Tristán había pasado la mañana sumergido en reuniones interminables, inmerso en conversaciones estratégicas que, aunque esenciales, lo mantenían inquieto. Mientras tanto, Valentina, como siempre eficiente, solo asistió a las juntas que le correspondían y luego desapareció del panorama. Tristán, sin embargo, no podía apartarla de su mente. Cada vez que su atención comenzaba a divagar, su imagen volvía a aparecer, como una sombra persistente en su pensamiento.
Valentina, aunque sabía que su trabajo estaba terminado, no podía dejar de sentirse un tanto fuera de lugar. Había dedicado los últimos días a cerrar los proyectos pendientes con meticulosidad, asegurándose de que todo estuviera en orden antes de partir. No había ningún motivo lógico para quedarse; su presencia, desde un punto de vista profesional, ya no era indispensable. Sin embargo, algo más profundo la mantenía allí.
Para Tristán, no se trataba simplemente de tener a Valentina cerca como colega. Había algo intangible en su presencia que lo cautivaba. Esa curiosidad que ella despertaba en él, las miradas que intercambiaban de manera fugaz, esa mezcla de inocencia y misterio que parecía envolverla. Había algo en el aire entre ellos que era difícil de describir pero imposible de ignorar. Una tensión que lo desconcertaba y lo volvía loco al mismo tiempo. Por más que tratara de convencerse de que todo era circunstancial, sabía que había algo más.
Cada vez que Tristán intentaba distanciarse de Valentina, terminaban encontrándose, como si el destino jugara con ellos. No importaba lo que hiciera, siempre parecía que estaban condenados a cruzarse, a compartir espacios, a sentir esa atracción que, aunque nunca se verbalizaba, era más fuerte que cualquier barrera que intentaran imponer.
Finalmente, Tristán dejó de resistirse. Se dio cuenta de que luchar contra lo inevitable no tenía sentido. Había algo que lo empujaba a dejarse llevar, a aceptar que Valentina tenía un lugar en su vida más allá de lo laboral; ahora, seguiría la corriente.
Tristán sabía, en el fondo, que Valentina era efímera en su vida. Esa certeza lo acechaba constantemente, como una sombra que lo obligaba a ser consciente de la fragilidad del momento. Valentina no estaba destinada a quedarse, y en algún punto, inevitablemente, ella tendría que irse. Tal vez fuera el final de un proyecto, una decisión personal o algo más allá de su control, pero la realidad era clara: su tiempo juntos era limitado.
Precisamente por eso, Tristán comprendía que tenía que aprovechar cada instante con ella, saborear su presencia antes de que se desvaneciera de su vida como una ráfaga de viento. Disfrutarla significaba más que simplemente estar a su lado; era absorber todo lo que Valentina representaba, esa complejidad que lo intrigaba y lo hacía querer entenderla. Cada mirada, cada gesto, cada conversación con ella era un enigma por descifrar.
Sabía que no podía controlar lo que vendría después, pero mientras Valentina estuviera allí, él no dejaría pasar la oportunidad de conocerla en todas sus facetas. Era un presente que merecía ser vivido con intensidad, aunque estuviera condenado a convertirse en pasado.
Entonces, tan solo dejó a Karl, David bajó hacia su oficina, solo para encontrar a Linda en su lugar, concentrada en el ordenador. Entra a su lugar de trabajo, deja el saco beige colgado en el perchero, y luego sale directo hacia la sala de proyectos. Al entrar, nota que Valentina no está ahí, y que, incluso, las puertas están cerradas bajo llave.
Regresa, remangado las mangas de la camisa, y descubriendo sus marcados antebrazos.
⎯¿Y la señorita de la Torre? ⎯pregunta a Linda.
⎯Se fue.
⎯¿Se fue? ¿A dónde? ⎯Y al decir eso se acerca a su amiga.
⎯Sí, dijo que tenía que irse. Se despidió y se fue.
⎯¿Hace cuánto? ⎯pregunta, sacando su móvil.
