Lila 

—¿Así que la señora Julie te salvó el trasero? — le dice Moríns a Antonio, mientras desayunamos en su casa.

Moríns acaba de regresar el gimnasio y Sila ha pasado en guardia toda la noche, por lo que Mena, fue cuidada por Moríns, algo que me impresionó de verdad. 

—Supongo, ahora estoy preocupado porque vendrán por mí. 

—Tampoco es que te busque la Interpol, ¿o sí? —pregunta, como si dudara de Antonio. 

—No, claro que no…

—¿Seguro?, ahí no puedo defenderte. 

—Moríns, no lo pongas más nervioso —le pido. 

Mena le sonríe y él lo hace de vuelta. Momentos después, estira los brazos para irse con él. Moríns la recibe y la sienta en su regazo al lado de Eva, quién come la avena con una cuchara de color rosa. 

—Entonces, ¿no vas a asesorarme de lo que tengo que decir o hacer? —insiste, Antonio. 

—Claro que puedo. Mi primer consejo es: di la verdad. Solo eso. 

—Yo recibí el correo con el estado de cuenta. Yo le pasé a Daniel el estado de cuenta modificado. 

—Oficialmente, tú no sabes de estados financieros. Si supiste sobre eso fue porque Daniel te lo dijo, no porque tu supieras. Viviste engañado, dile al mundo eso. 

Antonio suspira. Su mirada se dirige a mí. 

—¿Ella estará bien? —inquiere. 

—¿Lila?, claro. Ella no sabe nada de esto. Mucho menos la hermosa Mena, ¿verdad, Menita? —le pregunta, mientras la carga y le da un beso en la frente. Ella estira sus manos y le jala el cabello. 

Sonrío. Jamás pensé ver a Morín de esta manera. Lo vi como amigo de Lila, estudiante, barista en una cafetería, entre otros papeles que hizo en Vallarta, pero nunca pensé que como tío de mi Mena. 

—Entonces, ¿nos recomiendas esperar? 

—Sí, esperar y ser pacientes. 

—No puedo ser paciente cuando la policía me tiene en la mira y Karagiannis está arraigado en el hospital porque está enfermo. Presiento que pasará algo y no me dará las respuestas que necesito. 

—Puede pasar eso o no —habla Moríns—. Muchas cosas pueden pasar mientras estamos hablando. Y lo que pase será para bien, lo presiento. 

—¿Seguro? 

—Seguro. Ahora, ve, relájate. Disfruta este tiempo con Lila y Menita, hagan planes. No estás en arraigo domiciliario. Solo, no salgas del país, es todo. 

—Vale. 

Antonio se pone de pie y le pide a Mena que vaya a él. Sin embargo, Mena se abraza más a Moríns. 

—No lo tomes a mal. Todas las mujeres aman a Moríns —bromea—. Pero Moríns es solo de de Sila. 

—¿Mío no, papá Moríns? —pregunta Fátima. Quien ha estado desayunando en silencio mientras lee un libro. 

—Y tuyo, y de Eva… y de Mena. 

Me río. Voy hacia mi hija y la tomo en brazos. 

—Solo estate al pendiente, ¿vale? Si te necesito… 

—Siempre estoy para ti —me murmura, y me da un sonrisa con mirada paternal. 

Los tres salimos de casa de Moríns sintiéndonos un poco mejor. El sol ya está arriba y todo a nuestro al rededor se ve iluminado. Reconozco que siento un poco de nostalgia en estar aquí, en esta calle. Al lado de la casa de Moríns está la casa de Sabina y Cho que por el momento está desocupada, y una cuadra adelante, están mi casa y la de mis tíos. 

De pronto, siento un pesar en mi pecho por irme a vivir a París. Aunque luego recuerdo que Alegra vive en Nueva York, lo que me hace pensar que las gemelas no estan destinadas a vivir junto a nuestros padres, y en Madrid; tal vez ese papel sea para Sila o para Tristán. 

—¿Qué deseas hacer? —me pregunta Antonio, mientras abre la puerta del auto. 

—Si q uieres podemos regresar al piso, si es que te sientes cansado. 

—No, me siento bien. Podemos ir con Mena al parque y pasar el día ahí, ¿te parece? 

—Me parece —respondo. 

Me acerco con Mena, y le doy un abrazo a Antonio. 

—Todo estará bien, amor. No pasará nada. Verás que todo esto se acaba y que pronto estaremos amueblando nuestro espacio en París, ¿me crees? 

—Te creo —responde, con una sonrisa. 

Mena al fin se va a brazos de su padre y él la abraza. 

—Todo estará bien, mi amor. Te lo prometo —murmura, para después ponerla en su silla de viaje paa irnos de ahí. 

***

-Días después- 

Pero no fue así. No todo se acabó tan rápido como yo pensé, al contrario, ha sido un suplicio desde el momento en que nos entereamos de la noticia del arresto de Karagiannis. Uno que ha hecho que mi familia se sienta en un arresto domiciliario, aunque no lo estemos.

