Antonio 

Dos semanas después

Después de consultarlo con Lila y de pensarlo una y otra vez, decidí que no le diría a mis hermanas sobre el asesinato de nuestro padre y la muerte de Ana. Ya hay demasiado dolor en nuestra familia.

Al parecer, Nadja se ha declarado culpable y no tiene derecho a salir bajo fianza. Quiere quedarse ahí. Así que simplemente tiene un abogado que le ayuda con los requerimientos y requisitos, y que irá al juzgado con ella para escuchar su sentencia. Se rumora que pasará el resto de su vida en la cárcel.

Mis hermanas siguen sin poder creerlo. Querían alegar que nuestra hermana había caído en una especie de locura y que debía ser examinada por un psiquiatra para reducir su condena. Sin embargo, todo quedó en palabras, nada de acción, sobre todo cuando su esposo dejó claro que no movería un dedo por ella, y que el trámite del divorcio ya estaba en marcha. Dijo que la demandaría también por daños morales y otras cosas que habían arruinado su reputación ante la sociedad y su familia.

No me metí en esa discusión, pero sí en la custodia de mi sobrino. Él quería custodia total o nada, y yo no quería faltar a mi promesa. Utilicé mi habilidad para negociar y, al final, cambié una fuerte cantidad de dinero por la custodia de mi sobrino; él aceptó.

Así que ahora seré tutor de mi sobrino hasta que tenga la mayoría de edad. Me encargaré de él como si fuese mi propio hijo, lo guiaré y protegeré. Mis hermanas, por su lado, me dijeron que ellas cuidarán de él como alguna vez cuidaron de mí. Sin embargo, una semana al mes, él pasará tiempo con nosotros, conviviendo y conociendo a mi familia.

Tal vez no seamos unos Canarias o Ruiz de Con, pero trataremos de formar un nuevo camino y unión para él. Quiero que sus pasos sean diferentes a los de su padre o su madre. Quiero que al final sea feliz y no cometa los mismos errores que yo.

Lila, al inicio, me dijo que el niño podía quedarse todo el tiempo con nosotros. Que sería bueno para él vivir en una familia unida y con figuras paternas estables y una hermanita. En realidad, estaba emocionada de ser la tutora del niño.

No obstante, mis hermanas me pidieron que ellas querían cuidarlo. Se sentían un tanto responsables por lo que había pasado y, además, el niño las reconocía. No sería tan difícil adaptarse a su nueva vida, o al menos eso pensamos.

Entonces así han pasado los días. Gradualmente, Lila y yo nos hemos ido incorporando a nuestra vida normal; era justo y necesario. Sobre todo porque el próximo mes nos mudaremos a París para iniciar nuestra vida, junto con nuestra hermosa hija y el sueño de Lila: ser una gran diseñadora.

En estos días hemos estado viajando a París para ver los últimos arreglos de la casa. Ya tenemos los muebles necesarios, la habitación de Mena está completa y la nuestra solo necesita unos detalles.

Lila y Rosa han comenzado a diseñar el interior del taller, a hacer el inventario de todo lo que necesitarán y, por supuesto, a diseñar los nuevos bosquejos de la nueva temporada. Aunado a esto, su colección actual está dando mucho de qué hablar, y Lila no ha dejado de trabajar ni hacer pedidos para las madres de los pequeños y pequeñas que quieren uno de sus diseños.

Estoy en realidad muy orgulloso de ella. Poco a poco ha levantado los pilares de lo que sé será una gran casa de diseño. Sé que pronto el nombre de Rosa y Lila estará en todos lados.

Por mi parte, he comenzado negocios con el Conglomerado, y pronto comenzaré a trabajar en mi empresa que estará exclusivamente ligada a los hoteles Lafuente.

Hace unos días, conocí al primo de Lila y hablamos sobre los nuevos diseños, las ideas que tengo para las habitaciones y otras cosas que nos hicieron compaginar más. De pronto, la presión de los Karagiannis se desvaneció. Ahora me siento libre, aunque el precio que pagué fue muy alto, bastante si me lo preguntan.

Hablando de los Karagiannis, su historia terminó de la peor forma. Cassandra Karagiannis se encuentra en la misma prisión que mi hermana Nadja, por lo que también está en espera de su condena por ser la autora intelectual del secuestro de mi hija.

