Sé que le pedí a Ceci que nos tomáramos las cosas con calma, pero hay un fuego dentro de mí que no cesa, y lo único que desea es arder. Después de nuestra cena, regresamos al auto, y sin pensarlo dos veces, me dirigí a un hotel, uno de cinco estrellas, donde Isel y yo nos hospedamos en nuestra primera visita a Madrid.

—Lo siento —le digo a Ceci—, pero este es el único lugar al que puedo traerte. No es que piense que no te mereces algo más.

—¿Un hotel de lujo en Madrid? —pregunta, con una sonrisa—. Créeme, me hubiese conformado con algo más sencillo, pero ya que estamos aquí…

El valet le abre la puerta y yo salgo por mi lado. Le entrego las llaves al joven que me atiende y, después, ambos entramos juntos hacia el vestíbulo. Voy directo al mostrador y solicito una habitación. Cecilia se encuentra observando su alrededor. El hotel es uno de los más elegantes de Madrid. La cadena pertenece a un amigo y los conozco muy bien, así que sé que aquí estaremos cómodos y que serán discretos.

Cuando me dan la llave de la habitación, voy hasta Cecilia, quien se encuentra sentada en la sala de espera.

—¿Nos vamos? —le pregunto.

Ella asiente, y al tomar mi mano, su rostro se enrojece. Al parecer, Cecilia también se siente un poco rara de estar aquí, sin embargo, no la noto nerviosa, más bien, está un poco sorprendida. Atravesamos el elegante vestíbulo y tomamos el elevador hacia la habitación. Ella sostiene mi mano, pero sin decir una palabra. Supongo que estamos dejando la tensión final para cuando estemos en la habitación.

Las puertas del elevador se abren y el pasillo aparece ante nosotros. Cecilia da un paso adelante, pero yo no puedo; al parecer, mis piernas no responden.

—¿Todo bien? —me pregunta ella, mirándome a los ojos.

—Supongo, sí. No es que me esté acobardando, pero…

Ella sonríe.

—Lo sé. No tiene que pasar nada… ¿Sabes? Podemos pedir servicio a la habitación y tener una bonita velada. No haremos nada que no desees hacer.

Pero lo deseo, lo deseo tanto, que si no fuera porque soy un caballero y la fotografía de mi esposa pasa por mi mente, ya la hubiese cargado y llevado a la cama.

—Vamos… —me animo.

Salgo del elevador y, tomándola de la mano, camino hacia la puerta de nuestra habitación. Después de pasar la tarjeta, la puerta se abre y, al encender las luces, la elegante habitación se revela ante nosotros.

La suite es un reflejo de lujo y sofisticación. Los suelos de mármol pulido brillan bajo la suave iluminación de las lámparas de araña. Las paredes están decoradas con cuadros de artistas contemporáneos y las cortinas de terciopelo rojo añaden un toque de calidez. Un amplio ventanal ofrece una vista panorámica de Madrid, con sus luces parpadeantes y sus calles serpenteantes.

En el centro de la habitación, una cama king-size con sábanas de seda blanca invita al descanso. A un lado, hay una cómoda área de estar con un sofá de cuero y una mesa de centro de cristal, sobre la cual se encuentra un jarrón con rosas frescas. Una bandeja con frutas y chocolates finos descansa sobre la mesa, cortesía del hotel.

—Es hermoso —susurra Ceci, maravillada.

—Sí, lo es —respondo, mirándola—. Me alegra que te guste. 

—¿Cómo no va a gustarme?, ¿qué no lo ves? —expresa emocionada—. Me siento en el Palacio de Buckingham. —Al decir eso, me cierra un ojo—. Lástima que no vengo vestida como Lady Di. 

—No lo necesitas —contesto—, te ves hermosa así, tal y como estás. 

Ella me toma de la mano y juntos caminamos hacia la ventana. La abre y salimos al balcón que da hacia la calle principal. Cecilia se recarga sobre el balcón y yo me acerco por detrás y la rodeo con mis brazos; sintiendo la calidez de su cuerpo contra el mío. Por un momento, el mundo exterior deja de existir, y solo quedamos nosotros dos, envueltos en la intimidad de este momento.

—Jamás me habían tratado así cómo tú lo haces —me confiesa. 

