KARL 

Debo confesar que jamás me acostumbraré a ver a mi suegro haciendo chistes y contando anécdotas de su juventud, mientras bebe cerveza. Ni a Manuel recitando los poemas que le escribía a su mujer, mientras que los demás los clasificábamos del uno al diez. Ni a Moríns contando las aventuras que los Canarias tenían en Puerto Vallarta que nos hicieron reír a carcajadas. 

Yo solo escucho, no más, no tengo mucho que aportar más que la anécdota del baño, la que se saben de memoria y que Antonio acaba de escuchar. Ahora comprende por qué Lila se hizo un tatuaje en la espalda, para que yo no volviese a equivocarme. Aunque ellos viven en París y nosotros en Nueva York, no creo que eso suceda de nuevo. 

También platicamos de las aventuras de Cho y Sabina en Hawái, del reencuentro tierno que tuvieron padre e hijo después de tantos años y del bar que abrió allá que es todo un éxito. Sin querer nos confesó que Sabina y él están intentando tener otro bebé y que si no pueden hacerlo de manera natural volverán a someterse a un tratamiento. 

Entre risas, anécdotas y copas, las horas se nos pasaron rápido, y ha llegado el momento de regresar a la casa. Al parecer,  mañana es el baby shower de Alegra y cada uno tiene asignada una tarea, la mía, cuidar a la festejada. Sin embargo, no todos estamos en nuestros cinco sentidos como para que el regreso sea rápido y seguro. 

Robert es el conductor designado, pero aún sin alcohol es el más animado de todos y el que quiere que la noche no termine. 

—Tenemos unas horas para que el amanecer, deberíamos pasarlo en otro lugar —propone, mientras maneja por las carreteras de los Hamptons—. ¿Recuerdan cuando Manu y Ainhoa se iban a casar? —pregunta. 

—Hace como más de diez años —habla Manu, arrastrando un poco las palabras. 

—Recuerdan que vimos ese maravilloso amanecer en aquel parque en Madrid. 

—¿Estás insinuando que quieres ver el amanecer en la playa? —pregunta David—. Te amo porque siempre eres el más romántico, viejo. —Al decir eso, lo abraza por detrás, pasando sus brazos por el asiento. 

Robert se ríe, y toca la mano de David, dándole unas palmadas. 

—Eres mi mejor amigo, viejo. ¿Ya te lo he dicho? —pregunta David. 

—Sí, sí, ya me lo has dicho Canarias. 

—Pensé que yo era tu mejor amigo —habla Manu. 

—Eres más que mi amigo, Manu, eres mi cuñado —aclara. 

Ambos se abrazan, y todos los demás hace un “awwwww” que nos hace reír. 

—¿Entonces?, ¿el amanecer? —pregunto, sabiendo que este es el plan para la novatada de Antonio, quién no tiene ni idea de lo que está a punto de pasar. 

—¡Sí!, ¡vamos a la playa!, oh, oh, oh — canta David Tristán junto con Moríns. 

Robert sigue la carretera por un momento y después se sale del camino. Entramos a una pequeña vereda, que según sus investigaciones, lleva a una playa cercana donde podremos ver el amanecer y, a la vez, hacer la broma. 

Pasamos unos minutos más recorriendo el arenoso camino, hasta que al fin llegamos al final, y nos detenemos. No podemos entrar a la playa, pero podemos dejar la camioneta ahí, y caminar hacia ella, que se encuentra a unos cinco minutos a pie. 

Todos se bajan, y Cho, que no está encargado de subirme y bajarme, me pone en la silla de ruedas y comienza a empujarme. La arena dificulta que las ruedas avancen, pero cuando se unen todos, logran que yo también llegue a la playa. 

—¿Tienen calor, muchachos guapos? —grita David Tristán, mientras se quita la camisa.

Esto es parte del plan, todos fingirán que se quitarán la ropa para hacer que Antonio también lo haga. Después, se la quitaremos, y lo dejaremos sin poder salir del mar debido a que estará desnudo. Lo tenemos todo calculado, incluso, mi participación será importante, yo seré quién esconda la ropa de Antonio. 

No estará así por mucho tiempo, solo el suficiente para poder hacer la novatada y fingir que nos vamos dejándolo así. Después regresaremos, y diremos que es broma, esperando que nos perdone y que se ría de la broma. 

Uno a uno van entrando a la playa, incluso Manu y David que se han quitado hasta los pantalones. Todos están dentro, menos Robert, que es el encargado de correr por la ropa de Antonio y huir. 

—¿Ves si ya se metió? —me pregunta Robert, con ese adentro español que suena bastante gracioso. 

—Creo que ya. Si te soy honesto, la verdad, está muy oscuro y no distingo. 

Robert se acerca un poco más, como si así pudiese hacer una especie de zoom con visión nocturna y averiguar si Antonio se encuentra dentro del mar. Yo, solo escucho las voces de todos nadando en la playa. 

—¿Entonces? 

—¡Antonio! —se escucha el grito de Tristán. 

Robert y yo nos alertamos de inmediato. E incluso, él se aleja de mí, caminando unos pasos hacia la playa. 

