KARL 

Amada y Alma salieron del hospital un mes después de su nacimiento. Llegaron a nuestra casa rodeadas de amor y cuidados, con ese cabello rubio característico mío y rizado como el de su mamá. Mis hijas no tienen los ojos azules, como Maël y Davide, son cafés como los de Alegra. Sin embargo, la pequeña Alegra sí los tiene de color, como los míos, así que sabemos perfectamente bien quién es.

La vamos a visitar todos los días, y va progresando hermosamente. Progresivamente, va subiendo de peso y hace dos semanas le quitaron el respirador artificial y ya puede hacerlo por su cuenta. 

A diferencia de sus hermanas, Alegra es pequeña, menuda y se parece frágil por fuera, pero es guerrera por dentro. Ha superado cada obstáculo que ha tenido y se ha portado como una verdadera superheroína. Por desgracia, tuvo una intervención para poder estar mejor, esa es la razón por la que no llegó a casa junto con sus hermanas. 

Así, después de casi tres meses en el hospital, de una recuperación larga y constante, nuestra pequeña Alegra llega a casa para complementar nuestra familia, para hacernos sentir plenos y llenos de vida; hoy todo estará bien. 

—¿Todo listo? —me pregunta Pilar, mientras entra a mi habitación y me ayuda a ponerme el zapato.  

—Todo listo. En realidad estoy emocionado. No puedo creer que mis pequeñas ya tengan tres meses y que hoy se reúnan después de tanto tiempo separadas. Siento que ellas lo saben, que se sienten incompletas y que querrán ya estar juntas. Recuerdo cuando Maël y Davide llegaron a casa, no podían dormir en los colechos separados, necesitaban estar juntos —le explico, con mucha emoción. 

Pilar comienza a guiarme hacia el elevador. Ella empuja la silla de ruedas hasta que entramos. 

—¿Toda la familia llegó? —inquiero. 

—Toda, incluso tu hermana ha llegado. ¿Qué hacías arriba? 

—Estaba viendo algo del trabajo, pedí la semana libre y no quería retrasarme. 

—¿En serio?, si quería eres un hombre trabajador —Pilar se ríe. 

—Tengo cinco hijos, creo que tengo que trabajar, ¿no crees? 

Las puertas del elevador se abren y los gritos y risas de los niños se escuchan por toda la sala. Veo a los chocitos, corriendo por la sala, persiguiéndose junto con Lucho y Lolo, los hijos de Moríns. Davide y Mäel, se encuentran jugando en el pequeño corral, mientras, que Fátima trata de enseñarles los animales. Su hermana Eva, trata de tomar uno de los cupckaes que mandaron a hacer con la leyenda “bienvenida a casa, Alegra”. 

—¿Qué pasa aquí? —pregunto. 

Mi hermana me ve de lejos y se levanta del sofá, llena de emoción. 

—¡Karl! —expresa. Entre sus brazos trae a su hija Indira, que ya ha cumplido un año—.¡Qué gusto me da verte! Veo que ya has dominado la silla de ruedas. 

—Bueno, llevo un tiempo en ella, algo bueno debo de hacer. —Me acerco hacia mi sobrina, y ella se va a mis brazos—. Hola, Indira, eres bella. Igual de hermosa que tu madre. 

—¡Gracias al cielo! —Escucho la voz de Freud—. Por cierto, estamos muy sentidos porque no nos invitaste a tu boda con Alegra. 

—Ni siquiera yo sabía que iba a casarme, fue todo planeado por ella. Pero, no te preocupes, quedamos que nos casaríamos por la iglesia dentro de unos años, así que todavía tienes posibilidad. 

—Pues, espero que no sea en la misma fecha que hemos escogido tu hermana y yo.

Entonces, Hanna estira la mano y me enseña el enorme anillo. 

—¡¿Esto es verdad?! —respondo, intensamente feliz. 

—Sí. Nos casaremos dentro de un año y espero que estés ahí. 

—Lo estaré. —Mi hermana se agacha y me abraza—. Muchas felicidades. 

—Igual para ti. No solo eres el nuevo director de la clínica, sino que tu hija regresará a casa después de tanto tiempo en el hospital. 

—Alegra y yo hemos ansiado tanto este momento, no tienes idea… —En eso siento una molestia en mi cadera, que me hace dejar de conversar. 

—¿Todo bien? —pregunta mi hermana. 

—Sí. Creo que hice mal un ejercicio y ahora me está pasando factura. Ya se me quitará. 

—Vale… 

—¡Ya están aquí! —nos dice Sabina, quien sale de la cocina con un plato lleno de nuggets de pollo en la mano—. Moríns, gobiérnalos. 

