DANIEL
-después del concierto-
⎯Cuando hablo de música, no puedo evitar mencionar a Beethoven. Es épico en todo sentido. No solo por la grandiosidad de sus composiciones, sino por cómo, incluso cuando perdió la audición, siguió creando obras inmortales. Es como si él hubiera trascendido las limitaciones humanas. ¿Te imaginas componer la Séptima sin poder escucharla? Es una locura ⎯Tazarte habla con pasión mientras caminamos hacia el restaurante, su mirada perdida en la memoria del concierto.
⎯Es increíble… ⎯murmuro, escuchándolo con atención y sonriendo de vez en cuando⎯. La verdad, yo no soy un experto en música, ni mucho menos. Pero siempre he admirado lo que puede hacer, cómo logra conectar emociones tan… profundas, ¿sabes? Beethoven definitivamente tiene esa capacidad de hacerte sentir parte de algo inmenso.
⎯Exacto ⎯responde Tazarte, con una chispa en los ojos⎯. Su música es tan poderosa que es como si, al escucharla, te volvieras parte de una historia mucho más grande que tú mismo. La Séptima, por ejemplo… tiene ese aire de libertad, de euforia contenida. No es solo música, es emoción pura. Lo que me fascina es cómo las notas se construyen poco a poco hasta que todo estalla en una energía casi sobrehumana.
Sonrío, mientras ajusto el paso para seguir el ritmo de Tazarte.
⎯Te apasiona mucho, eso está claro. Aunque creo que no estoy a la altura de la plática. Mi conocimiento es muy básico ⎯bromeo, siendo en realidad sincero.
Tazarte me lanza una mirada cargada de complicidad, antes de añadir con una risa suave:
⎯Bueno, si algún día necesitas una clase magistral de Beethoven, ya sabes a quién llamar.
⎯Te llamaré, eso es seguro ⎯respondo.
De pronto, mientras caminamos, el sonido de ritmos cubanos comienza a salir de un local cercano. Los tambores, las congas, y las alegres melodías de trompetas nos envuelven, creando una vibración que no se puede ignorar. Es como si el aire mismo estuviera lleno de energía. La música es contagiosa, y sin poder evitarlo, los amigos de Tazarte comienzan a bailar.
⎯¿Escuchan eso? ⎯pregunta la amiga de Tazarte, aunque es obvio que todos lo escuchamos perfectamente⎯. ¡Parece que aquí hay fiesta!
François se ríe, moviéndose al ritmo de la música, mientras los demás también comienzan a balancearse ligeramente. Tazarte da un paso hacia delante, con las manos en los bolsillos, asintiendo en aprobación.
⎯Nada como un poco de salsa cubana después de Beethoven, ¿no creen? ⎯comenta, echándome una mirada cómplice.
Sin embargo, mientras todos parecen emocionados por el cambio de ambiente, Sebastián no oculta su frustración. Lo noto en cómo se cruza de brazos, sus labios tensos, y la manera en que observa el local cubano con cierto desdén. Su ceja se arquea ligeramente mientras echa un vistazo alrededor, y aunque trata de disimularlo, está claro que el lugar no es de su agrado.
⎯Bueno… no era exactamente lo que tenía en mente para la cena ⎯murmura en voz baja, lo suficiente para que lo escuchemos pero sin intentar crear una confrontación directa.
Yo me quedo en silencio, observando cómo todos se ríen y se mueven al ritmo de la música cubana. No es que me desagrade el lugar, realmente, pero algo me incomoda. Está oscuro, casi claustrofóbico, y la energía de la multitud, aunque vibrante, me resulta abrumadora. Me siento atrapado, como si el aire fuera pesado y no pudiera escapar.
Miro alrededor, las luces parpadeando y las risas resonando en las paredes estrechas. No me gustan los lugares así, ya no. Antes, hubiera sido diferente, tal vez incluso me habría unido a la diversión. Pero hoy… hoy solo quiero algo sencillo, sin tanta aglomeración, sin el bullicio que me obliga a gritar para que alguien me escuche.
