David 

Han pasado 48 horas ya desde que mi esposa salió de la casa y no sé dónde ha ido, por lo que temo lo peor, y no quisiera que lo que viene a mi mente se haga realidad. Alegra, ha pasado las últimas semanas triste, ansiosa y desganada a pesar de que nuestro hijo David ha llegado después de tantos meses de espera. No comprendo cómo es que todo cambió tan rápido si meses antes de enterarnos de que estaba embarazada era la mujer más feliz del mundo, sonriente, con mucha energía y ganas de comerse el mundo. Después, la noticia llegó y su actitud cambió desmejorando hasta el punto de no querer hacer nada, no querer preparar el cuarto del bebé o tan siquiera festejar; siguió hasta después del parto. 

―Su esposa tiene depresión por parto ― me dijo el médico unas semanas atrás ― debe hacer algo por ella, llevarla al psiquiatra por su bien y por el del pequeño. 

Cuando le comenté a Alegra ella se soltó a llorar mientras movía la cabeza negando ― no, no, no ― me dijo sin que yo comprendiera. 

―¿No qué? ― pregunté. 

―David, no es tuyo― murmuró tan bajito que apenas la pude escuchar. 

―¿Qué? ― pregunté dudoso. 

―No, perdóname ¿si?, perdóname ― respondió. 

―¿Qué haz dicho? ― insistí. 

―David no es tuyo, es de Pedro, no lo quiere, pero no es tuyo, pero es nuestro… perdóname sí. 

Me quedé frío al escuchar esa frase ―¿Cómo que no es mío? ― pregunté asombrado. 

―Perdóname mi amor, perdóname ― alegó para después soltarse a llorar y continuar así por el resto de la semana, negando la ayuda, pidiéndome no la dejara y a la vez abandonando al pequeño que acaba de llegar. 

Sin embargo, hace días atrás ella se despertó con una actitud diferente, un poco más animada y con ganas de hablar, ya que ambos llevábamos durmiendo separados desde el momento de la confesión. Yo me desperté porque David pedía de comer y fui a su habitación para encontrármela de pie junto a la cuna. 

―¿Crees que hoy podamos hablar? ― me pidió en un suspiro. 

―¿Qué es lo que quieres decirme?, ¿que después de todo lo que te di te atreviste a engañarme?― dije enojado. 

―Te lo pido, hablemos, hoy por la tarde ¿sí?

Yo negué con la cabeza, necesitaba tiempo para pensar, para tranquilizarme y ser capaz de comprender lo que venía― me tengo que ir a trabajar. 

―David, te lo pido, escúchame― me rogó entre lágrimas― te espero por la tarde. 

―Esta bien― le prometí y después abandoné la habitación. 

Sin embargo, esa tarde no se me dio la gana llegar, no quería hablar del tema aún, no después de todo lo que juntos habíamos vivido y construido. Regresé muy tarde por la noche sólo para encontrarme con la noticia de que había salido desde las seis de la tarde, justo después de poner a David a dormir en su cuna y que aún no regresaba. Esa noche, Alegra no regresó a cenar, ni por la madrugada y mucho menos al siguiente día donde tuve que dar paso a las autoridades para que la buscaran.

«Si regresas, te juro que te perdono Alegra, porque mi amor es más grande que mi odio, sólo regresa», es lo único que pasa por mi mente desde ese día. 

Las autoridades nos entrevistaron, pidieron referencias y luego salieron a buscarla sin decir una palabra. Desde ese entonces me he quedado junto con David viéndolo dormir, atendiéndolo al despertar y sobre todo consolándole, diciéndole que su madre llegará pronto, que no se preocupe porque todo saldrá bien. Que ella simplemente fue a dar un largo paseo y que regresará con regalos y sonrisas; no sé si el niño comprenda pero al menos sé que mi voz lo tranquiliza. 

Sin embargo, ya ha pasado mucho tiempo sin ninguna señal y creo que su regreso ya no es posible, después de cuarenta y ocho horas, la esperanza se transforma en otra cosa dándole paso a la incertidumbre, cabida al miedo y al pesar. No me despego de la ventana del corredor, esa que da vista al mar, con la esperanza de verla entrar por la puerta de atrás como solía hacerlo cuando salía a caminar por las mañanas a la playa y decirle que todo estará bien, que la amo, que todo está perdonado. 

―¿Señor Canarias? ― escucho la voz de una de las mujeres del personal de la casa. Volteo y ella me sonríe ― los policías están abajo, lo buscan. 

―Gracias, en seguida voy ― hablo con tiento. 

Doy un suspiro profundo tratando de sacar el nerviosismo en mí y me dirijo a la habitación de mi hijo donde la niñera le da de comer y la arrulla. Al verme ella trata de ponerse de pie pero le digo con la mano que no lo haga. 

―No ― murmuro ― sólo vengo a darle un beso. Ella me lo pone entre los brazos mientras David sigue aferrado a la botella con leche abre los ojos y me ve ―la policía esta aquí amor, iré a ver su tu mamita regreso, ¿vale?, pase lo que pase te juro que te diré donde está ―le prometo para luego besar su frente. Los ojos de David brillan, acaricio levemente su cabello que apenas comienza a rizarse para después volver a dejarlo sobre los brazos de la niñera ― cuidado bien ¿quieres?, no te despegues de él. 

―No lo haré señor Canarias ― responde ella tranquila. 