—¡Antonio!, ¿Dónde estás?, ¡Antonio! 

El corazón me late agitado, y el impulso de ir hacia allá me entra, pero no puedo hacer nada más. 

—¡Robert!, ¡llévame! —le pido. 

Robert se regresa rápido, mientras todos comienza a buscar en el mar por Antonio. Ya más cerca de la playa, noto que todos se sumergen en el agua tratando de encontrarlo. 

—¡Venga!, ¡Antonio! — grita Daniel. 

—¡Dios!, ¡qué le vamos a decir a Lila! —grita Héctor, nadando desesperado. 

Robert y yo llegamos y él me deja en la orilla, donde rompen las olas. Él también se mete, tratando de buscarlo con la mirada.

—¿Lo ves? —me pregunta Manuel, quien se encuentra en lo hondo. 

—¡Ahí! —grita Moríns, señalando un cuerpo flotante en el agua. 

Todos nadan hacia él, incluso yo, por instinto, me lanzo de la silla de ruedas hacia la playa para ayudar en la reanimación si es necesaria. 

David Canarias se acerca al cuerpo, y lo saca del agua. Sin embargo, lo toma con una mano y nos lo muestra.  

—¡Solo son sus pantalones! —grita. 

—¿Qué? —preguntamos todos en unísono. 

—¡Así es! —se escucha la voz de Antonio. Todos volteamos hacia la orilla, y lo vemos de pie, vistiendo su ropa interior,  y con la ropa de los demás en los brazos. 

—¿Qué pensaron?, ¿qué caería en su trampa? —pregunta, bastante divertido. 

—¡Eres un cabrón! —grita Moríns—. Creo que me dio diabetes entre el mojito y el susto. 

—¡Eso no fue gracioso! —lo regaña, David. 

—¿Será gracioso si ahora soy yo quien me llevo su ropa? —pregunta. 

Entonces Antonio sale corriendo por la playa, cargando la ropa de todos y dejándolos semi desnudos en el mar. 

—¡Dame eso! —grita Tristán, quién sale del agua en bóxers para perseguir a Antonio. 

Los demás hacen lo mismo. Vemos a Daniel y a Héctor saliendo del agua, mientras Tristán les tiene ventaja. Antonio corre divertido, mientras yo regreso a la silla de ruedas empapado de los pies a la cabeza, debido a las olas. 

Manuel y David Canarias están a punto de salir del mar, cuando unas fuertes luces se prenden, cegándonos a todos e iluminado el lugar. 

—¡Está es propiedad privada! —gritan en inglés. 

Trato de ver qué está sucediendo, y noto que las luces vienen de una casa. Un hombre, de aspecto rudo, ha salido con lo que parece un bate. 

—¡Han violado el aviso de propiedad privada!, ¡he llamado a la policía! 

—¡Vámonos!, ¡vámonos! —grita David Canarias, saliendo corriendo de la playa. 

Entre Robert, Manuel y él, me cargan en la silla de ruedas y salen corriendo llevándome playa arriba. Antonio y los demás, vienen corriendo para encontrarnos con nosotros, mientras Cho ya se encuentra cerca de la camioneta. 

—¡Era propiedad privada, Robert! —grita, David. 

—¡Qué iba a saber yo!, ¡Ay, no!, si no nos ficharon por desnudez y exhibicionismo cuando me metí a nadar con Julie en aquella piscina, creo que lo harán ahora. 

—¡No quería saber ese dato de mi hermana! —responde Manu. 

—¡Corran, corran, corran! — se escucha a lo lejos a Cho. 

Sin embargo, cuando estamos a punto de lograrlo, las sirenas de las patrullas nos iluminan, y sabemos que estamos perdidos. 

—¡Alto ahí! —gritan—. Quedan arrestados por entrar en propiedad privada y desnudez. 

Todos levantamos las manos, muertos de miedo y la mayoría en ropa interior. Antonio suelta la ropa y la deja caer sobre la arena. 

—Pido contar esta anécdota la próxima reunión —le dice Antonio a David Tristán. Él encoge los hombros. 

***

—¡Tengo derecho a una llamada! —grita David Tristán, mientras se acerca a los barrotes de la celda dónde nos han metido. 

—¿Y a quién llamarás, a tu abogado? —pregunta David, su padre, todavía con la ropa empapada—. Te recuerdo que está encerrado aquí contigo. 

—A alguien mejor, a mamá —le responde. 

Moríns asiente con la cabeza, no pone en duda que Luz Ruiz de Con podría hacer mejor trabajo en sacarnos de la cárcel que él mismo. 

—No puedo creer que estamos aquí, ¿qué fue lo que salió mal? —pregunta Cho, quién da vueltas por toda la celda, en señal de preocupación. 

Todos los demás nos encontramos con las ropas mojadas y con rostros serios. De pronto, Alegra tuvo razón, todo terminó en azul policía. 

—¿Cómo no se percataron que la playa era “propiedad privada”? —pregunta Antonio, quién fue quien la pasó peor, debido a que no usaba bóxers, sino trusa, afortunadamente era de color negro. 