Yo hubiera preferido un sitio normal, uno donde pudiera respirar con tranquilidad. Quizá algo como una terraza al aire libre, o incluso un McDonald’s. Pero no aquí.
Miro a Tazarte, que parece estar en su elemento, encantado por la vibra del lugar. Quiero decir algo, expresar lo que siento; sin embargo, me detengo. No quiero arruinar la noche para los demás. Pero este sitio… no es el tipo de lugar donde me siento cómodo. Y esa incomodidad crece dentro de mí, envolviéndome mientras los demás parecen estar cada vez más animados.
⎯¿Todo bien? ⎯me pregunta Tazarte, mientras nota que soy el único que me he quedado de pie.
⎯Yo… ⎯trato de hablar; sin embargo, no puedo.
Los recuerdos de la última vez que estuve en un lugar como este me invaden con una fuerza abrumadora. Las luces parpadeantes, el gentío apretujado, el calor asfixiante.
Siento cómo la ansiedad empieza a crecer, como si una mano invisible me apretara el pecho, cada vez más fuerte. El sonido de la música cubana, que antes era solo un eco distante, ahora es ensordecedor, golpeándome los oídos como una tormenta de ruido que no puedo controlar.
Intento respirar hondo, pero el aire parece no entrar. Odio, odio sentirme así. Siempre lo he odiado. Quiero ser como los demás, sonreír, reír, disfrutar del momento. Pero no puedo evitarlo. Es como si mi cuerpo tuviera una respuesta automática, fuera de mi control.
Los recuerdos de esa última vez me golpean con más fuerza. La última vez que estuve en un lugar lleno de gente, fue igual… el sudor en mis manos, el corazón palpitando con fuerza en mi pecho, y finalmente, el ataque de pánico que llegó sin avisar, como un depredador al acecho. Sé qué podría pasar de nuevo, en cualquier momento.
Aprieto los puños, sintiendo el metal frío de los anillos en mis dedos, como si eso pudiera anclarme a la realidad, mantenerme aquí. Pero la sensación no desaparece. El miedo crece. Trato de distraerme, buscar algo en qué enfocarme, no obstante cada vez es más difícil. La habitación parece más pequeña, la gente más cercana.
Me esfuerzo por recordar lo que el médico dijo: Respira. Concéntrate en lo que puedes controlar. Pero es inútil. A veces siento que ni las pastillas pueden parar esto que siento. Este monstruo que se despierta dentro de mí cada vez que estoy en un lugar así.
Miro a mi alrededor, buscando una salida, una excusa para escapar. No puedo permitir que me vean así. No otra vez.
Dios, cómo odio arruinar todo, pienso.
De pronto, Tazarte me toma del brazo y me sonríe.
⎯Ven conmigo un segundo ⎯dice en un tono suave, pero firme.
Antes de que pueda procesarlo, ya estamos caminando hacia la salida, lejos del bullicio y las luces cegadoras del restaurante. El aire afuera se siente como una bocanada de oxígeno fresco, liberador. Aun así, mi pecho sigue apretado, los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos.
⎯No tienes que decirme nada ⎯comenta Tazarte mientras seguimos caminando hacia una esquina más tranquila, lejos del bullicio⎯. Solo respira, ¿sí?
Llegamos a un pequeño banco en un rincón apartado del parque, donde las luces tenues y el murmullo de la noche nos envuelven. Me siento como si el mundo hubiera aflojado su agarre, aunque mi cuerpo sigue tenso. Tazarte se sienta a mi lado, lo suficientemente cerca para que sienta su presencia, pero sin invadir mi espacio.
⎯Mírame ⎯me pide, suavemente.
Levanto la mirada, aunque mis ojos todavía están empañados por el miedo. Lo veo, su rostro sereno, sus ojos oscuros llenos de comprensión. No hay juicio, no hay preocupación excesiva. Solo él, ofreciéndome calma.