⎯Pues… no sé, ¿cinco minutos? ⎯En realidad, Linda estaba tan ocupada que no se había percatado de la hora.
⎯Gracias.
Tristán entra a su oficina, y mientras toma su saco beige y su maleta, marca a su chofer. Momentos después, le responde.
⎯No digas mi nombre ⎯le prohíbe, porque sabe que Valentina está ahí⎯. Solo contesta con sí y no. ¿Entendiste?
⎯Sí.
⎯¿Está la señorita de la Torre contigo?
⎯Sí.
⎯¿La llevas a su hotel?
⎯Sí.
⎯¿La llevas a otro lugar después? ⎯pregunta.
⎯Sí.
⎯No ⎯responde Tristán⎯. Da la vuelta y regresas por mí. Te espero en la esquina.
⎯Sí.
Acto seguido, Tristán sale corriendo de su oficina.
⎯¡Me voy, Linda!, tienes la tarde libre. Cancela mi videollamada. Bye.
A Linda no le da tiempo de entender tantas instrucciones, solo entiende que tiene la tarde libre.
Tristán baja corriendo por las escaleras de emergencia, y al abrir se encuentra a Karl y a su hermana esperando el elevador.
⎯Tristán…
⎯Sí, sí, sí… a todo ⎯les dice, sin tener idea de lo que acaba de aceptar.
⎯¿Mañana? ⎯pregunta Karl.
⎯Sí, sí… mañana.
⎯¿Seguro? ⎯escucha a su hermana.
Tristán respira agitadamente mientras ajusta su aspecto. El sudor en la frente apenas comienza a disiparse, pero no puede permitirse perder la compostura. Mira su reloj: justo a tiempo. No hay margen para errores; todo debe parecer casual, natural, como si no hubiera corrido por su vida, como si no hubiese importado que canceló su tarde. Alisa el cabello con los dedos y, con un movimiento ágil, sacude su saco y lo coloca despreocupadamente sobre su hombro derecho.
La camioneta se detiene en la esquina justo en el momento en que él llega. La sincronización perfecta, casi como si lo hubieran coreografiado. Sin dudar, Tristán abre la puerta y se sube antes de que el chofer pudiera reaccionar, irradiando una seguridad que a cualquiera impactaría. Al entrar, encuentra la mirada de Valentina, quien alza la vista desde su asiento, visiblemente sorprendida por su aparición.
⎯¿Qué?
⎯Buenas tardes, señorita de la Torre ⎯expresa, mientras se sienta en el asiento frente a ella.
Valentina mira al chofer, luego a Tristán.
⎯¿Cómo sabías…? ⎯comienza a decir, pero su voz se apaga cuando se encuentra con la sonrisa despreocupada de Tristán.
⎯Parece que llegué justo a tiempo, ¿no? —responde él, con un tono juguetón. Se gira hacia el chofer⎯. Al mercado de siempre, ya sabes.
⎯No, no… no sabes ⎯Valentina intenta corregir—. Al hotel, por favor.
⎯Sí, señorita ⎯responde el chofer.
⎯No, al mercado.
⎯Joven Tristán… ⎯el chofer duda, confundido.
⎯Es una orden ⎯insiste él con firmeza.
⎯¿Qué estás haciendo? ⎯pregunta Valentina, frustrada.
⎯No, ¿qué haces tú? ⎯la desafía Tristán.
⎯No, ¿qué haces tú? ⎯insiste Valentina, claramente enojada. Sabe que esas preguntas no son sobre las acciones que se toman en este momento, sino sobre algo más⎯. ¿No ves que ya le había dado una instrucción a Felipe para que me lleve?
⎯Pues, lo siento querida, pero el dueño del auto es el que da las órdenes. Al mercado, por favor.
⎯¡Dios! ⎯exclama Valentina, exasperada. Trata de abrir la puerta, pero Tristán activa el seguro.
⎯Abrir la puerta en movimiento es peligroso, señorita de la Torre ⎯comenta con un tono provocador.
Ella cruza los brazos con frustración, exhalando fuerte mientras uno de sus mechones se mueve con el aire.
