TAZARTE 

Veo por la mirilla de la puerta de la habitación del hotel y ahí está Jo, de pie. Siento una punzada de curiosidad, pero antes de abrir, cuelgo la llamada.

⎯Luego hablamos, amor, tengo que colgar ⎯digo rápidamente y, tras unos segundos, abro la puerta⎯. Buenos días.

⎯Buenos días… Voy de regreso hacia mi casa y solo quiero decirte: buena jugada.

⎯¿Buena jugada? ⎯pregunto, desconcertado.

⎯Ayer… ¿Tú y Daniel? Copp estaba un poco molesto porque lo dejaron fuera del juego.

⎯Tu primo tuvo un ataque de ansiedad y yo solo ayudé a que se tranquilizara, nada más ⎯respondo sinceramente, sin rodeos. Jo suspira.

⎯Y eso te valió a que te invitaran a la boda de esta noche. Daniel confirmó hoy por la mañana que va acompañado de ti.

Me sonrojo un poco ante el tono con el que lo dice, como si fuera algo más de lo que fue.

⎯Bueno, estaba ahí ⎯respondo, encogiéndome de hombros.

⎯¡Qué buen tino! ⎯Jo dibuja una sonrisa⎯. Y, bueno, eso que hiciste en el concierto… Sí que sabes tus armas.

Río suavemente.

⎯Se nota que no me conoces… Antes de casarme, solía ser todo un conquistador.

⎯Ya veo… ⎯responde ella, entre divertida e irónica⎯. En fin. Solo venía a felicitarte y pedirte que te pongas el traje salmón, ya sabes cuál.

Suelto una carcajada.

⎯¿En serio solo viniste a decirme eso?

⎯Sí… Y quiero que te arregles la barba, pero deja que el cabello esté suelto, libre… ya sabes, rebelde.

⎯Ya sé ⎯respondo entre risas.

⎯Bien… ⎯Jo me sorprende al darme un abrazo. Es raro, porque no esperaba ese gesto de ella. Siento que esto no tiene que ver solo con el traje salmón o con Daniel. Le pasa algo y está escondiéndolo tras su usual fachada.

⎯Gracias ⎯murmura contra mi pecho, antes de separarse.

⎯¿Por qué?

⎯Por ver a Daniel más allá del miedo… ⎯susurra con una sinceridad que me toma por sorpresa.

⎯¿Quién no lo vería? ⎯le contesto, aun sosteniéndola en el abrazo⎯. Es un hombre sensacional.

Jo me mira un momento, sus ojos parecen decir cosas que sus labios no pueden. Luego, me suelta y sonríe.

⎯Solo asegúrate de que esta noche sea increíble, Tazarte. No lo dejes escapar. Sé lo que te digo. 

Daniel… ¿Qué es lo que siento realmente por él? ¿Y por qué, de alguna manera, parece que él también siente algo por mí? Mi mente sigue dando vueltas mientras cierro la puerta y me apoyo contra ella, exhalando con fuerza. El silencio me envuelve de nuevo, solo roto por mis pensamientos desbocados. Intento calmar mi mente, pero es inútil.

Me paso las manos por el cabello, mirando alrededor de la habitación. La cama perfectamente hecha, las cortinas cerradas dejando solo un rayo de luz suave y tenue. Todo parece tan en orden, tan calculado… Excepto yo. Yo soy el único elemento caótico en este lugar, una maraña de pensamientos y emociones que no acaban de alinearse.

Supongo que esta noche tenemos fiesta… 

⎯Así es… ⎯usurro, mirando mi reflejo en el espejo frente a mí. Mi cabello largo cae en ondas desordenadas, algo más descuidado de lo normal. Pero hoy no me importa. Hoy, algo es diferente.

Dime que sacarás ese lado que has escondido tanto tiempo… tu lado divertido. 

Esa parte de mí que he mantenido bajo llave durante demasiado tiempo. La parte que, quizás, Daniel ha despertado sin siquiera intentarlo.

Me quedo mirándome en el espejo, como si buscara respuestas en mis propios ojos. ¿Qué he estado evitando? ¿Por qué he sido tan prudente? Tal vez sea el momento de dejarme llevar, de permitirme sentir sin restricciones, de volver a ser esa versión de mí que no teme mostrarse, que no tiene miedo a divertirse, a disfrutar de la vida.

Sonrío de lado, algo más confiado, como si por fin entendiera lo que Jo había querido decir. Por primera vez en mucho tiempo, me siento bien, renovado, con una inspiración que no había sentido en años. Ideas revolotean en mi mente, no solo sobre la música, sino sobre la vida, sobre las posibilidades que se abren frente a mí, sobre las personas que están a mi alrededor.

Me acerco al espejo, me miro más de cerca, observando los detalles de mi rostro. La barba algo desordenada, el cabello en su propia danza de caos, los ojos brillantes con una chispa que no recordaba haber visto en mucho tiempo. Y entonces, lo sé.

⎯Lo haré ⎯afirmo, casi en un susurro. Mi reflejo me devuelve la mirada, cómplice⎯. Claro que lo haré. 

Salgo de mis pensamientos, sintiéndome renovado. Esta noche, en esa boda, algo va a cambiar. Tal vez en mí, tal vez entre Daniel y yo. Pero sea lo que sea, estoy listo. Listo para dejar que la vida me sorprenda. Y con eso en mente, me doy la vuelta, listo para enfrentar lo que venga.

