“Let me tell you the story, about the call that change my destiny.”

Backstreet Boys –The Call.

Javier

—¡Qué estás haciendo! 

Le grito a Bea mientras rompe otro de los platos y escucho cómo los pedazos rebotan por el suelo— ¡Estás destruyendo todo! 

Bea sigue tomando cosas y arrojándolas. Se supone que él que debería estar molesto soy yo y no ella, pero, al parecer, no es la situación. Sé que tal vez le dije de muy mala manera que nuestra relación debía de terminarse, pero no sabía cómo decírselo ¿A caso debí enseñarle las fotos de ella con el hombre con el que me engañó mientras yo trabajaba fuera de España?, o ¿debí llevarla a cenar a un restaurante lujoso para darle la noticia?  

Mi exnovia sigue caminando por el sitio, tomando cosas, arrojándolas, y yo simplemente me quedo de pie a esperar que se tranquilice, aunque admito que en este momento tengo ganas de tomarla de las manos y sacarla aquí. Acabo de llegar de viaje, estoy muy cansado y únicamente quiero recostarme, cerrar los ojos y olvidarme de todo. 

—¡Que me ves imbécil! —me grita, tratando de provocarme. Sin embargo, estoy decidido a no caer en su juego—. No me puedes hacer esto, ¿sabes? Tengo todo listo para casarme contigo, el vestido, las damas, el lugar, el menú, las flores… y ahora vienes a decirme que no.

—Bea, las fotos son claras, eres tú saliendo de ese hotel con el tipillo que siempre te gustó, ¿no era más fácil decirme que no querías nada conmigo? —le comento.

Ella me ve con rabia. No sé qué le pesa más, que la hayan descubierto y las fotos hayan salido a la luz, o que yo le haya dado la salida fácil. Era obvio que nuestra relación iba de mal en peor, y por un momento pensé que yo podría salvarla. Me prometí que cuando regresara de hacer negocios y tuviera tiempo para ella, arreglaríamos las cosas y todo esto se evitaría. No obstante, es demasiado tarde, y Bea continúa agrediéndome, siendo grosera y con arranques de ira que jamás pensé que vería. 

—¡Qué les diré a mis padres! —expresa, en lo que parece, es un momento de conciencia. Ella saca una maleta del armario y comienza a buscar sus cosas en el cajón— ¡Qué les diré a mis amigas!

—No lo sé, Bea —contesto frío, aunque en verdad me estoy muriendo por dentro. Ella se supone que era la mujer de mi vida, con la que compartiría todo, la que creció conmigo en este mundo tan difícil. Juntos surfeamos desde las olas buenas hasta las malas, nos casaríamos en París en el verano y ahora, no hay futuro para los dos de ninguna forma. 

Mientras ella está en la habitación, voy hacia la cocina y comienzo a mover con el pie los pedazos de vidrio que hay sobre el suelo. Aún no entiendo por qué destruyó una vajilla completa, ¿qué es lo que planea?, ¿dejarme sin nada con que pueda comer? Así, con el único vaso que hay sobre el lavavajillas me sirvo un poco de agua, y le doy un buen sorbo. Tengo la boca seca de tanto gritar y quejarme, esta pelea ya va para las 3 horas y veo que no se terminará. 

Bea molesta jala las ropas del armario y las echa sin doblarlas a otra maleta que yace sobre la cama. Ahora que veo todo lo que empaca, noto que la mayoría de las cosas fueron compradas por mí, porque era mi gusto y mi placer consentirle y darle lo mejor. Le compré: bolsas, joyas, vestidos y zapatos. Incluso le regalé viajes para su hermana y para ella. Cuando le dije que se viniera a vivir conmigo, lo hice porque quería tenerla cerca. Mi ilusión era regresar de mis viajes de trabajo y abrazarla. Compartir todo juntos, despertar y dormir con ella. Ahora, todo eso que imaginé parece tonterías que murieron. Pensé que Bea me amaba, pero ahora veo que quien la amaba, era yo.  

Dejo el vaso sobre la barra de la cocina y me siento en uno de los banquillos, ella sigue en la habitación haciendo y deshaciendo la maleta. Sé que quiere desesperarme o posiblemente que me olvide de todo y le diga dé otra oportunidad. No será así, si ella quiere vivir con el otro, que lo haga, quiero que me deje en paz de una vez por todas. 

—Javier —me dice entre lágrimas—. Te juro que no pasó nada, todo es un vil malentendido, las fotos me están haciendo quedar como la infiel, pero te juro que solo íbamos pasando por ahí. Él no me interesa, me interesas tú. 

Bea camina hacia mí con el rostro mojado y toma el mío obligándome a darle un beso sobre los labios. Muevo el rostro esquivándolo. Ella insiste, me forza a regresar a la posición inicial y haciendo fuerza, vuelve a besarme.

 Odio que sus besos sean increíblemente buenos, y después de tantos años juntos, ella sabe muy bien cómo lograr que me sienta bien, amado y seguro. Nuestros labios comienzan a subir la intensidad y nuestras lenguas a coordinarse, me dejo llevar, olvidándome por un momento de que estos labios han besado a otro hombre. 

—No —digo con firmeza, separando mi rostro del suyo—. No Bea, no me convencerás. Me engañaste mientras llevabas ese anillo, que con tanto amor te di, aprovechaste que yo estaba fuera del país para comportarte como se te dio la gana y en la primera oportunidad que tuviste me engañaste —expreso con coraje. 

«¿Cómo puedes ser tan cínica y cruel y pensar que con unos besos te perdonaré?», pienso.

Ella se aleja fingiendo tristeza. Sus ojos brillosos comienzan a derramar lágrimas, pero, no son sinceras, solo me trata de convencer de que es inocente, cuando yo sé que no es así. Me alejo, y voy hacia atrás de la isla de la cocina. Ella se queda en su lugar sin decirme nada, ¿qué más puede decir cuando las pruebas son contundentes? 

—Pero mi amor. —Intenta hacerlo—. Te lo juro, este anillo que llevo en mi dedo es todo para mí, lo sabes porque nunca me lo he quitado y lo muestro orgullosa. 

—Bea, que nunca te lo quites no muestra fidelidad. Hay gente que nunca se quitan un crucifijo y hacen actos que no van con la religión. Otros que no llevan un anillo de compromiso y viven en unión libre y son fieles el uno al otro; las joyas son simbólicas, no detallan el grado de fidelidad. 

El drama continúa, y como niña chiquita se arrodilla en el suelo y comienza a llorar.

—No me dejes Javier, tú eres todo lo que tengo. No tengo dónde ir, no sabría qué hacer, no conozco a nadie más aquí.

—Pues eso hubieras pensado cuando entraste feliz a ese hotel, ¿te la pasaste bien Bea?, ¡lo disfrutaste!, ¿el tipo folla mejor que yo? —Este es mi tono de coraje hablando, este es el Javier lleno de ira que está surgiendo al ver que la mujer que ama ahora le arma un teatro para que no la deje ir. 

—No, no, nadie me hace el amor como tú lo haces. 

—¡Mientes! —grito con rabia. 

En ese preciso momento, camino hacia la habitación y en mi coraje comienzo a guardar la ropa que hace falta en su maleta. Ella me sigue y, al entrar, comienza a sacarla y arrojarla al suelo.

—¡Basta Bea! —le grito y ella me abraza. 

—Te prometo que no volverá a pasar, que me cuidaré más, que no haré cosas que parezcan malas. Sabes que yo te amo, que respeto tu carrera, que soy toda tuya. 

Ella se recarga en mi brazo y comienza a mojar con lágrimas mi playera. Presiona mi brazo tan fuerte que me empieza a incomodar. Trato de zafarme, pero no me deja. No quiero actuar agresivo porque puede ser contraproducente, así que cierro los ojos y trato de pensar en lo que debo hacer. 

Bea sigue llorando, no puede parar de hacerlo y, sin que yo quiera admitirlo, sus lágrimas comienzan a ganarme y mi corazón se empieza a ablandar. En un momento de lucidez rectifico y con la fuerza suficiente me muevo y me zafo de sus manos.

—Apúrate, te llamaré un taxi —hablo firme y ella se limpia las lágrimas. 

—¡Eres un patán! —me grita—, ¿cómo dejas a una mujer a la mitad de la noche a su suerte?

—No es la mitad de la noche, todavía es buena hora, y no soy ningún patán ¿así me llamas por haber descubierto tu engaño?

Bea se arrodilla y comienza a recoger la ropa que ha tirado al suelo, de pronto el llanto ha parado—. Es tu culpa ¿sabes? —murmura entre dientes. 

—¿Mi culpa? —respondo, repentinamente indignado. 

—Sí, es tu culpa, porque me descuidaste, me abandonaste, todas esas ausencias pegan de alguna manera y en mí lo hicieron duro. Pasaba semanas sola, esperándote mientras tú te divertías por ahí y conocías lugares nuevos. 

De pronto mi risa es incontenible, trato de no hacerlo, pero me ha ganado, «¿cómo una infidelidad puede ser justificada de esta manera?»

—¿Es en serio?, ¿quieres decir, que me fuiste infiel porque yo salí a trabajar? Vamos, Bea, no juegues esa carta, desde el principio sabías que yo viajo constantemente porque es parte de mi trabajo y ahora, ¿ese es un problema? 

—Pero, ¿y yo?, ¿dónde estoy yo? —Contradice. 

—En este momento, estás a punto de largarte de mi piso —respondo enojado. 

Ahora soy yo quien termino de tomar sus cosas dentro de la maleta. Pensé que no caería en provocaciones, pero ella lo ha logrado y de una manera olímpica. Voy al baño y tomo sus productos de higiene personal, su cosmetiquera con todo el maquillaje, una que otra cosa que le pertenece y salgo para ponerlo sobre la cama. 

—Te ayudo —le digo enojado—, si tanto te cuesta empacar lo hago con todo gusto por ti. 

Ella enojada comienza a echar las cosas a la maleta y a cerrarla con furia, después toma su bolsa de mano y va al tocador para abrir la pequeña caja donde guarda todas sus joyas y la vierte en la bolsa dejándola vacía. 

—Supongo que quieres esto —afirma enojada y me muestra el anillo de compromiso. Acto seguido, ella va hacia el baño y en frente de mis ojos, lo arroja dentro de WC para después jalar la palanca. Veo cómo el anillo desaparece rápidamente y el ruido del agua vuelve a correr. —Se fue con la mierda, ¡porque esto es una mierda! —grita enojada. 

Entonces, siguiendo con la rabieta, abre la cosmetiquera y esparce el maquillaje por mis sábanas, manchándolas por completo. Hace lo mismo con el champú y el acondicionador. Respiro, necesito respirar antes de hacer algo de lo que me vaya a arrepentir, no puedo creer lo que está pasando. 

—Te vas a arrepentir, Javier Montenegro, te vas a arrepentir porque nunca encontrarás a nadie como yo que te aguante todo lo que haces. 

—La que se va a arrepentir es tú, porque no creo que el tipillo te dé lo que yo te di, ni en esta vida, ni en millones más —hablo enojado—. No quiero que regreses Bea. —Ella comienza a caminar fuera de la habitación jalando la maleta y cargando su bolsa—. No quiero que regreses a mi vida, grábatelo bien, porque te juro que te dejaré con las maletas en la puerta. 

—¡Hasta crees que lo haré! —grita orgullosa, mientras abre la puerta del piso—. Que tengas una vida horrible Javier, todo esto se paga —y azota la puerta dejándome dentro sin poder decir nada.

—¡Mierda! —grito, dando un puntapié a la puerta y descargando mi coraje. Todo esto fue mi culpa, debí haber notado las señales cuando estaban presentes. Sin embargo, no fue así, el amor me cegó y perdí el sentido común. 

«¡Cómo es que no lo vi venir! ¿Hace cuánto empezó todo esto? », pienso.

Bea comenzó a salir hace meses atrás con chicos que decían ser sus amigos, y juro que yo solo vi una amistad. Confiaba completamente en ella, porque de eso se trata el amor, de confiar, saber que, si te vas a trabajar por unas semanas, regresarás y seguirá todo igual, ¿por qué ella no pudo hacer eso? 

Regreso a la habitación, y noto que está hecha un caos. Bea se encargó de dejarme la carga de arreglar todo, y no hablo solo de lo que estoy viendo. Hay maquillaje tirado sobre el suelo, las sábanas blancas están completamente manchadas de champú, acondicionador y polvo azul de una de sus sombras para ojos; definitivamente tendrán que irse a la basura porque no podré arreglarlas. 

—¡Estúpidas sábanas! —expreso, mientras comienzo la labor de quitarlas esperando que no haya traspasado el colchón, afortunadamente éste quedo sin marcas— ¡Qué más da! Compro una cama nueva, unas sábanas nuevas, una casa nueva si se ¡me pega la gana! 

Me tiro al colchón hundiendo mi cara entre los cojines. Grito, ahogando todo, no quiero que los vecinos sigan enterándose de la situación.

—¡Por qué Bea! —grito de nuevo y ahora soy yo el que comienza a derramar las lágrimas sin poder evitarlo. Yo sólo quería una relación normal y pensé que lo había logrado y ahora formo parte de ese porcentaje de hombres que son completamente engañados— ¡Y todavía trata de negármelo! —expreso y doy un golpe sobre la cama. 

Quiero llorar como niño pequeño, pero a la vez no. No se merece mis lágrimas, pero quiero llorarlas todas. Después de siete años de relación esto se acaba de la peor manera. Bea, la chica que me robó el corazón hace años. Las cosas se habían dado también, tan natural, que ahora veo eso como una señal de alarma. Ella sabía de mi estatus, de mi familia, de lo que es ser un Montenegro. Ahora pienso si me habrá seducido a propósito y me hizo morder el anzuelo más rápido que un tiburón atacando a su presa. Tal vez supo de mi herencia, de todo lo que valía mi vida ¡Qué idiota!, ¡cómo pudo engañarme así! 

Estoy harto de lamentarme, pero también cansado de ver cómo la vida y, sobre todo el amor, me volvieron a dar una mala jugada. No quiero hacer nada, solo deseo dormir y pensar en lo que haré mañana, si saldré al mundo a dar la cara o me hundiré en este piso. 

Una semana después.

Al parecer, he escogido la segunda opción, porque el reclutador y cazatalentos, Javier Montenegro, lleva una semana caminando descalzo por todo su piso y comiendo comida rápida. Ni siquiera me ha importado ir al gimnasio, ni hablar con mis amigos, hasta ahora hemos sido mi depresión y yo haciéndonos compañía. 

Mi familia sabe que mi relación con Bea ha terminado y, aun así, me han dado un espacio para que reflexione lo que esta está por venir. Ella me ha estado llamado al móvil para echarme en cara que tendrá que regresar los regalos de boda y que se acaba de enterar de que se deben pagar algunas multas por cancelación, supongo que piensa que las pagaré yo. 

—¡Qué las pague tu amiguito! —le grité la última vez que contesté y, desde ese momento, no he vuelto a ver nada, ni saber nada, el móvil yace apagado sobre mi buró. 

Me siento solo, muy solo, tengo ansiedad. Quiero correr, pero a la vez no quiero salir, es una combinación entre estar y no, y nunca me había sentido así. Por fortuna, aún no he caído en el alcohol y sé que me he resistido a abrir las botellas de vino que tengo en la cava de mi piso o las de ron que hay en el bar. 

En verdad soy un desastre, barba y cabello sin arreglar. Mi ropa solo tiene dos “conjuntos” puesta una vez y puesta dos veces. Puedo asegurar que si salgo a la calle olería terriblemente y ninguna mujer se acercaría a mí. Me he descuidado y no me importa, en este momento renuncio a lo que el mundo pueda ofrecerme y simplemente me iré a dormir después de comer. 

Camino hacia la nevera y cojo el litro de helado de chocolate que religiosamente compro cada vez que me quedo en Madrid, lo abro y tomo una cuchara. 

—Vamos nene, serás mi única compañía en la cama hoy —digo, sintiéndome patético. Tomo una que otra galleta y camino hacia mi habitación, sin embargo, el ruido de la puerta me interrumpe. 

—¡Genial! Visitas —expreso en voz alta. Dejo todo sobre la isla, en medio de la cocina y camino a la puerta. Al asomarme me percato que no es Bea, sino otra persona. 

—¡Oye abre! —grita Manuel y me enseña una bolsa—. Traje víveres y cerveza. 

Me quedo un momento inmóvil detrás de la puerta, pensando que si no me muevo él no me verá. Sin embargo, no puedo fingir que no estoy en casa porque él me conoce a la perfección— ¡Venga Montenegro!, abre la puerta que esto está pesado. —Reclama. Hago lo que dice y, cuando abro la puerta y me ve, su cara se convierte en un verdadero poema. —En tu baño hay algo que se llama ducha —dice bromeando —, y también algo llamado rastrillo, desodorante y peine, deberías de usarlos.

—Pasa o vete, decide —contesto sin ganas y él entra sin responderme nada. 

Manuel observa el piso y nota lo vacío que está. En los estantes deberían estar las figurillas que Bea rompió antes de irse, así como algunos cuadros sobre la pared. 

—¿Redecorando, eh? ¿Minimalista?

—No estoy para bromas, dime a qué vienes o vete porque mi helado se derrite —y diciendo esto me siento en la sala de mala gana. Veo cómo Manuel busca desesperado unos vasos—. La vajilla se fue, no tengo vasos y el único que hay está sucio —y así el ruido cesa en la cocina.

Después, él se acerca con dos cervezas una en cada mano y me da la mía.

—No tomo. —Rechazo de inmediato.

—Pero si te terminaste la alacena, que es lo mismo. Venga, no vine desde lejos para que me rechaces todo Javier.

Tomo la cerveza y le doy un sorbo, debo admitir que la sensación del frío corriendo por mi garganta me aliviana en todos los sentidos. El calor empieza a formarse en la ciudad y pronto necesitaré más de una cerveza fría para refrescarme. 

—Te diría que no llores por una mujer, pero todos lo hemos hecho —comienza la conversación, mientras se lleva una fritura a la boca—. Pero tú te has pasado tío —agrega. 

—Me engañaron ¿sabes?, ¿cómo haces tú para que tu esposa no te engañe? —le pregunto y él encoge los hombros en señal de que no tiene idea. 

—Supongo que no todas piensan igual que Bea. Mira, no quiero hablar mal de ella, pero la frase “te lo dije está últimamente de moda. 

—¡Basta, Manuel! No necesito que le eches limón a la herida.

—Lo siento, pero lo tenía que decir, ahora mi alma está tranquila. —Y se ríe. 

Nos quedamos en silencio un momento y sólo puedo escuchar el ruido de la bolsa de frituras. Doy otro sorbo a mi cerveza y vuelvo a sentir esa sensación de alivio.

—La quiero de regreso ¿sabes? —admiro sin importarme que tan patético suena. 

—No, lo que necesitas es salir, despejarte, conocer gente, otra chica.

—¿Qué no me ves?, ¿de qué manera voy a conocer chicas si soy un caos? —pregunto enojado—, Además, no quiero salir, quiero quedarme aquí, quiero estar cuando Bea regrese. 

—Entonces, ¿va en serio eso de que regrese? —Y me ve a los ojos. 

—No, no va en serio, quiero que regrese, pero quiero que no vuelva. Sé que me hace mal, pero no sé cómo lidiarlo. 

Manuel se levanta de la silla y se sienta al lado de mí en el sofá. Él toma su cerveza y la choca ligeramente con la mía, el ruido que hace me provoca un poco de dolor de cabeza.

—Lo que tú necesitas, hombre, es una mujer. 

—Sí, claro —contesto sarcástico. 

—Pero espera, no cualquier mujer. Una que te ayude a sacar toda esa depresión y esas ansias que tienes, sin ningún compromiso, sin ataduras, sin tenerla que llevar a desayunar al siguiente día. Ella llega sola y se va de la misma manera. 

Paso el sorbo de cerveza, afortunadamente sin escupirlo, la propuesta de Manuel no es una que me esperaba. 

—¿Quieres que contrate a una prostituta? —pregunto, incrédulo. 

—No una prostituta, una escort. 

—¿Escort? —Sigo con mi cara de incredibilidad, porque no puedo creer lo que estoy escuchando. 

—Sí, una escort. Ellas son para gente como tú, como yo, como para alguien importante. Las escort son: secretas, discretas, limpias, guapas, educadas y sobre todo, puede pasar por todo: novia, esposa, enfermera… —Y levanta la ceja de forma pícara. 

—¿Tú lo has hecho?

—En mi época de soltería, varias veces. Paré cuando encontré a mi mujer, pero, te juro que todo el mundo lo hace.

—No todo el mundo lo hace Manuel —respondo de inmediato. 

—Pero no tiene nada de malo si lo haces. Confieso que son bastante guapas ¿eh? Algunas hasta estudiadas, te hablan de temas que ni siquiera tu Bea sabe. Les pagas la cantidad que te piden, son tuyas por el tiempo que pagues y después se van, no las vuelves a ver y ellas no dicen nada. Todo eso está bajo contrato que, por cierto, ellas traen en su bolso y deben firmar antes de que todo empiece. 

Me pongo del pie del sofá, porque en verdad estoy harto de escuchar tonterías. Manuel me ve extrañado. 

—¿Sabes qué pasará si la gente se entera de que contraté una escort?, ¿qué dirían mis socios?, ¿mis padres?

—Es más normal de lo que parece ¿eh? Recuerdas a Juan, el chico que te presente y su novia voluptuosa.

—Sí —respondo. 

—Escort —responde señalándome—. La llevó a la fiesta de sus padres para tapar su homosexualidad. Funciona como guante, cada vez que va a reuniones familiares. Todos piensan que es un don Juan. 

—No me vas a convencer. —Así me alejo y voy hacia la cocina. Manuel me sigue y se sienta en uno de los banquillos. 

—Tal vez no te convenza yo, pero alguna de ellas sí. —Entonces, él saca un papel y apunta un número. Lo observo desde lejos mientras tomo los últimos sorbos de cerveza—. Este es el número. Llamas, no tienes que dar tu nombre, pides el número de chicas que desees, das la dirección donde quieres que vayan y llegan. Te diviertes un rato y después, como si no hubiesen existido. Si tienes algún fetiche en especial lo dices antes de que lleguen y mira que ellas traen todo para complacerte. 

—Suena genial, pero no gracias. Prefiero hundirme en mi miseria y encontrar mi propia manera de superarlo. —Y tiro la botella al bote de basura—. Ahora si me disculpas, tengo una cita con mi helado de chocolate. 

Manuel se para y toma otra cerveza y una bolsa de frituras. 

—No tomes a saco roto lo que te digo. Te juro que te vas a divertir, y luego me lo agradecerás. No vayas a perder el número porque si lo haces no se te volverá a dar esta única oportunidad y no todos lo tienen. Te recomiendo que lo memorices y luego te deshagas de él.

—¡Uy! —contesto bromeando—, cuanto misterio. 

—Ni tan misterio, es un secreto a voces, pero solo algunos afortunados merecen saberlo, y tu querido, has sido elegido para el salón de los afortunados. 

—Vale, vale, acaba de irte que el helado se me derrite. —Sin dejarlo terminar, cierro la puerta inmediatamente. 

Vuelvo a la cocina y tomo el helado, la cuchara y al ver el papel sobre la mesa me río. 

—¡Qué tonto eres Manuel! —digo entre pequeñas risas. Así, tomo el papel, lo arrojo al bote de basura y me meto a mi habitación. 

Hoy no es el día para bromas, o simplemente quiero seguir lamentándome. 

Otra semana 

Tercera semana después de que Bea se fue de mi vida y yo aún no logro recuperarme al cien por ciento. No obstante, hoy decidí que es momento de ducharme, rasurarme, arreglarme y salir de mi piso. Es necesario que vuelva a la rutina, que comience a hacer ejercicio y bajar los evidentes kilos de más que he ganado con la glotonería y el descuido. 

Si soy honesto, nunca pensé que llegaría a ser todo un desastre y que el amor de una mujer me pegaría a tal grado de descuidarme a mí mismo. Antes solía criticar a las mujeres que caían en depresión y luego se cortaban en cabello para “cerrar ciclos”, me disculpo por eso. Yo, hace días, estuve a nada de hacer lo mismo y juro que me detuvo el hecho de saber que, en cierto modo, soy una figura pública y que no puedo tener estos cambios de imagen tan radicales, sino, para este instante, ya tendría la cabeza rapada. 

Así, he dejado que la chica de la limpieza haga mi piso y ahora me encuentro sentado en un café con el móvil en las manos viendo redes sociales y dando “likes” intensos a las fotos de mis amigos que en este momento se encuentran cerrando contratos y a punto de salir de vacaciones mientras yo ya no tengo planes para nada. Hasta el día de ayer, le comenté a mi madre que Bea y yo habíamos terminado. Ella me comunicó que ya sabía por qué los padres de mi exprometida le habían llamado para pedirles la mitad de las cuotas de cancelación.

—¡Qué estupidez! —pensé mientras escuchaba su voz—. Me engaña y ahora, ¿debo ayudar a cancelar?

Por fortuna, mi madre hizo caso omiso y parece que las aguas en el mar del rompimiento de Javier Montenegro y Bea se han tranquilizado por completo, ahora solo queda esperar a que yo lo supere y supongo que continuar de alguna forma. 

Pido el tercer café del día y trato de sumergirme en un libro para tranquilizar mi mente, pero, todo es peor. Sigo pensando en el engaño de Bea, en todo lo que me hizo y también en la última plática con Manuel. No puedo creer que uno de mis mejores amigos me haya recomendado que contrate una escort ¿Tan necesitado y urgido me veo?

Cierro el libro de nuevo, no pongo separador porque no he pasado de la página uno y sé exactamente dónde abrirlo cuando quiera volver a retomarlo. 

—Hablar o no hablar, esa es la cuestión —murmuro. 

La chica que se encuentra al lado de mí sonríe cuando nuestras miradas se cruzan. Supongo que, a pesar de todo, no he perdido mi encanto. Levanto mi vaso de café como saludo y ella esquiva la mirada. Momentos después, volteo al otro lado y veo que le está sonriendo al mesero que justo está dejando una orden dos mesas detrás de la mía.

—¿Qué tan mal debo estar para que la chica prefiera al mesero? —murmuro, aunque sé que eso no tiene nada que ver. 

 Me pongo de pie, tomo mi libro y el café a medio tomar y me salgo de aquí. Estoy molesto, no sé por qué, ¿será que el hecho de que la chica no me haya respondido el saludo me está afectando a la autoestima? 

Comienzo a caminar por la calle usando gafas de sol y una gorra. Cuando paso en frente de un espejo me reflejo y me sorprendo. 

«¡Joder estoy gordo! »Pienso de inmediato, y acaricio con mi mano lo que yo siento es una barriga descomunal, aunque en realidad aún sigo conservando mis músculos marcados, «definitivamente mañana empezamos a hacer deporte».

Doy otra vista rápida a mi cuerpo, «ahora entiendo por qué la chica le sonrió al mesero y no a mí», los pensamientos negativos me ganan cada vez más, pero ¿quién no pensaría que es de lo peor cuando la mujer con la que se iba a casar lo engañó con otro? 

—Ni siquiera estaba guapo —digo en voz alta. 

«Sí, ahora hablo solo». 

Sé que tal vez he exagerado la situación, pero también creo que era mi momento para tirarme al drama, ¿si no cuando? Además, eso me ayudó a reflexionar sobre lo que haré en los años por venir. Primero, definitivamente, debo sacar el helado de chocolate de la nevera porque no tengo autocontrol. Segundo, a pensar dos veces antes de enamorarme de cualquier chica y tercero, divertirme más. Definitivamente, la tercera será la primera opción que haré. Creo que un viaje a Ibiza no me caería mal en este momento. 

Sigo caminando y a los diez minutos recibo un mensaje de la persona que limpia mi piso anunciando que todo está listo y que puedo llegar cuando desee. Me alegro, no quisiera que alguien conocido me encontrara en estas condiciones, caminando por la calle. 

