David

No puedo creer que este momento haya llegado. Desde que conocí a Alegra, pensé en este día como en ningún otro y ahora que me encuentro a unos pocos minutos de salir de aquí y encontrarme con ella en el altar, no puedo creerlo, tiene que ser un sueño. 

Me acomodo el saco, me veo una y otra vez frente al espejo y arreglo el cuello de mi camisa. Paso mis dedos meticulosamente por mi cabello y lo muevo ligeramente a un lado para darle el toque final, sonrío, estoy perfectamente vestido, mejor de lo que imaginé, para casarme con la mujer de mis sueños. 

Por unos momentos la melancolía me invade recordando a los que ya no están conmigo, a mi madre, a mi hermana y todo se reduce a un solo nombre “Ainhoa”, ojalá ambas estuviesen aquí conmigo, apoyándome, abrazándome, llevándome hacia ese encuentro que sé recordaré el resto de mis días. 

Siento como las pupilas comienzan a llenarse de lágrimas y de inmediato lo detengo. No quiero llorar, no en soledad en frente de de un espejo y en esta habitación, las personas pensarán que algo mi pasa y no quiero que se piense así. Me dirijo a la ventana y veo como los invitados ya están esperando, escucho como el cuarteto de cuerdas está afinando, y los nervios me llegan de golpe. ¿Cómo estará Alegra?, ella también se encuentra en su habitación con las hermanas Lafuente y con Bego, la prometida de Tristán, ¿querrá ya caminar hacia el altar? 

—¿Puedo pasar?— me interrumpe una voz muy conocida.

Volteo hacia la puerta y veo a Tristán, vistiendo un traje blanco perla, con una flor a la altura de su corazón —¿vienes a decirme que me arrepienta?— bromeo. 

—No, vengo a decirte que es hora de bajar… lo de arrepentirte ya es muy tarde, estás enamorado— responde para luego reír. Tristán se acerca a mí y acomoda la flor blanca que traigo sobre mi traje— ¿nervioso? 

—Mucho, pero también emocionado. No tienes idea lo mucho que soñé con este día y ahora, se hace realidad. Ya la quiero ver. 

—Eso es bueno… — habla. 

—¿Qué?, ¿no dirás un comentario negativo sobre esto?, qué el amor no existe y que todo es una fantasía que las películas nos ponen. 

Tristán se sonríe— no, hoy no. Este día es para el amor y solo el amor, no necesitas que este amigo amargado te lo eche a peder, ya tendrás muchos días para escucharme. Ya te dije, moriré viejo y amargado. 

—Hombre de poca fe— exclamo y le doy una palmada sobre la espalda — estoy seguro de que no será así. Que te llenarás de hijos y tendrás una preciosa esposa. 

—¡JA!, se nota que te encantan las bromas, no, no será, así. Ahora, deja de hacerlo y vamos, que pronto empezará la ceremonia. 

Me acomodo el saco — no pierdas la fe, Tristán, que el día en que menos lo esperas, llega… y serás tan feliz que no podrás creértelo. 

—Como siempre, tan soñador… sé más realista— habla, y saca un cigarro de su cigarrera y lo enciende— jamás, escúchame, jamás me verás enamorado. 

—¿Quieres apostar?— respondo divertido, mientras salgo de la habitación para caminar hacia el lugar de la boda. 

—Lo que quieras, porque vas a perder. 

Antes de salir al jardín, volteo a verlo —te apuesto la mitad de las acciones que tu padre te dé cuando muera de que te enamoras. 

—¡Hecho!

—Y si no, tú me harás un enorme favor, el que yo te pida. 

—¡Hecho!— respondo. 

Los dos salimos caminando hacia el altar y mientras camino el corredor, saludo a uno que otro invitado que se pone de pie para darme la mano y hablarme unos minutos sobre mi madre, de lo feliz que sería al verme aquí y de lo mucho que es extrañada. Yo simplemente les digo gracias, para después de unos momentos, dirigirme a mi destino final donde el padre José me está esperando. 

—¡David Canarias!— me dice el hombre ya de avanzada edad— es un honor casar de nuevo a un Canarias.

—El honor es mío, padre José, no podría escoger a nadie más para esto tan importante. 

El padre José se ríe. Él, ha casado a todos en mi familia, incluso a mi padre y a mi madre, por lo que tenerlo en la boda es un gran honor y un símbolo de tradición. 

—Me da pesar que tu difunta madre no esté aquí, incluso tu padre él… 

Muevo la mano diciendo que no— lo siento, pero, no quiero hablar de él— le pido. 

Me acomodo viendo hacia la puerta, donde sé que en minutos Alegra saldrá, y momentos después los últimos acordes de la melodía que tocaba el cuarteto de cuerdas desaparecen. Veo delante de mí a todos mis socios, a los amigos, a los Lafuente y a la pequeña Fátima que ya hace sentada, con la espalda recta y un vestido muy discreto y sencillo, de un blanco marfil que la hace ver muy propia. Ella me sonríe y yo le sonrío. 

De pronto, la música comienza a sonar, por fin es la marcha nupcial, y veo a las hermanas Lafuente salir de la puerta con vestidos blancos perla, y con pequeños ramos de flores blancas. Detrás de ellas viene Bego, que como siempre arruina la fotografía al traer un vestido de un tono de blanco diferente. 

—Lo siento, no pude hacer nada — se disculpa Tristán. 

Trato de ignorar la fotografía para concentrarme solo en ella, en mi bella Alegra, que después hace su aparición en la puerta provocando que todos los invitados se pongan de pie y sonrían. Ahí está, con su precioso cabello rizado suelto, ese vestido blanco que la hace ver como princesa y una corona de flores blancas que la hace ver como una musa, una virgen, una ninfa salida del mar. 

Con una sonrisa ella comienza recorrer el pasillo lleno de flores blancas, para venir hacia mí. Lo hace sola, sin nadie a su lado, a paso firme y decidido y con una mirada de ensueño que me hace soñar y que mi corazón lata emocionado. Este es mi momento perfecto, mi momento correcto, no pude haber pedido mejor final para mi historia de amor. 

Al llegar, ella estira la mano y toma la mía. Sus ojos grandes y marrones brillan, y puedo ver las lágrimas a punto de rodar por sus mejillas — hola— me habla en un murmuro. 

—Hola, mi amor, te ves… hermosa— hablo con un nudo en la garganta. 

—Y tú, guapísimo — responde, para luego volver a sonreír— este es el día más feliz de toda mi vida, David Canarias—habla emocionada. 

—Jamás lo olvidaremos, jamás lo olvidaré— le respondo con lágrimas en los ojos. No puedo contener mi emoción al saber que me casaré con el amor de mi vida. 

Ambos damos el rostro hacia el altar y vemos al padre José, que nos está esperando para comenzar la ceremonia. Alegra aprieta mi mano con una fuerza ligera que me indica que está aquí, que estamos juntos y, que después de todo lo que pasamos, lo logramos, hemos hecho realidad nuestra historia de amor. 

Así, ante Dios, mi mejor amigo y los invitados, Alegra y yo le decimos al mundo que estamos enamorados, que venció el amor sobre el odio y el rencor, y que estamos aquí para ser la prueba viviente de que lo puede todo. En este momento, le juramos a Dios amor eterno, ese que no se acaba con el paso de los años y que ella y yo nos amaremos, mas allá de la muerte, porque ni ésta podrá separarnos. 

Jamás pasó por mi mente que lo haría tan pronto… 

FIN DE LA PARTE 1 

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