Atenea Karagiannis logró pagar su fianza y se fue de Madrid. El rumor es que huyó a América junto con dos de sus hermanas; no tenemos noticias de las demás. Ella fue quién denunció a su padre. Harta de la vida que llevaba con Chez, decidió vengarse y denunciar a su padre de todo lo que había hecho. Incluso, ella fue quien dijo lo del asesinato de mi madre. Según me contó Cairo que le dijo una de las mujeres que trabajaba en su casa. Karagiannis y Chez hablaban sobre eso y Atenea escuchó. Se guardó el secreto y lo usó cuando le convino. La propia sangre de Karagiannis lo traicionó. 

Con respecto a Théa, seguimos sin saber de ella. He movido todas las influencias que tengo para buscarla, pero parece que se la tragó la tierra. Pablo está desesperado. Se le ve mal físicamente. Está delgado, ha perdido parte de su musculatura y no duerme. No se quiere rendir y sé que no lo hará. Pero los días pasan y Théa no regresa. No deseo que su historia termine así. Me siento culpable por no haberle hecho caso cuando era el momento, por enfocarme en mí y no ayudarla. Ahora está desaparecida y el hombre que la ama no encuentra consuelo.

Yo sí encontraré el mío. Al fin, después de semanas sin poder hacer nada, pude conseguir una cita para ver a Karagiannis y preguntarle sobre la muerte de mi madre. Él está en su lecho de muerte, arraigado en el hospital y sin esperanzas. Mi teoría es que prefiere morirse antes que verse fracasado y en la cárcel. Ni siquiera le interesó que sus hijas se quedaran desamparadas, no hablo de Cassandra y Atenea. Al final, resultó ser un hombre cobarde, pusilánime y cruel. Y hoy es mi turno de enfrentarlo y saber la verdad de una vez por todas.

El camino al hospital es largo y silencioso. Esta vez, me pidieron que fuese solo y que no llevará a nadie más conmigo, pero, he decidido romper la regla una vez más y llevar a Moríns, solo para sentirme más protegido con respecto a la información que se va a manejar. La policía ya me ha descartado como sospechoso, pero, todavía, me tienen un poco bajo la mira, por lo que es mejor prevenir que lamentar. 

Sé que Moríns no es un abogado en esta rama. Sin embargo, creo que su conocimiento podría ayudarme a no meterme en problemas. Sobre todo ahora, que por fin soy libre y no tengo que rendir cuentas a nadie. Así que no quiero terminar en la cárcel gracias a mis propias palabras. Debo ser prudente, no dejarme llevar por lo que siento y ser pensante. En pocas palabras tener el corazón cálido y la mente fría. 

—Llegamos —le aviso a Moríns, quien viene sumergido en su Ipad, leyendo documentos y enviándole mensajes a David Tristán sobre un nuevo proyecto. La fundación ha entrado a una competencia para realizar un proyecto en México, y David Canarias pidió específicamente que se ganara, porque él solía vivir por ahí. 

Moríns levanta la vista y me hace con un gesto que baje. Después le manda un mensaje de voz a Tristán, guarda el Ipad, y después su móvil. 

—¿Listo? —me pregunta. 

Yo niego con la cabeza. 

—No. Creo que jamás estaré listo para esto. No sé cómo le haces tú. 

—¿Para qué? 

—Para controlar la presión y la ansiedad. 

—Fácil. Hay cosas que están bajo mi control y hay cosas que no. Lo que no está bajo mi control, lo dejo ir. —Moríns me pone la mano sobre el hombro y en tono serio me dice—: El porqué Karagiannis mató a tu madre no está bajo tu control. No fue tu problema y nunca lo será. Solo entra, pregunta, escucha y olvídate. Vienes a buscar respuestas, no a resolver un asesinato. 

Arqueo las cejas sorprendido. 

—Es lo más serio que te he escuchado decir en meses. Pensé que todo eran risas y chistes contigo. 

Moríns sonríe. 

—Es impresionante, ¿no cierto? En realidad la única persona que me conoce bien es mi mujer y mi suegro, porque literal me crio, pero esa es otra historia. Ahora vamos, que tengo que viajar a Nueva York en unas horas. 

Con el consejo de Moríns en mente, y con los nervios a flor de piel, ambos entramos al hospital y nos dirigimos al nivel donde Karagiannis yace desde hace semanas. Cuando las puertas del elevador se abren, al instante, dos policías se acercan para prohibirnos el paso. 

—Es Antonio de Marruecos. Tiene permiso de visitar al paciente —habla Moríns, con una seguridad que me sorprende. 

Es como si Moríns cuñado, Moríns papá, Moríns amigo y Moríns abogado fueran completamente diferentes. En verdad es todo un camaleón. Aunque siempre lo ves a los ojos, sabes que es el mismo Moríns. 

