ALEGRA 

Estoy por completo adolorida debido a la cirugía mayor que me han practicado, y estoy cansada, porque no dormí en toda la noche pensando en mis hijas y en su bienestar. 

El pediatra me dijo que están en cuidados intensivos, y que por ahora deben permanecer ahí y que la única manera en que pueda verlas es ir hasta allá y estoy decidida a hacerlo. 

Para mi fortuna, Sila ya ha llegado, y después de pedir los permisos necesarios, se encuentra en terapia intensiva con mis hijas, ocupándose de que estén bien e informando de todo lo que sucede. 

Por mi parte, llevo dos días sin poder verlas, tratando de recuperarme de la cesárea y caminando por toda la habitación para recuperar el movimiento. 

Mis padres están por llegar, llegarán junto con mi hermana Lila y Tristán que, como la primera vez, viene a ayudarme y a estar pendiente de lo que se ofrezca. Mi hermana Lila, está muy emocionada por estar aquí, porque se perdió la llegada de Maël y Davide al estar recién aliviada de Mena.

Ellos me ayudarán con mis hijos, porque la niñera no se da abasto y ya está bastante cansada de cuidarlos todos estos días sin ningún descanso.  

Extraño a mis hijos, no los he visto tampoco. Sé que se están preguntando dónde está su madre y, aunque Karl ya fue a la casa y les dijo todo, sé que me quieren a su lado. 

Yo daría todo porque los siete ya estuviéramos juntos en nuestro hogar, sin problemas y enfrentándonos al caos de tener recién nacidos, pero todavía no se puede, y creo que por un tiempo no será así. 

—¿Ale? —me dice Karl, que acaba de entrar a la habitación. 

Me pongo de pie, tomada del suero que todavía está atado a mis venas, y cierro los ojos al sentir el dolor en mi vientre. 

—¿Ya podemos verlas? —inquiero. 

—No, todavía no. Pero me acaba de decir el doctor que te dará de alta. 

—¿Alta?, ¿qué ya me puedo ir?, ¿sin mis hijas? —cuestiono, bastante indignada. Siento como si el doctor me hubiese dado la peor noticia. 

Karl asiente con la cabeza. 

—Así es esto, Ale. Las niñas, seguro deberán quedarse en terapia intensiva, pero tú ya estás recuperada y puedes salir de aquí. 

—¡Pero mis hijas me necesitan! Me duelen los pechos de la leche, necesito ir a alimentarla —le reclamo—. ¿Qué voy a hacer en mi casa?, dime. 

—No lo sé, ¿qué te parece abrazar y besar a tus otros dos hijos que te esperan con ansias? —me pregunta. 

Me suelto a llorar. Karl ni me ha levantado la voz, ni reclamado, pero mi culpa y mi miedo son tan grandes que no tengo otra forma de expresar lo que siento ahora. 

Con cuidado me siento sobre el sofá y Karl se acerca a mí para consolarme. Me da un beso sobre la frente. 

—Sé que te sientes terrible, amor, no sabes cómo te comprendo. Pero debes entender que las niñas no pueden irse con nosotros ahora. Están delicadas y necesitan cuidados especiales. 

—¿Qué tan delicadas? —pregunto—. Sé que no me puedes mentir, así que te pido que solo me digas si están en peligro o no. 

—El doctor no me dio más datos. Solo sé que están delicadas, pero estables. 

—¡Y eso que me da por respuesta! —expreso enojada. En mi arrebato me levanto del sofá rápido y de inmediato siento un mareo y un fuerte dolor en el vientre.

—Amor, amor… —Me pide, Karl, mientras trata de sentarme—. Debes cuidarte, las niñas te necesitan bien. Que te vayas del hospital no quiere decir que no puedas regresar a verlas, al contrario, tendemos que venir todos los días y quedarnos un rato para cuidarlas, atenderlas, alimentarlas. Lo que sucede es que ahora debes hacer la recuperación en casa, ¿me entiendes? Todo va a estar bien, Sila se quedará hasta que las den de alta. 

Continúo llorando, no me dan ganas de hacer nada más. Con los gemelos no me sentí así después de su nacimiento. Supongo que entre la llegada inesperada de las trillizas, de que sus vidas corren peligro y el caos hormonal, estoy hecha un baño de lágrimas. 

—Tranquila, mi vida, sé que van a estar bien. ¿Me crees? —me pregunta mi marido. 

Levanto la vista y ese destello azul tan hermoso, me tranquiliza. 

—Sí, van a estar bien —contesto. 

