David Canarias Lafuente (seis años)
El viento aúlla fuera con una ferocidad inusitada, sacudiendo las ventanas de la habitación. El cielo se encuentra cubierto de nubes oscuras, y relámpagos ocasionales iluminando el cuarto en ráfagas intermitentes. El sonido de la tormenta es casi ensordecedor, con truenos retumbando como un rugido interminable. La intensidad del momento se mezcla con la furia del clima exterior. Las gotas de lluvia se estrellan contra el cristal, creando un sonido que parece sincronizado con las contracciones de mi madre.
⎯¡Ay, no, no!, así no ⎯dice Fátima, mientras se recarga en el sofá y tiene otra fuerte contracción.
Yo me quedo quieto, viendo desde la puerta de su habitación y escuchando el fuerte viento que retumba en las ventanas.
Justo estamos viviendo en Ibiza una tormenta histórica; y este es el momento en que mi hermana Ainhoa decidió llegar al mundo, con un fuerte viento y el cielo cayéndose como si estuviera entrando un huracán. Eso es Ainhoa para todos, una fuerte sacudida, un cambio una renovación. Algo esperado, pero inesperado, una variante independiente que viene a cambiar a las dependientes.
⎯El doctor ya salió del consultorio ⎯avisa mi padre⎯, seguro llega en unos minutos.
⎯¡Es que no debía ser así, tengo que ir al hospital! No puedo perder a mi hija justo cuando llegué al final, no, ¡no puede ser así! ⎯grita mi madre, mientras se toma el vientre.
Mi padre se acerca a ella y la abraza.
⎯No va a pasar eso, ¿vale?, no vamos a perder a Ainhoa.
⎯Y, ¿qué pasa si es posible?, ¡dime! ⎯Un enorme quejido sale de la garganta de mi madre; un trueno cae cerca de la casa y provoca que todos nos asustemos. Incluso, yo salto, bastante asustado.
Mi madre voltea y me ve.
⎯¿Estás bien? ⎯pregunta.
⎯Sí ⎯respondo, con seriedad. En realidad me asusté, pero creo que Fátima ya tiene suficientes problemas como para ver los míos.
⎯Tenemos que hacer algo ⎯le pide a mi papá, quién desesperado está en el teléfono llamando a la ambulancia.
⎯Las líneas no están bien, se escucha mucho ruido ⎯le dice.
⎯Papá, escuché algo sobre el parto ⎯interrumpo.
⎯Ahora no, David ⎯rechaza mi opinión, pero estoy tan acostumbrado que no lo tomo en cuenta y continúo.
⎯Mamá debe ponerse en cuclillas, dicen que es la mejor forma de dar a luz. Debemos revisar si ya se siente la cabeza de la bebé ⎯hablo con decisión.
⎯David, no…
⎯Papá…
⎯¡Qué no! ⎯habla con fuerza, y su voz es acompañada de un fuerte relámpago.
Sin embargo, mi madre me ve directo a los ojos, y en ella encuentro siempre lo que necesito, seguridad, confianza, ella me cree.
⎯Esme ⎯habla, en un tono cansado.
Esme, quien ha estado encendiendo velas por toda la casa para no dejarla en la oscuridad plena, se aparece a mi lado, y entra con decisión.
⎯Dígame, señora.
⎯Voy a parir. ⎯La frase resuena en nuestros oídos, y mi padre voltea a verla, con los ojos abiertos pero del pánico.
⎯No, Fátima. El doctor vendrá y la ambulancia…
⎯¡No puedo esperar David! ⎯le ruega.
Mi padre está asustado, pero más, se siente culpable. Antes de que la lluvia se hiciera tormenta le sugirió a mi madre que esperara unas horas en casa antes de ir al hospital y, ahora, Fátima está por tener a mi hermana en plena oscuridad.
⎯Ve con David ⎯le indica, y me ve a los ojos⎯. Trae agua caliente, toallas, el botiquín, todo lo que se te ocurra para poder tener a la niña. Si David te dice que necesitas algo, le haces caso.
⎯Es un niño, por Dios, Fátima ⎯habla mi papá, pero yo no le hago caso, tomo de la mano a Esme y me dirijo hacia el nivel principal de la casa.
⎯¿Iré por el agua, David, tú…? ⎯Esme está tan nerviosa que no sabe qué decirme.
⎯Debes esterilizar unas tijeras o un cuchillo, para cortar el cordón ⎯agrego⎯. Trae agua oxigenada, yo iré por las toallas. También hay que mantener a Noah calientita, debe haber cobijas y algo que le cubra la cabeza.