Apresuro el paso y pronto me encuentro frente a mi edificio, subo en el elevador hasta el nivel que me corresponde y cuando abro la puerta veo tres bolsas de basura en frente de mí. 

—¿Tuvo fiesta, señor? —me pregunta. De pronto, yo solo quiero desaparecer, no sabía el montón de basura que tenía de tantas semanas encerrado. 

—Sí —contesto dándole la razón—. Ahora ayudo a bajar las bolsas. 

—Sí, de favor —y vuelve a meterse a mi habitación. 

Dejo el libro sobre la barra de la cocina y luego tomo dos bolsas y las acerco al elevador, vuelvo por la otra y hago lo mismo. Espero que esta abra y me meto con ellas. Sé que tal vez debería bajarlas por las escaleras, como ejercicio cardiovascular, pero en este momento no me apetece. 

Salgo edificio y las dejo en el basurero correspondiente, ahí yace la evidencia de mi depresión y miseria, todo dentro de tres bolsas de basura.

—Supongo que pudo ser peor —digo en voz alta y vuelvo al edificio. 

Entro al piso y la chica de la limpieza me espera impaciente cerca de la puerta, al verme, arquea las cejas expresando curiosidad.

—¿Ha subido de peso señor? —pregunta.

—Es el corte de cabello —respondo defendiéndome y saco el dinero de mi cartera. 

—¡Ah!, pues se le ve, no sé… ¿raro?

—Gracias, espero puedas venir en dos días —contesto y le doy el dinero. 

—Aquí estaré. Hasta luego, señor Montenegro. —Y después de despedirse, abandona el piso dejándome solo. 

El piso huele a limpio y se ve así. En verdad no puedo imaginar la cara que puso al ver todo hecho un desastre y los pocos trastes sucios en el lavavajillas. Sé que tal vez ha visto peores lugares, pero no me enorgullece haberle dejado el piso de tal manera. Me acerco por el libro y en el frutero, que está en medio de la barra, veo el papel que Manuel me dejó con el número, tal vez lo vio en la basura y pensó que era importante. 

“Llama ya”

Me escribió arriba de los números. Sonrío, porque me lo imagino con su voz.

—¿El servicio será a todas horas o debo esperar a algún horario? —digo en voz alta, como si tuviese pensado llamar. Sin embargo, al notar que no puedo despegar la vista del papel, me percato que sí lo estoy haciendo. —No, espera, ¿en verdad lo estoy haciendo? —hablo— ¿No que querías divertirte? —continúo hablando solo. Vuelvo a dejar el número sobre el frutero y tomo el libro. En verdad no puedo creer que haya considerado por un momento llamar a una escort para divertirme.

Después, entro a mi limpia habitación y me recuesto sobre la cama. Empiezo mi rutina habitual: Netflix y más al rato palomitas. Después de nuevo Netflix y así hasta quedarme dormido y despertar en un día nuevo, sin que nada me sorprenda y con la desilusión a tope. Prendo la televisión y me recargo sobre la almohada; segundos después caigo dormido y me olvido del mundo. 

Abro los ojos y me siento agitado, supongo que tuve una pesadilla y el mismo sofocamiento me despertó. Veo mi móvil de inmediato y un mensaje de Bea está esperando por mí, lo leo: “Te extraño” reza y lo único que logra es que el coraje vuelva a hervirme la sangre. 

—Pues yo no —contesto en voz alta y tiro el móvil al otro lado de la cama.

¿Qué es lo que tiene Bea que me hace ser tan débil ante sus maneras?, ¿podré algún día superarla y seguir con mi vida?

—Claro que puedes —me animo— Y sabes cómo puedes superarla. — Así, sin pensarlo dos veces, me levanto de la cama y camino hacia la cocina, voy al frutero, tomo el papel y regreso a mi habitación para tomar el móvil. 

Marco una vez y cuelgo de inmediato. 

—¡Qué locura! —expreso en voz alta y arrojo de nuevo el móvil al mismo lugar de donde lo recogí. 

«Solo es por una noche», pienso y estiro mi mano para tomarlo y volver a marcar —Solo una noche, solo una noche —repito en voz baja, mientras escucho el tono de marcado. 

«Quiero colgar, voy a colgar», repito en mi mente.

—¿Diga? —Escucho una voz algo aguda al otro lado del teléfono. 

—Hola, soy Ja… 

—Sin nombres, solo diga la cantidad de chicas o chicos que desee. 

—¿Chicos? —repito, supongo que el término escort involucra todos los gustos. 

—¿Cuántos chicos quiere? —pregunta seca. 

—¡Ah!, no, yo busco chica, una por favor. —Y de pronto me siento pidiendo una hamburguesa en la comida rápida. Solo me faltó decir “Sin pepinillo”. 

—¿Dirección a dónde debe ir? —Escucho de nuevo. 

—Bueno, supongo que a mi piso —contesto y con dicha respuesta me siento idiota—. Lo siento, enseguida se la doy. —Corrijo.

Ella escucha atentamente la dirección y la repite para estar segura de que no haya error. Después, me hace algunas preguntas que dan por respuesta un “no” de mi parte, aunque luego lo pienso que pudieron ser un sí. 

—Muy bien, en treinta minutos alguien llegará a su puerta. El mínimo de tiempo requerido es 5 horas con ella, si quiere más tiempo puede ser hasta dos semanas. Ella lleva el contrato de confidencialidad y debe firmarlo. En caso de no hacerlo, ella se retirará. La paga es al principio de la visita y debe ser una transferencia electrónica, la chica lleva los datos. 

—Vale —alcanzo a decir, pero solamente lo digo para mí mismo porque la persona que me contestó del otro lado ya ha terminado la llamada. 

Entonces, volteo a ver el reloj de la pared y noto que son las 9:00 de la noche, la chica llegará 9:30 y afortunadamente mi piso está limpio. No sé si debí darle la dirección de un hotel, ¿qué pasa si ella revela la dirección de mi piso?, ¿qué pasará si alguien se entera? La paranoia me está matando, el tiempo va pasando y yo no sé cómo vestirme. ¿Me quedo con la misma ropa?, ¿me pongo más formal? No, espera, no es una cita, ella solamente viene a… ¿A qué es lo que viene? 

Entonces, camino hacia mi habitación y abro el armario. Saco unos pantalones de mezclilla negros y una camisa blanca. Me visto de inmediato y cuando estoy listo, me veo en el espejo y hasta yo me desagrado al no aprobar mi conjunto. Así que, de nuevo, me quito la camisa blanca y me pongo una del mismo color del pantalón. 

—Bien, me veo bien —murmuro frente al espejo. 

Paso siguiente, entro al baño, me cepillo los dientes, me peino el cabello y me arreglo la barba. Sonrío al notar que mis rizos son más evidentes y que me veo bien de cabello largo. 

Estoy nervioso, me siento como un crío esperando a la chica que le gusta para tener una cita. 

—¡Qué no es una cita! —Me repito—. Esta chica solo viene a… —Y de nuevo vuelvo a detenerme ahí. Supongo que sobre la marcha veré para qué vino aquí. 

Planteo en mi mente varios escenarios de cómo recibirla. Tal vez le abro la puerta y digo: 

«Hola, te esperaba», y solo comienzo a reírme por lo que estoy diciendo. Es mejor si solo abro la puerta y le digo: «Entra». No demasiado simple. Bueno, en ambos escenarios coincide eso de abrir la puerta. 

Sin esperarlo escucho, el interfono suena en la sala.  Me percato de la hora, son exactamente las 9:30 pm. Voy hacia la sala y contesto, para escuchar la voz del portero diciéndome que hay una chica que dio el número de mi piso. 

No sé si el portero reconozca que es una escort, pero ruego que no lo haga porque me daría vergüenza verle cada vez que entrara y saliera del edificio. 

—Muy bien, que suba —respondo, para después, colgar el interfono.

 Me quedo esperándola como idiota delante de la puerta porque no sé qué hacer. Esto no estaba planteado en ninguno de mis escenarios. 

Finalmente, tocan a la puerta y abro de inmediato. Ella sonríe. 

Delante de mí está una de las chicas más elegantes y hermosas que he visto en toda mi vida. Ella es alta, con largo cabello castaño que ondea con gracia. Su maquillaje es sencillo pero impecable. Viste unos elegantes pantalones negros y una blusa que, sujetada por un solo botón, resalta la curva de sus pechos. Sus zapatillas y bolso combinan perfectamente, y no puedo evitar sonreír. Definitivamente, no era como la había imaginado.

―Hola ―me dice con la voz más sensual que he escuchado en mi vida. 

―Hola ―respondo anonadado. Estoy tan sorprendido que he olvidado dejarla pasar. 

―¿Puedo entrar o iremos a otro lado? ―pregunta. 

―¡Ah!, sí, sí, pasa ―contesto torpemente. 

Abro la puerta aún más de par en par, y ella pasa justo a mi lado. Su perfume es delicado y de inmediato despierta algo en mí que creí completamente olvidado. Se ve tan hermosa y sensual que lamento no haberme vestido de manera más adecuada para recibirla. Ella coloca su bolso sobre la encimera de la cocina y luego se gira para mirarme. 

―¿No vas a pasar? ―inquiere y sonrío al ver que sigo parado junto a la puerta―, ¿es tu primera vez?

―Sí, si lo es. Bueno, no, ya lo he hecho antes ―contesto, pero, en realidad, no sé lo que dije. 

Ella se ríe y se acerca a mí, balanceando sus caderas y cautivándome por completo.

―¿Es tu primera vez contratando un servicio? ―Aclara y yo me siento como tonto con la respuesta que le di, anteriormente.

―Sí, en eso sí.

Ella va hacia la barra de la cocina y saca de su bolsa un dispositivo móvil. Después toma una pluma y mueve el dedo en señal de que vaya hacia ella. Lo hace de manera sensual y viéndome directamente a los ojos. Insinuando que soy su presa y yo no soy el cazador, como pensaba. 

―Este es tu contrato, guapo. Revísalo con detenimiento y si estás de acuerdo lo firmas. Mientras yo revisaré el lugar, claro, si me lo permites.

―Adelante ―contesto. Ella me da el dispositivo y comienza a moverse por el lugar.

―Las tarifas están ahí también, escoge la que te plazca y haces la transferencia electrónica. ―Me indica. 

Trato de concentrarme en lo que estoy leyendo, un simple documento donde vienen las reglas, los acuerdos y las tarifas, sin embargo, se me hace difícil, porque mi atención está en observarla a ella, en lo que ve y hace. No puedo dejar de preguntarme, como una mujer como ella hace esto para vivir, cuando podría estar dirigiendo al mundo. 

Firmo sin chistar y, en el momento que lo hago, ella voltea y me sonríe. Después camina a paso veloz hacia mí, jugando con su cabello y acomodándolo. 

―Gracias, guapo ―contesta y toma el dispositivo entre sus arregladas y finas manos―. Este contrato es confidencial y puedes pedir una copia mañana marcando a este número. ―Y, enseguida, me da una tarjeta con otro número diferente a dónde llamé por la tarde. Después, cierra la protección del dispositivo y lo vuelve a meter a la bolsa. 

―¿Cómo te llamas? ―pregunto. 

―¿Cómo quieres que me llame? ―me responde y sonríe amable. 

―Bea ―murmuro y en verdad no sé por qué dije ese nombre y no otro. 

―Entonces, soy Bea. ―Y me guiñe un ojo―. No sé si te explicaron, pero puedo ser lo que tú desees, únicamente debes seguir las reglas del contrato y llegar a la tarifa indicada. 

―¿Y cuál es la tarifa indicada? ―pregunto.

―Depende de lo que quieras hacer. ―Ella toma mi mano y me lleva hacia el sofá de la sala. Ambos nos sentamos―. Dime, ¿qué es lo que quieres que Bea haga por ti guapo?  

En este momento, al ver su escultural cuerpo solo hay algo que pasa por mi mente y no lo voy a negar. Hace meses que no lo hago, está dentro de la tarifa que voy a pagar y por alguna razón, ardo de deseo. 

―Quiero hacerle el amor a Bea ―contesto. 

Ella me sonríe, para insinuarse un poco hacia delante.  

―Bea quiere que le hagas el amor ―me contesta, mientras me mira a los ojos fijamente. 

Siento cómo los latidos de mi cuerpo comienza a acelerarse y no sé si es ella o la adrenalina del momento. Me siento completamente vivo, después de tantas semanas de sentirme muerto en todos sentidos. 

Lentamente, estiro mi mano y comienzo a pasar mis dedos por su largo cabello que es suave al tacto. Después, toco su rostro con la piel tan tersa que parece que es de terciopelo. 

―Eres tan bonita, Bea ―murmuro y pego mis labios con los suyos dejándome llevar por el momento. 

Sé que dije que era Bea, pero sentir los labios de la chica, me ha encendido por completo: son carnosos y muy apetecibles. Ella se deja llevar por mi beso y no me pone restricción alguna. Mi lengua busca la suya y libremente jugamos, disfrutamos, nos excitamos. Siento que caigo en un tipo de encantamiento que me hace sentir en otro mundo.

Comienzo a inclinar mi cuerpo hacia ella, casi quedando encima. Todo mi ser me grita que la tome ahí, pero a este tipo de mujer se merece otro lugar, otro trato. Me separo de sus labios y pronuncio:

―Vamos a la habitación. 

Ella sonríe. 

Tomo su mano y le pido que me acompañe. Bea me sigue, y mientras caminamos voy apagando las luces del piso hasta quedar completamente a oscuras.

Al entrar a la habitación, cierro la puerta y ella camina hacia el centro del lugar. Su cuerpo curvado se ve hermoso bajo el reflejo de la luna. 

―Desnúdate ―le pido―, quiero verte hacerlo.

Ella se desabrocha lentamente el blaiser y deja al descubierto sus hermosos pechos pequeños. Veo cómo se desliza sobre sus brazos y en cuestión de segundos, cae al suelo. Después comienza a desabrocharse el pantalón de vestir, pero, yo la detengo.

―Espera ―murmuro―, ven a mí. 

Con el torso completamente descubierto y solamente vistiendo el pantalón, Bea camina hacia mí sin quitarme la mirada. Esa imagen sé que me perseguirá en sueños y planeo sacarle todo el provecho del mundo. Ella se para frente a mí y vuelvo a besarla en los labios de la manera más sensual posible para finalizar mordiéndole el labio inferior. 

―Ahora desnúdame ―le pido. 

Bea, lleva sus brazos hacia la camisa que llevo puesta y poco a poco comienza a desabrochar los botones que la mantienen cerrada. Por cada botón libre, ella roza sus nudillos en mi piel, erizándola por completo y contagiándome de sensaciones; unas que compartimos mientras me ve a los ojos.

Abre la camisa y recarga las palmas de las manos sobre mi pecho para después subirlas acariciándome sensualmente hasta los hombros. Finalmente, ella desliza la camisa por mis brazos y la deja caer al suelo. De la misma manera, ahora baja hasta mi cintura y abre el botón de mi pantalón. 

Su mirada intensa penetra mis pupilas, y a pesar de la poca luz que hay en la habitación, puedo sentirla. Mi pantalón cae enseguida y ella se agacha para terminar su tarea. 

―¿Dices que puedes hacer lo que yo quiera? ―le pregunto en voz baja y ella alza la mirada y sonríe.

―Lo que quieras ―me dice. 

Sin pensador dos veces, bajo mis manos y le indico que vuelva a ponerse de pie. Cuando la veo frente a mí, la tomo de la cintura y la acuesto sobre la cama para inmediatamente quedarme encima de ella.

 La admiro. Bea se muerde los labios y yo comienzo a besar sus pechos hábilmente. La reacción de su piel es inmediata y comienza a mover sus caderas de una manera tan sensual que me provoca cada vez más. 

El mismo tenor, desabrocho el botón de su pantalón y lo deslizo por sus largas piernas hasta que queda en una braga de encaje, color negro, que no deja nada a la imaginación. 

―¿Puedo romperla? ―le pregunto y ella sonríe. Yo tomo eso como un sí. 

Acto seguido, la rompo con mis manos, dejándome ver su provocativa intimidad que me despierta los pensamientos más pervertidos que he tenido en mi vida. Voy de nuevo hacia su rostro y pongo mi boca cerca de su cuello. 

―Quiero que gimas para mí, Bea, quiero que te guste lo que te haré ―murmuro y regreso a mi posición inicial.

Comienzo a dar pequeños mordiscos en sus muslos y luego beso sus caderas. Veo como sus manos bajan a la sábana y la toman con fuerza. Me dirijo cerca de su intimidad y luego mi lengua comienza a jugar con ella hasta que sus piernas comienza a separarse para darme más espacio. Bea gime, y lo hace de manera tan sensual y deliciosa que siento que soy el rey del sexo. Le creo que lo disfruta y que no va a poder olvidarme después de esto. 

Sigo moviendo mi lengua en círculos y ella mueve sus caderas hacia arriba y abajo dejándose llevar. Es tanta mi insistencia, que provoca que ella se venga en mi boca y gima fuerte apagando el silencio de mi habitación. No sé si la verdadera Bea haya sentido un orgasmo de mi parte, pero esta “nueva Bea”, lo ha hecho y me ha fascinado.

Estoy tan excitado que necesito estar dentro de ella, quiero disfrutarla, besarle todo el cuerpo, hacerle el amor toda la noche. No me importa si debo pagar el doble. Entonces, me quito el bóxer y me pongo de pie.

―En el bolsillo del pantalón ―me indica, adivinando mis pensamientos.

Rápidamente, me rebajo de la cama para tomar su pantalón y encuentro un preservativo. Debemos hacerlo así, tal y como indican las reglas que firmé momentos atrás. 

Me subo a la cama y me apoyo en mis rodillas, tomo mi erección y juego un poco con ella para volver a endurecerla al máximo. 

―Veme. ―Le pido y ella se alza un momento apoyándose sobre sus codos y sus ojos se fijan en mí. Noto como no se pierden ningún detalle, puede ver cómo coloco el preservativo en la punta de mi hombría y luego lo deslizo lentamente por mi erección cubriéndolo por completo. 

Debo confesar que todo lo que estoy haciendo en este momento nunca lo había hecho con nadie, y no sé si ya lo deseaba o simplemente me estoy dejando llevar por el momento. 

Esta vez quiero ser yo el que domine la situación, así que vuelvo a la altura de su rostro y mientras le beso hago que caiga a la cama. Recorro con mis labios sus pechos y llego a su ombligo. Subo una vez más y, sin verla a los ojos, llevo mi mano hacia mi erección y la pongo justo en el lugar para entrar en ella.

―Quiero que me sientas ―le murmuro, y hago mis caderas un poco para adelante. En segundos siento un increíble placer y ella gime disfrutándolo. 

Comienzo a mover mis caderas lentamente, sintiéndonos. Mi piel está completamente erizada y mi cuerpo está vivo. Mientras la tomo, coloco mis brazos a los lados de sus hombros y la beso apasionadamente, queriendo fundirme en sus labios. Mi cuerpo está completamente sobre ella y me excita saber que la tengo atrapada entre mi cuerpo y el colchón. 

―Dime tu nombre ―le murmuro. 

―Bea ―responde. 

―No ―hablo excitado, mientras los movimientos de mis caderas son más intensos y profundos―, dime tu verdadero nombre. 

Me separo un momento y veo su hermoso rostro, apenas alumbrado por las luces de afuera de mi habitación; ella me sonríe. 

―Candela ―murmura―. Me llamo Candela. 

Después de escuchar su nombre, me derrito de nuevo en sus labios. 

―Esta noche le haré el amor a Candela, Bea no se merece tantas sensaciones placenteras ― y diciendo esto, me hundo en su cuello haciéndola gemir.

Candela sube sus manos hacia mi espalda y araña ligeramente mi piel, despertando una sensación completamente nueva para mí. Muerdo el lóbulo de su oreja con cuidado y mis caderas parecen no tener freno. La escucho excitada y me encanta, le pido que se voltee y recargue sus manos sobre el colchón y suba su cadera y espalda baja, la posición me provoca más. 

Entro de nuevo en ella y ahora recargo mis manos sobre sus glúteos. Me muevo otra vez despacio, meditado cada movimiento, escuchado cada gemido, subiendo y bajando mis manos por su espada y arañándola delicadamente. 

Candela es increíblemente sensual, disfruta el sexo y lo hace mejor. Yo le hago el amor como si la conociera de toda la vida, como si anteriormente ya hubiera estado con ella. 

Tomo un poco su cabello y lo jalo un poco probando un poco de la libertad que tengo con ella. Ver sus manos arañando el colchón de placer me hace sentir el hombre más viril del mundo. Los gemidos de ambos aumentan y yo solo quiero venirme en ella y caer rendido en su cuerpo. 

El movimiento es constante, mis caderas y las suyas se siente calientes, mi cuerpo está que arde y los músculos de mis brazos están increíblemente tensos exponiendo mis venas. Me aferro a sus caderas, porque presiento que el fin va llegando, no quiero terminar, pero debo hacerlo, es más de lo que puedo tomar por ahora. Gimo como nunca lo había hecho, sintiendo una ola de placer increíble que debilita mi cuerpo. No sé si esta vez ella hizo que el sexo fuera tan pasional o si el hecho de sentir una libertad increíble lo hizo de esa manera. 

Con ella probé posiciones y sensaciones nuevas y me gustó mucho. Me arrepiento de no haber explorado mis fantasías más profundas y descargarlas con Candela desde el principio, debido a mi indecisión y mi timidez. 

Me recuesto al lado de ella. Candela me mira a los ojos, estamos los dos desnudos en medio de esta habitación, bajo la luz de la luna y ella me mira como si estuviera enamorada de mí. La curva que forma su cuerpo es perfecta y muy sensual. No cabe duda que ella es una mujer, no una niña como posiblemente llegó a ser Bea para mí. 

―Así que te llamas Candela, un nombre muy acertado ― murmuro y comienzo a acariciar su rostro con sus manos―. Yo me llamo Javier. 

―Javier ―repite con su voz sensual―, un placer conocerte. 

―El placer es mío. 

Nos quedamos callados y ella cierra los ojos al sentir mis caricias por su rostro y su cabello. Sé que aún tenemos horas para gastar y que podré repetir lo que hicimos las veces que desee. Pero ahora, solo quiero estar así con ella, viéndola y repartiendo caricias por su cuerpo; supongo que son las sobras del amor que sentí por Bea y que ahora quiero darle a Candela aunque no sea real. La acerco hacia mí y la envuelvo con mis brazos, sintiendo su respiración en mi cuello. 

Candela, la chica que llegó a encender mi noche y al irse oscurecerá mi día. 

¿Cuánto tiempo debe de pasar para volver a llamar a ese número mágico?, ¿dos días?, ¿una semana?, ¿un mes? Bueno, yo llevo tres días y desde hace dos muero por volver a hacerlo. 

Después de la noche que tuve con Candela, quiero volver a encender mi cuerpo de la forma que lo hice con ella, volver a sentir lo que sentí y hacer realidad los millones de fantasías que se han desbloqueado de mi mente. 

En este momento, me encuentro sentado en uno de los aparatos del gimnasio con el móvil en las manos y con el número de teléfono reflejado en la pantalla. Solo debo apretar un botón para que todo vuelva a empezar, pero de nuevo siento esos nervios que me impiden hacerlo. 

Miro al reloj de pared y son las siete de la tarde, ¿será aún muy temprano para llamar o hay servicio las veinticuatro horas?, ¿le pido a Candela que vaya a mi piso o mejor reservo un hotel para pasar el tiempo?, ¿será posible que me haya obsesionado un poco con toda esta situación? Bueno, sé que hay un límite, pero ¿cuánto es ese límite?, ¿hasta que el dinero se termine?, ¿hasta que ella se canse o yo lo haga? 

—¡Basta, Javier! —me regaño y dejo el móvil al lado para volver a acomodarme y hacer un poco más de ejercicio.

Necesito volver a mi figura, para así, poder salir por completo al público y que no me vean en la devastación que me convertí por una mujer, una que aún me sigue molestando y que temo que pronto aparecerá en mi vida de nuevo. 

—Solo unos sets más de ejercicio, me voy a mi piso y me acuesto a dormir. Debo descansar, renacer —me digo a mí mismo, mientras veo mis piernas ejercitándose—. Suficiente Javier, debes volver a ser el mismo de antes, basta de dramas y de buscar a la mujer ideal, ahora solamente te divertirás. 

Así es, divertirme será lo único en lo que pensaré, ¿cuántas veces no pensé en Bea mientras todos se iban al bar creyendo que si ella me veía en fotos ahí podría desconfiar de mí? Gracias a esto me perdí de todas las aventuras que pasaban y resultó que mientras yo estaba “enamorado”, Bea estaba con otro en el bar, siéndome infiel ¡Qué ironía!

Termino de hacer ejercicio y después de cambiarme de ropa y de guardar todo en el pequeño bolso que llevo, me dirijo a mi edificio jugando todavía con la idea de marcar ese número, pero por alguna razón me resisto y no sé por qué. ¿A caso tengo miedo de que alguien lo sepa? Se supone que esto es anónimo, ¿no es así?, por lo que creo que estoy a salvo, pero, no puedo dejar de pensar que esto está mal, aunque, si Manuel lo ha hecho y otros también, ¿por qué yo no? 

Entro a mi piso y dejo las llaves en el pequeño plato de madera que tengo en la mesa que está al lado de la puerta. Entro a mi habitación, dejo el bolso sobre el piso, y me recuesto en la cama. Estoy rendido y solo me pierdo en mis pensamientos:

«¿Quién iba a pensar que bajar litros de helado de chocolate era tan pesado? ¿Y si mejor me voy algunas unas semanas para olvidarme de todo?, incluyendo la tentación de este número mágico». 

Me levanto de la cama y me dirijo directamente al baño para encender la ducha. Mientras el agua se calienta, me despojo de la ropa frente al espejo y me doy cuenta de que, en realidad, no he aumentado de peso tanto como pensaba. Fue mi propia negatividad hablando por mí. Aun así, me prometo a mí mismo no caer nuevamente en las garras de la glotonería y la depresión a causa de una mujer. En ese momento, mi teléfono suena, y veo un mensaje de Manuel.

MANUEL

Vamos al Ibiza el finde, ¿vienes? 

—¿Ibiza? —digo en voz alta— Aún no es época de ir a Ibiza. —Pero pareciera que Manuel me ha escuchado porque otro mensaje me llega. 

MANUEL

Siempre es buena época para ir a Ibiza.

Dejo el teléfono a un lado y entro en la ducha. Mi cuerpo adolorido recibe el agua caliente con los brazos abiertos. He estado exagerando en el ejercicio, aunque no debería, pero supongo que es una forma de liberar la ira que siento hacia lo que ella me hizo. Ojalá este dolor fuera el resultado de una noche con Candela. Mientras el agua cae sobre mi rostro y siento las gotas deslizarse por mi pecho, mi mente solo tiene una certeza: debo llamarla de nuevo, debo besarla, tocarla y hacer la mía. Esta vez, sin tantas dudas, sin miedo, sin vergüenza.

Cierro la llave de la ducha, salgo y tomo una toalla. Comienzo a secarme el cabello mientras me miro en el espejo. Soy joven, atractivo y tengo dinero; una noche no pasará de largo. Tomo el teléfono y marco el número que siempre estuvo listo para hacerme feliz. Esta vez, el proceso es más sencillo. Supongo que tienen algo que identifica mi voz, ya que solo me pidieron la ubicación y el número de chicas. Solo una, siempre una, no estoy seguro si podría lidiar con dos.

Me coloco una toalla alrededor de la cintura y me dirijo a mi habitación. Esta vez, opto por una ropa un poco más “elegante”, por así decirlo, recordando el hermoso conjunto que Candela solía usar, el cual me hacía sentir como un inexperto adolescente a su lado con la ropa que llevaba puesta. Elijo un pantalón de vestir negro y una camisa de un tono café tierra que combina a la perfección. Peino mi cabello, cepillo mis dientes y mientras ajusto los últimos detalles de mi apariencia, suena el timbre de la puerta. En esta ocasión, me aseguré de informar al portero que dejara entrar a Candela sin hacer preguntas, solo para agilizar las cosas.

