Théa 

-días antes – 

Todo está listo y planeado, pronto Pablo y yo nos iremos lejos de aquí y nos esconderemos del mundo, para que nadie pueda encontrarnos y nos pueda separar. Han sido semanas de preparativos meticulosos, asegurándonos de que cada detalle esté en su lugar antes de dar el gran paso hacia nuestra nueva vida juntos. Nos hemos convertido en expertos en la clandestinidad, ocultando nuestras intenciones incluso a aquellos más cercanos a nosotros.

Nuestro primer paso es arreglar las últimas cuestiones pendientes con el bar. Después de todo, es su trabajo, y no puede abandonarlo sin darle ni una importancia. No queremos dejar cabos sueltos que puedan vincularnos a este lugar una vez que nos hayamos ido. Con discreción, nos aseguramos de que todo esté en orden y de que nuestras acciones no levanten sospechas.

El siguiente paso es informar a la familia de Pablo sobre nuestros planes. Aunque no estamos seguros de cómo reaccionarán, sabemos que es importante mantenerlos informados. Después de todo, no queremos dejar a nadie preocupado por nuestro paradero. Sin embargo, esta tarea no resulta fácil. La tensión en el aire es palpable mientras enfrentamos el dilema de cómo decirles que nos vamos sin revelar demasiado, debido a que no queremos levantar alarma al respecto. 

Aunado a esto, sé que la familia de Pablo piensa que soy una mala influencia y que no debería estar conmigo; en pocas palabras, no me quieren. Sin embargo, Pablo encontrará la manera de explicarles y yo espero, después, tener la oportunidad de ganármelos; después de todo sé que no soy una mala persona. 

Finalmente, lo único que queda por hacer es comprar los boletos, algo que me tiene sumamente emocionada. Pablo y yo hemos esperando a tener todo listo para hacerlo, porque nuestro plan es de ponerlos de un día para el otro. No queremos dejar días para que algo suceda. Debe ser un movimiento rápido que nadie espere sobre todo, porque Chez es mi sombra y no me deja ni de noche ni de día. 

Después de la brutal golpiza que le dio a Pablo, la tensión entre nosotros se ha vuelto casi palpable. Aunque no se acerca directamente a mí, su presencia se siente en cada esquina, en cada mirada furtiva que intercambiamos en la calle. Ya no se esconde en las sombras, sino que ahora parece perseguirnos abiertamente, provocando que me sienta constantemente vigilada y vulnerable.

Esta tensión ha cambiado nuestra rutina diaria. Ahora paso la mayor parte del tiempo encerrada en mi habitación de hotel, esperando ansiosamente la llegada de Pablo. Salgo solo cuando es absolutamente necesario, ya sea para ir al bar a trabajar o para visitar el piso de mi novio. Cada salida se convierte en una tarea peligrosa, llena de miradas furtivas y susurros a nuestras espaldas.

A veces me pregunto si podré soportar esta situación por mucho más tiempo. La idea de estar atrapada en este limbo, esperando por una vida mejor que parece estar siempre fuera de mi alcance, es casi insoportable. Pero entonces recuerdo por qué estamos haciendo esto, por qué hemos tomado la decisión de huir y empezar de nuevo en otro lugar. Porque juntos, Pablo y yo, somos más fuertes que cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino. Y pronto, muy pronto, estaremos libres.

Mientras llega el momento, en los brazos de Pablo experimento otro tipo de libertad, que me mantiene cuerda, aunque sus besos a veces me lleven a la locura. Es un hombre tan bueno, tan valiente, tan apasionado, y es todo mío. Jamás pensé que tendría a un hombre así a mi lado. Sobre todo, porque mi futuro se veía tan sombrío.

Cada caricia suya es como una cura para mi alma, disipando las sombras del pasado y llenándome de esperanza para el futuro. En sus brazos, me siento segura y protegida, como si nada malo pudiera tocarnos. Es como si el mundo entero se desvaneciera a nuestro alrededor, dejándonos solos en una burbuja de amor y pasión.