⎯Sí, sí, tú ve por eso ⎯me pide, y yo salgo corriendo hacia el cuarto de blancos para tomar todo lo que es necesario.
La tormenta y sus ruidos pasan a segundo lugar, mientras toda la casa se prepara para el nacimiento de la niña más esperada. Yo siempre he estado acostumbrado a la soledad, pero, ahora, ya no será así, Fátima me dará una hermana.
⎯¿David? ⎯escucho la voz de Esme en la sala.
Salgo cargando las finas toallas de algodón y una que otra sábana que me encontré.
⎯Vamos… ⎯habla, mientras lleva un cubo con agua caliente, el cual le cuesta subirlo por las escaleras. Como podemos llegamos hasta la parte de arriba, cuando el sonido de la puerta nos distrae.
⎯Yo voy… ⎯le digo a Esme.
⎯¡No! ⎯exclama, dejando el agua⎯. Sabes que tienes prohibido abrir la puerta de la casa sin autorización.
Desde el secuestro que pasé con Mandy, mi madre ha tomado todas las precauciones posibles. La seguridad ha sido su prioridad, y yo ahora estoy autorizado a abrir las puertas sin necesidad de la supervisión constante de un adulto. También puedo ir a algunos lugares por mi cuenta, siempre y cuando siga ciertas reglas. Supongo que es lo que hace una madre que ha pasado por una experiencia tan aterradora con su hijo de seis años. A veces, me olvido de que todavía soy un niño, inmaduro y dependiente en muchos aspectos.
Esme, deja el cubo lleno de agua sobre las escaleras, y baja corriendo para gritarle a alguien que abra la puerta. La casa parece estar en un estado de caos organizado; las luces parpadean y el sonido de la tormenta afuera se mezcla con el murmullo de las voces y el ruido de los pasos apresurados.
Me dirijo hacia el cuarto de mis padres, moviéndome lentamente, con la curiosidad y la preocupación apoderándose de mí. La casa está en silencio salvo por el sonido de la tormenta que aún retumba en el exterior. Al abrir la puerta de sus aposentos, me encuentro con una escena que me deja paralizado.
Mi madre está en el centro de la habitación, temblando y gritando. Está aferrada a los brazos de mi padre con una desesperación que nunca había visto en ella. Su rostro está pálido y surcado por lágrimas, mientras sus ojos reflejan un dolor y un miedo profundos. La escena parece congelada en el tiempo, como si el mundo entero se hubiera detenido para observar este momento desgarrador.
Mi padre está intentando consolarla, pero su expresión también muestra una preocupación que va más allá de lo que cualquier niño podría comprender. Sus manos, que normalmente son fuertes y seguras, ahora parecen frágiles y temblorosas mientras calman a mi madre. La tensión en el aire es palpable, y la atmósfera se siente cargada de una angustia que parece atravesar las paredes.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras observo desde la puerta. Me doy cuenta de que esta situación es más grave de lo que imaginaba. Aunque tengo permitido moverse libremente por la casa, el ver a mis padres en un estado de tal vulnerabilidad y desesperación me hace sentir pequeño e impotente; como un niño. Hoy no quiero ser niño, quiero ser doctor.
Esme, al llegar a la puerta del cuarto de mis padres, se detiene al ver la escena. Su rostro muestra una mezcla de sorpresa y preocupación mientras se acerca con pasos cautelosos. La tormenta sigue rugiendo afuera, pero aquí dentro, el silencio que sigue a la desesperación parece aún más pesado.
⎯El doctor está aquí ⎯anuncia.
Ambos voltean a la entrada y el doctor entra, provocando que me mueva a un lado.
⎯Doctor, no sé si haya tiempo para llegar al hospital ⎯anuncia mi padre.
El doctor, tranquilo y concentrado, se acerca a Fátima y le pide que se recueste para revisarla.
⎯Salte, David ⎯me indica mo padre.
⎯¡No! ⎯Mi madre aprovecha una contracción para decirlo con mucha más firmeza⎯. No quiero que se vaya; no te puedes ir.
Esme me toma de la mano y me adentra en la habitación. Me lleva un poco lejos de de mi madre quien en este momento está siendo revisada por el doctor.
⎯La señora Lafuente está muy dilatada, no creo que llegue al hospital ⎯escucho⎯; la bebé nacerá aquí.
⎯¿Cómo? ⎯pregunta mi padre, preocupado⎯. Aquí no tenemos lo que se requiere para un parto.