Valentina no puede entender cómo, una vez más, Tristán ha tomado el control. Su arrogancia y esa manera tan suya de manejar las cosas la desarman, y aunque se siente furiosa, no puede evitar sentir mariposas en el estómago; odia esa sensación.
Tristán se acomoda con una naturalidad calculada. Deja el saco a un lado, permitiendo que su cuerpo se relaje en el asiento. Con movimientos pausados, acomoda las mangas de su camisa y las arremanga hasta los codos, revelando unos antebrazos marcados, ligeramente bronceados. Mientras lo hace, Valentina no puede evitar notar el contraste entre la tela negra de la camisa y el tono cálido de su piel.
Pero no termina ahí. Tristán se desabrocha dos botones más, dejando entrever su clavícula y parte de su pecho, donde la piel bronceada capta la luz de la tarde. Su gesto es casual, casi inocente, pero hay una intención clara detrás. Cada movimiento parece diseñado para captar la atención de Valentina, y lo consigue.
La atmósfera se carga de una tensión silenciosa, mientras ella intenta apartar la mirada, pero no puede evitar sentirse atrapada por su presencia tan abrumadora como irresistible.
⎯¿Qué está haciendo? ⎯pregunta Tristán, mientras sus ojos se deslizan por Valentina.
⎯¿Qué? ⎯Valentina responde, con una mezcla de sorpresa y vergüenza, girando rápidamente la cabeza hacia la ventanilla. Claramente, Tristán la había atrapado observándolo.
⎯¿Por qué se va tan temprano? Son apenas las dos de la tarde.
⎯¡Ah! ⎯exclama Valentina, aliviada por el cambio de tema⎯. Bueno, según me dijiste, salgo a las dos, ¿no? No me puedo quedar ni un minuto más.
Tristán niega con la cabeza, una leve sonrisa jugando en sus labios. Esa sonrisa que siempre parecía saber más de lo que decía.
⎯No, no, no, señorita de la Torre ⎯murmura en un tono bajo, lleno de esa seducción despreocupada que sólo él podía manejar⎯. Usted no se puede ir.
⎯¿Por qué no? ⎯Valentina responde, arqueando una ceja, desafiante.
⎯Ese horario era cuando usted era practicante. Ahora es mi asesora, y eso lo cambia todo.
⎯¿Cómo? ⎯Valentina apenas logra articular la palabra.
Tristán se reclina más en su asiento, estirando los brazos por encima del respaldo con una tranquilidad estudiada. A pesar de haber corrido como loco hace unos minutos, su ropa está impecable, sin rastro alguno de sudor o evidencia del calor de la tarde. Todo en él parece deliberadamente calculado, y eso le atraía más de lo que quería admitir.
⎯Así es, con su nuevo puesto vienen nuevas responsabilidades y nuevos horarios. Ahora debe irse a la hora que yo me voy.
⎯¿Ah sí?, y, ¿ese horario es?
⎯Varía… ⎯habla despreocupado⎯. Puede ser a las dos o seis u ocho… todo depende.
Valentina alza la ceja de nuevo, un gesto tan característico de ella que Tristán ya lo había aprendido a identificar. Sabía que cuando Valentina lo hacía, estaba preparándose para lanzar una respuesta desafiante, de esas que lo hacían sentir un calor casi insoportable recorriéndole el cuerpo. Había algo en esa intensidad de la señorita de la Torre que le provocaba una mezcla de admiración y deseo.
Tristán no podía evitar pensar en cómo ese fuego en Valentina le recordaba lo que antes había visto en Ana Carolina. David siempre había preferido mujeres así: apasionadas, aferradas a sus ideales, capaces de luchar hasta el último aliento por lo que creían justo. Ana Carolina había sido exactamente así en su momento, una mujer llena de vida y energía, que podía encender una habitación solo con su presencia. Pero últimamente esa chispa comenzaba a extinguirse; Tristán lo notaba, pero no quería admitirlo.