Moríns se acerca a la sala y con un chiflido llama la atención de todos. 

—¡A ver, chamacos!, su prima y hermana está por llegar. Compórtense. 

Los niños se detienen por un momento, y después, vuelven a reír para seguir persiguiéndose por la sala. 

—¡Si no se están quietos, los voy a regañar! —les advierte. 

—¡Uy, qué miedo! —contesta Lolo. 

—¡Y luego llamaré a su madre! —los amenaza. 

Los niños se detienen, justo para escuchar como la puerta se abre y da la bienvenida a David Canarias, cargando entre sus brazos a mi hija. 

—La pequeña ha llegado —dice mi suegro, con una sonrisa en sus labios. 

Alegra, Sila y Luz vienen detrás de ella, las tres igual de felices. 

—¡Alegra está aquí!, ¡ya llegó! — avisa emocionada—. Lila, trae a las pequeñas —le pide. 

En ese momento, Lila sale de la habitación cargando a Alma, y David trae consigo a Amada. De pronto, el verlas a las tres juntas siento cómo el corazón se me hace más grande.

David llega directo a mí y me pone a la niña en brazos. Alegra viene profundamente dormida, vestida con un pañaletiro rosa, igual al de sus hermanas. 

—¿No es hermosa? —me pregunta Alegra, mientras va hacia mí y se sienta sobre las piernas, como ya le es costumbre. 

Alegra toma a la niña en tren sus brazos y tanto Lila como David nos entregan a Amada y Alma. Ambos las vemos con ternura y amor. 

—Al fin, las tres juntas —susurra Alegra, acariciando su cabello rubio. Después levanta la vista y nuestras miradas se cruzan. 

—Estamos completos, Karl Johansson, tu hija está aquí con nosotros. 

—Nuestra hija, nuestras hijas —corrijo. 

—¡Foto!, una foto familiar —dice mi madre. 

Maël y Davide llegan a nosotros, traídos por sus tíos. Los sientan sobre mi regazo, y David y Moríns comienzan a hacerlos reír. 

—Sonrían —nos pide Luz, captando la imagen. 

El clic de la cámara suena y todos aplauden emocionados. 

—¡Ahora una familiar!, ¡después tomaremos más!

Nos acomodamos mientras Luz pone el tripié para acomodar la cámara. Alegra se quita de mi regazo y las niñas pasan a brazos de su abuelo David y de la tía Lila.

—Los niños adelante —acomoda, Alegra.

Todos los sobrinos, incluyendo a Indira, se sientan delante de mí. Moríns acomoda a Lucho sobre mis piernas. 

—Quietesito, mijo —le pide con cariño. 

Lolo voltea a verme y sonríe. 

—¿Estás cómodo, Tío Karlangas? —pregunta. 

—Muy cómodo Lucho. Sonríe a la cámara —le pido. 

Lucho voltea y se acomoda mejor. Luz se acerca a nosotros y se coloca al lado de su esposo. 

—Sonrían, uno, dos tres. 

De repente, un dolor agudo y punzante se dispara a través de mi ingle, haciéndome soltar un jadeo involuntario. Es un dolor que no había sentido en mucho tiempo. Era como si un nervio adormecido se hubiese despertado de repente, enviando señalas dolorosas al cerebro. 

—¡Ah! —expreso, cerrando los puños mientras el dolor atravesaba mi cuerpo. 

Alegra voltea a verme y después de darle la bebé a su madre, va hacia mí. 

—Karl, ¿qué pasa? —me pregunta, alarmada por la expresión de dolor que tengo en el rostro. 

—No, no estoy seguro —respondo, respirando con dificultad—. Es un dolor intenso en la ingle, como si un nervio se hubiera despertado de golpe. 

—¿Cómo? 

—¡Ah! —grito. Con cuidado tomo a Lucho y se lo doy a Moríns, que me mira preocupado. 

—¿Fui yo, tío Karlangas? —me pregunta, asustado. 

—No, no claro que… ¡Ah! —grito más fuerte, y esta vez siento cómo el dolor me recorre por todo el cuerpo. Me llevo la mano al pecho. 

—¡Karl!, ¡Karl! ¿Es un infarto? ¡Dios mío, Karl! ¿Tienes dolor en el pecho también? ¿Te cuesta respirar?

En este momento mi conocimiento parece nulo. Trato de controlar mi respiración que se ha vuelto bastante errática. No parece un infarto, pero no estoy seguro. No sé si es mi corazón fallando, finalmente, después de la puñalada. 

Respira, respira, respira. 

—¿Tío Karlangas? —pregunta de nuevo Lucho, que está muy al pendiente de todo. 

—Vamos, Lucho. Tu tío va a estar bien, no es tu culpa —le dice Moríns con cariño. 

