Valentina pasaba sus manos por el rostro, tratando de despejarse, de sacudirse el agotamiento que la envolvía. Había llegado temprano a la oficina, demasiado temprano, como si en el trabajo pudiera encontrar un refugio contra los pensamientos que la habían atormentado toda la noche. Se dejó caer en su silla y suspiró. La luz tenue de la mañana apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas, pero ella ya se sentía agotada.
Debido a su ansiedad, tenía prohibido tomar café, una prohibición que en ese momento le parecía un castigo cruel. El aroma del café recién hecho en la sala contigua era una tentación a la que daría la vida por sucumbir.
No había podido dormir en toda la noche, y ese insomnio tenía nombres y apellidos: David Tristán Canarias Ruiz de Con.
Había pasado toda la noche pensando en él. Su mente no le daba tregua, repitiendo una y otra vez los momentos compartidos, las palabras que se dijeron, y especialmente, las que no. Se retorcía en la cama, mirando el techo, cada pensamiento más persistente que el anterior, cada recuerdo más intenso. Tristán se había instalado en su mente como una presencia inevitable, como una sombra que se negaba a disiparse con la luz del amanecer.
Valentina cerró los ojos, recordando su sonrisa, esa sonrisa que aparecía de manera inesperada, como un destello en medio de la oscuridad.
Recordó cómo su mirada se volvía más suave cuando la observaba, cómo su voz adquiría un matiz diferente al hablarle, un tono que no podía ignorar. Era como si en cada conversación hubiera un mensaje oculto, algo que ambos sabían pero que ninguno se atrevía a nombrar.
El hecho de que estuviera tan presente en sus pensamientos la inquietaba. No podía evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que su nombre cruzaba su mente, y esa noche, su nombre había sido un mantra repetido hasta el cansancio. Sus palabras, su cercanía, incluso el modo en que la despedida se había quedado a medias, todo la había desvelado.
¿Qué era lo que la tenía tan desvelada? ¿La intensidad de sus sentimientos? ¿El miedo a lo desconocido? Valentina no tenía respuestas, solo la certeza de que David Tristán se había convertido en una parte constante de su vida, tanto de día como de noche, invadiendo sus pensamientos y sueños con una fuerza que no podía ignorar.
Frustrada, abrió los ojos y miró la pantalla de su computadora. Necesitaba distraerse, enfocarse en algo que no fuera él. Pero, sabía que era imposible, trabajaba para él y en cualquier instante, aparecería por esa puerta y todos sus esfuerzos se irían a la basura.
—Necesito ayuda. Necesito ayuda, ¡ya! —murmura.
—¿Madrugando? —escucha la voz de Linda, quien entra a la oficina con ese estilo en particular que tiene; su ropa siempre trae un estampado. El de hoy, era de rombos de colores.
—Algo así —contesta Valentina en un murmullo.
—¿Qué te pasa?, ¿todo bien? —pregunta Linda, preocupada.
—No, no, todo bien. Simplemente no dormí nada. Muero de sueño, incluso ya tengo dos días sin dormir.
—¿Tiene que ver con tu ansiedad? —pregunta Linda, en el mismo tono de preocupación.
Si mi ansiedad se llama David Tristán, entonces sí, piensa Valentina.
—¿Cómo sabes de mi ansiedad?
Linda deja sus cosas sobre su escritorio y luego se sienta en la silla.
—David me contó. No como en forma de chisme, si no para estar al pendiente. También me dijo que ya no te hiciera bromas ni nada de eso. Quiere que estés lo más cómoda posible.
A Valentina no le gustaba que supieran sobre su padecimiento. Sabía que, en el momento en que alguien lo descubriera, todo cambiaría. La forma en que la gente la miraría, la manera en que hablarían con ella, incluso cómo la tratarían en el trabajo o en su vida social. Sentía que todos la verían como si fuera una mujer frágil, como si necesitara protección o compasión, y eso era algo que no estaba dispuesta a soportar.