De un estante, tomo unas copas para vino y una botella de tinto, colocándolas sobre la mesa de la sala para preparar el ambiente. Estoy decidido a hablar con ella y conocerla mejor, descubrir sus gustos y lo que hace en su tiempo libre. Escucho nuevamente el timbre y, una vez que considero que todo está listo, abro la puerta, ansioso por lo que me depara la velada. Sin embargo, me llevé la desagradable sorpresa de que no era Candela quien estaba allí. En su lugar, se encontraba una chica rubia de ojos azules, tez blanca y una buena figura, con una sonrisa que parecía forzada y no natural.

—¡Hola, guapo! ¿Puedo pasar? —me dice de forma sensual. 

—¿Y Candela? —le pregunto sin decir nada más. 

Ella sonríe. 

—Si quieres puedo ser Candela para ti —responde y eso me recuerda a lo que la verdadera Candela me dijo. Sé que es un guion que les dan, pero, a mi parecer, Candela lo dice mejor— ¿Puedo pasar o no? —insiste. Supongo que mi confusión es tanta que la chica me toma el rostro con una de sus manos y lo acaricia— ¿Esta Candela te dejó solito guapo? —y acaricia mi barba. 

—No, ella… Lo siento, no eres quien estaba esperando esta noche, perdón si te hice venir hasta acá. —Y cierro la puerta, dejándola afuera. 

Sí, tal vez fui muy grosero y debí al menos invitarle a pasar, pero, por un momento, mi desilusión pudo más que mi educación y lo hice sin pensarlo. Tomo mi móvil y una vez más marco al número mágico. La voz de la mujer vuelve a contestar:

—Buenas noches —escucho. 

—Candela, necesito que me envíen a Candela —insisto.

—¿Candela?, creo que se equivocó de número, señor —y sin decir más, me cuelga. 

¿Qué significa eso? ¿Qué Candela no quiso venir? ¿Qué ella ya no trabaja ahí? Mi mente comienza a volar y a idear teorías: tal vez la noche que estuvo conmigo fue la última y ahora no la volveré a ver. Pensé que esto era algo que podría sacarme de mi depresión y, ahora, ella se fue, como Bea, dejando solo una experiencia. 

De pronto ya no quiero saber nada y por una razón estoy increíblemente enojado con Candela. Con esta sensación en el estómago, apago las luces, me desvisto y me meto a la cama. No puedo creer que otra mujer me haya dejado en el mismo mes. Parece ser que el drama nunca se termina en mi vida. 

Cierro los ojos y trato de dormir, pero después de un tiempo, me percato que no puedo. Las dudas del porqué Candela posiblemente no vino me quitan el sueño.

—Bueno, al menos no estoy pensando en Bea y eso ya es un gran cambio —murmuro, en medio de la oscuridad.  

Después de dar vueltas sin poder conciliar el sueño, salgo de la cama y me visto de nuevo. Esta vez me pongo unos pantalones de mezclilla negros, una playera del mismo color y unos zapatos cómodos.

 Tomo mi móvil y le envío un mensaje a Manuel. Sé que en estos momentos debe estar de fiesta en algún bar o club. Cuando llega el mensaje, sé que mi intuición es correcta porque me envía la dirección de un club un poco lejos de mi piso. 

—Supongo que es la señal que esperaba para, ahora, olvidar a Candela —hablo. 

Y sin pensarlo mucho, salgo de aquí. Es hora de divertirme.

Tardo exactamente treinta minutos en llegar a donde Manuel, literal he atravesado toda la ciudad. En el lugar, él me recibe en la puerta con una cerveza en la mano y tan animado como siempre. 

—¡Por fin, hombre! Te has atrevido a dejar esa cueva de la depresión y venir al lugar de la fiesta y la vida. 

Me abraza y con su mano en mi hombro, ingresamos a este club lleno de luces azules y blancas, donde cientos de personas bailan al ritmo de la música de estilo latín house que se escucha a un volumen ensordecedor. Cruzamos la pista de baile para llegar a la zona VIP, que es un poco más tranquila, y nos sentamos. 

Un par de chicas nos miran desde el otro lado de nuestra área y nos saludan, aunque ya no confío. Seguro están saludando al mesero que nos está sirviendo las bebidas.

—¿Y cómo está el señor Montenegro? ¿Aún te ahogas en chocolate y galletas? —bromea. 

—Me da gusto verte también, Manuel —respondo de inmediato—. Estoy bien, creo que cada día me alejo más de la depresión post- Bea. 

—Ahora sí que te pegó, ¿eh? Nunca te había visto tan mal por una chica, aunque debo admitir que fue divertido. Verte como adolescente deprimida cuando el novio la engaña con la mejor amiga. —Y comienza a reírse. 

—Ja, ja, ja, ¡qué chistoso! —digo sarcástico—. Tú te burlas de mí porque ya encontraste a alguien que es increíblemente genial, pero olvidas que yo también te vi igual alguna vez. 

—Vale, vale, es una pequeña broma, Javier. Mejor dime, ¿a qué viniste?, porque estar en un club a esta hora y sobre todo en miércoles, no es algo que harías.

Tomo un sorbo de la cerveza y viéndolo a los ojos, le digo:

—Llamé al número que me diste. 

Manuel sonríe. Parece como si le hubiese dado la noticia de su vida.  

—¡Fantástico! —expresa emocionado—, y, ¿por qué te ves tan deprimido?, ¿no te gustó? 

—Claro que me gusto —respondo seguro—. Me gustó y mucho. Me gustó tanto que hoy en la noche volví a llamar. 

—¿Hoy?, y, ¿vendrá aquí?, ¿Javier Montenegro se atrevió a traer un escort al bar pese a su reputación y sangre fina?—y voltea, para empezar a buscarla en el bar. 

—No, la rechacé —confieso. 

—¡Qué! ¿Cómo que la rechazaste?, ¿qué pasó? —pregunta.

—La rechacé porque no era la misma chica de la otra noche. No quería a nadie más y le cerré la puerta ¿Por qué no me dijiste que no te enviaban a la misma chica? —Y tomo un sorbo más de la bebida. 

—No, no, no, no —dice serio— Porque esto está hecho para que te diviertas Montenegro, no para que te enamores. Esta es una relación que no terminará en un noviazgo y ellas lo saben. Por eso es que recibes una chica nueva cada vez que llamas. No se repiten, créeme que yo sé de eso. 

—¿Entonces nunca más volveré a ver a Candela? —pregunto.

—No lo sé, tal vez te vuelva a tocar, o tal vez no; la verdad, no estoy seguro. Además, te garantizo que su nombre no es realmente Candela, probablemente lo inventó en ese momento. No debes confiar en todo lo que te dicen, están allí para satisfacer tus deseos más profundos, no para que les propongas matrimonio.

—Bueno, ya, no me regañes. Suficiente tuve con lo que hice hoy al rechazar a la otra chica. Ya lo entendí, si vuelvo a llamar me toca otra —digo, sin ganas. 

—¡Vaya! Parece que el drama ha tomado el control, ¿qué pasó con el Javier divertido que ya se habría acercado a esas dos chicas que nos están mirando desde allá y habría entablado conversación con ellas? Parece que entre Bea y Candela lo han desvanecido.

Bebo un sorbo más de mi bebida y me levanto; no necesito más reprimendas por hoy.

—¡Ey! ¿A dónde vas? —me habla Manuel, tomando mi brazo con su mano—. Apenas va empezando esto. 

— Lamento, pero estoy agotado y mañana debo regresar temprano al gimnasio y ocuparme de algunas otras tareas.

—Venga, Javier, no seas dramático. Tómate otra bebida conmigo y te vas.

—No, de verdad estoy bien —insisto.

—Vale, pero ¿si vienes a Ibiza el finde? Irán todos y nos la pasaremos bien.

—No lo sé, te confirmo luego ¿vale? —Tratando de evadir la propuesta. 

— Sé que estás evitando darme una respuesta, pero sabes cuán insistente puedo ser y que no dejaré de insistir hasta que estemos en Ibiza, disfrutando de la oportunidad que te acabas de dar tras la ruptura con Bea.

Sé que para él es gracioso decir eso, pero para mí es realmente desagradable. Ser recordado constantemente de que fuiste despreciado como si fueras insignificante, en favor de alguien que ni siquiera tiene gracia, es lo peor.

—Lo pensaré, ahora me voy a dormir. —Concluyo.

—Cada día te pareces más a mi abuelo. A partir de hoy, te llamaré “Abuelo Montenegro. —Y sé que se ríe, pero el ruido de la música no me permitió escucharla en absoluto. 

¡Vaya! Ahora parece que no podré volver a disfrutar de lo que me gusta. De todos modos, estoy seguro de que esto no puede empeorar. Creo que, por ahora, he obtenido lo que merezco, y tal vez mañana o dentro de unos días estaré riéndome de lo que sucedió, ni siquiera lo recordaré. 

Sin embargo, olvidé por completo la Ley de Murphy, que dice que, si algo puede salir mal, saldrá mal. Esto se hizo evidente al día siguiente cuando, al abrir la puerta de mi piso para ir al gimnasio, me encontré cara a cara con Bea.

—¡Amor! —grita y se lanza a mí rodeándome con sus brazos—. Te extraño tanto, ¿por qué no contestas mis llamadas y mensajes?

Bea me da un beso en los labios y yo la alejo.

—¿Estás loca? —respondo de inmediato— ¿Qué haces aquí?, ¿a caso no te dije que te fueras?, ¡me engañaste!

—No, no, no digas eso mi amor, sabes que yo te amo y solamente vengo a pedirte perdón por todo. —Y trata de besarme de nuevo. 

Alejo mis manos y no lo permito. Me distancio aún más de ella hasta que nuestros cuerpos están lo suficientemente separados como para que no pueda repetir lo que hizo. 

—Bea, en serio, ¿qué haces aquí? —le digo.

— Como te mencioné antes, vengo a pedirte perdón por todo lo que te hice, por mi comportamiento pasado. Venga, Javier, Javi, sé que me amas y yo te amo. Si luchamos por esto, podemos comenzar de nuevo.

—Bea, eso es suficiente, en serio, es suficiente. Llamas a mis padres para pedirles dinero para cancelar la boda, me engañas con otro, rompes mi vajilla y algunas de mis cosas, arruinas mis sábanas favoritas, te burlas de mí como si fuera un tonto y luego vienes “arrepentida” pidiendo perdón. Debes estar loca.

—Sí, pero por ti, amor, quiero estar contigo. Quiero demostrarte que te amo tanto como tú me amas a mí. —Así que, justo cuando pensé que yo podría estar siendo dramático, ella se arrodilla en el suelo y empieza a llorar.— ¡Qué pasó con las promesas que nos hicimos! Con todo los planes que teníamos ¿Solamente por un error dejarás que todo esto se vaya? 

—Bea, no seas ridícula, por favor ¡Ponte de pie! —Le pido. 

—No, hasta que no me escuches —dice firme— ¿Recuerdas cuándo éramos los mejores amantes?, ¿las veces infinitas que soñamos juntos con un futuro?, ¿recuerdas? 

Me acerco a ella y la tomo de los brazos y la levanto. 

—Por favor, Bea, no seas ridícula —hablo con coraje— Todo eso, ahora, solamente se convirtieron en mentiras. Lo nuestro en sí ya es una mentira, ¿qué es lo que tanto deseas salvar?

—Lo nuestro —murmura—. Yo sé que aún me amas y esto se puede salvar, ¡”te lo pido!, déjame demostrarte lo mucho que te amo. 

De repente, volver a ver a Bea revuelve todo en mí: recuerdos, emociones, sensaciones y palabras. Nos hicimos diez mil promesas, y una de ellas era que siempre seríamos fieles el uno al otro, pero también acordamos que nos perdonaríamos y nos daríamos una oportunidad en caso de cometer un error. Sin embargo, debo confesar que en este momento, para mí, esa posibilidad ya no es viable y no tengo intención de volver a hacerlo.

—Bea, no puedo darte una respuesta en este momento. Lo que me hiciste de verdad me hirió mucho y no creo en verdad que hoy sea el momento indicado para hablarlo. Aún no me siento bien para discutirlo. 

—Pero, Javier —me dice en un murmullo. 

—No Bea y te voy a pedir que me des espacio, necesito pensar y volver a ser yo, antes de volver a envolverme en esto que empezamos años atrás. O tal vez, me gustaría ver a otras personas, tal y como tú lo hiciste, ¿recuerdas? —Es cierto que puede parecer cruel de mi parte reprocharle su engaño, pero en este momento, solo estoy siguiendo lo que mi corazón me dicta—. No me vuelvas a buscar por un tiempo Bea, te lo pido.

Bea se aleja de mí enfadada y estalla, es la segunda vez que la veo actuar de esta manera, y me pone la piel de gallina. 

—¡Claro! Estoy seguro de que ya viste a otras, ¿no? ¡Sabía!, ¡lo sabía!, yo te di el pretexto perfecto para que te divirtieras a tu antojo. Por eso me echas en cara lo que te hice, para justificar lo que seguro tú también estabas haciendo. 

—¿De qué estás hablando? —expreso enojado.

—Claro, es más fácil hacer sentir a Bea culpable y ser tú la víctima. —Y comienza a llorar de nuevo. 

—¡Ay, por favor! Lo único que está ocurriendo ahora es que estoy descubriendo el tipo de persona con la que me iba a casar, y te juro que estoy feliz de no haberlo hecho. En realidad, no puedes jugar a la dramática conmigo.

A pesar de lo enojado que estoy, la tomo delicadamente del brazo y caminamos juntos hacia la puerta del piso, y luego la saco de ahí. Ella me mira sorprendida.

— Te lo digo ahora, y no lo diré de nuevo. Si consideras regresar, voy a cerrar esta puerta, e incluso ni la abriré, porque ya no deseo que vuelvas con diez mil promesas que no cumplirás, y mucho menos para interpretar el drama de nuevo. Tú y yo hemos terminado, ¿comprendes? —Y entonces con todo el coraje del mundo, le cierro la puerta en la cara. 

—¡Te vas a arrepentir Montenegro! —me grita desde el pasillo 

—¡Claro que no!— grito y pateo la bolsa del gimnasio que yace en el piso. Camino como desesperado por todo el piso, tratando de tranquilizarme después de lo que pasó. 

—¡Necesito salir de aquí! —digo en voz alta y me siento en el sofá de la sala—. Necesito alejarme de este piso y este ambiente tóxico lleno de mentiras y engaños en el que estoy atrapado. No seré Javier engañado ni el Abuelo Montenegro, seré de nuevo Javier Montenegro, el que disfruta, vive y sale a divertirse con sus amigos. Tomo mi móvil de nuevo y le marco a Manuel de inmediato. Cuando escucho su voz, tomo un respiro y comienzo a hablar:

—Manuel ¿todavía están en pie lo de Ibiza? Porque pienso irme a divertirme hasta que todas las Beas del mundo salgan de mi mente. 

Ibiza, la ciudad famosa por su animada vida nocturna, con renombrados clubes y, por supuesto, sus hermosas playas. Me encanta la playa, los lugares tranquilos y retirados, como la playa d’en Bossa, y las tiendas, todo rodeado de colinas cubiertas de pinos que le dan a la costa un aspecto impresionante. Adoro Ibiza, y es por eso que regreso aquí cada vez que tengo la oportunidad, junto a mis amigos de siempre que solo quieren una cosa: fiesta toda la noche.

Tengo que admitir que, aunque aún no me siento con muchas ganas de salir, beber y bailar hasta el amanecer, no planeo quedarme en el hotel mientras ellos se divierten. Así que, pase lo que pase, me uniré a ellos y tendré la mejor noche de mi vida, eso puedo asegurarlo. No será para olvidar a Bea, sino para disfrutar de la vida, porque soy joven, acomodado y atractivo. Sé que al final no será necesario hacer una llamada a ese número mágico para conseguir una cita.

Después de unas copas en un bar a lo largo del malecón, caminamos hacia uno de los night clubs más exclusivos de Ibiza, donde Manuel tiene “vara alta” y podemos entrar sin problemas, aunque debo admitir que nunca he tenido problemas para entrar en ningún club aquí. La música está a todo volumen y el club está abarrotado. Desde el momento en que entro, noto la cantidad de chicas hermosas que bailan en el lugar. Al parecer, yo tampoco les resulto indiferente, porque una de ellas me toma del brazo cuando paso a su lado, haciéndome detener por un segundo para prestarle atención.

—¿Vienes solo? —me dijo sin ningún reparo y se mordió el labio provocativamente.

—Viene conmigo —habla otra chica que se pegó a mí.

—Lo siento chicas. —Escucho a Manuel, quien me toma del brazo—. Pero por el momento viene a divertirse.— Y me jala para que sigamos caminando.

—Tío, pero si me estoy divirtiendo —hablo un poco molesto.

—No, no, no, necesitas estar un poco más pasado de copas, para eso, ven vamos a la mesa.

La mesa VIP de Manuel está cerca de la pista de baile, pero un poco apartada del resto de las personas. En el centro, nos aguarda una botella de champán, rodeada de copas que están ansiosas por ser llenadas. Cada uno de nosotros toma una copa, y Manuel propone un brindis para animarnos a todos a brindar.

—Esta noche, es tu noche, abuelo. —Bromea—. Toma el mundo que es tuyo y olvídate de esa Bea.

La música cambia, y un grito de alegría resuena en la pista de baile. Todos comienzan a bailar, incluyendo a Manuel, quien ha tomado a su esposa por la cintura, y se divierten al ritmo de la canción. Mientras doy otro sorbo al champán, me uno al baile de manera ligera y discreta, sin llamar demasiado la atención. La música cambia nuevamente, ahora suena reguetón y, con el cambio, las luces destellan, permitiéndome ver mejor a las personas que bailan en el centro de la pista.

Manuel se acerca a mí moviéndose al ritmo de la música y me dice al oído. 

—¿Ya viste a la rubia de la pista? 

—¿La rubia? —le pregunto

 Manuel me señala con la mano, y en el centro de la pista, destaca una chica rubia increíblemente hermosa, bailando sola. Como por arte de magia, la multitud se abre para permitirme avanzar hacia ella. Mientras camino hacia donde está, observo cómo se mueve al ritmo de la música de una manera espectacular, disfrutando cada movimiento de su cuerpo.

Su vestido de lentejuelas doradas la hace resplandecer en medio de todos, atrayendo la atención de los hombres en la pista, quizás debido a que las lentejuelas dejan poco a la imaginación. Los cambios de luces crean el ambiente perfecto para la música que llena el lugar, y sus lentejuelas me atraen como un imán.

Me acerco a ella cuando se da la vuelta, y no puedo creer lo que mis ojos ven. 

—¿Candela? —le digo, pero la música está tan alta que sé que no me escuchó. Ella toma mis manos y me atrae hacia sí, pegándome a su hermoso cuerpo, y comienza a mover las caderas, con el resto de su cuerpo siguiendo el ritmo. De nuevo, me siento como un tonto, ya que entre el shock de verla allí, de rubia, y el hecho de que no sé bailar tan bien como ella, parece que no puedo moverme como ella quiere.

Se acerca a mi oído y escucho su sensual voz.

— Muévete como lo hiciste en la cama, guapo. —Y luego me da una sonrisa coqueta que me pone en el ambiente.

Ella se voltea y ahora me da la espalda, se pega contra mi cuerpo y sigue moviéndose, esta vez mis manos bajan a su cintura y después un poco más abajo hasta llegar a su descubierto muslo que me trae increíbles recuerdos. Candela se mueve, me prende, y me lleva lejos, tan lejos como mi imaginación pueda dar. No me importa si las luces del lugar nos cubren completamente a nosotros, o si hay miles de miradas viéndonos, estoy bailando con ella y eso me mantiene completamente hipnotizado. 

Puedo sentir la tersa piel de sus muslos sobre mis manos y mientras las subo, al mismo tiempo, lo hago con su vestido. Ella roza más su trasero contra mi hombría. Sus manos suben sensualmente por mi cuerpo hasta llegar a mi rostro, que en este momento se encuentra pegado a su cuello. Ahí, puedo respirar su delicioso aroma, que en este momento me vuelve loco.

Candela sube las manos al aire y comienza a moverlas, mientras lleva el ritmo con sus caderas. Yo estoy aferrado a ella y disfruto cada movimiento que frota contra mi cuerpo, y yo tengo la fortuna de poder acariciar el suyo sin limitaciones, a pesar de estar en medio de toda esta gente. 

 Candela se aleja de mí y se voltea para quedar frente a mí. La música cambia y ella lo hace con el ritmo, moviéndose un poco más rápido pero igual de sensual. Entonces, sin que yo lo espere, toma a una chica que está al lado de ella y la pega a su cuerpo, mientras no deja de mirarme a los ojos. Candela me seduce, atrae mi atención y me hace fantasear en medio del lugar. La pelirroja trae una paleta de dulce en los labios y mientras baila la chupa de una manera tan provocativa que ahora no sé a quién mirar más.

Comienza a bailar con la chica pegada completamente a ella, rozando sus cuerpos de una manera peligrosa y erótica. La cabellera pelirroja de la otra chica se enreda en sus dedos y cuando menos me lo espero, Candela la besa en los labios, disfrutándolo, haciendo que desee ser yo esa persona. Puedo sentir cómo los labios de ella disfrutan el caramelo en los labios de la otra, sus bocas están perfectamente coordinadas y sus manos acarician lascivamente sus cuerpos. 

Me siento en un sueño erótico del que no quiero despertar y se potencia ese deseo cuando se separan y Candela viene directo a mí con una sonrisa. 

—¿Te gusta la cereza? —me murmura. Acto seguido me besa en los labios, pasándome el sabor dulce; come mis labios quitándome la respiración.

Cuando todo termina, ella se aleja y se acomoda el cabello rubio. Como si nada hubiese pasado, comienza a bailar alejándose de la pista y saliendo de ella, perdiéndose entre la gente que está alrededor de nosotros. 

Reacciono rápidamente y la sigo hasta la barra, donde toma asiento. El barman le sirve una bebida que ella termina de un sorbo. 

—¿Candela? —llamo su nombre, pero ella me ignora por completo—. Sé que me conoces. —Insisto.

Ella me ve a los ojos y sonríe.

—Guapo, lo siento, pero estoy casada —Y me enseña una sortija en su mano —suerte para la próxima.

—¿Casada? —expreso en voz baja, inaudible para el ambiente del club.

Ella se pone de pie y un hombre de unos cuarenta años más o menos se acerca a ella y le da una pequeña bolsa.

—¿Nos vamos Bella? —le dice en una voz que me permite escuchar todo.

—Vamos, muero por llegar al jacuzzi contigo —habla y luego camina pasando a mi lado—. Adiós, guapo, gracias por el baile. —Y me guiñe el ojo.

¿Bella? ¿Casada? Espera, ¿qué? Mientras ella sale del club con el hombre que la acompaña, la sigo. Aprovecho un momento en el que él se distrae con otra persona, tomo a Candela del brazo y la alejo de él.

— ¿Candela qué te pasa? —le pregunto, enojado.

—Bella para ti —dice fría—. Suéltame, que si no mi esposo puede enojarse.

—¿En verdad estás casada? ¿Te llamas Bella? —Insisto, confundido.

—No te conozco, así que por favor, déjame. —Y se suelta—. Buenas noches.

El hombre la rodea con el brazo en la cintura y ambos salen del club sin mirar atrás. Observo cómo suben a una camioneta negra y el chofer les cierra la puerta, dejándome en la puerta del club, más enojado que confundido.

—¿Vas a salir? —me dice uno de los guardaespaldas de la entrada.

—No, claro que no —respondo de inmediato y vuelvo a entrar en el club, sumergiéndome de nuevo en su ambiente. Regreso a mi mesa y tomo no solo una, sino tres copas más de champán, consciente de que esto es el principio de lo que será una terrible resaca al día siguiente. 

No recuerdo lo que sucedió a continuación, pero sí el enfado que me produjo que Candela me prendiera solo para apagarme con su frialdad. Sé que hubo mucho alcohol, que las chicas que conocí al entrar al club llegaron a nuestra mesa, y luego recuerdo estar en mi habitación, con esas mismas chicas. Ellas en pequeñas bragas y el torso descubierto enseñándome sus pechos, una recostada sobre mi cama y la otra besando mi espalda, mientras yo le hacía el amor a una, y después a la otra.

 Recuerdo perfectamente mi cuerpo completamente desnudo encima de una mientras la otra le hacía sexo oral. Los roles se cambiaron varias veces para terminar fuertemente en la boca de las dos. Creo que finalmente sí pude con ambas y la vez que pensé que no podía, era solo yo subestimando mi capacidad.

La factura me pasó al siguiente día, cuando la luz del sol del mediodía entro por las ventanas de mi cuarto y me despertó sin piedad. Era obvio que por las prisas de anoche olvidé cerrar las cortinas y, ahora, eran un instrumento de tortura para mí. 

Me levanto con cuidado de la cama y me sorprendo al ver la cantidad de condones que hay tirados en el suelo.

«¿Cuántas veces lo hice anoche?», pienso, pero la tremenda jaqueca que traigo no me permite más y simplemente continúo caminado.

Me encuentro completamente solo, así que supongo que las chicas que vinieron conmigo se fueron tan solo terminar lo que pasó. El cuarto es un caos, hay botellas de champaña sobre la mesa, mi ropa tirada por el piso y mi bóxer colgando de uno de los sofás que están al otro lado de la habitación.

—¡Guau!, sí que querías olvidar —me digo a mí mismo, mientras entro al baño y abro la ducha para entrar al agua fría y tratar de despertar.

Permanezco bajo el chorro de agua durante un tiempo, sintiendo cómo mi cuerpo poco a poco comienza a reanimarse, y mis ojos se abren más. Cuando me siento un poco más despierto, lavo mi cabello y mi cuerpo. Luego, me recargo contra la pared mientras el agua, que ahora está tibia, cae sobre mi desnudo. Cierro la ducha, salgo de allí y me envuelvo en una toalla antes de regresar al cuarto para buscar un cambio de ropa y prepararme para salir. Mientras me visto, escucho que alguien toca la puerta de mi habitación y me acerco para ver que un papel se desliza por debajo de esta.

Lo recojo con curiosidad y, al abrirlo, encuentro una dirección junto con una frase que dice “2:00 pm, mesa 17”. No hay nombre ni ninguna otra indicación, solo eso.

—¿Será una broma de Manuel? —Es lo primero que digo en voz alta. Voy hacia dónde tiré el pantalón de y saco el móvil que está completamente descargado— ¡Joder! —digo en voz alta y mi propia voz me causa jaqueca—¿Quién me habrá mandado este mensaje?, ¿habrán sido las chicas de anoche?

Termino de arreglarme y, después de pensarlo un poco, salgo de la habitación. El dolor de cabeza me persigue, pero mi curiosidad es más fuerte, y se convierte en mi motivación para seguir la dirección que podría o no ofrecerme una sorpresa. Solo espero que no sea una broma de Manuel, porque juro que lo mataré si me está haciendo caminar bajo el sol con una jaqueca infernal. 

Sigo caminando un poco más, pasando por varios restaurantes y tiendas, hasta que finalmente llego al lugar indicado: un restaurante con vistas al mar, bastante exclusivo. Entro sin titubear y solicito la mesa 17, tal como lo indicaba el papel.

—Lo esperábamos, señor —me dice el concierge de la entrada y me lleva hasta la mesa donde una mujer con un hermoso sombrero de ala blanco me espera sentada viendo al mar. Sé quién es, no necesito verla de frente—. Señora Bella, llegó su invitado. —Escucho y ella voltea y me ve a través de sus gafas de sol.

—Gracias —contesta, regalándome una sonrisa—. Siéntate guapo, enseguida te sirven lo que deseas

—¿Cómo sabes lo que deseo? —le digo, tratando de hacerme el macho frente a ella. 

Candela sonríe.

—Porque te leo, es mi trabajo, ¿recuerdas? —Y luego se acomoda el vestido blanco que se amolda a su cuerpo de una manera fenomenal.

