TAZARTE
Jo maneja por la ciudad inmiscuyéndose en calles que la hacían evitar el tráfico. Por esa razón, no tengo ni idea de dónde estoy y no sé a qué lado de la ciudad me está llevando.
Veo pasar los edificios y las calles al ritmo de las canciones de la radio, que cada cierto tiempo interrumpen con un comercial.
¿Quién escucha la radio en estos días?, pienso, recordando que ya tenemos demasiadas plataformas de música.
Cuando menos me doy cuenta, Jo se estaciona en un lugar de la calle, se estira hacia atrás y coge su maleta deportiva. De ahí saca un perfume, desodorante y un kit de maquillaje.
—Esperaremos un poco —me advierte.
—¿A quién? —pregunto, mientras trato de ubicarme. Hace tanto que no estaba en Madrid que he perdido la ubicación de todo.
—Solo espera. Eres bastante desconfiado. A veces te comportas como si yo te fuese a traicionar —me comenta.
—Lo siento, es que me pones nervioso —hablo. En ese momento me percato de lo que acabo de confesar—. Por tu personalidad.
Jo se ríe.
—Tranquilo. Es común que me digan eso;en cierta forma estoy acostumbrada a que me lo digan. Y yo te confieso que me gusta, quiere decir que he logrado mis objetivos en la vida.
—¿Saber cosas? —pregunto y ella sonríe.
—Saber cosas —responde.
Jo continúa arreglándose y reflejándose en el pequeño espejo se pinta los labios.
—El hombre que me presentaste en la pista de hielo, Cho.
—¿Qué pasa con él? —pregunta.
—Parecía muy fraternal contigo. —Jo voltea a verme. Sé que sabe que estoy tratando de hacer conversación para que mis nervios no se noten pero, creo que no está funcionando.
—Eres perfecto para Daniel, ¿sabes? —me dice.
—¿Cómo?
—A pesar de todo, y de lo que ha pasado, Daniel es un hombre muy seguro . No se nota por ahora, pero jamás se le notan los nervios. Dicen que es parte de la personalidad de su abuelo materno y que él heredó. Tú, en cambio, eres un manojo de nervios, así que servirá de balance.
—¿Acaso también eres experta en relaciones? —pregunto.
Jo sonríe.
—Tal vez…
Podría haberme cansado del misterio que mantiene Jo desde hace tiempo, porque no me gusta no saber las cosas. Sin embargo, la rubia tiene algo especial que, a pesar de su personalidad, agrada, te hace sentir bien.
—Cho, como te dije, es mi cuñado. El esposo de mi hermana mayor, Sabina. Ellos se conocieron en el ámbito del deporte cuando mi hermana tenía 16 y Cho 18. Él siempre dice que se enamoró de mi hermana a primera vista y que siempre supo que se casaría con ella. Por ende, yo conocí a Cho cuando tenía apenas 3 años de edad. Mi hermana y él solían cuidarnos porque mis padres estaban ocupados en el conglomerado. Él, era un talentosisimo gimnasta, disciplinado y con una sola meta: ganar una medalla de oro olímpica.
»La ganó, yo lo vi. Recuerdo cuando lo vi compitiendo y después se subió al podium. El himno nacional sonó y él se veía orgulloso; había cumplido su objetivo. Sin embargo, no todo fue felicidad después de eso.
A Jo le duele recordar lo que sigue, porque el rostro le cambia por completo y en la mirada se refleja que lo está recordando de nuevo.
—La familia de Cho nunca fue buena con él. Después de las olimpiadas lo corrieron de su casa y se quedaron con la medalla de oro -él no la pudo sacar. Mi familia le ayudó y con el empeño que siempre tiene, logró salir adelante. Mi hermana y él, entrenaban para ir de nuevo a las olimpiadas y ganar otra medalla; sin embargo, eso jamás sucedió.
La mujer hace una pausa para recuperarse.
