ALEGRA
Un respiro, solo deseo un respiro de vez en cuando. Desde que soy madre de cinco hijos, no he podido ni siquiera tener uno, y creo que me estoy volviendo loca.
Amo ser madre, amo a mis hijos, pero cinco y tan pequeños es demasiado. Nunca imaginé que mi vida se convertiría en este torbellino de caos y agotamiento constante. Yo sabía que ser madre no era fácil y por eso lo evitaba y lo sacaba de mis planes, pero en realidad el significado de la materialidad ha superado cualquier expectativa.
Desde que llegó Alegrita, y nuestra familia se completó, el caos inundó la casa y empezó el verdadero reto de ser madre de cinco, ya sin ayuda de todos mis primos y hermano, ya sin enfermeras especializadas en el hospital que atendieran a mi hija mientras yo no estaba.
Mi casa es un caos. Los juguetes están esparcidos por todas partes, y el sonido constante de llantos, risas y pequeños pies corriendo por los pasillos llena cada rincón. He tenido que dejar de lado por completo mi carrera para dedicarme a cuidar de mis hijos. La decisión no fue fácil, pero las necesidades de mis bebés son una prioridad innegociable.
Mis gemelos, Davide y Maël, acaban de aprender a caminar, y cada día es una nueva aventura, o más bien, una nueva travesura. No se están quietos ni un minuto, y parecen tener una energía inagotable que me deja exhausta. Siempre pensé que tener gemelos sería complicado, pero la llegada de las trillizas, Alma, Amanda y Alegra, ha multiplicado ese reto por tres.
Al haber nacido prematuras, cada una necesita cuidados especiales, sobre todo en cuestión del peso. Alma y Amanda son relativamente fuertes, pero Alegrita, es la más pequeña y requiere un tratamiento todavía más especial varias veces al día.
Por fortuna, mi padre se ha quedado a ayudarme, y él me ha enseñado a administrarlo cuando Karl no está. Debo confesar que me siento más segura porque él está aquí, porque es un pediatra y sé que cualquier problema podrá atenderlo. Sin su ayuda, no sé cómo habría manejado todo esto.
Mis días empiezan antes del amanecer. Me despierto con el llanto de alguno de los niños, generalmente de Alegrita, que desayuna temprano. Mi madre, quien también está aquí conmigo, me ayuda a alimentarla. Después trae a Amada y a Alma, y ella sale para atender a Davide y Maël que ya están jugando en su habitación.
Después viene el maratón de pañales, biberones y medicamentos. Logro dormir a las trillizas, juego un rato con los gemelos y después, repito todo. A veces mi madre me da de comer en la boca mientras yo arrullo o alimento a las niñas. La mayoría de las veces me doy una ducha hasta que Karl entra por la puerta y ayuda a mis papás a cuidar a los niños después de un día de trabajo.
Finalmente, el silencio se hace a las ocho de la noche, aunque sé que me esperan más despertares de las trillizas y uno que otro de Maël que es el que más ha resentido la llegada de sus hermanas.
Estoy exhausta, Karl también lo está y pensé que lo llevaba bien, hasta que me enteré de que mi agencia me ha pedido que pase varios de mis proyectos a otra fotógrafa, lo que significa que a mi regreso al trabajo será diferente y que posiblemente pierda mi puesto de fotógrafa estelar, o al menos eso pienso.
Desde que me dieron la noticia no he parado de llorar y es terrible porque me siento culpable. Quiero mi trabajo de vuelta, quiero volver a sentirme realizada y especial, pero, a la vez, no quiero perderme ni un segundo de la vida de mis hijos.
Y así, mientras el caos se escucha en la sala porque mis hijos se están peleando por un muñeco, que ambos tienen uno idéntico para cada uno y mis niñas lloran en sus cunas porque están irritables este día y no me han dejado un segundo para mí. Yo me encuentro escondida en el clóset, que prácticamente es otra habitación, con el rostro dentro de las rodillas y llorando de frustración.
De pronto, el relato de mi padre, de cuándo tomó las maletas y se fue al aeropuerto al enterarse de que tendría gemelas, cobra sentido. ¿Será muy tarde para tomar un vuelo a Cancún?
—¿Alegra? —escucho la voz de mi madre—. ¿Hija?, ¿estás por aquí?
No respondo por un momento, pero cuando siento sus pasos entrando en el armario, sé que ya no tengo escondite. Me ha descubierto.
—Hija, ¿te sientes bien? —me pregunta.
—No —contesto, en un tono seco.