***

-Esa noche – 

El salón donde se lleva a cabo la boda de Lila Canarias y Antonio de Marruecos es simplemente impresionante. Los techos altos están adornados con elegantes candelabros de cristal, de los cuales cuelgan luces cálidas que titilan suavemente, emulando estrellas. Las paredes, forradas de terciopelo en tonos dorados y burdeos, dan un aire señorial al lugar. Un estrado elevado en el centro del salón sostiene una gran mesa decorada con centros de flores blancas y rosas, rodeada de las personas más cercanas a los novios. La música de una pequeña orquesta en vivo se entrelaza con las conversaciones y las risas de los invitados, creando un ambiente vibrante pero a la vez sofisticado.

Cruzo las puertas del salón con la espalda recta, sintiendo cada paso resonar sobre el suelo. El traje salmón que Jo me sugirió me queda sorprendentemente bien, lo suficientemente ajustado para resaltar mi delgada pero atlética figura, pero cómodo como para moverme con soltura. Mi cabello, suelto y cayendo en ondas rebeldes sobre mi rostro, es exactamente lo que Jo insistió que dejara así esta mañana. No pude evitar dudar al verme en el espejo antes de salir del hotel, pero ahora, caminando bajo las luces elegantes del salón, una inesperada confianza se apodera de mí. 

Hace mucho que no iba a una boda. ¿Cuántos años han pasado desde la última? La respuesta es clara: desde la mía. El pensamiento me provoca una ligera punzada de nostalgia. No es un dolor afilado, sino uno sutil, como una sombra que no puede borrarse. Mis dedos se deslizan inconscientemente sobre los botones de mi chaqueta, un gesto nervioso que me ancla en el presente, alejándome de los recuerdos que prefiero mantener guardados.

⎯Al parecer ha venido medio Madrid ⎯murmuro, al notar que el salón comienza a llenarse. 

De reojo, mis ojos recorren el salón, buscando a alguien conocido, y en particular, a Daniel. Pero mientras escaneo el lugar, me doy cuenta de que los miembros de la familia aún no han llegado o, si lo han hecho, están entre la multitud, difíciles de localizar. Me permito respirar un poco más tranquilo, aunque el ligero nudo en el estómago no se disipa del todo. No soy de las personas que se sientan completamente cómodas en eventos así, aunque suene algo ilógico debido a mi profesión. 

Así que me dirijo hacia la barra, pensando que al menos una bebida me ayudará a relajarme mientras espero a que Daniel haga su aparición. Camino con pasos seguros, el suave roce de la tela de mi traje salmón. Por un momento, sonrío al recordar cómo insistió en que me viera “rebelde pero elegante”.

Justo cuando estoy a unos pasos de la barra, dispuesto a pedir algo fuerte ⎯quizás un whisky, para calmar los nervios⎯, una voz conocida interrumpe mis pensamientos y me detiene en seco.

⎯Tazarte, ¿verdad? 

Me giro y ahí está, Sebastián Copp, parado a unos metros de distancia con esa sonrisa que, aunque cálida, oculta algo más. Sus ojos me lo dicen todo. Lleva un traje negro impecable, como siempre, su cabello perfectamente peinado refleja las luces del salón, y aunque su postura es relajada, hay una tensión palpable entre nosotros. Lo noto, lo siente.

⎯Sebastián. ⎯Nos acercamos para estrecharnos la mano, y aunque el apretón es cordial, hay algo tenso en el aire entre nosotros, una energía que ambos reconocemos pero ninguno está dispuesto a mencionar. Sus ojos me estudian mientras su sonrisa permanece fija, pero sus intenciones son evidentes. Sabe que no estamos solo en una fiesta, sino en una especie de terreno donde, sin decirlo, ambos estamos midiendo fuerzas. Porque al final del día, los dos sabemos por qué estamos aquí, y la respuesta es la misma: Daniel⎯. ¿Disfrutando de la fiesta?

⎯Bueno, Lila sabe cómo hacer una boda espectacular, es una Canarias ⎯afirma, echando un vistazo rápido a su alrededor antes de volver a mirarme fijamente⎯. Aunque he de admitir que no esperaba verte aquí.

Sonrío, pero no es una sonrisa cualquiera; es una que oculta muchas cosas. Sebastián es de esas personas que parecen nacer para competir, que sienten la necesidad constante de demostrar algo, ya sea a sí mismos o al resto del mundo. Su sonrisa no es casual, lo sé; es una sonrisa que lleva un trasfondo, como si estuviéramos en una partida de ajedrez y cada gesto, cada palabra, fuera un movimiento estratégico.

⎯Acompañando a Daniel ⎯respondo sin dudar. Lo digo como si no fuera la gran cosa, pero ambos sabemos que sí lo es. La franqueza de mi declaración parece sorprenderle, pero lo oculta bien.

Su sonrisa se mantiene, pero no llega a sus ojos. Ambos entendemos lo que está en juego, aunque ninguno lo diga en voz alta. Ninguno de los dos está dispuesto a dar el primer paso atrás. Es un juego sutil, de palabras y miradas, en el que cada uno mide al otro, buscando cualquier señal de ventaja.

