Extraño mucho a mi familia, pero más mi libertad.

El sol libanés se filtra a través de las ventanas de mi suite, iluminando la habitación con un resplandor dorado que debería ser reconfortante. Sin embargo, me encuentro rodeada de un lujo que, en lugar de alegrar mi espíritu, solo resalta el vacío de mis días. El hotel donde me hospedo, una obra maestra arquitectónica situada cerca del mar, está lleno de esplendor, pero para mí se ha convertido en una prisión dorada.

El hotel es una maravilla de la opulencia moderna. La fachada de mármol blanco resplandece bajo el sol, reflejando los rayos en destellos cegadores. La entrada principal está flanqueada por imponentes columnas que parecen abrazar a los huéspedes con una bienvenida majestuosa. Los vestíbulos están adornados con obras de arte de renombrados artistas, cada rincón exudando una elegancia que parece casi irreal. Las alfombras persas, de colores ricos y texturas suaves, amortiguan cada paso, haciendo que uno se sienta como flotando en un mundo de fantasía.

La biblioteca del hotel, aunque pequeña y aparentemente improvisada, se ha convertido en uno de mis pocos refugios. Está decorada con estanterías de madera oscura que albergan una colección ecléctica de libros, desde clásicos de la literatura hasta modernas novelas de misterio. Vivo las horas recorriendo los pasillos, pasando mis dedos por los lomos de los libros, buscando algo que me transporte lejos de aquí. Sin embargo, incluso la lectura pierde su encanto cuando cada página solo refuerza mi soledad.

El hotel también cuenta con jardines impresionantes, llenos de flores exóticas y árboles frondosos que crean un oasis de tranquilidad. Sin embargo, incluso la belleza de la naturaleza parece desdibujarse en la monotonía de mis días. Camino por los senderos, observando los colores vibrantes y respirando el aroma dulce de las flores, pero siempre regreso a mi habitación con una sensación de vacío.

Cada mañana, despierto con la esperanza de que algo, cualquier cosa, rompa el aburrimiento. Sin embargo, los días se suceden con una monotonía aplastante. Me pregunto cuánto tiempo más podré soportar esta existencia insípida antes de que mi espíritu se quiebre por completo. La vida que una vez soñé se ha desvanecido, sustituida por una rutina que parece inquebrantable.

Las noches son las peores. La oscuridad trae consigo una oleada de pensamientos y sentimientos que durante el día logro mantener a raya. Me encuentro mirando por la ventana, observando las luces titilantes de los barcos en el mar, preguntándome si alguna vez encontraré mi lugar en este mundo. Extraño las risas de mi familia, las charlas con mis amigas, la libertad de ser yo misma sin las cadenas de un compromiso impuesto.

Mis intentos de entablar conversación con Dana, mi futura cuñada, han sido en vano. Ella es una mujer hermosa y elegante, pero su mente está completamente absorta en los preparativos de su propia boda. Cada vez que intento hablar con ella, su respuesta es siempre superficial y cortante. Es evidente que no tiene interés en formar una relación conmigo, más allá de lo estrictamente necesario. 

Sus pensamientos están ocupados con las decisiones sobre flores, vestidos y el menú de la recepción. No la culpo, supongo que cada uno tiene sus propias maneras de enfrentar las circunstancias impuestas, aunque me han llegado rumores de que ella está feliz por su enlace porque se irá de aquí; el matrimonio es su escape. 

Amir, mi prometido, es otra fuente de frustración. Apenas noto su presencia. Pasa la mayoría de sus días en el club del hotel, practicando deportes con una dedicación que raya en la obsesión. Cuando no está en el club, está rodeado de sus amigos, riendo y bromeando, ajeno a mi existencia. Nuestros encuentros se limitan a los breves momentos en el comedor, donde intercambiamos escasas palabras de cortesía. Nunca un “buenas noches”, solo un frío y distante “buenos días”. Es evidente que para él, este compromiso es tan solo una formalidad, una obligación que debe cumplir sin ningún interés real en construir una vida juntos.

En mi desesperación por encontrar algún consuelo, he pedido a mis padres que me envíen mi material de pintura. La espera se hace eterna, pero la esperanza de poder expresarme a través del arte me mantiene a flote. El paisaje aquí es realmente hermoso, con el mar Mediterráneo extendiéndose hasta donde alcanza la vista, las olas rompiendo suavemente contra la orilla, y las montañas que se alzan majestuosamente en la distancia. Pintar estos paisajes sería un pequeño escape, una forma de recuperar un fragmento de la libertad que tanto anhelo.