Le doy un último vistazo a mi hijo, lo veo tan tranquilo y feliz que me reconforta, aunque las palabras de su madre me persigan, “no es tuyo”, “no es tuyo”, pero es que lo veo y no puedo creer que no lo sea, me niego a creer que Alegra, la mujer de mi vida me haya hecho eso, ¿cómo que no es mío?, ¿cómo es posible que ese bebé no sea mío? ¡Cuándo!, ¡Dónde!, ¡Por qué!

Bajo las escaleras contrariado llevado entre el coraje, la incertidumbre y el miedo. Debo ver a Alegra, debe explicarme todo, debo decirle que esto se puede salvar, que tomaré al niño como mío pero debe explicarme el porqué. Al llegar a la sala veo a los dos policías y, al ver sus rostros, sé que la noticia que me dirán no es del todo positiva. 

―Señor Canarias― habla uno firme pero en tono bajo ―hemos encontrado el cuerpo de su esposa en el mar. 

―¿Qué?― pregunto de inmediato. 

―Creemos que es ella pero necesitamos que venga a la morgue a identificarla, en caso de no ser seguiremos con la búsqueda, ¿nos acompaña? 

En automático camino junto con ellos a la salida de mi casa «¿cómo es que la encontraron en el mar?», aún mi mente sigue sin poder reaccionar. Me subo al auto de los policías y ellos como si nada comienzan a platicar. 

―Encontramos a una mujer con las características de su esposa en la playa lejos de aquí. Su abrigo se encuentra lleno de piedras en los bolsillos pero al parecer la corriente que pasa debajo del agua la arrastró hasta traerla a la orilla. 

―No― murmuro. 

―Esperamos de corazón que no sea― habla el otro al ver mi rostro cubierto por el dolor. 

«No te puedes ir, no me puedes dejar con David, ¿qué haz hecho Alegra? ¡Qué haz hecho!»

Tiempo después llegamos a la morgue, la plática del auto me ha servido para hacerme a la idea de que si Alegra es la mujer sobre la mesa entonces se quitó la vida antes de enfrentar lo que estaba por venir. Sin embargo, no me quedó duda cuando al entrar vi su precioso cabello negro enredado, lleno de algas marinas y arena. Su rostro pálido y frío no se movía, sólo yacía con los cerrados y el cuerpo rígido. 

―¿Es ella? ― preguntó el doctor. 

Quería gritar no, no es, no es ella, pero mi cabeza asintió sin más ― es ella― murmuré. 

―Entonces damos el caso por cerrado Señor Canarias, encontramos a su esposa― habla el policía. 

―¿Pueden dejarme solo con ella por favor? ― pregunto mientras las lágrimas comienza a rodar por mis mejillas. 

―Solo unos minutos― responde el doctor. Para luego dejarme solo con ella. 

Me acerco al cuerpo frío e inerte de la mujer que amo, de ella que me hizo cambiar, la que conocí de una manera muy especial y acaricio su rostro esperando a que reaccione. 

―¿Por qué me dejaste?, ¿por qué te fuiste? ― le pregunto sin obtener respuesta ―te hubiese perdonado Alegra, te hubiese perdonado. Me dejaste solo aquí con cientos de preguntas sin respuestas, con un bebé que dices no es mío y con todo el coraje e impotencia del mundo― hablo firme―¡por qué me abandonaste!, ¡por qué! ― grito haciendo que el eco invada todo el lugar ―¡no seas cobarde y regresa!, ¡regresa! ― le ruego soltándome a llorar sobre el su cuerpo―¡te amo Alegra!, ¡te amo!, ¡regresa por favor!, ¡no te vayas vida!, ¡no te vayas mi amor!, no me dejes aquí, no nos dejes aquí― repito quebrándome por completo, mientras por mi mente puedo ver las imágenes de la mujer que tanto amé y que al final me abandonó. 

―¿Señor Canarias? ― habla el doctor ― es hora de irse. 

―¡Te lo pido Alegra despierta!, vamos a casa cariño, todo va a estar bien, vamos, te lo pido… despierta. 

―Señor Canarias―insiste el doctor alejándome. 

―¡Suélteme!, ¡suélteme!― grito― ¡eres una cobarde!, ¡una vil cobarde! ― exclamo lleno de dolor mientras siento cómo los policías me levantan para sacarme de ahí ―¡nos abandonaste!, ¡me engañaste y luego me abandonas!, ¡qué le diré a David!, ¡qué será de David!, ¡cobarde!, ¡yo te amaba Alegra!, ¡yo te hubiese perdonado!, ¡yo aún te amo!― grito por última vez antes de salir de ahí. 

¿Cómo es que un amor tan bonito terminó en tragedia?, ¿cómo es que ella me engañó con otro?, ¿qué fue lo que hice para merecerme esto?, si yo veo todo atrás y no hay nada de lo que me pueda arrepentir, ¿cómo es que acabe llorándole a su cuerpo inerte mientras siento que fue ayer el día que la conocí? Si tanto me amaba, ¿por qué me abandono?, ¿por qué me dejó con un hijo que no es mío? 

―¿Señor Canarias? ― me pregunta el policía―¿empezamos a hacer el papeleo y los rituales pertinentes? 

Me quedo viendo a la nada y sin decir una respuesta me largo de ahí, sin corazón, sin alegría, sin ternura, ya que ella se lo ha llevado todo y me ha dejado sin nada. 

―¿Señor Canarias? ― insiste. 

―¡Creemenla!― grito ― y después regresen al mar ― ordeno, mientras yo me voy a casa a repasar nuestra historia de amor para encontrar la falla que hizo que terminara en tragedia. 

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