⎯Vaya ⎯comenta Sebastián, tomando un sorbo de su bebida, con calma medida⎯, Daniel es una compañía muy apreciada en esta boda, parece.

⎯Lo es ⎯respondo, inclinando ligeramente la cabeza mientras un destello de humor se refleja en mis ojos⎯. Es una de las pocas personas con las que realmente disfruto estar.

Veo cómo su mandíbula se tensa, aunque intenta no mostrarlo. Mis palabras le han provocado algo, lo noto. 

Giro la cabeza, apartando la mirada de él por un momento para observar el salón. La música, las risas, el ambiente vibrante… Siento el calor de la noche mezclado con las emociones que flotan a nuestro alrededor. Sin embargo, a pesar de todo, estoy tranquilo. Sé lo que quiero, y sé por qué estoy aquí. Esta noche no es sobre competir con Sebastián, no es sobre egos o juegos mentales. Estoy aquí por Daniel, y eso es lo único que importa.

Sonrío, con una tranquilidad que parece desconcertarlo. Llevo el vaso de whisky a mis labios, disfrutando del silencio por un segundo antes de responder.

⎯¿Suerte? ⎯repito, como si la palabra me hiciera gracia⎯. Sabes, Sebastián, yo no creo en la suerte. Creo en las oportunidades que uno crea, en el tiempo invertido, y en las conexiones reales. 

Tomo otro sorbo, mis ojos clavados en los suyos, midiendo cada palabra.

⎯Si estás tan seguro de que podrías borrar mi nombre de la vida de Daniel, ¿por qué no lo has hecho ya? ¿O es que te das cuenta de que él valora algo más que un rostro bonito y un cuerpo envidiable? ⎯El silencio entre nosotros se espesa por un momento, pero no le doy oportunidad de contestar⎯. Mira, no estoy aquí para competir por él, Sebastián ⎯hablo con calma⎯. Pero si tú decides verlo como un reto… bueno, te aseguro que no te será tan fácil como imaginas. ⎯Le doy una última sonrisa antes de girarme ligeramente, viendo a la familia que acaba de llegar, y agrego con un tono casual⎯. Nos vemos adentro ⎯digo con una ligera sonrisa, dando un paso hacia adelante, dejando que mis palabras fluyan con naturalidad mientras lo dejo ahí, parado, con su bebida en la mano.

Sebastián no responde de inmediato. Me observa alejarme, la frustración apenas perceptible en su expresión. Ambos sabemos que esta noche solo está comenzando, y la tensión entre nosotros no hará más que aumentar. Pero por ahora, la ventaja es mía.

Hace mucho que no te veía actuar así. Al parecer ha regresado tu seguridad. 

⎯Supongo que es el traje ⎯murmruro. 

No es el traje, cariño. ¿Recuerdas cómo me conquistaste?, ¿la forma en la que me seduciste? De todos, destacaste, y lo hiciste porque tu personalidad es increíble. Te aconsejo que te quedes de esta manera. 

⎯¿Qué me quede de esta manera? Siempre he sido así, lo único es que la tristeza la hudió profundamente. 

Pero ya no será así. Y si es verdad lo que le dijiste a Copp, te veo decidido a conquistar a Daniel. 

⎯Daniel no es un hombre que se deba conquistar, es uno que se deba entender. Y sabes a lo que me refiero. 

Sé a lo que te refieres. 

En ese instante, ante mis ojos, veo entrar a Valentina de la Torre, con una hermosa combinación de falda y top de color fiusha que atrae las miradas de todos los presentes. Sonrío. Jamás pensé que la vería vestida así. 

Valentina, lo poco que la conozco, sé que no es una mujer que le guste llamar la atención y que es bastante tímida, pero siempre he sabido que tiene un potencial enorme y, hoy, alguien lo ha visto al darle ese conjunto. 

Con una sonrisa me acerco a ella, y cuando nos encontramos, ella sonríe. 

⎯¡Tazarte!, te ves… 

⎯No, tú te ves increíble ⎯la interrumpo. La tomo de la mano y le doy una vuelta para que muestre su conjunto⎯. Este vestido es hermoso. 

⎯¿Crees? ⎯me pergunta insegura⎯. Siento que es mucho. 

⎯¿Mucho?, ¡Es perfecto!, el color resalta tu mirada… creo que te ves sensacional. 

Valentina se sonroja. 

⎯Gracias. Me siento muy bien. ⎯Ella se arregla la falda⎯. Es la primera vez que asisto a una boda, ¿qué es lo que se hace? ⎯me pregunta. 

⎯¿David te invitó? 

⎯No ⎯responde de inmediato, como si no quisiera pronunciar su nombre por alguna razón⎯. Fátima, su sobrina. 

⎯Esa niña ⎯digo con una sonrisa⎯. Tiene las respuestas del mundo en sus manos. 

⎯Lo sé, es increíble ⎯responde Valentina. 

De pronto, su mirada cambia. Ya no me está viendo a mí, se pierde en algún punto lejano del salón, como si el espacio entre nosotros dejara de existir. Esa mirada la conozco bien. Es la mirada de quien está envuelto por algo más grande que ella mismo, algo que la arrastra hacia un lugar donde las palabras sobran. Esa es la mirada de quien ama, de quien se siente vulnerable ante el peso de sus propios sentimientos, y no puede, ni quiere, ocultarlo.

