Antonio 

París, con Lila y mi bebé, es una de las experiencias más hermosas que he tenido, sobre todo, porque este ha sido nuestro primer viaje juntos. Uno de los muchos que haremos.

Desde el momento en que llegamos, la ciudad parecía iluminarse con una magia especial. Los adoquines de las calles empedradas, el aroma a croissants recién horneados flotando en el aire y la majestuosidad de los monumentos históricos creaban un escenario perfecto para crear recuerdos inolvidables.

Nuestro primer día en París lo dedicamos a explorar los lugares más emblemáticos de la ciudad. Visitamos la Torre Eiffel, donde Mena miraba asombrada hacia arriba, mientras Lila y yo le tomamos tantas fotos que casi llenamos la memoria del móvil. Después, paseamos por los Jardines de Luxemburgo, disfrutando del verdor y la tranquilidad que ofrecían, y nos perdimos entre las calles del Barrio Latino, descubriendo encantadoras cafeterías y boutiques.

Por la noche, decidimos quedarnos en el apartamento y disfrutar de una cena tranquila en familia. Preparamos una deliciosa comida casera y nos sentamos alrededor de la mesa, compartiendo risas y anécdotas mientras Mena jugaba con sus juguetes en el suelo. Fue un momento de verdadera conexión y alegría, donde el amor y la complicidad que compartimos como familia se hicieron palpables.

Al día siguiente, nos tocó cuidar a los cuatro sobrinos de Lila, una tarea que inicialmente me causó un poco de nerviosismo. Sin embargo, rápidamente descubrí que sus sobrinos eran encantadores y llenos de energía, sobre todo Lucho, que es una bala. Pasamos el día en el Jardín de las Tullerías, montando en los carruseles y corriendo por los senderos arbolados. Lila y yo nos turnábamos para cargar a Mena mientras jugábamos con los otros niños, y tomamos fotos de todo lo que hicimos. 

Por la noche, mientras cenábamos en el hotel, Fátima, Lolo, Lucho y Eva comenzaron a llamarme “tío Antonio” de forma espontánea. Fue un momento emocionante para mí, ya que sentí que finalmente estaba siendo aceptado como parte de la familia de Lila. De pronto, sentí lo que Karl me dijo ese día en la playa, y supe que ya estaba aportando algo en la familia, me estaba ganando mi lugar. Por cierto, esa noche Lila y yo decidimos que solo queríamos dos hijos, cuatro, no es el número para nosotros. 

Desafortunadamente, es hora de regresar a la realidad. Sin embargo, antes de regresar a Madrid, decidí darle a Lila una sorpresa, con motivo para celebrar la creación de Maison Caballero y, sobre todo, nuestro amor. Por lo que me puse de acuerdo con Moríns, para dejarle a la niña, y para que convenciera a Sila de acompañar a su hermana a un baño turco, donde las consentirían a ambas. 

Sila no lo dudó ni dos veces. Convenció a su hermana que era lo mejor que podrían hacer, y ambas salieron del hotel al mediodía para disfrutar el regalo. Mientras tanto, Moríns y yo cuidábamos a los niños – lo que fue un tremendo desastre, porque al parecer Sila es la que lleva los pantalones en la casa. 

Aun así, sobrevivimos y logramos organizar la cena romántica. Moríns me dijo que era tan romántica que hasta a él le daban ganas de salir conmigo. Le dije que cuando tuviera tiempo, en Madrid, le prepararía una cena romántica para Sila y él, y que nosotros cuidaríamos a los niños de nuevo; supongo que tengo cumplirlo. 

Así, después de dejar a Mena en la habitación de Moríns, fui a mi habitación y me arreglé adecuado para la situación. Con un traje de color blanco con zapatos a combinación. Peiné mi cabello para atrás amarrándolo con un moño y despejando mi rostro. Me eché mi loción favorita y le compré a Lila un ramo de rosas – no pude encontrar otras. 

Después, tomé un auto para que me llevase hacia el restaurante y esperé a que Lila llegara, para esta ocasión especial, le compré un hermoso vestido de terciopelo, color verde olivo y unos pendientes largos de oro que estoy seguro sabrá combinar a la perfección. Me siento sumamente nervioso, como las primeras veces que nos veíamos en su taller o en mi hotel.

Mi corazón comienza a palpitar con fuerza cuando diviso el auto que contraté acercándose hacia donde me encuentro. Esta noche, hemos planeado una cena en un restaurante junto al Louvre, iluminado por la majestuosidad nocturna de uno de los monumentos más emblemáticos del mundo. Creo firmemente que este es el escenario perfecto para lo que tengo planeado. Además, he asegurado una zona privada en el restaurante, para que podamos disfrutar de la intimidad y la belleza del momento sin interrupciones.