*Estimada Fátima, 

Espero que al recibir esta carta te encuentres bien. No sabes cuánto extraño escucharte y poder hablar contigo por teléfono. El simple sonido de tu voz me daría una gran paz en estos momentos tan difíciles.

¿Cómo está Nueva York?, apuesto que la pasas mejor que yo. Mis planes de ir a visitarte han quedado enterrados, y ahora, me encuentro en un lugar donde no quiero estar. 

Las historias de amor que nos contaron resultaron ser solo eso, historias. Aquí, rodeada de lujo y opulencia, me siento más sola y triste que nunca. Amir, mi prometido, apenas me dirige la palabra. La indiferencia con la que me trata me duele profundamente y me hace dudar de este futuro que no elegí. No sé cómo he llegado a esta situación, pero cada día siento que me desvanezco un poco más.

Extraño nuestras charlas, nuestras risas y la calidez de nuestro hogar. Nada aquí puede reemplazar eso. No quiero vivir así, en un matrimonio sin amor, llena de indiferencia. Me siento atrapada y desdichada, y no veo una salida clara a esta situación.

Solo deseo que haya alguna otra solución para esta desdicha, algo que pueda devolverme la alegría y la esperanza. Tu apoyo y tus palabras de aliento siempre han sido un faro en mi vida, y ahora más que nunca, necesito sentir tu cercanía.

Con todo mi cariño,

Tu hermana Amira.* 

Termino de redactar la carta y la meto en el sobre. Coloco sobre él las estampillas indicadas, y después, me pongo de pie para llevarla a la recepción y pedir que la envíen. Antes de salir, tomo mi material de pintura, mi cuaderno de bosquejos, la pintura y los pinceles. Me acomodo la mascada, envolviendo mi cabello, porque mis rizos al nivel del mar están más alborotados que nunca y así es la única manera de mantenerlos en su lugar, y finalmente, me pongo las gafas de sol. 

Abro la puerta de mi lujosa habitación, y sago. Hoy es un día muy bonito como para estar encerrada pasando tristezas. Bajo las elegantes escaleras y llego justo al recibidor, donde los huéspedes se encuentran llegando o dejando el hotel, así que Omar, tarda un poco en atenderme. 

⎯¿Una carta a Nueva York? ⎯pregunta con una sonrisa. 

⎯Para mi hermana. Trata de enviarla con el correo de hoy ⎯le pido. 

⎯Claro que sí. Por suerte el cartero todavía no llega. 

Se escuchan risas en la puerta de al lado, y tanto Omar como yo volteamos a ver de qué se trata. Ahí, justo al lado de la recepción, es la oficina de Nazim Khalil, debido a que le gusta estar al pendiente de todo y cerca de sus huéspedes. 

⎯¿Qué pasa? 

⎯No lo sé. Usted sabe que lo que sucede ahí cambia vidas ⎯contesta. 

⎯Bueno, iré a la playa… si es que preguntan por mí. 

Nadie lo hará, nadie preguntará por mí. Ni mi suegra, ni cuñada y mucho mejos Amir. Podría perderme y a nadie le importaría. 

⎯Gracias por avisarme, así sé dónde se encuentra ⎯responde Omar, con una sonrisa. 

Así, me doy la vuelta y camino hacia la puerta que da a los jardínes y de ahí me lleva a la playa. En mi paso, saludo a varios húespedes solo por cordialidad, y siento el aire fresco que aligera el calor. 

Después de unos minutos caminando, al fin, llego a la reja que separa el jardín del mar. La reja es alta y de hierro forjado, adornada con intrincados diseños de hojas y flores que parecen cobrar vida con el brillo del sol. La abro con cuidado, y un suave chirrido rompe la calma del ambiente. Doy unos pasos más y me encuentro frente a una escalera de piedra que desciende hacia la playa.

Desciendo con cautela, sintiendo la rugosidad de cada escalón bajo mis pies. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla se vuelve más fuerte con cada paso, envolviéndome en una sinfonía natural que parece calmar mis pensamientos. Antes de llegar a la arena, me detengo y me quito las zapatillas. La textura fría y suave de la arena bajo mis pies desnudos es reconfortante, una sensación de libertad que me hace cerrar los ojos por un momento y respirar profundamente.