Los días han pasado muy lento desde la vez que fuimos a hablar con Moríns. Siento como si fuese la calma antes de la tormenta. Ese instante cuando no sé si sentirme tranquila, o acelerada. Una sensación muy rara. 

La hemos tratado de pasar bien. De distraernos con Mena llevándola a todas partes, dando paseos largos por los parques y teniendo cenas familiares increíbles. Incluso, yo me he dedicado, una vez más, a hacer bosquejos de vestidos de novias, unos que solo tengo en mi mente y que ahora están en papel. 

Sé que dije que jamás volvería a diseñar un vestido de novia, pero, no puedo evitarlo. Esta es mi pasión, esto fue lo que estudie y esta es la herencia de mi abuela; no me puedo olvidar de todo de la noche a la mañana. 

Antonio también la está pasando mal. A los dos días recibió llamadas de los detectives donde le preguntan una y otra vez por lo mismo. Llega cansado a casa, de mal humor y preocupado. Mientras Karagiannis sigue en el hospital, arraigado y sin decir ni una palabra; parece que se quedó mudo. 

Mientras tanto, seguimos confiando en mi tía, en los consejos de Moríns y en el respaldo de la familia. Rezamos porque esto termine pronto para poder continuar; sentimos que nos estamos ahogando. Necesitamos un respiro, si no, nos volveremos locos. Así que tengo una idea para despejar nuestra mente. 

—¿Antonio, estás aquí? —le pregunto, mientras salgo de la habitación de Mena, quien se ha quedado dormida temprano. 

Antonio sale de la sala hacia el pasillo, con un libro en sus manos. 

—Dime. 

—¿Qué te parece si salimos un rato al bar de Cho? —le pregunto—. Mi hermano y su novia estarán ahí, y también mis padres; acaban de regresar de Ibiza. 

—No lo sé, Lila. No tengo muchas ganas. Además, siento que me preguntarán de todo y no tengo muchas ganas de contestar. 

Voy hacia él, tomo sus manos y las pongo sobre mi cintura. 

—Vamos. Ya casí terminas de leer todos los libros del piso y yo, tengo ganas de salir un rato Aprovechemos que Rosa está aquí y puede cuidar a Mena, y que ella se ha dormido temprano. Venga, vamos… —le insisto. 

Antonio respira. 

—Solo unas horas, ¿vale? Quiero estar listo por si mañana me llaman a otro interrogatorio. 

—¡Excelente!, le diré a Rosa —le comunico, para luego darle un beso sobre los labios. 

Rosa estuvo de acuerdo en cuidar a Mena, aunque sé que ella quería ir al bar de Cho. Sin embargo, ella viaja a México el día de mañana, y tiene que despertar temprano para ir al aeropuerto, así que aceptó de inmediato. 

Antonio, aun un poco renuente a salir, y yo, nos subimos al auto y fuimos directo al Corazón Espiando que como siempre se encontraba a reventar de gente. No es que hubiera un evento especial, simplemente es uno de los bares más populares de España, y las personas les encantan pasar la noche bailando y bebiendo ahí. 

Ambos entramos, y la música en vivo resuena en nuestros oídos. Hay varias personas en la pista bailando al ritmo animado de los instrumentos y la voz del cantante. La música es salsa, por lo que las corriografías espectaculares se lucen en la pista. 

—¡Vamos! —le digo a Antonio, y señalo la mesa de siempre. 

Él parece un poco más animado, aunque todavía puedo notar en su rostro el cansancio y la preocupación. No cabe duda, que nuestra historia de amor, ha comenzado de una forma complicada, pero aquí estamos, juntos, y lo lograremos juntos. 

Ambos subimos las escaleras y lo primero que veo son a mis padres bailando en pareja, mientras Moríns, Tristán y Sila están en la mesa platicando y riendo a carcajadas. Al parcer, solo vieneron ellos, o posiblemente los demás están por llegar. 

—¡Hermano cayó la ley, está rodeada tu casaaaaaa! —Canta mi hermano, cuando su mirada se junta con la de Antonio. 

Sila le da un ligero golpe en la cabeza. 

—No seas grosero, Tristán —le regaña, mientras vemos a Moríns que trata de no reírse. 

—Era broma… —se disculpa—. Sabes que te quiero Antonio. 

—¿Cómo fuera si me odiaras? —contesta, para luego darle la mano con una sonrisa. 

—Debes admitir que es una buena canción, Lila —insisite mi hermano. 

—En otro contexto lo es. No en este —le regaño. 

Tomo una de las cervezas de la mesa y le doy un gran sorbo, al grado de que casi me la termino. Al bajar la cerveza siento todas las miradas sobre mí. 

—¡Guau! —expresa Moríns. 

—He tenido unos días muy duros, déjame en paz —le reclamo—. Es más, pediré otras. 

