Théa
Lloro. Lo hago con fuerza por primera vez en todo este tiempo. Hundo mi rostro en el pecho de Pablo y me dejo ir. Todo el miedo, la incertidumbre y la soledad se van en este llanto; al fin estoy en casa. —Théa, mi Théa —me murmura Pablo, mientras acaricia mi cabello.
Sé que tiene miles de preguntas que hacer y yo tengo respuesta para todo. Sin embargo, no creo que le gusten. Lo que le puedo decir, puede arruinar la perspectiva que tiene sobre mí.
—Me tenías muy preocupado, mi amor —me murmura al oído—. ¿Dónde has estado?, ¿qué pasó contigo? Ni una pista, nada Théa. Solo me dijeron que ese hombre te llevó lejos y…
—Sé que tienes muchas preguntas, pero ahora no estoy en ánimos de responderlas, no ahora. ¿Podemos esperar hasta mañana? —le pido, mientras me separo de él.
Pablo asiente con la cabeza.
—Vamos al piso de abajo, ahí me estoy hospedando.
—Yo, hace semanas que me hospedo aquí —confieso. La mirada de Pablo muestra confusión, pero, después, asiente con la cabeza—. Juro que todo tiene un porqué, solo dame unos momentos para tranquilizarme.
—Te doy el tiempo que desees, pero, no te separes de mí —me pide.
—No, ya no… te lo juro —digo en un murmullo, para, después, fundirme entre sus brazos.
***
Por primera vez en semanas dormí. No sé si dormí mal o bien, solo que dormí y eso es lo que importa. Me desperté con los primeros rayos del sol, con Pablo a mi lado, y el ruido de la ciudad entrando por el balcón; olvidamos cerrar la ventana.
Mis ojos se siente ligeros pero mi cuerpo adolorido. Eso es consecuencia de las noches que pasé durmiendo en el suelo de un hotel barato, escondiéndome hasta estar segura de que estaba a salvo.
Me muevo un poco. Pablo me abraza más fuerte y hunde su rostro sobre mi cabello.
—Extrañaba tu olor. —Y después acaricia mi piel—. Tu piel. Te extrañaba.
Volteo mi cuerpo para quedar frente a él, y sonrío. Mi Pablo, el hombre que amo, en el que estuve pensando por tanto tiempo, al fin está aquí conmigo. Le doy un beso ligero sobre los labios. En realidad, no me siento lista para iniciar algo que lleve a sexo.
—Amor… —pronuncia, mientras sus labios están sobre los míos—. No sabes lo mucho que te extrañé.
—Y yo… No tienes idea las noches que pasé imaginándote así, a mi lado.
Nos separamos. Sus manos se quedan acariciando mi cabello.
—Ayer… el cuchillo.
—Es una larga historia —interrumpo.
—Necesito escucharla, Théa. Necesito saber por qué llevas semanas viviendo en este piso sin avisarme.
—Pablo —contesto, y trato de salir de la cama. Sin embargo, Pablo me toma del brazo y me regresa con delicadeza.
—Te lo pido. Pasé meses volviéndome loco. Necesito saber ¿cómo estás?, ¿qué pasó?, ¿seguimos huyendo de Chez?
—Está muerto. —Se me escapa, tan solo escucho su nombre.
Pablo, abre los ojos, sorprendido, debido a mi respuesta.
—¿Muerto?, ¿cómo?
Así, como si una urgencia se apoderara de mí, me levanto de la cama y me pongo el albornoz.
—No puedo, no puedo… —contesto.
Abro la puerta de la habitación y salgo hacia la sala. Creo que son apenas las seis o siete de la mañana, porque el sol aún no cubre la habitación.
—¡Théa! —Se escucha la imponente voz de Pablo. Momentos después, lo veo salir, tratando de ponerse una playera. Me toma del brazo—. Te pido… ¿Por qué te da miedo decírmelo?