El viento me acaricia el rostro con una brisa fresca y salada que huele a mar y libertad. Me muevo lentamente, acercándome cada vez más a la orilla. Las olas se deslizan suavemente sobre la arena, retirándose de nuevo con un murmullo constante y rítmico. Camino a lo largo de la línea donde el agua se encuentra con la tierra, sintiendo cómo el agua fría besa mis pies.

El horizonte se extiende ante mí, una vasta extensión de azul profundo que parece no tener fin. Observo cómo el sol brilla con todo su esplendor e ilumina la hermosa agua turquesa del mar. El espectáculo es tan hermoso que por un momento, mis preocupaciones parecen desvanecerse, reemplazadas por una paz que hacía tiempo no sentía.

Mientras continúo mi caminata, el viento se intensifica ligeramente, jugando con mi cabello y la mascada que llevo atada en la cabeza. Siento cómo la tela empieza a soltarse, y en un instante, una ráfaga más fuerte la arranca de su nudo. La mascada vuela, elevándose en el aire escapando de mí. La veo bailar en el viento, dirigiéndose hacia el mar.

⎯¡No! ⎯expreso angustiada. 

Dejo mis cosas al lado y trato de entrar al mar por ella. Sin embargo, recuerdo que no sé nadar y que entrar por ella sería un suicidio. Me quedo en la orilla, observando como mi mascada se aleja y yo pierdo algo muy valioso. 

⎯Lo que me faltaba ⎯expreso. 

De pronto, noto que una figura se acerca nadando, se sumerge justo donde se ha ido mi mascada y momentos después, la saca con la mano rescatándola de quedarse sumergida en el fondo del mar. 

Me alegro, sonrío como no lo he hecho en semanas, y espero con ansias a que me la entregue. Así, mientras la figura se va clarificiando, me percato de que es un hombre, y entre más se acerca, más detalles veo. 

Cuando su cuerpo está casi fuera de las olas del mar, me sonrojo ante lo que estoy viendo. Es un hombre gallardo y atractivo que con su cuerpo bien trabajado y atlético, destaca a primera vista. Alto y robusto, su presencia impone respeto y admiración en igual medida. Su cabello negro, corto y bien arreglado, enmarca un rostro que, aunque serio y poco dado a sonreír, no pierde ni un ápice de atractivo.

Al llegar cerca de mi, noto que sus ojos  son oscuros, profundos y enigmáticos, que parecen guardar secretos que despiertan la curiosidad. Los pómulos altos y la mandíbula fuerte le confieren una apariencia imponente, casi esculpida. Cada movimiento que hace, incluso al emerger del agua, destila una confianza natural que no necesita ser expresada en palabras.

La seriedad en su semblante sugiere una vida de responsabilidades y desafíos, pero no resta atractivo a su figura. Al contrario, esta actitud reservada y firme añade un aire de misterio que lo hace aún más fascinante; una combinación difícil de ignorar.

⎯¿Es tuyo? ⎯me pregunta con voz profunda.  

Todavía siento las mejillas calientes, pero con compostura respondo: 

⎯Sí, gracias. 

El hombre la extiende y observa la mascada. 

⎯Es muy fina. 

⎯Era de mi abuela. Me la regaló en mi cumpleaños. Es muy valiosa para mí, no quería perderla. 

⎯Entonces, me alegro de haberla salvado. 

Ambos nos quedamos en silencio. Escuchamos las olas del mar, y sentimos el aire fresco envolviendo nuestro cuerpo. Noto que la piel del hombre está erizada, debido a que tiene el cuerpo mojado. 

⎯Bueno, gracias…

⎯¿Eres huésped del hotel? ⎯me pregunta, interrumpiendo mi frase. 

⎯Algo así… ⎯contesto⎯. ¿Y tú? 

⎯Algo así ⎯responde, y una ligera mueca que parece una sonrisa se dibuja en su rostro. 

⎯Bueno, entonces creo que nos veremos por aquí. 

⎯Supongo ⎯expresa. 

Él me da la mascada y mirándome a los ojos, me dice: 

⎯Nos vemos. 

⎯Hasta luego y gracias… ⎯expreso, tomando la mascada. 

El hombre se aleja de mí, va hacia una parte donde toma una toalla y se seca el cuerpo. Noto como se viste, poniéndose un conjunto de algodón ligero y de color blanco. Después, se seca el cabello, pasándose la mano por él y sacudiéndolo. 

