Antonio 

No pude dormir en toda la noche. Mi cuerpo se sentía cansado, pero mi mente no podía apagarse. Aunque no parecía así, lo de Théa me alteró mucho porque eso demuestra que hay situaciones que se están moviendo a nuestro alrededor y que todo se está acomodando para bien o para mal; espero que sea para bien.

Me vuelvo y noto que Lila duerme profundamente. No sé si no está preocupada por nada o simplemente puede dormir a pesar del caos. A veces envidio esa capacidad de desconectar del mundo que ella parece tener, pero esta noche, con mi mente atormentada por pensamientos y preocupaciones, esa habilidad me resulta inalcanzable.

El reloj marca las tres de la madrugada cuando decido levantarme. No tiene sentido seguir dando vueltas en la cama, esperando que el sueño llegue. Mis pensamientos están demasiado ocupados en lo que pasó con mi madre y todo lo que eso implica. Nunca fui particularmente cercano a ella, pero eso no significa que no me afecte lo que está sucediendo. Es mi madre, después de todo, y siempre he sentido una gran curiosidad por saber qué le pasó, y cómo era, porque mis hermanas jamás me contaron nada sobre ella y aún la siguen negando. 

Me dirijo al salón, dejando a Lila descansando en paz. Enciendo la lámpara de pie y me sumerjo en el sofá, con la mente enredada en un torbellino de emociones. La ansiedad me envuelve como una manta, apretando mi pecho con fuerza. Necesito respuestas. Necesito saber qué pasó realmente con mi madre. 

Mi mente se vuelve hacia Karagiannis. Ese hombre, enigmático y peligroso, parece ser el eje de todo esto. Su presencia en nuestras vidas ha traído consigo un manto de oscuridad y secretos que ahora se despliegan ante nosotros de manera inesperada. Siempre sospeché que había algo más detrás de su relación con mi padre, algo más que simples negocios o amistad. Ya no puedo quedarme de brazos cruzados, esperando a que las respuestas caigan del cielo. No, esta es mi lucha, mi responsabilidad. Necesito confrontar a Karagiannis, enfrentarlo cara a cara y exigir que me diga la verdad. No importa lo oscuro que sea el camino que se despliegue ante mí, no puedo quedarme en la oscuridad de la ignorancia. Necesito la luz de la verdad, por cruda que sea.

Noto como el amanecer comienza a iluminar el horizonte, cuando finalmente decido levantarme del sofá y hacer café. Necesito estar despierto, que todos mis sentidos se agudicen y que mi mente esté despejada para poder hacerle las preguntas precisas a Karagiannis. 

Así, me acerco a la cocina, busco el café en los estantes y coloco el agua y el filtro en la cafetera. No sé qué tan cargado deba hacerlo para que todo mi cuerpo despierte, así que me limito a 7 cucharadas. Mientras escucho a la cafetera colar el café, leo los mensajes de mi móvil y noto que tengo varios correos de los socios que buscan reunirse conmigo y que me preguntan dónde me encuentro. No entiendo porqué debo hablar con ellos, supongo que al ser lo más cercano a Karagiannis solo yo puedo dar respuestas. 

Mi móvil vibra y la leyenda de “Número desconocido” salta a la pantalla. No suelo contestar los números no registrados, pero tengo la corazonada de que tengo que responder este. Presiono el botón verde y me acerco el móvil al oído. 

—¿Diga? 

—Antonio de Marruecos. —Escucho la voz de María Julia Ruiz de Con. 

—Señora —pronuncio con propiedad y algo asombrado. 

—¿Te gusta correr? —me pregunta. 

—Bueno, no soy de los que hace mucho ejercicio y tengo una pésima condición. 

María Julia se ríe. 

—Te veo en el gimnasio donde voy a entrenar defensa personal en treinta minutos. Te mando la dirección —me indica, para después terminar la llamada. Momentos después, la ubicación de Maria Julia se refleja en mi pantalla. Ahora solo tengo 30 minutos, y no sé cómo debo ir vestido, ¿para entrenar?, ¿para negociar?, ¿de manera normal? Espero que mi café esté lo suficientemente bien cargado para esto. 

***

Treinta minutos después llego al gimnasio y dos guardaespaldas me guían hasta donde se encuentra María Julia. Paso por las caminadoras y veo a Robert Carter, su marido, corriendo concentrado con casquillos en su oídos y en la pantalla de la caminadora noto que dice: “Another One bites the dust” de Queen. Supongo que es su canción para correr. 

—Por aquí —me pide el guardaespaldas, mientras me invita a pasar a una salón con puertas de cristal, donde se ve a María Julia lanzando golpes y tomando a un hombre que le dobla la altura del cuello para después tirarlo con fuerza sobre el suelo. 

Me impacta. María Julia es la más bajita de los Ruiz de Con e incluso su cuerpo parece menudo y frágil, pero al verla tirar a ese hombre musculoso con fuerza sobre el suelo, es algo que nunca olvidaré. Eso significa que no solo te puede dar una paliza en los negocios, si no también físicamente. 