Sus besos son como fuego, consumiéndome con su intensidad y dejándome sin aliento. Cada vez que sus labios se encuentran con los míos, siento que el tiempo se detiene y que todo lo demás desaparece. Es un torbellino de emociones que me arrastra hacia un lugar de éxtasis y felicidad pura.

Pero más allá del deseo y la pasión, hay algo más profundo entre nosotros. Hay complicidad, confianza y un amor que trasciende las palabras. Pablo me ha mostrado un lado de mí misma que nunca supe que existía, me ha enseñado a amar de una manera que nunca creí posible. Y por eso, cada momento a su lado es un regalo que atesoro con todo mi ser.

Ahora, mientras lo veo sobre la cama, con ese cuerpo perfecto y esa sonrisa que me hace sonrojar, sé que mi futuro ha tomado un mejor rumbo y no pienso soltarlo por nada del mundo. Porque con él, he encontrado mi hogar, mi refugio, mi razón para seguir adelante. Y mientras esté a mi lado, sé que nada ni nadie podrá alejarnos de este amor que nos une.

—¿En qué piensas? —me pregunta Pablo, mientras acaricia mi rostro con sus dedos largos y fuertes. 

Nos encontramos completamente desnudos en la cama. Mi cuerpo está a horcajadas sobre él, y mis manos acarician su pecho, haciendo círculos y provocando cosquillas. Su pie se eriza con cada movimiento de mis dedos. 

—Pienso en tu familia. 

—¿Mi familia? —pregunta, bastante sorprendido. 

—Sí. En lo que les dirás, en lo que te dirán. No quiero que acaben mal o peleados por mi culpa. 

Pablo sonríe, y su sonrisa ilumina la habitación. Es un destello de sinceridad y bondad que me llena de calidez. Me encanta cómo sus labios se curvan suavemente hacia arriba, mostrando esa expresión amable y acogedora que siempre me hace sentir mariposas en el estómago. Sus ojos brillan con complicidad, como si compartieran un secreto que solo nosotros dos conocemos. Es en esos momentos que me doy cuenta de cuánto significa para mí, cuánto lo quiero y lo aprecio en mi vida.

—Nadie se peleará con nadie, y no acabaremos mal. En primera porque soy un adulto y sé lo que hago. En segunda porque puedo hacer a mi madre y a mi padre entender todo, sin ningún problema. Verás que todo tiene solución, amor, no te pongas triste. 

—Es que no, no es tristeza, es impotencia. No sé como describirlo pero, es un sentimiento que está dentro de mí. Siento que han matado a la Théa que solía ser, a la Théa que le encantaría tu madre y conquistaría a tu padre. La Théa que se llevaría bien con tu hermana y no tendría porqué sentir que les está robando un hijo o un hermano. Los Karagiannis se encargaron de quitarme todo lo que estaba dentro de mí, y, ahora, soy como un híbrido, horrible, que lucha por tratar de ser… alguien. 

—Eres alguien… —me contesta. Para luego atraerme hacia sus brazos. Estos me envuelven por completo. Puedo sentir su piel cálida sobre la mía y mi cabello rizado y largo, cayendo por la espalda—. Eres Théa, la mujer más inteligente, valiente y audaz que conozco. Siempre tratas de hacer lo correcto. Tienes un asombroso futuro por delante. Venga, no tienes ni siquiera treinta. 

—Lo sé. Pero cuando digo alguien es no sentirme solo una pieza de ajedrez. Quiero hacer algo que me destaque, quiero hacer algo con mi vida. A veces quisiera tener un don o una habilidad especial. Algo que pueda cambiar el mundo de las personas. 

Pablo besa mi frente. 

—Lo tienes, lo descubrirás pronto. Debes ser paciente. Estoy seguro que algo brillante espera en tu futuro. 

—¿Tú crees? —pregunto, bastante insegura. 

Pablo levanta mi cabeza y me ve a los ojos. 

—No lo creo, estoy seguro. Solo ten paciencia. 

Me acurruco entre sus brazos. 

