DANIEL

«¿Bart?, ¿estás por ahí?» 

Escribo el mensaje y aviento el móvil sobre la cama. Me deshago el nudo de la corbata y me abro los botones de la camisa. 

—¡Qué calor! —me quejo. 

Voy hacia el armario y comienzo a buscar ropa más fresca y para estar en casa. Me quito la camisa para echarla a la ropa sucia, y aprovecho para estirar mis músculos. Hoy tuve un día muy tenso, y la piscina del edificio está cerrada porque algunas restauraciones y no viajaré hasta casa de mis papás para usar la suya; supongo que una ducha me refrescará. 

¡Mensaje!, suena mi móvil y me dirijo hacia la cama para ver un mensaje de Bart. 

«Hola, Daniel, ¿cómo estás?», responde. 

«Llegando de trabajar. Tuve un día pesado y muy intenso. Mucho trabajo», envío el mensaje y me quedo observando el móvil esperando su respuesta. 

«El mío fue bastante largo, pero, ya estoy descansado. En Madrid hace mucho calor en el verano». 

«Lo sé, ¡qué ganas de estar en Ibiza!», escribo, aunque no lo deseo. 

«Nunca he ido a Ibiza, ¿es tan bonito como lo describen?», me pregunta. 

«Lo es. Bueno, es mi segundo hogar. Mis abuelos eran de allá y mis padres crecieron ahí. Ya no vamos tan seguido, desde que falleció mi abuela. Pero nos gusta ir», explico. 

De pronto, me percato que he dado mucha información personal y que ni siquiera sé quién es Bart físicamente. Sin embargo, me causa tanta confianza que paso eso por alto. 

«Algún día iré, me gusta la música electrónica, ¿todavía hay festivales?». 

«Los hay, Bart. Esta es la primera vez que hablas de algo personal», escribo y envío el mensaje. 

Para este instante ya estoy caminando hacia la cocina, para sacar una jarra con agua fría y servirme un gran vaso con agua. 

«Bueno, tampoco es que me hayas preguntado algo», leo en la pantalla. «¿Quieres preguntarme algo?». 

—Claro que quiero —hablo en voz alta. 

«Bueno, quisiera saber sobre ti. Lo que me quieras decir», dejo hoja blanca para que él pueda escribir lo que quiera. 

Me espero unos minutos y Bart me responde: 

«¿Lo que sea?»

—¿Tanto tiempo para esa frase? —me digo—. Bueno, tal vez si yo le digo algo mío, él se anime. 

Escribo. 

«Soy tauro. Soy una persona firme, decidida y constante en varios sentidos. Nací el 2 de mayo. Es gracioso, porque mi primo nació el 2 de julio del mismo año y decimos que somos gemelos».

—¿Por qué dije eso? —me pregunto. A veces me asusta la confianza que puedo tenerle a Bart y eso que ni siquiera lo conozco. 

«¿Tu primo es tu mejor amigo?, porque al ser signo Cáncer son hechos el uno para el otro». 

Sonrío. 

«¿Sabes de signos zodiacales?». 

«Google», responde y yo lanzo una carcajada. «Yo soy piscis, nací en marzo». 

«2 de marzo». 

«17 de marzo», me corrige.

—Piscis, 17 de marzo, le gusta la música electrónica… 

«No tengo comida favorita, pero no digo que no a un buen club sandwich. Como de todo. ¿Algo más?», recibo el mensaje y respondo.

Hmmmm, pienso

«Yo tengo una pregunta. Y depende de cómo respondas, seguirán nuestras conversaciones».

Recibo el mensaje. 

«Si fueras un superhéroe y tuvieras un poder inútil, ¿cuál sería?».

—¿Cómo? —expreso, antes de sonreír.

«El mío sería meterme el pie en todo lo que hago».

Leo.

«Te entiendo. Creo que el mío sería, no leer bien a las personas».

Envío.

Voy hacia el pequeño ventanal de la sala y veo la calle desde arriba.

«¿Cómo?»

Pregunta.