—Recuerda poner más fuerza en los brazos. Debes colgarte del cuello con todo tu peso, así lo doblarás —le habla el entrenador. 

María Julia asiente con la cabeza. Y sin decirle nada, va hacia el entrenador, se cuelga del cuello y en un movimiento lo tira al suelo para después ponerlo contra el suelo y ella encima de él. Momentos después, finge que le da un golpe sobre el cuello. 

—Excelente —le admira. 

—Gracias. Supongo que para mi edad no estoy tan mal, ¿cierto? 

—Jamás dije eso… Solo quería que esa chica me hiciera caso. 

—Vuelve a decirme vieja, Ian, y la próxima vez te daré el golpe en la garganta —bromea. 

María Julia se pone de pie y dirige su mirada hacia mí. Ella estira la mano, y el hombre le pasa una botella con agua, ella bebe. Su mirada no se aparta de mí. 

—No me veas así —contesta—. Mi hermana y yo sabemos defensa personal desde pequeñas. Te recomiendo que también lo aprendas, no todo el tiempo hay alguien que te pueda defender. 

Ella me estira la mano y yo se la doy con miedo. Me ha puesto muy nervioso el hecho de que pueda tirar a un hombre el doble de su tamaño contra el piso. Sin embargo, ella me da un fuerte apretón de manos. 

—No te llamé para darte una paliza. Aunque, ganas no me faltan. Veo que todavía desconfías de mí. 

—Lo siento. Las mujeres de su familia son impactantes. 

—Y eso que no conociste a mi madre. Una mirada y te hacía callar para siempre —contesta, para luego invitarme a sentarme en una de las bancas de madera—. Todos los días entreno desde las cinco de la mañana hasta las siete. Mi mentor, David Canarias, siempre decía: Los desastres suelen ocurrir temprano, así que si te levantas unos minutos antes que ellos, podrás evitarlos. Él se despertaba a las cuatro de la mañana, todos los días. Yo lo hago igual. Sin embargo, no hubiese podido evitar algunos desastres sin el apoyo de mis niñeros estrella. 

—¿Niñeros estrella? 

—A Sabina y a Cho —responde con una sonrisa—. Ellos fueron mi más grande apoyo. Hasta la presidenta de un conglomerado necesita apoyo y confiar; sobre todo en la familia—. Suspira—. Ese Cho llegó un día a nuestras vidas y jamás se fue. Tampoco es que quisiéramos alejarlo —habla, para luego reírse bajito—. ¿Sabes que Cho y tú son muy parecidos? 

—¿En verdad? 

—Sí. Cho también vino de una situación familiar terrible. Sus padres lo corrieron joven de su casa. Sin dinero, sin estudios, sin tener dónde vivir. Trabajaba por un sueldo mínimo en la cafetería del padre de mi hija, y vendió todo lo que tenía para poder tener dinero. 

—Terrible. 

—Su padre lo traicionó al igual que su madre. Y a pesar de que era un campeón olímpico la asociación le dio la espalda. Para rematar, salvó a mi hija de que la atropellaran, lo que le destrozó la rodilla y jamás pudo volver a competir. 

—Es terrible —admito. 

—Sí. Perdió todo lo que conocía en segundos, y, aun así, el chico tenía buen humor. Siempre tierno con mis hijos, siempre viendo hacia el futuro. Cho tiene visión. Tiene ganas de comerse al mundo. Es un gran yerno. 

Sonrío. Espero que María Julia no me haya traído hasta acá para decirme las maravillas de su yerno. 

—Ya veo por qué Moríns lo quiere tanto. 

—Creo que es al revés, todos queremos a Moríns —contesta, y se ríe—. En fin, no te cuento esto para presumir de que tengo un gran yerno, y que todos amamos a Moríns. Te doy este ejemplo porque tanto el de Moríns como el de Cho ilustran lo que te diré. 

—Dígame. 

—Cho, a pesar de las dificultades, siempre supo que estaría bien y, ¿sabes por qué? —Niego con la cabeza—. Porque sabía que tenía el respaldo de nuestra familia. Al igual que Moríns, como Karl, como todos los que han formado parte de nosotros. Muchos piensan que nosotros adoptamos a todos, pero en realidad, ustedes nos adoptan a nosotros. En pocas palabras, adóptanos. 

—¿Adoptarlos? 

—Confía en la familia, si no, jamás vas a prosperar. Te llevaron al sábado de waffles, es importante para Lila, pero si quieres hacer tratos conmigo, necesito más que eso. Necesito que confíes en mí. 

—Lo sé. Confío en usted. Sin embargo, debe entender que después de tanto tiempo sin saber qué es eso, me cuesta. 

—Lo entiendo. Pero ahora deberás confiar en mí, porque me vas a necesitar. Daniel me lo dijo. 

—¿Le dijo? 

—De la auditoría secreta que les hizo a las cuentas de Karagiannis. 

—Dios. 

—No, no metas a Dios en esto. Daniel no puede me puede mentir. Primero porque soy su tía y segundo porque soy su jefa. Tenía que decírmelo. Aprendí la mirada de mi madre para que confesara todo. 