Valentina, en cambio, tenía ese fuego vivo que lo atraía como una polilla a la luz. Cada vez que la veía desafiarlo, sentía cómo algo dentro de él se removía, como si algo perdido dentro de él estuviera volviendo a la superficie.
⎯Y no hay pretextos ⎯se adelanta, cortando la respuesta de la mujer⎯. Cuando uno trabaja para una empresa como la fundación, debe atenderse a ciertas reglas, señorita de la Torre…
⎯¿Reglas? ⎯pregunta ella, todavía con esa seguridad que emergía de pronto, como si la tuviera enterrada en la piel y en el corazón⎯. Si tú mismo me dijiste el sábado que hay que soltar las riendas.
Tristán la mira fijamente, saboreando el reto que sus palabras implican. Su sonrisa se ensancha, pero esta vez hay algo más en su expresión, una mezcla de desafío y de esa sensación de control que siempre busca mantener.
⎯Las riendas se sueltan cuando uno sabe que puede recuperarlas en cualquier momento, Valentina ⎯responde, en tono bajo y decidido⎯. Pero no confundas eso con no tenerlas en las manos. Siempre hay reglas. Y mientras estés en este auto, bajo esta fundación, y en este proyecto, te guste o no, juegas bajo las mías.
Deja que sus palabras se asienten. Se hace un silencio entre ellos dos que llena el espacio. Él sabe que ha dado en el blanco. Lo que ella ha interpretado como un permiso para desafiar los límites, no era más que una prueba de hasta dónde llegaría.
⎯Si lo que quieres es soltarlas por completo ⎯continua, inclinándose ligeramente hacia ella, manteniendo el contacto visual⎯, tendrás que demostrármelo.
⎯¿Cómo? ⎯responde ella, tratando de mantener la compostura.
Tristán se inclina un poco más, manteniendo el contacto visual mientras las palabras “tendrás que demostrármelo” cuelgan en el aire, cargadas de tensión. Sin embargo, justo cuando la intensidad del momento alcanza su punto más alto, algo dentro de él lo frena. Un destello de conciencia lo golpea de repente y la realidad lo sacude como un cubo de agua fría.
Respira hondo y, de manera súbita, se retira un poco, alejando la tensión con un suspiro casi imperceptible. Su sonrisa se transforma, dejando de ser desafiante para volverse más suave, casi condescendiente.
⎯Demostrándome que puedes ser una persona muy profesional, y que esto no es un juego.
Tristán se recuesta en el asiento, cerrando los ojos con fuerza mientras intenta contener la tormenta interna que lo consume. La confusión y la mezcla de emociones no lo dejan en paz, y se repite mentalmente: Solo es por el verano. Sus dedos comienzan a girar el anillo de plata en su mano izquierda, un gesto inconsciente que lo mantiene anclado.
⎯¿Eres zurdo? ⎯pregunta Valentina de repente. Ella también parece buscar una distracción, algo para llenar el silencio denso que se ha formado entre ellos.
⎯Sí. Mi hermana Alegra y yo somos zurdos, como mi papá ⎯responde él sin abrir los ojos, su voz calma, pero su cuerpo tenso.
⎯Vaya… ⎯murmura Valentina, dándose cuenta de que la conversación ha muerto antes de empezar.
Tristán abre los ojos y la observa fijamente, con un aire más serio. Algo dentro de él se remueve, y decide preguntar lo que realmente le preocupa:
⎯¿Por qué te quieres regresar a México?
⎯Ya te dije, ya terminé los proyectos ⎯contesta Valentina rápidamente, aunque su mirada parece esquivar la de Tristán.
⎯No ⎯niega él, con una leve sonrisa que no llega a sus ojos⎯. Dime la verdad.
Valentina lo enfrenta con la mirada, pero hay algo en sus ojos que delata sus palabras.
⎯Es la verdad ⎯insiste⎯. Ya terminé. No tengo nada más que hacer aquí. Además, no tengo dinero, mis ahorros se acabaron, y no tengo ropa. Debo regresar a México a continuar con mi vida. Ya cumplí mi misión aquí.