—¿Cómo? —inquiero—. ¿Con educación? 

Ceci se voltea y pone sus manos sobre mi pecho, nuestras miradas se cruzan y yo me sonrojo. 

—Como si me vieras… Para ti no soy invisible, Miguel Caballero. Desde el primer día me ves. 

—¿Cómo no voy a verte si eres una mujer maravillosa? —pregunto. 

Ceci se muerde el labio. 

—¿Crees? 

—No lo creo, lo sé. No solo eres hermosa, sino inteligente y apasionada. Eres… 

—¿Soy? —me pregunta. 

Entonces no tengo más palabras. Simplemente, la tomo del rostro con ternura y la beso. El primer contacto es suave, casi etéreo, como si nuestros labios apenas se rozaran. Pero pronto, la pasión latente en ambos se desata y el beso se vuelve más profundo. Mis manos se deslizan hacia su cintura, atrayéndola más cerca, mientras las suyas suben para rodear mi cuello. El mundo a nuestro alrededor desaparece, y solo quedamos nosotros dos, conectados en un momento de pura intimidad y deseo.

Siento el calor de su cuerpo contra el mío, su respiración acelerada mezclándose con la mía. El beso es un cúmulo de sensaciones: la dulzura de sus labios, la suavidad de su piel, el latido rítmico de su corazón que resuena en mi pecho.

Mis pies comienzan a moverse hacia atrás, porque Ceci va caminando hacia adelante, y llevándome lejos del balcón hacia la habitación. Ella cierra la ventana, y el ruido de la ciudad, desaparece. Estamos solos, ella y yo, y nuestros besos nos están pidiendo lo inevitable. 

La deseo, me desea, entonces, ¿por qué me siento tan aterrado? 

—Ceci… —pronuncio, sobre sus labios. 

Pongo mis manos en sus muslos y la levanto en el aire. Ella se aferra a mi cuerpo, mientras su boca no me da espacio. Nuestras respiraciones se agitan con cada paso que damos hacia la cama, y cuando caemos, una ligera risa se escapa de sus labios. 

—No, no… espera —me pide, deteniendo mis labios.

—¿Qué pasa? —pregunto agitado y bastante confundido, porque tenía entendido que esto era lo que ella deseaba. 

Ceci se levanta de la cama, y para mi sorpresa, apaga la luz de la habitación, dejándonos solo con la luz que entra por la ventana. Ella se quita el abrigo y lo pone sobre uno de los sofás que hay en la habitación. Luego, camina hacia mí y con ternura, pasa sus manos por mis hombros, para quitarme el saco. 

—¿Hace cuánto que no estás con una mujer? —me pregunta.

Mi saco ya se encuentra en sus manos y ella va y lo pone sobre el sofá. 

—Hace mucho… —confieso—. Diez años, exactamente. 

—Diez años… —pronuncia Ceci, mientras sus manos viajan a su blusa y comienza a desabrocharla—. Ese es mucho tiempo. 

—Lo es. 

Ella se abre la blusa, mostrándome su bonito sostén de encaje. Se la quita y la avienta a algún lado de la habitación. 

—Ceci —Quiero preguntar lo que está haciendo, pero, de pronto, noto que estoy menos nervioso. 

—¿Te puedo contar una historia? —inquiere, mientras comienza a desabotonar mi camisa. 

—Sí, sí puedes. 

Ella quita mi camisa y me deja desnudo del pecho. Por un momento, me ve con unos ojos llenos de deseo que me eriza la piel. 

—Hace muchos años, en un pequeño pueblo junto al mar, vivía un hombre llamado Alejandro. Era un hombre de gran corazón y bondad, conocido por su amabilidad y disposición a ayudar a sus vecinos. Alejandro había perdido a su esposa, Elena, en un trágico accidente cinco años atrás. Ella había sido su amor de toda la vida, y su partida dejó un vacío enorme en su corazón. Desde entonces, él se había sumido en una rutina silenciosa, dedicando su tiempo a su trabajo y a cuidar de su jardín, el cual había sido el orgullo de Elena.

Ceci ya se ha quitado los pantalones, y ha quedado en lencería frente a mí. Mi corazón late tan fuerte, que siento que se me saldrá del pecho. Sus manos viajan hacia la hebilla de mi cinturón, un escalofrío recorre mi espina dorsal cuando ella roza sus manos con mi vientre. 