—El día de mi cumpleaños, Cho fue a darnos un regalo. En ese momento, tanto mi hermana como él estaban peleados. Yo amaba a Cho, más bien lo amo, es mi hermano mayor, una persona que me inspira… no sé cómo explicarlo. Mi padre dice que sólo Cho puede convencerme de lo que nadie logra.
—Y, ¿qué pasó?, ¿por qué te pones triste?
—Pues, porque por mi culpa, Cho, jamás volvió a ganar una medalla —me comenta—. Ese día, mi hermana y Cho tuvieron una discusión y él optó por irse de la fiesta. Yo deseaba que se quedara, quería que Cho saliera en las fotos, que estuviera conmigo. Pero no podía ser así, entonces decidió irse y yo, lo seguí.
»Corrí tras de él y en el momento de atravesar la calle, un camión venía a toda velocidad. Cho, se lanzó hacia mí, evitó que me atropellaran y me salvó de una muerte segura. No obstante, él recibió todo el golpe, especialmente en la rodilla, y se la destruyó por completo. Lo arropellaron. Estuvo en el hospital debatiéndose entre la vida y la muerte y, cuando salió, su carrera estaba arruinada.
»Cho había perdido no sólo su medalla sino la oportunidad de ganar otra y yo, me sentí con toda la responsabilidad del mundo. ¿Sabes lo que es para una niña de seis años saber que arruinó la vida del hombre que más admira?, ¿el tomar la responsabilidad sobre sus hombros?, ¿el viajar así por la vida? No importa cuantas veces Cho me haya perdonado o me perdone, siempre sabré que fui la responsable de un sueño arruinado.
Al parecer, la rubia que sabe cosas también tiene una lucha interna.
—Y, ¿por eso eres patinadora olímpica? —pregunto.
Ella asiente.
—Yo jamás pensé dedicarme al deporte, como ves, no me veo como una atleta. Sin embargo, necesitaba agradecerle a Cho de alguna manera y esta fue la única que se me ocurrió. En esos momentos, yo empezaba a patinar sobre ruedas, me divertía, pero cuando supe que podría recompensar a Cho, lo tomé en serio.
»Descubrí el patinaje sobre hielo artístico e hice lo que hago cuando algo me apasiona o me gusta… lo hice mío. Ahora, tengo medallas y todas son para Cho. Yo no tengo ninguna en mi medallero. Todas son para él y le daré todas las que pueda… hasta que ya no pueda hacerlo.
Sonrío.
—Eres muy diferente a lo que pensé —expreso.
—Lo sé, las personas suelen hacer juicios sobre mí porque solo ven el exterior. Es normal.
Dos golpes en la puerta de atrás me asustan y me hacen brincar levemente.
—Sí que eres nervioso —me dice Jo. En ese instante presiona un botón y la puerta de atrás se abre.
—¡Julián! —expresa Jo.
—No reconocí el auto, ¿qué pasó con el otro? —pregunta.
—Está en el taller, mi papá me prestó el suyo.
El hombre de cabello castaño y de quijada marcada, se sube en la parte de atrás. Su cabello negro se encuentra perfectamente peinado, así como su barba luce impecable. Parece que su arreglo ha sido exhaustivo y planeado.
—Gracias por venir —le agradece Jo—. Este es mi nuevo proyecto. —Y al decir esto, me presenta—. Tazarte, él es Julián Almeida, es el asesor de imagen de mis primos: David y Daniel.
—Un gusto —saludo.
—El placer es mío —me saluda, con un acento muy marcado, sospecho que es de Brasil.
—Necesito que le hagamos un cambio de imagen se emergencia. Así que ya sabes…
Él se hace un poco para adelante y me observa. Parece que está haciendo un recuento de los daños.
—Paquete sencillo o diamante —habla en código. Jo le da la tarjeta de crédito y al tomarla, él sonríe—. Nos vamos a divertir mucho —responde con una sonrisa.