⎯Es peor si esperamos. La bebé puede morir. El parto será aquí; voy a prepararme.
Mi madre comienza a llorar. Mi padre se acerca a ella y noto que la consuela.
⎯No pasará nada, Ainhoa no morirá, tú tampoco lo harás.
¿Morir?, por qué habría de morir mi madre, pienso. La preocupación me invade. No, no quiero perder a otra madre. Sobre todo a Fátima, ella, ella es mi madre.
Me acerco a ella, lleno de angustia y con el miedo recorriendo mi pequeño cuerpo de un niño de seis años.
⎯David, es menor que esperes afuera ⎯me dice el doctor, al notar mi presencia.
⎯No, yo me quedo ⎯hablo con la voz más fuerte y segura que un niño puede tener al enfrentar a un adulto.
⎯¡David! ⎯habla mi padre ⎯. Haz caso, te pido que salgas.
⎯¡No! No quiero que mi mamá muera ⎯contesto, aferrándome a su mano⎯. No, no quiero irme.
Mi padre, me toma de la mano y me separa de mi mamá.
⎯David, tu hermana está por nacer y no tengo tiempo para este tipo de cosas…Te lo pido, haz caso.
⎯¡Que se quede! ⎯grita mi madre en una contracción⎯. ¡Ven!
Me suelto de mi padre y voy hacia mi mamá. Ella me toma de la mano y me sonríe.
⎯No voy a morir ⎯me asegura. Supongo que mi rostro lo expresa todo, así que ella continúa diciéndome⎯. Algún día lo haré pero, no será hoy. No perderás a tu madre, ganarás a una hermana. Ahora, David, te pido que como futuro médico le hagas caso al doctor, ¿vale? Sé buen niño.
⎯Soy buen niño ⎯contesto.
⎯Lo sé, lo sé.
Mi madre cierra los ojos y sé que está a punto de tener otra contracción. La lluvia parece empeorar con cada dolor que siente en el vientre, por lo que la habitación parece un refugio en medio de la tempestad.
⎯Es momento ⎯habla el doctor, quien ya está listo.
Mi padre se acerca a mi madre, le da la mano y se prepara para lo que sigue. Esme me toma de los hombros y me aleja un poco, para darle a mis padres el espacio que necesitan. Yo le hago caso.
Soy buen niño, me repito en la mente.
El grito que ahora da mi madre ya no es de dolor, es de fuerza, como si estuviera invocando a todos los espíritus para que le ayuden a dar a luz a mi hermana. Se supone que Ainhoa nacería en el mejor hospital de Ibiza, rodeada de la tecnología más actual y con un cuerpo médico que se haría cargo de cualquier complicación, pero, no fue así; está a punto de llegar en la habitación de mis padres.
El grito que ahora da mi madre ya no es de dolor, es de fuerza, como si estuviera invocando a todos los espíritus para que le ayuden a dar a luz a mi hermana. El sonido es primal y lleno de determinación, una llamada a la vida que resuena con la furia de la tormenta exterior. En cada grito, hay una mezcla de desesperación y esperanza, uno que atraviesa el estruendo exterior. Así como los árboles del jardín luchan por mantenerse de pie, mi madre lo hace contra el dolor y el miedo que la rodea.
Se supone que Ainhoa nacería en el mejor hospital de Ibiza, rodeada de la tecnología más actual y con un cuerpo médico que se haría cargo de cualquier complicación, pero, no fue así; está a punto de llegar en la habitación de mis padres, con Esme y yo de testigos.
Mi madre está en la cama, el sudor y las lágrimas se mezclan en su rostro mientras su cuerpo se contorsiona con cada contracción. Sus manos están aferradas a las sábanas, y su respiración es errática, entrecortada por gemidos de esfuerzo y gritos de determinación. Mi padre está a su lado, su rostro marcado por una preocupación intensa, pero también por una firmeza inquebrantable. Él sostiene las manos de mi madre, le murmura palabras de aliento y trata de mantenerla enfocada en el objetivo final.
⎯Vamos, amor, aquí estoy ⎯le susurra⎯. Nuestra hija está por llegar. Eres fuerte Fátima, eres fuerte. No te rendiste y llegaste hasta acá; no lo hagas ahora.
La tormenta afuera parece una metáfora del caos que está ocurriendo dentro de la habitación. Los truenos retumban como un eco de los gritos de mi madre, y el viento aúlla con una intensidad que parece sincronizada con el ritmo frenético del parto. En medio de este torbellino de sonido y movimiento, el rostro de mi madre se contrae en una mueca de esfuerzo y concentración.