—Te llevaremos a tu habitación, Karl —habla al fin Sila. Ella se acerca a mí y me murmura al oído—. Si es un infarto, ya hubieses perdido el conocimiento. 

—Cierto —admito, tratando de controlar mi respiración. 

Alegra, aunque asustada, trata de mantenerse calmada.

—Tenemos que llamar a un médico de inmediato, Karl. No podemos esperar y ver qué pasa. Podría ser algo grave.

—Amor, tenemos tres médicos aquí. Ya salimos del hospital, no creo que sea necesario ir. Solo llévenme a mi habitación —le pido, aun con el dolor pulsando a través del cuerpo. 

—Aun así, no me importa si vivimos un episodio eterno de la Anatomía de Gray, llamaré al médico —contesta, para tomar el móvil y hacer la llamada. 

No digo más, la noto preocupada y sé que lo está. Nos dijeron que mi corazón quedó estable, pero, Alegra no se conforma con eso y jamás lo hará. Desde que somos padres de cinco niños y el tiempo que Alegrita ha pasado en el hospital, mi mujer no se conformará con un “no es un infarto”. 

—Vamos, te ayudo —escucho a mi suegro, quien empuja la silla de ruedas. 

—¡Yo voy! —dice Sabina, quien ha estado muy atenta a lo que sucede. 

Las puertas del elevador se abren y cuando éstas se cierran, Sabina se pone de cuclillas y me dice a la cara. 

—¿Me dejas tocar? —Y señala mi ingle. 

—Chiquitina —contesta David Canarias, desaprobando lo que quiere hacer. 

—Solo es comprobar una teoría, tío. 

—Toca —expreso. 

Sabina, con rapidez, presiona con su mano mi pierna a la altura de la ingle y de nuevo siento el pinchazo agudo. 

—Mierda —murmuro. 

—Karl, ¿has sentido ganas de ponerte de pie?, ¿un impulso? —me pregunta. 

—Bueno… 

Las puertas del levador se abren y nos dirigimos a la habitación. Mientras tanto, trato de recordar estos impulsos que ella dice y recuerdo varios. 

—¿Puedes pasarte a la cama? —me pregunta David. 

Asiento con la cabeza. Pongo las manos sobre los brazos de la silla de ruedas y justo cuando voy a saltar a la cama, Sabina se acerca y estira mis piernas, como si quisiera ponerme de pie. 

—¿Qué haces? —pregunto. 

—No parece un infarto —me dice—, ¿sientes alivio si te estiro la pierna?  —continúa preguntando. 

—Sí, un poco. 

—Siéntate —comenta—. Tío, tómale la presión y el ritmo cardiaco. 

—Sí, doctora —responde él, con una sonrisa—. Me siento cómo cuando estaba haciendo el internado. 

—Canarias, tómele la presión —ordena Sabina de broma. 

—¿Qué crees que pase? —pregunto, sintiéndome más aliviado. 

—La presión es estable —dice mi suegro, poniendo el estetoscopio a la altura de mi corazón. 

—El ritmo cardiaco es estable, no es necesario que… 

—Shhhh —me pide David Canarias—. Que la doctora Sabina me regañará. 

Me quedo en silencio, sintiendo el estetoscopio sobre mi pecho y viendo a Sabina frente a mí. 

—Estable el ritmo cardiaco —me dice, con una sonrisa. 

Sabina sonríe, luego se acerca a mí. 

—Karl, es posible que sea un dolor nervioso o muscular. En pocas palabras, después de mucho tiempo dormidos, tus nervios están despertando —explica con una voz tranquilizadora mientras mueve una de mis piernas para atrás y para adelante, aliviando el dolor. 

Me siento confundido y abrumado por el dolor. Siento como si miles de agujas se clavaran en mi ingle y piernas, una sensación a la que no estoy acostumbrado después de tanto tiempo sin sentir nada en esa área.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto, tratando de entender.

—Esto pasa seguido en la rehabilitación —continúa Sabina—. Las personas que pierden la facultad de mover las piernas, un brazo o alguna parte de su cuerpo, suelen experimentar este tipo de reacciones cuando sus nervios empiezan a reactivarse. Te pregunté antes si habías sentido impulsos, como si quisieras levantarte, como si tu cuerpo te enviara el mensaje de que debes moverte.

Asiento con la cabeza, recordando esas extrañas sensaciones que había estado experimentando últimamente.

—Sí, desde hace meses he tenido esos impulsos, como si mis piernas quisieran moverse por sí solas. 