El auto se detiene frente a mí y, con un gesto cortés, abro la puerta para ayudarle a descender. La tomo de la mano y no puedo evitar sonreír al notar cómo el resplandor del hermoso anillo de compromiso adorna su dedo. Su suave aroma a lavanda envuelve mis sentidos, transportándome a un estado de felicidad y anticipación.

Con gracia y elegancia, Lila desciende del vehículo. Su vestido de terciopelo, confeccionado a medida, realza su belleza natural, mientras que los pendientes de oro complementan su peinado recogido de manera impecable. Es como si estuviera envuelta en un aura de encanto y elegancia, y no puedo apartar la mirada de ella.

—Te ves hermosa, mi amor —le comento, tan solo la tengo frente a mí. 

—¿Crees? —me contesta, en un tono de coquetería. 

—No lo creo, es verdad. —Le doy las rosas. 

—Gracias —me contesta. 

Con suavidad, rodeo su cintura con mis brazos, sintiendo la calidez de su cuerpo junto al mío bajo el cielo estrellado de París. Nuestros labios se encuentran en un beso tierno y lleno de ternura, más romántico que apasionado. Siento el palpitar de su corazón contra el mío mientras nuestras almas se entrelazan en ese instante mágico.

El suave roce de nuestros labios es como una melodía suave que se funde con el murmullo de la ciudad a nuestro alrededor. Cierro los ojos para saborear cada instante de este momento, anhelando que el tiempo se detenga y que podamos permanecer así para siempre, perdidos en el amor y la belleza de este lugar único.

Lila y yo nos separamos y ella lanza un suspiro. 

—¡Guau! —murmura. 

—Hace mucho que no te besaba así. 

—Lo sé —contesta, mientras me toma del brazo—. Supongo que es el ambiente de París. No por nada es la ciudad del amor. 

—Tal vez. 

Mientras nos adentramos en la amplia explanada del Louvre, nuestros pasos se sincronizan en perfecta armonía. La noche envuelve París con su manto de misterio, y las luces que adornan la ciudad dan un brillo especial a cada rincón, transformando la simple caminata en un paseo mágico.

A medida que avanzamos, el restaurante junto al Louvre se revela ante nosotros, iluminado con una cálida y acogedora luz que destaca su elegancia. La majestuosa pirámide en el centro de la plaza capta nuestra atención, su imponente presencia elevándose hacia el cielo estrellado como un símbolo de grandeza y belleza.

Nos detenemos un momento para admirar la vista, dejando que la magnificencia del lugar nos envuelva por completo. Las luces parpadean con un brillo encantador, creando una atmósfera de ensueño que parece sacada de un cuento de hadas.

Tomados de la mano, continuamos nuestro camino hacia el restaurante. El aire está impregnado con la emoción palpable de la anticipación, y sé que esta será una cita inolvidable para los dos, porque es la primera que tendremos estando comprometidos. 

Al entrar, un ambiente sofisticado y acogedor nos recibe. El restaurante es antiguo, por lo que podemos ver paredes decoradas con paneles de madera oscura y delicadas molduras doradas, que evocan la opulencia y el estilo parisino clásico. El suelo, completamente de mármol pulido, refleja la luz de las lámparas de araña que cuelgan del techo, creando un brillo suave y envolvente en todo el espacio. 

Lila se sorprende, tan solo ve el lugar, y me esboza una sonrisa, tan grande, que ilumina la habitación. 

 —¡Esto es en verdad elegante! —comenta. 

—Es uno de los mejores restaurantes de París. Hice que cerraran la parte más bonita del restaurante para los dos —contesto. 

Ella me ve. 

—¿Quieres decir que nuestra vida en París será así? —bromea. 

—No siempre, pero, si podremos tener estas citas. Además, recuerda que me encanta ser así de extraordinario. 

—Lo sé. 

Veo que ella juega con un dije que trae colgado en el cuello y, al notar que es el anillo que le di del sol y la luna, sonrío. 

—Pensé que lo habías perdido. 

Ella niega. 

—No. Lo guardaba en mi joyero. Jamás lo hubiese perdido. Incluso, mi plan era dárselo a Mena más grande. Y, ¿el tuyo? 

—Bueno, yo siempre lo llevo conmigo —le confieso, y saco la cadena del bolsillo de mi pantalón—. Supongo que ya va siendo hora de ponérmelo de nuevo. 

Lila toma la cadena de donde cuelga el anillo, y me lo pone en el cuello. Puedo sentir sus manos tan tersas acariciando mi piel. 

—Ya estamos listos para cenar —comenta. 

Asiento con la cabeza, y vuelvo a tomar su mano para dirigirnos a la zona especial que he apartado para nosotros. Este es un rincón íntimo del restaurante, justo al lado de grandes ventanales que ofrecen una vista privilegiada del Louvre iluminado por la noche. Una larga mesa de madera oscura se encuentra decorada con delicadas velas blancas que arden con un resplandor suave y romántico, añadiendo un toque de calidez y romanticismo al ambiente.