Candela ha regresado a su tono de cabello natural y ha dejado atrás el rubio. Me gusta mucho cómo luce. Vuelvo a sentir excitado solo de oler su perfume. El mesero se acerca a la mesa y me pone un vaso con agua y un par de aspirinas. 

Candela sonríe.

—¿Noche pesada? —me pregunta.

—Algo así —contesto— ¿Y tu esposo? —pregunto curioso.

—De negocios, tengo unas cuantas horas para hablar contigo y después tengo que ir al Spa a reunirme con él.

—¿En verdad estás casada? —Insisto.

—Por la cantidad adecuada, puedo ser lo que tú quieras, ¿recuerdas? Rubia, morena, la señorita de la limpieza, la mucama, la enfermera, Bea, hasta tu madre si quieres. A Anthony le gusta pensar que soy su esposa Bella y que ambos viajamos por el mundo. —Suspira—. Javier, ayer estaba trabajando, por eso no podía responderte, cuando estoy con un cliente no puedo hablar con otro, lo siento. No quise tratarte así, pero a Anthony no le gusta que hable con nadie más.

—¿Y el baile? ¿Y el beso? —pregunto de nuevo.

—Fue por mi gusto ¿No lo disfrutaste?, tu cuerpo contra mi cuerpo, muy sensual —y toma un sorbo de la bebida—. No soy de piedra ¿sabes?, y sé cuándo un hombre es atractivo y guapo. Además, a Anthony le gusta verme bailar entre la gente y que bese alguno que otro extraño.

—Pero no soy extraño para ti. 

—No, pero para Anthony sí. —Y me sonríe.

—La otra vez llamé de nuevo y tú no llegaste, enviaron a otra chica que tuve que rechazar. Pensé que ya no trabajabas en ese número.

Ella se ríe leve y se quita las gafas de sol, dejándome ver sus hermosos ojos.

—Venga Javier, estoy en Ibiza, todo pagado con un hombre rico que después de aquí me llevará a París ¿Crees que dejaría de trabajar? —Y por una razón hago una sonrisa que parece una mueca—. Llegó otra persona porque así funciona esto. Ese número no es específico, simplemente te mandan a la chica que esté cerca de tu ubicación y tú decides si la tomas o la dejas. Para tu mala suerte yo ya estaba aquí cuando llamaste, suerte para la próxima.

—Y si yo te pago ahora a ti para que regresemos a mi cuarto de hotel ¿lo haces? —digo osadamente, mientras le tomo la mano.

—No guapo, tampoco funciona así. Además, está en mi contrato que debo permanecer una semana con Anthony y no puedo hacer lo que me plazca; aunque así parezca. Reglas son reglas y estoy atada a ellas.

—Parece una vil broma ¿sabes? —respondo un poco molesto—. Haces todo esto por dinero y placer y cuando te ofrecen un poco más ¿lo rechazas?

—Puede parecer broma para ti, pero así con las reglas. Si quieres volver a estar conmigo marca hasta que vuelva a llegar a ti, si es que llego.

Candela se pone de pie y vuelve a cubrir sus ojos con las gafas oscuras. Realmente parece una señora de la alta sociedad, casada con Anthony, en lugar de una escort a la que puedes llamar las 24 horas y convertirse en todo lo que deseas.

—Ya que dejé las cosas claras, espero que si me vuelves a encontrar no me te ofenda el hecho de que no te haga caso, contratos son contratos, ¿no? Creo que tú entiendes sobre eso.

—¿Hay una manera de volverte a ver y tenerte para mí solo? —pregunto, con el último hilo de esperanza que me queda.

—No lo sé, pero es lo divertido de esto, ¿no? Nunca sabes quién te tocará. Yo te recomiendo que lo disfrutes y seas más específico con lo que quieres.

Me pongo de pie y quedo justamente a su altura.

—Pero te quiero a ti—le murmuro

—Entonces ingéniatelas para que yo regrese a ti. —Y me da un leve beso en los labios—. Sé que sabrás cómo y si lo logras, te daré una sorpresa. —Discretamente Candela me sonríe. —Hasta luego Javier. —Y sale del restaurante dejándome con un dolor de cabeza menos, el sabor de sus labios en los míos y un poco más de esperanza de volverla a ver.

1 semana después de Ibiza

Si alguien me hubiera contado todo lo que viví ese fin de semana en Ibiza, no me lo habría creído. Aunque tal vez, honrando mi signo zodiacal, Géminis, hay un Javier diferente y un poco más atrevido que quiere salir a jugar, y ha comenzado a hacerlo en el lugar donde todo es diversión y fiestas.

Sin embargo, ahora que estoy de regreso, deseo seguir en este juego que ha comenzado a invadir mis pensamientos a lo largo del día. Pero aún debo averiguar cómo hacer que Candela llegue a mi piso y no otra mujer como la vez pasada. Sin tener ya vergüenza de nada, marco el número de Manuel y espero pacientemente a que me conteste. Sé que no es para nada urgente, pero cuanto antes sepa cómo hacer que Candela llegue, mejor.

—¿Diga? —contesta.

—Manuel, sé que estás ocupado, pero necesito preguntarte algo que tal vez te parezca raro.

—Bueno, me coges ocupado, Javier, pero si es rápido, con gusto lo hago.

—Bien. Llamaré al número mágico, pero no quiero que me llegue otra chica, quiero a una en específico, ¿sabes cómo hacerlo?

—¡Que no tío! —me contesta—. Ya te dije que no sé cómo hacer eso, yo sólo disfruté lo que llegaba y ya. Pregúntale a otra persona.

—¿Cómo a quién?, ¿a alguno de tus amigos famosos? —pregunto sarcástico y él se ríe.

—Mira tío, ya te dije que el que se enamora pierde. Mejor acepta lo que te toque la puerta y ya. Ellas pueden ser quien tú quieras, hasta la misma Candela, ahora me voy que tengo que entrar a un lugar y no permiten móviles.

Manuel termina la llamada, dejándome sin respuestas y con una frustración que no puedo manejar. ¡Demonios! ¿Para qué quiero amigos así si no me ayudan en nada? Camino por mi piso, tratando de pensar en lo que puedo hacer para volver a ver a Candela. Sé que Manuel me advierte que no me enamore, pero no lo estoy haciendo; solo me atrae mucho Candela. Si estoy dispuesto a pagar la cantidad que pago por una noche con alguien, quiero que sea con ella.

Me siento en el sofá y comienzo a revisar mi correo electrónico para intentar distraerme. “¿Cómo puedo hacer que sea ella? ¿Qué debo hacer para asegurarme de que sea ella?” Me pregunto mientras archivo y borro correos. Hasta que la respuesta llega de repente al ver el correo del contrato que tuve que firmar para poder estar con Candela.

Abro el correo y leo el contrato de principio a fin nuevamente, recordando las reglas y las tarifas. De pronto, me doy cuenta de que hay un número en la parte superior que no coincide con el número del contrato.

—¡Eso es! —expreso emocionado. 

Veo la hora y me doy cuenta de que ya es un momento adecuado para llamar, aunque supongo que en ese negocio siempre es un momento adecuado. Tomo mi móvil y marco el número de inmediato. Cuando escucho la voz de la persona que contesta sin saludar, digo:

—Número 8184.

—¿Misma dirección? —confirma.

—Sí, misma dirección. —Y escucho que cuelga.

¿Lo habré logrado? ¿Será ella la que viene? Sé que tengo 30 minutos para arreglarme, así que cierro la computadora y guardo todo. Debo arreglarme, y esta vez será el hombre atractivo y seguro quien la reciba, no el niño temeroso de la vez pasada.

Tiempo después, alguien toca a mi puerta y Candela llega de nuevo. Se ve hermosa con un vestido blanco entallado que presenta una abertura en una de sus bien trabajadas piernas, resaltando su figura por completo. Su cabello está recogido en un elegante peinado con algunos rizos cayendo ligeramente a la altura de sus orejas. Lleva unas elegantes arracadas doradas que hacen juego con su atuendo, y sus labios rojos resaltan su hermoso rostro de manera espectacular.

Cuando entra, pasa a mi lado y me cierra un ojo de manera provocadora. Su perfume, que aún reconozco, me hechiza de nuevo, trayéndome recuerdos de la primera vez que estuvimos juntos y de esa inolvidable noche en Ibiza en la que bailamos juntos. Su andar es tan sensual que no me importaría caminar detrás de ella durante todo el tiempo que ella quisiera.

—Parece que me encontraste de nuevo, Javier. —Y al decir mi nombre voltea la cabeza para verme por encima de su hombro.

—Si lo quiero, me lo propongo —contesto, con una seguridad que no me conocía—, y te quiero a ti. 

 Cierro la puerta de mi piso para estar de nuevo a solas con ella.

—Te siento diferente —confiesa—, te veo más, seguro. Al parecer, Ibiza te ha cambiado un poco.

—Tú, me has cambiado, no sé si sea algo bueno o algo malo. —Y me río ligeramente.

Ella se da la vuelta y camina de nuevo hacia mí. Sus hermosos pechos se enmarcan en ese escote que le queda a la medida. Si pudiera enumerar las partes que más me gustan de ella, los pechos serían el número dos; sus labios, el número uno. Candela se muerde el labio inferior y luego besa los míos, tomando primero mi rostro con sus manos y atrayéndome hacia ella. 

Su beso me sabe a gloria mezclado con lujuria. Comienza a encenderme de maneras que no conocía, haciéndome sentir sensaciones nunca vividas con nadie. Recuerdo ese sabor de cereza que me dejó en los labios aquella noche en Ibiza. Ese dulce aroma en su cuello, el movimiento de su cuerpo. Ella sigue comiéndome, a fuego lento, segura, reviviéndome en cada movimiento. Candela, para terminar, muerde mi labio inferior y se aleja dejándome en las nubes.

—Lo malo a veces es bueno ¿sabes? —me comenta—. Solo tienes que saber cuáles son los límites.

—Y tú Candela, ¿tienes límites? —contesto sensual y luego la tomo de la cintura para besarla una vez más, esta vez yo lo hago con un poco más de urgencia.

Ella comienza a subir sus manos por mis brazos, acariciándolos y apretándolos ligeramente. Después recorre mis hombros para llegar a mi cuello y posicionar sus brazos ahí. Continúo besándola, no quiero dejar de hacerlo, nuestros labios se coordinaron a la perfección haciendo que el beso se alargue por unos minutos más, hasta que nos alejamos. Mi pecho está completamente agitado, como si ella me hubiera robado completamente la respiración. No sé si Candela haya tenido mejores besos que este, pero para mí, ha sido el mejor de mi vida.

—¿De casualidad tienes algo de beber? —pregunta, mientras arregla el cuello de mi camisa.

—Sí, tengo vino ¿te gusta el vino? —Le ofrezco, un poco emocionado. Supongo que el beso está haciendo efecto en mí. 

—Me encanta le vino —contesta.

Me alejo y camino hacia la cocina mientras busco la botella de vino de la vez pasada y tomo un par de copas. Candela se sienta en el sofá, y al cruzar las piernas, puedo ver un poco de su muslo. Es evidente que ella está diseñada para seducir y sabe lo que hace. 

Me acerco a ella con las dos copas en una mano y la botella en la otra. Cuando llego a su lado, me sonríe de manera sensual. Con una de sus manos, toca el sillón para indicarme que me siente a su lado, y lo hago de inmediato.

—¿Acabas de regresar de Ibiza? —le pregunto haciendo conversación. Ella se queda en silencio y me sonríe, pero no me dice nada— ¿No puedes hablar de otros clientes? —pregunto tranquilo. El sonido del corcho saliendo de la botella se escucha al fondo, debo dejar que el vino respire, así que lo dejo sobre la mesa y luego me recargo en el sofá uno de mis brazos me sostiene mientras el otro comienza a tocar su pierna suavemente—. No te estoy preguntando nada que te haga confesar algo de ellos ¿o sí?

—No, no puedo hablar de ningún cliente, Javier, pero si te puedo decir que Ibiza fue genial y que amo ir allá.

La tensión entre los dos es evidente, ella se encuentra perfectamente sentada sobre el sofá a una distancia que nos beneficia a ambos.

—¿Por qué haces esto? —pregunto.

—¿Hacer qué?

—Esto…

—Me agrada el sexo, me divierto, conozco lugares, me pagan bien, así de simple. Y ¿tú?, ¿por qué decidiste hacer esto? Un amigo te dijo que era genial y te dio curiosidad. —Se muerde el labio.

—Algo así —le susurro y dejándome llevar por el deseo, acerco mi mano a su rostro y la invito a que me bese. 

Esta vez la mano que acaricia su pierna sube inmediatamente a su cintura y la pego un poco más a mí. Nuestro beso vuelve a ser largo, me encanta que sus labios rojos no se despintan y mantienen su color a pesar de todo.

Nos separamos y ella vuelve a sonreír.

—Dime que soy bueno besando. —Le pido.

—Eres excelente besando. —Y toma la copa de vino que estoy sirviendo. 

Yo tomo la mía y brindamos, después ella da un sorbo mientras me ve a los ojos.

—¿Sabes quién soy cierto? —le digo seguro.

—Sí, desde la primera vez que te vi supe quién eras, no eres muy difícil de reconocer. Además de que eres muy activo en redes sociales. Incluso, tengo una clienta que le gusta que le haga sexo oral mientras ve tu fotografía.

El comentario es tan inesperado que el vino que sorbo sale de mis labios directo a la copa y después comienzo a toser. Ella se ríe y su sonrisa es tan bonita que me da vergüenza lo que acaba de pasar. 

—¿Qué te impactó más?, ¿que fuera una mujer o que fuera tu fotografía? —Y toma un poco de vino aun con la sonrisa.

—¿En verdad no te da pena hablar de todo esto tan libremente? —pregunto tratando de contenerme.

—No, es mi trabajo, ya te lo dije. Puedo ser lo que tú quieras y eso aplica a todos los que piden el servicio. A ella le gusta ver tu rostro en el sexo oral, así que créeme que te he reconocido.

—¿Y qué fotografía es la que más te gusta? —pregunto curioso—, o está en las reglas que yo no pueda saber qué te gusta a ti.

—No, te puedo contestar, la fotografía que más me gusta es las que sales en traje.

—¿De verdad? —y le guiño un ojo.

—Sí, porque te ves atractivo, me dan ganas de tocarte y besarte. —Y toma otro poco de vino.

—¿Me enseñas a tocar y a besar? —contesto de inmediato.

Candela deja la copa de vino sobre la mesa y se pega un poco más a mí. Puedo sentir sus pechos rozando el mío, su perfume de nuevo llega a mis sentidos.

—¿Qué perfume usas? —le murmuro, mientras sus manos comienza a desabrochar el cuello de mi camisa.

Ange au demon de Givenchy —contesta en un murmullo— ¿Crees que soy un ángel o un demonio? —inquiere y comienza a besar mi cuello.

—No me importa lo que seas. Si me llevas al paraíso o al infierno, solo no dejes de besarme, enséñame, hazme lo que quieras —contesto excitado.

Candela termina de desabrochar mi camisa para después acariciar mi pecho con sus suaves manos. La manera en como me toca, me enciende por dentro. Gradualmente, se va acercando a mi oído, muerde mi lóbulo y me dice: 

—¿Listo para la lección?, ¿serás un buen alumno? —Y regresa a mi lóbulo para seguir besándolo sin piedad.

Candela se aleja de mí y se pone de pie. Su hermosa escultura está justo en frente de mí. Me encanta lo que veo: sus curvas, sus pechos, ese cabello largo y sedoso cayendo por sus hombros. La veo con lujuria, con detenimiento, memorizando cada parte de su cuerpo, viviendo el momento. 

Ella sube su mano para deslizar uno de los tirantes por todo su hombro hasta que cae por sus brazos y hace lo mismo con el otro lado. Después, desliza el vestido lentamente por todo su cuerpo para quedar en frente de mí con el torso descubierto y una pequeña tanga de encaje blanco.

—¿Te gusta tu maestra? —me dice con voz sensual.

—Me encanta —respondo con una voz llena de deseo.

Ella se dobla un poco hacia la mesa y toma la copa de vino tinto que estaba tomando, le da un sorbo y después echa el resto del vino sobre su torso, mojándolo por completo. Puedo ver las gotas cayendo poco a poco por su piel hasta mojar la parte de enfrente del encaje que está entre sus piernas.

Acto seguido, toma la botella con una mano y me pide que me ponga de pie. Cuando estoy a su altura, me da un sorbo de vino directo de la botella y después toma uno ella para enseguida comenzar a besarme con el sabor a vino en nuestros labios. El vino nunca me sabrá igual, e incluso sé que cada vez que lo tome esta imagen vendrá a mi mente. 

—Ven, tu lección comienza ahora, Javier Montenegro —Y su voz pronunciando mi nombre es de lo mejor que me ha pasado.

Me toma de la mano mientras caminamos hacia la cocina. Observo con detenimiento, ver su hermoso y bien trabajado trasero, moviéndose sensual en frente de mí, provocándome y haciéndolo evidente en mi pantalón.

Ella se coloca frente al largo comedor que tengo y retira una de las sillas. Nos quedamos de pie un momento, y mientras ella retira el centro de mesa que tengo, se inclina un poco hacia delante. Yo me pego a ella y le hago sentir mi erección mientras paso mis manos por su torso, tomando sus pechos mojados y excitados. Beso su espalda.

—¿Cómo empieza la lección? —le murmuro al oído y puedo notar que ella sonríe.

—Me gustan los estudiantes como tú: ansiosos por aprender. Espero que esta lección nunca la olvides porque no la repetiré

—Te juro que será aprendida, recordada y espero que algún día la podamos repasar —al decir esto, muerdo el lóbulo de su oreja.

Candela se voltea y arroja el centro de mesa haciéndolo volar por la habitación. Después, ella va a su bolsa y saca de ahí unos cuantos preservativos y una barra de chocolate.

—Dijiste que querías saber que me gustaba a mí, ¿no? Pues me encanta el chocolate, y este será nuestro marcador para el día de hoy y yo seré el pizarrón, toda maestra necesita uno.

Ella deja ambas cosas sobre la mesa y después se para frente a mí. Candela termina de quitarme la camisa, para después bajar sus manos al pantalón y, rápidamente, lo quita dejándome en bóxer. Lo que antes me daba vergüenza, ahora me encanta, y lo disfruto como nunca en la vida. Sin embargo, cuando ella acaricia mi erección encima de la tela y yo cierro los ojos, disfrutando de la sensación.

—¿Vas a ser un buen estudiante cierto? Porque si no la maestra no te dará tu recompensa.

—¿Y qué clase de recompensa será?  —hablo, tratando de contener mi respiración, ante lo que estoy sintiendo.

—Ya lo verás o más bien, lo sentirás. —Y me da un beso intenso comiéndose mis labios— ¿Listo para aprender a besar y a tocar?

Candela se sienta en el borde del comedor y luego me atrae hacia ella. Toma la botella de vino y le da un sorbo. Tan solo al ver esa imagen, se me antoja como nunca en la vida. Ella toma la barra de chocolate y con sus hermosas manos lo abre para revelar un trozo de chocolate.

—Dicen que la combinación del chocolate y el vino es afrodisíaco, hoy vamos a ver si es verdad. —Y le da una mordida a la barra. Mientras lo hace, me ve provocativamente a los ojos y me seduce con la mirada, “Mmmm” expresa, disfrutando de los sabores. Ver cómo el chocolate se derrite en su boca me excita más—. Delicioso, ¿quieres? —Me ofrece.

—Sí, quiero —le murmuro.

Ella toma un cuadrito del chocolate y lo unta sobre sus labios, después me toma de la nuca y me acerca a ella para que los bese. Entre el vino y el chocolate sus labios saben a gloria. La beso hasta que este desaparece por completo de sus carnosos labios y después me alejo.

—Así me gusta el chocolate, envinado —le comento y ella sonríe.

—Entonces te va a encantar lo que sigue.

Toma un poco más de chocolate y lo unta sobre su cuello, deslizándolo con su dedo hasta uno de sus pezones.

—Primera lección, sigue el camino guapo, con tus labios y tu lengua, sin meter las manos. Hazlo despacio, disfrutando cada sabor que sientas.

Me acerco a ella, pongo mis manos sobre la mesa y comienzo a pasar mi lengua por su cuello. Voy quitando a lengüetadas lentas todo el chocolate que sabe a una mezcla entre avellana y cacao. Después bajo siguiendo el camino, hasta que llego a su pezón y lo succiono un poco, provocando un gemido en ella. El camino de chocolate se termina por completo y vuelvo a subir para verla a los ojos.

—¿Lo hice bien? —le pregunto, mientras me muerdo el labio.

—Seguiste el camino al paraíso, pero aún no has llegado, te falta aprender a tocar para bajar al infierno —y me besa ligeramente en los labios.

Toma de nuevo el chocolate y lo pone por completo en el otro pezón, me pide que haga lo mismo y yo sin dudarlo lo hago. Lo disfruto tanto, juego con mi lengua provocando varios gemidos en ella y al final, lo muerdo. 

Candela se hace un poco para atrás y unta un poco de chocolate sobre su vientre. Toma la botella de vino y le da un sorbo, me invita a que yo también tome un poco y nos damos un beso en la boca. El sabor a vino nos embriaga, nos hace disfrutar aún más del sabor. 

El beso sobre sus labios me lleva a recorrer el resto de su cuerpo hasta llegar a su vientre. Me como el chocolate que se derrite en su piel caliente y tersa. Esta comienza a erizarse y mis sensaciones están a punto de explotar. La deseo tanto, quiero fundirme en ella, ser parte de su cuerpo, comerla por completo. 

Candela, al notar mis ansias no me deja, me pone altos cada vez que quiero avanzar más. Así que me vuelvo obediente y termino de quitar el chocolate y subo de nuevo a verla y disfrutar su cara llena de excitación.

—Excelente —dice mientras se recupera de lo último, es momento de enseñarte a tocar.

Ella se hace un poco más para atrás, haciendo que sus piernas queden arriba del comedor. Yo me encuentro de pie en la orilla viendo esta bella y erótica imagen que me mantiene en un confín de sensaciones indescriptibles. Candela se suelta el cabello y lo deja caer sobre sus hombros tapando sus pechos, como toda una Eva.

Ahora soy yo quien toma un sorbo de vino directo de la botella, paso el chocolate lentamente sobre sus piernas: desde su ingle hasta un poco más debajo de sus rodillas. Candela se muerde sensualmente los labios y pasa su lengua por ellos. 

Llevado por el deseo, comienzo a quitar el chocolate de abajo para arriba y cuando llego a su ingle, rozo su intimidad por un momento provocando que ella cierre los ojos. Con mis manos, la tomo de las piernas y la jalo hacía a mí para que quede pegada a mi cuerpo.

—Toca aquí —me dice, mientras toma una de mis manos y la lleva a uno de sus pechos.

Lo tomo con cuidado y lo aprieto ligeramente. Ella me besa mientras lo hago y yo únicamente puedo sentir que mi cuerpo está a punto de explotar.

—Ahora toca aquí. —Indica.  

Al acercarme, ella vuelve a besarme, pero esta vez, sus manos bajan mi bóxer y comienzan a jugar con mi erección. Esto enciende aún más mi cuerpo, provocando que mi piel se erice. 

—Ahora aquí —habla sobre mis labios y toma mi mano para bajarla directamente a su intimidad. Mis dedos se inmiscuyen y comienzan a jugar con ella y Candela comienza a gemir.

Escucharla disfrutar de esta manera, provoca que mi cuerpo se encienda más. Mi erección está al máximo, la siento dura, lista para entrar en ella. Cada vez quiero a Candela más pega a mi cuerpo y lo único que pasa por mi mente es que quiero tomarla, haciéndola mía. 

—Lo siento, pero no puedo más —hablo excitado.

En ese momento, la tomo de los muslos y la cargo para llevarla a la silla que hay al lado. Me siento con ella encima de mí y comenzamos a besarnos como locos mientras ella sigue jugando conmigo y provocándome aún más. 

Mi mano vuelve a tocar su intimidad, la siento completamente húmeda. La rozo con mis dedos, ella gime, está igual de excitada que yo. Con la mano que tengo libre, tomo su cabello, me alejo de su boca y comienzo a besarla de nuevo en el cuello y sus pechos. El calor de la habitación es increíblemente alto y nuestros cuerpos han empezado a sudar.

 —Llévame al infierno —le murmuro—, o déjame que te lleve al paraíso.

Candela se pone de pie y toma uno de los preservativos que dejó sobre la mesa. Rompe la envoltura con los dientes y me lo entrega.

—Quiero verte poniéndotelo. —Me ordena. 

Lo saco de la envoltura y, sin pensarlo dos veces, lo deslizo lentamente sobre mi erección de arriba hacia abajo, ante su mirada provocativa. Candela se acerca y se para ante mí con las piernas ligeramente abiertas.

—¿Quieres que me la quite o lo haces tú? —me pregunta.

—Quiero que te la quites tú —le contesto excitado—, pero hazlo dándome la espalda, quiero ver tu trasero.

Al escucharme decir esto, me desconozco por completo. Creo que el Javier atrevido es el que está dominando este momento. Aunque estoy seguro de que es Candela quien me seduce y me lleva a decir y hacer cosas que me dan placer infinito. 

Ella se voltea y pone sus manos sobre su cadera, después comienza a jugar con la orilla de su tanga para después bajarla y doblarse un poco para que pueda ver su trasero y un poco más. La tanga toca el suelo y ella la patea hacia arriba para después atraparla con una de sus manos. Se voltea y comienza a jugar con ella moviendo su dedo y haciendo que esta gire.

—Ven. —Le pido, y ella camina hacia mí sonriendo pícara—. Quiero comerte toda. —Y tomo el chocolate entre las manos.

—¿Quieres que me recueste en algún lado? —me dice sensual.

— No, solo ven.

Ella se acerca a mí y yo la tomo de la cintura para sentarla de nuevo sobre mis piernas. Entro en ella de inmediato y ella gime de una forma tan sensual que creo tuve un orgasmo tan solo de escucharla. Tomo la barra de chocolate y la paso sobre su cuello y pecho. Candela, comienza a moverse, increíblemente encima de mí, llevando un ritmo constante y suave. 

Con mi boca, quito el chocolate de su piel, para después untar una cantidad grande en sus labios. Ella toma el chocolate y hace lo mismo con los míos. Luego nos besamos, comiéndonos las bocas y disfrutando del chocolate. El movimiento de su cuerpo sobre mí me hace disfrutar como ninguna mujer lo había hecho antes.

Sus manos están sobre mi rostro, mientras las mías abrazan su espalda baja y la empujan con un poco de fuerza para penetrarla más.

—Quiero meterla toda en ti —le digo entre gemidos.

—La siento toda —me murmura y sigue quitándome el chocolate de los labios y yo de los suyos.

Candela baja sus manos y los acomoda sobre mis muslos, arqueando su cuerpo para atrás, dándome la mejor de las vistas: sus pechos excitados. Al probarlos, siento una mezcla entre vino tinto y chocolate.

Ella y yo hemos llegado al paraíso y bajado al infierno, en una sola noche, y ahora nos encontramos en un limbo de sensaciones que invaden de gemidos este piso. No me interesa si los vecinos me escuchan, quiero hacerla gemir hasta que ella no pueda más.

La tomo de la espalda y la acerco a mí, pegándola lo más que puedo a mi cuerpo.

—Mírame a los ojos Candela, mírame y hazme venirme mientras te veo.

—Y yo me vengo contigo —murmura.

Ella se mueve un poco más rápido y las sensaciones placenteras empiezan a tomar aún más nuestros cuerpos. Cada parte comienza a sentir los efectos del evidente orgasmo que se va acercando. Ambos cuerpos se tensan, ella aprieta con fuerza mis muslos mientras yo tomo con fuerza sus caderas.

—Sigue así —le murmuro—. Solo sigue así que me vuelves loco. —Y ella no duda en continuar. 

Puedo ver su cuerpo brillando por el sudor, sus bellos pechos excitados y sus ojos clavados en mí sin desviarse ni un centímetro.