—Eso tiene sentido — dice Sabina, ahora moviendo la otra pierna—. Es porque el estrés ha disminuido. Recuerda que tu parálisis fue una respuesta de tu cuerpo al trauma del asalto. Fue una forma de defensa. Ahora que estás en un ambiente más seguro y relajado, tu cerebro comienza a mandar señales a tus piernas nuevamente. La respuesta de tu cuerpo a estas señales son estos dolores y espasmos. Es un buen indicio, Karl. Significa que tus nervios están despertando y diciéndote que estás a punto de recuperar la movilidad.

Escucho lo que me dice Sabina y una mezcla de esperanza y temor me envuelve. La posibilidad de volver a caminar había sido un sueño lejano, una esperanza que se había debilitado con el tiempo. Ahora, esta nueva información enciende una chispa de esperanza. 

—¿Estás diciendo que podría volver a caminar? —pregunto, casi sin atreverme a creerlo.

—Es una posibilidad real, Karl. Pero esto no es un camino fácil. Requerirá mucha rehabilitación y esfuerzo de tu parte. Este dolor es solo el comienzo de un largo proceso, pero es un buen signo. Indica que tu cuerpo está respondiendo.

Sonrío. El dolor, aunque intenso, se siente como una promesa, una señal de que su cuerpo estaba luchando por recuperar lo perdido.

—Gracias —digo finalmente.

—Aunque, hay una pequeña posibilidad de que camines por tu cuenta, pero ayudándote de algo, como un bastón. 

—¿Caminar con bastón? 

—Sí. Mi marido lo hizo por meses, hasta que pudo solo. Te lo digo, porque no todas las personas logran ese paso. Caminan por su cuenta; sin embargo, siempre con ayuda. 

—Esa es la mejor noticia que me han dado en meses. No me importa si tengo que llevar bastón, ¡podré caminar! —expreso. 

David Canarias me da una palmada sobre el hombro. 

—Podrás cargar a tus hijos, jugar con tus hijas —me indica. 

—Sí, pero también, podré caminar con Alegra al altar —se me escapa de la emoción—. Podré bailar con ella de nuevo, podré… —Y la voz se me rompe. Jamás me había sentido tan emocionado. Mi Alegrita regresó, tengo posibilidades de caminar, son demasiadas emociones para un día y yo he pasado tanto tiempo en esta familia que ya no recuerdo lo que es ser un Johansson. 

Sabina me abraza. Lo hace de forma espontánea. Lo hace como si fuese su hermano, una aliada en esto. 

—Yo te voy a rehabilitar —me promete. 

—¿Tú? —pregunto, sabiendo que ella vive en Hawai. 

—Sí, lo haré yo. Estoy dispuesta a venirme por unos meses para ayudarte, si lo deseas. 

—Será un placer —contesto. 

—Bueno, iré por Alegra y le diré… —comienza a hablar David. 

—¡No! —le pido—. No le digan nada hasta que esté seguro de que puedo caminar. Quiero darle la sorpresa, ¿vale? 

Ambos asienten. 

—Solo díganle que fue algo de los nervios, y que mis piernas están recuperando la sensibilidad, no le digan que podré volver a caminar.

—Como digas —responde mi suegro. 

Sabina me sonríe. 

—¿Cuándo es la fecha de la boda? —me pregunta. 

—Todavía no lo sabemos. Apenas acabamos de ser padres y sé que Alegra no se siente en su mejor momento. Supongo que dentro de un año o dos. 

—Bueno, entonces tengo tiempo para que no solo la lleves al altar, sino para que puedas bailar con ella, ¿te parece? 

—Me parece. —Suspiro—. Gracias, Sabina. 

—De nada. Te advierto, sentirás estos pequeños calambres durante un rato, trata de estirar las piernas y moverlas. —Me recomienda. 

—Entendido. 

Sabina sale de la habitación dejándome solo por un momento. De nuevo la alegría me invade. Podré volver a caminar, podré jugar con mis hijos y arrullar a mis hijas. Una vez más, volveré a bailar con Alegra. 

9 Responses

  1. Que emocioooooon, he llorado de alegría 😍🥹 que habilidad tan bonita tienes para hacernos sentir Anita 🥰 que felicidad que Karl pueda volver a caminar y que las bebés ya estén juntas después de tanto 🥺

  2. Que felicidaddddddddd…. que alegria. Llega Alegra a casa y Karl tiene esperanzas de volver a caminar, que emoción. Grcias Ana. Mi Karlangas ❤️

  3. Que alegría y bendición saber q las 3 guerreras están en casa así como su papá mejorará con el tiempo

  4. Karl es demasiado bello, su amor por Alegra es fascinante, hermoso 🥰💕

    Y Sabina siempre llegando en el momento exacto jeje una excelente prima y rehabilitadora!!

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