Dejo de responder. En ese instante, vuelvo a recordar la rara escena qué pasó entre Tazarte, Jo y yo en el auditorio.

«Es una tontería», escribo. Porque en realidad no sé qué pondré.

«Venga. No me puedes dejar con la duda», responde Bart.

Suspiro y comienzo a escribir:

«Bueno, tal vez es una tontería y tú puedes ayudarme a darme cuenta si lo estoy viendo mal. Conocí a un chico, se llama Tazarte, trabajará en la empresa de mi familia. He cometido muchos errores con él, porque soy un poco bruto al expresarme, o más bien, siempre estoy a la defensiva; eso es plática para otra ocasión. En fin, últimamente pasamos mucho tiempo juntos, por cuestiones de trabajo y coincidencias y bueno… me agrada, tiene buena plática». 

Mando el mensaje. Inmediatamente me responde.

«Y, ¿por qué dices lo de leer a las personas?».

«Bueno, pensé que yo también le agradaba, pero, creo que no. Siento que me pone todo tipo de trabas. Por ejemplo: debido a una situación que pasó con él, ¿recuerdas la clase de insanity?»

«Sí claro».

«Bueno, él entró conmigo por azahares del destino. Al final, quedamos en que lo invitaría a cenar para recompensar ese mal rato. Quedamos, después, en que este viernes iríamos a un concierto. Él me invitó. Yo le prometí que después de ahí cumpliría mi promesa». 

Envío. 

«¿Aja?».

«Bueno. Pensé que iríamos juntos, con sus amigos, pero juntos. Ahora que seremos socios de un proyecto, creí que era una buena forma para conocernos más. Pero hoy, insistió en que mi prima y Copp también nos acompañaran. Como si no quisiera estar conmigo. Creo que no le agrado, ¿estoy exagerando?».

Envío. 

Bart tarda unos momentos en responder. Afuera, la ciudad ya está iluminada por las luces de los pisos y edificios. Hoy el cielo está despejado, pero no hay estrellas. Bart responde: 

«La pregunta es, ¿tú quieres agradarle?». 

Leo la pregunta frente a mí, dejándome llevar por un instante de reflexión. ¿Realmente quiero agradarle a Tazarte? La verdad es que nunca he sido del tipo de persona que se preocupa demasiado por caerle bien a los demás. Siempre me he mostrado tal cual soy, sin adornos ni pretensiones. Sin embargo, mientras pienso en ello, me doy cuenta de un detalle curioso: siempre le he agradado a todos, casi sin proponérmelo.

Es extraño, ¿no? Me pregunto cómo es que, sin siquiera intentarlo, la gente siempre me ha aceptado tal como soy. Quizás era mi personalidad, ese carisma natural que solía emanar antes de que todo se nublara, antes de que la depresión decidiera instalarse en mi vida como un huésped no invitado. 

Recuerdo esa época, antes de que los días oscuros llegaran, antes de que las dosis de medicamentos se convirtieran en una rutina. En esos tiempos, ser simpático, ser aceptado, simplemente sucedía. No había preguntas al respecto, no había inseguridades. Todo fluía con naturalidad. Yo era yo, y eso parecía bastar.

Ahora, sin embargo, las cosas son diferentes. Ya no es tan sencillo como antes. La sombra de la depresión y la ansiedad han cambiado el juego, han alterado la forma en que me veo a mí mismo y en que me relaciono con los demás. 

Entonces, la pregunta me golpea de nuevo: ¿quiero agradarle a Tazarte? No es que me preocupe tanto por lo que piense, no es mi estilo. Pero quizás, solo quizás, me importa un poco más de lo que estoy dispuesto a admitir. ¿Y si ya no soy la persona que solía agradar sin esfuerzo? 

«Creo que Tazarte también está un poco a la defensiva», recibo otro mensaje. «Tal vez, no es que no le agrades, sino que no sabe cómo acercarse a ti. Posiblemente, es tímido o no sabe cómo acercarse a ti».

Recibo el mensaje. 

«¿Cómo acercarse a mí?», escribo. 