Escuchamos que alguien toca la puerta, y después de permitir la entrada, el doctor entra con una gran sonrisa. 

—Buenas tardes, señora, ¿cómo se siente? 

—Estoy bien, ¿cree que ya pueda ver a mis hijas? —pregunto, en un tono de desespero. 

—Sí. Eso vine a decirles. En un minuto los acompaño a cuidados intensivos. Su hermana, la doctora Canarias, está haciendo un gran trabajo, en verdad sus hijas están en buenas manos. 

—Gracias, lo sé —admito, con una sonrisa en mis labios. 

—Vamos, les explicarán todo cuando estemos allá. Le pediré una silla de ruedas —comenta, para así abandonar la habitación. 

—¿Ves?, ya podemos verlas —me consuela Karl, acariciando mi cabello. 

—Muero por verlas. Quiero saber cómo son, y a quién se parecen. Solo quiero tomarlas entre mis manos, y arrullarlas, quiero que sepan que soy su madre —recito. 

—Lo saben. Ya falta poco. 

La silla de ruedas llega y me subo con cuidado para no volver a sentir ese dolor que arde en mi vientre bajo. Una de las enfermeras me empuja, mientras que Karl me sigue moviéndose por su cuenta en su propia silla de ruedas. 

Al llegar, el doctor se encuentra en un espacio aparte de la incubadora de cuidados intensivos. Una habitación, con espejos por paredes, y dónde puedo ver a mi hermana vistiendo un uniforme azul, con el cabello amarrado y acomodado en un gorro. 

Se está quitando los guantes de látex, mientras nuestro doctor le explica algo. Sila le presta atención, y al final de la conversación asiente con la cabeza. Momentos después, voltea a vernos y sonríe. 

—Adelante —nos dice la enfermera y me empuja para entrar a la habitación. 

—¡Alegra!, ¡Karl! — expresa, feliz de vernos. Mi hermana me abraza con delicadeza pero con mucho amor. Hace lo mismo con Karl—. ¿Cómo te encuentras? 

—Bien —respondo—. Y ¿tú? Veo que tienes ojeras. 

Sila se ríe. 

—Ya son permanentes. No te preocupes por eso. 

—Sila, ¿cómo están las niñas? —pregunta Karl, un tanto ansioso. 

—Sin mentiras —le pido. 

Ella sonríe. 

—Karl, Alegra —comienza Sila, con un tono tranquilizador—. Quiero que sepan que las trillizas están estables, pero aún no pueden respirar por sí solas. Están en incubadoras y conectadas a respiradores.

Aprieto la mano de Karl, mis ojos se llenan de lágrimas pero también de esperanza.

—La bebé 1 y la bebé 2 pesan un kilo doscientos gramos cada una —continúa Sila, mirando a ambos con seriedad—. Están respondiendo bien al tratamiento y muestran signos positivos, aunque todavía requieren cuidados intensivos.

Mi esposo asiente, aprobando lo que mi hermana dice y supongo que sintiendo un gran alivio. 

—Sin embargo, la bebé 3, que es la más delicada, pesa un kilo exacto —dice mi hermana, con una ligera pausa—. Su corazón era el más débil al nacer, por lo que necesita recuperarse y fortalecerlo. La estamos manteniendo en observación constante, queremos diagnosticarla a tiempo, en caso de haber alguna anomalía. 

Suspiro. Inclino mi cuerpo un poco hacia delante, como si lo siguiente fuese un secreto. 

—¿Cómo está ella? —pregunto, con voz temblorosa. 

—Estará mejor. Lo bueno es que tiene mucha hambre —responde Sila con una sonrisa—. Está comiendo bien, lo cual es una excelente señal. Su recuperación será lenta, pero el hecho de que quiera alimentarse es muy positivo. Se sentirá mejor ahora que entres a verla. 

Asiento con la cabeza, mientras sonrío. 

—Nada nos dará más gusto. 

Sila le pide a las enfermeras que nos ayuden a vestirnos para poder entrar a las incubadoras de terapia intensiva. Cuando estamos listos, envueltos en tantas telas, con cubrebocas y gorros, nos dejan entrar. 

Entonces, Karl y yo entramos y lo primero que notamos son los ruidos de las máquinas y respiradores que acompañan el sueño de los bebés. El sonido es constante y rítmico, un recordatorio del lugar en el que se encuentran nuestras hijas. Karl aprieta mi mano con fuerza mientras vamos hacia las incubadoras.