***
Las puertas del edificio se abren y, segundos después, me encuentro dentro de una tienda exclusiva de ropa, calzado y accesorios.
—Buenos días, joven Almeida —lo saluda uno de los tenderos que es un poco mayor.
—Buenos días. Quiero el salón, por favor y que nos atiendas personalmente. Tazarte —me llama por mi nombre, sacándome del asombro—, ¿quieres algo de tomar?
—Agua… —pronuncio, aclarando mi garganta.
—Traigan el servicio completo y agua para el señor de la Mora. Nos vamos a tardar.
El hombre nos pide que lo sigamos al fondo. Jo va detrás de nosotros enviando un mensaje por el móvil.
—Un asesor de imágen ¿de verdad? —pregunto en un murmullo—. ¿Tanta ayuda necesito?
Jo sonríe.
—El mejor asesor de imagen. Y sí, necesitas deshacerte de esta facha de Beethoven sin patrocinador y convertirte en un Hauser o en el violinista que le gusta a mi mamá… ¿David Garret?
—Dios… —expreso.
—Señor de la Mora —me llama Julián—, acérquese por favor.
Hago caso, no sé por qué, pero me acerco a él y siento su mirada recorriendo mi cuerpo.
Julián, me ve con una mirada crítica.
—Tazarte, tienes un estilo muy definido y natural, pero podemos afinarlo y elevarlo para que se adapte a tu personalidad y a la impresión que quieres dar —comienza, sonriendo con confianza—. Primero, vamos a trabajar con tu tono de piel. Eres de tez clara, lo que nos permite jugar con una amplia gama de colores. Sin embargo, nos enfocaremos en tonos que realmente resalten tus rasgos y contrasten de manera favorecedora con tu color de ojos y cabello.
El asesor caminóa hacia un perchero y selecciona varias piezas de ropa.
—Para el día a día, vamos a optar por colores que complementen tus ojos café intenso. Tonos tierra como el beige, el camel y el oliva serán perfectos. También incluiremos algunos azules suaves y grises claros que se verán fantásticos con tu piel clara y harán que tus ojos destaquen aún más.
Me muestra una camisa de algodón que dice en la etiqueta Brunello Cucinelli en un tono beige suave, seguida de una chaqueta ligera de Burberry en color oliva.
—En cuanto a los cortes, nos enfocaremos en piezas que marquen sutilmente tu figura delgada pero atlética. Camisas slim fit de algodón de Ralph Lauren, y chaquetas ajustadas de Tom Ford que caigan justo sobre los hombros y resalten tu complexión sin ser demasiado ajustadas.
Julián se acerca a un maniquí que lleva un traje impecable.
—Ahora, para ocasiones más formales, vamos a elegir trajes de alta calidad que te hagan lucir sofisticado sin perder tu esencia. Los trajes en tonos azul marino y gris marengo de Hugo Boss serán ideales. Estos colores son clásicos y versátiles, y se adaptan perfectamente tanto para el día como para la noche. Añadiremos corbatas en tonos más oscuros, como borgoña o azul profundo, de Hermès, para un toque elegante pero discreto.
El asesor saca un conjunto que consistía en una camisa blanca de seda de Giorgio Armani y un traje azul marino con un corte italiano que según él, destacará mi figura.
—En cuanto a tu cabello largo y rizado, lo mantendremos natural, pero bien cuidado. Usaremos productos de Kérastase para definir los rizos y mantenerlos en su lugar. Y tu barba… la clave aquí es mantenerla bien recortada, un look que es masculino pero limpio, utilizando productos de grooming de Acqua di Parma.
Finalmente, el asesor señala un par de zapatos en un estante.
—Para completar los conjuntos, elegiremos zapatos de cuero en tonos marrones y negros, como estos de Tod’s y Salvatore Ferragamo. Son clásicos, pero con un toque moderno que combina con el resto de tu nuevo guardarropa.
Jo sonríe, satisfecha con la selección.