Tristán esboza una sonrisa apenas perceptible y murmura, más para sí mismo:
⎯Eso, eso…
Antes de que Valentina pueda responder, se inclina hacia delante y le da instrucciones al chofer.
⎯Cambié de planes, llévame al piso.
⎯Sí, joven Canarias ⎯responde el chofer, con la misma diligencia de siempre.
⎯¿Qué? ⎯pregunta Valentina, sorprendida por el giro inesperado.
Pero Tristán guarda silencio, negándose a decir una palabra más hasta que lleguen. ***
El chofer se detiene en frente del edificio de David y él abre la puerta para bajar de la camioneta.
⎯¿Viene? ⎯le pregunta a Valentina.
⎯¿Debo ir? ⎯inquiere.
⎯Claro… le conviene ⎯responde él, con esa voz tan provocativa que a Valentina sonroja.
⎯No creo que deba subir a tu piso. No es ético.
David ríe bajito.
⎯Señorita de la Torre. Ha ido a la casa de mi hermana, conocido a mis padres y a toda mi familia. Fue a la boda de mi hermana Lila y a recoger a mis sobrinos… ⎯justifica David.
Valentina suspira.
⎯Está bien. ⎯Admite que David ha ganado ésta.
Ella se baja de la camioneta y después de que Tristán le da órdenes al chofer, ambos caminan hacia el edificio, uno tan sencillo y antiguo que no va con el estilo de Tristán.
⎯Ya sé lo que piensas ⎯dice, mientras saca la llave de la puerta principal⎯. ¿Qué demonios hago viviendo aquí?
⎯Eso…
⎯Todos los piensa ⎯interrumpe Tristán⎯. Me imaginan viviendo en un edificio moderno, con gimnasio incluido, piscina y spa, ¿cierto? Y solía hacerlo, hace mucho tiempo. COmpré mi primer piso en un área exclusiva de Madrid.
⎯Y, ¿qué pasó? ⎯pregunta Valentina, bastante interesada.
Las puertas del elevador se abren y Tristán le da el paso. Al cerrarse, ella se coge de una barra, tratando de lidiar con el encierro.
⎯Mi primo tuvo un ataque, hace tiempo. Fue un ataque de homofobia ⎯se sincera.
⎯¿De verdad? ⎯pregunta Valentina, conmovida.
⎯Sí. El hermano de su pareja lo atacó mientras nos divertíamos en una fiesta. Yo también salí lastimado. Cuando vi que lo pateaban tirado sobre el suelo, me tiré sobre su cuerpo y recibí los golpes. Me rompieron dos costillas y me dieron un golpe duro en la cabeza. Por fortuna, no morí ahí.
Valentina, ante el relato, olvida que se siente encerrada en el elevador y le presta atención a Tristán.
⎯Casi matan a Daniel, y yo sin Daniel no puedo vivir ⎯confiesa Tristán con un nuevo en la garganta⎯. Después de eso. ⎯Las puertas del elevador se abren⎯. Mi primo cayó en depresión y yo quise vigilarlo. Él vive en este mismo edificio. Así que, vendí mi piso soñado, por el que ahorré años, y me conseguí uno aquí. No hay spa, pero, no me va mal. Convencí a mi tío Manuel que equipara el sótano con un gimnasio y ahí entrenamos Daniel y yo todas las mañanas con Kristoff. ⎯Tristán hace un tono de ruso que hace a Valentina reír bajito.
⎯Kristoff…
⎯Es un ex militar ruso que se casó con una española y ahora entrena pobres desgraciados como yo… No sé si el ejercicio evite que mi primo vuelva a caer en depresión profunda, pero, al menos, me cercioro de que se levante todos los días. ¿Algo egoísta de mi parte, no? ⎯pregunta.
Valentina y Tristán ya han recorrido el corredor y han llegado a una puerta de madera un poco desgastada.
⎯No, yo creo que es algo muy noble… ⎯murmura ella.