Mi madre cierra la puerta del armario y camina hacia mí. Se sienta a mi lado, recargándose sobre la isla de en medio donde mi abuela guardaba sus joyas y accesorios, y se queda en silencio, no me dice nada. Escuchamos los llantos afuera, las canciones del programa infantil y a mi padre hablando; no escucho bien lo que dice.
—¿No me regañarás por estar aquí? —le pregunto a mi mamá, todavía con la cabeza entre las piernas.
—No —responde.
Mi madre pasa su mano por mi espalda y me abraza. Ella recarga su cabeza sobre mi hombro y se queda ahí, sin decirme nada. Poco a poco el caos se va apagando, y sé que mi padre y la niñera hicieron algo.
—Me siento patética, ¿sabes? —le confieso a mi madre.
—¿Patética?
—¡Mira dónde estamos, mamá!, ¡mira donde vivo! En un elegante penthouse y estoy escondida en un clóset que fácilmente podría ser otra habitación. Tengo una niñera, ustedes me ayudan y, aun así, estoy llorando como imbécil porque me siento cansada, no, me siento exhausta, no me he lavado los dientes en todo el día y me siento frustrada. Soy lo que siempre evité. Una ama de casa frustrada, una pobre niña rica que, a pesar de que tiene todas las comodidades, se queja. Hay peores madres que yo, ¿sabes? Personas que no tienen esto y que pueden cuidar cinco niños sin problemas y yo, solo quiero huir. Ayer, mientras alimentaba a Alegrita, pensé: puedo hacer una maleta e irme, puedo volver a ser yo.
Mi madre sonríe. Me abraza con más fuerza y me consuela. No me reclama nada de lo que le he dicho, solo me deja llorar en su hombro hasta que ya no puedo más.
—¿No vas a decirme nada? —le pregunto, esperando que me juzgue y me diga: Tú quisiste ser madre o ¿por qué no te cuidaste?
Mi mamá suspira.
—Durante años se nos ha dicho que ser madre es una dicha. Que es lo mejor que nos puede pasar en la vida, y que nuestras vidas se completan cuando damos a luz. Las mujeres estamos ligadas a generaciones y generaciones de tareas que nos impusieron, tareas enormes como el tener un hijo y criarlo, y debemos de hacerlo sin quejarnos porque oficialmente es nuestro papel —comienza—. Sin embargo, ser madre, con un bebé planeado o no, es increíblemente difícil. Llevas en tus hombros la carga de mantenerlo vivo, sano, limpio, lleno, descansado y feliz. Y después, depende de ti si son buenos o malos, si los educaste bien o no, si los regañaste a tiempo para evitar un desastre en la adultez.
Asiento con la cabeza, mientras presto atención a lo que me dice.
—La maternidad es como hacer un traje sastre. Afuera todos ven el producto terminado, pero, no ven las costuras por dentro, las hebras salidas o las modificaciones. No ven a la madre frustrada, enojada, sensible, cambiada. Nos hacen parir y a los pocos minutos atender a una vida que depende solo de nosotros para sobrevivir, sin chistar. Nuestro cuerpo cambia, jamás volverá a ser el mismo, y nuestro tiempo y espacio ya no existe, solo somos de ellos. Y, para aumentar más frustración, viene la sociedad y nos muestra esta maternidad perfecta, con una casa limpia y cuerpos planos y pensamos: hay algo que no está bien en mí, ¿por qué no puedo ser así?
—¿Tú te sentiste así? —le pregunto.
—Sí. Y también tuve ayuda y un fideicomiso que podría facilitar todo, y, aun así, fue difícil. Porque sí, el dinero, Alegra, ayuda mucho, eso hay que aceptarlo, pero ser madre, criar a un niño, no depende de la fortuna de tus abuelos, ni del dinero que el director de una clínica pueda ganar, depende del tiempo que pasas con ellos, de la dedicación, del cuidado y eso es algo que el dinero no te puedo dar.
»La mujer que se hace madre para su vida por completo e inicia una nueva en minutos. No eres la misma Alegra de que dio a luz a Maël y Davide, esa quedó en el pasado y una vez más eres otra, la madre de cinco niños, y es frustrante, muy frustrante saber que ya no volverás a ser la Alegra de que salía de fiesta todos los días, la que tomaba fotografías a DJ’s y bailaba reguetón. Así como Karl ya no es el mismo desde que sucedió su accidente, pero esa es otra historia.