La ola de placer recorre su cuerpo y lo siento en su intimidad y segundos después pasa lo mismo conmigo, uniendo nuestras voces en un gemido tan erótico y sensual que me libera de todo el estrés y las ganas que tenía acumuladas.

 Candela me hechizó desde la primera vez que la vi y después de esto me ha poseído en cuerpo y alma por completo. Ella sigue moviéndose, pero, va bajando la velocidad hasta dejar de hacerlo por completo. Sus labios siguen pegados a los míos besándose sin que podamos respirar.

—Me encantas, Candela. —Le confieso entre murmullos. 

Ella me ve a los ojos y juega con mi barba. 

—Me encanta que te encante —contesta.

Yo la cargo de los muslos, me pongo de pie y camino un poco torpe hacia mi cuarto, ya que los efectos del orgasmo que acabo de tener todavía se alojan en mí.

—¿A dónde me llevas guapo? —me murmura.

—Vamos a tomarnos una ducha, hermosa, y después no lo sé, aún no lo tengo planeado, mientras tanto sígueme besando que el sabor a vino y chocolate en tus labios me ha hecho adicto a ti.

Es cierto, soy adicto a Candela, o más bien, al Javier que me convierto cuando estoy con ella. Muchos podrían decirme que no es mi tipo y que estoy gastando mi dinero en vano, pero ella sigue haciendo todas las cosas que me gustan y me tiene hipnotizado con sus palabras y su manera de ser. Admito que me encanta la forma en que es. Entiendo que todo tiene un precio, y estoy dispuesto a pagarlo. En este momento, lo que necesito es disfrutar, dejarme llevar y seguir saboreando cada momento.

Candela y yo nos encontramos recostados la mi cama, completamente desnudos, descansando después de una ducha que se alargó un poco más de lo esperado. Yo estoy sentado, recargado sobre la cabecera de la cama, y ella al pie de esta apoyando su cabeza sobre una almohada. Sus hermosas y formadas piernas están al alcance de mis manos y mientras ella juega con su cabello, yo las acaricio sintiendo su deliciosa piel: suave y tersa, provocándole cosquillas y haciéndola sonreír.

Ambos estamos en silencio, ella admira el techo de la habitación, mientras yo admiro su estilizado cuerpo. Candela tiene pechos medianos que le quedan perfecto en esos escotes en “V” que tanto le gusta vestir, su piel es bronceada, solo lo necesario, su vientre es completamente plano, pero no marcado y el resto de su cuerpo está perfectamente trabajado. No sabré cuántas horas pasa en el gimnasio, pero sé que no las pasa en vano. Además, no tiene ni un vello en todo el cuerpo, y cuando digo en todo, me refiero a todas las partes donde crece. 

Su cabello es castaño oscuro que a veces se confunde con negro, y sus ojos, sus hermosos ojos de mirada intensa son de color café con abundantes pestañas los enmarcan a la perfección. Ella tiene sonrisa coqueta, labios sedosos y sensuales y me encanta la manera como los muerde cuando está excitada.

Me levanto un poco de mi lugar y tomo una de sus piernas para comenzar a besarlas poco a poco, mis labios suben desde sus tobillos hasta su muslo llegando peligrosamente a su ingle. Ella deja de mirar al techo, baja su mirada y me sonríe, mientras comienza a jugar con mi cabello. 

Sigo subiendo, hasta sus costillas y luego recargo mi mentón sobre su vientre. Su respiración es tranquila y su piel fresca brilla a la luz de la luna.

—Eres tan hermosa, Candela —le murmuro— ¿Alguna vez un cliente se ha enamorado de ti? —Y beso su ombligo.

—Sí, muchos clientes se enamoran de mí, es algo común que sucede cuando pasas tiempo con ellos y haces todo lo que te piden. Confunden esto con amor y a veces es difícil que lo puedan separar.

—Y tú ¿te has enamorado de alguno? —pregunto curioso.

—No, nunca me he enamorado, te puedo confesar que me gusta la manera como me tratan algunos clientes, pero no es amor, simplemente es placer. —Y sonríe.

Dejo mi cómodo lugar sobre su vientre y me recuesto al lado de ella, Candela voltea su cuerpo colocando sus manos sobre sus pechos y ahora estamos frente a frente, puedo sentir su respiración en mi rostro y su perfume que ahora sé cuál es vuelve a invadir mis sentidos. Acaricio su hombro y luego paso mi mano hacia su cuello, lo toco con ternura y ella cierra los ojos en aprobación.

— ¿Te gusta cómo te trato yo, Candela? —le murmuro.

—Me gusta —confiesa—. Me gusta cómo me tocas también, lo haces con mucha ternura, ¿así tocabas a Bea? —me pregunta. De pronto un balde de agua fría cae sobre mí, de todas las pláticas que quería tener con Candela, esa era la menos pensada. Ella pasa su mano sobre mi rostro acariciando con uno de sus dedos mis labios—. Todos caen en esto por distintas cosas ¿sabes? Unos por curiosidad, otros por soledad, pero tú, Javier Montenegro, caíste por un corazón roto ¿no es cierto?

—¿Esto es parte de tu entrenamiento? —pregunto frío.

—No, solo que siento que tienes mucho que decir y no te atreves, y que mejor decírmelo a mí. Soy una completa desconocida y no te juzgaré. 

Pego mi frente con la de ella y acaricio su cabello.

—Me engañaron. Ella me engañó con otro —le murmuro y luego la beso ligeramente en los labios—. Ahora, ella quiere que regresemos y lo volvamos a intentar.

—¿Y tú qué quieres Javier? —me pregunta.

—Por el momento yo sólo quiero estar así contigo. —Y beso su nariz—. Quiero hacerte el amor como siempre he querido hacerlo y como me lo has enseñado. Tú me estás haciendo un hombre diferente, Candela y Bea, bueno, ella supongo que solo se aprovecha de mí. No sé qué quiero con ella, pero sé que quiero seguir haciendo esto contigo por un rato más.

—Entonces hazlo —contesta—, no tienes por qué decidir en este momento si regresas con ella o te dedicas a estar conmigo. Hagamos de cuenta que, ahora, una burbuja nos cubre a los dos y todo lo que pase aquí se queda aquí. Nadie lo sabrá, ella no lo sabrá, ni tu familia, será nuestro pequeño secreto siempre.

—Me gusta cómo piensas, Candela, tienes un pensamiento muy… liberal.

—No puedo ser de mente cerrada si me dedico a esto —me responde entre risas—. Si fuera así, ahora estaría dentro de una relación estable, trabajando posiblemente en una oficina y no sé, haciendo compras todos los domingos.

—¿Y eso no te gustaría? —pregunto curioso.

— No, estoy acostumbrada a pensar que nada es eterno en este mundo, que todo es efímero: el amor, las relaciones, el sexo. La vida es una secuencia de acciones que nos lleva día a día, y las consecuencias de nuestros actos son un juego, sin garantía de lo que pueda suceder mañana o de si estaremos aquí. Entonces, ¿por qué no disfrutar? ¿Por qué no experimentar? ¿Por qué no ser una persona diferente? —Y ahora es ella quien besa mi nariz.

La tomo entre mis brazos y la atraigo hacia mi pecho. Me gusta sentir así de cerca, y hasta ahora, ninguna mujer en el mundo me ha hecho sentir de esta manera. Candela despierta emociones intensas en mí. Proyecta todas las ideas que tenía guardadas en mi subconsciente, y en lugar de asustarme, me excita. Candela me tiene bajo su hechizo, pero no porque esté enamorado de ella, sino porque con ella puedo ser quien quiera sin temor al juicio de nadie.

—Solo dime lo que quieras de mi Javier, yo tengo todo lo que necesitas —murmura—. Puedo ser quien tú quieras y seguirte el juego en todas las maneras posibles, tú pones la idea y yo lo hago realidad.

—¿Todo lo que quiera?, ¿en todos los sentidos? —pregunto.

—Sí —contesta.

—¿Puedes decirme qué me amas?

—Te amo —susurra

—Te creo —le respondo y luego la como a besos; aún saben a chocolate—. En todas las maneras, en todos los sentidos—le murmuro.

—En todos, solo dímelo y yo lo hago. Soy tuya mientras pagues el precio, porque todo en este mundo tiene un precio —comenta.

—¿Cuál es el precio que tú pagas? —Candela sonríe.

— El precio de que me etiqueten, que solamente me vean por lo que hago y no por quien soy —responde segura.

—¿Y quién eres Candela? 

—Lo que ves —me dice—, siempre soy yo. Me tienes aquí, recostada junto a ti, completamente desnuda y vulnerable, ¿qué es lo que ves?

—Pues yo veo una mujer inteligente, sensual y tierna —confieso.

—Es porque tú quieres que sea así, sobre todo la parte de tierna, las primeras dos, si van conmigo —Y sonríe.

—¿Te molesta eso?, ¿ser tierna?, ¿qué yo te pida que seas así?

—No, incluso es algo raro que me lo pidan y debo admitir que me agrada mucho. Le has dado un nuevo enfoque a la relación. La mayoría quiere que sea atrevida, sensual, que me deje dominar, que puedan hacer conmigo lo que quieran.

—¿Nunca te preguntan lo que tú quieres? 

—No, pocas personas me preguntan qué es lo que deseo —dice—, pero, a la vez, siempre hago lo que quiero, porque ya en el momento se dejan llevar por el placer que yo lo provoco. Así que básicamente hago lo que quiero y lo que deseo.

—¿Hay algo que desees hacer conmigo? —Candela me besa.

—Deseo decirte que eres uno de los hombres más guapos con los que me he acostado e increíblemente dotado —Y al terminar, se muerde el labio inferior. Su último comentario me hace sonrojar, sé que no estoy mal en ese aspecto, pero escuchárselo decir a una mujer como ella, es como llegar a otro nivel. Ella al ver el color en mi cara se ríe—. No suelo ser una persona muy sutil, lo siento, soy bastante directa como ves.

—No tienes que disculparte por ello, Candela, eso es algo que me encanta sobre ti.

Mis manos no se quedan quietas, y una vez más, acaricio su cuerpo con la yema de mis dedos, erizando su piel. Creo que me estoy obsesionando con su cuerpo, y con la forma en qué reacciona cada vez que lo toco. Vuelvo a besarla, sé que el tiempo se termina y no quisiera que se fuera, pero contratos son contratos y sé que se deben cumplir.

Ella se alza ligeramente y me ve desde arriba, acaricia mi barba, desliza su mano sobre mi cuello y la baja directamente a mi abdomen recorriendo las líneas de mis músculos. Baja su rostro sobre mi piel, siento sus labios besándolo.

—Candela —le murmuro y ella alza la mirada para verme directamente a los ojos—. No quiero volver con Bea aún.

—No lo hagas —responde segura—. Experimenta, vive, prueba, después vendrá el tiempo para comprometerte y ser la persona que todos quieren que seas, ese es mi consejo.

Vuelve a mi abdomen y comienza a besarme sus manos no paran de acariciarme. 

—Quiero verte todos los días —hablo excitado, mientras siento sus labios bajar lentamente hasta mi ingle.

—Llámame o tómame una foto. —Y puedo ver su sonrisa coqueta entre mis piernas.

—¿Qué haces? —Pregunto mientras siento sus labios besar la orilla de mis muslos.

—Te daré tu recompensa por ser tan buen estudiante. —Entonces, siento sus labios provocando mi hombría, una que en estos momentos está empezando a endurecerse.

—Siempre he sido muy aplicado —comento.

Shhh, me responde, colocando uno de sus dedos sobre mis labios. 

—Tengo poco tiempo así que más vale que no me interrumpas porque si no te tendré que castigar.

Candela toma mi erección entre sus manos y comienza a jugar con ella de una manera tan suave y sutil que con solo sentirlo me lleva al cielo.

—¡Joder! —murmuro, e inmediatamente me aferro a las sábanas. 

Ella me ve con esa mirada intensa, sus manos siguen moviéndose de arriba para abajo provocándome y yo solo resisto el placer.

—La pregunta aquí es ¿hago lo que yo quiero?, o ¿hago lo que Javier quiere? —Y así deja de mover sus manos esperando por mi respuesta.

—Hazme lo que quieras. —Le ruego—. Conmigo quiero que hagas lo que desees, soy completamente tuyo, pero, no pares.

Ella sonríe y sube de nuevo hacia mí, colocándose a ahorcajadas. Candela toma mi erección con la mano y la acomoda de una manera que nuestras intimidades pueden rozarse, pero, yo no la penetro. Ella comienza a moverse, al no llevar preservativo puedo sentir su humedad, su excitación. Candela, acomoda sus manos sobre mi pecho y yo pongo las mías sobre sus caderas. Sus movimientos son sutiles y lentos y yo ardo de deseo por entrar en ella y sentirla de nuevo.

—Sube tus manos hacia mis pechos —me pide. Estas se deslizan con facilidad hacia ellos y los toco primero con mesura y después apretándolos un poco—. Me encanta —murmura—. Amo tus manos grandes acariciándolos.

—A mis manos le encantan tocarte —respondo. Ella, lleva su cuerpo hacia delante y los pone cerca de mi boca.

—Bésalos y muérdelos —habla, y yo como estudiante aplicado lo hago—. Quiero que los disfrutes tanto como yo lo hago.

Sus caderas se siguen moviendo mientras yo me hundo en sus pechos. Cuando ya están lo suficientemente erectos, ella se vuelve a erguir dejándome con las ganas

—No te vayas —le digo deseoso—. Quédate conmigo. 

Ella sonríe y después vuelve a bajar a mi erección y sin decir nada la toma entre sus manos y lo introduce a su boca para empezar a jugar de una manera magistral. Puedo sentir su aliento y su lengua en mí, como de vez en cuando sus labios la aprietan excitándome más. Candela no para y yo no quiero que se detenga, empiezo a entrar en un tipo de éxtasis que no quiero que acabe y ella lo único que desea es hacerme acabar.

—Candela, me vengo, no puedo más —le murmuro y ella se detiene de inmediato—. No, espera —digo excitado—, no pares.

Candela se recuesta a mi lado y sé inmediatamente lo que tengo que hacer. Así que antes de que la sensación pase, me pongo encima de ella para después desbordarme sobre su pecho. El gemido que doy es increíble y resuena en todo mi cuarto. 

Bajo la mirada, mientras siento en mi cuerpo esa ola de placer recorriéndolo por completo y la veo sonreír. Ella, Candela, mi cómplice en la intimidad, la que me hace ser otra persona diferente, la que poco a poco va guardando mis secretos más profundos y hace realidad mis fantasías mejor guardadas sin juzgarme.

Me inclino hacia ella y la beso tratando de pasarle todas las sensaciones que en este momento recorren mi cuerpo, quiero comerme sus labios por última vez, y ella me responde. 

—Tu tiempo se terminó, guapo —me murmura en el oído y yo me dejo caer al lado liberándola. 

Ella se levanta y se dirige sin ropa hacia el baño. Observo el sensual vaivén de sus caderas mientras camina. Permanece unos minutos allí dentro y luego regresa a la sala. Desde la distancia, la veo sacar una braga limpia de su bolso y ponérsela antes de vestirse con aquel hermoso vestido. Luego, toma sus tacones y regresa a la habitación, jugueteando con ellos con sus dedos antes de sentarse en el borde de la cama.

Mientras ella se acomoda los zapatos, yo aprovecho para besar sus brazos y jugar con su cabello

—Te prometo que nos veremos pronto —le susurro y ella sonríe.

—Ya sabes dónde encontrarme, solo debes hacer la llamada. 

Candela se voltea ligeramente y toma mi rostro con una de sus manos para besarme. Ese beso parece saber a despedida, pero no dice adiós, sino más bien un “hasta luego”. Nos separamos, ella se levanta y camina hacia la puerta.

—La pasé genial, guapo, gracias por: la noche, el vino, la plática y sobre todo el placer que provocaste en mí —y al decir esto, me cierra un ojo.

 Ella camina hacia la sala, toma su bolso y sale de mi piso sin mirar atrás, dejándome completamente solo recostado sobre la cama que todavía huele a sensualidad y a su delicioso perfume. Fijo mi mirada en el techo mientras vuelvo en mí. 

Las sensaciones que Candela me ha dejado son tan intensas que me cuesta trabajo respirar, pero las abrazo y las vivo con la misma intensidad. Las palabras que me dijo rondan mi cabeza, y ya no tengo dudas. No volveré con Bea. Seguiré descubriendo más de mí mismo y de lo que me gusta hacer. Candela será mi puerta de entrada a un lugar donde puedo explorar y ser explorado por ella.

—¿Qué es lo que quieres de mí Candela? —me pregunto en voz alta— ¿Cómo puedo ser yo lo que necesitas?, ¿cómo puedo ser yo tu garantía de que todo lo que pase al siguiente día será mejor?

Abrazo la almohada que tengo al lado, y su perfume vuelve a invadir mis sentidos. Recuerdo las palabras de Manuel: “El que se enamora, pierde”. Pero yo no estoy enamorado de Candela; simplemente no quiero compartirla con nadie más. Quiero que ella sea mía, aunque es evidente que ella no es de nadie. Mis ojos comienzan a pesarme, y mi cuerpo, relajado, cede después de estar despierto toda la noche, besándola y haciendo el amor repetidas veces. Sé que más tarde puedo volver a llamarla. Sé que mañana ella puede amanecer recostada en esta cama. Sé que estoy cayendo en este juego, y solo por puro placer, no voy a parar, porque no quiero parar. Jugaré lo mejor que pueda, disfrutaré de mi libertad y, tal vez dentro de unos meses, regresaré a ser el hombre que todos quieren que sea, tal y como ella me lo propuso.

Entonces, este es el trato: no puedo llamar a Candela entre semana y solo lo haré los fines de semana. Por más que mi cuerpo me esté pidiendo que lo haga, no caeré. Esta obsesión me está llevando al límite, y necesito al menos en ese aspecto controlarme un poco. Así que aquí estoy, contando los días para poder llamarla y no caer en la tentación. Me he propuesto seguir mi rutina normal: gimnasio diariamente, ver mis finanzas, cumplir con los compromisos que tengo agendados y regresar a mi piso para repetir. Vivo mi vida de lunes a viernes como un bucle, y por ahora funciona.

Sin embargo, no lo voy a dudar, pienso en Candela todo el tiempo. Cuando abro los ojos, es el primer nombre que se me viene a la mente, y cuando me voy a dormir, la imagino desnuda, a mi lado, con ese hermoso cuerpo que me trae loco y que tanto placer me causa cada vez que me toca o la toco. No sé si esto sea amor, no sé si sea obsesión; lo único que sé es que se siente bien y que añoro el momento de volverla a ver. Solo quiero verla a ella, solo a ella y a nadie más, porque la complicidad entre los dos es grande, y no pienso perderla.

Es viernes por la noche, y la llamo, pero para mi mala suerte, no está disponible, así que paso otro día sin saber de ella. Llega el sábado, y para mi suerte, ella estará aquí. Pero esta vez no será en mi piso; será en otro lugar, algo más divertido, donde pueda verla, sentirla, liberarnos. 

Me arreglo de nuevo como la vez que salí de fiesta y la encontré. Esta vez ella bailará conmigo y con nadie más. No habrá terceras personas ni pelucas rubias que me confundan. Salgo de mi piso y, después de manejar por unos minutos, llego al club donde la cité. El chico de la entrada me deja pasar de inmediato, y me dirijo enseguida al área de V.I.P., donde tendremos un poco más de intimidad en medio de toda esta gente.

El club está a reventar; básicamente, no cabe ni un alma más. La música a todo volumen y yo espero a Candela, sentado en el sofá, ansioso de verla, deseando saber cómo vendrá vestida, queriéndola desnudar con los ojos. De pronto, ella llega. Esta vez, no lleva vestidos entubados ni escotes pronunciados en forma de V. Viste un pantalón de mezclilla que se adhiere a sus piernas como una segunda piel, acompañado de un corsé negro de encaje que realza sus curvas y pechos, y encima, un saco blanco que hace juego. Lleva el cabello recogido, similar a la última vez que la vi, y sus labios están pintados de un rosa un tanto llamativo, dándole un aspecto juvenil.

Avanza hacia mí, y en el camino atrae la atención de algunos, sabiendo perfectamente el efecto que provoca y disfrutándolo. No obstante, el hecho de que solo tenga ojos para mí me llena de una sensación de importancia que nunca había experimentado. Cuando está a punto de entrar al área VIP, comienza a sonar una canción que le gusta. Se pone a bailar al ritmo de la música sin dejar de mirarme a los ojos. Me levanto y me acerco a ella. Candela toma mi mano y me lleva a la pista de baile de inmediato, sumergiéndonos en medio del mar de personas que, al igual que nosotros, se mueven al ritmo de la canción.

Aunque aún no hemos cruzado palabras, nos comunicamos de manera profunda. Ella se mueve de forma sensual, pegando su cuerpo al mío y permitiendo que la toque al ritmo de la música. Me pierdo en su sensualidad, y la conexión es innegable. El baile toma un nuevo significado para mí, uno de libertad total que no había disfrutado de esta manera antes.

Candela se da vuelta y mueve sus caderas, pegándolas a mi cuerpo. La abrazo por la espalda, agradeciendo que sea un poco más baja que yo, lo que nos permite movernos con gracia. Mis labios encuentran su oído, y puedo murmurarle. En pocas palabras, ella es la mujer ideal para mí en todos los aspectos.

—Te extrañé —le digo al oído, mientras nuestros cuerpos se siguen moviendo al ritmo de la música.

Ella se voltea de inmediato y ahora quedamos frente a frente. Sus manos suben a mis hombros y se acomodan ahí. 

—Pues aquí estoy, guapo. Hiciste la llamada y aquí me tienes, esta noche soy toda para ti y para nadie más.

—Eso tenlo por seguro. —Y dejándome llevar por el momento y sin importarme la gente a mi alrededor le doy un beso en los labios. El deseo, la impaciencia y la espera corren por mis venas y le transmito todo eso y más.

En medio de la pista de baile, las luces del lugar nos envuelven por completo, y ambos seguimos bailando, cuerpo a cuerpo, al ritmo de las diferentes canciones que el DJ ha seleccionado para crear el ambiente de la noche. Cuando las luces se apagan, aprovecho para besarla de nuevo, y cuando vuelven a encenderse, nos alejamos un poco para tomar aire. 

En el ambiente se percibe una intensa tensión sexual y atracción entre los dos. Mi cuerpo, cubierto de sudor por la danza, la anhela como nunca antes. Candela ríe mientras bailo con ella y se muerde los labios cuando la acerco de nuevo hacia mí para besarla. En estos momentos, se inclina hacia mi oreja y la muerde de manera sensual. No le importa que haya miles de personas a nuestro alrededor; ella quiere jugar.

—¿Nos vamos? —le murmuro, mientras la tomo de la mano y la llevo conmigo hacia el área V.I.P que afortunadamente está completamente sola para nosotros.

Nos sentamos en el sofá, donde la botella de champán aún nos espera. Candela se quita el saco, revelando el corsé de encaje negro. Luego, tomo una copa de champán y se la ofrezco. Candela la acepta y le da un sorbo.

—Te busqué ayer, y dijeron que no estabas.

—Así es, estaba en París. —Admite.

—¿Qué hacías en París? —le pregunto, mientras acaricio su rostro.

—Practicando mi francés —contesta sensual. 

—Candela. Que fais-tu à Paris ? —le pregunto, presumiendo mi francés. También es un pretexto para acercarme y besarla en esos labios que me provocan tanto.

Pratiquer mon français —contesta ella con una perfecta pronunciación. Et aussi un ménage à trois. —Y sonríe.

Très bien! —contesto. Nos besamos de nuevo, pero esta vez, solo rozamos nuestros labios. 

—No sé si alguna vez yo podré llevarte a París. 

—Tú me llevas al Paraíso, así que no le envidies mucho a París. 

Acerco mi cuerpo hacia ella lo más cerca posible y la recargo sobre el respaldo del sofá, atrapándola entre mis brazos.

—Te confieso que me encanta como te ven los otros hombres que están en este lugar, pero me prende saber que solo eres mía. —Nuestros labios se juntan y ella mete su mano por debajo de mi camisa y comienza a jugar con mi pecho, rozando mi piel y erizándola—. Te tengo una sorpresa, Candela —le murmuro al oído mientras trato de contener mis ganas de desnudarla en ese instante.

—Llévame —responde de inmediato.

Me levanto de inmediato, ajustándome la camisa y verificando que todo esté en su lugar. Luego, tomo su mano y juntos salimos de la zona V.I.P. Las miradas continúan posándose en ella, pero Candela sigue caminando a mi lado sin prestar atención a los demás mientras abandonamos el lugar.

Por suerte, el auto no se hace esperar mucho en el servicio de valet parking. Subimos al auto y arranco de inmediato. Mientras conduzco, ella observa el paisaje por la ventana. Pongo mi mano sobre su pierna y ella me mira coquetamente.

—¿No iremos a tu piso, cierto? 

—No, esta vez quiero probar algo más, Candela. Tomaré tu consejo en cuenta y empezaré a liberarme un poco más. Tú serás mi cómplice en esto y en todas las cosas que haremos. —Ella se muerde el labio—. Repítemelo. —Le pido.

—Lo que tú quieras, lo podemos hacer —dice sensual.

—Me encanta —murmuro.

Continúo conduciendo durante unos minutos hasta que finalmente ingreso a la cochera de un hotel. Mientras las puertas automáticas del estacionamiento se cierran detrás de nosotros, noto que ella me dedica una amplia sonrisa. El ambiente de privacidad y discreción que ofrece el estacionamiento subterráneo del hotel se suma a la excitante sensación de intimidad que compartimos en ese momento.

—Parece ser que Javier esta noche quiere jugar —comenta.

—Vamos a jugar —respondo seguro.

Salgo del auto primero y me dirijo rápidamente a su puerta. Con delicadeza y caballerosidad, abro la puerta y le ofrezco mi mano para ayudarla a salir. Candela toma mi mano y se apea del vehículo, desplegando un grácil paso que realza su elegancia.

—Te confieso que es la primera vez que estoy en un lugar así, pero supongo que para todo hay una primera vez.

—Así es. Nos encargaremos de que sea inolvidable. 

La puerta del garaje da paso a unas escaleras que nos conducen directamente a una espaciosa habitación. La vista desde aquí es impresionante, con las luces de la ciudad bañando el espacio y reflejándose en las ventanas de la estancia. Me detengo en el último escalón, sintiendo una pequeña sombra de duda sobre lo que quiero hacer a continuación.

Ella se voltea y me ve, estira el brazo y me ofrece la mano.

—Vamos, guapo. No haremos nada que tú no desees.

Camino para tomar su mano y, cuando estamos cerca, ella me jala y nuestros cuerpos quedan pegados. 

—Sabes, guapo, eres de los pocos clientes que me hacen sentir tranquila cuando estoy con ellos. Tú eres especial, eres como un niño jugando a ser hombre y eso me vuelve loca, porque me sorprendes por completo.

—Soy un hombre —le murmuro y la cargo entre mis brazos acomodando mis manos sobre sus glúteos—. Ya no quiero ser más un niño asustadizo. Me gusta quién soy contigo Candela, y quiero que esto siga así.

—Como tú deses, guapo —contesta en tono sensual. 

—Este hombre también te volverá loca, eso te lo puedo asegurar. —Bajo a Candela con cuidado sintiendo cómo su cuerpo roza contra el mío—. Espérame aquí. —Le pido, y salgo de nuevo de la habitación para bajar al auto y tomar la pequeña bolsa de papel que yacía en el asiento de atrás. 

Al regresar, la encuentro cómodamente instalada en el sofá de la pequeña sala adjunta a la habitación. Nuestros ojos se cruzan, y su sonrisa ilumina el sitio. Cierro la puerta detrás de mí y, tras dejar mi saco sobre la cama, me acerco a ella con la bolsa en mano. Con una mirada cómplice, se la ofrezco.

—Te compré unos pequeños regalos —le menciono.

Ella, con ilusión, lo abre de inmediato y  saca unos cuantos conjuntos de ropa interior que compré en la semana. 

—Y ¿qué quieres que haga con esto, guapo? —me dice coqueta.