—Vas a proyectar confianza, elegancia y sobre todo, autenticidad. ¿Listo para empezar? —me pregunta Julián.
Sonrío por cortesía.
—Me permites un momento —le pido, para luego ir hacia Jo, tomarla levemente del brazo y alejarme para hablar en privado—. Jo, te quiero agradecer por lo que quieres hacer, pero, no creo que sea buena idea.
—¿Por qué? —pregunta, abriendo sus ojos y mostrando el azul de su mirada.
—Pues…¿Ralph Lauren?, ¿Buberry?, ¿Hermès? Esa es ropa que en la vida podría comprar y menos con el salario de un director de orquesta. ¿No sospechará Daniel de cómo pasé de Zara a Prada de un día para el otro?
—Pues le dices que tienes una excelente patrocinadora.
—Pero, no te lo puedo pagar…
—Nadie te lo está cobrando —insiste.
—No te lo podré pagar nunca —aclaro.
—Lo sé, pero no lo hago por eso. Quiero ayudarte, además, te lo mereces. Así que déjate de tonterías y mídete la ropa, ¿vale?
—Jo…
—Ya te dije que soy apasionada e insistente en mis causos, y tú eres mi nueva causa.
Me veo frente al espejo, con mi vaqueros viejos y la playera que dice “Haydn’ Seek Champion”, que me regalaron hace años.
—¿Crees que Daniel note que me hace falta un cambio de imagen? —pregunto.
Jo aparece en el reflejo del espejo y me dice:
—Hasta un ciego lo nota y, como Daniel prácticamente lo es, lo notará. Así que hazme caso… ¿vale? —Ella se aleja para ir a otro lado de la tienda—. Y, apresírense, que todavía tenemos que hacer más cosas. ¿Julián?
—En seguida… Jo. —El hombre va hacia mí—. ¿Me sigues?
Sin tener más remedio lo hago.
Ropa, zapatos, corbatas, sacos. Todo está organizado en un despliegue de colores y texturas que apenas puedo procesar. El asesor de imagen se mueve de un lado a otro, deslizando perchas, seleccionando prendas, comparando tonalidades y telas con una precisión asombrosa. Jo, con su característica atención al detalle, sigue cada movimiento, analizando cada pieza como si fuese parte de un rompecabezas que busca resolver.
—Pruébate este —ordena Jo, entregándome un conjunto de pantalones ajustados y una camisa de seda que siento no podría ponerme ni en mis sueños. Asiento, casi sin palabras, y me dirijo al probador.
Cuando regreso, la cara de Jo lo dice todo. No hace falta que hable, sé que está evaluando desde la caída del pantalón hasta cómo la camisa acentúa mis hombros.
—Camina —me pide, señalando una alfombra que parece hecha para desfiles de moda. Al principio, mis pasos son torpes, inseguros, pero Jo solo dice “relájate” sin dejar de mirarme con esos ojos críticos.
Modelar, ajustar, verme frente al espejo y caminar son las instrucciones que recibo de Jo y el asesor, ambos en una perfecta sincronía, como si estuvieran realizando una coreografía ensayada mil veces. Cada movimiento mío es seguido por un “sí” o un “no” de Jo, mientras los auxiliares se acercan y se alejan como si estuvieran en una especie de vals silencioso, cargando las prendas que ella aprueba o descarta.
Me miro en el espejo y apenas reconozco al hombre que tengo frente a mí. El traje me ajusta perfectamente, la tela fluye con cada movimiento y los colores parecen diseñados específicamente para resaltar mi tono de piel y mis ojos. La camisa que nunca pensé usar se siente increíblemente ligera, como una segunda piel.
Después de terminar con el elegante traje de seda, Jo toma un momento para observarme con una mirada crítica pero entusiasta. Aun no hemos terminado.
—Ahora vamos a elegir algo diferente, algo para un ambiente más relajado. Recuerda que tienes el concierto al aire libre con Daniel —me dice, ya empezando a rebuscar entre las perchas de ropa que los auxiliares nos han acercado.