⎯Respira conmigo, Daniel ⎯dice, mientras toma mi mano con una delicadeza inesperada.
Obedezco. Inhalo cuando él inhala, exhalo cuando él exhala. El ritmo pausado de su respiración comienza a calmarme. De alguna manera, el peso en mi pecho empieza a aligerarse.
⎯A veces, todo esto puede ser demasiado, ¿no? ⎯susurra, sin apartar la mirada de la mía⎯. Pero no tienes que enfrentarlo solo. Estoy aquí.
Sus palabras son sencillas, pero algo en su tono, en la manera en que lo dice, logra derribar las barreras que había levantado. Y por primera vez, en lo que parece una eternidad, el miedo se disipa un poco más.
⎯Gracias ⎯murmuro, mi voz apenas un susurro.
⎯No tienes que agradecerme por esto. ⎯Tazarte me sonríe de nuevo, esta vez con una calidez que derrite lo que quedaba de mi ansiedad.
Después de un rato en silencio, con el aire nocturno envolviéndonos, él se inclina un poco hacia mí, su voz tan suave como siempre.
⎯¿Sabes qué? ⎯dice con un tono más ligero⎯. Podríamos escaparnos un rato más. Quizás un helado o una caminata por el parque. Algo sencillo, sin pretensiones. Solo tú y yo.
¿Un helado?, pienso, y me hace gracia porque hace mucho que no como uno. Esbozo una sonrisa que pronto se convierte en una ligera risa.
⎯¿Qué pasa? ⎯pregunta él, aun sonriendo.
⎯¿Es en serio que me vas a invitar un helado?
⎯No, tú me vas a invitar un helado ⎯me asegura⎯. Recuerda que me debes una cena.
⎯Un helado no es una cena… ⎯le aseguro.
⎯¿A no?… y, ¿qué es una cena según tú?
⎯Pues… si te soy honesto… yo quiero una hamburguesa.
Tazarte sonríe.
⎯Me agrada la idea… ¿Conoces un buen lugar de hamburguesas? ⎯me pregunta.
⎯Sí… bueno, no. No es tan bueno pero tiene helados. Podemos ir.
⎯Vamos… ⎯accede.
⎯¿Pero?, ¿tus amigos? ⎯inquiero.
Tazarte suspira.
⎯Ellos no se darán cuenta de que nos fuimos. Además, los veré mañana para hablar del proyecto. Entonces, ¿vamos?
⎯Vamos… ⎯contesto, sintiéndome más tranquilo.
Me pongo de pie, sacudiéndome la ligera sensación de vértigo que me había dejado el ataque de pánico. Después de evaluar mi estado físico, comienzo a caminar a su lado, sintiendo el alivio del aire fresco y el alivio de saber que no estoy solo.
Lo hacemos en silencio, un silencio que no resulta incómodo. No sé si es porque no tenemos nada que decir o simplemente estamos guardando la conversación para cuando lleguemos al lugar. El silencio me permite centrarme, recobrar la tranquilidad.
Tazarte camina a mi lado, sus pasos largos y constantes, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón. La mirada fija hacia el frente, como si ya supiera exactamente hacia dónde vamos, aunque ninguno de los dos lo ha dicho en voz alta.
De reojo, lo observo. Es alto, quizá unos 1.90 metros, y su presencia se siente grande, incluso cuando no está haciendo nada especial. Es delgado, pero con músculos tonificados, y hay una fuerza tranquila en él que me atrae, una seguridad silenciosa que me hace sentir más estable a su lado.
El cabello largo le cae hasta los hombros, en suaves ondas que se mueven ligeramente con la brisa nocturna. Definitivamente, tiene ese aire que solo los músicos llevan consigo, como si el arte fuera parte de su ser, de su postura, de su andar. La manera en que se mueve, la forma en que parece estar en sintonía con el ritmo del mundo que lo rodea, tiene algo hipnótico, algo magnético.
