TAZARTE 

Abro los ojos al sentir la luz de sol cubriendo mi cuerpo. Siento dolor en cada músculo de mi cuerpo por haberme quedado dormido en una posición bastante incómoda. El móvil sigue en mi mano, se encuentra completamente descargado, porque me quedé esperando la respuesta del último mensaje que le envié a Daniel. 

«Hola, Daniel. Sé que es algo tarde, pero, ¿gustas conversar?»

Con cuidado me pongo de pie, y me estiro lentamente. Mi cuerpo reaccionar y de pronto siento cómo todos los nudos desaparecen. Conecto al móvil a la corriente para después ver mi reloj de pulsera, marca las nueve de la mañana, pero hoy, no tengo nada que hacer. 

Hoy no hay conciertos que preparar, ni juntas a las que asistir. No hay prácticas de cuartetos, ni arreglos por hacer, simplemente soy yo, en un hotel elegante, con una decisión que tomar… antes de que den las cuatro de la tarde. 

¡Bing! 

Escucho sobre la mesa de noche, y noto que el móvil se ha encendido y que varios mensajes han llegado. Noto que todos son de Daniel. 

«Hola, lo siento. No te contesté porque pasó algo en mi piso y tuve que arreglarlo. Fue un incendio».

—¿Un incendio? —pregunto en voz alta. 

«No fue tan grave. Digo, si hubo un incendio, pero no fue grave, no vinieron los bomberos y eso. Aunque sí sonó la alarma».

«Es que se me quemó una tortilla».

«¿Sabes lo que es una tortilla?».

«No es como las tortillas de acá, las de patatas. Es una tortilla de harina, ¿las conoces? Son del norte de México, me iba a hacer una quesadilla».

«Probablemente, no sepas que es una quesadilla».

«Me acabo de dar cuenta que son las cuatro de la mañana y yo contestando».

«Es que me levanté para ir al gimnasio. A mi primo le gusta ir muy temprano para poder usar los aparatos, tú sabes de eso, ¿no?».

«Lo siento. Es muy tarde, o muy temprano. Todo depende de cómo consideras las cuatro de la mañana. En fin. Lo siento. Bye».

«¡Ah, sí! Contestando tu pregunta, si me gustaría platicar. Excepto que ya no quieras tú. Bueno, ahora sí, bye».

Sonrío. 

—Eres un hombre bastante nervioso, ya vi —digo en voz alta. 

¿Qué le vas a contestar? 

—No sé si le vaya a contestar. 

Espera, ¿te quedaste dormido con el móvil en la mano, esperando una respuesta y ahora no le vas a contestar? 

—¿Podrías callarte? 

No lo sé, ¿puedes callarte?, pienso. 

Escucho que alguien está tocando la puerta de la habitación. 

Contéstale. Podría ser un “no te preocupes, entiendo” o, “conozco las tortillas, viajé a México en un concierto” o… 

—O, ¿qué te parece si guardas silencio? —hablo, mientras voy hacia la puerta. 

Cállame. 

Abro la puerta. 

—De verdad eres molesto —me reclamo. 

—Lo siento. No era mi intención molestarle, maestro Tazarte.  

Me quedo en silencio y mi rostro se enrojece al notar que Daniel está frente a mí con un rostro de genuina preocupación. Lo observo de los pies a la cabeza. Trae un traje azul marino, hecho a la medida, con una camisa blanca y el cuello desabrochado por dos botones. Unas gafas de sol, le da estilo al conjunto. 

—¿Qué?, no, no, no… yo no hablaba de ti. 

—¿Seguro?, porque me lo merezco por lo que te hice ayer. No era mi intención. 

—¿Lo de ayer? 

¿Sabe lo del móvil?, ¡Sabe lo del móvil! Nos descubrió, ¿debería preocuparme? Le dije a la rubia que me da miedo que no era buena idea. 

—No pasa nada. A veces uno no responde por estar ocupado. 

—¿Cómo? —pregunta Daniel. 

Es oficial, eres un tonto. 