Se dirige hacia una sección donde predominan los colores naturales, y selecciona una camisa de lino de color blanco con un corte ligeramente entallado, lo suficientemente cómodo para un día en el parque pero lo bastante elegante para dejar una impresión.
—Esto es perfecto para un picnic. El lino es fresco, transpirable, y se verá impecable con la luz natural del día —comenta mientras me pasa la camisa.
Luego, se mueve hacia los pantalones y elige unos chinos de un tono caqui suave, con un corte slim que resalta mi figura sin ser demasiado ajustado.
—Estos pantalones son cómodos pero tienen un buen corte, ideal para estar sentado sobre una manta en el césped pero con la estructura suficiente para que no parezca que acabas de salir de casa sin pensar en tu atuendo —añade, entregándome los pantalones.
Finalmente, selecciona unos mocasines de cuero marrón claro, cómodos pero con un toque refinado, que completan el conjunto.
—Nada de zapatillas deportivas, los mocasines son el equilibrio perfecto entre confort y estilo —dice mientras me los muestra.
Luego, me pasa un suéter ligero de punto gris, por si la temperatura baja al caer la noche. Es suave y tiene un corte clásico que se verá bien tanto si lo llevo puesto como si simplemente lo cargo sobre los hombros.
—Este suéter añade una capa adicional sin comprometer el estilo —me asegura Jo, sonriendo mientras da un paso atrás para observarme.
Me dirijo al probador, y una vez que me cambio, me examino en el espejo. El conjunto se ve relajado, pero cuidado; cómodo, pero con un estilo discreto. Salgo para mostrarle a Jo, quien asiente satisfecha.
—Perfecto. Este look grita elegancia sin esfuerzo. Es lo adecuado para un día de música, y Daniel —dice con una sonrisa.
Se la devuelvo, sintiéndome cómodo y seguro en la elección. Me estoy empezando a dar cuenta de que Jo no solo está cambiando mi apariencia; está ayudándome a construir una versión de mí que se siente bien en cualquier situación, ya sea en un concierto al aire libre o en una cena de gala.
—Bien, etapa uno concluida. Pasemos a la etapa dos —comenta.
—¿Etapa dos? —pregunto, sin entender.
—Sí, hagamos que tu apariencia concuerde con tu ropa. —Y guiñendome un ojo se aleja de mí.
Con el auto cargado de cajas y bolsas, Jo, Julián y yo nos dirigimos a un spa igual de exclusivo que la tienda donde compramos todo. Aquí, según lo que me dijo Julián, saldre como un hombre nuevo, al grado que no me reconoceré.
—Ni tu mamá lo hará —habla Jo, mientras entra frente a mí.
—Señorita, Jo, ¿cómo se encuentra? —la saludan.
—Bien Gracias, Melinda.
—Pidió el paquete completo, ¿viene el señor Xes con usted?
Volteo a verla de reojo. ¿Xes?, ¿quién será Xes? Jo se siente incómoda, pero contesta con amabilidad.
—El señor Xes ya no estará presente. Ahora, concentrémonos en él. Quiero que lo traten bien. Yo lo dejo en sus manos.
Jo se voltea para salir del spa, dejándome adentro muy confundido. Sin pensarla dos veces salgo de ahí siguiéndola.
—¡Espera!, ¿ya te vas? —le pregunto.
—En un rato vuelvo, tengo que ir a ver unas cosas de mi empresa, pero regreso para la revelación final.
—Pero…
—Estás en manos de Julián… no lo tomes literal —bromea—, bueno, depende. En fin, disfruta Tazarte, que esta hada madrina todavía tiene muchas sorpresas. —Finalizando su frase, Jo se va.
Espero que el hechizo no se termine a la media noche, pienso.