Nunca pensé que yo pusiera trabas o, ¿tal vez sí? ¡Claro!, la manera en que le respondo. 

«No sé cuáles sean tus intenciones con él».

«Amistad. Me agrada mucho como amigo», le respondo a Bart. «Hace mucho que no tengo un amigo, que no sea mi primo David o mi prima Jo. Mi mejor amigo, Pablo, se fue hace unos años y solo nos comunicamos por mensaje. No quiero sustituir a Pablo con Tazarte, pero, a veces quisiera una amistad que no me tuviese lástima». 

«¿Lástima?». 

«Sí, lástima. Siento que las personas que me rodean me tienen lástima por un episodio que tuve en mi vida. No sé, nadie se atreve a enfrentarme o a decirme las cosas como son; es lo que siento, no sé si sea verdad. Pero me gustaría a un amigo que no conozca mi pasado, que me trate normal, que me diga las cosas de frente y no con rodeos. Que logre verme a mí. Y Tazarte… él sin querer hacerlo… me ve. Y esa sensación de ser visto, me agrada».

Es curioso cómo alguien que no parece esforzarse en lo más mínimo puede hacer precisamente lo que tanto anhelas. Con él no hay ese filtro de lástima, no hay esa constante mirada de preocupación o de cautela. Tazarte me ve, simplemente. No hay adornos, no hay máscaras, no hay ese peso sofocante de la compasión que me rodea en casi todas mis interacciones con los demás.

«Y por eso, la idea de agradarle, de que me vea tal como soy, es algo que me hace sentir que tal vez, solo tal vez, todo no está perdido. Que aún puedo ser algo más que un recuerdo empañado por la tristeza. Que aún hay esperanza de encontrar a alguien que me vea por lo que soy, y no por lo que fui o por lo que creen que debería ser. Y eso, en este momento, es lo único que necesito».

Dejo de escribir. Un nudo se forma en mi garganta y de pronto, el calor sofocante que sentía hace unos minutos, ha desaparecido y ha dado paso al frío. Cierro los ojos, y el episodio que marcó mi vida llega a mi mente; ese momento donde lo perdí todo: mi personalidad, al hombre que amaba, a mi amigo incondicional, pero, lo más importante, cuando me perdí a mí mismo. 

Respiro hondo. No quisiera entrar en un ataque de pánico y terminar corriendo al piso de mi primo para que me ayude. 

Pobre David, tuvo que dejar su otro piso para mudarse al mismo edificio que el mío y así poder estar cerca de mí siempre… siento que he arruinado su vida, pienso. 

De pronto, esos pensamientos oscuros comienzan a invadir mi mente, como una marea que no puedo detener. Es casi como si tuviera una lista mental, un catálogo de todas las vidas que he arruinado, de los caminos que he desviado por mi culpa. Cada decisión, cada consecuencia, parece regresar a mí como un eco implacable. Es imposible ignorarlo: he cambiado la vida de todos los que me rodean, y no precisamente para bien.

Recuerdo los gastos, el dinero que se ha invertido, no en algo que traiga alegría o progreso, sino en lidiar con las secuelas de lo que sucedió. Mi mente regresa a mi madre, a su tristeza palpable, a la manera en que su rostro parece haberse congelado en una expresión de constante preocupación. Pero es más que preocupación, es el estrés postraumático que la mantiene en vilo día y noche. Lo noto en sus ojos, en la forma en que se sobresalta con los ruidos más pequeños, en la manera en que parece no poder relajarse, ni siquiera cuando intenta hacerlo.

Luego está mi padre, el hombre fuerte que siempre supe que podría enfrentar cualquier cosa. Pero ahora lo veo diferente, con una sombra en su rostro que no estaba allí antes. Su preocupación es como una cuerda invisible que lo tira hacia mí, lo empuja a checarme día y noche. Sé que piensa que no lo noto, que sus miradas furtivas, sus llamadas para “saber cómo estoy”, son solo gestos normales. Pero no lo son. Puedo sentir su desesperación, su necesidad de asegurarse de que no voy a caer de nuevo. Y eso, en lugar de consolarme, me hace sentir peor.