—¿De qué hablas tú? 

—De cómo te respondí cuando me preguntaste sobre la ansiedad. No era mi intención. Por eso venía a disculparme. 

—¡Ah!, claro… sobre eso… 

Salvados, Tazarte. 

—¿Cómo supiste que estaba aquí?, ¿te dijo Jo? —inquiero. 

—¿Mi prima?, ¿por qué habría de decirme? —me pregunta, algo sorprendido. 

No la cagues. 

—Es que le conté ayer que me quedaba aquí. 

—¡Ah!, no. Yo le pregunté a mi tía. Ella me dijo que te hospedabas aquí. En fin. Quisiera invitarte a desayunar, si lo deseas. Como un pacto de paz. Puede ser fuera o en el restaurante del hotel. ¿Qué dices? 

¡Dile que sí! 

—Sí, claro. Solo déjame vestirme. 

Daniel me observa por primera vez y nota que estoy vestido con la ropa de ayer, o no sé si él lo recuerda. 

—Sí, te espero en el restaurante de abajo. Debo hacer unas llamadas. 

—Excelente. 

—Bien —contesta y ambos nos quedamos mirando el uno al otro. 

Por un instante el silencio se vuelve incómodo. 

—¿Puedo cerrar la puerta? —pregunto. 

—¡Ah, sí! Claro, claro… yo bajo —responde, para después darse la vuelta y comenzar a recorrer el pasillo. 

¿Destino, quizás? 

—Solo guarda silencio. —Y cierro la puerta. 

^^**

Las puertas del elevador se abren, y la joven de la recepción me da una amplia sonrisa. 

—Señor, Tazarte. El señor Ruiz de Con le espera en el restaurante de la piscina. 

Solo Daniel, se llama solo Daniel. 

—Gracias —le digo, para tomar rumbo hacia el lugar donde ayer me vi con Jo. 

Camino atravesando un corredor con locales de ropa, giro a la derecha para salir al hermoso y amplio jardín del hotel, que parece un palacio marroquí. A unos cuantos pasos, puedo ver a Daniel, sentado en una de las mesas, con el móvil en la mano y escribiendo. 

¿Será que le escribe a Bart?, dime que dejaste el móvil en la habitación. 

—Lo hice. Ahora guarda silencio —callo mi mente. 

Camino hacia Daniel, y cuando me acerco noto que está enviando un mensaje en la app de citas, y no a Bart. Supongo que para contestarlo necesitaría obtener una respuesta. 

—Lo siento si tardé —le hablo. 

Él deja el móvil al lado y se pone de pie. 

—No, para nada. Me vi en la libertad de pedirnos café, maestro Tazarte —me contesta. 

—Dime Tazarte. 

Daniel espera a que me siente en la silla frente a él, y luego se sienta él atrás de mí. Quedamos viéndonos a los ojos, y él me sonríe. Ya no trae las gafas de sol, ahora, ha usado unas gafas para ver con el vidrio más grueso que he visto en mi vida. De pronto, el toma el menú y lo pone frente a su rostro tapando la visión. 

Creo que alguien está nervioso. 

—Dime, ¿cuál es la especialidad de aquí? — le pregunto. 

—No lo sé. —Daniel baja el menú—. Si te soy honesto jamás como aquí. Así que pediré lo que tú pidas. 

Sonrío levemente. 

—¿Qué te parece algo básico y de ahí partimos? —le sugiero. 

—Bien. 

El tiempo es perfecto, porque el mesero se acarca para tomar la orden. 

—Un desayuno continental, por favor —ordeno, y él asiente con la cabeza. 

De nuevo llega el silencio incómodo. Uno que no soporto. Por eso soy músico, porque no me gustan mucho los silencios. 

—Ta…

—Da…

Hablamos los dos al mismo tiempo. 

—No, primero tú —me pide. 

—No, mejor tú. Digo, has venido hasta acá para decirme algo.

