Lila
París, la ciudad de las luces. La ciudad que enciende sueños y despierta anhelos en muchos corazones. Para mí, es mi segunda ciudad favorita, un lugar donde pasear se convierte en un festín para los sentidos y donde los sueños parecen cobrar vida. Hoy estoy aquí, respirando el aire lleno de historia y romance que caracteriza a esta maravillosa urbe.
Después de una semana agitada, dedicada a instalar nuestro nuevo taller y a revisar minuciosamente cada detalle de nuestra marca con Rosa, finalmente hemos hecho las maletas y hemos llegado aquí, bajo el pretexto de visitar la propiedad que mi madre desea heredarme. Sin embargo, en el fondo, este viaje es una excusa perfecta para pasear y explorar.
París ha sido un destino recurrente en mi vida, especialmente porque era uno de los lugares favoritos de mi querida abuela Fátima. Pero visitarlo ahora, en compañía de Antonio, mi hija, mi hermana, Moríns, mis sobrinos y Rosa, es una experiencia completamente distinta. Cada calle, cada edificio, cada rincón de esta ciudad adquiere una nueva dimensión cuando se ve a través de los ojos de los niños, que juegan, preguntan y señalan todo a su alrededor. Supongo que París con niños es un París renovado, lleno de vitalidad y alegría.
A pesar de la energía y el bullicio que nos rodea, es un placer estar aquí, especialmente junto a Antonio. Él solía venir a París en solitario y siempre me enviaba una postal desde donde se encontraba. Todas esas postales están guardadas en una caja especial en la habitación que ahora pertenece a Alegra, en casa de mis padres.
Ahora, él y yo podemos disfrutar de las vistas juntos, pasear por las calles empedradas de Montmartre o a lo largo del Sena, y deleitarnos con la deliciosa comida francesa. Este viaje se siente como una pequeña luna de miel, un tiempo para nosotros antes de llegar al altar y comenzar una nueva etapa de nuestras vidas juntos.
Así, mientras la camioneta nos lleva por las calles de París a nuestro primer destino, la propiedad que me quieren heredar, observo por la ventana junto con mi hija y le muestro los autos y las personas que van pasando. Mena sonríe, es extremadamente risueña y amable, lo que me hace sonreír de felicidad. Jamás me imaginé que tendría una hija tan bonita, con esos ojos verdes como los de su padre y con una personalidad que se destaca.
—¡Oh, París!, ¡qué recuerdos! —expresa Moríns, después de pasar unos minutos tratando de arreglar el juguete de Lucho.
—¿Hace cuánto que no vienes para acá?
—Cinco años. Juré que no volvería a venir y ahora, mírame —me contesta.
Sila le da un beso en la mejilla.
—Pero ahora estás con nosotros, y por la noche cenaremos en la cena con vista a la Torre Eiffel.
—¿Estás segura de que es buen plan?, ¿cuatro niños en un bote? —le recuerda y ella sonríe.
—Tranquilo. Lila y Antonio, nos harán el favor de quedarse con los niños hoy, mañana nos toca a nosotros.
Moríns nos ve y sonríe.
—Buena suerte.
—Gracias —responde, Antonio—. En realidad, es práctica para nosotros, porque planeamos tener cuatro hijos.
—¿Cuatro? —pregunto, bastante sorprendida—. ¿Cuándo dije cuatro?
—Hoy… hoy te convenceré de que tengamos cuatro —responde, para después, cerrarme un ojo.
—Tranquila, Lila. Si no te pueden salir gemelos como a tu hermana.
—O peor, trillizos —agrega, Sila.
—Imagínate que a Alegra le salieran trillizos… sería la anécdota de la familia —dice Moríns, entre risas.
—¡Pobre, Alegra! —exclamo—. Si con dos se vuelve loca. Mejor dejemos de hablar de eso. Capaz y yo soy la de los trillizos.
—¿Por qué no? —inquiere Antonio, entre sonrisas.
