FÁTIMA 

-semanas después – 

Siempre he sido muy apegada a Dios. Desde muy pequeña, he encontrado consuelo y guía en la fe. Mi familia siempre ha sido profundamente religiosa, y juntos hemos cultivado una relación cercana con nuestra espiritualidad. Cuando me casé con David, descubrí que su relación con la fe era distinta. Él llevaba una lucha interna con Dios, una batalla silenciosa que surgió tras la trágica pérdida de su primera esposa. Al notar su reticencia, decidí mantener mi devoción de manera más privada, respetando su espacio y su dolor.

Sin embargo, mi conexión con Dios, nunca se desvaneció. Siempre he sentido que me escucha, que me guía y me da la fuerza que necesito y ahora, enfrentando la desesperación y la angustia de querer ser madre, siento que no tengo otra opción más que acudir a él, a través de la Virgen de Fátima. 

Las personas jamás me preguntan por qué me llamo Fátima. Dan por hecho que es un nombre sin importancia, elegido al azar. Pero la realidad es muy distinta. Mi madre quería ponerme Nabila, el nombre de su abuela, para honrar su memoria. Sin embargo, en su sexto mes de embarazo, sufrió una amenaza de aborto que la postró en cama.

Después de lo sucedido, los doctores le dijeron que la probabilidad de perderme era alta y que solo quedaba esperar. En su desesperación, mi madre recurrió a mi abuela, quien le sugirió que se encomendara a la Virgen de Fátima, conocida por sus milagros extraordinarios. Le pidió que rogara para que el embarazo llegara a término.

Desesperada por no perder a su hija, mi madre le prometió a la Virgen que, si la ayudaba, no solo haría una gran donación al santuario e iría a misa todos los días para agradecerle, sino que también llamaría a su hija Fátima. Así que, aquí estoy, viviendo el cumplimiento de esa promesa.

Mi madre cumplió su promesa. Todos los años, nuestra familia hace una donación al santuario, y ella no faltó a la iglesia ni un día hasta su muerte. Ahora, estoy haciendo lo que sé que ella me recomendaría: ir a Ella y pedirle con devoción que me conceda el milagro de ser madre, aunque sea de un bebé, aunque sea de mi Ainhoa.

Este viaje a Fátima es nuestra última esperanza. David, mi hijo y yo haremos esta peregrinación juntos, como familia, para pedir y agradecer. Pero en el fondo de mi corazón, llevo un ruego muy especial, un anhelo profundo que me consume: pedir por la llegada de nuestra niña, Ainhoa. He soñado con ella, he sentido su presencia en mi alma, y creo firmemente que la Virgen puede obrar el milagro que tanto deseamos.

He rezado incesantemente, he puesto mi fe en las manos de Dios y he hecho todo lo humanamente posible: tratamientos médicos, consultas, y ahora, cuando todo parece fallar, vengo por un milagro. Sin embargo, este viaje no es solo una petición; es también un acto de gratitud por la familia que hemos formado, por el amor que ha florecido entre nosotros a pesar de las adversidades.

⎯Estoy emocionada ⎯comento con David, mientras vamos en el auto hacia el santuario⎯. Tenía años que no venía. 

⎯Yo nunca lo había hecho ⎯admite, mientras lee unas hojas con mucha atención. 

Nuestro hijo viene en silencio viendo por la ventana. David, cuando viaja con nosotros, se emociona mucho por todo lo que puede ver fuera de Ibiza. Supongo que su espíritu pirata, el de descubrir nuevas tierras y horizontes, no ha desaparecido, solo está resguardado en su corazón. 

⎯Entonces esta experiencia debe ser muy bonita ⎯comento. David continúa leyendo los papeles, sin mirar ni siquiera al paisaje⎯. David. 

⎯Hmmm ⎯responde. 

Entonces, me hago hacia delante y con la mano le quito los papeles, para que me preste atención. 

⎯¿Qué sucede? ⎯inquiere. 

⎯David. Para que se obre el milagro es necesario que todos estemos en la misma frecuencia y lo pidamos. Me prometiste que no traerías nada del trabajo contigo. 

⎯Solo es documento, Fátima. Te prometo que después de leerlo ya no pensaré más que en nuestro milagro. 

Suspiro. 

⎯¿Seguro? 

⎯Seguro. Solo es una lectura en el auto, no es algo que tenga que atender de inmediato. 

⎯Te creo ⎯contesto. 