Volteo discretamente, siguiendo la dirección de sus ojos, y ahí lo veo: David Tristán. Está conversando con alguien, pero su presencia en el salón es innegable. La tensión entre David y Valentina es palpable, incluso a la distancia, aunque ambos intenten disimularlo bajo una fachada de indiferencia.

Me sorprendo al descubrir que no soy el único que tiene su propia trama de emociones esta noche. Parece que la historia de Daniel no es la única que se está desarrollando en torno al amor en este lugar. 

Sonrío para mis adentros. ¿Será que también Valentina y David han tomado ventaja en su historia? No puedo evitarlo; mi mente divaga hacia el propio Daniel. Me pregunto si él ya ha notado lo que siento, si sabe lo mucho que lo valoro, lo que significa para mí. Me pregunto, con una mezcla de esperanza y temor, si llegará el día en que él me mire de la misma manera en que Valentina está mirando ahora a David.

Lo deseo. Lo deseo más de lo que me gustaría admitir. El simple pensamiento de que Daniel pudiera sentir algo así por mí, de que su mirada se encienda al verme, hace que mi corazón lata más rápido.

En ese instante, mi mirada se posa en la entrada del salón, donde Daniel hace su aparición. No sé si es porque el lugar se llena repentinamente de más luz o porque mi atención se ha reducido a él y solo a él, pero el mundo se siente más pequeño en ese instante. Y lo que más me sorprende no es la elegancia de su atuendo ni la manera en que la sala parece abrirse a su paso, sino su mirada. Al principio, busca algo, como si estuviera escaneando el salón en busca de una señal, de un rostro, de una presencia.

Y entonces, me encuentra.

Sus ojos se detienen en los míos y, de inmediato, el más leve de los gestos transforma su rostro: una sonrisa. Un gesto que hace que mi corazón dé un pequeño vuelco, una mezcla de sorpresa y calidez.

Por un segundo, el mundo se congela en ese intercambio silencioso. Él, de pie con su familia, elegante y lleno de una calma que no siempre muestra. Y yo, a unos metros de distancia, sintiendo cómo algo se mueve dentro de mí. Algo que, por primera vez en mucho tiempo, me da esperanza, me abruma, 

Daniel camina hacia mi dirección, su andar es seguro, firme, como si lo único que importara en ese momento fuera llegar hasta donde estoy. Todo lo demás en la sala parece desvanecerse. Cada paso que da lo acerca más, y cada paso que da hace que mi sonrisa se amplíe, de forma involuntaria, pero genuina.

⎯Al parecer tenemos el mismo gusto ⎯me comenta. 

⎯¿Cómo? ⎯pregunto, con una sonrisa. 

Daniel sonríe. 

⎯El traje. El color salmón es uno de mis favoritos. Tengo un traje parecido, solo con diferente corte de saco. 

Si tienen una hija juntos le pondrán Jo, ¿cierto? 

⎯Creo que se te ve mejor a tí que a mí ⎯contesto, y él se ríe. 

Daniel hoy parece otro. Es el Daniel que muchos ven desde fuera: un hombre guapo, con porte y elegancia, que fácilmente podría parecer que lo tiene todo bajo control. Casi resulta imposible creer que ayer mismo sufría un ataque de ansiedad, paralizado al pensar en estar rodeado de demasiada gente, atrapado en su propio miedo.

Es un contraste abrumador, pensar en lo rápido que puede cambiar la máscara que lleva puesta. Hoy, cualquiera que lo mire pensaría que es una persona sin preocupaciones, sin tormentas internas. Una persona que tiene todo lo que alguien podría desear: una familia millonaria, un intelecto afilado, una carrera exitosa y una belleza que resalta entre la multitud. Su sonrisa encantadora, su manera de hablar calmada y divertida, y esa chispa en sus ojos que, cuando aparece, ilumina todo a su alrededor.

Pero yo sé la verdad. Yo lo veo luchar  constantemente con los fantasmas que lo persiguen. Ayer, fue solo una pequeña ventana a su realidad, esa que está oculta bajo la superficie. A pesar de todo lo que aparenta tener, Daniel batalla con demonios invisibles: la ansiedad que a veces lo asfixia y la depresión que intenta mantener a raya. Ayer, lo vi roto por dentro, apenas pudiendo sostenerse en pie, buscando escapar de todo lo que lo rodeaba. Hoy, sin embargo, es como si nada de eso existiera. Como si pudiera borrar de un plumazo sus miedos y vestirse con una armadura hecha de sonrisas y pequeños gestos seguros.

Eso es lo que Sebastián no entiende o no ve. Él solo mira a Daniel desde la superficie, pensando que solo es un hombre carismático y atractivo. Para él, Daniel es solo un hombre guapo para conquistar, pero no percibe es que él está constantemente luchando consigo mismo, tratando de recuperar su vida, su personalidad, su confianza; que en cualquier momento puede volver a caer. 

⎯¿Vamos? Nos sentaremos con mi familia. Estará Héctor en la mesa para que no te aburras ⎯dice Daniel, con una sonrisa que ilumina su rostro.

No puedo evitar reír bajito. Siempre tiene una forma de hacer que las cosas parezcan más simples, menos tensas de lo que realmente son. Sé que está nervioso, lo noto en la forma en que se frota ligeramente las manos antes de caminar hacia la mesa, pero no lo demuestra. 