—No fue su culpa. Yo le insistí… —Trato de disculparme. Ella levanta la mano y me pide con un gesto que guarde silencio. 

—No te voy a regañar. Al contrario, gracias a ti descubrimos el gran fraude que Karagiannis estaba a punto de hacer. Así que lo denuncié. 

—¿Fue usted? —inquiero, sorprendido. 

—Así es. Lo denuncié por fraude financiero. Resulta que la sospecha estaba, solo nos diste la prueba. Una llamada anónima bastó para que todas las alarmas se encendieran. Así que… de nada. Sin embargo… 

—Sin embargo… 

—Tu nombre aparece en la lista de culpables. Karagiannis, se aseguró de que estuvieses ahí. 

—¡No! —murmuro, con sorpresa—. No puedo ser. 

—Y aquí es el momento donde confías en mí, ¿cierto? —Insiste y me da una mirada que me quita la ansiedad. 

—Sí —aseguro. 

—Mis contactos me dijeron que te culparán de conocimiento y consentimiento tácito. Por lo que no podrás dejar el país por un rato y te investigarán a fondo. Pronto te llamarán para que cooperes con las autoridades. Así que, si tu plan era ir hoy a hablar con Karagiannis, te recomiendo que no lo hagas. 

Siento como si María Julia me hubiese leído la mente. Ahora entiendo esa frase de levantarse temprano y evitar desastres. Si yo hubiese ido con Karagiannis hoy, posiblemente hubiese habido un desastre mayor, uno del que no podría salir. 

—Gracias —respondo. 

—No debes agradecerme. Eres parte de la familia y la familia se respalda. ¿Crees que dejaría al padre de mi sobrina desprotegido? Además, tienes la intención de unirte con el conglomerado. Debes entrar limpio y eso incluye antecedentes penales. 

—Sí —hablo decepcionado. 

María Julia me ve a los ojos. Su mirada es tierna, como esa que te da una madre cuando busca que comprendas lo que te está diciendo. 

—Sé que quieres saber lo de tu madre, pero confía en mí y espera. Es importante entender el pasado, pero no tanto como asegurar el futuro. David siempre decía que: la clave de un futuro próspero era un presente pensado con conciencia.  

—Ese David sonaba un buen tipo. 

—Lo era. Lo extraño bastante. En fin, confía en mí y tu futuro será próspero. No se te ocurra ir a ver a Karagiannis. Mejor regresa a casa con Lila y con Mena y distraete. Espera a que vengan por ti y coopera. 

—Y, ¿qué les diré? 

—La verdad… no hiciste nada malo. Eres tan víctima como todos los demás. 

—Pero, ¿si la muerte de mi madre me involucra más? —inquiero—. Tal vez piensen que estaba enojado e hice algo malo. 

—¿Eres ansioso, cierto? —me pregunta, para luego reírse—. No pasará eso. Estás en la lista de los que cooperan, no en la lista de los que denuncian. Tú di la verdad y todo estará bien. 

María Julia se pone de pie y yo lo hago también. Ambos caminamos hacia el centro de la habitación. 

—Ya te dije, adóptanos —me comenta—. Nosotros ya te adoptamos a ti. 

—Muchas gracias por la advertencia —le comento y estiro la mano. 

María Julia la toma y momentos después todo mi mundo gira, cuando ella en un movimiento rápido, me tira sobre el suelo acolchado y luego pone su pie sobre mi garganta. 

—Eso es por dudar de mí al inicio. No lo vuelvas a hacer, ¿está claro? —me advierte. 

Asiento con la cabeza, para luego toser como loco. Me ha sacado el aire de los pulmones de inmediato. Ella vuelve a ofrecerme su mano y esta vez no dudo en dársela. Me ayuda a ponerme de pie. 

—Ahora, te dejo, debo ir a casa a desayunar con mis hijos. Te recomiendo que hagas lo mismo. 

—Lo haré… —respondo, y aun con el dolor de espalda salgo del lugar. La figura de Robert Carter, se encuentra conmigo en la salida. 

Él me sonríe. 

—¿Duele, no es cierto? 

—Bastante. 

Él sonríe, orgulloso de su mujer. ¿Quién no lo estaría? 

6 Responses

  1. Que buenos capítulos. Todo va cayendo sobre su propio peso. Es cuestión de tiempo y aceptar y confiar

  2. Jajaja Antonio hubiera preferido el dolor de espalda por estar acostado que el dolor que María Julia le hizo sentir

  3. María Julia es increíble 🤩💪🏻 David Canarias fue muy sabio al dejarla al frente del conglomerado!!!

  4. Julie patea traseros al rescate jajajaja que emoción. Wow gracias a Dios madrugo y se salvo de un problema peor, ay Don David tan sabio para los negocios, tambien se le extraña. Bueno creo que ahora si mas unido a la familia no puede estar. Y ahoraaaaa a esperar que todo se vaya destapando. 😱😱😱😱

  5. Kickass Julie al rescate de toda la familia. David Canarias Donato no pudo tener mejor discípula.

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