Dudo un poco en contestar, pero, sé que debo hacerlo. No pasé tanto tiempo añorando ver a Pablo para, después, arruinarle todo.
—Porque me da miedo perderte —respondo.
Pablo frunce en ceño. La respuesta no le ha gustado.
—¿Por qué habrías de perderme?, ¿no hemos atravesado todo tipo de cosas juntos?
—Pero esto es diferente, Pablo —contesto—. Muy diferente. Yo… —Tengo las palabras en la boca, sin embargo, no quiero decirlas. Siento que si lo pronuncio todo se arruinará y terminaré sola y con la culpa—. Si te lo cuento y decides alejarte, lo comprenderé.
—¿Por qué habría de alejarme?
—Porque… yo maté a Chez.
El rostro de Pablo es de vil sorpresa. Abre la boca para decir algo, pero, las palabras no le salen. La noticia es impactante, pero más lo fue, vivir la escena. Sin embargo, era una cuestión de vida o muerte; era él o yo.
—Ves, por eso no te quería explicar nada, ¿por qué no pudimos dejarlo como un final y ya? —le pregunto.
—Théa… —pronuncia, apenas armando mi nombre con las sílabas.
—Iré al jardín de arriba… puedes irte cuando lo desees —hablo.
Y sin pensarlo más subo las escaleras para llegar al jardín de arriba. Como es muy temprano, el clima todavía está algo frío, así que me siento en una de las sillas y pego mis piernas a mi pecho. Hundo la cabeza entre mis piernas y de nuevo los recuerdos vienen a mí. La casa gris, las palabras y la sangre, había tanta sangre que pensé jamás se quitaría de mis manos. Lo hice porque no había escapatoria y porque era la única manera. Si no hubiese pasado eso, seguiría encerrada en ese lugar. Y pensar que ni siquiera duré un día.
—¿Théa? —Escucho la voz de Pablo, unos minutos después. Lo veo subir con dos tazas de su delicioso y famoso café, y un poco más tranquilo, se le nota en el rostro—. ¿Café?
Asiento con la cabeza. Recibo la taza con ambas manos y le doy un sorbo. Siento el café en mi garganta, en mi olfato, en el gusto, y sonrío. He llegado al paraíso.
Pablo se siente a mi lado y me ve a los ojos.
—Cuéntame.
—Pablo…
—Cuéntame. Necesito saber cómo lo hiciste. No me iré a ningún lado, porque sé que lo hiciste en defensa propia, solo quiero saber cómo. Porque si no me dices, me iré, y me alejaré de tu vida. Porque la mujer que amo, es valiente, y todo lo que hace es con una intención. Venga, dímelo.
Suspiro. Al parecer, escribirlo en un diario no será suficiente para sacarlo de mi sistema, así que debo decírselo porque él tiene derecho a saberlo. Después de todo, ha estado conmigo desde el día uno.
—Bien… te lo contaré.
Dejo el café al lado, y tomo sus manos. Después de un suspiro, comienzo:
El relato de Théa. (El día que se llevaron a Mena)
Chez me jaló con fuerza hasta el auto, y me aventó dentro como si fuese un mueble, o algo que no se puede lastimar. Me pegué la cabeza con la otra puerta, y perdí el conocimiento. Volví a despertar justo cuando me sacaban del vagón del tren para llevarme a un auto.
—¡Vamos, querida!, que perderemos el avión —me dijo Chez, mientras me abrazaba para evitar que me cayera al caminar y así fingía que veníamos juntos.
—¡Suéltame! —forcejé con él, tratando de zafarme.
Él me apretó a su cuerpo, casi sofocándome para que no pudiese hablar o moverme.
—Más te vale que hagas esto rápido, Théa. Recuerda que en este momento te están buscando por secuestro, así que no te conviene llamar la atención de la policía, ¿cierto?
—¡Yo no secuestré a nadie! —dije entre dientes.
—Eso no es lo que piensan los Canarias. ¿Sabes el problema en el que te van a meter?, ¿sabes lo que te harán por llevarte a la niña?
