-3 meses después de la desaparición de Théa – 

Pablo

He pasado muchos días de angustia desde que Théa se fue de mi lado, desde que esa noche me la arrebataron y se la llevaron lejos sin dejar, aunque sea un rastro de dónde se encuentra. No me dejó nada, ni siquiera una pista. En su bolso solo estaba su móvil con la única respuesta que Antonio necesitaba para ser feliz. Pero, ¿dónde está la mía? ¿Dónde está la clave que necesito para saber dónde está?

No puedo dormir. Paso las noches preguntándome dónde está, si está bien. Trato de distraerme leyendo, viendo televisión, pero nada me funciona. Al final, solo termino llorando, ahogando todo lo que siento en la almohada. Por las mañanas, soy un fantasma. Si no fuese porque debo trabajar, creo que me hundiría en la depresión más profunda.

He buscado a Théa por meses. Incluso me he aventurado a ir a la cárcel a preguntarle a Cassandra para solo recibir una respuesta: “Olvídate de ella, no la encontrarás. Posiblemente, Théa ya esté muerta”. Pero, ¿por qué debería estar muerta? No debería estarlo. Théa no se merecía esta vida y no puede terminar así.

Ella y yo tenemos una historia de amor pendiente, muchos sueños que cumplir y metas. Ella debe estudiar enfermería, como siempre había querido. Yo, tengo que construir nuestra casa, tal y como lo hemos imaginado, con un bonito jardín para que desayunemos todas las mañanas viendo el paisaje, un balcón para tener la mejor vista en la habitación. Ella quería tener hijos y yo quería que ella tuviese los míos.

Estamos destinados a tener una historia increíble, pero no está, no la encuentro. Parece como si a Théa se la hubiese tragado la tierra, y me ha dejado solo, sin una pista de su paradero. No quiero llorar, no obstante, tan solo recordarlo me hace sentir terrible y después de tantos días de ausencia mi cuerpo, mi alma y mi corazón, no pueden más.

He bajado de peso terriblemente. Las ganas de ejercitarme o de arreglarme se han ido. Me he dejado crecer el cabello, la barba, mi cuerpo va perdiendo su figura y el hambre ha desaparecido. Pilar dice que estoy en depresión, no lo estoy, estoy en angustia. Chez es un hombre terrible, agresivo e impredecible. No quiero ni pensar lo que está pasando Théa.

Porque sí, lo está pasando, me niego a pensar que está muerta, que ya no existe en este plano. Si estuviera muerta, de alguna forma u otra yo lo sabría, sé que ella me lo haría saber.

También, estar en Madrid me ahoga, siento que no debería estar aquí. Théa y yo teníamos un plan para irnos, por lo que siento que no estoy cumpliendo mi palabra si me quedo aquí. Además, ya no puedo más. Cada lugar me recuerda a ella. Mi piso me recuerda a ella, el bar, los parques, mis amigos. Además de que estoy harto de sus consejos.

Cairo me ha dicho que espere, que está seguro de que algún día aparecerá. Pilar no me dice nada, simplemente me abraza, y eso me enoja. Quiero que me diga algo, pero no lo que ella quiera, solo lo que yo quiero escuchar. Daniel me da ánimos, incluso me ofreció su ayuda para dar con su paradero. Llevamos tiempo yendo a la policía y siempre es un “no”.

Incluso, Antonio de Marruecos fue a hablar con Atenea para ver si podía obtener alguna pista, pero regresó con las manos vacías. Lila, en cambio, me ofrece todo tipo de ayuda, a veces un poco exagerada. Sé que se siente culpable por lo que pasó, por cómo nos involucró y todo lo que perdí. Me he cansado de decirle que no es su culpa, pero ella no comprende.

Sabe que nuestra amistad ya no es igual desde que empezó todo esto, y trata de alguna manera de recompensarme. No lo logrará porque no hay nada que recompensar. Théa tomó la decisión de salvar a Mena y lo logró; jamás le reclamaría por eso.