⎯Nada mal para una persona como yo, ¿no crees? ⎯pregunta de broma, insinuando todas las cosas malas que Valentina algún día le dijo.
⎯Yo nunca…
La puerta del piso se abre, y la luz de la tarde inunda el espacio a través de un gran ventanal que da al balcón. El estudio de David es un reflejo de su carácter organizado, pero a la vez cargado de una profunda vida interior. Aunque es un espacio de un solo piso, está distribuido de manera que cada área parece tener su propio ambiente.
Justo frente a la puerta de entrada se despliega el área principal, con un biombo elegante que separa la cama del resto del estudio, dejando un aire de privacidad sin comprometer el flujo del espacio.
Los libros están por todos lados, en estanterías que alcanzan el techo, apilados con orden en rincones del suelo y sobre las mesas de centro. Son los protagonistas del lugar, creando una atmósfera cálida y personal.
Las fotografías que adornan las paredes, enmarcadas con sencillez, cuentan historias de viajes, recuerdos familiares y momentos capturados a lo largo de los años, dando a la estancia una sensación de nostalgia viva.
A la izquierda, una pequeña, pero bien equipada cocina está impecablemente ordenada. Cada utensilio y electrodoméstico tiene su lugar exacto, denotando una rutina que, aunque sencilla, es llevada con precisión.
A la derecha, una cómoda mesa de trabajo está rodeada de papeles, algunos abiertos como si hubieran sido utilizados recientemente, lo que revela el ritmo diario de David entre sus proyectos y su vida personal.
El ventanal, que ocupa casi toda la pared del fondo, deja que la luz cálida de la tarde entre en cascada, iluminando cada rincón y creando reflejos suaves sobre los muebles de tonos claros. Desde el balcón se puede ver una parte de la ciudad, y el aire fresco entra, agitando ligeramente las cortinas translúcidas.
Valentina se queda parada unos segundos en la entrada, observando todo con una mezcla de sorpresa y admiración. No se había imaginado que el hogar de David fuera tan sencillo y a la vez tan íntimo. Este espacio no era el de un hombre superficial ni del empresario frío que ella creía conocer. Era el hogar de alguien que amaba la tranquilidad, los recuerdos, y que vivía con un propósito claro, por encima de los lujos y las apariencias.
⎯Adelante, ¿quiere algo de tomar? Tengo agua.
⎯Agua está bien ⎯admite ella.
Tristán va hacia la cocina, toma un vaso de vidrio y lo llena de agua; momentos después regresa a Valentina y se lo da.
⎯Gracias ⎯contesta.
⎯Bien… ⎯murmura él, como si se preparara para hacer algo.
Ella comienza a caminar por el lugar, recorriendo con su mirada los objetos que se exhiben en aquel santuario personal. Se detiene ante una fotografía, la misma que vio en la cuenta de Instagram; él con Ana Carolina.
⎯Pensé que vivías con tu novia ⎯dice.
⎯No ⎯responde Tristán, que parece buscar algo en uno de los libreros⎯. Los padres de Ana Carolina están chapados a la antigua, y dicen que la única forma en que su hija se irá a vivir conmigo es si sale de blanco de la casa familiar.
⎯Vaya ⎯murmura Valentina, tomando un poco más de agua.
⎯Sí. tienen la idea de que todas sus hijas lleguen castas y vírgenes al matrimonio.
Valentina saca un poco de agua por la boca al escuchar lo último que le dijo Tristán. Comienza a toser, y trata de controlarse; a su mente viene el recuerdo del mensaje candente que se intercambiaron entre los dos y lo que escuchó en la puerta de la fundación.
⎯¿Todo bien? ⎯pregunta Tristán.
⎯Sí, sí… veo que, tienes muchos libros y están ordenados.
⎯Sí. Me gusta leer ⎯contesta.
Valentina deja el vaso sobre la mesa y comienza a recorrer los tomos que se exponen frente a ella. David, aunque sigue buscando algo, la observa en silencio, sus pensamientos siguen aún presentes en la conversación que acaban de tener en el coche. Pero en este momento, en este espacio que es su refugio, parece haberse liberado de la tensión, dejándola a ella navegar entre los objetos que forman parte de su vida.