—Prefiero ir a la cárcel que ir contigo. —Traté de zafarme de su cuerpo, pero él me tomó con más fuerza.
—Tú vas conmigo. Así que mejor pórtate bien, querida, si no quieres que haya un problema.
Chez, literal me arrastró por el camino hasta subirme al auto. Esta vez, lo hice yo, no quería darme otro golpe y despertarme en un lugar que no conociera. Mientras íbamos al aeropuerto, me percaté que estábamos ya, lejos de Madrid. Estábamos en el norte de España, exactamente en la frontera con Francia; íbamos a salir del país.
Me fui en silencio el resto del viaje, y Alerta de lo que ese hombre podría hacer. Chez era impredecible, y no quería que me tomara con la guardia baja. Unos minutos después, llegamos a una pista de aterrizaje privada. Él me sacó a rastras del auto y me subió al avión que nos esperaba, listos para despegar.
—¡Súbete! —me gritó, mientras yo me cogía del barandal de la escalera para evitar entrar—. ¡Súbete!
—¡Ayuda! — grité, pero nadie de la tripulación se tomó la molestia de ayudarme.
Vi a la sobrecargo a los ojos y ella simplemente ignoró mi mirada. Ahí supe que me encontraba sola, y que no importaba cuánto gritara o luchara, nadie se apiadara de mí.
—¡Qué te subas, te digo!
La fuerza de Chez fue tanta, que terminé en el suelo del avión. Apenas y pude meter las manos para evitar pegarme en el rostro.
—¡Qué avances!
Chez comenzó a patearme, y yo me encogí para evitar que me lastimara. Jamás en mi vida había sentido tanto dolor y desesperación, sobre todo porque todos miraban y nadie hacía nada, a todos les parecía normal este comportamiento.
—¡Ya! —grité—. ¡Basta!
Chez dejó de patearme y cuando sentí que el peligro había pasado, me enderecé como pude y me senté en uno de los tantos asientos. Para mi fortuna, él se sentó en otro lado y me dejó en paz parte del vuelo. Hasta que unas horas después, ya en el aire, regresó a sentarse junto a mí.
Yo me moría de sueño. Los ojos se me cerraban, pero me negaba a dormir. Estaba indefensa y sin ayuda a miles de pies de altura, así que ese hombre podría hacer lo que se le pegara la gana.
—Théa, Théa, Théa —pronunció mi nombre tres veces—. Lo siento si me desesperé un poco hace horas, pero, me enoja mucho que no me hagan caso.
Yo no respondí, simplemente lo vi a los ojos y me quedé analizando su horrible rostro. No sé cuántos años tenía Chez, pero sí supe que era un hombre lleno de cicatrices de todas las atrocidades que había hecho.
—¿Qué no me responderás?, quiero decirte que pasaremos mucho tiempo juntos, y más te vale que comiences a hablarme. Porque, tan solo me llegue la anulación del matrimonio con Atenea, tú y yo al fin nos casaremos.
Escuchaba sus palabras, pero no lo creía. No podía creer que había esquivado tantas balas para, al fin, recibir una. Solo podía pensar si había encontrado a la niña a tiempo, y si en algún punto, volvería a encontrarme contigo [Pablo]. Después de tanto luchar, al fin, había caído en sus manos.
—¿Qué garantía soy? —pregunté.
—¿Cómo dices?
—Cassandra, ella me dijo que soy garantía de algo que Karagiannis te debe, ¿qué es lo que te debe?
—Su imperio… —habló sin escrúpulos—. Karagiannis fue quien es gracias a mí. Él me debe su imperio y yo solo le pedí algo a cambio, a ti. Por eso cuando el estúpido de Antonio de Marruecos te quitó mi lado, morí de celos. A mí me gustas desde que eras pequeña.
—Qué asco —murmuré.