Lo que pasó en el spa fue sorprendente, tanto que aún no lo puedo creer. Cuando entré, la luz del sol brillaba por encima de mi cabeza, y ahora que salgo, el día está por terminar y puedo ver al sol metiéndose por el horizonte. Jo sí es una hada madrina de verdad, porque el tratamiento que me dieron fue realmente exclusivo, al grado de que siento que me rejuvenecieron diez años.
Desde el momento en que crucé la puerta, fui recibido por un aroma suave y relajante a lavanda y menta, mientras un personal atento y profesional me guiaba hacia una sala privada, diseñada con líneas modernas y colores neutros que invitaban a la calma. Ahí comenzó todo.
Primero, me condujeron a una camilla de masaje, donde una terapeuta experta comenzó con un masaje de cuerpo completo con aceites esenciales. Pude sentir cómo mis músculos se iban relajando con cada movimiento, mientras las tensiones acumuladas se disolvían en la calidez de sus manos. Este no fue un simple masaje, fue una experiencia sensorial que me sumergió en un estado profundo de relajación. Era como si cada nudo y cada punto de tensión estuviera siendo desatado con una precisión milimétrica.
Después, me llevaron a una cabina de hidroterapia, donde me sumergí en una bañera de agua tibia con sales minerales y burbujas que acariciaban mi piel. No sabía cuánto necesitaba esto hasta que sentí cómo mi cuerpo, hasta el alma, se relajaba aún más, si es que eso era posible. Mientras flotaba en el agua, me aplicaron una mascarilla facial de algas marinas y arcilla, destinada a purificar y rejuvenecer la piel. Mis poros, obstruidos por el estrés y el cansancio, parecían agradecer la atención.
A continuación, me condujeron a otra sala, esta vez para un tratamiento corporal exfoliante. Con una mezcla de sales del Himalaya y aceites esenciales, mi piel fue pulida hasta quedar suave como la seda. Era como si la capa exterior de cansancio y desgaste que me acompañaba desde hace años se hubiera desvanecido, revelando una versión más fresca y vibrante de mí mismo.
No había terminado allí. Me condujeron a un sillón reclinable donde una esteticista me aplicó un tratamiento facial profundo que incluía un suero rejuvenecedor y una mascarilla de colágeno. Mientras tanto, una máquina de luz LED trabajaba suavemente sobre mi rostro, estimulando la producción de colágeno y eliminando cualquier rastro de fatiga. Sentía cómo cada célula de mi piel se reactivaba, como si estuvieran despertando de un largo sueño.
Después vino el tratamiento capilar. Me llevaron a una sala donde me lavaron el cabello con productos especializados, y luego, con manos expertas, un estilista comenzó a trabajar en mi corte. Con cada tijeretazo, parecía que iba quitando años de mi rostro. El estilista mantuvo mi cabello largo y rizado, pero lo modernizó con un corte que realzaba mi estructura facial. Incluso la barba fue tratada con el máximo cuidado, recortada y perfilada para darme un look más limpio y juvenil, mientras mantenía esa apariencia de madurez que tanto me caracteriza.
Finalmente, mis manos y pies no se quedaron fuera del tratamiento. Me hicieron una manicura y pedicura de lujo, con exfoliación, hidratación profunda y masaje. Mis uñas, que antes lucían descuidadas, ahora brillaban con un cuidado impecable.
Cuando todo terminó, me sentí como si hubiera sido sometido a una metamorfosis completa. Mi piel brillaba, mi cuerpo estaba relajado y revitalizado, y mi cabello y barba habían sido transformados en una obra de arte moderna. Jo me recibió con una sonrisa satisfecha cuando salí, como si supiera que el hombre que había entrado en ese spa ya no era el mismo que salía ahora.
Diez años más joven, y con una nueva perspectiva. Así me siento al salir de este spa, como si el tiempo hubiera retrocedido para darme una segunda oportunidad de ser la mejor versión de mí mismo.
