordando a mi abuela y a los consejos que nos dio a ambos antes de partir. 

—No creo que quepan más flores y coronas. —Escucho la voz de mi hermana Sila, quien trae entre sus manos otro ramo de flores—. Entre los arreglos que mi tía Ainhoa pidió y los que van llegando, pronto esto será un jardín.

—Como ella hubiese querido —contesto, y una sonrisa se dibuja en mi rostro. 

Ella acomoda el ramo cerca de una silla, y al voltear, suspira. 

—Llegan más… Iré a decirle a David que me ayuda a organizar, esto se pone pesado. 

—No, yo te ayudo —le contesto, ya que me he cansado de estar de pie. Volteo a ver a Antonio y le doy un beso sobre los labios—. Aprovecharé para ir a ver a Mena. 

—Vale, te espero aquí. 

Me doy la vuelta para caminar al lado de Sila. Vamos pasando entre las personas, murmurando “con permiso”, para que nos dejen pasar con facilidad. Ambas llegamos a la entrada de la casa y vemos cómo las personas siguen llegando. 

—Creo que subestimamos el tamaño de la casa —comento. 

—Papá quería hacerlo en una funeraria, pero la abuela le dijo que fuese aquí. Últimas voluntades. 

—Últimas voluntades —repito la última frase. 

—Es mejor aquí, ¿sabes? En una funeraria los niños estarían aburridos y en vueltos en todo el ambiente tan sombrío. Al menos, aquí, pueden estar en el jardín, las niñeras los cuidan bien y si queremos una siesta, podemos subir a las habitaciones. 

—Creo que tienes razón… o bueno, la abuela —recalco y ambas sonreímos. Susi, que ahora se está encargando de Mena, al igual que de Davide y Maël, se acerca y me entrega la bebé entre los brazos—. Hola, bella —le digo, mientras le doy un beso sobre la frente—. ¿Cómo te has portado?, ¿juegas con tus primos? —le pregunto, 

Mena sonríe, y señala las flores. 

—Al parecer, a alguien más le gustan las flores —dice Sila, mientras acaricia el rostro de mi hija. 

—Parece… 

—Buenas tardes. —Se escucha una voz, que interrumpe la dinámica. 

Volteamos y vemos a una mujer alta, de cabello negro y una vestimenta bastante elegante para Ibiza. Su rostro denota dureza, rigidez, como si su personalidad fuera bastante fuerte. Detrás de ella, vienen dos mujeres, un poco más jóvenes que ella, pero parecidas de porte. Sin equivocarme, podría decir que son hermanas las tres. 

—Buenas tardes —responde Sila. 

—Venimos a brindarle nuestros respetos a la señora Lafuente —habla. 

—Claro, adelante… mis padres se encuentran por allá —señala. 

La mujer, sin mirarme, pasa, sin embargo, la tercera me ve y sonríe. 

—¿Es tu hija? —inquiere. 

—Sí. Mi Mena. 

—Vaya… es muy bella —pronuncia. 

Después, sin decir otra palabra, pasa de nosotras siguiendo a su hermana. Sila y yo nos vemos de inmediato. 

—Eso fue… 

—Mejor le pido a Susi que se lleve a la niña. Los velorios me ponen nerviosa —confieso. 

Dejando a mi hermana atrás, voy hacia el área donde se encuentran los niños y le pido a Susi que ponga a Mena a dormir una pequeña siesta. Cuando me aseguro de que todos estén bien, regreso hacia donde está Sila, solo para encontrarme con la novedad que ella ya no está ahí. 

Así, voy hacia Antonio, y me sorprendo, cuando veo que sale al jardín, a paso firme, seguido por las tres mujeres que acaban de entrar. No pierdo el tiempo, así que lo sigo, y salgo junto con ellos, solo para escucharlo hablar. 

—¿Qué hacen aquí? —pregunta, mientras las ve de frente. 

La que se quedó viendo a mi hija, se acerca a él y trata de abrazarlo. 

—¡No podemos creer que estés aquí! —le comenta—. Pensamos que estabas en otro lado, o, tal vez, tratando de reconciliarte con Théa. 

—¿Reconciliarme con Théa? 

—Así es. No sabes lo triste que fue enterarnos por el periódico que nuestro hermano se divorció, ¡por qué no nos dijiste! —habla, la de rostro duro. 