Momentos después, entramos al McDonald’s. Las luces brillantes y el olor a comida rápida nos envuelven de inmediato, pero estoy demasiado nervioso para notarlo completamente. Mis manos siguen temblando, el pánico aún fresco en mi cuerpo. Tazarte lo nota, por supuesto. Siempre lo hace.
⎯Siéntate, por favor. ⎯Su voz es tranquila, pero firme, y no puedo discutir. Me señala una mesa cerca de la ventana y asiento sin decir nada.
Me dejo caer en la silla, tratando de calmarme, pero el eco de la situación anterior sigue resonando en mi mente. No puedo dejar de repasar lo que pasó, y mi respiración aún es irregular. Observo cómo Tazarte se dirige al área de autoservicio, su andar siempre relajado, como si nada pudiera alterarlo. De alguna manera, eso me tranquiliza.
Paso seguido, regresa a la mesa cerca de la ventana y se sienta conmigo, a esperar por la orden. Ambos nos vemos al rostro y lanzamos una ligera risa.
⎯¿Crees que a Beethoven le hubiese comer McDonald’s después de un concierto? ⎯le pregunto.
⎯Bueno, no estoy seguro ⎯responde finalmente, con una sonrisa enigmática⎯. Pero creo que después de un concierto, Beethoven habría disfrutado de algo que pudiera relajar su mente y darle un respiro. ¿Quién sabe? Quizás sí, o tal vez preferiría algo más… romántico.
Me río ante el juego de palabras. Las hamburguesas y los refrescos llegan a nuestra mesa. Tazarte toma un sorbo del refresco y sonríe.
⎯Tenía años de no probar esto ⎯me confiesa.
⎯¿En verdad? ⎯inquiero. Doy una mordida a la hamburguesa, y la disfruto, cierro los ojos, sintiendo el sabor de la carne. Sé que podría haber ido a un lugar mejor, pero no quería alejarme de dónde estábamos.
Al abrir los ojos, noto que Tazarte me está observando con detenimiento. Al notar mi mirada, se sonroja y baja sus ojos hacia su hamburguesa.
⎯Lo siento ⎯murmura⎯. Tenía años que no veía a un hombre comer así de cerca.
Noto un tono de melancolía, pero, no digo nada⎯. Veo que disfrutas mucho la carne.
⎯Sí. Mi padre es vegetariano debido a que mi tía Luz tiene una alergia a la carne.
⎯¿Existe eso? ⎯pregunta Tazarte, divertido.
⎯Sí. No recuerdo el nombre, pero mi padre no come carne, ni siquiera pollo. Por ende, todos nos adaptamos a él. Sin embargo, mi madre no es vegetariana y de vez en cuándo nos traía a McDonald’s a comer una hamburguesa. Por eso la disfruto tanto, además de que me trae buenos recuerdos.
Tazarte sonríe.
⎯Yo comí McDonald’s hasta que estudié en América. En mi infancia no hubo McDonald’s.
⎯¿No?, ¿no había dónde vivías?
⎯No, si había ⎯me asegura⎯. Lo que no había, era dinero ⎯confiesa.
Su confesión provoca que pase el último bocado con dificultad. No era mi intención que él recordara eso.
⎯No te preocupes ⎯me comenta⎯. Tampoco es que se me antojara tanto o que deseara probar una hamburguesa; había otras cosas que deseaba.
⎯¿Cómo qué?
⎯Una televisión.
Daniel abre los ojos, sorprendido.
⎯No te creas… ⎯bromea Tazarte y después comienza a reír. Siento cómo la carga, el pánico, la ansiedad se van con esa risa⎯. Sí tenía televisión. Lo que deseaba era un piano profesional, pero no teníamos dinero.
⎯¿Tocas el piano? ⎯pregunto, bastante interesado.
⎯Sí, toco: piano, violín, flauta transversal y Cello.
⎯¡Guau! ⎯expreso⎯. Nunca pensé que tocaras tantos instrumentos.