—Ya no me llames guapo. —Le pido—. Quiero que me llames Javier, por mi nombre. Me gusta cómo se escucha en tus labios; muy sensual —contesto con seguridad.

—¿Qué quieres que haga con esto, Javier? —Reformula la pregunta. 

—Quiero que los modeles para mí. Quiero ver cuál se te ve mejor, y después, te lo quitaré para hacerte el amor. 

Ella se acomoda en el sofá.

—Si me permites, tengo una mejor idea, Javier. —Y con una de sus manos acaricia mi rostro.

—Dímela, soy todo oídos. 

Ella comienza a desabrochar mi camisa poco a poco hasta que llega a la mitad de mi pecho. 

—Continúa —murmuro. 

Llevo mis manos hacia su cuerpo para comenzar a desnudarla, pero ella me dice que no con un movimiento de su cabeza.

—No entiendo —confieso.

—Así no Javier. Quiero que lo hagas allá. —Y me señala con el dedo un pequeño lugar que hay en la sala.

—¿Quieres que yo…? —Solo de pensar que me tengo que desvestir en frente de ella hace que sienta un nerviosismo—. Pero yo no sé.

—No es cuestión de saber, es cuestión de dejarte llevar —me dice divertida—. Querías probar cosas nuevas, ¿no? Este sería un buen momento, estamos aquí, tú y yo, nadie se va a enterar, te lo prometo. —Candela me jala del cuello de la camisa y me da un beso que vuelve a encender mi deseo—. Para que los nervios se vayan —dice pícara.

Ella se pone de pie para acercarse a un pequeño bar que hay en la habitación y servirme una bebida.

—Toma, esto te ayudará.

Doy un sorbo al vaso y de inmediato percibo cómo el alcohol inunda mi boca y desciende por mi garganta, dejando una sensación de calor y quemazón que se extiende por todo mi cuerpo. Cierro los ojos por un instante y respiro profundamente, sintiendo cómo el licor parece avivar mis sentidos y liberar tensiones acumuladas.

Ella regresa al sofá y vuelve a sentarse.

—Tienes mi atención. 

Los nervios me inundan por completo, pero algo en mí, un lado desconocido de Javier, comienza a surgir y se enciende con el deseo de complacer a Candela. Aunque sé que tengo el derecho de decir que no si no quiero hacerlo, su mirada intensa y seductora me invita a dar el primer paso. Sus ojos permanecen fijos en mí, esperando mi decisión.

—Diviértete Javier, nadie te juzga aquí —menciona, alentándome.

¿Cómo puedo desvestirme de manera sensual frente a una mujer? He visto en películas cómo lo hacen, pero dudo que pueda hacerlo tan profesionalmente como los actores, tirándome al suelo, haciendo lagartijas y levantándome de manera sexy, sin parecer ridículo. 

Me pongo nervioso al pensar en ello, siento que estoy en una situación más incómoda que en una audición. Extraño mi confianza, y Candela la ha disipado por completo.

—Candela —le digo bajito y ella sonríe

—Quítate la camisa. —Ordena y comienzo a desabrocharme los botones rápidamente, pero ella con su pie, para mi mano—. No, lento. —Indica.

Mis manos bajan la velocidad y comienzo a desabrochar los que faltan, dejándome llevar por la situación. Su mirada intensa sigue mis movimientos y cuando mi camisa se abre por completo ella con el pie descubre la parte de mi ombligo. 

—Quítatela. Pero lento, disfrútalo, no hay prisa, soy toda. —Ella se sienta cómoda en el sofá, esperando que lo haga. 

De repente, me doy cuenta de la situación. Tengo a una mujer hermosa frente a mí, ansiosa por ver mi cuerpo, jugar conmigo y brindarme el máximo placer que he experimentado en mi vida. Sin embargo, me siento como un niño a punto de hacer una travesura, preocupado de que su mamá lo regañe. No, no quiero eso. Quiero ser el hombre que Candela anhela, no el niño que la enloquece.

Decidido, me arrodillo frente a ella, recargando mis manos sobre el sofá y echo mi cuerpo hacia delante, apenas tocándola con él. Su mirada sigue fija en mí y muevo mi pecho y mis hombros provocándola. Lo hago lento de arriba hacia abajo, apenas tocándonos. Ella sonríe y, cuando trata de tocarme, me alejo de inmediato provocando una risa.

Bajo mis manos hacia mi cinturón y comienzo a desabrocharlo lentamente. Candela se muerde el labio mientras sonríe coqueta. Me acerco de nuevo a ella y tomo una de sus manos para llevarla al botón de mi pantalón. No tengo que decirlo dos veces porque ella comienza a desabrocharlo en busca de algo más. Ella trata de tocar mi bóxer, pero yo llevo sus manos hacia mi abdomen y dejo que lo recorra de abajo hacia arriba, hasta llegar a mi pecho. 

Una vez más me alejo. Aprovechando esta adrenalina y la tomo del brazo. En un movimiento, la llevo hacia mi cuerpo que está comenzando a calentarse con la experiencia. La cargo de la cintura y la llevo a la cama para recostarla. Ella se recarga en la cabecera y yo salto arriba de la cama para quedar de pie frente a ella. 

Candela se divierte y con el pie trata de bajar el pantalón, pero yo tomo su pierna y la jalo ligeramente para acomodarla justo debajo de mí. Dejo caer el peso de mi cuerpo, pero me sostengo de mis brazos para no hacerlo por completo. Con mi pecho descubierto recorro su cuerpo de arriba para abajo apenas tocándola y provocando que su piel se erice con el contacto de la ropa y mi piel contra ella.

Acto seguido, pongo las rodillas sobre la cama a la altura de sus caderas y me quito la camisa descubriendo mi torso ante su mirada atenta. Usando mi camisa y, sin pensarlo dos veces, cubro sus ojos con ella amarrándola con cuidado. Las manos de Candela son inquietas así que las tomo con sutileza y le indico que toque mi pecho de nuevo. Ver sus manos tocando algo tan conocido y desconocido a la vez me prende sobremanera. 

Siempre había querido hacer esto y ahora que está frente a mis ojos es el acto más sensual que he visto. Echo mi cuerpo hacia ella y comienzo a besarla en los labios mientras sus manos siguen tocándome, tratando de arrancar la piel.

Voy bajando lentamente hacia su cuello y repartiendo pequeños besos por ese lugar. llego a su hermoso corsé de encaje, que despertó mi imaginación desde que la vi. Beso sus hombros, la orilla de sus pechos y, mientras lo hago, disfruto verla excitada por lo que está viviendo. 

Sigo bajando hasta su pantalón, y descubro sus hermosas piernas y la pequeña braga color negro que hace juego con el corsé. Las manos de Candela ahora están sobre mi cabello, jugando con él sin que yo se lo prohíba. Le quito la camisa de los ojos, porque necesito que me vea para poder continuar.

Me bajo de la cama y tomándola de las piernas la jalo lentamente hasta que queda sentada a la orilla de la cama. Por primera vez puedo ver un semblante de sorpresa en ella, parece que no se esperaba todo lo que estoy haciendo. 

Me quedo de pie frente a ella, con la mirada fija, tomo sus manos y junto con las mías las llevo a mi pantalón y juntos comenzamos a bajar mi pantalón, lentamente, hasta que quedan al descubierto mi bóxer. Nuestras manos ya no dan para más.

—Quítamelo —le pido. Candela sube sus manos de nuevo, pero yo la detengo—. Con la boca, quítalos, sin usar tus manos.

Ella vuelve a subirse a la cama y yo hago lo mismo, esta vez me pongo de pie sobre el colchón mientras ella yace de rodillas y con toda la sutileza y cuidado, bajo mi mirada atenta y mis deseos a punto de desbordarse en ella, Candela baja mi bóxer utilizando únicamente su boca.

—Eres la mejor —le digo excitado, mientras empiezo a sentir su boca sobre mi miembro. 

La alejo de nuevo, me subo sobre el colchón, la jalo hacia mí y cuando la tengo justo donde quiero, echo mi cuerpo sobre ella. Osadamente, hago un lado su braga y entro en ella sin dudarlo, dejándome llevar por todo lo que siento.

Todo este juego previo me ha encendido en maneras que nunca había sentido, de nuevo soy ese Javier que tanto me ha hecho disfrutar. La vergüenza y los nervios quedaron atrás y ahora mis pensamientos, mi mirada, mis caricias y mis besos se concentran en ella. 

Nos vemos envueltos en todo un poema lleno de éxtasis, con la humedad de ella dentro de mí, los besos que nos damos y los movimientos de nuestros cuerpos coordinados.

—Javier —me murmura en el oído, apenas encontrando las palabras—. Hazlo afuera —me pide cuando ambos sentidos que estamos a punto de terminar.

Salgo de ella deprisa y con toda la intención me dirijo a su boca para terminar en ella. Siento esa increíble ola de placer recorrer todo mi cuerpo y después caigo en un punto de relajación tan profunda que me obliga a recostarme al lado de ella, completamente agitado y sudoroso.

Candela se levanta de inmediato y se dirige al baño dejándome recostado sobre la cama. Voy sintiendo cómo todo mi cuerpo vuelve a la normalidad aunque, mi mente, sigue volando por lo que acaba de pasar. Ella regresa a mi lado y se recuesta sobre el colchón, me observa sonriente y me besa, sus labios saben a mí y eso es algo nuevo que no había probado.

—Lo siento. —Me disculpo—. Sé que debí haberme puesto el preservativo, pero me dejé llevar y…

—Solo no vuelvas a hacerlo. —Me pide con firmeza—. Es por seguridad tuya y mía, además sabes que está en el contrato.

—Lo siento, de verdad —le digo y me volteo para verla frente a frente—. Lo que pasa es que contigo soy una persona diferente y cuando me dejo llevar no tengo freno, pero no volverá a pasar. 

—Sé que no volverá a pasar —menciona.

Tomo su rostro y la beso contener. Parece que el Javier sexy y atrevido se desvanece gradualmente, dándole paso al Javier que domina su vida, el romántico, el que posiblemente esté perdidamente enamorado de Candela y que nunca se atrevería a llevarla a un hotel, a hacerle un striptease y dejarse llevar por la situación.

Sin embargo, esta vez no dejaré que suceda, el Javier atrevido se quedará toda la noche junto a ella y será libre encerrado en estas cuatro paredes.

Me vuelco hacía ella y de nuevo la tengo entre mi cuerpo y el colchón.

—Tic, tac —le murmuro—. El tiempo pasa y todavía hay muchas cosas que quiero hacer contigo hoy ¿estás lista para modelarme esos conjuntos? 

Ella sonríe y se muerde el labio en señal de que volveremos a empezar.

Abro los ojos y me encuentro de nuevo en mi piso, recostado sobre mi cama, completamente desnudo y con la sábana envuelta entre las piernas. No recuerdo que como llegué aquí, pero sí recuerdo mucha champaña, una pasarela improvisada de ropa interior, más sexo con Candela y posiblemente alguna conversación que haya tenido con ella.

Todo está en calma, no hay caos en mi piso, ni en mi vida y por primera vez me siento libre y satisfecho sexualmente en formas que jamás en mi vida me hubiera imaginado. 

Me levanto con cuidado y siento un repentino dolor de cabeza, lo que más odio después de una noche de diversión son las consecuencias posteriores: migraña, posibles náuseas, mareos y actos involuntarios que cometí sin intención. Espero que esta vez no se presenten las últimas.

Permanezco unos momentos mirando el suelo, intentando aclarar mi mente mientras planeo el siguiente paso. 

—Baño, necesito una ducha —me digo y me pongo de pie con mucho cuidado para no caer.

 Abro la llave de la ducha y, unos segundos después, siento el agua tibia caer por todo mi cuerpo. Las gotas de agua van recorriendo cada miembro de mi cuerpo, limpiándolo por completo. Por suerte, las caricias y besos de Candela no se van, esas se quedan impregnadas en mí y se adhieren más a mi piel cada vez que ella vuelve a tocarme. 

Giro mi cuello con cuidado, asegurándome de que el agua alcance cada rincón de esta área, y luego inclino el rostro hacia arriba, permitiendo que el chorro de agua caiga directamente en mis ojos, refrescándolos.

De un momento a otro las imágenes de la noche anterior vuelven a mi mente como una película. Veo a Candela caminando por la habitación, con esas bragas rojas que le pedí que me modelara, sus hermosos pechos se mueven con el vaivén de sus caderas y su cabello cae sobre sus hombros. 

Después, recuerdo mi cuerpo sentado en el sofá y ella encima de mí tomándome con todas las ganas del mundo para, después, seguir en la bañera del hotel, con una botella de champaña y a ambos bebiendo y besándonos. 

Termino de ducharme y con cuidado tomo la toalla para atarla a mi cintura. Salgo del baño y tomo mi móvil. Llama mi atención un correo de una cuenta que no reconozco, lo abro y encuentro un documento PDF adjunto junto con el siguiente mensaje:

Por su seguridad le enviamos los resultados del #8184. Favor de no contestar este mensaje.

—¿Resultados #8184? —expreso en voz alta, mientras abro el documento adjunto.

Ante mí se revela una larga lista de análisis. Entre la resaca que tengo y el dolor de cabeza, me cuesta trabajo entenderlo todo. Sin embargo, me esfuerzo por prestar atención y leer detenidamente lo que dice el papel, aunque debo admitir que solo logro entender la palabra “negativo” que aparece en letra molde al lado de las palabras que no logro comprender.

El número 8184 no dio positivo a ningún tipo ETS (Enfermedad de Transmisión Sexual) ni otro tipo de enfermedades que puedan ser derivadas del acto sexual. Si tiene alguna duda favor de marcar al número…

Dejo de leer y ahora entiendo todo. Los resultados son de Candela, y me están informando que no tiene ninguna ETS que pueda contagiarme, o que en algún caso pude contagiarle yo u otros. Supongo que lo de ayer, que para mí fue un descuido, para ella era algo serio, y ahora tuvo que pasar por un proceso para comprobar que todo estaba bien con ella y conmigo. 

Vuelvo a leer el documento y el número 8184 llama de nuevo mi atención. Qué ironía, para la agencia Candela solo es un número, para mí se ha convertido en todo: lo que necesito, lo que quiero, lo que deseo.

Cierro el documento y ahora reviso los mensajes de WhatsApp. Tengo 84 mensajes sin leer, de los cuales 30 son de mi familia, 20 de Manuel y sorprendentemente 38 de Bea.

—Joder ¡qué pasó! —hablo alarmado mientras comienzo a leer primero los mensajes de mi familia. Hubiera preferido leer primero los de Bea, pero al abrir el chat, aparecen ante mí varias imágenes mías y de Candela saliendo del club, bailando y besándonos, y finalmente, un mensaje de mi madre.

MADRE:

¿Podrías explicarnos esto?

«¡Claro que no puedo explicarlo!», pienso «¿Cómo pude ser tan descuidado para dejar que me tomaran fotos?».

Abro los mensajes de Manuel y es la misma noticia sólo que con mejor humor.

MANUEL:

Así que la mujer misteriosa de Montenegro ¿eh?, parece que la tenías muy bien escondido. Llámame cuando puedas. 

Veo la fotografía adjunta y no puedo creer lo que pasó. Ahí estoy con Candela, besándonos en el club, siendo presas de una cámara indiscreta que me ha tomado sin que sepa. Eso de ser hijo de familia importante me ha pasado factura.  

Inmediatamente, abro el mensaje de Bea, suponiendo que tiene relación con todo esto, y comienzo a leer. Aquí no hay fotos ni noticias, solo a Bea extremadamente enojada. A través de los mensajes, puedo sentir su furia y decepción, pero para ser honesto, es lo que menos me importa en este momento.

BEA: 

¡Así que me olvidas tan rápido! 

 Es el primer mensaje, seguido de otros donde se hace la víctima por completo y donde termina diciendo: 

BEA:

Tanto amor que nos tuvimos, lo superaste en 10 minutos. Dijiste que lo intentaríamos. 

—Yo no dije eso —hablo al móvil en voz alta y para ser honesto ni siquiera estoy considerando una reconciliación. 

Termino de vestirme y, después de tomarme una aspirina y comer algo para asentar el estómago, me dedico a pensar en lo que le diré a mi familia. De nuevo, el Javier aterrado, tímido y que quiere cumplir con las expectativas de todos, se apodera de mí, y comienzo a extrañar al Javier de la noche anterior, el que le hizo un strip-tease a Candela y que después le hizo el amor de todas las maneras posibles.

Me siento en una de las sillas del comedor y mi mente se llena de pensamientos sobre qué responderles. Mi familia me vio con Candela, una escort. ¿Sabrán lo que ella hace para vivir? ¿Cómo justificaré que empecé a salir con ella? ¿Qué dirá mi padre? ¿Mi madre? ¿Mis familiares? Con cada pensamiento, la angustia en mi pecho crece y me doy cuenta de que nadie es inmune al temor de “qué dirán.” Ahora me siento completamente invadido por este miedo.

—Tranquilo, Javier. —Trato de tranquilizarme.— Tu familia no sabe que Candela es una escort, si no ya te lo hubieran dicho.

En mi desesperación, dejo el móvil a un lado y me levanto para caminar por la casa. Necesito aire, necesito tiempo para pensar en lo que diré, cómo lo justificaré. Siento frío, como cuando la nieve golpea tu cuerpo y lo enfría al instante. Quema y se siente como si un fuego abrazador me consumiera por dentro.

—¿Qué les digo a mis padres? —me pregunto en voz alta— ¿Fue un error? ¿Soy adicto a las caricias de esa mujer? ¿Es cierto que ella me hace sentir un Javier diferente, y que puedo seguir ciegamente por este nuevo camino que me ha mostrado?

En ese momento, mi móvil suena de pronto, y al mirar la pantalla, veo el nombre de Manuel.

—¿Diga? —respondo de inmediato.

—¡Ea Amigo! —grita. La cabeza me retumba por completo. Olvidé por un segundo que la jaqueca me estaba matando—. Qué noche la de anoche, ¿no? 

—¿Por qué lo dices? —respondo agitado.

—Por las fotos que salieron tuyas en el club ¿por qué más?, o ¿hay algo más que me quieras contar?

—No, no, para nada. 

—¿Qué pasa? La chica con la que estabas, ¿era una escort, cierto? 

Me quedo callado, pero supongo que mi silencio habla por mí. 

—Tranquilo, nadie lo sabrá. Todos piensan que es una modelo que está saliendo contigo, amigo. Nadie sospecha que es una dama del placer.

“Candela no es una dama del placer”, quisiera decirle eso, pero mejor me quedo callado. 

—¿Estás seguro que todos piensan que es una modelo? 

—Claro, no estás saliendo con cualquier mujer o acompañante, Javier. Te he explicado millones de veces que ellas pueden ser quien tú quieras, podrían ser todo, menos prostitutas, son demasiado caras para ser una. —Y se ríe.

No sé si son los comentarios de Manuel o su voz que retumba en mi cabeza provocándome más migraña, pero empiezo a sentirme molesto con la plática.

—¿Algún consejo que puedas darme? —pregunto sin pensarlo.

—Relájate, si tus padres preguntan es una amiga, si tu ex pregunta es el mejor sexo que te han dado en la vida. —Y vuelve a reír.

—Manuel, te tengo que dejar, justo tengo que llamarles a mis padres. —Miento, porque en verdad no lo haré.

Manuel me aconseja:

—Vale, te recomiendo que escojas a otra de vez en cuando, porque si sigues con la misma, la gente empezará a enfocarla más y luego sí será un problema explicar de dónde salió. Mejor que te digan mujeriego a que te metan en una relación estable de nuevo con ella, ¿o sí?

Manuel termina la llamada y me deja con las palabras en la boca y con miles de preguntas: ¿qué tiene de malo que me vean constantemente con Candela?, ¿a caso la gente pensará que somos algo solo porque salimos. 

Entonces entiendo el porqué de la frase de Manuel, ¿cuántas personas habrán salido con Candela antes?, eso significa que en algún lugar otra persona, que llama a ese número, sabe que yo, Javier Montenegro, ¡contrata una escort para divertirse!

El ataque de pánico comienza de nuevo, y en esta ocasión, no estoy seguro de poder controlarlo. Detesto cuando esto sucede, cuando las emociones se desbordan y abruman todo mi ser. Me siento en el sofá y respiro profundamente, intentando recobrar la calma.

—Tranquilo Javier, no eres el único —me repito en voz alta—. Todos los que hablan a ese número saben que es secreto y qué deben ser discretos. Además, no creo que Candela hable de mí con otros clientes, ella no me habla deellos conmigo.

Sin embargo, a pesar de todo lo que estoy diciendo, no me siento tranquilo, por lo que hago lo que creo es más lógico, llamarla a ella.

Horas después.

Abro la puerta, y nuevamente ella está frente a mí. Viste unos pantalones de mezclilla azul entubados, un top crop blanco y unos tacones bajos color café, y me sonríe de manera coqueta. Su aspecto es más fresco ahora, y por primera vez puedo adivinar aproximadamente cuántos años tiene. Además, con el ligero maquillaje que lleva, puedo apreciar aún más su belleza.

La tomo de la mano y la invito a pasar a mi piso. Cierro la puerta detrás de ella, notando que mi actitud la alerta, y ella me observa desde cierta distancia.

—Es un nuevo récord, Javier —me dice—, hace apenas unas horas estábamos juntos en aquel lugar y ahora aquí, ¿acaso eres insaciable?

—Necesito hablar contigo —la interrumpo. Ambos caminamos hacia la sala y nos sentamos en el sofá.

—¿Es por el artículo que salió del club? —comenta divertida—. Sales bien, nos vemos bien.

—¡Qué no te importa! — grito, sin poder controlarme— ¡Ahora todo el mundo sabe que salgo contigo!

—Bueno, no te vi tan angustiado ayer ¿eh? —habla tranquila—. No te preocupes Javier, nadie sabe quién soy.

—¡Claro que sí! —comento—, todos los hombres con los que te has acostado sabrán que eres… —Omito por completo esa palabra. 

—Un escort, Javier. —Complementa la frase—. Solo es un trabajo. Me gusta, me divierte, y por ende acato las consecuencias que viene con todo eso. Si te importa tanto el qué dirán no debiste empezar en este juego. Tarde o temprano, siempre sale a la luz algo y debes estar preparado para actuar. —Candela se levanta del sofá y comienza a caminar por el piso—. Ayer me decías que querías ser una persona diferente y te creí. Ahora me llamas para contarme que posiblemente todo el mundo sabe que te diviertes con una escort. Así que en verdad no estás listo para eso.

—No me trates como un niño —comento enojado.

—No te comportes como uno —responde—. Sé que me trajiste aquí en busca de una solución para tu problema o para que te garantice que nunca revelaré nada de lo que hacemos juntos. En cuanto a lo primero, no tengo una respuesta para ti. Respecto a lo segundo, quiero aclarar que estoy sujeta a un contrato que sigo rigurosamente. Debo decir que a menudo hablan más entre ustedes que lo que hablo yo con cada cliente. —Y se ríe.

Ella me observa atentamente y yo me siento completamente ridículo. No debí llamarla. Debió haber reaccionado de manera más madura. Ahora, no solo he perdido su interés, sino que probablemente me ve como un niño asustadizo que entró a un juego, perdió, y ahora busca desesperadamente que le resuelvan todo.

—¿Te puedo dar un consejo, Javier? —habla, interrumpiendo el silencio.

—No tengo de otra más que escucharte —respondo.

—No es mi culpa, tu pagaste por mi compañía así que es tu dinero. Si gustas puedo quedarme aquí sentada y esperar a que pasen las horas. —Al finalizar la frase, se sienta en una de las sillas que están junto al pequeño balcón que da vista a la ciudad.

—Lo siento, dame tu consejo. —Recapacito, un poco más tranquilo.

—Estás rodeado de gente que todo el tiempo te dice qué decir, qué hacer, cómo trabajar y dónde ir. Te piden favores, y tú los cumples. Te tomas en serio cosas que no son importantes, mientras que las cosas realmente significativas las ignoras. Pero cuando se trata de lo que Javier quiere, sientes vergüenza porque piensas que es algo fuera de lo común, pero no lo es.

»Como tú, hay cientos de otras personas, gente importante que decide dejar volar su imaginación y divertirse, contratando a alguien que, por un momento, los haga sentir diferentes. Alguien que los escuche, que converse con ellos sobre temas que pueden ser tabú, que les diga todo lo que quieren escuchar y que creen que nadie más se lo dirá. 

»Sin embargo, lo que te diferencia de ellos no es la importancia, el estatus social, las familias, los negocios o las carreras exitosas, sino que, al menos, ellos aceptan que esto es lo que les gusta. No huyen como niños asustados en el primer signo de “escándalo”.

—Me estás diciendo que esto no es para tanto —hablo a la defensiva.

—Así es, esto no es para tanto. No te tomaron fotos teniendo sexo en público, ¿o sí? La mayoría cree que soy una modelo y los que saben quién soy simplemente sabrán que tienes buen gusto. —Y sonríe coqueta—. Soy más que una escort, Javier. No solo cumplo tus fantasías, sino también soy compañía. No todos los clientes con los que salgo me piden que me acueste con ellos, ¿recuerdas a Anthony? —me pregunta.

—Claro que lo recuerdo —hablo un poco más tranquilo.

—Nunca me ha tocado. En todas las veces que he estado con él, simplemente quiere mi compañía, que me divierta. Me da regalos y cuando regresamos a su casa en la Costa Azul, me da un lugar como si fuera la señora de la casa. Es cojo, ¿sabes? Puede ser muy rico y atractivo, pero esa discapacidad lo mantiene inseguro y le impide concretar una relación. Solo quiere tener a una mujer hermosa a su lado para vivir la fantasía de haber podido casarse y formar un hogar. —Candela se pone de pie—. Mi punto aquí, Javier, es que soy quien tú quieres que yo sea, y si ante tus ojos solo soy una escort que folla contigo cada vez que nos vemos, entonces que así sea, únicamente no te arrepientas del papel que me haces jugar porque, al final de cuentas, soy el reflejo de lo que tú quieres ver. —Ella toma su bolsa y luego saca su cartera y deja unos billetes sobre la barra—. Las horas que faltan van por mi cuenta. Espero que la próxima vez que nos veamos hayas resuelto todo lo que debas resolver y si no nos vemos de nuevo, fue un placer.

Ella comienza a caminar hacia la puerta, dejándome sin palabras. No puedo creer lo que hice. A la mujer que me ha mostrado un poco de libertad y seguridad, le he insinuado que me da pena que me vean con ella. ¡Qué estúpido! Candela no tiene la culpa de mis inseguridades. Además, soy yo quien la llamó. 

Voy rápidamente hacia la puerta y, cuando está a punto de subir al ascensor, le tomo del brazo.

—No te vayas. —Le pido en un murmullo, mientras ella voltea a verme—. Mi intención no era decirte que me da vergüenza quién eres o lo que haces conmigo. Solo que entré en pánico y no supe que hacer. Hay tanto en juego en mi vida que me da miedo que por un error se eche a perder todo. No es que crea que tú eres un error, pero…

—Entiendo —responde, tranquila—. Es difícil acostumbrarse al principio, pero nosotros ponemos las reglas de juego y podemos hacer lo que queramos. No hay por qué caer en pánico. Nadie sabe quién soy, básicamente soy un fantasma. Mi vida me pide que sea así, y yo no diré nada a nadie sobre ti, así que tu carrera, futuro y prestigio están a salvo, guapo.

—Ya te dije que no me digas guapo. —Y la tomo de la cintura para acercarla a mí—. Me llamo Javier.

—No, hoy te llamas guapo, si la próxima vez que te vea has dejado de ser ese niño asustadizo, te llamaré como quieras. —Y me da un ligero beso en los labios. Vuelve a presionar el botón del elevador y las puertas se abren—. Ya sabes dónde me encuentras, solo debes hacer la llamada. 

Ella entra y las puertas se cierran, dejándome de nuevo comiendo de su mano.