—¿Por qué debería de decirles?, soy un adulto, ¿qué no? 

—Pero eres nuestro hermano… 

—¿Hermano? —digo, sin poderlo evitar. Tanto Antonio como las tres mujeres, voltean a verme, bastante sorprendidas. Definitivamente, no tenían ni idea de que estaba atrás—. No sabía que tus hermanas conocían a mi abuela. 

—Claro que… ¿tu abuela? —pregunta, la menor—. ¿Tú eres Lila Canarias? 

Asiento con la cabeza. 

Antonio cierra los ojos por un instante, como si hubiese deseado que este momento no sucediera. Por un instante, la tensión se siente en el aire, pero rápido se rompe ante el movimiento de la hermana de Antonio. Va hacia mí y me abraza. 

—¡Gusto en conocerte!, yo soy Nadja, la hermana de Antonio. 

—Un gusto —comento, mientras siento su abrazo. 

Nadja se queda quita por un segundo. 

—¡Oh por Dios!, ¡oh por Dios!, eso quiere decir que… —Nadja voltea hacia Antonio—. La niña que vi en la entrada, ¿Mena?, ¡es tu hija! 

—¡Hija! —expresa la mujer más grande—.¡Tuviste una hija y no nos avisaste! 

—Antonia… —trata de hablar, Antonio. 

—¡Cómo puede ser eso posible!, ¡cómo es que nos venimos enterando ahora! 

—Precisamente, porque no deseaba que se enteraran —habla con sinceridad, Antonio. 

—Pero, ¿por qué? —responde Nadja—. Somos tus hermanas. Se supone que no debería haber secretos entre nosotros. 

—¿Secretos, eh? —reclama Antonio—. Y, ¿el secreto donde falsificaron la firma de Karl, el cardiólogo de papá, ¿también es un secreto? —pregunta.  

Las tres se quedan en silencio. Debo admitir, que el silencio de la segunda, la que al parecer está entre Antonio y Nadja, me tiene bastante incómoda. 

—¿Falsificar?, ¿de qué hablas? —pregunta, Antonia. 

—Esa fue la misma pregunta que le hice a Karl, cuando me dijo lo que pasaba. Por cierto, Karl es la pareja de la hermana gemela de Lila, y ahora, somos parientes, así que no se atrevan a mentirme. 

Las tres se ven entre sí. Al parecer, la sorpresa les ha caído también a ellos, porque no saben qué responder. 

—No tengo idea de qué hablas —continúa, Antonia—. No puedo creer que estés desconfiando de tu familia, ¿qué te hemos hecho para merecer este trato?, ¿para que no nos digas que te divorciaste, que estás con ella y lo más importante, que tienes una hija? 

—¿Para qué quieren saber que tengo una hija con Lila, eh?, sobre todo cuando fueron ustedes quienes se opusieron a que yo cortara mi compromiso con los Karagiannis para irme con ella. O qué, Antonia, ¿no recuerdas cómo te comportaste cuando te dije?, ¿cuándo mencionaste que me iba a arrepentir? 

Juro que comprendo a Antonio, pero en este momento, siento mucha lástima por sus hermanas. Nunca pensé que la relación entre ellos estuviese tan lastimada, y que, incluso, él no quisiese ni siquiera darles una señal de dónde estaba. 

—Antonio, sé que te dimos razones para que pienses eso, pero, no es así. Eres nuestro hermano y te queremos. No habría nada que no hiciésemos por ti. 

—¡Así pensaba Ana, y mira lo que terminó haciendo! —grita—. Ella fue la que me separó de Lila, la que por envidia hizo eso y más… ¿Cómo sé que ustedes no sabían? 

—Porque no lo sabíamos, a nosotros también nos sorprendió —habla al fin, la de en medio. 

—Aun así. Fueron pruebas suficientes para no querer tener una relación con ustedes, ¿entendido? —sentencia. 

Nadja va hacia él y lo abraza. 

—No puedes hacernos esto, Antonio, somos tus hermanas. Te queremos, te criamos desde pequeño, no puedes olvidarnos y esperar a que nosotros lo hagamos. 

Veo la escena desgarradora y me gustaría intervenir. Decirles a sus hermanas que yo hablaré con él y lo convenceré. Pero Antonio, se ve bastante decidido y creo que ni siquiera yo o Mena, lograríamos convencerle. 