—Tiene solo diez minutos —nos comenta el policía. 

Yo asiento con la cabeza y camino junto con él a la puerta. Antes de entrar, él me detiene. 

—Solo te dejaré hablar, pero, te aconsejo que no caigas en provocaciones. Solo entra, pide respuestas y confórmate con lo que te dé… no presiones —me advierte, como si me conociera. 

—Vale. 

—Te lo pido… —me sentencia—. Karagiannis está muy débil y si le pasa algo la culpa puede caer sobre ti. Y hoy no tengo tiempo de sacar a alguien de la cárcel, mi hija sale a las dos del colegio. 

Sonrío. Sé que Moríns hace eso para liberar la tensión y se lo agradezco. Sintiéndome un poco mejor, abro la puerta y me impresiona lo que veo. Pensé que Karagiannis solo fingía estar enfermo, pero, ahora que lo veo conectado a todas esas máquinas, me percato que en realidad sí lo está, y que efectivamente está luchando por su vida. 

No sé cómo le haré para poder sacarle todas las respuestas que necesito. Creo que solo me dará tiempo de resolver la duda de ¿por qué mató a mi madre? 

Mientras nos acercamos, Karagiannis abre los ojos y me ve desde lejos. Con la mano, que apenas puede mover, me pide que me acerque. Yo lo hago. Moríns se queda atrás analizando la situación. 

Mis pasos se sienten lentos mientras me acerco a Karagiannis. Los cuento en mi mente uno, dos, tres, y cuando llego al cuatro ya estoy cerca de los pies de la cama. Él me pide que vaya a su lado, como si quisiera hablar conmigo de manera paternal. O tal vez, no puede hablar tan alto y no podré escucharlo, así que me acerco. 

Cuando estoy a su lado, con sus ojos clavados en mí, algo se apodera de mi cuerpo. Una sensación de lástima, pena, como si fuese algo paternal, me invade y todo el enojo y la rabia que tengo dentro, desaparecen. 

No te distraigas, haz la pregunta, pienso. 

—Antonio de Marruecos. Nunca pensé que tú serías la última persona que vería antes de morir —habla. Su voz es tan débil, que siento que en cualquier momento se puede apagar. 

—Sabes a qué vine —afirmo. 

Karagiannis asiente con la cabeza. 

—Esto pensé que se lo confesaría a un padre, no al hijo de ella —contesta directamente. 

Suspiro. 

—Dime, ¿por qué lo hiciste?, ¿si sabes que tus actos me dejaron sin una madre? 

—Lo sé. Pero mi intención era matarte a ti—habla con frialdad. 

La piel se me eriza, y un frío helado se apodera de mi cuerpo al escuchar esa confesión. No puedo creer lo que acabo de decir. Es como si de repente el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies, dejándome caer en un abismo de incredulidad y terror.—¿Cómo? —inquiero. 

Karagiannis se quita la mascarilla de oxígeno de la boca y esboza una ligera mueca que parece una sonrisa. 

—Mi intención era matarte a ti, no a tu madre. Ella solo fue una víctima más. Ahora, si se lo merecía, no lo sé. 

—¡Solo dime por qué lo hiciste! —mascullo. 

Moríns se limpia la garganta y niega con la cabeza. Karagiannis tose, lo hace por unos segundos -bastante largos. Luego se recupera y continúa. 

—Tu padre y yo acabábamos de cerrar el negocio de nuestras vidas. Uno que nos haría más ricos de lo que podíamos imaginar. Era perfecto, próspero, pero, no era legal. Tu padre al principio tuvo la intención de hacerlo, sin embargo, otro socio le ofreció un trato mejor y la única condición era separarse de mí. Tu padre era mi mejor amigo, habíamos crecido juntos y habíamos recuperado las empresas de nuestros padres desde cero. Teníamos los mismos orígenes, las mismas bases y, ¿por qué él recibía una oportunidad como esa y yo no?, ¿qué era lo que tenía de malo? —Tose—. Tu padre abandonó nuestro negocio juntos y se unió al otro socio. Comenzó a crecer fuera de la clandestinidad y yo, estaba atascado. Finalmente, tu padre obtuvo algo que me movió por dentro, un hijo. Tu madre le dio un hijo naciste tú. Antonio tenía un heredero, y eso, en los reinados así como en los negocios, es el máximo galardón que se puede obtener. Su empresa, su legado, todo estaba seguro y, yo, solo tenía hijas. Ni un varón llegaba a mi vida. Así que envidia se apoderó de mí, y decidí tomar cartas en el asunto. 