A medida que la tormenta alcanza su punto máximo, mi madre emite un grito final, una explosión de fuerza que parece desafiar el propio furor del clima. Sus músculos se tensan, y con un último esfuerzo monumental, da a luz a mi hermana. La intensidad del momento se mezcla con la ferocidad del viento, como si el universo entero estuviera conteniendo la respiración en espera del nacimiento.
⎯¡ESTÁ AQUÍ! ⎯grita mi padre, emocionado⎯. Fátima, eres madre, ¡ERES MADRE!
Me hago un poco hacia adelante, tratando de ver a mi hermana. Las sábanas estás manchadas de sangre y el olor es intenso, sin embargo, eso no me impide sonreír, cuando veo a la pequeña salir en las manos del doctor y lanzar un fuerte y sonoro llanto, anunciándole a todos que ha llegado.
⎯¡Es hermosa!, ¡es hermosa, Fátima! ⎯habla mi papá.
Me fijo en mi padre. Jamás lo había visto tan eufórico, tan feliz y emocionado. De pronto, el nacimiento de mi hermana me muestra un lado que jamás pensé que vería.
⎯¡Es una Canarias! ⎯expresa.
Mi padre, con el corazón en la mano y el rostro desbordado de emoción, se acerca a mi madre con la recién nacida. El llanto de Ainhoa es un sonido puro y fuerte, un aviso de que ha llegado a cambiar nuestras vidas; en especial la mía. Ya no estoy solo.
Mi madre, aún en la cama, mira a Ainhoa con un amor y una satisfacción profundos. Aunque está agotada, sus ojos brillan con la luz de la maternidad y la gratitud. Mi padre la mira también, su expresión es de pura adoración mientras observa a su hija recién nacida. El aire en la habitación se siente diferente, cargado de un nuevo sentido
⎯Ven ⎯me pide mi madre, quién ha clavado su mirada sobre mí⎯, ven a conocer a tu hermana.
Esme, que se encuentra envuelta en lágrimas de emoción, me suelta de los hombros para que me acerque a mis padres. Jamás olvidaré el olor a sangre, a sudor, los gritos, la escena de mi madre dando a luz. Jamás olvidaré, también, la euforia de mi padre, ni ese rostro de alegría que hizo.
⎯Ven… ⎯insiste él.
Llego hacia ellos y mi padre me toma de la mano para acercarme.
⎯David ⎯pronuncia mi nombre con ternura, una que solo el nacimiento de un bebé puede provocar⎯. Ella es Ainhoa, tu hermana. ⎯Cuando pronuncia esas palabras los hace con énfasis, como si estuviera quitando las dudas de si somos hermanos. Se asegura de que yo comprenda que ella es mi hermana, y que nos unen cosas que van más allá de la sangre; nos unen el mismo amor de madre y su apellido.
El pequeño cuerpo de mi hermana está envuelto en una manta, su piel rosada y sus ojos aún cerrados mientras llora con una vitalidad que llena la habitación de una nueva energía.
Mis ojos se posan sobre ella. Mi madre me sonríe.
⎯Saluda a tu hermana ⎯me pide.
⎯Hola ⎯digo en un murmullo.
Alzo la mano y Ainhoa, me toma del dedo. La sensación que siento es electrizante; un contacto tan simple, pero cargado de un significado profundo.La sensación de ser el hermano mayor, de tener la responsabilidad de proteger y guiar a esta pequeña, me llena de emoción tan profunda que no puedo describirla con palabras. Es como si todo el amor y la lealtad que había estado esperando, la encontrara finalmente en este pequeño ser.
De pronto, entendí mi lugar en esta familia. El sentimiento de estar perdido, de ser una sombra de una relación pasada, o la sensación de ser una carga, se desvanecieron al amanecer. En ese momento de conexión, no solo comprendí mi rol en la vida de Ainhoa, sino que también encontré un propósito en mi propia existencia. Ahora todo tenía sentido. Esa noche de tormenta, mientras los relámpagos iluminaban el cielo y los truenos resonaban con una furia imponente, no solo nació mi hermana, sino que también nació un nuevo deber en mi vida: el ser el compañero de vida de Ainhoa.
Que lindo capitulo desde la perspectiva de nuestro amado Picaflor!
Que hermoso capitulo. Desde la perspectiva de su hermano
No que lloradera con este capítulo. Casi no termino de leer.
Qué gran momento!
El momento en el que más fueron una familia, los 4 bajo el mismo techo con todos los sentimientos a flor de piel.
Gracias Ana por esta bella historia.