Para coronar la situación, Jo me pidió que me pusiera uno de los tantos conjuntos que me compró, solo para ver la fotografía completa. Al ser de noche y verano, tomo uno que se ajusta perfectamente a la ocasión: una camisa de lino blanca, ligera y de manga larga, con los primeros botones desabrochados para un toque casual. Lo combino con unos pantalones de sarga color beige que caen con elegancia sobre unos mocasines de cuero marrón oscuro, sin calcetines, dándole al look un aire relajado, pero refinado.
—Eres una estrella —me dice Julián, quién estuvo a cargo de mi cambio de imagen e indico los tratamientos.
Jo me observa con los brazos cruzados, sonriendo con satisfacción mientras yo me vesto. Cuando finalmente me miro al espejo, no puedo evitar soltar un suspiro de asombro. La camisa realza mi complexión delgada, pero marcada, mientras que los pantalones de corte recto y entallado me dan una apariencia más estilizada. Los colores neutros destacan mis ojos café intenso y el cabello recién cortado y arreglado, ahora más definido y brillante bajo la tenue luz de la habitación.
Jo dio un paso adelante y ajusta el cuello de mi camisa, su sonrisa se ensancha aún más.
—Perfecto —murmura, dando un paso atrás para admirar su obra—Este es el Tazarte que siempre supe que estaba ahí, solo que necesitaba un pequeño empujón para salir.
—Hausser pero con la melena de Beethoven —le comento.
Ella sonríe.
—Eres el músico más guapo que he conocido en mi vida —me dice Julián—. Ahora si me dan ganas de apoyar al arte.
—Lo siento, Julián, este ya esta reservado… puedes apoyar a otras formas de arte —contesta Jo, haciéndome reír—. Ahora, falta el toque final.
—¿Cómo? —pregunto, sin poder creerlo.
—Sí. Tenemos que darte un pretexto para pasar más tiempo con Daniel y sé la forma en que puedes hacerlo.
—¡UN AUTO! —expreso, mientras llegamos a la agencia. Jo, durante todo el camino estuvo evitando decirme la última sorpresa; supongo que quería ver mi rostro—. Es demasiado y no necesito un auto.
—Claro que lo necesitas —responde, como si fuese una mentira lo que estoy diciendo—. Es indispensable para tí, ahora.
—¿Indispensable? Mira, el metro está muy bien.
—Claro que no… —contesta.
Jo abre la puerta y sale. Ya hemos dejado a Julián en otro lado, así que solo venimos ella y yo solos, con un montón de cajas y bolsas en el maletero.
—Jo, te acepto la ropa pero no el auto y menos el tipo de auto que me quieres dar.
—¿Qué tiene de malo un Porsche 911 Turbo S?, fue el primero que yo tuve.
Me quedo con la boca abierta, sorprendido de su respuesta.
—¿No te gusta?
Suspiro.
—Es muy bonito, pero, es demasiado. Además, no puedo pagar el seguro ni los impuestos. Así que creo que ahí la dejamos.
—Venga, es un regalo, todo pegado.
—Jo…
—Vale, vale… no te compro un Porsche, dime, ¿qué auto quieres o te sirve? —me pregunta.
—Ninguno, no tengo motivos para tener un auto.
—Sí, sí los tienes. Porque gracias a eso podrás conversar y pasar más tiempo con Daniel. Él no puede manejar por el problema de sus ojos, así que usa chofer. Si tú tienes auto te puedes ofrecer a llevarlo y traerlo en todo lo que tengan que ver del proyecto, pretexto perfecto para que Sebastián Copp salga de la jugada, ¿entiendes?
—Comprendo.
—Además, el domingo su chofer se va de vacaciones. Hice los arreglos esta mañana para que se tome dos semanas de vacaciones en Euro Disney con su familia.
—¡Qué! —pregunto.
—Es inesperado, Daniel necesitará una solución y se la darás… Tazarte al rescate.
—Eres… —Y no sé qué palabra usar porque Jo es asombrosa pero a la vez calculadora, es… Jo.
—Soy… —admite con una sonrisa—. Ahora dime el auto y va por mi cuenta.