—¡Cobarde! —exclamo. 

—Tu padre siempre obtenía todo. Todo lo que se proponía lo hacía y ahora, te tenía a ti. Ya no éramos iguales y, era mi deber equilibrar la balanza. —Tose—. No sabes cuántas noches pasé pensando en cómo lo haría. Si entraría a tu habitación y te ahogaba con la almohada, o si te cargaba entre mis brazos y te dejaba caer. Fueron tantos escenarios que juro pude haber hecho todos, pero, tu madre no te quitaba la vista de encima. Ahora que lo pienso, supongo que lo sospechaba. 

—Maldito… 

Karagiannis no presta atención a mis comentarios, y continúa. 

—Así, por fin decidí como hacerlo y, la mejor forma, era envenenarte. Le pagué a una mujer que trabajaba en tu casa para que te diera la bebida de avena que tu madre te daba con una medicina que te llevaría al paraíso. Sin embargo, tu madre la tomó. No sé si fue por equivocación o a propósito, ya que el cáncer comenzaba a pasarle factura y tal vez prefirió primero morir que sufrir. Al final, no salió como yo esperaba. Tu padre en ese instante cayó enfermo y jamás se recuperó. En realidad la amaba. 

Escucho el discurso de Karagiannis y no puedo creerlo. En realidad, este hombre no tiene límites, ni piedad, no tiene nada. No tuvo corazón para planear la muerte de un niño y llevarla a cabo, sino que después, tuvo el valor de fingir que no sabía nada ante mi padre. 

—Tuve suerte porque tu madre ya estaba enferma, así que todos supusieron que había muerto por la enfermedad o por un mal manejo de dosis de los medicamentos. Por mi parte, aproveché el suceso para asegurarle a tu papá que estaba a su lado en las buenas y en las malas y, cuando empezó a tener los episodios que lo llevaron al hospital, lo convencí de que mi familia siempre se haría cargo de la suya, en caso de que yo faltara. 

—Y por eso hiciste la alianza Atenea —contesto. 

—Así es. Al final iba a usar al hijo que no pude matar como mi puente para acceder a la fortuna de tu padre. Cuando murió, pensé que era mi momento de hacerlo pero, resultaste más aguzado de lo esperado y ahora… aquí me tienes. 

Su última frase, lo dice en un tono como si estuviera a mi merced, como una invitación a que tome un tipo de venganza y me cobre con creces lo que me hizo. La idea me pasa por la mente. Podría justo en este momento jalar un cable y desconectar una máquina o el oxígeno. También podría pagarle a alguien para que le diese una sobre dosis y así morir como mi padre o mi madre. 

Sin embargo, sería la salida fácil. Karagiannis está esperando a morir para liberarse de la cárcel, para salir de esta vida por la salida fácil, sin pagar nada de lo que ha hecho. Se arrepentirá en sus últimos minutos de vida y así podrá entrar al paraíso; no se lo merece. 

—¿Sila sabe leer esto, cierto? —le preguntó a Moríns. 

Él se encuentra completamente absorto en la confesión que Karagiannis acaba de hacer. 

—¿Cómo? —pregunta. 

Tomo el parte médico y se lo enseño. 

—Sila sabe leer esto, ¿no es así? Ella podría decirnos qué tiene Karagiannis y cuál es el tratamiento correcto a seguir. 

—Pues… puede, entre sus posibilidades. Sila es pediatra, no tiene nada que ver con esto. 

—Bien. Pero, si lo traslado al hospital de David Canarias, ¿podrían tratarlo? 

—Supongo. Lo que no entiendo es para qué. 

Sé que suena descabellado lo que estoy a punto de decir, pero no espero que me comprendan, lo que quiero es que Karagiannis pague en esta vida todo y no se escape donde todavía no lo puedo alcanzar. 

—Pagaré un tratamiento completo para que lo curen. 

—¿Qué? —pregunta Karagiannis, tratando de incorporarse.

—Así es. Te trasladaré al hospital de Canarias. Haré que te revisen. Y seguirás el tratamiento al pie de la letra, mientras estás arraigado en un piso, sin poder salir, ni negociar, ni ver a nadie. Incomunicado por completo. 

—No puedes hacer eso… —declara Karagiannis. Incluso puedo ver que se levantó un poco. 