⎯Bueno, tres de ellos son bastante comunes cuando eres director, el último, fue mi instrumento de iniciación musical. Entonces, cómo ves, como no podía decidirme por uno y terminé dirigiendo toda una orquesta.
Ambos se ríen.
⎯Aunque a veces quisiera dominar cada instrumento. Pero entre estudiar las partituras y ensayar, ya no tengo tiempo.
⎯Me imagino ⎯respondo.
⎯Y tú, ¿cómo es que elegiste las matemáticas? ⎯me pregunta.
Tomo un sorbo de agua.
⎯Bueno, mi abuelo era un genio en ellas. Estudió economía y solía ponernos retos a mi primo Tristán y a mí. Él nunca dio uno, o bueno, se quedó en lo normal, lo que una persona llega a dominar pero yo… no. Siempre me gustaron. Siempre son iguales, tienen constancia. Si haces la misma fórmula aquí o en México, siempre es el mismo resultado. Me gusta la constancia. Es como si las matemáticas fueran un lenguaje universal, una verdad absoluta que trasciende culturas y fronteras. Me fascina la idea de que un simple conjunto de símbolos pueda describir la complejidad del mundo que nos rodea.
⎯Ya veo… ⎯contesta él.
⎯Son en verdad exactas…
⎯Y, ¿puedes hacer todo mental? o, ¿necesitas una calculadora?
Niego con la cabeza.
⎯Mental. Por eso soy tan bueno en mi puesto. También soy bueno en las apuestas por si alguna vez te interesa ganar dinero. Menos a Jo, ella es otra cosa.
⎯Fantastic Jo ⎯me contesta y asiento.
⎯Sus padres la educaron bien. Mi tía Julie y mi tío Robert le dieron lo que necesitaba para hacerse millonaria a corta edad. La llamamos la “Kylie Jenner” de la familia.
⎯No sé quién es Kylie Jenner ⎯admite Tazarte, pero te creo. ⎯Él me ve con curiosidad⎯. ¿Resuelves todo?
⎯Hasta ahora ⎯hablo con seguridad.
⎯¿Cuánto es 345 multiplicado por 4? ⎯pregunta rápido.
⎯Mil trescientos ochenta.
⎯¿Más diez mil?
⎯11,380.
⎯¿11,380 multiplicado por 11,380? ⎯continúa.
Veo un poco al techo por unos segundos.
⎯129,504,400.
⎯¿La raíz cuadrada de 129,504,400?
⎯11,380 ⎯contesto entre sonrisas.
⎯¡Guau!, eres bueno…
⎯Lo sé ⎯respondo presumido.
Tazarte se ríe bajito.
⎯¿Hay alguna ecuación que no hayas logrado resolver? ⎯me pregunta.
Niego con la cabeza.
⎯¿De lo que me han preguntado? No. Todo lo resuelvo.
⎯¿Te puedo preguntar lo que sea? ⎯inquiere.
Asiento con la cabeza.
⎯¿A resolver?, sí.
⎯Aunque no sea estrictamente matemático.
Veo curioso a Tazarte.
⎯¿Vale? ⎯respondo, interesado.
Él se acomoda en la silla, ve hacia la ciudad cubierta de luces y luego pregunta.
⎯¿Alguna vez te has preguntado cuál sería la fórmula para componer la canción más conmovedora del mundo?
Abro los ojos, bastante sorprendido. No me esperaba esa pregunta, la mayoría de las personas terminan dándome un enorme número y algo qué hacer; al final siempre lo resuelvo, pero, ¿esto?
⎯Interesante, nunca me lo habían preguntado. Supongo que sería una ecuación con infinitas variables, ¿no? La emoción, la memoria, la cultura… todo eso influye en cómo percibimos una melodía.
⎯Es correcto, solo Daniel ⎯contesta⎯. Pero, ¿y si existiera una fórmula universal? Una secuencia de notas que, sin importar quién la escuchara, provocara la misma emoción intensa.