—Cuando se conoce al verdadero amor, este no tiene edad. Además, valió la pena esperar tanto. Karagiannis está en la cárcel, De Marruecos se divorció de ti y, al fin, te alejé de aquel noviecito que tanto te protegía. —Se rió—. Pensó que podría vencerme, pero, tenía que ser paciente.
—Entonces, ¿me estás diciendo que este es el final? —pregunté.
—Así es… el final para lo que no debió pasar y el principio para nosotros. ¡Ay, Théa!, si supieras los planes que tengo para nosotros. Una bonita casa, hijos, muchos años juntos. Todo lo que no le di a Atenea porque no era la indicada.
Entonces, así es. Así es como mi vida termina. Siendo prisionera de un hombre cruel y vil. ¿Qué fue lo que hice para merecer esto?
Chez se acerca a mí y me toma de las manos. Yo trato de alejarlas, pero, él me aprieta con fuerza, al grado que me lastima.
—No te preocupes, Théa. Tú serás la princesa de mi castillo. Serás mi obsesión, la única persona a la que amaré hasta morir. Serás tú todo, ¿entiendes?, TODO. —Remarcó las últimas palabras—. Ahora, duerme. Que el viaje será largo.
—¿A dónde vamos? —inquirí.
—Vamos a un lugar muy bonito. A mi hogar —respondió, para luego ponerse de pie y alejarse de mí.
¿Hogar?, ¿qué hogar? Chez, ¿tiene un hogar?
***
Ocho horas después aterrizamos en San Petersburgo. Lo supe porque el piloto lo anunció. Estaba increíblemente lejos de España, en un lugar donde no hablaba en idioma y no sabía dónde iba. La puerta del avión se abrió, y yo bajé apretando el abrigo a mi cuerpo. Una camioneta nos esperaba en la pista, lista para llevarnos a la casa de Chez.
Él me tomó del brazo y me jaloneó hasta la camioneta. Volví a subirme por mi voluntad para no recibir otro golpe que me hiciera perder el conocimiento. Necesitaba ver dónde estaba y lo más importante, qué camino tomar para poder escapar.
Los seguros de la camioneta se pusieron y, después, arrancó. La radio sonaba a todo volumen, y el chofer, nos ignoraba. Chez leía las noticias en su móvil, yo venía atenta a la ventana, tratando de recordar detalles del lugar.
—Encontraron a la niña —mencionó, llamando mi atención.
—¿De verdad? —pregunté, bastante interesada.
—Cogieron a Cassandra, Atenea y a la hermana de Antonio. ¡Si serán estúpidas! —expresó—. Ves, ¿cómo te convino venirte conmigo? —me preguntó—. Yo solo quiero protegerte Théa, pero, tú no te dejas. Conmigo estarás a salvo siempre, ¿me escuchas?, siempre.
Lo dudo.
Tomé un suspiro.
—Gracias —dije, sorprendiendo a Chez—. Gracias por no dejar que me atraparan.
—Un placer… Théa —pronunció con ese acento que me desesperaba.
Una hora después, al fin, llegamos a la casa de Chez que, literal, era un castillo. Era viejo y se notaba descuidado, pero grande y aún se veía fuerte. Tenía un amplio jardín. Las ventanas se encontraban cerradas y los balcones llenos de plantas. Todo parecía una trampa desde lejos.
Comprobé que era un lugar gris y triste cuando entramos. Él me lo presentó con orgullo y yo, sentí que me moría de frío y de tristeza.
—Aquí viviremos por un tiempo, mi princesa. Después, cuando las cosas se tranquilicen, nos iremos a Grecia o a Nueva York, dónde tú lo desees.
—¿Nueva York?, ¿en verdad me puede llevar a Nueva York? —pregunté, en tono de ilusión.
Chez sonrío.
—Claro. Dónde tú lo desees… ¿Quieres ver nuestra habitación?
—Sí, me encantaría —respondí.
Dejé que Chez me tomara de la cintura, y ambos subimos hacia la habitación. Veía como el personal nos observaba detrás de las puertas y, en ese instante, supe que no era la única que le tenía miedo; todos le temían.
