TAZARTE
-Al día siguiente-
¿Ves cómo te dije que la habías cagado?
—Basta —contesto, mientras termino de calzarme los zapatos para salir de la habitación. Cuando termino, tomo una liga y después de hacerme un pequeño moño me amarro el cabello—. Debes admitir que no sabía que Daniel sentí eso, es más, no sé lo que le pasa.
Pero has pasado por ahí, ¿no?
—Sí, y ahora hablo con mi mente.
—Dijo la psiquiatra que se llama conversación imaginaria y es para sobrellevar el duelo.
Ya han pasado seis años, Taz, ¿cuándo lo vas a sobrellevar por completo?
—No lo sé… No sabía que tenías prisa de irte.
Nunca me quise ir…
Tomo mi móvil, y con rapidez envío el mensaje.
«¿Estás ocupada?, necesito platicar contigo», y envío.
¿Para qué quieres a la rubia que sabe cosas?
—Porque necesito entender algo… antes de…
¿Antes de qué?
—De seguir…
«Palacio de Hielo de Madrid», leo el mensaje de Jo.
—Entonces es verdad lo del patinaje artístico —murmuro, tomando la llave de la habitación.
Taz, lo que le dijiste a Daniel ayer por la noche fue muy personal, ¿seguro que no te va a descubrir?
Abro la puerta.
—Daniel apenas va conociendo a Tazarte, pensará que eso se lo dijo Bart.
Salgo de la habitación y camino hacia el elevador. Ayer me dormí con un mal sabor de boca, y me recordó a mis propias recaídas cuando estaba en depresión. Me acordé de las noches solitarias, de esos momentos cuando bajabas el apagador de la rutina y te caí el peso de la noche. Odiaba las noches, porque era cuando tenía tiempo para mí, para mi mente, para estar solo y poder percatarme de todo lo que había a mi alrededor.
Si no fuera por el buen tratamiento psicológico que me dieron y la principal razón que tuve para sobresalir, no sé si estaría aquí; espero que Daniel tenga una razón.
Las puertas del elevador se abren y sonrío al encontrar a Valentina de la Torre ahí. Al parecer, logró convencer al primo de Daniel para que cambie el proyecto, porque ella me dijo que solo se quedaría unos días, ya casi hace la semana.
—Supongo que fue todo un éxito —le digo.
—Así es —responde con una sonrisa—. Todavía hay unos cuantos detalles, pero creo que se puede hacer algo.
—Me alegro —murmuro.
—Por cierto. Me llevaron a la Casa de la Música, el lugar donde trabajarás. Quieren que ayude en el proyecto. Empezaré hoy.
—¿De verdad? —pregunto.
—Sí. Sé que no sé nada de música, pero, tengo otras habilidades que pueden ayudar al diseño de la casa, así que posiblemente necesite un poco de tu ayuda para la estructura interna de los salones y todo lo que haga falta, tienen que quedar perfectos.
Sonrío.
—Bien, cualquier cosa ya sabes dónde me encuentro. —Las puertas del elevador se abren y salgo de inmediato y con prisa—. Hasta luego, Valentina.
—Hasta luego —responde, caminando hacia el restaurante.
Yo camino hacia la puerta y en un movimiento detengo un taxi para dirigirme hacia el palacio del hielo. Necesito hablar con Jo, hoy es momento de que me cuente algo de las tantas cosas que ella sabe.
***
Entro al palacio del hielo y solo se escucha una pieza musical de ritmo árabe resonando en todas las bocinas del lugar. En el centro, la pista de hielo, donde Jo, con su característica cola de caballo larga y rubia y vestida completamente de negro, se desliza junto con un joven de su edad, patinando con maestría. Sus movimientos son una sinfonía visual, fluida y precisa, como si cada giro y cada salto estuvieran coreografiados por las mismas estrellas.
Jo esgrime una elegancia feroz. Con un giro, Jo lanza su cuerpo en el aire, y por un momento, parece desafiar la gravedad, suspendida en un instante perfecto antes de aterrizar con la suavidad de un susurro. Su compañero la sigue con sincronía absoluta, ambos moviéndose al unísono como si fueran una sola entidad, con una precisión que me impacta por completo.
Me acerco maravillado por lo que estoy viendo. Al parecer, la rubia que sabe cosas, no solo es una excelente empresaria, sino una disciplinada patinadora de hielo, que hace que el deporte parezca sencillo.
—¡Venga, Jo! —se escucha un grito al fondo, y puedo ver a un hombre alto, muy alto, de ascendencia asiática, animándola.
Ella lanza una mirada a su compañero, un destello de confianza y camaradería, y juntos ejecutan una secuencia de elevaciones y giros que quita el aliento. El joven la levanta como si fuera ligera como el aire, y Jo se extiende hacia el cielo, sus brazos largos y gráciles trazando líneas en el aire frío, una diosa del hielo en pleno apogeo. Cuando sus patines vuelven a tocar el hielo, lo hacen con una fuerza que reverbera, enviando chispas invisibles por todo el anillo.
—¡Eso! —la felicita, quien parece ser su entrenador.
Jo y su compañero culminan su actuación con un dramático deslizamiento hacia el centro de la pista. La música se desvanece y el silencio reina brevemente, roto solo por el eco lejano de sus patines. Y entonces, el último acorde resuena, la pieza finaliza y Jo se queda de pie, la respiración agitada, pero el semblante impasible, como si el esfuerzo que acababa de realizar fuera tan natural como respirar.
—¡Bien! —Otra voz interrumpe el lugar, una mujer envuelta en una chaqueta de color azul sale de su escondite y entra a la pista patinando. Al parecer, ella es la entrenadora, el otro debe ser un fan.
No escucho lo que hablan, pero parece que ella está de acuerdo. La entrenadora ve su reloj y les dice que pueden retirarse. Jo y su compañero patinan hacia una de las esquinas de la pista y se limpian el sudor; yo bajo hacia ella y al verme, sonríe.
—Señor Tazarte —me saluda.
—Era en serio lo de la rutina de patinaje —le contesto.
Ella se acerca a mí y me saluda con dos besos, uno en cada mejilla.
—¡Claro!, soy Josephine Carter Ruiz de Con, tres veces ganadora olímpica de forma individual y tres en pareja. Soy conocida como Fantastic Jo, por lo que puedo hacer en el hielo. Además, nunca miento. Cho me enseñó que las mentiras son veneno para los negocios; corroen la confianza, y sin confianza, no hay trato que sobreviva.
—Ese Cho es bastante inteligente —hablo.
—Gracias —Una voz se escucha detrás de mí, y al voltear, veo al hombre alto que la animaba—. Adrián Cho, soy el cuñado de Jo —se presenta.
—Soy Tazarte de la mora —me presento, y le saludo con la mano.
—Cho, él es quien te conté… lo de Dan.
—¡Ah! —expresa Cho y me sonríe.
—¿Le contaste?, ¿pensé que era secreto? —pregunto, algo asustado, al saber que alguien más de la familia sabe.
—Es Cho. Literal le confiaría mi vida. No dirá nada, es más, está de acuerdo con todo.
—Je m’en vais, mon chéri. On se voit tout à l’heure pour l’essayage des costumes —interrumpe el compañero de Jo, para luego darle un beso sobre la mejilla.
—Bye, bye, François —expresa ella.
El chico, un hombre atlético de porte imponente, desliza una mirada que refleja su confianza innata. Su cabello medianamente largo cae con un aire despreocupado que solo acentúa su atractivo natural. Su sonrisa, segura y calculada, es la de alguien que sabe perfectamente el efecto que tiene en los demás, y lo utiliza a su favor. Es consciente de su físico, de su destreza en la pista y de que el título de ganador no es solo una posibilidad, sino algo que ya visualiza en sus manos.
Sin dejar de sonreír, gira sobre sus talones y comienza a subir las escaleras con pasos medidos y firmes, como si estuviera caminando hacia otro triunfo seguro. A su lado, Jo es la perfecta compañera, una extensión de su confianza, pero con un fuego propio que añade intensidad a cada movimiento en el hielo. Mientras se aleja, la seguridad en sí mismo permanece palpable, dejando en el aire una sensación de inevitabilidad: este hombre está acostumbrado a ganar, y espera que todos los demás lo reconozcan.
—¿Te llevo, Jo? —pregunta Cho—. Iré por Sabi y Sirena para llevarlas al Centro Comercial. Sirena está obsesionada con comprar cosas de papelería y vio una nueva tienda que quiere asaltar.
—No, tengo cosas que hacer. Pero los alcanzo.
Jo se agacha, toma su bolsa y momentos después saca de la cartera tres billetes de alta denominación.
—Dile que es parte de Auntie Jo —le comenta a Cho.
—Jo… —le reclama Cho.
—Es mi sobrina, déjame que la consienta.
Cho toma los billetes y ella lo abraza.
—Te quiero —le murmura.
—Yo más… nos vemos.
Ambos se alejan y Cho, con esa sonrisa tan agradable que tiene se despide de mí.
Es raro. Jo da la sensación de ser una mujer segura e imponente, de esas personas que siempre tienen el control de la situación, que no permiten que nada ni nadie las desvíe de su camino. Ella camina por la vida con la cabeza en alto, con la certeza de que sabe exactamente quién es y lo que quiere. Esa es la Jo que todos los externos conocen, la que irradia confianza y no muestra un solo atisbo de duda o vulnerabilidad.
Pero cuando está con Cho, todo eso cambia. Es como si el hombre pudiera atravesar su coraza impenetrable con una simple mirada. Ante él, Jo se transforma; ya no es la mujer segura que enfrenta al mundo con determinación, sino una niña, desarmada y transparente. Ella se permite ser vulnerable, algo que parece casi imposible en cualquier otro contexto.
—Dime, ¿en qué puedo servirte? —me pregunta, ajustándose las zapatillas deportivas.
—Quiero que me digas que le pasó a Daniel —hablo.
Ella sube la mirada y con una sonrisa me dice:
—No can do —contesta en inglés.
—¿Por qué? —pregunto.
—Porque son cosas que no me corresponden. Además, ya te dije lo principal: acto de homofobia que casi lo mata.
—No, sé que hay algo más profundo y si quieres que siga con esto, debo saber.
Ella, de inmediato, pone las manos sobre la cintura, insinuando que está a punto de ponerse a la defensiva.
—¿Si yo quiero que sigas? —pregunta—. Wait a minute, tú eres el que deseas continuar, yo no te he obligado a nada… planté la idea y tú quisiste seguirla, pero puedes retirarte cuando quieras. Si quieres seguir, es porque te gusta Daniel.
—Vale, sí, sí me gusta —admito. Y al escuchar mi voz en alto mi propio cuerpo reacciona.
¿Ves cómo no pasa nada?
Jo sonríe.
—Es un hombre maravilloso, y con lo poco que conozco de él, me ha gustado. Sin embargo, necesito saber qué le pasó, porque Jo, tu primo está muy lastimado y sobre todo, deprimido.
Jo cambia su rostro a uno más suave. Desaparece “fantastic Jo”, la empresaria y patinadora olímpica y queda una persona completamente diferente. Ella toma sus cosas y me dice:
—Vamos. Te invito a desayunar.
***
Pensé que Jo me llevaría a un restaurante de lujo, con una vista maravillosa y platos complicados, así que me sorprendí cuando su lujoso auto se detuvo frente a una pequeña cafetería, al lado de un parque en frente de un conjunto de edificios, bastante normales. Me giré hacia ella, esperando una explicación, pero Jo simplemente sonrió con esa confianza característica que parecía decir “confía en mí.”
Entramos a la cafetería, un lugar cálido y acogedor, con muebles de madera desgastada y paredes decoradas con fotografías antiguas. El aroma a café recién molido y pan horneado llenaba el aire, una mezcla que resultaba reconfortante y familiar, como si entraras en la casa de una abuela que no habías visto en años.
Jo saludó al barista por su nombre, lo que me hizo darme cuenta de que este era un lugar que frecuentaba. Mientras nos preparaban dos capuchinos, ella me llevó a una mesa junto a la ventana, desde donde se podía ver el parque.
—¿Te sorprende? —preguntó Jo, como si leyera mis pensamientos.
Asentí, aun sin palabras, mientras miraba a mi alrededor.
—Este es mi lugar favorito en la ciudad —continuó ella—. No te dejes llevar por la portada, no soy la reina del hielo.
Sonrío.
El mesero nos trae dos chapatas con mucha verdura y queso, y solo el aroma de estos me despierta un hambre que no sabía que tenía.
—También piensas que la cagué con Copp —Inicio la conversación, para no entrar a la conversación que creo que será intensa.
—Sí. Aunque, ahora que lo veo, así puedes saber contra quién compites. Copp está muy lejos del tipo de hombre que le puede gustar a Daniel, pero es muy común que hombres así se le acerquen para tener algo con él. Para Daniel es normal, ¿para ti?
—No lo es… bueno, incluso creo que jamás había conocido a una persona como Daniel, no son mis esferas.
—Entonces, te sorprenderás al conocer a Copp. —Jo se limpia con maestría la boca, pasando la servilleta con pequeños toques. Su mirada azul se intensifica y una mueca se esboza en su rostro—.Tazarte, sabes que yo sé cosas —me comenta.
—Y me sigo preguntando cómo. He llegado la conclusión de que eres bruja.
Jo sonríe.
—Y también sabes que no me quedaría solo con la información que tú me has dado sobre ti mismo. —En ese momento, mi cuerpo vuelve a reaccionar, pero esta vez a la defensiva.
—¿Te estás metiendo en mi vida personal? —respondo con desdén.
—No. Solo lo que está al público. Que Daniel no tenga la curiosidad de meter tu nombre en google es otra cosa. Así que si quieres que sea honesta y te cuente lo de Daniel, debes contestarme algo.
Sé a lo que se refiere, y mi cuerpo se pone a la defensiva, no obstante, él viene a mi mente.
Es momento… ponme nombre.
—Sé lo que vas a preguntar. —Me adelanto.
—Entonces, ¿ya tienes la respuesta?
Suspiro. Juego un poco con la cuchara, batiendo el café, y sin despegar mi mirada, hablo:
—Se llamaba Alexander Sänger, Tenía 33 años —hablo.
Me da gusto que digas mi nombre.
—Murió de cáncer en la garganta, fue raro, porque él no fumaba, era tenor. Era el hombre más maravilloso del mundo. Lo amaba mucho. Crecimos juntos profesionalmente.Nuestro matrimonio fue sencillo, rodeados de nuestras familias y amigos más cercanos. No necesitábamos nada más, porque lo teníamos todo el uno en el otro. Él tenía una pasión por la vida que era contagiosa. Le encantaba aprender, explorar, soñar en grande, y siempre me empujaba a hacer lo mismo. Era generoso con su tiempo y su amor, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara —explico, tratando de que el nudo en la garganta no deshaga en llanto.
Jo me sorprende dándome la mano y apretándola con cariño.
—Que sea la reina del hielo, no me hace una persona insensible. Soy una Ruiz de Con —me explica. Yo sonrío—. Dime más.
—Sin embargo, apenas unos años después de habernos casado, comenzó a sentirse mal. Al principio, pensamos que era solo una molestia pasajera, pero el dolor en su garganta no desaparecía. Después de varios exámenes y consultas, recibimos la noticia que cambió nuestras vidas para siempre: tenía cáncer de garganta.
»Fue un golpe devastador. Él, que había llevado una vida sana, que nunca había fumado, ni hecho nada que pusiera en riesgo su salud, estaba enfrentando una batalla que parecía absurda e injusta. Pero él, con la misma valentía con la que afrontaba todos los desafíos, decidió luchar. No era solo por él, sino por nosotros, por el futuro que habíamos planeado juntos.
»Pasamos por tratamientos, hospitales, y largas noches de incertidumbre. Él siempre trató de mantener el ánimo alto, siempre con una sonrisa para mí, incluso cuando el dolor era insoportable. Nunca se quejó, y siempre me aseguraba que todo estaría bien, aunque en el fondo, ambos sabíamos que la situación era grave.
»Finalmente, el cáncer fue más fuerte que él y mi amado esposo se fue. El vacío que dejó en mi vida fue inmenso. Él no solo era mi compañero de vida, sino mi mejor amigo, mi confidente, mi alma gemela. Vivir sin él ha sido el desafío más grande que he tenido que enfrentar.
»No voy a mentirte y puede que suene una locura, pero hablo con él cuando me siento asustado, tengo conversaciones en mi mente con él. Siento que su presencia me cuida. Por un momento en mi vida, en el cual caí en depresión, eso fue lo que me salvó. El contarle mis días, lo que sentía; bueno, además de la terapia.
—Lo siento mucho —me dice Jo, apretando mi mano.
—Está bien… supongo. Uno aprende a vivir con ello. Un día deja de doler y solo queda el recuerdo; aunque no he vuelto a escuchar ópera desde el momento en qué dejó de cantar.
Jo suspira. Toma un poco del café y arranca un pedazo pequeño del pan que tiene en frente.
—Daniel no es el mismo que hace unos años. —Comienza a relatar—. Como te dije, era un hombre feliz, confiado, lleno de amor y sueños. Desde joven, estuvo enamorado de su mejor amigo, y él le correspondía. Usaban la fachada de los amigos para tener una relación. Se prometieron de todo, amor eterno. Incluso, antes del ataque en el club, planeaban escaparse juntos—. Ahora es Jo, quien trata de no llorar para continuar—. Daniel iba a dejar todo por él: su familia, su carrera, su vida, TODO. El problema es que la familia del novio de Daniel no concebía el hecho de que fuese gay y no lo aceptaban.
»El novio de Daniel tenía una novia que servía de pantalla; ella no lo sabía, y estaba ilusionada con la relación. Él estaba obligado a muchas cosas con ella, hasta que la embarazó, y lo querían obligar a casarse. Ese error fue lo que inició todo, lo que planeó el rescate para vivir en libertad; después sucedió el ataque.
Me quedo en silencio escuchando con atención. Ahora, más que nunca, admiro más a Daniel, lo quiero conocer, deseo estar a su lado.
—Fue el hermano del novio de Daniel. Lo atacó en la oscuridad de un bar mientras él bailaba, sin preocuparse por quién podía estar mirando. Era una noche que parecía llena de promesas, de esas que te hacen pensar que todo puede ser posible. Daniel estaba absorto en la música, sintiendo el ritmo en cada fibra de su ser, sin darse cuenta de lo que se avecinaba.
»De repente, la música dejó de ser lo único que retumbaba en su cabeza. Los golpes comenzaron a caer sobre él con una violencia que nunca había experimentado. Eran puños llenos de odio, de una rabia que Daniel no entendía. Los golpes que le propinó fueron fuertes y hubiesen sido letales si David, mi primo, no se hubiese puesto de escudo.
»Pero lo peor no fueron los golpes físicos, sino la traición. En medio del caos, Daniel vio a su novio, al gran amor de su vida, al hombre por el que estaba dispuesto a dejarlo todo, y lo que vio lo destrozó. No hizo nada. Se quedó allí, observando desde las sombras, sin moverse, sin intervenir, como si la violencia que se desataba ante sus ojos no fuese más que una escena en una película en la que él no quería involucrarse.
»Después de eso, la vida de mi primo se convirtió en lo que es ahora: un hombre inseguro, sin confianza, con miedo. Un hombre que va al psiquiatra dos veces a la semana y tiene dosis de pastillas que lo hacen funcionar. El gran amor de su vida lo traicionó. Vio cómo lo golpeaban y no fue capaz de intervenir. Y por eso, su corazón sigue así… roto. Porque no fue solo el ataque lo que lo destruyó, fue la confirmación de que la persona en la que más confiaba, la persona que amaba, no estaba dispuesta a luchar por él. Y eso, para Daniel, fue el golpe más letal de todos.
Jo se seca las lágrimas con una de las servilletas de papel que hay sobre la mesa, y sus ojos azules brillan llenos de melancolía.
—Ese día yo perdí a mi primo favorito. El Daniel que todos conocíamos, el que siempre tenía una sonrisa para todos, se fue para siempre. Perdió esa chispa que lo hacía brillar, que lo hacía tan especial. Y aunque todavía está aquí físicamente, algo en él cambió para siempre.
»Mi primo David perdió a su hermano, no en el sentido literal, pero sí en el emocional. La violencia que vio esa noche creó una grieta insalvable entre ellos. Ya no puede mirarlo a los ojos sin recordar cómo lo protegió, sin pensar en que él también pudo perder la vida. Esa herida, aunque invisible, fue más profunda que cualquier golpe. Y ahora David se siente con la enorme responsabilidad de velar por él por miedo a perderlo.
»Sus padres, perdieron a un hijo también, no porque se haya ido, sino porque se convirtió en alguien que ya no reconocen. No es solo la tristeza de lo que ocurrió, es el vacío, la desconexión que ha crecido entre ellos. Su hermano lo perdió a él, y no solo como un hermano, sino como su confidente, su amigo, su protector. La traición y el odio levantaron una barrera que los está separando.
»Pero lo más trágico de todo, fue que Daniel se perdió a sí mismo. El hombre lleno de sueños, de amor, de confianza, se desvaneció esa noche. En su lugar, quedó alguien que apenas puede sostenerse, alguien que cada día lucha con sus propios demonios, que toma pastillas para anestesiar el dolor, para simplemente poder continuar. Daniel se convirtió en una sombra de lo que fue, y eso es lo que más me duele: saber que, esa noche, no solo perdimos a Daniel, sino también todo lo que podría haber sido.
Ahora lo entiendo todo. Los ataques de ansiedad, la desconfianza, lo precavido que es, la sonrisa que apenas se dibuja en su rostro. Sobre todo, su mirada, esa que expresa tanto con solo una chispa de tristeza. Es como si, aunque esté presente, su alma todavía estuviera atrapada en esa noche, reviviendo una y otra vez los momentos que lo destrozaron. No es solo el miedo lo que lo persigue, sino la traición, la sensación de haber sido abandonado en el peor momento de su vida por la persona que más amaba.
—Tazarte. —Jo me saca de mi trance—. Sé que tú no eres el salvador de nadie y mucho menos de Daniel. Sé que yo te puse en esta posición y que posiblemente después de esto huyas, y está bien. Yo lo único que deseo, es que Daniel tenga una oportunidad más, una oportunidad de encontrar algo de paz, de reconstruir su vida, aunque sea en parte. Sé que no es justo que te pida esto, pero yo creo que ustedes son hechos el uno para el otro. Yo sé que Daniel no es consciente de ello, pero creo que te necesita más de lo que él mismo podría admitir. —Jo se toma un momento, y veo la preocupación en sus ojos, mezclada con algo de culpa—. No estoy diciendo que lo cures o que resuelvas todos sus problemas —continúa, su voz bajando apenas un poco—. Solo que… estés ahí. Sé que es mucho pedir, pero tal vez, solo tal vez, con alguien como tú a su lado, Daniel pueda recordar cómo es confiar de nuevo, cómo es vivir sin tener que mirar por encima del hombro todo el tiempo. Si hoy te quiere ir, lo entenderé. Pero si decides quedarte… bueno, tal vez seas la persona que le dé esa última oportunidad que tanto necesita.
Un compañero… lo que me dijiste en tus votos Taz. Daniel necesita lo que querías ser para mí y no pudiste.
—Este Copp. —Trato de romper el ambiente melancólico—. ¿Cómo es?
Jo saca el móvil de su bolsa, y después de pasar un momento viendo la pantalla, gira el dispositivo hacia mí para que pueda ver lo que ha encontrado. Ahí está, el famoso Sebastián Copp, en una imagen que encapsula su esencia perfectamente: un cuerpo atlético, esculpido por años de entrenamiento; una barba bien recortada que le da un aire de madurez; su cabello largo, ligeramente ondulado, que cae con elegancia alrededor de su rostro; y esa mirada penetrante, casi desafiante.
¡Guau!
—Guau… —respondo.
—Sí, todo un fuckboy —me dice—. No tienes competencia con él.
—¡Auch! —expreso.
—Déjame terminar. Eres inteligente, eres apasionado, eres un buen hombre y simpático. Pero Sebastián es un fuckboy, alguien encantador, carismático y físicamente atractivo, con una habilidad innata para atraer a las personas. No estoy diciendo que a Daniel le gusten así, pero su presencia destacará frente a ti. Sin embargo, detrás de su actitud seductora y su apariencia segura de sí mismo, a menudo se esconde alguien emocionalmente inmaduro o superficial, con una tendencia a evitar cualquier tipo de compromiso serio, y ahí es donde tú entras. Lo que quiero decir es que tenemos que cambiar el exterior y quedarás perfecto.