⎯¡Un libro de Manuel Fernández Juncos! ⎯expresa, de pronto, Valentina emocionada.
⎯¿Te gusta? Toda esa área es de poesía.
⎯Me encanta. A mi madre le gustaba mucho ⎯habla con nostalgia.
Valentina acaricia la pasta dura del libro, y después, recita:
⎯Oculta en el corazón de una pequeña semilla, bajo la tierra, una planta en profunda paz dormía. ¡Despierta!, dijo el calor. ¡Despierta!, dijo la lluvia fría. La planta que oyó el llamado, quiso ver lo que ocurría, se puso un vestido verde y estiró el cuerpo hacia arriba. De toda planta que nace, ésta es la historia más sencilla.
Ella deja de recitar y sonríe.
⎯Mi padre era poeta, ¿sabes? Y nos escribía y leía poesía a mis hermanos, a mi madre y a mí. ⎯Voltea a ver a Tristán⎯. Cuando murieron, me hice la promesa de que me aprendería cada poema que me pareciera hermoso, y todos los que él me recitaba.
⎯¿De verdad? ⎯pregunta Tristán, maravillado.
Valentina murmura:
⎯Luna y sombra, tu ausencia es mi noche, te añoro siempre.
David se acerca lentamente a Valentina mientras ella sigue acariciando el libro. La atmósfera parece cargarse de una energía palpable, como si el aire entre ellos se hubiera vuelto más denso.
⎯¿Te gustaba mucho la poesía, entonces? ⎯pregunta David, su voz baja y grave.
Valentina asiente sin apartar la vista del libro, pero su rostro refleja una mezcla de nostalgia y deseo. La distancia entre ellos se acorta mientras él la observa con una intensidad que no puede disimular. Los ojos de Valentina se levantan para encontrarse con los suyos, y en ese momento, el silencio se hace más profundo.
⎯Sí. Me ayudó a lidiar con la pérdida. ⎯susurra Valentina, y su tono lleva consigo una vulnerabilidad que David siente como un tirón en el pecho.
⎯Es un hermoso homenaje. ⎯responde él, su mirada fija en ella, como si intentara descifrar los secretos escondidos en su expresión.
Valentina se mueve ligeramente, y David siente la cercanía de su cuerpo. Ella toma un respiro profundo y dice:
⎯Sin la poesía me volvería loca de dolor ⎯Valentina susurra, su voz temblando ligeramente mientras se sostiene del libro como si fuera un ancla.
David se inclina un poco más cerca, y su voz se vuelve aún más suave, cargada de emoción reprimida. Valentina siente el calor de su aliento y la intensidad de su mirada. El espacio entre ellos parece encogerse, y el peso de sus palabras crea una carga emocional palpable. Ella se muerde el labio inferior, buscando palabras para continuar la conversación, pero el impacto de la cercanía de David la deja sin aliento.
Él la observa. Su mano, involuntariamente, se acerca un poco más, casi rozando la de Valentina. Ella siente el roce, y un escalofrío recorre su cuerpo. La tensión en el aire es casi tangible, una mezcla de comprensión y un deseo no expresado que parece llenar el espacio entre ellos.
Valentina lo mira con una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad, su corazón late con fuerza. La conexión entre ellos se siente ahora como una corriente eléctrica, un vínculo profundo que parece estar al borde de desbordarse. David está tan cerca que Valentina puede sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su loción, su aliento.
⎯¿Lo quieres? ⎯pregunta Tristán.
⎯¿Cómo?
⎯¿Quieres el libro?, te lo regalo.
Valentina recupera el aliento y su respiración vuelve.
⎯¿De verdad?
⎯Sí… para que recuerdes a tus papás.
Ella sonríe.
⎯Gracias… me encantaría.