La camioneta se detiene frente a un hermoso edificio de fachada antigua, cuya arquitectura evoca el encanto clásico y elegante de París. Las altas ventanas de estilo francés, enmarcadas por delicadas molduras, se alzan majestuosamente hacia el cielo, permitiendo que la luz del día se filtre suavemente en el interior. Las rejas de hierro forjado adornan los balcones, añadiendo un toque de romanticismo y sofisticación al conjunto.
La piedra grisácea de la fachada, desgastada por el paso del tiempo, pero aún imponente, nos muestra su supervivencia al tiempo. Cada detalle arquitectónico, desde los delicados relieves en las cornisas hasta las columnas talladas que flanquean la entrada principal, habla del esplendor y la grandeza de la ciudad de París.
En la entrada, una puerta de madera maciza, elegantemente tallada y enmarcada por dos faroles de hierro forjado, invita a los visitantes a adentrarse en el interior del edificio con la promesa de descubrir algo especial. Al lado, podemos ver el espacio que parece la entrada de un local, uno bastante grande.
—Aquí es… Rue de la Renaissance número 123 —pronuncia Moríns.
—¿Desde cuándo sabes francés, eh? —inquiero, entre risas—. Apenas hablabas bien español cuando te conocí.
Moríns se ríe en forma sarcástica.
—Y cuando yo te conocí, confundías a Bruno Díaz con Batman, y nunca te dije nada. Me río, al recordar las discusiones que tenía con él por ese asunto.
—¿Qué les parece si contamos las anécdotas después? —interrumpe Sila—. Los niños se están poniendo inquietos.
—Sí, vamos… además, este abrigo no es lo suficientemente caliente para este clima —se queja Rosa.
Moríns saca las llaves, y vemos que son más de una.
—¡Cuántas llaves!, y todo para un pequeño piso en la Rue de la Renaissance —comento.
Moríns voltea a verme y sonríe.
—¿Piso?, ¿crees que tu madre te quiere dar un piso? —me pregunta.
—Pues… —Dudo en mi respuesta.
—Propiedad. Nunca te dije piso, te dije Propiedad.
—¿O sea? —Sigo sin entender.
Antonio me toma de la mano y hace que lo vea a los ojos.
—Lo que Moríns quiere decir, es que todo el edificio es tuyo.
—¡QUÉ! —expresamos Rosa y yo al mismo tiempo.
Moríns asiente.
—Este edificio, si lo quieres, es tuyo. Era una antigua escuela para niñas, pero después la cambiaron de lugar y el padre de tu bisabuela lo compró. Según lo que leí, son varios pisos, el de arriba es un hermoso Penthouse que abarca toda la cuadra, y abajo modificaron para que fuese rentado como locales.
No puedo creer lo que estoy escuchando. No puedo creer mi suerte. De pronto, después de tanta mala suerte, mi madre me da lo único que necesito para poder hacer el sueño de mi abuela Mena realidad.
—¿Sabes qué significa esto? —le digo a Rosa, que sigue impactada con la noticia.
—Que si ya eras rica, ahora eres más rica —me asegura.
—No. Que podemos poner nuestra sede aquí. Nuestra marca puede crecer aquí. Podemos poner talleres, vender la ropa en los locales, incluso, podríamos tener una escuela de alta costura… —comienzo a imaginar—. Podemos prosperar. Y no solo eso… —Volteo a ver a Antonio—. Podemos mudarnos acá.
—¿Qué? —pregunta, emocionado.
—Sí. Hemos estado buscando algo en Madrid, pero, nada nos convence porque, tal vez, no es el lugar, puede que sea este.
Antonio sonríe.
—Bueno, primero tendríamos que verlo —contesta.
—¡Encontré la llave! —habla Moríns, y al abrir la puerta, vemos un edificio en muy buenas condiciones, con un elevador antiguo en medio.
—Yo subiré las escaleras —dice Sila, quien trae a Eva en un brazo y a Lolo tomado de la mano.
—¿Estás loca, mujer? Son como 10 pisos.