La sala está iluminada con una luz suave, casi etérea, que resalta los pequeños cuerpos de nuestras trillizas en sus incubadoras. Nos acercamos a la primera, donde una de nuestras niñas, envuelta en una manta diminuta, descansa con los ojos cerrados. Sus movimientos son mínimos, pero la pequeña pantalla que monitorea sus signos vitales muestra una línea estable y rítmica.

—Mira, Karl —susurro, con lágrimas en los ojos—. Es nuestra primera bebé.

—Es hermosa —me susurra. 

—Ella es Alma —le contesto—. Como el apodo que mi padre le dice a mi madre. Alma. 

—Mi bella Alma —le dice su padre. 

Karl me devuelve el apretón de mano, si entiendo una mezcla de alivio y tristeza. Las máquinas conectadas a nuestra hija son una señal de su fragilidad, pero también de su lucha por vivir. 

Seguimos avanzando hacia la segunda incubadora. Esta bebé parece más activa, moviendo ligeramente sus brazos y piernas. Su respiración es asistida por un pequeño respirador que le ayuda a mantener un ritmo constante.

—Ella está un poco más fuerte, ¿verdad? —le pregunto, buscando confirmar lo que veo.

—Sí, lo es —responde, dándome seguridad. 

—Amada —le digo—. Ella es Amada. 

La niña parece que sonríe y con eso doy por hecho de que le ha gustado su nombre. 

—Mi hermosa Amada —contesta Karl, y pone su mano sobre la incubadora. 

—Aquí está la bebé tres —nos indica mi hermana. 

Finalmente, llegamos a la tercera incubadora, donde nuestra bebé más pequeña y frágil reposa. Su cuerpo es apenas visible entre los cables y tubos que la rodean.

—Esa línea, ¿qué significa? —le pregunto a Karl. 

—Significa que su corazón está estable y latiendo. Sin embargo, como nos dijo Sila, su respiración sigue siendo asistida de manera más intensiva. 

Inclino mi cabeza, y con delicadeza, le susurro. 

—Hola, Alegra. Soy tu mamá. Estamos aquí contigo, y sé que eres una luchadora.

—Alegra —pronuncia Karl, con una sonrisa. 

—Sí, ella se llama Alegra, porque las Alegras tenemos mucha suerte. 

Karl me da la mano y ambos la ponemos sobre el vidrio de la incubadora, como si así pudiésemos trasmitirle toda nuestra fuerza y amor a través de este gesto. 

—Estamos aquí, las tres son nuestras guerreras —añado, sintiendo una oleada de esperanza.

Mi hermana se acerca, sonriendo amablemente.

—Están haciendo progresos. Ahora que ya pueden visitarlas, progresarán más rápido y podrán ir a casa. Hablé con papá y él también estará al pendiente de ellas. 

Asiento. 

—Vamos a estar aquí para ellas, todos los días —respondo. 

Mi hermana nos permite estar un poco más cerca, abriendo una pequeña puerta en la incubadora para que podamos tocar suavemente a nuestras hijas. Sentir su piel suave bajo nuestros dedos nos da una sensación de conexión que supera cualquier palabra.

—Estamos aquí, pequeñas —murmura Karl—. Estamos aquí.

Nos quedamos allí, junto a nuestras hijas, sintiendo la esperanza crecer con cada respiración asistida, con cada latido del corazón monitoreado. Sabemos que el camino será largo y difícil, pero por primera vez en mucho tiempo, sentimos que todo va a estar bien. Y con ese pensamiento, decidimos superar los días, uno a uno, hasta que nuestras hijas abandonen este lugar y finalmente estar con nosotros, con su familia. 

7 Responses

  1. Que cap mas emotivo, es la representacion de lo fuertes que somos como seres humanos, que desde el minuto cero q salimos del vientre, luchamos antes adversidades que ni siquiera imaginamos. Dios nos hizo de manera maravillosamente milagrosa. Me encantó. Gracias Ana por tantas emociones y sentimientos.

  2. Que fuerte. Pero todo sentimiento tan real. Q bueno q todo va encaminado para su pronta recuperación de estas bebes guerreras

  3. Totalmente emotivo, me recordó cuando nació mi bebé…. él también fue prematuro y de bajo peso… gracias Ana Martínez eres maravillosa y de letras mágicas que nos trasmites todas las emociones como si lo viviéramos y eso no lo hace cualquiera, todo mi respeto y cariño .

  4. Qué belleza Ana! La fragilidad de nuestra humanidad también se refleja en tus letras.
    Gracias por transmitir tantas emociones.
    Las chicas A, a romperla toda!

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