Es cierto, esta situación me hizo darme cuenta de que estuve a punto de arruinar algo que disfruto. No quiero dejar de ver a Candela, no quiero dejar de hacer esto, puedo cambiar, quiero cambiar y sobre todo disfrutar de la libertad que tengo a su lado. Al final de cuentas, el frío que me pegó horas atrás no duró para siempre, y después de esta noticia, sé que viviré de nuevo y no pasará a mayores. Solo tengo que decidir si estoy dentro o fuera, y si decido lo último, esta vez será para vivirlo al máximo.

¿Es normal extrañar a Candela cómo lo hago ahora?, ¿me estaré volviendo loco? Me he pasado todo el día recostado sobre mi cama, viendo al techo y acordándome de todo lo que me dijo. No puedo evitar pensar que ella se fue molesta conmigo y con una pésima imagen de mí que quisiera reparar en todos los niveles.

Cuando ella me dijo que algunos clientes la quieren para otras cosas que no sea sexo, me dio a entender que tal vez mi deseo sexual es demasiado alto, que solo pienso en eso y no le he dado oportunidad de conocerla. Aun así, llevo dos semanas sin marcar a ese número mágico y por ende, dos semanas sin saber de ella.

Sí, lo admito, me dolió mucho que mi relación con ella haya terminado. Después de años juntos, la sensación de pérdida es abrumadora, especialmente cuando se añade el factor de la traición. Bea era todo para mí, mi apoyo, la mujer que amaba y a la que ansiaba regresar cada vez que salía a trabajar. 

En la actualidad, me siento vacío y desearía no sentir nada más. Pensé que estas noches de desenfreno resolverían todo y sanarían mi corazón, pero me equivoqué. El recuerdo de Bea sigue perforando un agujero en mi alma que no sé cómo reparar. Me quedé con muchas ganas de verla y decirle todo lo que siento, pero me contuve, como siempre lo hice, y ahora no puedo soportarlo por más tiempo.

Paseo por el piso en bóxers, sin una camiseta, y me dirijo a la cocina para tomar algo del refrigerador. No tengo ánimo para cocinar, así que agradezco tener comida que puedo recalentar. 

Tomo mi móvil y empiezo a hojear Instagram, pero luego lo cierro. Después, abro la lista de contactos y me encuentro mirando el número que ya conozco de memoria. Lo observo mientras dudo si marcarlo o no. Estoy jugando con la idea en mi mente.

—¿Qué es lo que quieres? —me pregunto en voz alta— ¿La quieres ver o no?

Marco y escucho la voz: Afortunadamente, me confirma que el número 8184 sigue disponible. Cuelgo y dejo de comer esa comida recalentada. Comienzo a arreglarme, ya que si todo sigue igual, Candela llegará en unos minutos y quiero estar listo antes que ella. 

Entro a la ducha y en menos de 10 minutos me encuentro peinándome frente al espejo, rociando un poco de perfume sobre mi piel. Veo mi reflejo y a pesar de todos mis esfuerzos, siento que luzco un poco cansado. Acomodo mi playera, ajusto los últimos detalles y salgo del baño para dirigirme al lobby de mi edificio. 

Esta vez, Candela no subirá; pasaremos el tiempo afuera, eso es seguro. Salgo del ascensor y camino hacia la puerta para esperar, aunque no espero mucho, ya que Candela llega puntual frente a mí. No sé cómo lo hace, pero siempre lleva la ropa adecuada para cada ocasión.

—Buenas tardes —le digo sonriente mientras ella me observa. 

—Buenas tardes —contesta—. Te ves diferente hoy, ¿nuevo corte de cabello?

—Sí, bueno, no es nuevo, simplemente lo arreglé. Tú, te ves hermosa como siempre —comento y ella esboza una ligera sonrisa— ¿Ya comiste? —pregunto. 

—No —contesta. 

—¿Vamos? —Tímidamente le extiendo la mano y ella la toma sin dudarlo.

No sé si es porque ya está acostumbrada o si realmente le agrada la idea de caminar conmigo de esta manera. Empezamos a caminar por la calle, y Candela permanece en silencio. Supongo que espera que yo inicie la conversación, después de todo, fui yo quien la llamó.

—Perdóname por el otro día —comienzo y ella me ve. 

—¿Perdonarte?, ¿por qué?, ¿qué hiciste? 

—Bueno, por lo que te mencioné, por mis acciones, por revelar mi lado más… ¿vulnerable?

—Más infantil. —Corrige—. Tu lado vulnerable no lo has demostrado, y no me corresponde a mí verlo. —Concluye.

Nuestros pasos se detienen de repente, y sin intercambiar palabras, nuestros ojos se conectan en un momento de intensa complicidad. La mirada de Candela es como un imán que atrae mi atención, y no puedo evitar quedar atrapado en la profundidad de sus ojos. 

En ese breve, pero intenso instante, todo lo demás a nuestro alrededor parece desvanecerse, y solo somos ella y yo, perdidos en el abismo de la atracción mutua. Sus ojos parecen contener un misterio y una promesa de placer y aventura, y es imposible no sentir la tensión eléctrica que se acumula entre nosotros. 

La atracción es palpable, y ambos sabemos que este encuentro no es solo casualidad; es el comienzo de algo emocionante y desconocido.

— Te llamé porque necesitaba a alguien con quien conversar. Alguien que me escuchara sin juzgarme, que no me dijera que yo tenía razón y que todos los demás estaban equivocados. Necesitaba que me ofreciera su perspectiva sin tratarme como un niño, ya que a veces tengo la sensación de que eso es lo que hacen.

—¿Cómo si te fueras a romper? —me dice y ríe. 

—Así, como si me fuera a romper. —Admito. 

Candela sonríe.

—¿Vamos a comer pizza? —me pregunta. 

—Vamos. —Y volvemos a retomar el camino— ¿Qué tanta pizza comes? —le pregunto. 

—¿Qué tanta pizza me darás? —responde.

Sonrío. 

—Entonces ya sé dónde te llevaré —comento—. Tomemos un taxi. 

En el taxi, mientras avanzamos por las calles de la ciudad, un cómodo silencio se cierne entre nosotros. El suave murmullo del motor y el sonido distante de la ciudad se convierten en la banda sonora de nuestro viaje. A través de la ventana, veo las luces parpadeantes y los edificios que se alzan majestuosos contra el cielo.

Candela, sentada a mi lado, parece perdida en sus pensamientos, y yo, por mi parte, estoy sumido en una mezcla de emociones y reflexiones sobre la noche que estamos compartiendo. Cada tanto, nuestros ojos se encuentran brevemente, como si compartiéramos un secreto silencioso, y luego, desviamos la mirada, volviendo a nuestros propios pensamientos.

A pesar del silencio, no hay incomodidad. En lugar de palabras, nuestros gestos y miradas comunican lo que sentimos. Estar en silencio juntos, de alguna manera, nos conecta de una manera especial, pero que aún está por descubrirse. 

Al llegar a la pizzería, descendemos del taxi y entramos al restaurante en busca de una mesa para nosotros dos. En esta ocasión, no me importa si está al fondo, en la esquina o en el centro; solo quiero estar con ella.

Pedimos lo que deseamos comer, y esta vez, en lugar de nervios, siento una increíble tranquilidad, como si estuviera con una amiga.

—¿Tienes hermanos, Candela? —le pregunto y ella me voltea a ver un poco sorprendida. 

—¿No se supone que yo iba a escucharte a tí? —me pregunta. 

—Es para crear un lazo de confianza.

—Eres bueno con las palabras Javier, ahora veo por qé te dedicas a lo que te dedicas. Pero no, no tengo hermanos.

—¿Hermanas? —insisto. 

—Tengo lo que tengo —habla—, y contigo soy siempre yo, si eso te preocupa. 

—Solo quiero conocerte más a fondo, es todo.

—¿Quieres que finja ser tu cita? Podemos tenerla, puedo ser tu cita.

—No, no quiero que finjas nada hoy, Candela. Solamente quiero pasar tiempo contigo, pero necesito que seas sincera y real. 

—El único que no es real, aquí eres tú, Javier —contesta—. Eres al que le da pena que te vean con una escort. El que finge todo el tiempo, el que sonríe sin querer hacerlo, siempre empresario, nunca tú mismo. 

Sus palabras son dolorosas, pero, una vez más, me han impactado profundamente. Aunque me cueste aceptarlo, tengo que reconocer que ella está en lo cierto.

—¿Crees que soy otro cuando estoy contigo? —pregunto.

—Eres quien quieres ser, sin más ni menos. A veces te atreves a más y dejas que la aventura tome las riendas, pero la mayoría del tiempo sigues el curso de lo que “debes” hacer, como si hubiera alguien detrás de ti diciéndote cómo actuar, qué decir, cómo hablar…

—¿A caso la agencia no te dice qué decir o cómo actuar?—le pregunto. 

—Me dice dónde ir —responde—. Actuar y decir lo invento en el momento. No puedes actuar y decir lo mismo a todos los clientes. Cada uno es diferente y te trata de manera única. Unos te invitan en avión privado a Londres, otros te ofrecen pizzas kilométricas… —Y toma su bebida y da un sorbo— ¿Por eso te comprometiste con Bea? —me pregunta. 

—No es justo que tú sepas sobre mi vida personal y yo no —respondo. 

—Tú me lo contaste, yo no te lo pedí. —Una vez más, Candela, me gana la batalla. 

—Llevaba muchos años de relación con ella y supuse que lo correcto era comprometerme, llevar nuestra relación a algo más serio. —contesto. 

—¿Supusiste? —repite— ¿Basaste tu relación en un supuesto?, ¿desde cuándo no amabas a Bea? 

—Siempre la amé —digo de inmediato. 

—La gente suele confundir la costumbre con el amor. —Ella guarda silencio cuando el mesero viene con la pizza y la pone sobre la mesa.

Candela, toma una rebanada y comienza a comer. 

—¿Entonces costumbre o amor? —pregunta y yo sigo tratando de reflexionar. 

—¿Crees que no fue amor? —pregunto.

—Porque dijiste “supuse” y esa palabra da para mucho. Cuando uno se enamora no supone, solo ama. Hay parejas que se han casado 3 meses después de que se conocen y hay otras que duran 8 años y se divorcian al mes porque “suponen” que después de años de relación deben casarse ¿Disfrutabas el sexo con Bea? —me pregunta directamente. 

—Bueno, sí —contesto tímido. 

—¿Bueno, sí? —repite y sonríe. 

—Te soy honesto, no. En verdad hay cosas que he hecho contigo que nunca me imaginé que pudiera hacer. Bea era un poco más… reservada —Y murmuro la palabra porque no quiero que las otras personas volteen a vernos.

—Pero, ¿lo disfrutabas? En una pareja tanto la conexión emocional como la sexual es sumamente importante. Puede haber mucho amor entre los dos, pero lo físico también es primordial, ¿sabes? El sentirse, el besarse, el deseo, la pasión, el querer estar juntos. Eso forma parte de un todo. El descubrirse juntos, el experimentar. —Candela lo explica con tanta pasión y seguridad que me hace recordar las noches que hemos pasado juntos. 

—¿Eres psicóloga o algo así? —Bromeo. 

—No, pero escucho muchos hombres que se quejan de sus matrimonios o que quieren mejorarlos. Este oficio no solo es sexo y fantasías. Además, soy buena escuchando. 

Candela toma otro trozo de pizza y le da una mordida, yo simplemente la observo. Ella y yo no solo somos cómplices en la intimidad sexual, sino ahora, a otro nivel que no había logrado tener con nadie más. 

—Yo amaba a Bea, en verdad. —Me sincero—. Tal vez, al final, se convirtió en una costumbre, pero al principio, mi atención estaba completamente centrada en ella. Cuando vi las fotos del día en que me engañó, me sentí completamente perdido. Estaba a kilómetros de distancia, ansiando una explicación. En lo más profundo de mi ser, comencé a dudar de si Bea me amó en realidad. Le entregué todo de mí, ¿sabes? Absolutamente todo. No obstante, parece que nunca fue suficiente para ella. Todo lo que necesitaba decir era que no estaba lista para comprometerse conmigo, en lugar de ocultar la verdad detrás de lo que yo quería oír. —Le confieso, mientras ella me observa atenta—. Ese día en que terminé con ella, Bea pareció tomar todas mis emociones y las arrojó al suelo. Desde entonces, he estado tratando de recoger los pedazos para poder seguir adelante con mi vida. Durante semanas, me mantuve encerrado, reflexionando sobre si cometí un error.

—Nada, Javier —Candela me toma la mano—. No hiciste nada malo. A veces el amor nos hace sentir que es nuestra culpa cuando, en verdad, no es así. Lo único que hiciste fue confiar en ella y amarla. Ella puede decir que fueron tus ausencias, pero supongo que sabía a lo que se enfrentaba. Ninguna persona tiene derecho a engañar, aunque no le vean. 

Sus palabras me consuelan y el peso que traigo encima va disminuyendo. Ella termina el pedazo de pizza, y luego me observa.

—Debes dejar de basar tus decisiones en lo que “debe ser” o en lo que “supones” que se debe hacer. Comienza a confiar en ti mismo y a escucharte. Pregúntate, ¿qué es lo que realmente quiere Javier Montenegro? ¿Qué necesita? Encuentra a alguien con quien tengas una conexión tan fuerte que estés seguro de que es la persona adecuada para ti. Pon primero tus propios intereses, tus deseos y tus necesidades. Si no te gusta cómo te tratan, muévete. Si solo buscas una noche casual, dilo. Si deseas una relación formal, ve tras ella. Pero siempre asegúrate de que sea tu elección y de que tengas la última palabra.

Instantáneamente, me acerco a ella y le doy un ligero beso en los labios que me sabe a pizza; ella sonríe. 

—Se acabó tu tiempo, Javier —me murmura. 

Sin embargo, Candela toma otro pedazo de pizza y sigue comiendo. 

—¿No te irás? —le pregunto. 

—No. Ya puedo decidir lo que quiero hacer y he decido quedarme para seguir comiendo pizza contigo. —Le da una mordida al pedazo—. Una pizza así no puede desperdiciarse.

Yo sonrío. 

Después de todas las experiencias que he vivido, tanto buenas como malas, finalmente me siento seguro de seguir adelante con lo que hemos estado construyendo durante las últimas semanas. Candela no solo se ha convertido en la persona que mejor me escucha, sino en alguien en quien puedo confiar para hacer realidad mis deseos, algunos de los cuales llevaba tiempo queriendo cumplir.

He decidido llevar a Candela a disfrutar de unas cortas vacaciones en la hermosa isla de Formentera. A pesar de que es un lugar que quizás ella ya haya visitado en el pasado, esta vez será diferente, ya que lo haremos juntos. Además, es un destino que originalmente habíamos planeado para nuestra luna de miel con Bea. Ella se encontraba tan concentrada en los preparativos de la boda que olvidó cancelar las reservaciones. 

Después de recibir una llamada para confirmar la reserva, tomé la decisión de aprovechar este viaje y disfrutar de unas merecidas vacaciones junto a una mujer tan hermosa y divertida como Candela. Así que la llamé y esta vez, dije que quería el servicio de una semana. 

Candela llega puntual, como le pedí. Su atuendo de hoy emana un aire de sensualidad sutil, sin esforzarse en serlo. Viste un hermoso body negro de manga larga, que se ajusta perfectamente a su figura, combinado con unos pantalones de mezclilla que realzan sus curvas. Su largo cabello, ahora liso, cae delicadamente sobre sus hombros. Cuando entra a mi piso, no puedo evitar apreciarla de pies a cabeza con la mirada.

—Ahora si tardaste menos tiempo —me dice sonriente. Veo su cuerpo y no puedo dejar de preguntarme ¿dónde quedó toda esa pizza que nos comimos la otra vez? Ella entra y cierra la puerta—. Dime Javier, ¿Una semana en el piso? 

—No, no será en este piso.

—¿Entonces? —pregunta. 

—Pensé que te habían dicho.

—Me gustan las sorpresas. —Alega— ¿Esta es una sorpresa?

Me acerco a la puerta y tomo las llaves de mi auto que se encuentran en la mesa que está al lado. 

—Sígueme y veremos si te sorprendo. —Ella arquea la ceja y me sonríe. 

Ambos salimos del piso y, después de tomar el elevador, llegamos al lobby y caminamos hacia el estacionamiento. Le abro la puerta del auto y, al entrar, su forma de hacerlo resalta su sensualidad, o tal vez soy yo quien ve todo lo que hace de esa manera.

Me dirijo al otro lado, entro al auto y vuelvo la mirada hacia ella. Sin lugar a duda, Candela es impresionantemente hermosa, y no me importaría que el mundo entero sepa que esta deslumbrante mujer es mi compañía durante esta semana. 

Aunque, en realidad, sé que no es “mía”. Puede que para otros esto parezca confuso, pero para mí, tiene un significado especial. Por fin, esta vez, el reloj no corre en mi contra y sé que podré verla, besarla, acariciarla y escucharla durante mucho tiempo con calma y sin prisas.

 Arranco el auto y nos dirigimos hacia la ciudad. Candela se queda observando por la ventana mientras los edificios y las calles de Madrid pasan ante sus ojos. El sol está comenzando a bajar en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados, creando una atmósfera cálida y romántica.

Las luces de la ciudad empiezan a encenderse gradualmente, iluminando el camino y añadiendo un toque mágico al entorno. A medida que avanzamos, puedo escuchar la suave melodía de una sinfonía que se reproduce en la radio, creando un fondo sonoro relajante para nuestro viaje.

Mientras conduzco, de vez en cuando, rozo su mano con la mía, disfrutando de su cercanía y de la complicidad que hemos construido en tan poco tiempo. Candela sigue mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos, y una ligera brisa hace ondear su cabello lacio, creando un aspecto etéreo.

Candela voltea a verme y me dice: 

—Jamás pensé que me llevarías a otro lugar que no fuera tu piso o un hotel.

—¿Por qué? —Pregunto. 

—Porque creo que a veces te da miedo salir de tu zona de confort. Tienes ganas de comerte el mundo, pero luego recuerdas que estás a dieta y te mantienes en el mismo menú. 

—Eres demasiado directa —le contesto. 

—Lo sé, es mi don y mi maldición —responde entre risas—. No es mi intensión molestarte. 

—Para nada, creo que eres la única persona que me habla así sin miedo.

— No hay razón para tener miedo. En este trabajo, el temor no tiene cabida. Un día estoy aquí, al siguiente en Miami; la vida es una aventura, y si no te lanzas, nunca ganas la oportunidad de conocer y disfrutar todo lo que ofrece —habla con sabiduría. 

Es fascinante la forma en que Candela comparte sus filosofías de vida. Habla con una seguridad que hace que sea imposible dudar de sus palabras.

—Y del amor, ¿qué piensas sobre el miedo al amor? —pregunto. 

—El amor es algo que nunca entenderé. Lo que, si te puedo decir, es que no le tengo miedo. No lo evito, pero tampoco lo busco, este simplemente llegará y yo lo sabré —voltea a la ventana—. Puede ser que vaya caminando por la calle, puede ser que en este momento apenas sea un adolescente o alguna persona que ya está en otra relación, o tal vez ya lo encontré y no supe que era el indicado. 

—Entonces, ¿sí te has enamorado? —le pregunto y ella voltea a verme.

—Sé que es el amor, lo he sentido y disfrutado.

—Eso pasa cuando te enamoras, Candela. 

—Entonces, ahí está tu respuesta.

—¿Dejarías de hacer lo que haces por amor? —le pregunto. 

—¿Tú lo dejarías? —rebate. 

—No —contesto seguro—. La persona que me pida que deje de hacer lo que hago para poder estar con ella no estaría dentro de mis planes.

—Entonces ahí está tú respuesta —comenta. 

Es natural que las palabras de Candela me afecten un poco, aunque no estoy seguro de por qué. Tal vez sea porque la veo como alguien que podría haber elegido una profesión o estilo de vida diferente. Sin embargo, es evidente que ella es feliz con lo que hace. Creo que debería dejar de cuestionar sus decisiones y dejar de lado la idea de querer “salvarla” de alguna manera. Cada persona elige su propio camino, y es importante respetar eso.

Cuando llegamos al centro comercial, noto que varios ojos se posan en Candela. Ella camina con confianza hacia la entrada, mientras yo, aferrado a mis viejas costumbres, trato de mantenerme un poco alejado. Sin embargo, luego me arrepiento, al percatarme del mujerón que es. Así que la tomo de la mano causando una sonrisa en ella. 

Entramos al centro comercial y nos perdemos entre la multitud. Decido dirigirme a la sección de Casa y Hogar, junto con Candela.

—Me trajiste a escoger los muebles de tu casa. —Bromea y yo sonrío. 

—No, la verdad es que quería esconderme un rato aquí para…

—Disimular, ya veo. Aún piensas que ¿todos te criticarán pero verte conmigo? —pregunta y luego sonríe—. No entres al campo de juego si no estás preparado para jugar Javier, pudiste haberme dicho que te viera aquí y fingir que apenas nos conocemos si quieres.

—No, no es eso, sólo que… todos te están volteando a ver a ti y eso atrae la atención hacia mí. 

Candela se ríe y me contagia la risa. De pronto somos dos tontos riéndonos en medio de una sala de exhibición. Después de unos momentos, dejamos de hacerlo.

—Tranquilo, nadie sabe que me pagas por estar aquí, solo soy tu amiga. Créeme, soy un fantasma y te lo puedo demostrar. 

—¿Desaparecerás? 

Reímos.

—No, observa. 

Candela camina hacia la sección “Luxury” de la plaza, donde un hombre alto y su novia están mirando anillos de compromiso. La sigo y entramos juntos en la joyería. Examinamos las vitrinas y ella se acerca al hombre mientras finge interesarse por un anillo.

—¿Qué te parece este mi amor? —me dice y yo sólo digo que sí. 

El hombre la mira y su expresión cambia de inmediato. Candela no pronuncia palabra, pero le sonríe. Afortunadamente, la novia lo toma del brazo y ambos se alejan hacia otra parte de la tienda.

—¿Qué pasó? —pregunto, sin entender nada. 

Candela sale de la tienda y comenzamos a caminar hacia otros departamentos.

—Ese hombre es un empresario español, fue cliente mío unos meses atrás. Ella es su prometida, me contó toda su historia de amor, ¿viste su cara? —Yo asiento con la cabeza—. Me reconoció, pero evidentemente no me saludará, ni me hablará. Soy un fantasma, ellos me ven, pero sus parejas no. —sonríe—. Cualquier persona que te reconozca conmigo no dirá nada, simplemente pasará de largo. Es como el Club de la pelea ¿Cuál es la primera regla del club de la pelea?

—No hablar del club de la pelea —respondo y ella ríe. 

—Así que tranquilo, para todos soy una amiga, para los que me reconozcan soy un fantasma. Además, recuerda que, tanto tú como yo, estamos atados a reglas, así que lo que hagamos o lo que ellos hayan hecho conmigo nunca se sabrá. Ahora mejor dime ¿A qué me trajiste aquí?

—Nos iremos de viaje una semana a la Isla de Formentera, así que venimos a comprar ropa. 

—¿Estás seguro de que quieres comprarme ropa? —Bromea. 

—Sí, Bea, me regresó mitad del dinero de lo de la boda, así que, lo gastaremos en lo que queramos. Hasta en más pizza si quieres. 

—Ufff, la pizza suena muy tentadora.

—Pero primero la ropa, ¿te parece? Vamos, que iremos a la playa y quiero comprar algunos trajes de baño nuevos y unos cuantos para ti —y le guiño el ojo. 

Tomamos un frenesí de compras que nunca imaginé tener con ella. Aunque Candela nunca me pide nada, yo le ofrezco todo: vestidos, zapatos, trajes de baño, conjuntos que creo que lucirán hermosos en ella, lencería, y todo lo que me gusta para verla aún más hermosa. Ella acepta todo con elegancia, aunque no estoy seguro si es por educación, gusto o porque estoy pagando. De todas maneras, dárselo es un placer para mí.

La veo a mi lado y no puedo evitar pensar por qué no la conocí antes y en circunstancias diferentes. ¿Por qué conocí a la persona perfecta para mí en el peor momento? ¿Por qué tengo que compartirla con otras personas? ¿Por qué debe tener este trabajo? Cuando estoy con ella, todo es tranquilidad, pero cuando la abrazo, todo se convierte en un caos dentro de mí.

Me encantan sus labios, sus ojos; cuando me mira, me vuelve loco. Sin lugar a duda, es única, y me siento afortunado de tenerla a mi lado y, al menos por momentos, de poder decir que es mía. 

El centro comercial cierra, y nosotros salimos hacia el estacionamiento con varias bolsas en ambas manos.

—Sí, sabes que no necesitaba ropa, ¿verdad? —me pregunta mientras nos subimos—. Pude haber traído una maleta. 

—Así es, lo hice porque quise y porque quería expresar mi gratitud por todo lo que has soportado. No soy una persona fácil, y, sin embargo, has estado ahí para mí.

—¿Si sabes que está en mi contrato? 

—Pero sé que puedes negarte a venir conmigo, eso también está en tu contrato. Los leo, estoy familiarizado en el tema, así que tengo experiencia en eso. —La veo a los ojos—. Tú y yo viajaremos a Formentera. Bea ya no importa, ella quedó atrás. Ahora nos espera toda una semana por delante llena de mar, fiestas y, quién sabe, quizás más. —Candela se ríe porque sabe que omití la última palabra, la cual mencionó hace semanas atrás. No quiero que piense que solo estará conmigo para ser un juguete sexual. Simplemente, quiero que todo fluya de manera natural entre los dos, como dos amigos que se van de viaje y descubren situaciones juntos.

—¿Listo para renovarte y regresar como el Javier que quieres ser? —me pregunta. 

—Listo —respondo con seguridad y creo que es la primera vez que lo hago así. Supongo que es parte del cambio. 

Al día siguiente

Llegamos a la isla temprano el domingo, y debo admitir que me siento increíblemente emocionado por estar aquí. Quizás sea porque Candela me acompaña o, la verdad, me satisface un poco que Bea esté pagando esto, y yo al menos pueda sacar algo de provecho después de lo que me hizo.

Una vez, una psicóloga me dijo que a veces los seres humanos necesitan encontrar aspectos negativos en otras personas para elevar su autoestima. Por ejemplo, alguien puede tener mucho dinero, pero carecer del amor de una familia. El hombre alto que nos vio entrar hoy al hotel quizás tiene una estatura imponente, pero tal vez no está tan bien dotado en otros aspectos.

En mi caso, Bea pudo victimizarse y acusarme de levantar “falsos testimonios,” pero nunca encontrará a alguien mejor que yo. Es Candela y no ella quien disfrutará de una semana en un Resort, con todos los gastos pagados, y una habitación con un balcón que ofrece vistas al mar y a la ciudad de Ibiza.

Lo cómico de todo esto es que la habitación está preparada para un matrimonio, para recién casados. Al entrar, lo que más nos hizo reír fue la decoración con pétalos de rosa, cisnes hechos de toallas y una nota en la cama que decía: “Bienvenidos, Señor y Señora Montenegro de la Fuente,” creando un ambiente romántico.

—Señora Montenegro de la Fuente, suena aristocrático. —Bromea, mientras deja el equipaje de mano sobre una de las cajoneras de la habitación.

Ella se deja caer sobre la cama y el aire que provoca hace que los pétalos de rosa vuelen por el aire. Luego comienza a tomarlos con sus manos y los lanza al aire para que luego caigan sobre su cuerpo.

—Bea se perdió de algo hermoso —murmura, para luego quedarse callada. 

Yo tomo la nota y la rompo en pequeños pedazos, para después tirarla a la basura. Luego, abro la ventana del balcón y permito que entre un poco del aire, que ya es más cálido, en la habitación. Respiro el olor a mar, lo cual me hace sentir increíble. Me lleno de vida.

Candela se levanta, se quita los tacones y empieza a caminar descalza por la habitación, observándola atentamente cada rincón. En primer lugar, se dirige al baño y nota que, además de una bañera, hay una ducha con una puerta de cristal transparente.

—¡Qué sexi! —expresa. 