Y luego está mi hermano, con quien una vez compartí todo. Ahora, hay una distancia entre nosotros que no sé cómo cerrar. No es su culpa. No sabe cómo tratarme, no sabe qué decir. Ha perdido a su hermano tal como me conocía, y yo he perdido a un confidente, un amigo. Hay tanto que no se dice entre nosotros ahora, tanto que ha quedado atrapado en esa incómoda barrera de lo no dicho. 

De pronto, lo entiendo. Entiendo por qué mis padres quieren una hija nueva, pequeña, sin problemas. Quieren empezar de nuevo, quieren otra oportunidad. Quieren sustituir al hijo roto que ya no pueden arreglar. ¿Cómo no lo vi antes? No es que no me quieran; es que no pueden soportar lo que me he convertido. No pueden sobrellevar ver cómo he cambiado, cómo he arrastrado mi dolor hasta el corazón de nuestra familia y lo he dejado allí, como una marca indeleble que no pueden borrar. Quieren algo nuevo, algo limpio, algo que les permita olvidar lo que he hecho, lo que me he convertido.

Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas antes de que pueda detenerlas. Es como si, en ese momento, todo lo que he estado tratando de contener se desbordara. No puedo detenerlo, no puedo evitar que el dolor se haga presente en cada célula de mi cuerpo. Gradualmente, me siento como si estuviera cayendo en un pozo sin fondo, donde no hay escapatoria, donde el peso de mis pensamientos me arrastra más y más hacia abajo.

Mi ánimo se desploma, y es entonces cuando me doy cuenta de que ya es de noche. Las noches son especialmente difíciles. Hay demasiado silencio, demasiado tiempo para pensar. Durante el día, hay distracciones, hay cosas que hacer, personas con las que interactuar. Pero en la oscuridad, cuando el mundo se calla y no hay más que mi mente y yo, es cuando todo se vuelve insoportable.

El dolor es real, y la soledad que lo acompaña es como una manta sofocante que no puedo sacudir. Quiero escapar de estos pensamientos, quiero encontrar una salida, pero parece que no hay ninguna. Y la oscuridad de la noche solo hace que todo se sienta aún más grande, más abrumador, imposible de soportar.

Quiero dormir, quiero que el dolor desaparezca, aunque sea solo por unas horas. Pero sé que la tranquilidad no vendrá fácilmente. No vendrá sin una lucha, y en este momento, no estoy seguro de tener la fuerza para seguir luchando.

—Es hora de tus dosis —me recuerdo. 

Bart no me ha contestado, supongo que no le importa lo que le acabo de poner. No creo que a nadie le importe. Camino hacia el área, que es mi habitación, y voy hacia el baño donde tengo todas mis píldoras. Tomo las que me corresponden por la noche y sé que después de la última, caeré profundamente dormido, así que antes de tomarla preparo mis cosas para mañana. El sonido de un nuevo mensaje, rompe con el silencio de la habitación. 

«Daniel, es comprensible que en medio de todo lo que has pasado, la idea de ser visto de verdad, sin los filtros del pasado, sea algo que desees. Agradarle a Tazarte no es solo una cuestión de conexión, es también una forma de reafirmarte, de recordar que sigues aquí, que no te defines únicamente por lo que sucedió. Y si alguien, en este momento, puede verte por lo que realmente eres, entonces eso significa que no estás perdido. No dejes que tu pasado te defina. Sonará trillado, pero solo tú puedes hacer algo por ti. No es que tus familiares te tengan lástima, si no esperanza, siguen deseando ver a ese hombre que eras antes, al que les arrebataron de la noche a la mañana; no pienses que por eso te quieren sustituir. Si me permites un consejo, no luches por recuperar quién eras antes de tu episodio, mejor, lucha por formar un hombre nuevo, alguien que sobrevivió a ese episodio y que, gracias a ello, ahora es más fuerte, más maduro, y más sabio. Cada día que te enfrentas a tus propios demonios, te conviertes en alguien diferente, en alguien que está superando lo que muchos no podrían. Hundirte en el pasado solo te impedirá avanzar hacia el futuro. Lamentablemente, los demás continúan con sus vidas, porque no hay manera de volver atrás, y lo que tú necesitas es encontrar la manera de avanzar también; nadie te va a esperar, ni tus padres, ni tu hermano, ni tus primos… NADIE, porque la vida tampoco los espera a ellos. Piensa en ti mismo no como una persona que sigue atrapada en la oscuridad de esos momentos, sino como alguien que tocó fondo, pero que ha logrado salir, paso a paso, aunque sea con tropiezos. Esa es la verdadera victoria, la verdadera lucha: no volver a ser quien eras, sino convertirte en la mejor versión de quien eres ahora. Y si hay alguien que puede ver ese esfuerzo en ti, entonces eso es algo valioso. Permítete ser visto por quien realmente eres hoy, y construye a partir de ahí. No por lo que fuiste, sino por lo que puedes llegar a ser».