—No sé qué vinieron a hacer aquí, pero les pido, váyanse —les pide en un tono más tranquilo. 

—No, no lo haremos. Hemos venido a darle los respetos a la señora Fátima —habla Antonia. 

—¿Señora, Fátima? Hace meses no la conocían. 

—Papá sí la conocía —contesta—, y venimos en representación de la familia. Es todo. 

—Pues no es necesario. Así que les voy a pedir que se vayan, y me dejen tranquilo, que al fin las cosas van viento en popa, y no quisiera que lo arruinaran. 

—Antonio… —murmura, Nadja. 

—Váyanse. Ahórrenme la pena de pedirle a alguien que las saque. 

Antonia lo ve fijamente a los ojos y niega con la cabeza. 

—Si padre supiese en lo que te has convertido, se volvería a morir de un infarto. 

—Pues lo siento. Pero esta persona que ven ahora aquí, es lo que ustedes me hicieron. Pensé que podría contar con su apoyo, que dándoles todo me ayudarían, pero al final, fue la propia familia quien me traicionó. 

—Fue Ana —recalca la de en medio—, nosotros no. 

Las tres hermanas se dan la vuelta y antes de entrar a la casa, Nadja se acerca y me abraza. 

—Yo siempre estuve de su lado. Me alegra saber que soy tía. 

—Me alegra, a mí también —contesto. 

Las otras dos la siguen, pero no me dicen nada. Simplemente, entran por la puerta y van hacia la casa. Antonio se queda en su sitio, tratando de sobrellevar todas las emociones que tiene en este momento. Yo, simplemente lo observo. 

—No sabía que eran tus hermanas, en mi defensa, no las conocía. 

—Lo sé. —Él me pide que vaya hacia su lugar, y me abre los brazos para que ambos nos fundamos en un abrazo—. Siento que hayas visto esta escena. No era mi intención. 

—Está bien, no te preocupes. Ahora entiendo muchas cosas. 

—¿Cómo qué?, ¿de qué tienes a una pareja bastante jodida? 

—No, que estás muy lastimado por tu familia y, ahora entiendo el porqué, guardas tantos secretos y cosas a ellas. Temes que si se enteran pase algo, ¿cierto? 

—Bueno, ya se enteraron de que tengo una hija. 

—¿Crees?… 

—No, no le harán nada. Simplemente, insistirán en verme, para conocerla. Es su sobrina, mi primera hija, dirán que es familia y tienen que estar para mí. 

—Y, ¿por qué no las dejas? —inquiero—. Son sus tías, al final de cuentas. 

—Porque no puedo estar cerca y no quiero que Mena esté cerca de las mujeres que insistían en que no estuviera contigo —aclara. 

—Pero, se notan arrepentidas. 

—Claro. Después de que Ana confesó todo, claro que se arrepintieron. 

—Hoy no te esperaban ver aquí y se notaban muy sorprendidas. Eso quiere decir que están alejadas de todos. Tal vez si les dieras una oportunidad. Mena necesita saber que sus tías paternas la quieren. 

Antonio me da un beso sobre la frente. 

—Mena necesita saber que la única familia de su padre, es ella y su madre. Además, tu familia es más divertida, créeme. La única que tiene un hijo casi de su edad es Nadja, y estoy seguro de que no se llevarían bien. 

Sonrío. 

Por un minuto nos quedamos en silencio, disfrutando de la brisa fresca del mar y del hermoso jardín. Ojalá pudiéramos pasarnos así el resto del día, pero pronto nos toca guardia a las mujeres de la familia, y yo voy junto con mis hermanas y mi madre. 

—Lila, sé que es un mal momento para pedirte esto, pero creo que si no lo digo ahora, ya no lo diré jamás. 

—Dime —contesto, alejándome de él, para poder verlo a los ojos. 

—Sé, que te prometí que me mantendría a raya, por seguridad de ustedes. Sin embargo, han pasado los meses y nada ha sucedido. Quiero pensar que estamos fuera de peligro. Por lo que te quiero proponer que te quedes en España, que regreses a Madrid. 

—¿Cómo? 