Le devuelvo los papeles, pero David al notar mi rostro, los deja a un lado. Con cariño, me toma de la mano y la besa. 

⎯Sé que esto es importante y yo también lo quiero, mi amor. 

⎯No es que solo sea importante ⎯respondo⎯, es la oportunidad de pedirle que este bebé si logre superar los tres meses, ¿comprendes? Es lo que necesito para no rendirme. 

⎯Lo sé. Estoy comprometido con esto, toda la familia, ¿cierto, David? ⎯le pregunta el niño, que parece no prestar atención a la conversación. 

David voltea y nos sonríe. 

⎯¿Puedo pedir por un hermano también? ⎯nos pregunta. 

Sonrío. 

⎯Pidamos todos por un bebé sano, y ya. Sea niño o niña, que llegue a término y sea sano. 

Mis dos David asienten con la cabeza. Mi marido besa mi mano. 

⎯No te diré que todo saldrá bien, pero sí que te escuchará y, en cuanto menos lo esperemos, estarás esperando un bebé. 

Asiento con la cabeza. La mirada de David siempre me inspira tranquilidad y de una u otra forma, le creo, siempre le creo. 

La conversación se reduce a algo ameno, como los últimos arreglos para la fiesta de Año Nuevo y sobre Nadir y Amira, que planean también tener otro bebé. 

Momentos después, el auto entra a los terrenos del santuario y me pongo nerviosa de nuevo. Hemos llegado con los primeros rayos del sol, que comienzan a iluminar el lugar. 

La silueta de la basílica se recorta contra el cielo despejado, creando un aura de serenidad y espiritualidad. Nos detenemos en la entrada y los tres nos bajamos. David le indica al chofer que vaya a estacionar el auto y que consiga algo de comer y se entretenga; nosotros le avisaremos cuando estemos listos. 

⎯Toma mi mano, David ⎯le pido a mi hijo. Él lo hace obedeciendo. 

Vamos un poco adelante de David. Siento una mezcla entre ansiedad y esperanza, aunque en mi rostro reflejo tranquilidad. Mis ojos se encuentran fijos en la imponente estatua de la Virgen que preside la entrada. 

Tengo fe, vengo con fe, pienso. 

De inmediato, me cubro la cabeza con una mantilla y aprieto con fuerza el rosario que le perteneció a mi madre, y con el mismo que pidió el milagro de mi nacimiento. Lo juego con nervios entre mis dedos, tratando de tranquilizarme. 

⎯Iremos a comprar unas velas ⎯le digo al niño, que se encuentra serio, debido al ambiente del lugar. 

David, mi esposo, camina a mi lado. También tiene un rostro serio, pero este más bien parece de reflexión. Parece que todos estamos en la misma frecuencia, y eso me hace pensar que el milagro se cumplirá. 

Compramos varias velas, y los tres las encendemos con el fuego de las otras velas que ya han puesto ahí. Con ellas en las manos, atravesamos el amplio patio del santuario, el sonido de nuestros pasos es absorbido por el silencio del lugar. Gradualmente, nos vamos uniendo a otros peregrinos, que con la misma devoción se encuentra aquí, acercándose al altar, para pedir por aquello que desean. 

Los tres hacemos una pausa frente a la estatua de la Virgen. 

⎯¿Ves a la virgen, David? ⎯pregunto a mi hijo. El niño asiente con la cabeza⎯. Ella es muy milagrosa, si le pides lo que deseas con devoción, estoy seguro de que te lo cumple. Sin embargo, debes también ofrecerle algo de regreso. 

⎯¿Puedo pedir lo que sea? ⎯pregunta, en un murmullo. 

⎯Lo que quieras… 

⎯Y, ¿te lo tengo que decir? ⎯contesta. 

Niego con la cabeza. 

⎯No, si tú no quieres. 

⎯Bueno. Entonces, además de mi hermana, pediré por algo para mí. ⎯David cierra los ojos, junta las manos y pide. 

Volteo hacia David, quien sostiene la vela con fuerza, evitando que se caiga. 

⎯ ¿Listo? 

Él asiente con la cabeza. 

⎯¿Ya sabes lo que le dirás? ⎯me pregunta. 

⎯Sí, tú sabes lo que le dirás… 

David asiente. 

⎯¿Puedes decírmelo? ⎯pido. 

David suspira, y me ve a los ojos. 

⎯No, no a mí, ve a la Virgen. 

David se voltea y suspira. 