—Claro que puedo. Incluso, lo haré. En este instante le llamaré al doctor y le pediré tu traslado al hospital de David Canarias. Allá serás atendido y encontraré la solución. Porque lo vas a pagar. Y, ¿sabes por qué? 

—¿Por qué? —inquiere. 

Entonces saco mi móvil del bolsillo y se lo muestro. 

—Porque tengo toda la confesión de cómo mataste a mi madre. Suficiente prueba para que tus abogados no puedan hacer nada por ti, y te quedes en la cárcel. Evidentemente, después de que estés mejor. 

—¡Dame eso! —expresa Karagiannis. Y en un movimiento se levanta de la cama, para tratar de quitarme el móvil de las manos. 

Yo esbozo una sonrisa. Karagiannis apenas se da cuenta de que está de pie, frente a mí, con todos los cables y sondas colgando de su cuerpo. Lo sabía, es un cobarde y lo fingía todo. 

—Moríns, ¿estás de testigo que el señor Karagiannis puede ponerse de pie perfectamente y tiene fuerzas para caminar? 

—Sí —responde, con un tono de seriedad. 

—Lo que significa que no está enfermo y que puede ser juzgado e ir al prisión, ¿cierto? 

—Así es… 

—¿Podrías comunicarle eso a los policías?, creo que ya es hora de que deje el hospital. 

Moríns, se da la vuelta y sale de la habitación. Karagiannis y yo nos quedamos solos y él, por el rostro que tiene, se ve atrapado. 

—Eso ibas a hacer, ¿no? Decir que estabas enfermo, fingir tu muerte y escaparte de esto. Clásico de ti. 

—Antonio… —pronuncia mi nombre. Después, con la rabia acumulada en su puño, me lanza un golpe que roza mi barbilla. 

—Golpéame. Y también te demando por agresión.—Me acerco a él—. Te refundiré en la cárcel, y pagarás cada una de las cosas que le hiciste a mi familia. Eso te lo juro. 

—¡Eso es lo que tu crees!, ¡te mataré con mis propias manos como debí hacerlo hace años! 

Sin previo aviso, Karagiannis aferra sus manos a mi cuello y comienza a ahorcarme con una fuerza que descomunal. Empezamos a forcejear. Trato de separarme, pero el peso de su cuerpo está completamente sobre mí. Mis fuerzas no son suficientes para separarme. 

El aire me falta, ya no pienso con claridad y, entonces, siento como me lo quitan de encima, sus manos dejan de apretarme y comienzo a toser como loco. 

—¿Estás bien? —me pregunta Moríns, que afortunadamente ha entrado con los policías en ese momento y evitado todo.

—Sí. —Toso, lo hago tratando de quitarme la sensación de resequedad en la garganta. 

Los policías levantan a Karagiannis y, lo esposan de inmediato. Él me lanza una mirada de furia, yo, simplemente trato de estar tranquilo. 

—Es hora de darlo de alta, señor Karagiannis —le dice uno de los policías. 

Moríns me acompaña a fuera y después de darme una palmada sobre el hombre, me dice: 

—Necesitamos un tequila. Yo invito. 

Y sí, necesito ese tequila o tal vez dos. 

***

La travesía del hospital al bar del “Corazón Espinado”, fue bastante corta, sobre todo porque Moríns le pidió al chofer que acelerara como si se hubiese robado algo; quiero pensar que si ha tenido un lado delictivo. 

Cuando llegamos, el bar apenas se estaba abriendo pero por ser parte de la familia nos dejaron pasar, la misma Pilar nos atendió de inmediato. Al servirle el tequila a Moríns, él se tomó el caballito en un solo sorbo y le pidió más. 

—Deja la botella —le pidió, tan solo se terminó el segundo caballito. 

—¿Todo bien Moríns? —pregunta ella. 

Yo apenas comienzo a tomar el primer sorbo del primer caballito. 

—He escuchado muchas cosas en la vida. Anécdotas de mi mujer en el hospital, anécdotas de Tristán en sus retiros espirituales en Tulum, créeme pueden ser bastante bizarras, pero lo que escuché en esa habitación, se merece una botella de tequila. 

—Lo sé —pronuncio. 

—¡Ese hombre quería matarte!, y luego trató de matarte. ¿Cómo sabías que no estaba enfermo?, ¿cómo es que grabaste la confesión?, ¿cómo…? 

Sé que Moríns tiene muchas preguntas y, tal vez, hice mal en llevarlo y no decirle nada; temía que se pusiera nervioso. 

—Atenea me dijo. 

—¿Atenea? 