—Sé que es una locura, y que te prometí que respetaría tu voluntad, pero, no sé tú, pero yo, las extraño demasiado. Como ves, son lo único que tengo y, las videollamadas y dos semanas junto a ustedes, no son suficientes. Quiero poder jugar con mi hija, llevarla a la guardería, atenderla. Quiero despertar contigo a mi lado, compartir mis días contigo. 

—Antonio. Allá en México estoy comenzando mi marca, mi socia está allá, no puedo abandonar todo. 

Él besa mi frente. 

—No lo harás. Si aceptas mi propuesta, yo me encargo de traer a tu socia a Madrid para que ambas trabajen acá. Incluso, pueden hacer que su marca florezca con mi ayuda. Pero, te lo pido, ya no regreses a México. Quédate conmigo. 

Reflexiono un momento, dejando que las palabras de Antonio resuenen en mi mente. Sé que tiene razón en todo lo que dice. Desearía estar aquí con él y con nuestra hija. Pero el miedo me paraliza. Recuerdo cómo una vez mi sueño se hundió en este lugar, y la sola idea de volver a enfrentar esa devastación me aterra. No estoy segura de poder soportarlo nuevamente.

Sin embargo, mi mirada se encuentra con los hermosos ojos verdes de Antonio, y todo se aclara. Recuerdo el amor profundo y la confianza inquebrantable que compartimos. Extraño su presencia cada noche, su calor, su risa. También recuerdo el dolor de la separación, las noches solitarias y los días vacíos que pasamos distanciados por las mentiras y los engaños.

Sé, en lo más profundo de mi ser, que mi lugar está junto a él. A pesar del miedo, sé que debo regresar. Porque incluso si hay riesgos, incluso si enfrentamos desafíos, juntos podemos superarlo todo. Mi corazón anhela la seguridad y el amor que solo él puede brindarme. Es hora de dejar atrás el pasado y abrazar el futuro que nos espera, juntos, como familia.

—Bien, me quedaré —digo con firmeza. 

Antonio sonríe, al  parecer, no puede creer mi respuesta. 

—¿Es en serio? 

—Muy en serio. Nos quedaremos Mena y yo. 

Antonio me abraza con fuerza y me da un beso sobre los labios. Uno que me sabe a felicidad, pero que me hace sentir incómoda en este momento, debido a que siento que no es la ocasión, es el funeral de mi abuela. 

—Te juro, que todo estará bien —me murmura, apretándome levemente entre los brazos. 

—Lo sé. 

—Te juro, que a partir de ahora, solo habrá felicidad. 

—Lo sé —respondo, segura de lo que digo. 

Y estoy segura, de que así sucederá. Confío en él, confío en nosotros y sé que estando separados, somos débiles, y si nos quedamos juntos, somos más fuertes. Y siento que tenemos que estar fuertes, porque como dije: mi petición se hizo realidad, pero no de la forma en que yo esperaba. Tenía claro que mi camino a la felicidad, sería un poco más complicado, pero no sabía cuánto. 

***

El velorio se relajó un poco. Las personas comenzaron a irse y prácticamente la familia es la única que queda acompañando a mi abuela. Los niños ya se fueron a dormir, y ha sido el mismo Antonio quien me ha dicho que quiere dormir a Mena, por lo que yo estoy libre por el momento. 

Sin embargo, no dejo de pensar en las hermanas de Antonio, en la escena que vi. Sé qué ha resuelto muchas dudas que tenía sobre su familia, pero, a la vez, ha abierto muchas preguntas, unas que sé Antonio no me contestará, por lo que iré a la fuente más cercana que conozco: Karl. 

Sé que no son los mejores amigos como Moríns y Cho, y que la pelea de hace días no fue la ideal, pero, sé que él ha tenido relación con su familia por mucho tiempo, y que sabe al menos un poco sobre ella. La verdad es que no sé qué trato de averiguar, ni estoy segura si me guste lo que Karl me contará, pero tengo que intentarlo. Estoy un poco cansada de ignorar esa parte de Antonio. Si me voy a quedar en Madrid, al menos debo saber cómo estoy parada. 

Así que atravieso la sala para ir hacia Karl, que sé se encuentra en la cocina. En el camino, saludo al tío Nadir, el hijo de mi tía Amira y primo de mi papá, quién ha venido con su hijo, también de nombre Nadir, y con su familia, su esposa Jenna y sus dos hijos, Amira y Zais – todos agradecimos que le haya puesto un segundo nombre, en realidad, se llama Nadir Zais, pero nosotros le decimos Zais. La niña lleva el nombre de su abuela, Amira, y juro que es igualita a ella. 