—Tú puedes seguir normal, Linda, no me molesta —se limita a decir.
—No lo digo por lástima, sino porque un ataque de pánico o ansiedad es horrible. He visto a Daniel tener los suyos. Así que no está de más.
—Gracias —agradece Valentina—. Hablando de otra cosa, ¿de casualidad sabes si hay una iglesia cerca de aquí o del hotel donde me hospedo? Es que me urge ir.
—¿Iglesia? —pregunta Linda. Esa era una petición nueva para ella.
—Sí, para ir a misa y confesarme. Tiene tiempo que no voy.
—¿Cuánto?
Valentina mira su reloj.
—Si no voy hoy serían exactamente 144 horas. O sea, seis días.
—¡Guau! —expresa Linda—, pensé que me dirías un aproximado.
—Voy todos los domingos a misa y entre semana a rezar una hora; es algo que me gusta, y me tranquiliza.
Linda no supo qué contestar. En realidad, tenía poco tiempo de conocer a Valentina, y no solía juzgar a las personas por su ropa o manera de ser. Sin embargo, ahora que sabía esa información, y que checaba su ropa y la cruz en su cuello, pudo haber pasado como una novicia.
—Mira, no sé —dijo—, pero puedo averiguar.
—Gracias —responde Valentina con una sonrisa.
El aroma de David Tristán invade los sentidos de Valentina, un preludio al impacto que está por llegar. Todo ocurre en cámara lenta, como si el mundo quisiera darle tiempo para asimilar lo que está viendo. Antes de que pueda percatarse de que ya ha llegado, él aparece por la puerta. Su presencia domina el espacio, y Valentina se encuentra atrapada en la contradicción entre su rostro, marcado por el disgusto, y su apariencia impecable.
Lleva una camisa verde de lino, cuya tonalidad contrasta con la seriedad de su expresión. El cuello de la camisa, desabotonado, deja entrever la piel bronceada por el sol, mientras las mangas, remangadas hasta los codos, revelan los músculos de sus brazos, marcados y poderosos. Sus pantalones claros se ajustan con precisión, complementando su figura esbelta y elegante.
Valentina no puede evitar que su mirada baje lentamente desde su cuello hasta esos brazos que parecieran ser capaces de sostener el peso del mundo, o al menos, el de ella. Cada detalle, cada movimiento suyo, la cautiva, haciéndola olvidar por un instante todo lo que le acongoja. Definitivamente, tiene que encontrar una iglesia.
—Buenos días, Tristán —le dice Linda. Valentina no puede ni hablar.
—Buenos días —responde en tono neutro, que a Valentina le cala hondo. David Tristán es tan cálido y simpático, que con el mínimo cambio de actitud se puede sentir la frialdad; algo había pasado—. Subiré en 15 minutos con Karl, tenemos que hablar del proyecto de la Casa de Música. Valentina, te pido que subas conmigo, necesito de tu memoria fotográfica para hablar de detalles.
—Sí, claro —responde ella.
—Linda, nada de visitas —le pide Tristán—. Ni siquiera los VIPS.
—Sí, claro.
Tristán ya no dijo nada. Solo abre la puerta de la oficina y entra, cerrándola por detrás. El aroma de David se queda junto con la frialdad de su conversación.
—Algo pasó ayer por la noche —comenta Linda, en tono de sospecha.
—¿Por la noche?
¿Acaso fui yo?, ¿el momento en qué vivimos?, solo fue un tour, no pasó nada más.
Valentina estaba a punto de decirle a Linda que no había pasado nada malo entre ellos la noche anterior, cuando ella la interrumpe.
—Seguro fue la señorita Santander.
—¿Santander? —pregunta Valentina, bastante sorprendida.
Linda se acerca a ella, como si estuviera a punto de decirle un secreto. Valentina, interesada, la ve a los ojos.