Las sillas tapizadas en terciopelo rojo oscuro ofrecen comodidad y elegancia, mientras que la vajilla de porcelana fina y los cubiertos de plata relucen bajo la tenue luz. Un arreglo floral fresco adorna el centro de la mesa, con rosas rojas y blancas que exhalan su fragancia embriagadora.

—¡Dios!, es hermoso —expresa. 

—Y es para ti, solo para ti. 

Nos acercamos a la mesa, y, después de ayudarle a sentarse, me siento de mi lado para así, comenzar la velada. El mesero nos sirve un poco de champán, mientras que un quinteto de cuerdas comienza a tocar el danzón número cinco de Arturo Márquez. Lila sonríe. 

—¿Danzón?, me imaginaba que tocarían algo más francés, como “La vida en rosa” —comenta. 

—Me dijo Moríns que a tu abuela Mena le gustaban. 

—Sí. Mis abuelos aprendieron a bailar danzón en su vejez. Solían ir a la plaza de Armas, en Puerto Vallarta, a bailar por las noches. Solíamos acompañarlos. Mis hermanos y yo solíamos correr por todas partes, volvíamos a mi padre loco porque mi madre era la que se encargaba de hacer fila en los puestos de comida. Comíamos de todo: tacos, papas a la francesa, fresas con crema y mis favoritas, crepas de azúcar. —Lila cierra los ojos—. Me encantaba ir los sábados. Mis padres siempre nos llevaban antes, para ir caminando hacia la vela, y ver la puesta del sol desde ahí. Después, regresábamos a la Plaza y mis abuelos ya estaban ahí. Era como vivir en un pequeño Paraíso. Fui  muy feliz. 

—Suena una infancia tranquila. 

—Lo fue. A pesar de que mi abuelo era rico, y mis padres también, nos alejaron de toda esa vida para poder darnos algo muy preciado.

—¿Libertad? 

—Sí, y tranquilidad. Mi padre siempre dice que él no pudo ser niño por completo. Su padre le exigía mucho y él siempre pensó que tenía que llenar muchas expectativas. Al contrario, mi madre, ella creció en Cuernavaca, en México. Lejos del glamour, de la riqueza, de todo lo que a mi abuelo hundió. Se sorprendió mucho cuando supo que era millonaria, bueno, mi abuelo. Cuando se fueron a vivir a Ibiza, a ella le costó mucho adaptarse, extrañaba la vida sencilla y, cuando se lo propuso a mi papá, él dijo que sí. Podemos decir que Puerto Vallarta fue para mi padre esa oportunidad que necesitaba para bajar el ritmo. Y a nosotros para darnos una perspectiva del mundo. 

—Ya veo —Escucho con atención sus palabras. 

—Sé lo que puedes decir: pobre niña rica que sabía que lo tenía todo asegurado. Pero nunca fue así. En Vallarta éramos solo Lila, Sila, David y Alegra, Luz y David. No había Canarias, ni Conglomerados, ni aviones privados. Solo mar, viento fresco y mucha tranquilidad. Puedes preguntarle a Moríns. Nuestra casa era de una sola planta, con cinco habitaciones y una sala y comedor que compartían el mismo espacio. Sin lujos, sin nada. Solo nosotros, siendo una familia. Aunque recuerdo que Moríns siempre supo que no era todo así de normal. Digo, cuando viajes a Madrid, como si no te costara nada, comienzas a sospechar. 

Me río bajito. 

—¿Eso es lo que quieres para Mena? —inquiero—. Una vida tranquila. En una casa normal, en un lugar donde solo seamos Antonio, Lila y Ximena. Sin esto. —Señalo a mí al rededor—. Porque si tú me lo pides, te sigo a dónde desees, a Puerto Vallarta si es necesario. 

Lila, toma mis manos. 

—Mena puede tener una vida sencilla a pesar de todo lo que le puedas dar. Ve a mis primos. Crecieron en Madrid, rodeados de tanto. Mi abuelo David se encargó de consentir a Daniel y a Héctor como no tienes idea, pero mi tío siempre supo cómo hacerles saber que su vida no era así. Para mi padre fue fácil irse para allá porque su oficio se lo permitía, pero el tuyo no. Tú necesitas estar acá y nosotras estaremos donde tú estés. 

—Si te soy honesto, bailar danzón con vista al mar, me gustó mucho. 