Nadie dice nada, la mezcla de alcohol y risas no nos permitió ver más allá de la diversión. 

—I need my phone call! —grita David, mientras se toma de los barrotes de la celda y trata de mirar más allá de ellos. 

Supongo que solo nos toca esperar en este lugar a que alguna de nuestras mujeres venga a sacarnos. Esta es la segunda vez que termino en la cárcel por “exhibicionismo”, aunque ahora en realidad no hice nada. 

—Esto quedará mal para mi récord —se queja Cho. 

—Bueno, si no te metieron a la cárcel por fraude, no creo que te metan a la cárcel por nadar en propiedad privada —le dice Moríns. 

Todos nos quedamos en silencio, hasta que un guardia se acerca a la puerta y la abre. 

—Ve a hacer tu llamada —le dice a David. 

—¡Llama a tu tía Julie! —le ordena su padre, sabiendo que posiblemente ella tenga más posibilidades de pagar la fianza de todos. 

La celda vuelve a quedar en silencio, y nuestras miradas se encuentran rompiendo el momento incómodo. 

—¿Vieron cómo cargaron a Karl?, el pobre se agarraba hasta con los dientes, mientras mi papá, y los tíos lo cargaban —recuerda, Héctor, y nos reímos un poco. 

—Y, cómo nos iluminaron a todos en ropa interior… Supongo que fue mal día para usar esa ropa interior, Antonio —les recuerdo. 

—Nunca es mal momento —contesta coqueto, y me cierra el ojo. 

—¡Dios!, no he pasado tanta vergüenza en mi vida, hasta este momento —habla Manuel. 

—¿Cómo supiste lo que tratábamos de hacerte? —preguntó David a Antonio. 

—Lo supuse —habla con una sonrisa—. Iba a dejar que lo hicieran, pero, vi mi oportunidad. Aun así, gracias, porque sé que con esto me han dado la bienvenida oficial a la familia. Pronto, dentro de unos años, le podré decir a Cho, Karl, Moríns y los demás que los amo. Son como los hermanos que siempre quise. 

—Bueno, pues oficialmente entras a la familia con la mayor de las anécdotas —le comenta David. 

—Gracias, suegro —responde Antonio. 

David regresa y todos voltean a verlo a la puerta. 

—Dice mamá que te prepares para la noche más larga de tu vida —le comenta a su papá, para después entrar a la celda con nosotros. 

Volvemos a quedarnos en silencio, cada uno en su lado de la celda. Creo que jamás pensamos que acabaríamos aquí, y mucho menos empapados hasta la ropa interior. 

Aquí estamos, la primera generación y la segunda, compartiendo un espacio y una anécdota. Me pregunto que anécdotas comparitirán mis hijos con los hijos de Cho, de Moríns, de Antonio, de David, de Héctor y de Daniel. ¿Me pregunto si alguna vez tendré que venir a sacarlos de prisión por bañarse en una playa privada? 

—¡Tienen visita! —gritan a lo lejos,  de inmediato, aparecer Ainhoa Canarias. 

—¡Chiki! —le dice a su marido, y él se acerca a ella—. Dime que fue idea de David. 

—Oye, oye, chikis, aquí la idea fue de otro —se defiende David—. No puedo creer que tengan casi cincuenta años y se sigan diciendo Chikis. 

—No puedo creer que tengas tú esta edad, y agregues algo más a tu expediente delictivo. 

—¡QUÉ! —expresamos todos, viendo a mi suegro. 

—Tuve una etapa rebelde —contesta, David—. En fin, ¿vienes a sacarnos? 

—No, vengo a sacar a Héctor, a Daniel y a Tristán. 

—¡Yes! —exclama Daniel, y se pone de pie para salir de la celda. 

—¿Y nada más? —pregunta Moríns—. ¿Qué pasará con nosotros? 

—Créeme, Moríns, preferirás pasar la noche aquí en la casa con Sila. Muy bien, nos vemos en unas horas. 

—¡No, Chiki!, ¿no me sacarás a mí? —ruega Manuel—. Yo fui una víctima atrapada en este malévolo plan. 

—Pffff —hace David. 

Ainhoa sonríe. 

—Solo quería saber que estabas bien. Tú tampoco quieres pasar la noche conmigo. —Voltea a verme—. Karl, dice Alegra de que te lo dijo. Buenas noches. 

Los tres salen de la celda, dejando únicamente a los que estamos casados dentro. 

—Supongo que es por nuestro bien —murmura Cho. 

Salimos a las nueve de la mañana del día siguiente. Hubiésemos preferido quedarnos en la celda. 

9 Responses

  1. Jajajajaja muy bueno Jajajajaja. Una anecdota mas, me encanta. Y ese final me dejo 😱😱😱😱 intrigada, por Dios, que se encontraron al salir? Que hicieron las mujeres? Jajajajajaja

  2. 😂😂😂😂😂😂😂😂😂 tremenda anécdota jajajaja se la comió Antonio 😂😂😂

  3. Resultó más vivo que todos Toñito jejeje
    Son geniales, ojalá todos pudiéramos tener lindas anécdotas familiares como esta belleza de dinastía.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *