-Ese mismo día, por la tarde – 

—¿Señor Ruiz de Con? —se escucha la voz de la asistente—. La doctora López lo espera. 

—Gracias —agradezco, para después ponerme de pie, acomodar el saco y sacar el móvil del bolsillo. 

«Entro a terapia, estaré no disponible», escribo el mensaje y lo envío a los 18 miembros que forman parte del grupo familiar. Lo apago antes de recibir 18 “Ok” que harán que mi móvil vibre con intensidad. 

Camino hacia la puerta y, como siempre, antes de que yo la abra, Cristina es quien lo hace. Con una sonrisa me recibe y me pide que entre. 

—Como siempre, me da gusto verte —habla, mientras se sienta en el sofá. 

—¿Segura?, me ves desde hace tres años dos veces por semana —contesto y ella sonríe. 

—Segurísima. Siempre es un placer platicar contigo. Así que dime, ¿qué hay?, ¿qué me cuentas?, ¿cómo te ha ido en la semana? 

Cristina fue una de las psicólogas recomendadas por mi tío David; ella también lo trata. Antes de Cristina, pasé por dos psicólogos más que no me ayudaron para nada; con ella, ya voy para cuatro años. 

—Pues… —Me acomodo en el sofá y tomo un sorbo de agua. No sé cómo iniciar a relatar, pero sé que debo hacerlo—. Hoy se cumplen cuatro años de lo que pasó. 

Cristina suspira. 

—Cuatro años. 

—Así es… Es raro porque no lo tengo marcado en ningún calendario, pero sé la fecha de memoria. Parece que la traigo tatuada. 

—Es normal. No es algo que puedas simplemente desechar. Ya hemos hablado que fue un acontecimiento que te cambió la vida; hay un antes y un después. 

—Pero, me estoy cansando. Ya no quiero saber él antes, ni él después, quiero vivir en el ahora y no puedo —me quejo—. Mis padres planean adoptar una bebé. 

—¿De verdad? —me pregunta. 

—Sí. Al inicio solamente era una idea, pero, resulta que todo va en serio. 

—Y, ¿eso cómo te hace sentir?

Suspiro. 

—Inspirado, feliz por ellos, pero, a la vez, me hace pensar que mis padres quieren volver a empezar para… 

—¿Para no cometer los mismos errores que cometieron contigo? —me pregunta. 

—No, mis errores son míos, lo que siento es que… mis padres se han dado por vencidos conmigo y quieren adoptar para tener una segunda oportunidad de hacer las cosas bien, sin tener que cargar con el peso de mis problemas —respondo, y la voz se me quiebra un poco. 

La psicóloga asiente lentamente, tomando en serio mis palabras. 

—Entiendo que te sientas así, Daniel, pero, ¿y si no se trata de darse por vencidos? ¿Y si, en lugar de eso, están buscando una nueva fuente de esperanza, una forma de seguir adelante después de que todo lo que han pasado? Adoptar, no significa que lo están haciendo para reemplazarte o borrar lo sucedido. La llegada de una nueva vida podría ser una forma de sanar, no solo para ellos, sino también para ti. 

—¿Sanar? —repito, incrédulo—. ¿Cómo la adopción de una bebé puede sanarme a mí? 

—Así es, para demostrarte que la vida después de la tragedia puede continuar y de mejor manera. Tú sabes que tu madre sufrió mucho y que también cayó en depresión. Te están dando tus padres, la lección más grande: se puede sentir amor y esperanza después pensar que lo habían perdido. Adoptar no es un sustituto; es una extensión del amor que ya existe en tu familia. Y ese amor incluye a ti, Daniel. Nadie se ha dado por vencido contigo, ni siquiera ellos.

—¿Y si siempre soy el hijo roto? —pregunto. 

—Daniel, no tienes que ser perfecto para ser amado. —Cristina me pasa un pañuelo desechable; otra vez estoy llorando—. ¿Cómo te sientes hoy sabiendo que es el aniversario de lo que te pasó? 

Reflexiono por un instante. Busco en el fondo de mis sentimientos y después en mis pensamientos; extrañamente es muy diferente a otros años. 

—Me siento, raro. 

—¿Raro? 

—No triste, no melancólico, me siento raro. Creo que últimamente he pasado muy ocupado —le digo. 

—¿Ocupado? 

—Sí. He tenido mucho trabajo y estoy a punto de iniciar un proyecto con Tazarte, ¿te acuerdas de él? 

Cristina sonríe. 

—No es lo que piensas. —La detengo, antes de que comience a hacer conjeturas. 

—¿No puedo sonreír por saber que no estás triste o melancólico? Daniel, en otros años, este día, tenía que mandarte con la psiquiatra para que te modificara la dosis. Hoy, me dices que estás en medio de un proyecto y no te sientes mal. Ese es un gran, gran avance. Mejor dime, ¿cómo te involucraste en este proyecto con Tazarte? Es el músico, ¿no es así? 

—Sí —admito—. Me involucré porque me pidió ayuda para algo y me invitó; al final me convenció. 

—Y, ¿qué proyecto es? 

—La formación de la Nueva Orquesta Juvenil. Se harán conciertos para obtener patrocinadores y bueno, sabes que David es el jefe de proyectos, tengo vara alta. 

Cristina se ríe bajito. 

—Me encanta… ¿Cómo te hace sentir? 

—Me hace sentir con un propósito. Creo que eso es algo que me hace falta, un propósito. 

Cristina asiente. 

—Un propósito—. Es algo tan simple y, al mismo tiempo, tan complicado de encontrar. Por mucho tiempo, he sentido que estoy a la deriva, como si no tuviera nada que me anclara a esta vida. A veces, ni siquiera sé por qué sigo adelante, pero con esto. —Hago un gesto con la mano, intentando capturar en el aire las palabras adecuadas—. Siento que puedo hacer algo que importe. Es algo que no solo me mantiene ocupado, sino que me hace sentir vivo, útil. 

Eso mismo, Tazarte sin querer, me ha dado un propósito, pienso.  

—Pero… —dudo, sintiendo cómo las palabras se atoran en mi garganta.

—¿Pero? —Cristina me mira con esa mezcla de paciencia y curiosidad que siempre me hace sentir seguro, como si pudiera decir cualquier cosa y ella lo entendería.

—Me da miedo. —Mi voz es casi un susurro, como si temiera que al decirlo en voz alta, el miedo se hiciera más real.

—¿Qué te da miedo? —insiste Cristina, suavemente, sin presionarme, pero sin dejarme escapar.

—Me da miedo…—Hago una pausa, buscando las palabras adecuadas, luchando contra la sensación de que lo que estoy a punto de decir sonará absurdo—. Me da miedo no estar a la altura. Que este propósito, este proyecto, termine siendo una carga más, algo que no pueda manejar. Tengo miedo de defraudar a todos, a Tazarte, a David, a ti, a mí mismo. De no ser lo suficientemente fuerte, lo suficientemente estable, para sostener algo tan grande.

Cristina asiente lentamente, como si estuviera absorbiendo cada una de mis palabras.

—Es normal sentir miedo cuando te enfrentas a algo nuevo, especialmente cuando has pasado, por tanto, Daniel. Pero recuerda, el miedo no es un indicador de fracaso, es una señal de que te importa, de que esto significa algo para ti. Lo importante no es no tener miedo, sino lo que decides hacer con él.

Me quedo en silencio, dejando que sus palabras me instruyan. Parte de mí sabe que tiene razón, pero otra sigue aferrada a ese miedo, a la duda que me ha acompañado durante tanto tiempo. El miedo ha sido mi compañero, mi protector, el que siempre está ahí; es raro, pero me da miedo deshacerme de él. 

—Y si fallas —continúa Cristina, con una leve sonrisa—, si tropiezas en el camino, eso no te define. Todos tropezamos. Lo que importa es cómo te levantas, cómo decides seguir adelante, incluso con el miedo a cuestas. Ya lo has hecho antes, Daniel, solamente tienes que recordarlo. 

Asiento lentamente, aun procesando todo. Tal vez nunca dejaré de sentir miedo, pero quizás, solo quizás, puedo aprender a vivir con él y, en lugar de dejar que me detenga, dejar que me impulse a seguir adelante.

—Recuerda que: El miedo es la señal de que estás a punto de hacer algo valiente. 

—Y, ¿qué acto de valentía estoy a punto de hacer? —pregunto. 

—Te estás enfrentando a ti mismo, Daniel. —Su tono es firme, pero lleno de empatía—. No se trata solo de proyectos o de lo que otras personas esperan de ti. Es la batalla interna, la que libras con esos pensamientos que te dicen que no puedes, que no mereces, que es mejor no intentarlo. Reconocer ese miedo, y, aun así, decidir avanzar, es un acto de valentía.

Mis manos descansan sobre mis rodillas, apretadas en un puño, mientras dejo que sus palabras calen hondo. Nunca lo había visto de esa forma. Siempre he pensado en el miedo como un enemigo a evitar, algo que debía superar para poder avanzar. Pero, ¿y si el miedo no era más que un acompañante en mi camino? Un recordatorio de que estoy vivo, de que cada paso que doy, incluso con temor, es un paso hacia adelante.

—Pero… ¿Qué pasa si el miedo me vence? —Mi voz apenas es un susurro.

—No se trata de vencer al miedo —responde Cristina, inclinándose hacia mí—. Se trata de aprender a caminar con él. De aceptarlo como parte de tu viaje, sin dejar que te controle. Y la verdadera valentía, Daniel, es cuando reconoces ese miedo, lo miras a los ojos y, aun así, decides dar un paso más. 

Suspiro profundamente, dejando que el aire salga lentamente de mis pulmones, como si con él se liberaran años de peso que he llevado en mi pecho. He venido a terapia durante tantos años, dos veces por semana, escuchando consejos, reflexionando sobre mis miedos, mis traumas, mis dolores. Hasta ahora, esas palabras, aunque bien intencionadas, siempre parecían rebotar contra una barrera invisible en mi mente. Las escuchaba, asentía, pero en el fondo, nunca creí realmente que pudieran aplicarse a mí.

Pero hoy, algo ha cambiado. Por primera vez en mucho tiempo, creo que podría lograrlo. Y eso, para mí, ya es un gran paso adelante. No estoy diciendo que todo desaparezca como arte de magia, que se vayan los ataques de pánico o los pensamientos traicioneros. 

No obstante, creo que ahora los veré diferente, como una oportunidad para demostrarme a mí mismo que tengo el poder de seguir adelante a pesar de ellos.

—Así como tus padres —continúa Cristina—. Así como ellos están buscando una nueva forma de seguir adelante adoptando a una bebé, tú puedes hacerlo por igual. Puedes darte la oportunidad de sentir amor y esperanza, después de lo que pasaste. Date la oportunidad de tener vida después de la tragedia. Aprende esa lección. 

La aprenderé… esta es mi última oportunidad para dejar atrás todo lo que me aterra. Es hora de dejar atrás a Raúl. 

***

Siempre salgo cansado después de una sesión de terapia. El peso de las palabras, los recuerdos revividos y las emociones desenterradas suelen dejarme exhausto. Lo único que deseo es llegar a mi casa, encontrar refugio en el sofá, ver una película que me permita desconectarme o sumirme en un libro que me transporte a otro mundo.

Sin embargo, hoy la rutina se rompe. Debo ir a casa de mis padres a cenar porque tienen una noticia importante que compartir con Héctor: el anuncio de la adopción. No puedo evitar preocuparme por cómo tomará Héctor la noticia; seguramente no será de su agrado. El saber que tendrá una hermanita seguramente le parecerá un cambio significativo. Después de 23 años siendo el hijo menor, la idea de convertirse en el de en medio no debe ser fácil de aceptar.

Todos sabemos que Héctor no es muy bueno con los cambios. Le gusta que todo siga un curso predecible, y puede ser bastante renuente a adaptarse a nuevas situaciones. En eso se parece mucho a David, aunque no lo digo en voz alta. Quizás eso me cause problemas en el futuro, pero no puedo evitar hacer la comparación.

—Joven Daniel —escucho mi nombre, cuando la puerta de casa de mis padres se abre y Lola me recibe. 

—Lola, ¿cómo está? —pregunto, a la mujer que ha trabajado durante años con nosotros. 

—Bien. Muy feliz. ¿Ya supo que mi casa ya está casi lista? 

La casa, ha llegado el momento de que Lola tenga la suya. Mi padre, siempre generoso con aquellos que han trabajado con él, ha seguido una tradición a lo largo de los años: regalar casas a sus empleados como un gesto de gratitud y reconocimiento por su dedicación y lealtad. Es una de las formas en que expresa su aprecio por el esfuerzo y la lealtad que cada uno de ellos ha brindado a lo largo de los años.

—Me alegra —contesto.

—Nos mudaremos dentro de dos meses, ¿irá a verla, verdad? —me pregunta. 

—Claro que sí —respondo, con una sonrisa. 

—¡Dani! —Escucho la voz de mi madre. 

Lola se hace a un lado y  veo la figura de mi mamá. Su cabello rizado está amarrado por una mascada que lo mantiene en orden. Su cuerpo delgado y atlético, viste unos vaqueros azules y una playera que es el uniforme de su academia. 

—Ven y dame un beso —me pide. 

Voy hacia ella y la abrazo. Mi madre siempre ha abrazado con mucho cariño, pero, después de lo que me sucedió, ahora lo hace como si no quisiera dejarme ir, como si quisiera mantenerme protegido y amado; a veces siento como si pensara que lo hace por última vez. 

—Mamá, huele delicioso —le comento, por el aroma que sale de la cocina. 

—Tu padre… sabes que yo no sé cocinar, pero tu padre sí —me recuerda. 

Ella me toma de la mano y me lleva hacia la cocina, donde la mesa ya está puesta para nosotros cuatro. 

—¿No habrá más invitados? —pregunto. 

Mi padre sonríe. 

—No, esta vez seremos los cuatro… como esa vez cuando todos viajaron a distintos lados y nosotros nos quedamos en Navidad —me recuerda. 

Mi padre, que no parece un hombre que esté llegando a sus cincuenta, se ve increíblemente joven y guapo. Al parecer, tanto mi madre como él están cogiendo un segundo aire, y hasta parece que no son mis padres, sino mis hermanos. 

—Bienvenido, hijo —me saluda, dándome un abrazo y un beso sobre la mejilla. 

—Gracias. 

—Héctor está en casa de Moríns, dándole clases de piano a Fátima. Así que, tenemos poco tiempo para saber qué le diremos —anuncia mi madre. 

—Pensé que ya lo sabían…—comento, mientras me siento en mi lugar.  

—Lo pensamos y llegamos a la conclusión de qué no sabemos… en realidad, nos da miedo. 

—¿Miedo? —Al escuchar la palabra recuerdo lo que hablé hoy en mi sesión—. ¿De qué? 

—No sabemos… —Mi madre se sienta en su lugar—. Supongo que el hecho de decirlo en alto y admitir que pasará es lo que nos da miedo. ¿Qué tal si estamos muy viejos para volver a empezar?, ¿nos veremos ridículos? 

Tomo su mano y la veo directo a los ojos: 

—Hoy me dijeron que: El miedo es la señal de que estás a punto de hacer algo valiente. 

—¿Algo valiente? —pregunta ella, y me sonríe. 