Así que, después de mucho tiempo, he decidido irme de Madrid. Me quedé muchos meses esperando a Théa, pero ya es suficiente. Tengo que salir de aquí, poner la mente en descanso y seguir buscando. Tal vez, si respiro otros aires, podré pensar en otros lugares donde buscarla; posiblemente, también, aceptar que está muerta.

Mis padres me piden que me quede, que es lo mejor para mí, pero no, mi decisión está tomada. Me iré a México, a San Gabriel, a visitar a mis padres, y de ahí, seguiré mi rumbo hasta encontrarla. Ellos, al final, aceptaron. 

Ahora, termino de cerrar mi maleta y de revisar que todos mis papeles estén en forma. No quiero tener ningún atraso y perder el avión, aunque en realidad no tengo prisa por llegar a México. Entre el vuelo y el camión a San Gabriel, me quedan unas 24 horas por delante. 

—¿Ya lo tienes todo? —me pregunta Pilar, quien ha venido al piso para despedirse de mí. Ella y Cairo también harán maletas, porque en dos días se van juntos a Nueva York. Karl y Alegra los han contratado para trabajar con ellos. 

—Creo que sí —contesto. 

Ella me ve a los ojos, y su rostro cambia por completo. Su semblante se alarga, los ojos se le hacen pequeños y las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. 

—Pili… 

—Es que eres mi hermano mayor, Pablo —responde—. Tú y Cho son como mis hermanos mayores, y ahora, los dos se han ido. Al menos Cho se fue con mi hermana y mis sobrinos y es feliz, pero, tú no eres feliz. Te vas triste, pensando que la mujer de tu vida ya no está y… —La voz se le quiebra. 

En seguida, abrazo a Pilar para consolarla. Ella rompe a llorar como niña pequeña. 

—Pili… 

—Yo solo quería verte feliz con Théa, ¿sabes? Siento que debí hacer algo para ser más cercana a ella, ayudarlos. No sé. No me gusta verte así. Sin tu sonrisa, y tu forma de ser. Solías estar lleno de vida y… 

—Lo sé. A mí también me duele haber cambiado así. 

—Dime que no harás tonterías, Pablo. Júrame que no te meterás en problemas de los que no podrás salir. 

—Te lo prometo… —murmuro en su oído. 

—Pero, promételo, promételo… 

—Pili, ¿cuándo he dicho una mentira? —le contesto. 

—Solo quiero asegurarme. 

Ambos nos separamos y yo le doy un beso sobre la frente. 

—Te prometo que me mantendré en contacto, ¿vale? Sabrás de mí todos los días. 

—Más te vale. 

Veo a mi alrededor y echo un último vistazo a mi piso. Se lo vendí a Daniel. Él quería mudarse de casa de sus padres y mi piso, al estar céntrico, era ideal para él. Es difícil dejar el lugar que por mucho tiempo llamaste hogar, aquel que compraste con todo el esfuerzo del mundo y que poco a poco fuiste adaptando a tu gusto.

Este piso donde Théa y yo compartimos tanto, y el que muchas noches nos dio refugio de toda la incertidumbre y el miedo que causaba Chez. Este en donde por última vez me dijo que me amaba e hicimos el amor hasta el amanecer.

Cada rincón de este lugar tiene recuerdos de nosotros. La cocina, donde solíamos preparar juntos el desayuno. La sala, donde pasábamos horas hablando de nuestros sueños y futuros planes. El dormitorio, nuestro santuario, donde compartimos no solo nuestro amor, sino también nuestros temores y esperanzas.

Me cuesta respirar. Las paredes parecen estrecharse a mi alrededor, llenas de ecos, de risas, susurros y promesas. Es como si al dejar este lugar, también dejara una parte de mi vida, una parte de mí que no volverá.

—¿Listo? —escucho la voz de mi madre, quien ha estado esperando afuera del piso. Mis padres me llevarán al aeropuerto, así que allá será nuestra despedida. 