—Podemos hacerlo… —comenta—. Pero nuestra vida es aquí, Antonio. Aquí tengo la oportunidad de que mi marca crezca, de que tú sigas con tus planes. Además, si vas a entrar al conglomerado, debes estar aquí. Mena acá tiene a sus primos y eso me gusta. Eso era lo único que no me gustaba de vivir allá, que Daniel, Héctor y Sabina estaban muy lejos y nos entristecía cuando se regresaban a Madrid. Yo quiero que Mena conviva con Fátima, Lucho, Lolo y Eva. Me encantaría que lo hiciera con Davide y Maël, pero, creo que no será posible. 

—Podremos ir a Nueva York… bueno, si está permitido. 

—Lo está. Una de las tantas frases de mi familia es que: siempre iremos dónde esté un Ruiz de Con, no importa que tan lejos esté. 

Sonrío. 

El mesero se acerca y nos coloca la entrada sobre la mesa. Después de agradecerle continuamos trabajando. 

—Y, ¿tú? —me pregunta Lila. 

—¿Yo? 

—Sé que Nadja tiene un hijo, por ende tienes un sobrino. ¿No quieres que conviva con Mena? 

—¿Quién te dijo eso? 

—Karl. 

Suspiro. De pronto se me olvida que Karl conoce a toda mi familia. 

—Bueno. No lo sé. El esposo de Nadja es muy… no sé cómo decirlo. No me agrada. 

—¿De verdad? 

—Siempre la ha tratado mal y ella es infeliz. No sé si nos deje que el niño conviva con Mena. Es mejor mantenerla de lejos.

Lila come un poco de ensalada. Sin embargo, por su lenguaje corporal sé que la idea no le agrada. Tomo su mano. 

—Cariño, mi familia no es como la tuya. No hay danzones a la orilla del mar, o sábados de wafles. Solo hay competencia por quién se hace más rico, pretender que todo está bien, y guardar la compostura. No tienen un Moríns que los haga reír a carcajadas. 

—Solo hay un Moríns, y por suerte les tocó a ustedes —repite la frase que siempre nos dice. 

—Así es. Por lo que Mena solo tendrá una familia, y será la tuya. 

—Si así lo deseas. 

—Así lo deseo. Además, necesito que Daniel le enseñe a ahorrar. Ese plan de ahorro que tiene con Lucho, está rindiendo frutos —bromeo, haciendo a Lila sonreír. 

Ella toma su copa y la pone a la altura de su rostro. 

—¿Brindamos? —me pregunta. 

Tomo mi copa y hago lo mismo. 

—¿Por qué brindamos? 

—Por nuestro futuro. Por todo lo bonito que viene y por nuestra familia. Porque ya es momento de ser felices. 

—Por eso y mucho más —contesto, para después, chocar mi copa con la de ella. 

Ambos tomamos un sorbo, cuando de pronto, el ruido de móvil nos interrumpe. Lo ignoro, pero al ver que insisten, lo saco. Veo el número de Moríns. 

—¿Qué pasó? —pregunto preocupado. 

—¡No tienes idea! Solo que no tienes idea de lo que acaba de pasar. 

—¿Mena está bien? —pregunto, asustado. 

—¿Quién es Mena? —pregunta, luego se ríe —. No cierto, la niña está bien… ¿ya tenía ese chipote en la cabeza, cierto? 

—¡Moríns! —le reclamo. 

—Broma… todo está bien. Pero, ¿sabes quién no lo está? 

—¿Quién? 

—¡Karagiannis! Lo acaban de atrapar en Grecia, ve lo que te mandé por mensaje. 

—¿Todo bien? —pregunta Lila. 

Yo asiento con la cabeza, pero abro el enlace que Moríns me envió. Tan solo lo presiono, puedo leer el encabezado que me hace sonreír. 

“Deo Karagiannis atrapado en Grecia: el empresario está acusado de Fraude, evasión de impuestos y un cargo de asesinato. 

—¿De asesinato? —pregunto, llamando la atención de Théa. 

—¿Asesinato?, ¿de qué hablas?, ¿qué está pasando? 

Leo la noticia con rapidez y cuando llego al nombre, siento que la sangre se me hiela. 

—¿Mi madre? —pregunto en voz alta. Sin poderlo creer—, ¿él mató a mi madre?  

6 Responses

  1. Ay que romantico. Ahora Quiero conocer Paris jejeje . Ay Morins siendo Morins jajajaja solo hay un Morins y les toco a ellos jajajajaja lo maximo. Ay por Dios como asi ????? Ahora arranca la investigacion para que se de cuenta de toda la verdad de su padre y ahora de su madre tambien. Y como llegaron a eso de la madre de Antonio? Pruebas, quien o que ? 😱😱😱😱😱😱😱

    1. Hay que bonito se les esta arreglando todo y Morins es unico me gusto el capitulo se esta poniendo interesante

  2. Ese dominó me tiene angustiada, se vienen una atrás de otra y las verdades de las que duelen.

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