—Sí, el empezar de nuevo. Adoptar a una niña, darle un hogar, una familia, dos hermanos… eso es valiente. Pero, ¿sabes?, la niña, así como nosotros, será muy afortunada de tenerlos como padres. De recibir su amor y sus consejos, su protección, tal como nosotros lo hacemos cada día. Esa niña será muy afortunada de tener a Ainhoa Canarias y a Manuel Ruiz de Con de padres. Porque son excepcionales. 

—¡Ay, mi Dan! —expresa mi madre, para luego lanzar su cuerpo hacia adelante y darme un abrazo—. Lo que me dices, me da mucha tranquilidad y gusto. 

—Gracias —le murmuro en el oído—. Gracias por amarme tanto, madre. Jamás te he agradecido por todo lo que haces por mí. 

—Nada que agradecer, hijo. Te amo. 

—Igual tú, papá. Sabes que te amo y que te agradezco por todo. Y también la pequeña bebé que adoptarán y será mi hermana, será muy afortunada. 

—¡Qué! —expresa, Héctor, desde la puerta de la cocina. 

Todos nos quedamos observándolo, al notar que se ha puesto rígido de lo sorprendido que está. 

—¿Cómo que una hermana? —pregunta, mi hermano. 

—Bueno, si no tenían cómo decirle, pues ya lo hice —admito. 

—Héctor… —le pide mi padre. 

Mi hermano entra, pero su actitud es bastante diferente a la que pensamos. Se ve interesado y me atrevo a decir, tranquilo con la noticia. Mi madre suspira. 

—Tito —habla mi madre, con ese apodo que se le quedó de pequeño. 

—¿No me dirán? —Mi hermano se sienta en su lugar y nos ve a todos—. Venga, ya escuché la mitad de la conversación. 

Mi padre apaga el fuego y le pide a Lola que sirva los platos. Después se acerca a nosotros y con paciencia, le dice: 

—Tito, tu madre y yo, hemos tomado la decisión de ser padres de nuevo. Adoptaremos a una niña. 

Sin más adornos, mi padre lo dice. Mi hermano dibuja una sonrisa. 

—¿De verdad?, ¿una niña?, ¿bebé? 

—Eso queremos, pero también pensamos en una niña de dos años; todo depende. 

—Eso… ¡ES GENIAL! —expresa, y le da un abrazo a mi madre. 

—¿En serio? 

—Sí. Siempre quise una hermana menor. Creo que es genial. Supongo que Dan y yo podemos ayudarlos, ¿cierto? 

—Les ayudarás tú —bromeo—. Yo no pienso desvelarme. 

—¡Claro!, tenía que salir el anciano —me responde. 

De pronto, nos envolvemos en la plática y el miedo queda atrás. Lo que pensamos que sería algo sumamente difícil, resultó ser todo lo contrario. Supongo que es verdad lo que dicen: El miedo solo alcanza la profundidad que nuestra mente le permita.

A partir de este momento, ese día tan fatídico se desvanece y toma la forma de otro: el día que mis padres nos dieron la noticia de que seriamos hermanos.

7 Responses

  1. Que liberador… estuvo genial. Y como siempre Ana dnndonos, consejos y enseñanzas con sus historias. Gracias Ana

  2. Justo esta semana trabajamos algo parecido con ni terapeuta.
    Gracias por compartir historias reales.

  3. Awww Dan creo que ahora empiezas a ver desde otro ángulo la vida y sus oportunidades para superar tus temores🫂… Me alegra mucho que Tito haya recibido la noticia con agrado aunque la forma haya sido la menos pensada. 🤭

  4. Me encanta la historia, espero que actualices frecuentemente, es una de mis favoritas. Felicitaciones

  5. Se vale llorar a moco tendido x 3. Ay Ana, lo que haces y transmites con tus historias…
    Gracias!

  6. Llegastes en el mejor momento, hoy precisamente hoy, tengo mucho miedo, hasta lloré y no se xq. Gracias Ana cariños desde Perú

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