Subimos las escaleras, y él me dirigió personalmente hacia el lugar donde sería nuestro lecho. Una habitación grande y gris, con las ventanas cerradas y las cortinas corridas. El suelo era de madera, así que crujía con cada paso que dábamos, lo que hacía imposible escapar por la noche.
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—Diferente —dije, mientras analizaba la habitación palmo por palmo.
—Sé que no es como lo esperabas, pero, ya te dije que podrá mejorar.
¿Mejorar, qué podría mejorar?, pensé.
—Supongo que sí. —Salió de mis labios.
—Théa… ¿A qué se debe ese cambio de actitud? —me preguntó, acercándose a mí y poniendo sus manos sobre mi cintura.
Mi cuerpo trató de repelerlo, pero lo obligué a que no lo hiciera.
—Pues… que me he dado cuenta de que no debo luchar contra ti. —Mentí—. Tantas veces te he evitado y, al final, siempre termino contigo. Así que creo que es el destino quien nos ha unido, ¿no crees?
Chez sonrió. Las palabras que le dije le encantaron.
—¿Ves?, ¿ves como es así de simple? —me contestó—. Te dije que era imposible huir de mí.
—Ahora lo comprendo —respondí, alejándome de él—. Meto las manos en los bolsillos del abrigo, y trato de quitarme el asco estirando las manos—. Supongo que con un poco de decoración, este podrá ser un hogar.
—Claro que sí —me dijo. Chez vuelve a acercarse a mí y me da un beso sobre el cuello, en la parte de atrás—. Esa noche, serás mía. Serás mi mujer —murmuró—. ¿Tienes hambre?
—No. Pero quisiera quedarme sola para darme una ducha. No quiero que la pases mal con mi olor.
Chez se rió.
—Hueles a rosas, Théa. Pero bueno, te dejaré darte una ducha. ¿Puedo quedarme?
—No —le prohibí—. Quiero que todo sea sorpresa.
—Bien. Hay ropa para ti en el closet. Ponte algo cómodo, nada apretado. No quiero tardarme desnudándote.
Chez me dio una palmada en uno de mis glúteos, y sentí unas ganas tremendas de vomitar, pero me aguanté. Tenía un plan, no podía arruinarlo, y si eso significaba aguantar sus sucias manos sobre mi cuerpo, lo haría. En cuanto salió de la habitación, corrí al baño y vomité. Me sentía mal. Me dolía la cabeza y tenía un morado en la frente. Sin embargo, sabía que tenía que resistir. Era él o yo, y esta vez, sería él. Hoy no sería yo.
Fui al clóset a ver la ropa y encontré algunas prendas que me podían servir. Tomé una de las fundas de la almohada y metí dentro lo que más me convenía. Escondí todo en el mismo armario y saqué una bata sencilla que se amoldaba bien a mi cuerpo. Me di una ducha rápida, me quité el sudor y la tierra, limpié la sangre. Me lavé el cabello y lo recogí en un peinado alto; quería evitar a toda costa que Chez me tomara del pelo si algo salía mal. Después arreglé la cama. La puse a mi disposición, acomodando las almohadas y todo lo demás. Si él iba a hacer esto, sería a mi manera. No dejaría que otra vez influyera en mis planes.
Al cabo de un tiempo, escuché un golpe en la puerta y Chez entró sin camisa, con un pantalón de pijama ligero. Solo ver su cuerpo desnudo me hizo arquear de asco, pero lo disimulé. Confieso que también me llené de miedo, solo de pensar que este hombre estaría encima de mí una vez más.
—Vengo por mi recompensa por salvarte —me dijo. Caminando hacia mí y tomándome de la cintura para llevarme hacia la cama.
—Espera, espera… —le rogué, porque eso se salía del plan que tenía.
—No, no puedo esperar —habló sobre mi cuello.