—La tendré… te lo juro. 

Ambos nos quedamos así, en la oscuridad. Esta vez, no nos hemos quedado en el hotel, sino en su piso, porque venimos directo del bar. Dormimos todo el día, sumidos en un profundo sueño reparador que nos ayudó a recargar energías. Después, nos despertamos un poco por la tarde, con la luz del sol filtrándose por las cortinas entreabiertas, invitándonos a un nuevo día.

Nos levantamos lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido para nosotros, y preparamos algo ligero para comer. Sentados en el sofá, compartimos momentos de tranquilidad mientras la televisión murmura de fondo, ofreciéndonos un escape momentáneo de la realidad.

Pasamos el resto de la tarde planeando nuestro viaje, haciendo listas de cosas por hacer y soñando despiertos con todos los lugares que vamos a visitar juntos. Pero al final del día, cuando el sol comienza a despedirse en el horizonte, terminamos en la cama, envueltos en las sábanas suaves y calientes, amándonos como siempre. 

—Cuéntanos de nuestra casa en Veracruz… ¿será junto al mar? —inquiero. 

—No. Pero está cerca del mar, a unos veinte minutos caminando. Es la casa de mi bisabuela, así que es muy antigua. Tiene una reja que da a una terraza techada, donde mi abuela se sienta en una poltrona a ver pasar a la gente. Lanudo, su perro, la acompaña. 

—¿Lanudo? —pregunto entre risas. 

—Sí. Lanudo. Es un perro que llegó solo y jamás se fue. Después está la cocina, donde siempre huele a comida deliciosa, una sala de televisión junto al comedor. Arriba están las habitaciones. Las ventanas siempre están abiertas para que el calor se vaya y entre el aire. Me encantaba sentarme en el balcón y comer una paleta de hielo de sabor limón. 

Sonrío. Los recuerdos de Pablo parecen sacados de un hermoso cuento o de una novela antigua. Ojalá los míos fueran así de bonitos. Yo apenas puedo recordarlos. 

—Cuando estemos allá, ¿podré comer esas paletas de hielo? 

—Las que desees —me murmura al oído. 

Escucho los autos afuera, y veo las hermosas luces de la ciudad. 

—Daría lo que fuese por borrar los recuerdos que tengo, y tener nuevos. Todos contigo, a tu lado, llenos de paz. 

—Y, ¿tu madre? —inquiere. Acariciando mi espalda y besando mi hombro. 

—Sospecho que ella ya no me recuerda… —hablo con nostalgia. Doy un suspiro—. Muero por irme de aquí. 

—Pronto, mi amor, pronto… —me murmura. 

Siento sus labios pasando a mi cuello y provocando cosquillas en mí. Mi cuerpo reacciona y sé que esta es la señal para repetir lo que hicimos hace unos momentos atrás. 

—¿Otra vez? —pregunto, entre risas. 

—Otra y otra y otra vez… —me dice al oído, acariciando mi piel—. Hasta que tu aroma quede en mi piel y tus besos dejen huella en la mía —recita. 

Y una vez más, caemos entre las sábanas. 

***

El tono insistente de mi móvil rompe el silencio de la habitación una y otra vez. Mi cuerpo reacciona instintivamente, sintiendo el frío de la madrugada que se cuela por la ventana abierta. Me estiro ligeramente en la cama y giro hacia mi lado, encontrando a Pablo profundamente dormido, ajeno al bullicio. 

No tengo idea de la hora exacta, pero la tenue luz que se filtra a través de las cortinas sugiere que es aún de madrugada, tal vez alrededor de las cuatro o cinco de la mañana. El mundo exterior permanece envuelto en la oscuridad de la noche, mientras que aquí, en la intimidad de nuestra habitación, la vida parece detenida en un estado de tranquila somnolencia.

El móvil vuelve a sonar, interrumpiendo mis pensamientos. Con un suspiro, me deslizo fuera de la cama y me envuelvo en la sábana para protegerme del frescor del aire nocturno. Mis pies tocan el suelo con suavidad mientras camino hacia mi bolso, que yace en un rincón oscuro de la habitación.