—Es que me dan fobia los elevadores, sobre todo los antiguos.
Moríns suspira, después nos da las llaves.
—Suban. Nosotros llegamos más tarde —comenta, ya arrepentido, de la decisión que ha tomado.
Así, sin prestar atención al elevador y lo antiguo que es, nos subimos para presionar el botón que lleva el último piso. Éste se pone en marcha, y después de un pequeño susto, comenzamos a subir. Unos momentos después, las puertas se abren y solo vemos al final del corredor una puerta
—Supongo que aquí estamos —dice Antonio, mientras lleva a Mena entre sus brazos.
—Supongo —digo.
Cuando llego a la puerta, meto la llave a la chapa y quito el seguro. El chillido de la puerta de madera maciza, nos indica que está abierto y es hora de explorar.
—Vamos, les animo.
Al entrar al Penthouse, se revela una serie de características arquitectónicas impresionantes y una sensación de amplitud que invita a la imaginación a volar.
Los altos ventanales que rodean la sala de estar permiten que la luz natural llene el espacio, creando una atmósfera luminosa y aireada. Desde aquí, se puede apreciar la majestuosidad de las vistas de la ciudad de París, con sus tejados y monumentos históricos extendiéndose hacia el horizonte.
El suelo de parqué pulido refleja la luz que entra por las ventanas, añadiendo un toque de calidez al ambiente. Las paredes blancas, limpias y recién pintadas, ofrecen un lienzo en blanco listo para ser transformado por el estilo y la personalidad del futuro propietario.
El amplio balcón que se extiende a lo largo de la fachada del edificio sigue siendo una característica destacada de la penthouse, ofreciendo un espacio al aire libre para disfrutar de las vistas panorámicas y del aire fresco de París. En la cocina, los electrodomésticos de acero inoxidable relucen bajo la luz natural, mientras que las encimeras de mármol brillan con un resplandor suave.
En pocas palabras, el lugar es hermoso, tan elegante y a la vez sencillo, algo que no puedo explicar. Mena le pide a su padre que la baje par comenzar a gatear por el amplio espacio, que parece infinito.
—¡Guau! —expresa, Rosa—. No lo puedo creer.
—Ni yo —concuerdo con ella—, eso va más allá de lo que yo imaginaba.
—Pues, me encanta.
Volteo a ver a Antonio.
—¿Te gusta?
—Me encanta —dice, casi sin palabras—. Creo que, podría funcionar.
Yo tomo a Mena entre mis brazos y los tres comenzamos a caminar por el lugar. Pronto llegamos a las habitaciones, unas tan amplias y tan grandes que parece podrían caber más de 6 personas. Los baños, finamente diseñados, invitan a darse una larga ducha, y la luz, la luz es hermosa.
—Hay muchos muros para llenarlos de fotos —me recuerda, Antonio.
—Sí. Y también para pintarlos de colores, aunque, te confieso que el blanco y el dorado no se ven mal.
—Nada mal.
Entro a una habitación, cuyo ventanal es más pequeño, pero con vista a El Sagrado Corazón.
—Este podría ser la habitación de Mena —le digo—. Tendría una hermosa vista y un amanecer increíble.
Antonio se acerca a nosotras y me da un beso en la frente.
—Y la nuestra, podría ser esa con la bañera. Podríamos pasar muchas aventuras ahí —comenta, ilusionado.
—Imagíante. La casa aquí, el taller abajo, la ropa en los exhibidores. Pasemos por el Sena. Caminatas por los Campos Eliseos.
—Al parecer, ya lo tienes todo pensado.
Me volteo para verlo al rostro.
—No, simplemente juego con la idea.
—¿Qué idea?, ¿la de empezar aquí de nuevo?, creo que estaría genial.
—¿Crees?
—Sí. Creo que si vamos a empezar de nuevo, necesitaremos un lugar nuevo, donde tú puedas hacer tu sueño realidad y donde podamos criar a nuestra hija. También creo, que si tu madre te está dando este sitio es porque sabe que es el ideal para ti. No creo que la señora Luz te haya escogido al azar.