Me que quedado hipnotizada, al grado de que no percibo que su mirada se centra en mí. 

⎯¿Cómo te llamas? ⎯me pregunta desde su lugar. 

Yo reacciono, y de nuevo me enrojezco de la vergüenza. 

⎯A -A-Amira ⎯reacciono. 

⎯Amira ⎯repite mi nombre, y con esa voz suena como un poema. 

Después, recoge sus cosas y se va. 

⎯Le hubieras preguntado el suyo ⎯me reclamo, todavía envuelta en un hechizo. 

***

Después de la mala fortuna que tuve que la mascada y de la buena conociendo a ese guapo desconocido que la salvó, no me pude concentrar. Traté de hacer un esfuerzo muy grande para trazar algo, pero mi mente no me ayudaba, por lo que tomé mis cosas y decidí caminar. 

Me fui por la orilla de la playa, hasta que ya no vi el hotel. Me quedé un rato sintiendo las olas y deseando saber nadar para refrescarme en las aguas. Cuando mi piel comenzaba a sentirse quemada por el sol, regresé al hotel, donde pedí que me subieran la comida a la habitación y me quedé leyendo un rato cerca de la ventana. 

Horas después, abrí los ojos de inmediato, cuando los golpes en la puerta me despertaron. Me había quedado dormida y era momento de la cena. Me cambié de ropa y me arregle, y ahora, me dirijo hacia el comedor principal del hotel, donde la familia Khalil me espera para ignorarme el resto de la noche. 

⎯¿Por qué no me dejaron sola en la habitación?, me divierto más ⎯expreso, entrando al comedor y observando la mesa principal. 

Me acerco, y con una sonrisa los saludo. 

⎯Buenas noches. 

⎯Buenas noches, Amira. Pensamos que te encontrabas indispuesta. ⎯El tono de mi suegra, Aida, es más de reproche que de preocupación. 

⎯Me encontraba en mi habitación leyendo ⎯contesto, con educación. 

⎯Leyendo… ¿qué tanto pueden aprender las mujeres de la lectura? ⎯habla Amir, viéndome como si no fuera nada. 

Me siento en mi lugar, previamente asignado, y tomo un sorbo del vino que han puesto frente a mí. Noto que hay un lugar a mi lado desocupado, pero no me atrevo a preguntar. 

⎯Hoy habrá pescado, Amira ⎯me avisa mi futura suegra⎯. Noté que no te agrada. 

⎯Ni siquiera lo disimuló ⎯agrega Amir. 

⎯Bueno, es que… 

⎯¡NADIR!, ¡HIJO! ⎯interrumpe mi respuesta Aida, y se pone de pie ignorándo a todos. 

Volteo, como mi cuñada y mi prometido lo hacen, y el alma se me cae hasta el suelo cuando lo reconozco: es el hombre de la mascada. Ahora, viene vestido con un conjunto de algodón blanco. Una camisa de manga larga y unos pantalones a juego. Al parecer, le gusta mucho ese color. 

Nadir, como ahora sé que se llama, se acerca con paso decidido, y cada movimiento suyo irradia una fuerza tranquila. La camisa de manga larga, ligeramente arremangada, revela sus antebrazos fuertes y bronceados, mientras los pantalones, ajustados perfectamente, realzan su figura atlética. La pureza del blanco contrasta con su piel morena y su cabello negro, dándole una apariencia aún más impactante.

Mientras se acerca, mi cuerpo se pone alerta, y tengo la necesidad de salir corriendo de ahí. El aire parece cargado de una tensión sutil, y mi corazón late más rápido al recordar el encuentro anterior. 

Nadir, el hombre de la mascada, ha vuelto a entrar en mi vida, esta vez no como un extraño, sino como alguien que está destinado a jugar un papel mucho más significativo en mi historia.

⎯¿Descansaste? ⎯le pregunta su mamá. 

⎯Sí, gracias ⎯responde, con ese voz profunda pero tranquilizadora. 

⎯¡Hermano!, ¡qué milagro! ⎯expresa Amir, y es la primera vez que lo noto feliz⎯. Pensé que me abandonarías más pronto de lo previsto.

Nadir esboza ese mueca que yo confundo con sonrisa, sin embargo, no le responde. Su hermana se acerca a él y le da un abrazo fuerte. 

⎯Pensé que no vendrías a mi boda. 