En la penumbra, busco el teléfono entre mis pertenencias, sintiendo su forma familiar bajo mis dedos. Al encontrarlo, deslizo el dedo por la pantalla para contestar la llamada, preguntándome quién podría estar llamándome a estas horas tan intempestivas. La voz de Pili suena del otro lado. 

—¿Diga? 

—Théa… ¡Estás bien! —expresa, con preocupación. 

—¿Por qué debería estar mal? —inquiero. 

—No sabe… creo que no sabe… —Se escucha la voz de Pili hablado con Cairo. 

—¿Qué no sé? —inquiero. 

—¡Ve las noticias!, ¡rápido! —me indica. 

—¡Pablo! —pronuncio su nombre en voz alta, y él se despierta de inmediato—. Prende la televisión, en las noticias. 

Con un gesto rápido, Pablo toma el control remoto y enciende la televisión. Los tonos brillantes de la pantalla rompen las penumbras de la habitación, iluminando el espacio con una luz artificial. En primer plano, aparece la foto de mi padre, su rostro conocido mirándome desde la pantalla. Mis ojos se clavan en la imagen con una mezcla de sorpresa y desconcierto, preguntándome qué podría estar sucediendo.

En un segundo plano, una nueva imagen se despliega ante nosotros: mi padre entrando a un hospital. El corazón me da un vuelco al verlo, preguntándome que es lo que está sucediendo. Pablo sube el volumen. 

“El empresario, Deo Karagiannis fue apresado en su casa en Grecia, y llevado a un arraigo domiciliario en un hospital en Madrid, debido a su estado de salud. Está acosuado de cargos de fraude, evasión de impuestos y un cargo de asesinato. Todas sus propiedades han sido tomadas y se espera pronto llevarlo a juicio”. 

Me quedo en silencio mientras escucho la noticia pero, a la vez, una sensación de felicidad me invade. Mi padre está arrestado, soy libre… ¡Soy libre!

—¡Soy libre! —expreso al móvil, mientras brinco emocionada—. ¡LIBRE DE ESE MONSTRUO! 

Pablo sigue sin poder creer la noticia, pero yo, yo salto por toda su habitación. 

—Sabíamos que te iba a gustar la noticia, está por todos lados —habla Pili. 

—Y, ¿mis hermanas? 

—Ellas están desaparecidas. Pero me temo que terminarán en casa de Atenea. 

—¡Qué horror! —expreso, pero la sonrisa no se borra de mi rostro. 

—Por fortuna, ya no tienes nada que ver con ellas. Así que no tendrás de qué preocuparte. Solo te queríamos dar la noticia. 

—¡Gracias, Pili!, ¡gracias, Cairo! 

—Buenas noches. 

La llamada termina y yo corro hacia los brazos de Pablo y él me atrapa. Sus manos se colocan por debajo de mis muslos y él me alza. 

—Soy libre —le digo y él sonríe—. Soy libre. 

***

Después de recibir la buena noticia, me encontraba en un estado de excitación tan intenso que dormir era imposible. Revisé una y otra vez las noticias para asegurarme de que fueran verdaderas y no algún engaño. Finalmente, mi padre estaba recibiendo el justo castigo que merecía, y eran mis hermanas las que sufrían las consecuencias. Me preguntaba si la esposa de Karagiannis también estaría en casa de Atenea, enfrentando las repercusiones de sus acciones.

Una vez que el sol comenzó a asomarse en el horizonte, Pablo y yo decidimos tomar una larga ducha para refrescarnos y relajarnos. El agua caliente corría sobre nuestros cuerpos, disipando la tensión acumulada y dejándonos listos para enfrentar el día con renovada energía.

Después de la ducha, nos dirigimos al hotel, donde habíamos planeado pasar el día. Mi felicidad era abrumadora, y no podía imaginar una forma mejor de celebrar que pasando tiempo juntos en un lugar especial. Era un día en el que finalmente había triunfado la justicia, y sentía una profunda gratitud por haber sido testigo de ese momento.