Esbozo una mueca llena de curiosidad.
⎯Como un principio económico que funcione en cualquier sociedad. Pero, ¿cómo podrías cuantificar la emoción? ¿Cómo asignar un valor numérico a la nostalgia o la alegría? Buena pregunta. Quizás podríamos usar una escala logarítmica. La intensidad de la emoción aumentaría exponencialmente con cada nota perfecta ⎯continúo⎯. Pero ¿y si la emoción más intensa no es la más duradera? ¿Y si la belleza de la música reside en su complejidad, en los contrastes y las sorpresas?
Tazarte se ríe bajito, y esa risa, suave, pero firme, resuena entre los dos. Sé que está disfrutando el hecho de haberme conducido hasta este punto sin respuestas definitivas, dejándome en un enigma que no tiene solución.
⎯Tienes razón. La música es más que números. Es un lenguaje que habla al corazón. Pero, ¿y si pudiéramos encontrar un equilibrio entre la emoción y la complejidad? Una fórmula que nos permita componer una canción que conmueva hoy y siga conmoviendo en el futuro.
⎯Lo dudo… ⎯respondo, sintiendo su mirada sobre mí⎯. Supongo que la respuesta más hermosa sea que esa fórmula no existe. Porque la música, es algo que se siente, no se calcula ⎯respondo.
Tazarte inclina la cabeza ligeramente, contemplando mis palabras, y luego asiente, como si las estuviera sopesando con la misma seriedad que lo haría con una partitura compleja.
⎯Quizás tengas razón. Pero me gusta pensar que, en cada nota que toco, estoy buscando esa fórmula perfecta para crear aquella melodía.
Suspiro, como si esa idea me pesara tanto como a él. Porque aunque yo sea de números y él de notas, ambos estamos, de alguna manera, buscando respuestas que tal vez nunca encontremos.
Nos quedamos un momento viéndonos a los ojos, como si en ese breve instante existiera un entendimiento silencioso entre nosotros, algo que las palabras no pueden tocar. Tazarte me mira, sus ojos reflejan la luz tenue del lugar, y de alguna manera, siento que puede ver más allá de lo que digo, de lo que pienso. Luego, como si compartiéramos una sincronía secreta, ambos bajamos la mirada al plato que apenas hemos tocado. La cena, aunque rica, ha sido lo menos importante de la velada.
⎯Dime otra… ⎯le pido, recuperando algo de confianza. Quiero que me rete de nuevo, que me saque de mis números y cálculos para ver qué más puedo ofrecerle, para ver si puedo seguirle el ritmo.
⎯¿Otra?, ¿otra qué? ⎯me pregunta, con una media sonrisa, intrigado.
⎯Otra pregunta como esa. Prometo que esta vez la responderé.
Tazarte se queda en silencio por unos segundos, observándome con esa mirada analítica, como si estuviera calibrando la próxima jugada, buscando la pregunta perfecta que me desarmara una vez más.
Entonces, inclina un poco la cabeza hacia mí, con esa sonrisa que apenas se dibuja en sus labios, y finalmente pronuncia:
⎯Dime, solo Dan… ¿Cuál es la ecuación de la felicidad?
Lo miro, sorprendido por lo directa y al mismo tiempo evasiva que su pregunta parece. Es la clase de pregunta que lo tiene todo y nada al mismo tiempo. Pero eso no me detiene, no puedo evitar sonreír, quizás por el desafío, o quizás porque, de alguna manera, ya sé que esta tampoco tiene una respuesta clara. Trago saliva y me recuesto en la silla, intentando ganar tiempo.
⎯¿Cómo se puede calcular algo tan subjetivo? ⎯le digo.
⎯No lo sé, Daniel… yo espero tu respuesta.
⎯Yo… ⎯trato de responder.
⎯No, no lo hagas ahora. Piénsalo. Tal vez, la próxima vez que nos veamos, me puedas responder.