—Un día, una nueva vecina se mudó al lado de la casa de Alejandro. Su nombre era Cecilia. 

—¿Cecilia?, qué coincidencia… —respondo, en un murmullo. 

Cecilia sonríe. 

—Ella había llegado al pueblo buscando un nuevo comienzo, después de un doloroso divorcio y abandono. Era una mujer de espíritu libre, con una sonrisa que podía iluminar la habitación más oscura. A pesar de sus diferencias, Alejandro y Cecilia comenzaron a encontrarse con frecuencia, primero por cortesía y luego por interés genuino.

—Es hermoso cómo los pequeños actos pueden encender grandes llamas.

Ceci y yo nos encontramos casi desnudos, frente a frente. Hace años que no me sentía así de vulnerable y que no veía a una mujer en lencería frente a mí. Ella se acerca, y toma mi mano para ponerla a la altura de su cuello, pidiéndome que la acaricie. 

Paso mi mano con ternura y ella cierra los ojos, disfrutando de mi tacto.

—Cecilia era una apasionada del arte y la naturaleza, y Alejandro pronto se encontró fascinado por su entusiasmo. Un día, Cecilia lo invitó a acompañarla en una caminata por los acantilados. Aunque al principio Alejandro lo dudó, decidió ir, impulsado por una curiosidad que no había sentido en años. Durante la caminata, Cecilia le habló de sus sueños y miedos, y él, por primera vez en mucho tiempo, se sintió comprendido y menos solo.

Sus manos se posan sobre mi pecho, y ella comienza a acariciarlo, haciendo círculos con sus dedos. 

—Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Alejandro y Cecilia comenzaron a pasar cada vez más tiempo juntos. Ella le enseñó a ver la belleza en las pequeñas cosas nuevamente, y él le mostró la fuerza de la constancia y la dedicación. Un día, mientras estaban en el jardín de Alejandro plantando flores que ambos habían escogido, Cecilia se volvió hacia él con una sonrisa.

Ceci hace una pausa, sus ojos brillan con la luz de la chimenea. Ella se pone sobre las puntas de los pies y acercándose a mi oído, murmura. 

—Alejandro, he aprendido a amar este lugar, y más importante, he aprendido a amarte a ti. No sé si alguna vez podremos reemplazar los amores que perdimos, pero creo que podemos construir algo nuevo, algo hermoso.

Al escuchar eso, siento un nudo en la garganta. Sé que lo que me está diciendo a mí y que está tratando de que no me sienta culpable, de hacerme comprender que lo que siento por ella está bien. 

—Alejandro miró a Cecilia, y por primera vez en años, sintió su corazón latir con una mezcla de emoción y miedo. Lentamente, se inclinó y la besó. —Ceci me da un ligero beso sobre los labios—. Alejandro supo que la vida le estaba dando una segunda oportunidad para amar y ser amado. Y que ya no estaba solo, ella ya había llegado a su vida. 

Ceci termina la historia, encontrando sus ojos con los míos, una sonrisa se devela en su rostro y yo sonrío con ella. 

—¿Cuál fue el final de Alejandro y Cecilia? —le pregunto. 

Cecilia me toma de la mano y me pide que me siente sobre la cama. Momentos después, se pone ahorcajadas sobre mí. 

—Ellos dos quedaron juntos —me murmura, mientras sus manos acarician mi rostro—. Él le plantó un hermoso jardín que ella visitaba todos los días. Ahí, se besaban, se tomaban de la mano y caminaban recorriéndolo de esquina a esquina. 

—¿En verdad? —inquiero, dejándome llevar por el momento. 

—Sí. Después, cuando terminaban de caminar. Regresaban a su casa, y cenaban. Era algo sencillo pero delicioso, y lo hacían a la luz de las velas. Cuando terminaban, subían a su habitación y ella lo desnudaba con cariño, mientras él la admiraba. ‘Hazme el amor’, le decía, y ella le sonreía. 

Mis manos se encuentran sobre sus brazos, hasta que ella las toma y las pone sobre sus senos. Una ola de placer recorre mi cuerpo y a ella se le escapa un gemido. Uno suave que apenas se escucha en la habitación. 