—No sé si debería de decírtelo… —inicia la conversación—. ¡Qué diablos, te diré!, así me puedes decir si estoy loca o tengo razón. Dicen que ojo de loca no se equivoca…
—¿Ojo de…? —duda Valentina.
—Sí, la frase. Cuando sabes que algo pasa, pero no te creen, pero tú sabes que es verdad.
—¡Ah, ok!
Linda se prepara, como si fuese a relatar algo sumamente importante. Mira de reojo a la oficina de Tristán y comienza.
—Tristán, antes de salir con Ana Carolina Santander estaba perdidamente enamorado de una de sus amigas: Analía Castro. Iba en su escuela, amiguísima de Ana Carolina, e hija del embajador de España. En ese momento, el embajador estaba en descanso, así que llevaban tiempo que no viajaban.
—Ok —responde Valentina, prestando atención.
—David conoció a Analía en la escuela y dicen que se enamoró a primera vista de ella. Analía era bella, con su largo cabello oscuro que caía en suaves ondas sobre sus hombros, y una sonrisa deslumbrante que iluminaba cualquier habitación. Tenía unos grandes ojos expresivos que captaban la atención de todos a su alrededor, enmarcados por unas cejas perfectamente definidas y largas pestañas que realzaban su mirada. Su estilo sencillo, pero elegante, era inconfundible.
—Ok.
—Todo lo contrario a la señorita Santander. En fin. —Linda vuelve a ver la puerta de la oficina de Tristán; voltea hacia Valentina—. En fin, Tristán se enamoró de ella al instante, tenían 15 años cuando empezaron a salir. Él, a su corta edad, decía que ella era su alma gemela y eso era muy importante, porque en su familia todos se casan con su alma gemela que resulta ser su mejor amiga.
»Llevaban una relación muy linda, y una amistad donde pasaban todo el día juntos. Ella era la mejor amiga de Ana Carolina Santander, y los tres eran muy amigos; incluso, Ana Caro tenía un romance con su hermano gemelo, Alonso.
»Para no hacerte el cuento largo, decían que Ana Carolina siempre estuvo enamorada de David; desde el primer momento que lo vio. Yo digo, que ella está por él por los apellidos y porque le conviene. Así como la familia de David crece en confianza y amor, la de Ana Caro crece en poder, siempre buscan más.
»David y Lía tenían planes. Apenas habían cumplido los 16 años, pero planeaban vivir juntos e irse a estudiar a otro lado. David, todavía no sabía que estudiar, pero tenía su carrera como modelo y a ella le bastaba. Ambas familias estaban de acuerdo con los planes, y solo les pidieron que se fueran despacio.
»Ya tenían la idea lista, y Lía ya sabía su carrera. Todo marchaba bien, pero un día, todo cambió. Lía desapareció.
—¿Cómo qué desapareció? —pregunta Valentina, preocupada.
—Sí, desapareció. Un fin de semana estaba con David, comiendo wafles y el lunes, adiós, no más novia. No le llamó a Tristán, no le dijo nada, solo se fue. Tristán le llamó miles de veces a su móvil, la buscó en redes y nada, no había información. Le preguntó a Ana Caro y ella estaba igual, sin saber qué pasaba.
—¿Qué le pasó?, ¿está bien? —pregunta Valentina, preocupada; ella se lleva la mano a la cruz y la apretó.
—Dos semanas después ella lo llamó. Le pidió perdón por lo que estaba pasando y le comentó que su padre lo habían enviado a Corea de Sur de emergencia y no pudo avisarle a nadie. Que los planes que tenían ya no podrían ser, y sin más… lo dejó.
—¡Qué triste! —expresa Valentina—, pero, ¿qué tiene que ver Ana Carolina?
—Pues, según salió en el periódico, el padre de Ana Carolina, había tenido una reunión con el ministro de relaciones exteriores para promover el vino Santander como producto nacional en el extranjero. La junta fue justo el sábado que Tristán y Lía estuvieron juntos por última vez. Créeme, si hay una persona de la que Ana Carolina tiene celos, es de Analía Castro; es nombre prohibido.