Hay algo en esa última frase que me hace fruncir el ceño ligeramente. El tono con el que lo dice, la seguridad en sus palabras. Como si ya diera por hecho que volveremos a vernos.
⎯¿La próxima vez? ⎯pregunto, viéndolo a los ojos.
Tazarte me devuelve la mirada con la misma intensidad que siempre tiene, esa mezcla de confianza y serenidad que le da un aire de seguridad imperturbable. Se inclina ligeramente hacia delante, apoyando los codos en la mesa, mientras su sonrisa se ensancha un poco más, casi traviesa.
⎯Sí ⎯responde, con una claridad que no deja lugar a dudas⎯. Todavía me debes una cena ⎯me recuerda, ya que él pagó lo que estamos comiendo.
⎯Bueno… Supongo que sí.
Él sonríe.
⎯Tal vez para esa vez, ya hayas resuelto mi pregunta.
⎯Tal vez lo haga —le digo finalmente, asintiendo ligeramente⎯. Tal vez, para la próxima vez, ya tenga una mejor respuesta.
Tazarte asiente, satisfecho, como si hubiera conseguido exactamente lo que buscaba.
⎯¿Ya te sientes mejor? ⎯me pregunta.
⎯¿De qué? ⎯pregunto, y en ese momento me percato que mi malestar se ha ido. Que lo he olvidado por completo y la ansiedad desapareció de mi cuerpo. Ya no me acordaba de nada, solo de las preguntas que me hizo⎯. Sí, ya me siento mejor, gracias.
⎯Me alegro.
Tazarte continúa comiendo en silencio, y yo hago lo mismo. Durante unos minutos, ambos nos dedicamos a terminar la cena sin necesidad de hablar. Es un silencio cómodo, de esos que se sienten más como compañía que como vacío.
Momentos después, nos ponemos de pie y comenzamos a recoger nuestras cosas. Mientras Tazarte tira la basura en el contenedor cercano, saco mi móvil de la bolsa, y en la pantalla noto que tengo diez mensajes nuevos de Jo. Frunzo el ceño, no esperaba tantos mensajes de ella.
Comienzo a leerlos uno a uno. Todos son similares: preguntas sobre cómo estoy, cómo me siento, y cómo estoy; supongo que Jo jamás dejará de estar preocupada por mí.
⎯¿Todo bien? ⎯pregunta Tazarte, que ha regresado a mi lado y me observa con una ceja arqueada, curioso pero sin presión.
⎯Sí… ⎯le respondo, pero mi voz suena distraída. Cierro el móvil y lo guardo en el bolsillo⎯. Supongo que es hora de regresar.
Ambos salimos del restaurante. La ciudad ya está a oscuras y las luces de las casas y faros encendidas.
⎯Te llevo, pero, no me quedo. Conozco a mis amigos y seguro estarán hasta entrada la madrugada y yo necesito trabajar mañana en los arreglos. Si quieres, mañana por la tarde podemos hablar del proyecto, como me dijiste hoy por mensaje.
Cierto, el proyecto, pienso. Entre la emoción del concierto y lo que pasó hace horas, no me acordé.
⎯Mañana no puedo, es la boda por el civil de mi prima Lila.
⎯¡Ah!, bueno… será otro día entonces. ¿Quieres que lleve entonces? ⎯me pregunta.
⎯No, la verdad, prefiero caminar. Necesito que me dé el aire.
⎯¿Seguro? ⎯insiste.
⎯Sí. No te preocupes, me sé cuidar solo. Además, tomaré un taxi más adelante.
⎯Bien… ⎯responde Tazarte, con su tono siempre tranquilo, aunque algo en su mirada parece quedarse unos segundos más en mí, como si no estuviera del todo convencido.
Estira la mano, y yo le doy la mía. Su apretón es firme, pero cálido, transmitiendo esa seguridad silenciosa que siempre lleva consigo.
⎯Gracias por venir al concierto, Daniel. Significa mucho para el proyecto y para mí ⎯dice, su voz suave pero cargada de sinceridad. Sus palabras me desarman un poco.