Levanto la mano para llamar al mesero y le señalo que quiero dos cervezas más. Antonio le pide un whisky. 

—¿Cómo te va con los interrogatorios? —le pregunta Moríns. 

—Es… pesado. 

—Lo es, ¿cierto? No te preocupes, tengo un conocido que sabe que estás por salir. La única mala noticia es que Karagiannis está decayendo. 

—Ese cabrón se morirá antes de poder decirme por qué mató a mi madre —exclama Antonio y toma un sorbo de whisky. 

—Ten fe, hombre —le anima Moríns. 

—Creo que eso es lo que estamos perdiendo, la fe —le anuncio. Antonio me ha contagiado su mal humor. 

—Pues, ¿sabes qué necesitamos? ¡Tequila! —sugiere mi hermano. Tomando dos caballitos y llenándolos frente a nosotros. 

—No, Tristán. Mañana tenemos cosas importantes que hacer. 

—¡Venga! un brindis —me insisite—. ¡Pá!, un brindis. 

Mis padres se acercan y nos saludan mientras toman uno de los caballitos servidos por Tristán. 

—Usted no, suegro. Luego le da por hablar hasta parcel, y no le entendemos. 

Mi papá se ríe, acordándose de la vez que en Puerto Vallarta tomó tequila y se puso ha hablar en “F” con mi tío Manuel. 

—Un brindis, porque todo va a salir bien y para que después Antonio y Lila se vayan a hacer una limpia a catemaco. 

—¡Por favor! —expreso y tomamos del caballito. 

—¿Cate…qué? —pregunta Antonio. 

—Necesita más “Elixir del poliglota” —dice mi papá, y le sirve otro caballito—. Dos más de estos y sabrás pronunciar Xóchitl —dice, a la perfección. 

—¿Xóchi…qué? 

—¡Más elixir! —dicen Moríns, mi padre y Tristán al unisono. 

Entonces, entre un trago de elixir y otro, nos fuimos soltando. Horas después, Antonio y yo nos encontramos en medio de la pista de baile, dejándonos llevar por la música, cantando a todo pulmón las canciones que conocíamos de memoria y riéndonos con Moríns y mi hermana, quienes también se unieron a la diversión.

Nos sentimos ligeros, como si las preocupaciones se hubieran desvanecido por completo. La música nos envuelve, creando una atmósfera de alegría y camaradería. Cada movimiento está lleno de energía, cada risa contagia a los demás. Es un momento de pura felicidad, donde el tiempo parece detenerse y solo existen la música, la risa y la compañía de seres queridos.

En medio de la pista de baile, Antonio y yo nos miramos con complicidad, compartiendo un momento de conexión profunda en medio de la diversión. En nuestra mente solo hay buenas ideas, y un sentimiento de positivismo. No tenemos que dudar de nada, lo vamos a lograr, nos tenemos uno al otro, nos amamos y eso es lo que cuenta. En este momento de plenitud, nos damos cuenta de que juntos podemos enfrentar cualquier desafío que la vida nos presente.

—¡Lila! —escucho mi nombre, apenas, entre la música. 

Volteo y veo a mi madre frente a mí, con el rostro completamente desencajado. De pronto, todo el alcohol que corre por mis venas se diluye, y un presentimiento terrible se apodera de mí.

Me acerco a ella y noto que ha llorado. Mi cuerpo se alarma, mi corazón comienza a latir descabelladamente, preparándose para la noticia. Cada latido resuena en mis oídos, como un tambor anunciando una tragedia inminente. 

El aire se vuelve denso, como si estuviera cargado de malas noticias que están a punto de desplegarse frente a mí. Un nudo se forma en mi garganta, impidiéndome articular palabra alguna mientras observo el rostro preocupado de mi madre.

—¡Qué pasa! —expreso. 

—¡Mena! —pronuncia apenas. 

Antonio se acerca a mí y yo le quito el móvil a mi madre. 

—¿Rosa? —pregunto. 

—Lila… ¡Mena no está! —me grita. 

—¡Cómo que no está! —grito, y es tan fuerte que sé que todos escucharon a mi alrededor. 

—¡No está!, ¡no está!, ¡se la llevaron! — escucho sus palabras, y en ese instante mi mundo se cae a pedazos. 

Debí prepararme… aquí viene la tormenta.

8 Responses

  1. Queeeee??????? Ay nooooooo 😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱

  2. Jajajaja como rei con las ocurrencias de Morins.
    Pero ahora terminé preocupada con la desaparición de Mena

  3. Guauuu me leí los ultimos 10 capítulos BUENISISIMOS
    Y María Julia la extrañaba

  4. Necesito que Karl me revise porque después de este capítulo el electrocardiograma debe salir mal…
    Ana por Dios!

  5. Dios mío!!! Que sensación tan horrible recibir una noticia así, te desencaja por completo 😢😢😢😢

  6. No acá la frase después de la tormenta viene la calma no acertó, acá fue al revés
    😨😨😨😨

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