Me estaciono con precaución en la entrada del hotel Lafuente, y uno de los jóvenes del vallet parking me abre la puerta. Yo me bajo de mi camioneta Suv ford de color rojo electrico, que escogí hace dos horas; Jo no estuvo de acuerdo con mi elección, pero la respetó.
—Señor… de la Mora. —Puedo ver su rostro de asombra ante mi cambio.
—Hola. Si tiene un costo el estacionamiento le pido me diga para costearlo —comento.
—Claro, en seguida.
—Y, ¿puede pedirle a un botones que me ayude a bajar las bolsas de atrás? —le pido.
—Claro, señor, en seguida.
Jo, que venía detrás de mí en su auto, se baja y camina hacia mí, con una amplia sonrisa.
—Y pues… listo —dice.
Sin embargo, la interrumpo y la envuelvo en un abrazo inesperado. No sé si para ella esto sea algo común o no, pero para mí, lo que ha hecho es extraordinario. Jo, hoy, me hizo sentir joven de nuevo, lleno de vida y esperanza. Por años, me sumí en esta vejez impuesta, me encerré en mi propio mundo, concentrado en sobrellevar el dolor, olvidándome de mí mismo.
Hoy, regresó el Tazarte que era antes, ese joven lleno de ilusiones y sueños que, apostándolo todo, confió en su talento y logró salir de la Isla para ver si podría triunfar. No es la ropa, los accesorios, ni siquiera el auto. Es que Jo me escuchó atentamente hace horas atrás y comprendió lo que realmente necesitaba: a mí.
Esa chispa, la que alguna vez brilló en mis ojos y se apagó con el tiempo, parece haber resurgido. Jo no solo me ayudó a cambiar mi apariencia; ella me ayudó a redescubrir a ese hombre que todavía estaba ahí, escondido bajo capas de años y resignaciones. Y por eso, este abrazo es lo menos que puedo ofrecerle, aunque no logre expresar del todo la gratitud que siento.
—No hay de qué —responde Jo, sin que yo le diga una palabra—. Solo te voy a pedir algo.
—Lo que sea.
—Cuídalo mucho, ¿vale?
—Te lo prometo —digo.
Tú siempre cumples tus promesas, aparece la voz de él, una que no he escuchado en todo el día.
—Eres maravillosa, Jo.
—Lo sé —me responde con un toque de coquetería—. Nos vemos el sábado. —Para luego darse la vuelta, subirse a su auto y desaparecer.
—Lo sé —le respondo a él—. Siempre las cumplo.
Entonces… lo admites, pero ya no respondo, me da miedo herirlo a él.
Me encantoooooooo. Gracias por este mega capitulo. Ya quiero leer la reaccion de Daniel. Esa Jo es genial hasta penso en el choger jajajajaja muy bueno.
Uuuuuhhh. Qué impresión dejará a Daniel? Jo no supero lo del accidente de Cho. Hermosa forma de retribuir pero con mucha culpa. Hermoso capítulo
Necesito una Jo en mi vida 😁!!! Es como una hada madrina…
Ame que le regale las medallas a Cho
Awwwww, Tazarte tuvo mucha suerte al conocer a Jo, que aunque no parezca por la imagen que proyecta, entiende mucho más de lo que se espera y comprendió muy bien lo que su nuevo amigo necesitaba y se lo dió sin más 🫶🏼
La última parte si me hizo sentir cositas, porque aunque él no quiera, este nuevo aire viene con cosas buenas pero al mismo tiempo le pide soltar otras. Ánimo Taz, el amor lo vale.
Ay Tazarte, no es posible herir a alguien que te amó y que te ve resurgir después del duelo. Nuestros seres queridos nos van a querer ver seguir después de su partida.
Hermoso capítulo Ana, gracias!
ME HA ENCANTADO EL CAPITULO!!
JO ES FANTASTICA….POR TODO LO QUE HACE.
MUCHAS GRACIAS ANA.