Momentos después, caí sobre el colchón. Chez comenzó a subir el camisón y llegó hasta mi braga. Yo trataba de decirle que me esperara, que le tenía una sorpresa, pero, no me escuchó. Ahora me encontraba atrapada entre su cuerpo y la cama, y no podía moverme.
—Chez… ¡Basta! —le pedí.
—¿Crees que soy un tonto?, ¿crees que no sé qué tramas algo? Ese cambio de actitud que te lo crea otra persona, porque yo no.
—¡Basta! —pedí, mientras trataba de quitarlo de encima.
—Sé que no te gusta estar aquí, Théa. Pero así son las cosas. Eres mía desde el inicio y siempre lo serás. Estarás conmigo hasta el día que yo me muera, y si es posible, te llevaré conmigo hasta en la muerte.
—¡Quítate! —le grité.
Dejé de forcejar con él, y le permití tener acceso a mi cuerpo. Estiré la mano, tratando de alcanzarlo, pero, no puede. Estaba demasiado lejos. Si no lo lograba, Chez volvería a abusar de mí, y lo poco que me queda de autoestima y voluntad, se hundiría.
—Eres mía, solo mía… —pronunció.
Sus manos habían logrado quitarme la braga y pude sentir su miembro entre mis piernas. Las cerré con fuerza, mientras mi mano trataba de alcanzarlo. Chez, con fuerza, las separó, lastimándome un poco, pero, gracias a ese movimiento, logré estirarme y tomarlo.
—¡No soy de nadie!, ¿entiendes?, ¡de NADIE!
Así, con la fuerza que sobraba en el cuerpo, lo entierré. Entierré el cuchillo en su cuello, haciendo que la sangre chorreara a borbotones. Los ojos de Chez se abrieron al sentir el cuchillo, ese que me guardé en el abrigo hace unas horas, y que ha sido el arma de mi libración.
Trató de decirme algo, pero, no pudo. La sangre salía con cada movimiento que hacía. Yo saqué el cuchillo de la garganta, y se lo enterré entre las piernas.
—¡Muere de una vez!, ¡MUÉRETE! — grité.
Chez se dobló del dolor. Le di una patada en el estómago y lo tiré sobre el suelo. Me puse de pie, saqué el cuchillo de la entre pierna y se lo mostré.
—El día que abusaste por primera vez de mí, me hice una promesa, y cómo ves, soy una mujer de palabra. Prometí que te mataría con mis propias manos y ahora, aquí está.
Chez lanzó un grito de enojo. Sus manos estaban llenas de sangre, porque trató de cubrir la herida del cuello con ambas.
—Esta vez, me aseguraré de que mueras. —Y sin nada más, tomé el cuchillo y se lo enterré en el pecho, enterrándolo con fuerza.
Chez abrió los ojos, y claramente pude ver como la luz desparació.
—¡Muérete! —le grité, mientras mis manos apretaban el mango con fuerza.
En ese instante, todo lo que pasé gracias a él se vino a mi mente: el acoso, las amenazas, el abuso. La golpiza que te dio [Pablo], todo, absolutamente todo.
Chez dio su último aliento. Lo escuché claro. Aun así, me quedé un momento asegurándome de que no volviera a hablar o respirar.
La puerta de la habitación se abrió, y al fijar mi mirada en el umbral, vi a una de las mujeres del servicio viendo la escena. Así que saqué el cuchillo, y lo puse cerca de mi muñeca; estaba dispuesta a morir ahí también.
—¡No! —gritó—. No, no…—Trataba de decirme algo.
Corrió hacia afuera, y yo me puse de pie. Traía el camisón lleno de sangre, y las manos también. No podría fingir que yo lo había hecho.
Ella regresó con más personal. Ninguno se impactó por la escena. Simplemente, entraron y el chofer, se aseguró de que estuviera muerto.
—¿Qué, qué pasa? —pregunté.
La mujer que me descubrió, me quitó el cuchillo de la mano y lo tiró al lado. Después me empujó al baño y me indicó que me duchara.