—Sí, listo. 

Le doy un abrazo a Pilar y ella me aprieta con fuerza. 

—Por favor, no te pierdas, ¿sí? 

—No —contesto con firmeza. Después, tomo las llaves del piso y se las doy—. Daniel irá al bar por ellas. Dile que se lo dejé amueblado aunque no fuese parte del trato. Que él haga lo que quiera con eso. 

—Se lo diré —comenta. 

Me cuelgo la mochila de viaje, y tomo las dos maletas con ambas manos. Logré que toda mi vida cupiera en esas tres bolsas, y me impresiona. En realidad, no tenía mucho o más bien nada. 

Sé que voy a extrañar este lugar, pero es hora de seguir adelante, de buscar a Théa y de encontrar la paz que tanto anhelo. Necesito recuperar fuerzas para continuar. 

Sin decir más, salgo del piso, y mi padre me sonríe. Toma una de mis maletas y sin decir nada, camina junto conmigo y mi madre a las escaleras. Hemos hablado de esto tanto, que ya no hay más que decir. 

Mi madre me va abrazando, mientras se guarda las lágrimas. No llora porque me voy, sino porque esta vez me voy lastimado, triste y mal; como madre, ella solo quiere ayudarme y consolarme. 

Los tres salimos del piso, nos subimos al auto y, mi padre arranca, tan solo estamos listos. Siento su mirada por el espejo retrovisor, y como sus ojos se clavan en mí. Mi padre nunca he sido un hombre parlanchín o de muchas palabras. Pero sé, que en el momento de mi partida dirá lo que necesito. 

—Ya sabes, Po. Cualquier cosa que necesites me llamas —me dice mi madre, mientras veo cómo la ciudad va desapareciendo. 

—Sí, mamá —respondo como cuando era pequeño. 

—Antes de partir a San Gabriel le hablas a tu hermana, ¿vale? 

—Lo haré. 

Unos momentos después, el auto se detiene frente a la puerta del aeropuerto y sé que el momento ha llegado. Mis padres se bajan del auto, y cuando mi padre me entrega mis cosas, sonríe. 

—Te quiero, Pablo. Sé que estás haciendo lo correcto. 

—Gracias, papá. 

Mi padre me abraza. 

—Salúdame a tus padres y a tus hermanos. 

—Lo haré. 

Mi madre se lanza a mí y me aprieta con fuerza. 

—Calma, hijo. Sé que ella está bien. Encuéntrala, pero no te metas en problemas. 

—Te amo, mamá. 

—Te amo más. 

Le doy un beso a mi madre sobre la mejilla y me separo de ella. Tomo mis maletas, antes de que la tristeza me gane y no me quiera ir. Camino hacia la puerta del aeropuerto para entrar. 

—¡Llámale a tu hermana! —me recuerda mi madre. 

—¡Lo haré! —prometo. Aunque honestamente no quiero ver a Mar y que me cuente sus mil problemas con Héctor y todas esas promesas rotas. Al parecer, no solo yo tuve problemas con una Canarias. 

Así, entro al aeropuerto y me dirijo a registrar mis maletas. Por un segundo me quedo viendo hacia la puerta, esperando por un milagro. Ojalá este hubiese sido mi viaje junto a ella y no uno donde me voy sin ella. 

—Solo aparece, Théa… —murmuro—. No quiero pasar mi vida sin ti. 

***

México 

15 horas después. 

Me duele todo el cuerpo. El asiento que me tocó en el avión fue en medio, por lo que no pude dormir o moverme ni un poco. Así que, después de quince horas, lo único que deseo es una ducha y dormir, por lo que iré a casa de mi hermana. 

Mañana mejor y más descansado, tomaré el camión a Oaxaca y después a San Gabriel; definitivamente hoy no es el día. 

Mientras me subo al taxi, ni siquiera quiero tomar el metro, le marco a mi hermana para avisarle que voy hacia allá; su respuesta me hace cambiar de idea. 