Después de desviarme un poco, retomo el camino hacia la cocina, donde veo a Karl, alcanzando el bote de café que se encuentra en la parte de arriba. Después de tomarlo, lo pone sobre la mesa, y de puntillas busca los filtros. 

—Segundo cajón a la izquierda —le indico. 

Él voltea a verme y sonríe. 

—Gracias —contesta. 

Abre el cajón y saca uno de los filtros. 

—Haré un poco de café decente. El que trae el servicio de catering es pésimo. 

—¡Guau!, sí que eres honesto —expreso. 

Karl sonríe. 

—Tú lo pensaste toda la mañana y yo simplemente lo dije por ti. Así funciona esto. 

Él vierte las cucharadas de café sobre el filtro y luego llena la jarra con agua del grifo.

—Si algún día quieres dedicarte a la medicina, esto es lo primero que te enseñan a hacer: Café. 

Me río bajito. 

—¿Quieres decir que anatomía humana no vale la pena? 

—No, si no sabes preparar un buen café. —Karl, suspira—¿vienes a regañarme por el desacuerdo que tuve con Antonio?, porque déjame decirte que Alegra ya lo hizo por ti. 

—No, claro que no. Ambos sabemos que todo esto fue a causa del enojo y la confusión. Ale y yo estamos bien, y tampoco es de a fuerza para que ustedes sean amigos. 

Karl toma una galleta de avena con pasas, de esas que a mi madre le gusta hacer para tener como snack. 

—Bueno —habla con la boca a medio cerrar, porque aún tiene galleta—, no me desagrada. Es un buen tipo. Si hacemos el esfuerzo podríamos llevarnos bastante bien. 

—De eso quería hablar contigo. 

Karl, toma otra galleta y le da una mordida. 

—¿De qué? 

—Dices que conoces a Antonio desde hace tiempo, ¿no? Quiero saber qué sabes de él. 

—¿Por qué no le preguntas? Es lo que tu madre llama “habilidades comunicativas”. 

—Es que no me dirá lo que necesito. Solo tú puedes. 

—Mira, que yo no lo conozco tan afondo. 

—Solo dime lo que sepas. Te lo pido. —Y sé que en mi voz se escucha el ruego. 

Karl toma otra galleta y le da una mordida. 

—Hmmmm, bueno. Sé que Antonio es el menor de cuatro hermanas. 

—Eso ya lo sé. Quiero saber sobre su familia. Sé que se dedican al comercio y a los negocios y que su madre murió. 

—Sí, bueno. Según me contó su padre de viva voz, en uno de sus tantos tratamientos, es que su negocio familiar empezó en el lado opuesto de la ley. Eso les ayudó a sobrevivir la Segunda Guerra Mundial, así como otros enfrentamientos. Incluso, hicieron su dinero del contrabando. Les fue muy bien, pero, no era lo correcto. Fue el abuelo de Antonio, quien lo integró como una empresa. Gracias a la familia de la madre de Antonio, quienes se dedicaban al comercio de telas. 

—Vaya… —contesto—, ¿todo eso te lo dijo? 

—El padre de Antonio y yo teníamos tratamientos muy largos, y al señor le encantaba hablar. Yo siempre he sido un buen escucha. En fin, el abuelo de Antonio hizo esa restructuración a tiempo, porque, después de la guerra, ya se veía mal dedicarse al contrabando. Sin embargo, les costó mucho tener clientes legítimos, por lo que creció de a poco. Y por lo que me insinuó, la amistad con los Karagiannis no ayudó en mucho. 

—Así que han sido socios siempre. 

—¡Claro!, Deo Karagiannis, el papá de Cassandra, era el mejor amigo del padre de Antonio. Crecieron juntos, tanto personalmente como en los negocios. Lo malo, es que los viejos hábitos mueren lento y los Karagiannis, si les funciona, no lo dejan. El abuelo de Antonio, trató de separarse de ellos, pero, no pudieron. 

—¿Por qué? 

—Giles Karagiannis, el abuelo de Deo, se casó con su hermana. 

—¿En serio? O sea que Antonio es pariente de los actuales Karagiannis. 