⎯Bien. ⎯En ese instante, David saca otro libro, lo abre, y Valentina nota que es una pequeña caja fuerte.⎯ Es para despistar a los ladrones. ⎯bromea Tristán, tratando de recuperar la compostura. Abre la caja y revela varios fajos de dinero. Toma uno y se lo ofrece a Valentina.
⎯¿Qué es esto? ⎯pregunta ella, sorprendida.
⎯Dinero. Te lo debo y también para que te compres ropa. ⎯David sonríe, pero su expresión cambia a una seriedad cálida.⎯ Es tu pago por apoyarme en el proyecto, en nuestro proyecto.
Valentina lo mira, y algo en su tono la hace sentir importante. David se pone serio y añade:
⎯Valentina, tu presencia en este proyecto es más importante de lo que puedas imaginar. No solo por tu habilidad y talento, sino por lo que representas para mí. Me has ayudado a darle forma a algo que es muy significativo, y no solo por el proyecto en sí, sino por lo que tú aportas a él. Tu apoyo, tu compromiso, y la forma en que compartes tu pasión son fundamentales para todo lo que estamos construyendo aquí.
David da un paso más cerca, su mirada sincera y llena de afecto.
⎯Quiero que sepas lo mucho que valoro tenerte a mi lado. Tu compañía y tu apoyo significan el mundo para mí. Por eso, no es solo un pago; es una forma de agradecerte y mostrarte cuánto aprecio todo lo que haces. Así que te pido, quédate un poquito más, solo un poco más, te lo pido.
Te necesito en mi vida, lo traiciona el pensamiento.
La sinceridad en su voz y el calor en sus ojos hacen que Valentina sienta un nudo en el pecho. Una vez más, David Tristán la tiene de su lado.
⎯Está bien ⎯contesta con timidez⎯. Pero me voy a finales de agosto, ¿de acuerdo?
Tristán sonríe.
⎯De acuerdo… ⎯Suspira⎯. Ahora, espérame aquí, iré a cambiarme para irnos. Hay mucho por hacer.
⎯¿Hacer? ⎯pregunta Valentina, confundida.
⎯Sí… tengo hambre, ¿tú no?, y tienes que comprar ropa. ⎯Y sin que Valentina pueda responder, Tristán se aleja de ahí. Sonríe sin que él se dé cuenta.
Me encaaaaantaaaaa 🥰😍😍 amo a Tristan y valentina
Y pensar que en el primer capítulo pensé que no me parecería que Caro Santander no fuera su amor 🫢😅 ahora me muero por leer más sobre este par ☺️🥰
Tristan es una mezcla de todos ellos, David, Tristan, Manuel David y tambie, tiene de ellas Mena Luz Fatima y me encanta
Este ha sido un capítulo hermoso
Ese muchacho logra capturar la esencia de sus ancestros y estar al día con la moda y la emoción. Ojalá logren ser amigos, creo que a ambos les renovaría el espíritu tener alguien auténtico a su lado.
Aww me encanta este par!! ❤️ amee el capítulo!! Y como se va dando todo entre ellos.. la conexión que tienen 🥰
Amo ese tira y afloje de Tristán 🥰 esa seducción natural que tiene 😏🔥
Awwwwww que emoción, ufff ese pensamiento que lo traiciono me dejo 😱😱😱. Y todo lo que le dijo ayyyy noooo haata me erice de solo leerlo. De verdad que lo vivi. Me encantaaaaaa. Y que habrá aceptado David T. Con Karl y Alegra? Jaajajaa que le espera. En que se metio… jajajaja
Hermosos!!! La poesia me encanto pero mas me encanto que Valentina exprese que se siente sola y que sin ella no seria quien es hoy. Y David se esta dando cuenta que si la presiona tanto ella no va a ceder y mostrarse tan abierta como en esa charla
Yo creí que le iba a decir que su tio escribió la historia de sus abuelos, yo creo que le va tocar cuidar a los niños de Karl y valentina lo va ayudar seria bueno que los llevara a Disney en París. Y ahí se de cuenta que ana caro no es lo que el necesita.
Sin palabras -suspiro profundo- 😌🥰😍💗