Caminamos entre las mesas llenas de invitados vestidos elegantemente. El salón está lleno de murmullos, risas y música suave de fondo. La boda sigue en su curso, y a pesar de la cantidad de gente, Daniel camina con pasos seguros, sin dejar que la ansiedad de ayer lo alcance. Es impresionante verlo así, tan centrado, tan dispuesto a enfrentarse a lo que sea que la noche traiga.

Nos acercamos a la mesa de su familia. Ainhoa, su madre, es la primera en vernos. Se levanta con una sonrisa amplia, su mirada cálida dirigida a Daniel. Sus ojos reflejan una mezcla de orgullo y ternura.

⎯Mi amor ⎯dice, abrazándolo con fuerza⎯. Qué guapo estás, cariño. 

Manuel, su padre, también se levanta, saludando a Daniel con una palmada en la espalda y una sonrisa de esas que rara vez muestran, pero que guardan un cariño profundo. 

⎯Te ves bien, hijo ⎯comenta Manuel, con su voz grave pero afectuosa.

⎯Gracias, papá ⎯responde Daniel, con un brillo en los ojos que indica lo mucho que valora esas palabras.

Héctor, está sentado ya, distraído con su teléfono, pero levanta la vista al vernos llegar. Su expresión parece de un hombre que está pasando por un mal momento. Se ve preocupado o más bien, abrumado. Creo que es el mal de amores. 

⎯¿Ya estás aquí? Genial, ahora esto no será tan aburrido ⎯dice Héctor, bromeando mientras se incorpora ligeramente en su asiento. La mirada de Héctor se dirige a la puerta y sin decir más, se aleja caminando rápido de la mesa, como si no quisiera perder el tiempo. 

Todos voltean hacia la entrada y Manuel suspira. 

⎯Decía Shakespeare que: “el amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos”, supongo que no conoce a mi hijo ⎯bromea. 

⎯Yo difiero a eso ⎯hablo, mientras me siento junto a Daniel. Ainhoa me dirige una mirada cálida, como si ya fuera parte de su círculo cercano. La calidez de sus gestos y la naturalidad con la que interactúan me hacen sentir que, al menos en este momento, todo está bien. 

⎯¿Ah, sí? ⎯pregunta Manuel, arqueando una ceja y cruzando los brazos.

⎯Claro ⎯respondo, dándole un toque de picardía a mi voz⎯. Porque, sinceramente, si el amor estuviera solo en los ojos, ¡imagina las citas! Sería un desfile de miradas intensas y cero conversación. Seríamos un grupo de esculturas en un museo, sin saber qué hacer con nuestras manos. Además, si el amor dependiera únicamente de la vista, las personas con visión baja se perderían de la mejor parte de la vida. Por eso insisto en que el amor no solo se ve; se siente, se escucha y, a veces, se huele. Puede ser una voz cautivadora, una melodía encantadora o el aroma de una deliciosa comida. No se trata solo de amor a primera vista; también puede ser a primera voz, a primera sensación…

⎯Parece que sabes mucho del amor… ⎯me dice Ainhoa. 

⎯No, señora. Yo sé de música. No sé tanto de amor, pero sí de lo que significa amar ⎯respondo, con una sonrisa que refleja una mezcla de humildad y confianza⎯. Puede que los músicos parezcamos fríos y sin sentimientos, pero, no es así. Sentimos demasiado. La música es una expresión de emociones, y el amor es una de las más complejas. En pocas palabras nos gusta amar lo complicado, lo que nos pone un reto… incluso las notas discordantes. 

Vuelvo a ver a Daniel, y para mi sorpresa, lo encuentro sonrojado. Sus mejillas se tiñen de un suave tono rosado, como si la conversación nos hubiera llevado a un lugar más personal, más profundo. Ese rubor me provoca una mezcla de satisfacción y alegría, y debo admitir que me encanta haber recobrado mi seguridad.

⎯¿Te gusta lo que escuchas? ⎯le pregunto, manteniendo la mirada, mientras el suave murmullo de la fiesta nos rodea.

Daniel está por contestarme, pero, justo en ese instante, siento una presencia diferente. Es Sebastián Copp acercándose a nuestra mesa. Momentos después se sienta al lado de Daniel, en el lugar de Héctor y sonríe. 

⎯Qué suerte la mía de encontrar un lugar libre ⎯dice, con una sonrisa amplia. 

Al parecer, Sebastián está haciendo una declaración silenciosa, una forma de marcar su territorio en este pequeño juego que él ha creado. Al sentarse sin ser invitado, está dejando claro que no se va a quedar fuera de la ecuación, justo como pasó ayer. Y aunque su tono es educado, la tensión entre nosotros es palpable, como si la guerra entre él y yo se estuviera desatando lentamente, bajo la superficie de cada gesto.

Daniel, por su parte, no parece darse cuenta del todo. O quizás lo nota, pero lo ignora de manera estratégica, no queriendo añadir más tensión al ambiente. En cambio, sigue conversando con su familia, pero yo no puedo evitar sentir la mirada de Sebastián sobre mí, como si estuviera esperando una reacción.