Con gracia, Ceci comienza a mover sus caderas, rozando su intimidad con la mía y despertando todo lo dormido en mí. Paso mis manos por su espalda, y con delicadeza, quito el seguro de su sostén, quitándolo con delicadeza; los pechos de Ceci se descubren, de una manera magnífica. 

—Eres hermosa —le murmuro, para dirigir mi boca a sus senos y comenzar a besarlos. 

Ceci comienza a gemir ocupando el silencio de la habitación. Sus manos acarician mi cabello, provocando en mí, una sensación deliciosa, exquisita, que me enciende por dentro. 

Mi boca viaja más abajo, casi llegando a su vientre. Me siento extasiado, lleno de felicidad y de deseo. Tenía años que no me sentía así feliz, completamente feliz. 

—Ceci… —pronuncio entre gemidos—. Hazme el amor, hazme tuyo. 

Ella, sin pensarlo dos veces, echa su cuerpo hacia adelante, provocándome caer sobre la cama. Veo su torso desnudo frente a mí, siento su intimidad húmeda sobre la mía dura, y su rostro lleno de placer, invitándome a que siga tocándola y amándola. 

Sus dedos bajan a mi ropa interior que ella baja descubriendo mi intimidad, esperando por lo que sé está a punto de suceder. Ella la toma con sus manos y juega con ella de una forma sensacional. Me siento vivo, ¡estoy vivo! No sé qué tan específico puedo ser con ella, pero mis manos la toman de las caderas y en un leve giro la recuesto sobre el colchón. 

—Mi turno —le murmuro, para luego besarla sobre los labios. 

Bajo por su cuello, hasta sus pechos, para después ir más abajo y llegar a sus piernas. Las beso con ternura, acercándome peligrosamente a su intimidad. Rozo con mis labios la tela de su lencería y ella gime. Sus manos no dejan de jugar con mi cabello, mientras yo me abro paso con la boca. 

—Miguel —murmura, seguido de un gemido. 

Hace mucho que no hago esto, así que me siento un poco lento y oxidado. Sin embargo, Ceci me ayuda con las manos y me dice dónde besar, lamer o chupar. Cuando su primer orgasmo llega, mi ego sube hasta el cielo. 

—Esto es… ¡MARAVILLOSO! —expresa, mientras su cuerpo se sigue moviendo y disfrutando del placer.

—Tú eres maravillosa —expreso, subiendo a sus labios y acomodándome encima de ella. 

Nos besamos con pasión, sintiéndonos mutuamente, nuestras manos acarician el cuerpo de otro, provocándonos más placer. Entro en Cecilia, sentirla así me eleva hacia el cielo. Ella gime fuerte, y se coge de las sábanas de la cama, apretándolas del placer. 

No tengo mente para otra cosa que no sea causarle placer a Cecilia. Todos mis miedos e inseguridades se han ido, y no pienso más que en este momento tan feliz, donde después de tantos años de viudez, he despertado y con la mujer ideal. 

Cecilia, la mujer que entró a mi vida a sacudirla por completo, la que me ha alejado de la soledad, de la rutina, de la apatía. Ella que yace entre mis brazos, sintiendo mis caricias, me da su amor sin condiciones, sin importarle quién soy y cuál es mi pasado. 

—Te quiero. —Me sale de los labios. 

—Te quiero —contesta. 

Para seguir haciendo el amor, como aquellas dos personas que se encontraron y que están dispuestas a construir algo nuevo, algo hermoso.

4 Responses

  1. Ohh que bonito, al fin Miguel encontró a quien querer y quien lo quiera…se lo merece y sentirse vivo…a recuperar el tiempo jaja🔥🔥🔥pero no la van a tener fácil…con Caro que es intensa buuu

  2. Ceci tuvo la historia adecuada para hacer que Miguel se sintiera seguro y en paz para estar con ella, es la indicada 🥰

  3. Siiiiiii, ya era su tiempo de encontrar la persona adecuada y vivir un amor bonito. Mas que merecido. Que bonito. Ahora se tiene q sacar de encima esa toposa de Carol. Me cae tan mal jajaja

  4. Wow! Lo importante que es ser y fluir…
    Ahora sí me preocupa que tanta bondad se opaque con las malas intenciones de otros.

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