⎯Querida, Virgen de Fátima. Estoy ante ti, con toda la humildad y consciente de que mi fe no ha sido tan firme como debería. Sé que no soy digno de un milagro tuyo, pero, me presento aquí, porque amo profundamente a mi esposa y haría cualquier cosa por verla feliz. ⎯Me toma de la mano⎯. Ella, deposita en ti toda su esperanza y fe y yo, aunque a veces he dudado del poder de Dios, vengo a rogarte por el milagro que tanto anhelamos. Concede, te lo pido, que el próximo bebé que intentamos traer al mundo se logre y nazca sano. Te prometo que, si nos bendices con este milagro, retomaré esa fe que abandoné hace años, y creeré fielmente en ti. Te lo ruego, concédele a mi Fátima un bebé.

Las palabras de David me conmueven mucho y me da un vistazo del dolor que todavía yace en su corazón. Pero me conmueve más que, a pesar de eso, está aquí. Yo aprieto su mano y le sonrío. 

⎯Virgen de Fátima, tú conoces mis anhelos y mis sueños, y sabes cuánto deseo tener una hija, a la que he imaginado y amado incluso antes de su concepción. Te pido, con toda la fe de mi alma, que intercedas ante Dios y me concedas el milagro de ser madre. Permíteme que una nueva vida florezca en mí y que mi hija, a quien llamaré Ainhoa, llegue a este mundo llena de salud, amor y alegría.

Ambos terminamos nuestro discurso, y ponemos la vela sobre el altar. David, nuestro hijo, también hace lo mismo y toma la mano que tengo libre. 

⎯¿Pediste? 

⎯Sí. Pedí por mi hermanito o hermanita ⎯comenta⎯. También pedí por otra cosa. 

⎯¿Puedo saber? ⎯pregunto. 

Él asiente con la cabeza y sonríe. Después me pide que me agache a su altura y me murmura al oído. 

⎯Pedí por qué vivas muchos años, mamá. Que tú no te vayas. 

Acaricio su rostro, y él sonríe. Los hermosos ojos de Alegra se reflejan en mí, y me hacen saber, que ella sigue conmigo y que me está ciudadano desde dondequiera que esté. 

También te pido, Virgen de Fátima, que obres otro milagro, no a mí, sino al niño. Que su madre, Alegra Bustamante, sea recibida en tu seno, y pueda ver a nuestro señor.  Para que él, cuando se encuentre contigo, tenga la oportunidad de verla, conocerla y para que David viva en paz. 

⎯Nos quedaremos un momento más en oración ⎯digo a ambos y después, podremos partir. 

Nos quedamos un momento, contemplando todo a nuestro alrededor. Yo aprieto el rosario, mientras rezo la oración que mi madre me enseño. Después, voy hacia la fuente, donde se puede tomar el agua sagrada y poniendo un poco entre mis manos, la bebo. 

El líquido frío baja por mi garganta, llenándola de una sensación de pureza y esperanza. Tomo un poco más con mis dedos temblando ligeramente por el frío y con suavidad, deslizo las gotas sobre su vientre, sintiendo el contraste del agua helada contra su piel cálida. Cerro los ojos de nuevo, concentrándome en la sensación y pienso: 

Virgen de Fátima, te imploro que bendigas mi vientre y que me concedas la gracia de ser madre. Por favor, protege y bendice a mi Ainhoa, y permítenos traerla al mundo con salud y amor.

Después de terminar todos los ritos, los tres salimos del Santuario y caminamos un momento por el lugar. Lo hacemos en silencio, respetando a los otros peregrinos que se encuentran a nuestro alrededor. Mientras estoy ahí, no dejo de pensar en mi madre y en todo lo que ella pasó conmigo cuando estaba embarazada, ¿será que me tocará lo mismo?, o, ¿mi embarazo será mejor?; si es que me embarazo. 

Mi esposo me detiene y me pide que lo vea. 

⎯Cuando nazca Ainhoa, vendremos cada año a agradecer por ella ⎯habla con seguridad. 

⎯¿Crees que pase? ⎯pregunto. 

⎯Debemos ser positivos. Estoy seguro de que esto pasará, seremos padres. 

⎯Seremos padres ⎯repito. 

Y lo creo. Estoy segura de ello. Sé que pronto seré madre. 

4 Responses

  1. Las palabras de David fueron conmovedoras.
    Y la petición para que el pequeño David se encuentre con Alegra también me hizo el corazón pequeño

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