—¿El exterior? —pregunto
—Tu ropa, Tazarte… —Sonríe—. Y justo te encontraste con Fantastic Jo, y te voy a ayudar.
Me río nerviosamente, sabiendo que Jo no está bromeando. Ella me mira con esos ojos que siempre parecen estar un paso adelante, como si ya supiera cómo va a terminar todo.
—Confía en mí —me dice, su tono más serio ahora—. No se trata solo de ropa. Es sobre cómo te presentas al mundo, cómo te sientes al ponerte algo que realmente te haga justicia. Daniel necesita ver al hombre que realmente eres, no solo lo que te pones cada mañana porque es lo primero que encuentras en el armario. Además, ya ves como se viste mi primo; debes estar a su altura.
—¿Y eso qué significa exactamente?
Jo levanta una ceja, claramente emocionada por el desafío.
—Significa que vamos de compras. Hoy. Y vamos a hacer que cada prenda que te pongas exprese quién eres: alguien que puede estar a la altura de cualquier Sebastián Copp que se le cruce en el camino, pero con algo que él jamás podrá tener: autenticidad y profundidad. Porque, Tazarte, tú eres mucho más que una cara bonita o un cuerpo trabajado. Eres real, y eso es lo que va a importar al final.
—Jo… —trato de disuadirla.
—Y si te portas bien, tal vez te regale algo más… —Se pone de pie—. Ahora, si me disculpas, debo hacer varias citas para hoy. No te vayas, porque esto se pondrá bueno.
Ella se aleja y yo me quedo impresionado de cómo pasamos de la tristeza a la alegría en poco tiempo.
La rubia que sabe cosas me agrada. Creo que su amistad te hará bien.
—Lo hace. Tenía 6 años que no hablaba de ti.
Ya era hora de que lo hicieras. Taz, admitiste que te gusta, ¿a qué le tienes miedo?
—Tú lo sabes… ¿Qué tal si me enamoro profundamente y él después deja de hacerlo?
No lo hará. No temas, todo estará bien… ¿Tal vez fui yo quien te mandó a la rubia que sabe cosas?, ¿no te has puesto a pensar? Tal vez fui yo quien te puso a Daniel en el camino.
—Por supuesto que no, solo lo dices para no hacerme sentir mal.
Solo inténtalo, Taz o, ¿a caso te he mal aconsejado en todos estos años?
—¿Listo? —me pregunta Jo, llena de emoción.
—¿Para qué?
—Para patearle el trasero a Sebastián Copp —me contesta.
Me pongo de pie.
—Sí, puedo intentarlo —digo, para después, seguirla al auto.
Que fuerte la historia de los dos, pero como dice Jo, Tazarte es el ideal para Daniel, es real, no se esconde y lo puede entender porq han pasado por situaciones de depresion y tratamientos y eso hace que no lo vea con lastima como dice Daniel. 👏👏👏👏👏👏👏
Ánimo Tazarte…!! Que genial es Jo..🤗
Que fortaleza de los dos. Historias, pasados fuertes.
Hermosa Jo. Los Ruiz de Con cuidándose unos a los otros.
Taz… quiero verte con look nuevo.
Ambos han atravesado mucho dolor, diferentes circunstancias pero difíciles por igual. Tal vez Tazarte no se atreve a soltar el recuerdo de su esposo por el mismo temor de no poder sobreponerse a un nuevo dolor si se enamora de nuevo. Y Danielito no puede ser el mismo por el dolor de la experiencia vivida y lo consume la desconfianza y su inseguridad. Espero que aceptando sus debilidades y trabajando en ellas puedan acercarse, conocerse y aprendan a amar de nuevo.
Jaja…Jo eres tremenda…Y seguro ayudarás mucho a Tazarte y a Daniel….Ojalá todo salga bien como Cupido….Y Daniel logre volver a creer y ser feliz…Amo está historia
Es mi historia favorita de la nueva generación♥️
Se vale llorar a moco tendido x 2. Se le da mucho valor a la primera persona pero la que más vale es la última, la que se queda a ayudarte a pasar la escoba, sacar la basura y apagar la luz.
Me tienes enamorada de esta historia Ana, gracias