»Mi punto aquí, hija, es que no puedes ir por la vida comparándote con las maternidades de tus hermanas o primas. Tampoco puedes pensar que por tener un poco de ayuda eres mala madre o que no te lo merezcas, y que no mereces un espacio para descansar. Lo mereces, Alegra, y tal vez no seas la madre perfecta, pero eres la madre que esos niños de allá afuera necesitan, y tus trillizas te necesitan ahora. Las campañas volverán, tu agencia renacerá, pero si sigues pensando en el “que tal sí”, te perderás de todo lo bonito que viene.
»Te juro, corazón, que lo estás haciendo bien, muy bien, y también ten por seguro, que la mujer que eras antes, ya no existe. Ahora, eres una versión mejorada, más cansada y frustrada, pero mejorada.
—Dime que tú también te escondías en el clóset a llorar —le pregunto.
—No. Los clósets de la casa eran muy pequeños —me recuerda—. Pero tenía la opción de esconderme en la alacena. Lo hacía seguido. Hundía la cabeza en un par de toallas para secar los trastes y gritaba. Me daba dos minutos para pensar y salía. Esas toallas evitaron desbordes y no hablo del agua.
Abrazo a mi madre.
—Gracias, mamá. Gracias por siempre comprender y no juzgarme.
—No tienes que agradecer. Solo prométeme que si tus hijas tienen hijos, les dirás esto: cuando piensas que el mundo está en tu contra y solo te quiere ver caer. Recuerda, que para tus hijos, tú eres todo su mundo.
En ese momento, siento como las palabras de mi madre me arropan y me dan la energía que necesito para seguir. Así que me pongo de pie y tomo un respiro.
—Estoy lista —le comento.
—Te recomiendo que te tomes un tiempo para ti, por salud mental. No estaremos aquí siempre, pero, creo que otra niñera no te caería mal, amor.
—Lo pensaré —contesto, con una sonrisa—. Por cierto, sé que es muy tarde pero, perdón por las canas verdes que te saqué y los malos ratos que te hice pasar.
Mi madre me abraza.
—Fueron mis momentos y los disfruté. A ti te tocarán los tuyos y yo simplemente te diré: relájate mamá, ni que fuera para tanto —recita, la misma frase que yo le decía cuando hacía una travesura.
La puerta del clóset se abre, y Maël entra corriendo y se cuelga de mis piernas.
—Davi no pesta muñeco.
—¡Ay, ese Davi! —le contesto, y lo cargo entre mis brazos, para llevarlo hacia la sala, donde sigue el caos.
Y sé que va a seguir, y por mucho tiempo será mi ambiente, mi vida y mi rutina. Después, ese caos se irá y yo lo extrañaré. Pero por ahora, soy Alegra Canarias, la mamá de Davide, Maël, Alma, Amada y Alegra, y ya no soy la misma de antes, incluso ya no recuerdo quién era antes de ser mamá; hoy soy la mamá del caos y soy la mamá perfecta para mis cinco corazones.
Ufff q capitulazo, creo q todas las q somos madres nos hemos sentifdo asi, frustradas, malas madres, sea con 1 o 5 hijos, nos pasa a todas, y que gran reflexion la de Luz. Es verdad en un segundo tu vida cambia y ya ni recuerdas quien eras antes de ellos. Y com los estandares q te ponen siempre te hacen ver como la mala. Gracias Ana, excelente Capitulo, tu siempre dejandonos enseñanzas.
Que gran capítulo Ana querida siempre encontrás las palabras justas para describir todas las situaciones gracias porque a muchos nos das reflexiones que nos ayudan un montón!!!!
Agotada está la pobre Alegra, no debe ser fácil
Q bueno capitulo y claro q si. Alegra es la mamá perfecta para sus 5 corazones
Cómo siempre gran capítulo, con mucha enseñanza y enorme reflexión, totalmente admirable, gracias.
…. muchas gracias 👏👏👏
Guauuuuu a mi nadie me dijo eso y fue prueba y error
Y si hay que tomar tiempo para una
Gracias Ana siempre tus capítulos son gratificantes y empaticos
Yo necesitaba esas palabras, muy lindas de Luz Ruiz de Con, madres así pocas, que no juzgan a sus hijas por las decisiones que toman, gracias por tus hermosos libros, ya mes lo voy a terminar de leer y me encantan. Saludos desde Perú ❤️
Siempre tan acertada Luz con sus palabras, al igual que su mamá, Ximena 💖
Me encanta que tus historias siempre tienen algo que te llega directamente, es como si supieras que necesitamos leer eso para reconfortarnos ✨✨✨
Wow este capitulo me llegó al corazón. El post parto no es nada fácil.
Capitulazo.
Gracias Ana por tus letras