Yo me limito a tomar un sorbo de mi bebida, sonriendo suavemente, decidido a no caer en su juego. No voy a permitir que este momento, esta conexión con Daniel y su familia, sea ensombrecido por la presencia de alguien como Sebastián. 

Parece que la noche será interesante. 

***

La ceremonia comenzó unos momentos después de que Sebastián llegara a la mesa, y desde ese instante, se transformó en un espectáculo de emociones intensas. Las lágrimas brillaban en los ojos de los padres mientras se intercambiaban promesas llenas de amor y risas que resonaban en el aire, creando un ambiente casi mágico. Todos los miembros de la familia estaban presentes, sumando a la calidez del momento y dejando claro que el amor estaba en el centro de todo.

Sin embargo, cuando finalmente dimos paso a la fiesta, sentí cómo la atmósfera cambiaba y la verdadera batalla por la atención de Daniel comenzaba. Sebastián, con su típica actitud de querer ser el centro de todo, se había decidido a deslumbrar a todos los presentes. No ha parado de hablar, de manera casi incesante, de todos sus logros, como si estuviera presentando su propia exposición de arte. 

⎯Soy un gran fotógrafo⎯ dice, su voz resonando por encima del murmullo de la fiesta. ⎯He trabajado con celebridades y he sido parte de proyectos increíbles. Mi familia tiene una larga tradición en el arte y la cultura, y bueno, ya sabes que soy primo de Karl, lo que abre muchas puertas.

Cada palabra que pronuncia es un intento por consolidar su imagen, presentándose como la mejor opción para Daniel. Y mientras lo escucho, me doy cuenta de que, aunque tiene una vida impresionante y una familia poderosa, todo esto se siente vacío comparado con lo que realmente importa: la conexión genuina y auténtica. 

Mientras Sebastián continúa con su retórica deslumbrante, yo observo a Daniel. Parece prestar atención, pero no sé si le interese. Varias veces a volteado a verme y me ha sonreído discretamente; supongo que lo que tiene Sebastián ya lo ha visto antes. 

⎯La fotografía siempre ha sido asunto de mi hermana ⎯contesta Manuel, viéndo hacia la mesa de enfrente donde se encuentra ella sentada⎯. Ella lo hace ver tan fácil, pero sé que no es así. 

⎯Claro que no es fácil… es crear una composición desde cero. Buscar la luz, encontrar el angulo. ⎯Voltea a verme, metiéndome en la conversación⎯. No sé si Tazarte sepa de eso. Digo, ser conductor de orquesta es dirigir lo que ya fue compuesto, ¿no es así? 

⎯Es más que eso… 

⎯¿De verdad?, siempre he pensado que la dirección de una orquesta es demasiado sutil. 

⎯¿Sutil? ⎯arqueo una ceja⎯. No lo dirías si estuvieras en el escenario. La dirección de orquesta es todo menos sutil; es un acto de liderazgo. Tienes que saber cómo unir a cada músico para crear una experiencia completa. Tal como la composición de una fotografía.

⎯Entiendo ⎯dice Sebastián, con una sonrisa que intenta ser amigable⎯. Pero, al final del día, no deja de ser una interpretación de algo que ya existe. La música está ahí; solo tienes que dirigirla. En cambio, ser fotógrafo es capturar algo único, un instante que no volverá a repetirse.

⎯Esa es una perspectiva interesante ⎯le respondo, con un leve suspiro⎯. Pero no se trata solo de capturar momentos. Un director también tiene que interpretar la música, dar su propio toque. Cada performance es única, al igual que cada foto, aunque una es más… efímera.

⎯Quizás ⎯dice Sebastián, sonriendo con desdén⎯, pero con la fotografía tienes control total. El encuadre, la luz, la edición; todo depende de ti. En la orquesta, el sonido está en manos de los músicos. Si uno de ellos falla, tu interpretación puede arruinarse.

⎯¿Control total? ⎯lo miro fijamente⎯. Tal vez te falte entender la esencia de la colaboración. En una orquesta, cada músico aporta su propio talento, y eso crea una sinfonía que ninguno podría lograr solo. La dirección es más que solo dar instrucciones; es una conversación con el conjunto.

⎯Pero al final ⎯me desafía⎯, el resultado está más asociado a la visión del fotógrafo. El director puede tener una buena interpretación, pero es el fotógrafo quien decide cómo inmortalizar ese momento.

⎯Así que, ¿para ti lo más importante es la imagen? ⎯le digo con una sonrisa irónica⎯. Puede que eso sea lo que distingue a un fotógrafo de un director de orquesta. Un director busca un significado más profundo en la música y en las relaciones que se forman en el escenario, no solo una imagen perfecta.

⎯Tal vez ⎯mantiene la mirada⎯, pero las imágenes son lo que la gente recuerda. Una foto puede contar mil historias en un solo instante.

⎯Y la música ⎯respondo con firmeza⎯ puede evocar emociones que una foto nunca podrá capturar. 

Sin darme cuenta, me he percatado que he echado el cuerpo hacia adelante y estoy casi encima de Daniel con tal de defender mi punto. Sebastián está igual, en una posición confrontativa. En ese momento me percato que estoy perdiendo el rumbo con tal de ganarle a un hombre que solo habla para provocarme. Sebastián saca lo peor de mí , y eso no es lo que le quiero mostrar a Daniel. No quiero que se incomode. 