—Sí, sí claro —admite. Daniel se acomoda en la silla y después de ordenar las ideas, me dice—: ayer no fue mi intención hablarte así. Yo, vengo superando algunos problemas y mi ansiedad siempre está presente. Y la respuesta es sí, tengo ataques de pánico y ansiedad. Ya no son tan constantes pero siguen presentes y ya los estoy tratando con la psicóloga. Eso debí decirte ayer. 

—Lo siento, también fue mi culpa por entrometerme. No debí preguntar. 

—No, no, está bien. No es que sean las claves secretas de los archivos del conglomerado —bromea. 

Ambos reímos levemente. 

—Así que, te debo una disculpa. Además, sé que te ofrecieron el trabajo en la orquesta juvenil y… 

—¿Cómo lo sabes? 

Daniel sonríe. 

—En mi familia todo se sabe. Puede que cada quien viva en un país o en una casa diferente, pero nos enteramos de todo. Somos una familia muy comunicativa. 

—¿Eso es verdad? 

—Sí. 

¿Crees que Jo le cuente a alguien sobre esto?, ¿crees que deberíamos preguntarle? 

— Se cuentan todo —insisto. 

—Bueno, lo que quieren contar. Evidentemente, guardamos secretos, pero, hay cosas que simplemente se saben. 

Daniel toma un sorbo de café. 

—Cuéntame sobre tu familia. ¿Son muchos?

—¡Creo que somos la mitad de la población de Madrid! —bromea—. Bueno, ahora nos contamos por apellidos y por especialidades. Nos agrupamos en pequeños campos semánticos para que las personas nos conozcan. 

—A ver… dime. 

—Bueno, están los Carter Ruiz de Con, la familia de mi tía Julie. Son los deportistas y competitivos. Los que saben de negocios y contactos. Jo y Jon saben cosas, no preguntes cómo. 

—Vale. 

—Luego están los Canarias Ruiz de Con, conformados por mi tía Luz, mi tío David y sus hijos, Sila, Alegra, Lila y David Tristán. Casi todos ya tienen sus familias y sus hijos, pero no entraré en detalles. 

—Espera, ¿Canarias Ruiz de Con y tú eres Ruiz de Con Canarias? 

—Mi padre es hermano de mi tía Luz, mi tía Luz se casó con mi tío David, que es hermano de mi madre, Ainhoa. 

—¡Guau! 

—Sí, imagínate a todos en la misma escuela, era un caos. En fin. Hay dos pediatras, dos fotógrafas, una diseñadora y David. 

—¿Y David? —pregunto, riéndome un poco. 

—Mi primo. Apenas va encontrando su camino. Prueba de todo y va descartando lo que no le gusta. Es libre, muy libre. A veces envidio su libertad. —Daniel se pone un poco reflexivo y melancólico—. En fin, ahora está estudiando cooperación internacional y desarrollo, y le va bien. Aunque de pequeño quería ser futbolista. 

—Vale… y tu familia. 

—Artes y cultura. El único diferente soy yo, economía. Y no solo soy diferente en la carrera, sino también en otras cosas. En fin. 

Noto el tono melancólico en su voz. Supongo que esa palabra “diferente”, funciona en su caso en muchos niveles. El resto del desayuno llega, y ambos comenzamos a comer. 

—Dices que eres diferente, porque tu familia es cultural y artística, pero, tú no eres tan diferente a ellos. 

Daniel sonríe, pero esta vez de lado, lo que lo hace ver algo sexi.

—¿De verdad?, ilústrame. 

—Pues, hay una conexión profunda entre la música y las matemáticas. Es como si ambos fueran lenguajes diferentes que hablan sobre las mismas verdades fundamentales del universo.

—Sé lo de los lenguajes, pero, ¿cómo ves esa conexión?

Me quedo pensativo, ordenando mis palabras. 

—Pues, por ejemplo, la serie armónica. Es una secuencia matemática, ¿verdad? Divides una constante por números naturales consecutivos: 1, 1/2, 1/3, 1/4… y así sucesivamente. En música, esta serie se manifiesta de manera fascinante.