⎯Gracias por invitarme ⎯respondo, un poco más tímido de lo que esperaba. No suelo sentirme nervioso, pero con Tazarte hay algo distinto, algo que no logro descifrar del todo.
Nos miramos una última vez, esa mirada que siempre parece contener más de lo que cualquiera de nosotros está dispuesto a decir. Hay un enigma en sus ojos que me deja con la sensación de que nunca podré leerlo completamente.
⎯Entonces, hasta que nos veamos ⎯dice finalmente, su tono relajado⎯. Disfruta la boda.
⎯Lo haré… y, gracias, de verdad, gracias. No sé cómo lo haces, pero siempre sabes cuándo algo va a salir mal y lo voy a arruinar. ⎯Me río, pero hay una pequeña parte de mí que habla en serio.
⎯No, no arruinas nada, ¿quién te ha dicho eso? ⎯pregunta, genuinamente curioso, con una leve sonrisa que me hace sentir que quizás tiene razón, que tal vez me estoy equivocando sobre mí mismo.
Tazarte se da la vuelta y empieza a caminar en la dirección contraria a la que tomaré. Lo veo alejarse unos pasos, pero entonces algo cruza por mi mente, algo que olvidé.
⎯¿Tazarte? ⎯llamo su nombre, y él se detiene, girándose lentamente hacia mí.
⎯Dime ⎯responde, con esa calma característica.
⎯¿Quieres ir a la boda de mi prima? ⎯pregunto, un poco más nervioso de lo que esperaba. No estaba planeado, sin embargo, la idea salió de repente.
⎯¿Ir a la boda? ⎯repite, sorprendido, pero no en mal sentido, sino como si estuviera considerando la propuesta con interés.
⎯Sí. Literalmente es en el hotel donde te estás hospedando y tengo un “más uno” que no he llenado. ¿Quieres ir? Digo, podríamos hablar ahí, más tranquilos. Excepto que no te gusten las bodas… ⎯Añadí esa última parte rápidamente, intentando quitarle presión a la pregunta.
Él sonríe, esa sonrisa que tiene la capacidad de cambiar el ambiente con su simple presencia.
⎯¿Contará como la cena que me debes? ⎯pregunta, divertido, sus ojos brillando con un destello juguetón.
⎯No… ⎯respondo, sacudiendo la cabeza, sonriendo sin quererlo del todo.
⎯Entonces, nos vemos ahí ⎯dice finalmente, aceptando la invitación con esa mezcla de ligereza y sinceridad que lo caracteriza.
Y así, me quedo observándolo mientras se aleja, sabiendo que nuestra próxima conversación podría ser en un entorno completamente diferente, uno lleno de luces, música y, quién sabe, quizás algunos momentos más por descifrar entre los dos.
Me encanto el capitulo, el ver como tazarte se preocupa por el bienestar de daniel y hacerlo sentir que el no arruina nada, y esa invitacion a la boda de lila como anillo al dedo quedo perfecto, ya es un paso mas que da para poder avanzar y darse una oportunidad mas. Ojala se la pasen de maravilla, estoy ansiosa por mas Ana. no tardes mucho.
Guao, hermoso capítulo, se siente la atracción que ellos se tienen y lo difícil que se les hace a ambos volver a empezar
Me cautiva su interacción, ambos ven el mundo a través de la magia de su pasión
Superrrrrr ese momento que se dedicaron. Me imagino como debe estar Sebastian jajajajaja que se enloquece. Que bonito como lo trata Tazarte, sabe como hacerlo es lo mas importante. Muy bonito capitulo.
Saber lo que el otro necesita sin que lo diga es en verdad divino, me encantó este momento muy íntimo entre ambos.
Tanto la plática, el coqueteo sutil de Tazarte, como intervalo de emociones, son el preámbulo para que esa amistad crezca y los acerque más.
Hermoso capítulo, la interacción sin palabras, solo saberlo. Es muy linda.