⎯Lo siento ⎯digo, apenado. 

⎯No, no, para nada ⎯habla Ainhoa⎯. Es increíble la forma con la que defiendes tu oficio y tu pasión. Ambos, lo hacen muy bien. 

⎯Sí, pero, no es el punto ⎯murmuro, y veo a Daniel de reojo. 

Él se encuentra entre los dos, con las manos sobre la mesa y en silencio. Lo he arruinado, me he dejado llevar por mis pasiones, y eso no es una buena fotografía.

⎯Iré al sanitario ⎯me disculpo. 

Me pongo de pie y me alejo de ahí. Necesito un poco de aire. Creo que Jo, además de darme autoestima ha despertado en mí algo que estaba enterrado dentro de mí, la competencia. 

⎯No recuerdo ser tan competitivo cuando se trataba del amor ⎯hablo conmigo mismo. 

Lo eres. Pero ese hombre te saca de tus casillas porque sabes que solo quiere a Daniel para algo efímero… tú lo quieres para algo más. 

Me quedo un momento sintiendo el aire, respirando, al parecer, mi regreso a la escena de las citas me ha pasado factura. Me hace pensar que, posiblemente, he regresado muy pronto al terreno de las citas. ¿Será muy tarde para rtirarme de nuevo? 

Solo fue un pequeño desliz… No creo que Daniel lo tome en cuenta. 

⎯¿Tú lo tomarías? 

No… no lo tomaría. Mira, solo ve, diviértete. Olvídate de ese hombre y de Daniel. Porque se supone que no te interesa tanto… ¿o sí? 

⎯Cállate ⎯pronuncio en voz alta. Aunque es imposible que yo calle mis propios pensamientos. 

La música animada comienza a vibrar en el aire, un llamado irresistible que me empuja a regresar al salón. Me alejo del jardín, dejando atrás la brisa fresca y el murmullo de las hojas. Al entrar, el volumen de la música me envuelve, y el ambiente es una explosión de risas y movimientos; la gente se mueve al ritmo de la melodía, sus cuerpos expresando alegría y libertad.

Mis ojos se posan en Sebastián y Daniel, sentados en una mesa apartada, aunque parece que no están muy involucrados en la celebración. Me acerco, y sin más preámbulos, me vuelvo hacia Daniel, con la esperanza de romper el hielo.

⎯¿Bailamos? ⎯le pregunto, sintiendo la adrenalina y la incertidumbre.

Daniel me mira, y una sonrisa se dibuja en su rostro, pero hay algo en su mirada que me detiene.

⎯¿Cómo? ⎯responde, como si no pudiera creer que se lo esté pidiendo.

⎯Bailamos… ⎯repito, estirando mi mano hacia él, deseando que se una a mí en la pista.

Sin embargo, él niega con la cabeza, y en su expresión veo el miedo y la inseguridad que lo atrapan. En ese momento, siento que el aire se espesa entre nosotros.

⎯Yo… ⎯dice, cerrando los ojos brevemente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicar su reticencia.

Antes de que pueda continuar, una voz segura interrumpe:

⎯Yo bailo contigo. ⎯Es Manuel, el padre de Daniel, que se levanta de su silla con una sonrisa amistosa⎯. Si mi esposa me lo permite.

Ainhoa, al escuchar esto, sonríe y asiente con complicidad.

⎯Ve, me gusta verte bailar ⎯responde, su tono alentador llenando el espacio.

Sé que Manuel se ha ofrecido a bailar conmigo para suavizar el rechazo de su hijo, y aunque agradezco su amabilidad, siento que la situación no es la misma. La tensión en el aire es palpable, y no puedo evitar que me incomode. Daniel sigue luchando con su miedo, y eso es lo que realmente importa.

⎯Vale, pero no soy muy bueno ⎯acepto entre risas, intentando aligerar la carga que se ha asentado sobre nosotros.

⎯Yo sí… te enseño ⎯dice Manuel, mostrándose entusiasta mientras se coloca en una posición de baile, como si estuviera a punto de dar una clase magistral. 

Sin embargo, mientras él toma mi mano y me lleva hacia la pista de baile, no puedo dejar de sentir que el verdadero baile, el que deseo compartir con Daniel, sigue pendiente. A medida que Manuel me guía, su risa y su energía son contagiosas, y aunque intento disfrutar del momento, mi mente sigue volviendo a Daniel, a su timidez y a la lucha interna que sé que enfrenta.

⎯¿Listo? ⎯me pregunta Manuel, al escuchar el cambio de canción y de ritmo.

⎯Estoy nervioso.

⎯Tú déjate llevar ⎯me dice Manuel, con una sonrisa que intenta infundirme confianza.

La música de “Ateo” comienza a sonar, y el ritmo contagioso llena el salón. Manuel se mueve con gracia, sus pasos son seguros, pero yo apenas logro seguir su ejemplo. Mientras tratamos de sincronizarnos, me doy cuenta de que la letra de la canción habla de algo más profundo, de amor y deseo, y eso solo aumenta mi inquietud.

Justo cuando empiezo a dejarme llevar por la melodía, siento que alguien se aproxima por detrás. Giro la cabeza y ahí está Daniel, su rostro iluminado por una sonrisa tímida que me hace olvidar por un momento todo lo demás.