—¿También sabes de matemáticas? 

—Solo un poco, no tanto. 

—Pues para saber poco, sabes lo que se necesita para impresionar. Dime, ¿cómo se manifiesta?

—Bueno, cuando una cuerda vibra, no solo vibra en su longitud completa. También lo hace en fracciones de su longitud, como 1/2, 1/3, 1/4, y así. Cada una de estas fracciones produce armónicos, que son múltiplos de la frecuencia fundamental. Es fundamental para la afinación. Por ejemplo, en la afinación justa, los intervalos se basan en estas fracciones simples. La octava tiene una relación de frecuencia de 2:1, la quinta justa es 3:2, y la cuarta justa es 4:3. Estas relaciones son precisas matemáticamente y también suenan muy naturales y agradables al oído.

Daniel sonríe, al parecer está asombrado. 

—¡Qué interesante! ¿Esto se aplica en algo más? 

Sonrío. 

—Claro, de muchas maneras. La construcción de escalas, por ejemplo, se basa en estas proporciones. La escala diatónica, que usamos mucho en la música occidental, se puede derivar de estas relaciones armónicas. Además, cuando afinamos instrumentos, utilizamos estas relaciones para asegurarnos de que las notas suenen en armonía.

—Es asombroso cómo algo tan abstracto como las matemáticas puede tener un impacto tan directo en algo tan emocional como la música. En economía, también utilizamos matemáticas para entender comportamientos y predecir tendencias, pero me parece que la música tiene una forma más poética de aplicar estos conceptos.

—Así es. La música y las matemáticas nos muestran que el orden y la belleza están entrelazados. Los compositores a menudo usan estas relaciones matemáticas para crear obras que no solo sonoras, sino que resuenan con una armonía inherente que parece hablar directamente al alma —finalizo. 

Daniel me sonríe. 

—Esto me hace pensar en el coste de oportunidad en economía. Cuando elegimos una cosa, renunciamos a otra. Quizás en la música, como en la vida, es un movimiento constante entre posibilidades, donde las matemáticas nos ayudan a encontrar el equilibrio perfecto.

—Posiblemente. Ves, ¿cómo no eres tan diferente? —le digo, y él alza las cejas y se muerde el labio. 

—Es la primera vez que alguien me lo dice así. 

—Me alegra. 

Ambos nos miramos a los ojos y puedo ver una chispa de alegría en sus ojos. Lo observo detenidamente. Daniel definitivamente es guapísimo, pero noto que trae cargando algo que no lo deja continuar. Mi curiosidad quiere averiguar qué, pero sé, que para eso, debo ganármelo, ¿seré capaz de hacerlo? 

—Daniel, ¿dime por qué debo quedarme con el trabajo que me ofrece la fundación? —le pregunto. 

Él se sorprende un poco. 

—¿Quieres que yo te diga? —pregunta, para después tomar un sorbo de café. 

—Sí. El presidente ya hizo su parte de convencimiento, mis padres, la suya, y yo quiero que tú me digas, el porqué debo quedarme. 

Esa es una pregunta muy personal, ¿qué pretendes con eso? 

—Bueno… me has tomado por sorpresa, pero, te puedo decir lo siguiente. Mi abuela trabajó toda su vida para llevar la cultura y las artes a los lugares donde les decían que no era posible, donde no les dejaban soñar con tener un futuro en la música, en la danza, en la pintura. Ella creía fervientemente en el poder transformador de las artes. Solía decir que la cultura no es solo un lujo, sino una necesidad, una herramienta esencial para el desarrollo humano.

»Recuerdo cómo dedicaba horas y horas, organizando eventos, talleres y clases en comunidades olvidadas. Lugares donde los niños nunca habían visto un violín o un lienzo en blanco. Ella les daba las herramientas para explorar sus mentes, para descubrir nuevos talentos. No solo les enseñaba técnicas, sino que les inspiraba a creer en sí mismos, a ver más allá de sus circunstancias y a visualizar un futuro donde podían ser quienes quisieran ser.