—¿Qué es lo que pasa?
—Ducha… —pronunció en un español amortajado—. Ducha. Ropa. Dar ropa.
Me quité el camisón y se lo di. Ella me abrió la llave de la ducha y me pidió que entrara. No sabía que pasaba, ni de qué se trataba, pero sabía que sí tenía que hacer lo que ella me pedía.
Así, me di una ducha, me quité la sangre y el sudor. Y después me vestí con la ropa que había seleccionado para irme de aquí.
Cuando salí a la habitación, Chez seguía recostado sobre el suelo. Con los ojos abiertos y en la misma posición en que lo había dejado. La mujer que me había metido al baño, me pidió que saliera. Tomé la ropa que había escondido en el clóset y salí de la habitación.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté.
No me dijeron ni una palabra, no podían comunicarse conmigo, simplemente, me pidieron que bajara las escaleras, y me dirigiera a la entrada. El chofer, el que me trajo, me esperaba en la puerta.
—¿Qué pasa? —insistí—, ¿me llevarán a la cárcel?
El chofer negó con la cabeza.
—Nosotros no sabemos nada, si usted se va —habló—. Nosotros no vimos nada. Solo váyase, señorita, nosotros nos encargamos de todo.
—Pero…
—Solo váyase.
Y en ese instante, supe que era libre… Había cumplido mi promesa, pero jamás pensé en la carga mental que eso me traería. La Théa que había entrado a ese lugar ya no existía. Ahora salía una Théa libre, pero, ¿a qué costo? Sin embargo, debo confesar, no me arrepiento ni un solo día de lo que hice.
La sensación de libertad era abrumadora, una mezcla de alivio y tristeza que me atravesaba el pecho. Había enfrentado mis peores miedos, soportado el asco y el dolor, todo por un propósito que aún no entendía del todo. El precio había sido alto, más alto de lo que jamás podría haber imaginado.
😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱😱 Diossssss, si un precio muy alto pero que lo vale todo. No me imagino las noches que paso, la angustia, el temor de saber que iba a ser descubierta, pero ese tipo fue tan perverso que hasta sus empleados añoraban su muerte. Que alivio, y ahora por fin ya se encontro con Pablo, a sanar y vivir su amor por fin libres. Gracias Ana. Gracias.
Que asco lo que tuvo que aguantar Théa, pero que valiente fue para liberarse
Wow!!!!
Sin duda alguna thea a sido una gran guerrera, eso que paso a sido un gran shock para su vida, no sera facil pero se que con ayuda de Pablo de su amor, paciencia lo lograra…..y menos.mal que los.empleados de chez la ayudaron tambien, me.imagino que estaban ansiosos por que alguien acabara con el de una buena vez, su libertad es un echo pero la ata ese acto fuerte que tuvo.qu hacer. Eres grandiosa Ana.
Felicidades!!!! Y esperamos con ansias el libro de ellos. Porque merecen tener felicidad
Hay yo se que lo aras empleado también querían muerto al cucaracho o eran enemigos de el
Ohhh que gran sorpresa al fin se encontraron…muchos cosas por saber….jiji…Que bueno que al fin ese desgranando de Chez está muerto se lo merecía…al fin libre Thea…aunque lleve esa muerte en su conciencia.. pero se lo merecía por todo lo malo que te hizo…Pablo te ayudará a sanar y olvidar y este secreto estar a muy bien guardado…..Con ganas de saber más jiji
OMG!!!! 😱😱😱😱😱 Que valiente resultó Thea, se armó de mucho valor para poder ser libre 💪🏻💪🏻💪🏻💪🏻💪🏻
Thea guerrera y media que merece la vida de ensueño que siempre anheló tener. Al fin juntos van a romperla mis niños, se merecen ser los protagonistas de su vida, no más actores secundarios.
Felicidades Ana superaste todo los escenarios posibles para que Pablo y Thea subieran su reencuentro y l final ser libres