Entre la habitación y el baño, hay una pared con un amplio ventanal, por lo que prácticamente no hay privacidad, excepto en el retrete, que se encuentra en un pequeño cuarto aparte.

Me acerco a ella en el baño y aprecio la hermosa ventana que, al igual que el balcón, ofrece una vista al mar. Sin duda, el baño y la habitación están inundados de luz. Candela sale del baño y se dirige a otro sitio.

—¡Javier,ven! —me llama y camino hacia allá. Ella se encuentra en la sala—Ven —habla emocionada, mientras me toma la mano. 

La sigo mientras exploramos la suite y finalmente llegamos a un amplio balcón con una gran mesa de madera, un sofá enorme repleto de cómodos cojines, un techo de madera que proporciona sombra, y unas redes suspendidas para protegerlo del sol. 

Al fondo, se extiende el mar en todo su esplendor. Desde aquí, podemos sentir la brisa marina y escuchar las olas rompiendo suavemente en la playa. Candela se apoya en el balcón y, con una sonrisa, me invita a unirme a ella. 

El paisaje es impresionante y, por un momento, todo parece perfecto. El cielo azul, el mar chispeante y la sensación de estar lejos de todo lo que nos ha atormentado en la vida cotidiana.

—Pagas por la habitación y te quedas por la vista, ¿no? —comenta y yo le sonrío.

—Podríamos quedarnos todo el día aquí encerrados y nada nos faltaría. Sé que por algún lado tenemos un minibar. —Le bromeo.

—¿Minibar? Seguro será un bar completo, pero ¿venimos a disfrutar, no?, ¿qué te parece si bajamos a la piscina? Se ve deliciosa.

—A la techada o a la descubierta. —Le presumo.

—¡Quiero sol! —expresa emocionada—, después podremos bajar a la techada si gustas.

—Espero que sepas nadar. —Le condiciono y ella ríe.

—¿Nadar? Para mi playa es: sol, un buen libro, una bebida refrescante y un cómodo camastro —explica.

Sonrío.

—Vale, vamos —contesto. 

Sumamente animado por su actitud. 

Una hora después.

Candela yace cómoda en una tumbona junto a la piscina, absorta en la lectura de un libro de bolsillo cuyo título desconozco, pero la imagen de verla con ese sensual traje de baño negro de escote en V, que ella eligió para este viaje, es una de las más impactantes que he presenciado en mi vida. Esta mañana, cuando salimos de la habitación, lo complementó con un ligero albornoz del mismo color, gafas de sol y un sombrero de ala ancha de paja que cubre sus hombros. Parece una auténtica celebridad, y no puedo evitar notar cómo varias personas se quedan mirándola mientras caminamos hacia la piscina.

Afortunadamente, este hotel es un lugar bastante privado y tiene un límite de visitantes, por lo que, en este momento, la piscina está completamente a nuestra disposición, y podemos relajarnos sin que nadie nos moleste. Un mesero se acerca y le sirve una bebida que ella recibe con una sonrisa de agradecimiento hacia un caballero que está ubicado al otro lado de donde estamos. Este caballero no lo había notado en un principio, asumiendo que estábamos completamente solos.

Candela da un sorbo a su bebida y la coloca a un lado para seguir concentrada en su lectura. Mientras tanto, yo nado un poco y me acerco a la orilla, para hablar con ella.

—¿Qué lees? —le pregunto.

—”Perdida” —contesta, sin verme a los ojos.

—¿Perdida?, ¿de qué se trata?

—Sobre una chica que desaparece y le echan la culpa al marido, él dice que no sabe dónde está, pero, todo apunta a que fue él quien la despareció —me cuenta y luego regresa a leer atenta.

—¿Te gustan los thrillers? —le pregunto y ella asiente con la cabeza.

—Me encantan, suelo leer muchos. Es como una adicción que en verdad no quiero parar. —Y sonríe.

— No sabía que te gustaba.

—Bueno, ahora ya lo sabes. Tal vez no sepas si tengo hermanos o hermanas, pero ahora sabes que me gustan los thrillers —Y vuelve al libro.

—¿Qué más puedo saber sobre ti, Candela? —le pregunto y ella baja el libro y me ve.

—Te daré la fortuna de hacerme 3 preguntas personales, pero pasando esa cantidad ya no te puedo contestar, ¿vale? 

Me río y asiento con la cabeza.

—Vale.

—Piénsalas bien porque son tres y nada más. —Me advierte.

—Vale, la primera pregunta es, ¿en verdad te llamas Candela?

Ella sonríe.

—¿Estás seguro que quieres saber ese misterio? —me pregunta entre risas.

—Sí, quiero saber si ese es tu verdadero nombre. En verdad, desde que te conozco llevo dándole vueltas en la cabeza a ese asunto.

Ella suspira y luego toma un poco de la bebida.

—No, en verdad me llamo Madeleine —me contesta.

—¿En verdad? —pregunto.

—¿Esa es tu segunda pregunta? —Y comienza a reírse. De pronto, me acuerdo de lo que ella siempre me dice, no dudar.

—No, esa no es. —respondo. Y me sumerjo un poco en el agua para quitarme el calor y volver a refrescarme. Salgo una vez más y pronuncio su nombre—: Madeleine. 

Ella sonríe.

Quiero preguntarle por qué eligió el nombre “Candela” cuando nos conocimos, pero sé que responderá si esa es mi segunda pregunta, así que me quedo en silencio.

—¿Cuál es tu comida favorita? —inquiero y ella se queda pensando.

—Me encanta el sushi —responde sonriente—, podría comer mucho sushi.

—Qué casualidad, está en el menú de esta tarde —le comento—. Y como es todo incluido, podemos comer lo que sea, pizza, sushi…

—Palomitas. —Agrega y los dos reímos.

—No entiendo dónde se va todo eso que comes —le comento y ella me ve pícara.

—¿Esa es tu tercera pregunta? —Insiste. 

Salgo del agua y, apoyando mis brazos en el suelo, me siento en la orilla. Después, me incorporo, tomo una de las toallas y empiezo a secarme delante de ella.

—No, mi tercera pregunta es: ¿qué te gustaría hacer a ti ahora que estamos en la isla de Formentera?

—Esa es una pregunta muy tentadora, ¿eh? Pero yo que tú habría preguntado si no soy una psicópata que te engañó y te alejó de todos los que conocías para después asesinarte mientras duermes.

—¿Y lo eres?

—Lo siento Javier, esas fueron las únicas preguntas permitidas. Así que espera a que termine el viaje, si regresas con vida, quiere decir que no.

Sonrío.

—Vale, dime Can…Madeleine. —Corrijo— ¿Hay algo que pueda hacer por ti en este viaje?

Ella se pone de pie y, con sigilo, acerca mi cuerpo al suyo. Sus manos descansan sobre mi pecho desnudo, con algunas gotas de agua aún presentes. Lleva sus labios hacia mí, rozando mi cuello, y luego asciende hasta mi rostro para acariciar mi barba y llegar a mi oído.

—¿Qué te parece si vamos a comer algo? —me murmura y yo doy una sonrisa nerviosa.

—¿Qué te parece si nos damos una ducha y bajamos al restaurante a comer? —sugiero.

—Estaba pensando en servicio a la habitación, un baño en la bañera y ver el atardecer desde esa hermosa terraza que tenemos. —Ella agrega.

—¿No quieres salir a bailar? —pregunto.

—No, si me preguntas que es lo que quiero hacer, sería esto, en verdad no soy una chica que salga mucho a clubs y así.

Candela toma su albornoz y se lo coloca con elegancia, ajusta su sombrero y se desliza en sus sandalias doradas. Luego, camina a mi lado sosteniendo el libro en su mano. El caballero que le envió la bebida la observa nuevamente y alza su copa en un gesto de saludo. Ella le responde con una sonrisa y sigue caminando a mi lado.

—¿Quién era? —le pregunto.

—Es el dueño del hotel, Javier —habla con seguridad—. Es amigo de Anthony, por eso me conoce. Me envió mi bebida favorita, siempre lo hace cuando me ve.

—Tienes más contactos que yo. —Le bromeo y ella sonríe.

—En este trabajo, si te sabes mover puedes sacar mucha ventaja.

—¿Qué tipo de ventajas has sacado tú? —Inquiero curioso. 

Ambos entramos al elevador y cuando se cierra ella voltea y me ve.

—Conocer chicos guapos como tú.

—¿Siempre eres así?, ¿misteriosa?

—Precavida. —Corrige.

—No confías en mí, ¿pero viniste de vacaciones conmigo?

—Para eso hay una respuesta clara que posiblemente no te guste. —Y luego voltea a ver las puertas del elevador que están a punto de abrirse.

—Dímela. —Le pido.

—Me pagas por venir contigo, este es mi trabajo, no quiere decir que venga porque confíe. —Y de nuevo ahí están las palabras directas de Candela que hacen que mi cuerpo reaccione con un pequeño dolor de estómago. 

Cuando siento que he llegado a conocerla un poco más, ella me pone en mi lugar y me baja del cielo a la tierra de un golpe. Sin embargo, dudo que eso que me acaba de decir sea verdad, ya que sus ojos expresan otra cosa. 

Salimos del ascensor y nos dirigimos hacia la habitación. Candela deja el libro en una de las mesas de la sala, se quita el albornoz y, con el traje de baño aún puesto, se adentra en la ducha. Abre el grifo y se sumerge inmediatamente bajo el caudal de agua. Yo me quedo observándola desde la habitación y de repente, toda la hermosa vista del mar queda en segundo plano, eclipsada por su presencia.

Tan perfecta, misteriosa, inteligente y decidida. Candela ha entrado en mi vida por una razón que todavía no comprendo por completo. ¿Es esto el final de una etapa o el comienzo de algo nuevo? No estoy seguro, pero lo que sé es que su presencia me proporciona un alivio increíble y que vivo experiencias inesperadas que nunca hubiera imaginado.

Ella comienza a jugar con los tirantes del traje de baño para quitárselo por completo. Mi mirada fija provoca que ella voltee a verme y me sonríe. Sin embargo, yo me quedo de pie sin ir a su encuentro, porque la frase que me dijo días atrás me sigue dando vueltas por la cabeza y ahora, que la conozco un poco mejor, el hecho de acercarme sexualmente me cuesta más.

—Ven —me dice.

Camino hacia ella, me quito la playera y la tiro al suelo. Entro con ella bajo el chorro del agua haciendo que quedemos frente a frente. Candela baja poco a poco el traje de baño hasta quedar desnuda frente a mí. Yo la veo y aunque es evidente que mi cuerpo reacciona a lo que ve, no hago nada más que quedarme quieto y en silencio.

—¿Me das un beso? —Me pide, mientras me ve a los ojos.

—¿Dónde? —pregunto bajito.

—Sorpréndeme —responde.

Entonces, bajo mis labios, lentamente, hacia uno de sus hombros y la beso con ternura. Me alejo un poco para, después, seguir haciéndolo hasta llegar a su cuello y ubicarme ahí por un buen rato.

—Candela —le murmuro al oído— ¿En verdad puedes ser quien yo quiera? 

—Sí —responde excitada, y su voz hace eco por todo el lugar.

—Entonces quiero que seas tú en este viaje —hablo—. Quiero que hagas lo que te plazca. No quiero conocer a Candela, quiero conocer a Madeleine. —Ella lanza una risa ligera que apenas puedo escuchar en mi oído—. Ahora quiero ser yo quien te complazca.

—Ya lo estás haciendo, estamos en esta hermosa Isla, en este hotel.

—No, quiero más. Quiero que me enseñes cómo complacerte, tocarte, besarte, hacerte reír.

—Madeleine no es muy diferente de Candela —Me murmura.

—Candela o Madeleine, quiero complacerte. Hazme lo que quieras, quiero enloquecer contigo, enséñame lo que tengas que enseñarme.

Ella baja sus manos hacia mi bañador y comienza a bajarlo poco a poco hasta que este queda en el suelo del baño. Comienza a acariciarme lentamente la parte de arriba antes de mi miembro y luego lo toma entre sus manos erizando mi piel.

—No tenemos que tener sexo si no quieres. —Sale de mis labios a duras penas.

—Pero, yo quiero. Muero de ganas porque me hagas el amor como solamente tú lo haces: lento, tierno, complaciente, considerado.

Entonces una sensación de ansias se apodera de mí. La tomó entre mis brazos y le beso en la boca con todas las ganas que he guardado para ella, durante estos días. Candela cierra la llave de la ducha y se aleja de mí.

—Aquí no —me dice y me toma de la mano para salir de la ducha.

Dejamos el cuarto de baño y así desnudos caminamos hacia la terraza, ella toma los preservativos de su bolsa y salimos. La brisa del mar se siente en el aire y el sol, que, a pesar de que ya se está metiendo, calienta el lugar dándonos un increíble clima.

Pienso, inmediatamente, que cualquier vecino de otra suite nos podría ver, pero ella lee mis pensamientos y me empuja levemente al sillón, mi cuerpo cae sobre los cojines.

—No hay vecinos a kilómetros de aquí, no hay cámaras, ni reporteros, ni nadie que puedan vernos. —Me asegura, mientras me pone el preservativo deslizando sus dedos majestuosamente por mi miembro que está completamente excitado. Acto seguido, se sienta a horcajadas sobre mi rozando mi bulto con su intimidad—. Este es nuestro pequeño refugio, donde tú puedes ser tú. —Entonces ella lo toma con una de sus manos y luego provoca que entre en ella. 

Mi cuerpo reacciona de nuevo en todos los sentidos al sentirme dentro de mí. Puedo ver su hermoso cuerpo, de piel bronceada, a la poca luz que aún queda del sol y su hermoso cabello siendo movido por el aire. Ella cierra los ojos disfrutando del momento, entonces, al ver esa cara, toda la vergüenza que posiblemente tenía en ese instante desaparece por completo.

Candela vuelve a abrir los ojos y luego clava su mirada a la mía, que en ese momento la admira completamente. Ella toma mis manos poniéndolas sobre sus pechos, tan perfectos, tan adecuados para el tamaño de mis manos. Comienza a moverse arriba, abajo, a su ritmo, disfrutando el movimiento, mis manos se aferran mientras el placer recorre todo mi cuerpo.

Entre el sonido de las olas rompiendo a la orilla y sus gemidos tan suaves y sutiles, siento que estoy en un sueño erótico del que no quiero despertar. Ella se dobla un poco hacia delante, besándome con suavidad, poniendo sus manos sobre mi rostro, acariciando mi barba, disfrutando mis labios.

—Compláceme Javier —me murmura excitada.

—¿Qué quieres que haga, Candela? —hablo bajito tratando de encontrar el orden de las palabras.

Ella quita mis manos que aún están sobre sus pechos y las baja a la altura de su intimidad.

—Dijiste que podía hacer lo que quisiera contigo. —Me recuerda y yo sólo asiento con la cabeza sin decir una palabra. Candela sube mi mano derecha y luego mete uno de mis dedos a su boca, lo succiona un poco mojándolo por completo para después bajarlo a su intimidad—. Juega conmigo, hazme venir. Aprende a dar placer, mientras lo recibes. —Y mis dedos comienzan a jugar con ella.

Candela comienza a moverse de una manera que nunca antes había sentido, poniendo todo su peso sobre mi miembro, apretándolo, y sintiendo cada parte de mí. 

Mientras yo juego con ella, frotando mi dedo con seguridad sobre su intimidad y otra de mis manos se aferra a su cintura tratando de controlar la situación, aunque que es evidente que ella lleva el mando.

—Más rápido —murmura excitada y yo solo la obedezco.

La temperatura del lugar va subiendo más, ella se mueve con soltura y de tal manera que desea llegar a un objetivo que sé es el mismo que el mío, que está a punto de realizarse. 

Sin embargo, de pronto, ella baja la velocidad.

—No —me murmura—.Aún no.—Me pide y sé a que se refiere ya que estaba a punto de decir la frase final para terminar con este increíble momento que estoy sintiendo—. Espera por mí, casi llego —habla, mientras vuelve a moverse de nuevo. 

No es que no quiera esperarla, pero su hermoso cuerpo moviéndose, sus pechos excitados, sus gemidos, el arrullo del mar y esas ganas que tengo por dentro están tomando ventaja en mi cuerpo.

—No pares. Ya casi llego.

Mis dedos continúan jugando y acariciando ese punto que la causa tanto placer. Sus movimientos combinados con los míos nos están llevando a este lugar que pronto, ambos, llegaremos sin hacer escalas. 

—Javier —murmura y sé que es el momento. 

Ella echa el cuerpo hacia delante y me besa mientras el movimiento de arriba para abajo va acelerando. Siento como tensa su cuerpo, hasta que un gemido en conjunto nos paraliza por un momento para, después, deshacernos en el cuerpo del otro sin querer evitarlo. 

Ella se sigue moviendo un poco más hasta que decrece y se detiene por completo. Desfallece sobre mi pecho, temblando, mordiéndose los labios. Nuestras respiraciones están agitadas y puedo escuchar su respiración en mi oído.

—Traía ganas de ti —me confiesa. 

—¿No lo dices porque te pago? —le pregunto, sonando un poco amargado. 

—No —respode, ya más tranquila—. Esta soy yo de nuevo queriendo comerte a besos. —Y luego se levanta para quedarnos cara a cara—.Yo, en verdad nunca tengo sexo con los clientes Javier —confiesa—.Por lo que todas las noches que me he entregado a ti es porque he querido.

Al decirme eso la miro extrañado.

—¿No es parte de tu contrato? —pregunto incrédulo. 

—No —murmura—.Antes de llegar a la habitación me decías que ventajas podía sacar de este trabajo, y bueno, aquí está una de ellas. —Y comienza a jugar con mi cabello. 

Entonces beso su cara, después sus labios. Empiezo a besarla, cuando el sol todavía esta reflejado en sus ojos, hasta que la tarde cae por fin, y la noche comienza a taparnos por completo. 

En esta inesperada tarde de domingo que vivimos entre besos y confesiones, aprendí que ya sea Candela o Madeleine, en este momento mi lugar es con ella. 

—Tengo hambre.— Le comento a Candela, mientras estamos recostados sobre la cama y con las luces apagadas—.Creo que tengo un problema de glotonería.

Ella se ríe bajito. 

Candela está de espaldas a mí, con su cuerpo volteado en la dirección opuesta. Observo su hermosa espalda, que tiene ligeras marcas y algunos lunares, aunque no tantos como yo. Su ligera bata no deja mucho a la imaginación, o quizás es mi imaginación la que juega trucos. 

—Si crees que eres glotón, es porque no conoces a los osos panda —me contesta. 

Yo me río.

—¿Eso qué tiene que ver? 

Candela se voltea y me ve.

—Los osos panda pasan hasta 12 horas comiendo al día para poder suplir sus necesidades detarias y tienen que comer al menos 12 kilos diarios de bambú —explica. 

Pongo cara de sorpresa.

—¿Cómo sabes eso? —le pregunto entre risas que hacen eco en toda la habitación. 

—Soy la mujer de los datos inútiles .—Se ríe. Su risa ilumina la habitación que, en este momento, está sumida en la penumbra, con la excepción de la luz que entra desde afuera—.También los osos hormigueros comen alrededor de 35.000 hormigas al día. —Agrega. 

—¿Qué más sabes? —Insisto y me acerco a ella para besar sus labios ligeramente. 

—Sé que nuestro aroma es tan único como nuestras huellas digitales. —Acaricia mi rostro—. Cada persona tiene un aroma único gracias a las feromónas, excepto los gemelos idénticos ellos tienen el mismo olor.

—Eso es sexy —le contesto—.  Lo del aroma, no lo de los gemelos. —Aclaro. 

—También te puedo decir que producimos piscinas de baba y que eres responsable del polvo que se acumula en tu casa.

Ahora sí me río a carcajadas y siento ese sentimiento de alegría que desde hace meses no nacía en mí.

—¿Es una insinuación para que limpie mi piso?

—No, pero ahora que lo sabes tendrás más cuidado —responde astuta.

Nuevamente nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente a los ojos. En mi interior, experimento esa hermosa sensación de calma.

—¿Qué más datos inútiles sabes? —Y ella lanza un pequeño resoplo. 

—Que el tamaño de tu pulgar indica la proporción del tamaño de tu pene. —Y comienza a reírse al ver que yo levanto la mano y veo mi pulgar.

—¿Es eso verdad? Porque si lo es, entonces, no sé que pensar. —Y me río con ella. 

—¡Es proporcional, Javier! Tampoco es un dato exacto. 

—Me alegro… continua. —La invito. 

— En algún momento, tus padres te alzaron en brazos por última vez, y sin darte cuenta, un día saliste a jugar con tus amigos sin saber que eso no volvería a suceder. 

—Ese, es un dato no tan inútil —respondo. 

—Es porque todo tiene una función en esta vida.

Me levanto y apoyo mi codo sobre el colchón y en mi mano recargo mi cabeza.

—Dime algo de tu filosofía. —Le pido. 

—No soy Platón o Aristóteles para tener filosofías de vida —me contesta. 

—Pero dices cosas igual de importantes que ellos —respondo—.Venga, en verdad es importante para mí. 

Candela suspira. Se levanta para estar a mi altura y acaricia mi barba.

—Sé que existen personas que dicen exactamente lo que quieres oír. A pesar de saber que no es cierto, les crees, al igual que cuando te aseguran que el cielo está despejado, incluso en un día lluvioso, y sales sin llevar un paraguas contigo. —Comienza y yo sólo observo sus hermosos ojos que me han cautivado—. Sin embargo, también existen personas que son sinceras cuando expresan sus pensamientos, y en medio de todas las palabras pronunciadas, es difícil diferenciar entre las que son sinceras y las que no, ya que, al analizarlo, las palabras en ambos casos se asemejan.

—¿Cómo qué tipo de palabras? 

— Te dicen que siempre estarán a tu lado, que te importan mucho, que nunca te abandonarán, y nosotros les creemos, porque si alguien nos ama, ¿por qué mentiría?

—Suena lógico —le contesto y ella sonríe.

—Pero al final de cuentas, cuando nos engañan o nos rompen el corazón, no es nuestra culpa. Estamos tan seguros de que la persona que está con nosotros siente lo mismo, que bajamos la guardia y nos dejamos llevar. Por eso duele tanto cuando nos traicionan. Al final, lo que cuenta es que podamos confiar de nuevo y recuperarnos por completo, aun sabiendo que eso se puede repetir.

—¿A ti te han roto el corazón, Candela? —le pregunto y simplemente me observa pero no me contesta—.Vamos, una pregunta más.

Ella vuelve a suspirar, esta vez más alto.

—Cuando juegas a dar amor, el castigo es que te rompan el corazón cuando te enamoras de verdad —contesta. 

—Hace tiempo me dijiste que muchos llegaban a esto por diferentes razones, y que yo había llegado debido a un corazón roto. ¿Tú también lo hiciste?

—Solo era permitida otra pregunta —responde en un murmuro y acaricia mi cabello frustrándome un poco. 

“El que se enamora pierde”, escucho la voz de Manuel resonar en mi mente, y vuelvo a comprender por qué Candela no me cuenta más sobre su vida personal. Sabe que cuanto más me conozca, más fuerte será la conexión entre nosotros, y eso podría poner en peligro todo. 

Pero, ¿cómo me conoce tan bien? ¿Soy tan fácil de leer? ¿Le envían algún tipo de perfil psicológico antes de venir conmigo? ¿Es una especie de bruja? No puedo evitar esbozar una sonrisa ante mi último pensamiento.

—¿Qué pasa? —pregunta ella sonriente. 

—Nada —contesto. 

—En serio, ¿no me dirás? 

—No —respondo jugando—. Si tú no te animas a decirme cosas, yo también puedo tener miles de secretos. 

—¡Uy! —Hace en tono divertido—. Miles de secretos, creo que eres demasiado expresivo en lo que dices como para ser miles, yo diría unos cuantos cientos. Ella se vuelve a recostar dándome de nuevo la espalda y después ya no se mueve— ¿Te enojaste? —pregunto divertido. 

—No, pero tampoco voy a rogarte porque me digas lo que te hizo reír —me contesta. 

Pego mi cuerpo junto al de ella y la veo por encima de su hombro.

—¿En serio producimos piscinas de baba? —inquiero y los dos comenzamos a reír.

—Sí, generamos tanta baba en nuestras vidas que podríamos llenar piscinas completas.

—¿Quién quiere saber eso? —le pregunto entre risas. 

—Por lo que veo tú —contesta y su risa se calma para quedarnos de nuevo en silencio. 

Puedo escuchar su tranquila respiración. Sus ojos siguen abiertos, mirando hacia la puerta del balcón, que está completamente abierta, permitiéndonos escuchar el ruido del mar y apreciar la hermosa luna que se muestra en todo su esplendor esta noche.

—Candela —murmurar. 

—Dime. 

—¿Eres de las personas que hablan en serio cuando dicen lo que dicen? —pregunto. 

—Si te digo, ¿me creerás? —inquiere.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —Y con mis manos hago que ella vuelva a voltearse para verme a los ojos. 

Observo sus hermosos ojos color miel que se fijan directamente en los míos, sus labios carnosos, ese rostro que ya visualizo en mis sueños, y su hermoso cabello largo que cae a ambos lados de sus hombros.

—¿Lo dices porque te pago para que estés conmigo? —pregunto y ella asiente—. Sí, eso podría hacerme dudar, pero debo confesarte que además de mi familia, tú eres la única persona que me habla de frente y con la verdad. Me encanta la manera en que me dices las cosas, me confrontas, esa filosofía de vida que debería ser escrita, y que hace que nunca dude de ti.

—¿Entonces por qué siempre quieres que reafirme lo que digo? —me responde—. Te digo mi nombre, y preguntas “¿en serio?” Es como si no me creyeras la primera vez, así que me vuelves a preguntar para saber si cambio de opinión o caigo en una trampa y revelo mi verdadero ser.

—Lo siento, hace mucho que me cuesta trabajo creer en las personas —le confieso—. He tenido muy malas experiencias, la última, bueno… —Y veo la habitación. 

—No te pido que confíes en mí —me dice de inmediato—, solo que lo consideres para el futuro. Porque tal vez encuentres a alguien, cualquier persona, que te guste, de la cual te enamores perdidamente, y tendrás que confiar en ella, en lo que dice, en lo que hace. Si dudas, entonces no es ahí.

—Tienes razón, te prometo que ya no dudaré —expreso en un murmuro.  

—Bien, espero que lo recuerdes. —Concluye. 

Pasamos un rato en silencio. Tomo un mechón de su pelo y comienzo a jugar con él envolviéndolo en mi dedo.

—Hace rato, me reí porque pensé que eras una especie de bruja, ya que me lees como nadie más en el mundo.

—Entonces sería una vidente, tontito, no una bruja. —Y sonríe—. Sin embargo, puedo decirte que las brujas tenían un sombrero picudo porque simulaban a los cascos de la Edad Media.

—En verdad tienes muchos datos inútiles —le digo entre pequeñas risas. 

—O útiles, tú no sabes cuándo esto te puede servir o salvar la vida. 

Entonces, me doy cuenta de que la luz de la luna ha cedido su lugar a la luz del sol. Candela y yo hemos pasado toda la noche despiertos, conversando. De la misma manera, en que Scheherazade narró innumerables historias al sultán para preservar su vida, Candela me ha brindado innumerables datos, tanto triviales como valiosos, a lo largo de la noche. Ha mantenido mi atención, ha regalado sus mejores sonrisas y, de alguna manera, ha salvado mi noche.

—Creo que es hora de dormir —me murmura, mientras vemos el sol entrando por la ventana. 

—Creo que sí — respondo—, aunque muero de hambre. 

—Una persona puede sobrevivir un mes sin alimentarse —me contesta—, tú puedes sobrevivir unas cuantas horas más, ¿no crees? —Y comienza a cerrar los ojos para caer dormida. 

—Te creo —le murmuro al oído—. No solo los datos inútiles, sino todo lo que me dices, te lo creo. —Y después me recuesto a su lado. 

—Bien —logra decir— ¿También me crees que necesito dormir? —Y después de eso ya no volví a escuchar una palabra de su parte.

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