—Hermano, me encantaría que te quedaras, pero, no tengo agua. Me estoy quedando en casa de una amiga. 

—¿Pagaste el agua? 

—La colonia no tiene agua. Llevamos días así. Mejor quédate en un hotel o en el piso colorido. Mejor mañana nos vemos para desayunar, ¿te parece? 

No me parece, pienso. 

—Vale. Pero, ya no quiero cuentos de Héctor y… 

—Eso ya quedó, pasado, pisado. 

—Bueno —respondo, mientras observo el tráfico que hay delante de mí. 

Termino la llamada y me acomodo en el asiento.  El chofer del taxi, prende la radio y la voz de un locutor dando las noticias, comienza a arrullarme. 

—Acomódese joven, que esto va pa’ largo. Además, no creo poder dejarlo en el mero centro, tendrá que caminar. 

—Bien —respondo, no me queda de otra, y fijo mi vista en la ventana.

Los ojos comienzan a pesarme y, en este instante, hago lo que siempre juré que no haría en una ciudad, quedarme dormido arriba de un taxi. Sin embargo, estoy tan cansado que mi cuerpo me lo pide a gritos, y entre la voz melodiosa del locutor y el movimiento, no hay más remedio. 

Entonces, sueño. Sueño con Théa y su bonito cabello largo y rizado. Sueño con sus labios, su cuerpo liviano y sus manos suaves sobre mi piel. 

Sonrío al escuchar su voz. Sus anécdotas y sus sueños. En un plano más erótico, recuerdo sus gemidos, y esa mirada con picardía que me daba cada vez que me veía desnudo. 

¿Ves algo que te gusta? 

Despierto de golpe cuando el ruido del claxon suena. 

—¡Qué te muevas, chingada madre! —grita el taxista—. Joven, creo que hasta aquí llegó. 

Me ubico y noto que estoy a unas cuadras caminando. Saco la cartera, le doy un billete, tomo las maletas y me bajo. 

—Gracias —digo, para después emprender mi camino, casi arrastrando mis maletas. 

Son casi las cuatro de la tarde, estoy cansado y solo espero llegar a dormir a la cómoda habitación. He enviado un mensaje a Maggie para preguntarle si hay alguna disponible y me dice que la de la parte de abajo. Sé cuál es, la habitación donde me quedé con Théa. 

Unos minutos después llego al portón y Maggie me abre de inmediato. Como siempre me recibe con una sonrisa.

—¡Guapo!, casi no te reconozco. 

Maggie me ve de los pies a la cabeza, como si me estuviera escaneando. Después, clava su mirada sobre la mía. 

—¿Mal de amores? 

—Peor… 

Ella me abraza. 

—Al rato baja y nos tomamos un tequilita. Tengo uno muy bueno que me trajo mi yerno, la vez pasada. Creo que te hará bien. 

—No sé, Maggie. 

—¡Solo serán unos traguitos!  Algo «tranqui». 

—La vez pasada que me dijiste algo «tranqui», terminé con una cruda de tres días. 

Ella sonríe. 

—Esta vez si es algo «tranqui», ahora soy abuela y tengo una responsabilidad. 

Suspiro. En realidad solo quiero llegar y hundirme en mi depresión. Pero la mirada de Maggie, me convence. 

—Va, pero primero duermo un rato. El vuelo estuvo fatal. 

—Sí, acá te espero, pero, no me vayas a fallar, ¿eh?, que ya tendré lista hasta la botana. 

En ese momento, tomo mis cosas y me dirijo hacia las escaleras, cuando, una vez más, la voz de Maggie interrumpe mi ascenso. 

—¡Oye!, ya que vas para allá, ¿te molestaría arreglar la puerta del baño del piso colorado?

—Maggie —respondo en tono de queja. 

—Vamos. Tú sabes arreglarla fácil. Un favor de amigos. Aprovecha que el huésped no está. 