—No. A los seis meses de matrimonio, ella falleció. Una bacteria en el estómago. Dejando a Giles soltero de nuevo. 

—Dios Mío. 

—Así que Giles Karagiannis se volvió a casar. Pero seis meses fueron suficientes para que él cerrara tratos con el abuelo de Antonio debido a su nuevo parentesco. En fin. Giles Karagiannis tuvo hijos, entre ellos a Jasón Karagiannis que se convirtió en el padre de Deo Karagiannis, el que conoces. 

—Vaya, sí que es complicado. 

—Sí, sobre todo cuando a todos les dicen Karagiannis. Deo sigue con la misma mentalidad que su padre y su abuelo. Eso era lo que estaba hundiendo a los de Marruecos, y lo que Antonio estuvo dispuesto a salvar y salvó. La razón era para poder independizarse de los Karagiannis, y dejar de tener tratos con ellos. Sin embargo, Karagiannis es un hombre astuto, y con tal de no perder nada, hizo el trato de casar al único hijo de su mejor amigo, con una de sus hijas. Eso le sé de primera mano, porque Cassandra me lo confesó un día. Prácticamente, me cortó diciéndome que no le convenía como esposo, porque no había nada que pudiese ofrecerle. 

—No te puedo imaginar con Cassandra. 

—Cuando uno es adolescente hace muchas tonterías. 

—Entonces, ¿la obsesión por destruir a Antonio, por alejarme, es por dinero? 

—Sí, y porque a los Karagiannis no les gusta perder. Pero especialmente por dinero. 

—Lo comprendo, pero, ¿y el pretexto de Ana?, ¿qué fue lo que le hice?, ¿por qué  me odió tanto como para alejarme? 

—¿Ana?, ¿por qué te odiaría Ana? Si ella hizo lo que Antonio quería hacer contigo, salirse de esa familia. Al menos, Antonio saldría bien parado, pero, Ana, sus hermanas la odiaban porque decían que era la razón por la que su padre se había enfermado. 

—¿La odiaban? 

—Prácticamente, escuché muchas peleas en el hospital al respecto. 

—Entonces, no comprendo… no lo entiendo.

—La familia de Antonio es buena pero muy rara. Muy arraigada a sus tradiciones. Si puedo darte un consejo, Lila, es que si quieres ser feliz con Antonio, no indagues más allá de lo que él te permite. Si no te lo dice, es por algo. 

—Solo quiero ayudarlo. Quiero que esto se termine. Que se case conmigo, tengamos más hijos, alejemos a los Karagiannis de aquí. Quiero que toda esta neblina que se formó, desaparezca. Solo quiero ser feliz con él. Pero, no sé cómo. 

—Pues… cásate. 

—¿Qué? 

—Antonio está divorciado, tú estás soltera… cásate. Y deja que las cosas se acomoden. ¿Quién te lo prohíbe? —Karl vuelve a tomar otra galleta y le da una mordida—. Sabes, leí por ahí que algunas tradiciones son buenas, tal vez tú puedes hacer una para contrarrestar las de Antonio. 

—¿Cómo cuál? 

—Pues, ¿qué te parece una boda épica? Escuché que Las Vegas parece un buen lugar. Tal vez tú  puedas iniciarla.—Y sin decir más, se voltea para comenzar a servir el café. 

Casarnos… no sería mala idea. 

6 Responses

  1. No confio en las hermanas de Antonio, yo no me creo lo de Ana, creo q la inculparon, era la menos indicada para hacerle eso a él. No se. Espero Antonio pueda encontrar la verdad. Y Karl, mi Karl 😍 dando sabios consejos jajajaja pues habrá boda en las vegas??? Jajajaja

  2. No sé porque pero no confío en Antonia esa vieja me cae mal, pobre Antonio la familia que le tocó, menos mal tienen a Lila y Mena

  3. La hermana que no habló prácticamente nada me deja mala espina como a Lila. Ese silencio que tuvo, no se algo raro hay ahí…

  4. Jajajajaja cuando uno es adolescente hace muchas tonterías 😂🤣🤣🤣🤣 excelente argumento

  5. Pues no yo no confío para nada en las hermanas de Antonio y como le dijo Karl no indagues de más entre menos las trates mejor y como dijo el consejero cásense y sean felices construyan nuevas tradiciones y tengan muchos hijos 🥰🥰🥰💙💙💙

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