—Las hijas de Karagiannis lo odian, y ahora que está tras las rejas, hace todo lo posible por hundirlo. Hablé con ella hace unos días tratando de buscar a Théa. No me dijo nada de ella pero, sí que su padre no estaba enfermo, y que planeaba un escape. Así que, simplemente, lo alteré. Karagiannis es lo que tu suegra dice “mecha corta”.

—¡Dios! —expresa Moríns, tomando otro sorbo. 

—Lo siento. Pero si te decía mi plan, posiblemente no hubiese salido. 

—Posiblemente… —contesta. Moríns voltea a verme con el siguiente caballito en la mano, listo para tomarse—. ¿Estás bien? Digo, te acabas de enterar de que te quería dar cuello desde pequeño. 

—Sí. Lo estoy. —Suspiro—. Solo que pensé que mi mamá había tenido un papel más importante en esto. Ya sabes. Una heroína o algo así. Ella, simplemente murió por las circunstancias. Fue un peón que sacrificaron. 

Moríns me da una palmada sobre el hombro. 

—Te entiendo, de verdad lo hago. Pero solo piensa, tal vez tu madre no estaba destinada a convivir contigo, igual que mi padre no estaba destinado a crecer conmigo. Tuviste la suerte de no verla sufrir por su enfermedad, o de otras cosas que ahora no recuerdo. 

 —Ni siquiera tengo un recuerdo de ella. 

—Eso te da más espacio para recuerdos con Mena y Lila. 

—¿Siempre tienes que ver todo positivo? 

—Sí. Así sobreviví durante mucho tiempo, viendo todo positivo. Hasta que un día dije: no tiene nada de malo en ir a clases particulares. Y ese día, conocí a la mujer de mi vida. Si me hubiese negado o lo hubiese visto negativo, no estaría aquí. 

Moríns me sirve otro poco de tequila. 

—Ya tienes lo que necesitas, Antonio. Recuperaste a Lila, hiciste una familia con ella, descubriste lo de la muerte de tu padre, hermana y madre, y ahora eres libre de hacer lo que se te pegue la gana. Eres libre para ser feliz. Libre para comenzar otra vida, mejor, plena, con mucho cariño. Fuiste adoptado por la mejor de las familias y ahora… continúa. No te quedes en el pasado porque, entonces, todo lo que hiciste no habrá valido la pena. Olvídate. 

—Olvidarme… 

—Hazlo. Porque si no olvidarás vivir el presente y créeme… se ve prometedor. Recuerda: si no puedes controlarlo, déjalo ir. 

Moríns se pone de pie y toma otro poco de Tequila. 

—Me voy. Debo ir por Fátima y de ahí viajar a Nueva York con Sila. Nos vemos, amigo. 

—Hasta luego, amigo. —Terminó la frase. 

Me quedo ahí, sentado, reflexionando lo que acabo de pasar. Moríns tiene razón. El pasado ya no está y mi presente es maravilloso. Después de tanto, al fin, soy libre para amar a Lila. 

5 Responses

  1. Wowwww que hdp ese viejo mañoso, desgraciado. Y muy astuto Antonio, gracias a Dios ya todo esta poniendose en orden. Ahora falta Thea y Pablo, por favor que ya no sufran mas, puedan liberarse de chez de una vez y puedan empezar a vivir su amor libre.

  2. Que ruin este Karagiannis, estaba fingiendo, que bueno que Antonio lo pudo desenmascarar y que se pudra en la cárcel el maldito…se va acomodando todo…falta que Thea aparezca y este bien y regrese y sea Feliz con Pablo…Ana y que tal una historia de este par siii🙏 por favor…jaja…perdón pero presiento que sería una muy buena historia…Piénsalo…

  3. no puiedo creer lo que hizo ese viejo, pero en parte es la realidad en muchos casos, que muchos no aceptan el bienestar de otros, es cuando comienza la envidia, y si no se sabe manejar esas emociones llegar a destruir, y en este caso la familia de Antonio……y me encanto eso que pudo desenmascarar al cobarde de karagiannis, pero ahora es,,,,,que paso con THEA, por favor Ana no permitas que CHEZ le haga daño a thea, permite que pueda finalmente tener su final feliz con pablo y espero que Antonio pueda ayudar a pablo a encontrarla y traerla sana y salva.

  4. Finalmente Antonio logró ganar la característica más importante que le faltaba “cabeza fría, corazón cálido”. Siempre fue un tipo habilidoso pero con esa herramienta de su familia política, puede ser un María Julia en el futuro 🙂

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