Sonrío.
—Yo también lo creo. Pero…
—¿Pero qué?
—Es un sueño muy grande.
—Lo sé.
—Y, ¿qué pasa si me adelanto y otra vez vuelve a fallar? —inquiero.
Antonio, me da un beso sobre la frente.
—Tu sueño nunca falló, Lila. Solo te encontraste con las personas no adecuadas. Pero, siempre fue un sueño bueno, y sé, estoy seguro, de que vas por el camino a que se haga realidad. Recuerda que tus sueños son tan chicos o grandes, depende de cómo los desees.
Suspiro.
—¿Estarás conmigo, cierto?
—Cuenta con ello. A mí nadie me mueve de tu lado. Sobre todo cuando seré Antonio de Marruecos, esposo de la gran diseñadora Lila Canarias. Es más, ¿cómo te suena, Maison Caballero?
—Maison Caballero, par Lila Canarias — digo, y él sonríe—. Suena a que podría hacer un imperio.
—Lo harás, estoy seguro.
Veo a mi alrededor, todo lo que me ofrece la vida, mi madre, mi legado, y el anhelo de cumplir el sueño de mi abuela Mena me invade las venas.
¿Qué te parecerían tus diseños en París?, le hablo a mi abuela, que sé, estaría deliz por eso.
Le sonrío a Antonio.
—Maison Caballero… me agrada.
—¿Entonces?, On déménage à Paris, Lila Canarias ? —me pregunta, en un perfecto francés.
—Oui —acepto y le doy un beso sobre los labios—. Menita, viviremos en París —le dijo a mi hija y ella sonríe. No sabe de lo que hablamos, solo sabe que estará con nosotros.
Escuchamos como la puerta del lugar se abre, y ambos vamos al recibidor. Vemos entrar a los niños, a Sila y al pobre Moríns cargando a Eva en su espalda.
—¡Dios!, lo que uno hace por amor —expresa.
—Cuñado, hemos decidido quedarnos con el inmueble.
—¡Súper! —expresa, jadeando—. A ver si le ponen a Sila una escalera eléctrica.
Me río bajito.
—¿Crees que nos puedas mostar el resto de los pisos? —inquiero.
—¿Ahora? —pregunta, y juro que siento que va a desfallecer.
—O al rato, mejor descansa.
—¡Gracias! —expresa, para luego caer sobre el suelo, rendido. Sus hijos corren hacia él para comenzar a jugar y tirársele encima. Moríns finge que se queja.
Volteo a ver a Antonio.
—¿Estás seguro que quieres cuatro? —le pregunto.
Él sonríe.
—Veremos… tal vez nos salgan trillizos —me comenta, para luego, besar mi frente—. Te amo.
—Te amo —respondo.
Ilusionada por lo que está por venir. Maison Caballero, está por llegar.
WOW…Maison Caballero!!!! Amé como se va acomodando su vida !!!
Jajajajaja lo que uno hace por amor! 😂
Ya veremos si a Antonio también le llegan sus trillizos
Jajajjaa Lo que se hace por Amor jajajaja. Morins morins, unico Morins 😍. Casa Caballero me encanta. Siiiii ahora si Lila a vivir su sueño. Y Rosa como Morins en version femenina jajajaja que si es rica Lila ahora es mas rica jajajaja
Que lindo🥰🥰🥰
Que bien…Lila vivirá en París y así podrá cristalizar el sueño de su abuela Mena
…será que Lila también podrá tener gemelos o trillizos como Alegra…sería super jiji…y Morins siempre poniendo el humor…
Que hermoso hubiera sido que nuestra Mena viera su sueño hecho realidad, hermoso capítulo Ana
Y ahora? Remodelaciones van y vienen y capaz a Rosa le hace falta un buen franchute
Francisco con su drama jajajaja
Me encanta que estén los dos juntos y que se entienda también ❤️❤️❤️❤️❤️
Lila y Antonio merece ser muy felices