Mientras caminábamos hacia el hotel, tomados de la mano y compartiendo risas y miradas cómplices, me sentía en paz. Sabía que aún quedaban desafíos por delante, pero por ahora, me permití sumergirme en la alegría del momento presente, saboreando cada instante como si fuera un regalo del destino.

—Compraré los boletos hoy mismo —me dice, con emoción—. Saldremos en dos días. Hablaré con  mis padres mañana. 

Suspiro fuerte. 

—¡Lo haremos!, en realidad lo haremos. 

—Lo haremos… —repite, para luego besar mis labios.

Caminamos unos pasos más, y al doblar la esquina, mi atención es atrapada por el inusual movimiento que hay en el hotel. Unos carros de la guardia civil se encuentran estacionados afuera, sus luces intermitentes rompiendo la quietud de la noche. Varias personas, visiblemente alarmadas, están reunidas en el exterior del edificio, envueltas en cobijas y abrigos, mientras intercambian miradas nerviosas y murmuran entre ellas.

Una sensación de temor se apodera de mí mientras observo el caos que se desarrolla frente a mis ojos. 

—¿Qué pasa? —pregunta Pablo. 

—No lo sé —respondo. 

Ambos nos acercamos al edificio, y noto que uno de los jóvenes de la recepción se encuentra siendo entrevistado por los policias. Al verme, se levanta y corre hacia mí. 

—Señora Théa. 

—¿Qué sucede? —pregunto, alarmada. 

—Entraron, hace una hora. Eran tres hombres con armas pesadas. Nos amenazaron y subieron… subieron —pronuncia. 

Un terror de apodera de mí, y, sin dudarlo, me salto la barra de contención y voy hacia el elevador. 

—¡No puede entrar! —me grita un policía—. Pero es demasiado tarde, yo ya estoy en el elevador y Pablo conmigo. 

—¿Qué pasa? —inquiere. 

—No lo sé, tengo un mal presentimiento. 

Las puertas del elevador se abren, y veo a más guardias civiles en el pasillo. La puerta de mi habitación está abierta, por lo que me alarmo aun más. 

—¿Qué hace aquí? —me preguntan. 

—Es mi habitacion, ¿qué pasa?, ¿qué sucede? —cuestiono con prisa. 

—Ha habido un robo. 

—¿Robo? —pregunta Pablo. 

Yo me abro paso entre todos, y entro la habitación. Noto que todo está revuelto, que mi ropa está tirada sobre el suelo, y que la caja fuerte está abierta y tirada sobre el suelo. 

—¡NO! —expreso, mientras salgo corriendo hacia allá. La tomo, solo para percatarme que mis sospechas son ciertas, no está lo que he guardado adentro. 

—¡Mis papeles!, ¡mis documentos!, ¡no están! 

—¿Cómo que no están? —pregunta, Pablo. 

—No están, ¡NO ESTÁN! —expreso furiosa—. Me robaron mis papeles. Mi pasaporte, mi visa, mi acta de nacimiento… ¡me robaron todo!, ¡Me robaron! —expreso en un grito para después soltarme a llorar. 

Toda la felicidad que sentí hace horas, ahora se disipa llena de rabia y tristeza. Me han quitado todo y yo sé quién fue esta vez, la única persona que sabía que necesitaba esos papeles para irme: Antonio de Marruecos. 

4 Responses

  1. Sera que les tenian microfonos en el apto de Pablo, en el bar, osea como se dieron cuenta? Y obvio Antonio no fue, Thea nunca termino de conocer a Antonio, porq de una lo culpa. Quien habra sido?

  2. Las paredes tienen oídos y no es de esperar qe en bar no hubieran muchos más si los tenían vigilados
    Ahora Thea cree qe Antonio la traiciono
    🥹🥹🥹🥹

  3. Mi Théa linda! Eres una guerrera y vas a sobrevivir y salir como una ganadora de todo este caos.

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