Suspiro. 

—Vale…

No me queda otro remedio. En verdad, Maggie es muy buena amiga, y siempre me ha dejado quedarme en los pisos de los Canarias de forma gratuita; no puedo decirle que no. 

Cansado, subo las escaleras y, antes de ir al piso de colores, paso a dejar mis cosas. La cama me tienta, me dice que me recueste un rato y luego suba a arreglar la puerta. No obstante, no caigo en la tentación. Me echo un poco de agua en la cara y voy para arriba. 

—¿Hay alguien aquí? —Toco dos veces más pero, nadie me responde. Con la llave que me dio Maggie, abro la puerta y una sonrisa se dibuja en mi rostro. 

Siempre es agradable regresar aquí, a este piso. Ver los colores, las fotos y las plantas y sentirme como en casa. 

—¿Hola? —Insisto, pero, al parecer, el piso se encuentra solo—. Vale, Pablo. Solo arregla la puerta y ya está. 

Me dirijo hacia la habitación y los recuerdos se agolpan en mi mente. Aquí, hace unos meses, yo dormía con Lila y pensaba en un futuro con ella, mientras pensaba en criar a Mena, fruto de su relación con Antonio. 

Cuántas noches no la desee. Cuantas lunas no pasé esperando el momento en que ella estuviese lista para poder iniciar una relación. Ahora siento que perdí mi tiempo. Que debí decir no e irme, porque estoy seguro de que a Théa la hubiese conocido. 

Voy hacia el baño y en unos dos movimientos destrabo la puerta para después arreglarla. Ya le he dicho a David que esa puerta debe cambiarse, porque al ser de madera, la humedad la ensancha y por eso se traba. 

Los Canarias están renuentes a que eso suceda. Al parecer, la puerta es Patrimonio de la Humanidad y se niegan a hacerlo. Ha estado ahí tantos años que no la quieren mover. Simplemente, la seguirán arreglando hasta que alguien la cambie. 

—Listo, hora de irme. 

Me pongo de pie y me aseguro que la puerta abra y cierre correctamente si trabarse . Después, salgo de la habitación y aunque sé que no hay nadie, grito: 

—¡Ya me voy! 

No hay respuesta. 

Abro la puerta del piso, y mi cuerpo recibe el peso de otro. Me hago hacia atrás, tambaleándome en mis pies, y cayendo al suelo duro de la habitación. 

Cuando me recupero, abro los ojos y un cuchillo se asoma delante de mí. De inmediato, tomo la mano que lo empuña con las manos, y evito que se me encaje en el pecho. 

—¡Qué demonios! —grito. Mientras por el cuerpo me corre la adrenalina. Momentos después, mi vista se enfoca en el rostro de la persona que me ataca y al reconocerlo no hago más que pronunciar su nombre: 

—¡Théa!, ¡soy yo, Théa!

Logró quitarle el cuchillo, y lo aviento lejos sobre el suelo de la sala. Me enderezó en un solo movimiento, y tomándola del rostro hago que me vea a los ojos. 

—Théa, soy yo, soy yo… mírame. 

Los hermosos ojos de Théa se reflejan en los míos. Un reconocimiento rápido sucede y, finalmente, ella me abraza. 

—¡Pablo!, eres tú, eres tú… —Théa me abraza con fuerza, y se suelta a llorar como niña pequeña—. Eres tú, al fin eres tú. 

5 Responses

  1. Oh por Diosssssss. Se encontraron por finnnnnn. Pobre Pablo y Thea todo lo que han sufrido. Pero por fin se vuelven a ver, ahora a ponerse al dia. Y quedue con miles de preguntas jejejeje. Maggie sabia? Por eso lo mando? Este son un par nada mas de las miles jajajaj Gracias Ana.

  2. Ya va ya va, que pasó? Necesito saber que ha pasado en esos 3 meses 😳😳😳😳 como es que Thea está ahí???? 😱

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