»Muchos de esos niños, gracias a ella, se encuentran ahora como músicos profesionales, bailarines, y artistas reconocidos. Ella les mostró que el arte no es solo para unos pocos, sino para todos. Les dio la oportunidad de soñar y de transformar esos sueños en realidad.

»Mi abuela creía tanto en esto que su misma hija, mi madre, se unió a su proyecto desde muy joven. Y su nieto, también formó parte de esa misión. Por mi parte, crecí viendo cómo el arte podía cambiar vidas, cómo podía abrir puertas y crear oportunidades donde antes solo había paredes.

»Piensa que, si tomas el trabajo, estarás continuando con esa misión, de permitirles a esos niños y esas niñas soñar con la música, saber que tienen un futuro en esto. Estarás dando continuidad a un legado de esperanza y de posibilidades infinitas. Estarás diciéndoles que pueden ser grandes, que su talento importa, y que sus sueños son válidos y alcanzables.

»Supongo que tú también lo viviste de alguna manera, ¿no? Alguien creyó en ti, te dio una oportunidad, te mostró que podías soñar con un futuro en la música. Ahora, tienes la oportunidad de ser ese alguien para ellos. De continuar una obra que no solo cambia vidas, sino que enriquece nuestra sociedad en su conjunto. Estarás sembrando semillas que florecerán en formas que quizás ni siquiera podemos imaginar ahora.

Sonrío. No cabe duda que Daniel es torpe al escribir, pero al hablar, no cabe duda que transmite emociones. 

—Bueno, pues no venías preparado, pero, si dijiste lo que se necesitaba para impresionar y convencerme. 

—¿De verdad? —pregunta, algo inseguro. 

—Sí. Así que aceptaré el trabajo, y me quedaré en Madrid. 

—Pues, me alegro. De verdad me alegro por esto. Supongo, entonces, que nos veremos por aquí. Digo, porque si trabajas para la fundación, estaré por ahí y… 

—Nos veremos —afirmo, con una sonrisa. 

¿Lo dices porque trabajarás con ellos o porque quieres ver a Daniel? 

El móvil de Daniel suena, y él, al ver la pantalla, suspira. 

—Bueno, no es que quiera dejarte, pero, debo ir al Conglomerado. Tengo una junta. 

—No te preocupes. Yo también tengo cosas que hacer y debo ir más tarde a la fundación —respondo. 

Daniel se pone de pie, y se pone el saco azul. 

—Espero hayas disfrutado el desayuno y de nuevo, una disculpa. Espero que esto no haga un precedente. Prometo que no soy así. 

Sonrío. 

—Tranquilo, todos tenemos días buenos o malos. Gracias, disfruté el desayuno. 

Daniel me da la mano y ambos nos damos un apretón de manos. De nuevo nuestras miradas se cruzan y nos quedamos en silencio. 

—Bueno, hasta luego, solo Daniel —me despido, y él sonríe. 

—Hasta luego, Tazarte —responde, para después alejarse. 

Quiero pensar que tienes una razón más para quedarte, ¿no es así? 

—Solo es curiosidad. 

“La curiosidad hizo cambiar la clave al compositor.”

—Entonces, supongo que debemos averiguar como suena la nueva sinfonía —finalizo, para de nuevo sonreír. 

6 Responses

  1. Wow que bonito capitulo. Me encantó,lo que dijeron los 2 fue inspirador. Que bonito, jajajaja me da risa que jo y jon saben cosas solo eso jajajajaja. Me encanta que Tazarte es super culto, igual que Daniel, ahi si acerto Jo, son muy parecidos y bueno que el destino haga lo suyo.

  2. Me encantan estos dos uno contestándose solo y el otro hablando súper nervioso 🤣🤣🤣🥰🥰🥰 eso de que Jo sabe cosas y no preguntes porque es lo más 🤣🤣🤣 me encanta que son tan metidos en sus temas 💙💙💙 y los argumentos que le dio Daniel para que se quedar 💙💙💙💙💙💙

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