Sonrío. No me enojo, sonrío. En todo este tiempo, no me habían dicho palabras tan acertadas, tan directas, tan humanas. Bart no tiene miedo en decirlas porque no me conoce, pero, a la vez, siento que sí lo hace. 

«Te lo digo por experiencia», escribe. «Sé lo que es ver la vida con miedo, con depresión, con incertidumbre. Pero, te prometo, Daniel, que cuando salgas de la tormenta; que es lo más difícil. No serás el mismo, pero serás una mejor versión de ti. Esto no se trata de ser feliz de la noche a la mañana, se trata, de construir tu felicidad aunque no lo veas así por ahora. Se trata de encontrar el equilibrio entre lo que fuiste, lo que eres y lo que puedes llegar a ser. Se trata de aceptar tus cicatrices, no como un símbolo de derrota, si no como un testimonio de tu fortaleza. Construir tu felicidad no es algo inmediato; es un proceso lento, lleno de altibajos, pero cada paso que das hacia delante es una victoria. Aunque no lo sientas ahora, te estás acercando a un lugar donde la vida puede volver a ser significativa, donde las risas pueden volver a ser sinceras y las conexiones con otros, profundas. Se trata de encontrar esas pequeñas cosas que te hacen sentir vivo, de abrazar tu humanidad y de darte permiso para sanar a tu propio ritmo. » 

—Construir mi felicidad —me digo a mí mismo—, se dice tan fácil, pero es increíblemente difícil. Sobre todo, cuando te la arrebataron a golpes, cuando te traicionaron, cuando confiaste y en el momento que más lo necesitabas, no me defendió. Aun así, Bart tiene razón. 

«Tu si sabes leer a las personas, Bart», le escribo. 

Aunque me siento mejor con las palabras de Bart, mi ánimo ya está por los suelos, así que es tiempo de irme a dormir. David vendrá por mí a las 4:00 am para hacer ejercicio y debo estar descansado.

«No soy psicólogo, pero sé lo que estás pasando. Créeme que lo sé».

«Te creo», respondo, ya recostado sobre la cama.

Apago la luz y un último mensaje entra.

«Le agradas a Tazarte, de eso estoy seguro. A mí me agradas. Creo que solo debes bajar tus defensas… ».

—Bajar mis defensas —murmuro, mientras el sueño se apodera—. ¿Pero qué pasa si me vuelven a lastimar? 

Ya no digo más, simplemente me hundo en el sueño, hasta que ya no escucho nada, solo la melodía de la Cumparsita en mi mente. 

7 Responses

  1. Ay mi Daniel, que fuerte todo lo que piensa y siente. 😭💔. Que lindas palabras de Bart. Y eso sirva para q Tazarte se mosquee y comparta mas con Daniel, sin barreras.

  2. Ay Danielito cuánto dolor te causaron 😞 odio a ese cobarde hacerlo 😤 . Pero Bart tiene mucha razón, en todo, la respuesta está en ti 🫂

  3. Se vale llorar a moco tendido?
    Qué difícil fortalecer el autoestima cuando rompen tanto tu confianza.
    Grandes consejos Bart.

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