Valentina entrecierra los ojos.
—¿Estás insinuando que el padre de Ana Carolina le dijo algo? —pregunta.
—Sí —responde Linda con seguridad—. El lema de los Santander es que siempre consiguen lo que quieren, y Ana Carolina quiere a Tristán. Así que no tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que algo hizo para que el embajador se fuera; es una gran casualidad.
—Pero, se nota que se quieren… él la ama.
—La quiere… —corrige Linda—, no la ama, o tal vez piensa que la ama. Han estado tanto tiempo juntos que yo creo que ya ni sabe.
—Se me hace muy feo de tu parte que insinúes eso… Tristán está enamorado, le manda flores, le escribe poemas…
—¿Desde cuándo eso es sinónimo de enamoramiento? Basta con verlo a los ojos. Su mirada no brilla. —Linda inclina la cabeza ligeramente, estudiando la reacción de Valentina—. Las acciones pueden engañar, pueden ser impulsadas por deber, costumbre, o incluso por una idea equivocada del amor. Pero los ojos… los ojos nunca mienten.
—Y, ¿qué tiene que ver esto con que David esté enojado? —recuerda.
—Pues, que últimamente tienen discusiones, la mayoría de las veces es por acciones que ella hace. Te digo, Tristán no es el mismo desde que está con Ana Caro. El alma libre, salvaje, temeraria que tenía, se acabó.
—Los cambios son buenos —defendió Valentina.
—Sí, lo son… pero no cuando te cuesta tu libertad de ser tú o posiblemente, tu futuro.
La puerta de la oficina de Tristán se abre de repente, con un golpe que resuena en la pequeña sala, provocando que tanto Linda como Valentina salten de un susto. El ruido cortante rompe la tensión en el aire, y ambas mujeres se giran rápidamente hacia la entrada con sus corazones latiendo con fuerza.
—Y por eso te digo que no hay iglesias por aquí, porque es zona más de edificios —agrega Linda, tratando de disimular todo.
—¿Iglesia? —pregunta Tristán.
—Sí. Valentina dice que quiere ir a la iglesia, pero, no sabe de una cercana. Quiere ir a confesarse por sus pecados —dice.
—¿Pecados? —pregunta el joven—, ¿qué pecados podría tener usted, señorita de la Torre?
Valentina sonríe con timidez.
—Pecados… todos cometemos pecados. Como por ejemplo… el chisme.
—¡Uy!, entonces toda mi familia está condenada al infierno —habla con simpatía Tristán y de mejor humor—. Ven, tenemos que ir con Karl. Linda, te pido que le consigas un chip de teléfono a la señorita de la Torre.
—Sí, sí claro…
Valentina se pone de pie, toma sus libretas y camina hacia Tristán.
—¿Lista?, tenemos un día largo.
—Lista —responde Valentina, aun con el relato de linda en la mente.
Pero, ¿quién no querría a David Tristán en su vida?, solo de pensarlo, volvía a sentir ese fuego interno, en todo su cuerpo. Pocas eran las afortunadas en poder pasar el día a su lado.
Uyyy los Santander no están muy lejos de los karagianis
Me alegro que Ana Caro se vaya fuera por un tiempo. Le tocó el Karma.
Uyyy este cap me dejo con mal sabor de boca von Ana Caro. No me cae bien, eso que conto linda es fuerte. La verdad menos mal que llega Valentina. Que bien. Para que David pueda volver a su esencia.
David merece saber la verdad de lo que pasó con Analía… Si es cierto lo que dice Linda de lo que hicieron los Santander, que fea familia… Aún no sé que tipo de persona es Ana Carolina, pero si Tristán dejó de ser quien era por ella, entonces no es buena para él.
Les decían los Karander jajajaja
Me gusta cuando las verdades salen a la luz
Jajajaja 😆