⎯No puedo perderla… ⎯responde, como si fuese lógico. 

En un instante su mirada se posa sobre mí, y de nuevo los calores invaden mi cuerpo. Nadir hace esa mueca y yo paso saliva. 

⎯Nadir, ella es Amira Lafuente, la prometida de Amir ⎯me presenta mi suegra, en un tono neutro y sin emoción. 

⎯Un gusto, señorita Lafuente ⎯me habla, como si fuese la primera vez que nos vemos. 

⎯I-I-I-Igualmente. ⎯Y me pongo de pie, no sé por qué. 

Él toma mi mano y con delicadeza le da un beso ligero en forma de saludo. Cuando levanta su rostro, nuestras miradas se encuentra y yo me reflejo en la de él de una forma que no conocía. 

⎯¡Hice tu platillo favorito! ⎯interrumpe su madre, sacándome de mi trance⎯. Pero esperaremos a que tu padre baje, para iniciar. 

Nadir se sienta en la silla vacía, y todos los demás hacemos lo mismo. Respiro profundo, en silencio, para volver a tierra y que en nerviosismo se pase. El champán llega por ordenes de mi suegra, y los meseros comienzan a servirlos en las copas. 

⎯Me dijeron los empleados que llegaste hace horas, hijo, ¿por qué no me avisaste? ⎯pregunta mi suegra. 

⎯Quería disfrutar de la vista. ⎯Y al decir eso me ve de reojo⎯. Antes de ser bombardeado con preguntas. 

⎯Tan Nadir… ⎯dice su hermano. 

⎯Pero, puedes disfrutar de la vista después, te quedarás aquí unos meses ⎯habla su madre. 

⎯Lo sé. Pero cada vez que vuelvo acá la vista cambia y esta vez se ha vuelto interesante. 

Yo agacho la mirada y me propongo observar la cubertería de plata que está perfectamente puesta sobre la mesa. 

⎯Vistas… ¡Qué aburrido!, ¿por qué no mejor vienes conmigo al club a tomar unas copas? A todos les gustará verte. 

⎯También va mi prometido, le gustará platicar contigo. ⎯Mi cuñada si que me tiene harta con lo de su boda. 

⎯¿Tiene mucho tiempo aquí? ⎯pregunta Nadir. El silencio se hace y las conversaciones se apagan. Yo sigo concentrada en lo mío, y al notar las pesadas miradas sobre mí, levantó el rostro. 

Nadir me está viendo fíjamente. 

⎯¿Me habla a mí? ⎯pregunto. 

⎯¿A quién más, Amira? ⎯interrumpe Amir, como si fuera obvio⎯. Lo siento, mi prometida no es muy brillante. 

Esbozo una ligera mueca, tratando de apaciguar el insulto con una sonrisa. 

⎯¿Puede repetir la pregunta? ⎯digo, tratando de esconder mis nervios. 

⎯Ya casi el mes ⎯hablo. 

⎯Y, ¿le gusta el lugar? ⎯Nadir toma un sorbo de agua. 

⎯Sí, el hotel es bonito. 

⎯Pero no es un hogar ⎯comenta. Su afirmación me toma por sorpresa. No niego ni afirmo nada, simplemente guardo silencio. 

⎯Nadir, no preguntes esas cosas. Al menos la señorita Lafuente tiene decencia y sabe lo que debe y no contestar. 

⎯Ya veo ⎯contesta Nadir y su mirada se desvía hacia otro lado⎯. Y aún así decide no hacerlo.  

¡Claro que puedo contestar!, pienso, pero ya es muy tarde, lo he arruinado. 

⎯Bueno, bueno, basta de Amira ⎯comenta mi suegra⎯. Mejor brindemos porque Nadir regresó sano y salvo a su casa… a su hogar. ⎯Y diciéndo eso, mi suegra me ve directo a los ojos. 

Pero no me importa, Nadir tiene razón, para mi buena suerte este es un hotel muy bonito, para mi mala suerte, este no es y nunca será mi hogar. 

4 Responses

  1. La vista se ha vuelto interesante…. Esto me gusta, la atracción entre ellos me gusta, ¿que pensará Nadir?

  2. Ay ya cállese señora… Hasta Nadir intenta darle su lugar a Amira mientras ustedes solo se burlan y la hacen invisible… No sólo la vista se ha puesto interesante… Uy uy uy!!

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