⎯¿Te importa si me uno? ⎯pregunta, su voz apenas audible por encima de la música.

Mi corazón late más rápido. La presencia de Daniel transforma instantáneamente el ambiente. Manuel, al ver a su hijo, se aparta con una sonrisa cómplice.

⎯Claro que no. Aquí hay espacio para todos ⎯responde Manuel, dándome un guiño antes de dejarme solo con Daniel, y tomando a Ainhoa que se ha acercando a la pista. 

Daniel se acerca un poco más. Sin pensar, levanto mis manos, invitándolo a bailar. Él se une, y en un instante, estamos en el centro de la pista, moviéndonos al ritmo de la canción.

La letra habla de un amor prohibido, de la lucha entre el deseo y la razón, y en este momento, me siento como si estuviéramos viviendo esa historia. Daniel, aunque aún un poco tenso, empieza a soltarse; sus movimientos se hacen más fluidos, y puedo ver en su mirada que está disfrutando el momento.

⎯¿Ves? ⎯le digo entre risas⎯. No es tan difícil.

⎯Tal vez no ⎯responde, y por primera vez, su sonrisa se vuelve más natural, desbordando la timidez. 

⎯Eres bueno bailando. 

⎯Nunca dije que no lo fuera, solo que… ⎯Manuel voltea hacia los lados y me insinúa que le da miedo que las personas lo vean bailando conmigo; no por mí, sino por lo que le pasó. El trauma de lo que pasó sigue presente en él. 

⎯Tranquilo ⎯le murmuro⎯. Tu familia está aquí, yo estoy aquí, a nadie le importa ni le debe importar nada. Solo déjate llevar. 

Él asiente. 

A medida que la canción avanza, ambos nos dejamos llevar por la música. La atmósfera se vuelve mágica. Las luces brillantes, el ritmo pegajoso y la presencia de Daniel hacen que todo lo demás se disuelva. 

De pronto, veo a otro Daniel, más relajado, lleno de vida, alegre… siendo él. Su sonrisa se amplía, y sus ojos, que antes denotaban un halo de timidez, ahora brillan con una chispa que nunca había notado. Se mueve con soltura, dejándose llevar por el ritmo, y en lugar de estar atrapado en su mente, parece que ha encontrado un lugar en el que se siente seguro. El chico que solía estar a la sombra de su propia ansiedad se convierte en un ser vibrante, en sintonía con la música y con el momento.

Mi corazón late con fuerza al verlo así, tan diferente. Mientras gira y se inclina con la melodía, sus movimientos son libres, casi etéreos. La energía que emana es contagiosa, y me encuentro riendo y girando a su alrededor, disfrutando de cada segundo. Es como si la música hubiera desatado un nuevo espíritu en él, uno que se siente cómodo en su propia piel, y eso me hace sonreír aún más.

La canción llega a un punto culminante, y en lugar de sentir que el momento se acaba, siento que se expande, envolviéndonos en un manto de alegría. Todo lo que pasó hace rato—las tensiones, las inseguridades, las rivalidades—se vuelve insignificante ante la conexión que estamos forjando aquí y ahora. Me doy cuenta de que este instante, con su risa y su espíritu alegre, es un regalo que quiero atesorar.

⎯Tengo sed, ¿quieres algo de beber? ⎯me pregunta, entre sonrisas. 

⎯Sí, adelántate, ahora voy ⎯le comento, aún sintiendo la energía vibrante de la música en mi cuerpo.

Daniel sale de la pista y aprovecho para echar un vistazo a Manuel y Ainhoa, que siguen bailando con alegría. Hay algo reconfortante en ver la conexión entre ellos, una complicidad que refleja años de amor y compañerismo.

⎯Gracias ⎯le agradezco a Manuel, sabiendo que su apoyo a Daniel fue intencional, que lo hizo para darle valor y no dejarme plantado en la pista de baile.

Manuel me guiña un ojo, y luego se dedica a bailar con su mujer, perdiéndose en su propio mundo de risas y movimientos. Supongo que debo tomar eso como una señal. Puede que Sebastián sea rico e influyente, pero yo tengo la aprobación de los Ruiz de Con, y eso pesa más que cualquier estatus social.

11 Responses

  1. Que hermoso capitulo , cómo Daniel va recuperando el brillo de sus ojos a la par de Tazarte. Comienza para los dos a curarse heridas del pasado ❤️

  2. Qué capitulon,!!
    Me alegron Daniel y por Tazarte además Manuel y Ainhoa sintieron las vibar 3n el.aire y movieron las fichas como.coreesponde

    Espero que Sebastian entienda, Next!

  3. Wiiiii q emocion, estuvo genial la jugada y con lo q dijo tazarte del amor, Manuel y Ainhoa ya lo conocen mas y les gustó. Ay que pereza ese Coop, essolo un niño bonito, que vive con lo superficial y eso Daniel no lo necesita. Estuvo muy buena la estrategia del baile.

  4. Tan bello Manuel, apoyando a su hijo .. hay Tristán dejaste una huella imborrable en la vida de tu familia ..

  5. No hay mejor sensación que el respaldo y aceptación de tus padres, sin presiones y comprensión de tus propios tiempos para superar los miedos que nos abruman.
    Manuel es un excelente papá… Daniel es muy afortunado de tenerlos.

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