La noche en Madrid es un tapiz de luces parpadeantes y sombras alargadas. El aire fresco entra por la ventanilla del lujoso coche negro donde Ana Eva Santander está sentada, con una calma tensa que la envuelve.
Vestida de con un vestido negro de manga larga y cuello redondo, luciendo unas hermosas y grandes perlas, engarzadas en una cadena de oro, ella se pinta los labios de rojo para después revisar su rostro pasando sus dedos por debajo de los ojos.
A su lado, un detective privado, de rostro serio y concentrado, revisa su pequeño expediente. Habían pasado meses desde que Ana Eva lo había contratado, y hoy la había llamado de carácter urgente.
—Es ese hotel… discreto como me dijo que preferiría. Llevan ahí un par de horas —le dice, con esa voz grave y de tono bajo.
Eva, sin apartar la vista del espejo, le responde.
—¿Está seguro? —pregunta, con esa voz firme que siempre la caracteriza.
Él asiente con calma.
—Seguro. Los he seguido desde que salieron del restaurante. Antes eran bastante discretos, ahora ya no lo son. Han sido bastante descuidados.
—¿Y la mujer? —pregunta Eva, con voz pausada.
El detective duda por un segundo.
—Joven, no más de veinte. Estudiante, según parece. Es la segunda vez que se ven esta semana. Antes lo hacían una vez cada dos. Han ido aumentando los encuentros.
Eva baja el espejo, lo guarda en su bolso de marca, y suspira. Respira hondo, su rostro no muestra ni una emoción y eso impresiona al detective. Usualmente, las mujeres cuando se enteran de que su marido las está engañando, sobre todo con una mujer más joven, suelen perder la cabeza: gritan, lloran, incluso le reclaman. Pero, la señora Santander no, ella solo respira hondo.
—Perfecto —dice, con una seguridad que impacta.
El detective la observa a través del espejo retrovisor, notando la tensión en su mandíbula. Podría ser que la Señora Santander sea un epítome de elegancia, pero su mirada oculta un torbellino de emociones no dichas.
—Si necesita un momento, podemos… —le sugiere el detective, bajando el tono.
—No, no necesito tiempo —interrumpe Ana Eva con voz firme—. Esto termina hoy. Dame la llave.
El detective asiente. Con cuidado, saca una llave de su abrigo y se la da. Ana Eva la toma con determinación, su mente ya centrada en el encuentro que se avecina.
La adrenalina recorre su cuerpo mientras abre la puerta y baja.
—Quiero verlo con mis propios ojos —dice en tono frío.
El sonido de sus tacones resonando sobre el pavimento empedrado contrasta con el murmullo de la ciudad, cada paso la acerca más a la verdad que ha estado evitando. Con una mano firme, ajusta la chaqueta de su abrigo, recordando que debe mantener la compostura.
Se dirige a la recepción, donde un joven recepcionista la observa, sorprendido por la presencia de la elegante mujer. Sin vacilar, Ana Eva le muestra su identificación.
—Soy Ana Eva Santander —pronuncia su nombre en alto, a propósito. Quiere que todos escuchen que está ahí y a quién viene a buscar—. La habitación de Gerardo Salles, por favor.
El recepcionista, nervioso, busca en su computadora antes de entregarle la llave sin atreverse a hacer más preguntas. Está prohibido entregar llaves a personas que no son huéspedes, pero a ella no pudo negársela, menos al escuchar su apellido.
Ana Eva toma la llave con una mezcla de determinación y frialdad. Con un paso firme, se dirige hacia el ascensor. Hay dos personas esperando por él, pero, en cuento las puertas se abren, ella da un paso para adelante y moviendo el dedo de un lado a otro les prohíbe subir. Ellos hacen caso.
El sonido de las puertas cerrándose resonando como un eco en su mente. A medida que sube, cada número en la pantalla parece marcar el tiempo que le queda antes de enfrentar la devastadora verdad.
Veinte años, piensa, veinte años.
Al llegar al tercer piso, sale del ascensor y camina lentamente por el pasillo; su corazón late con fuerza, pero su rostro permanece impasible.
Se detiene frente a la puerta indicada, la habitación 302, donde todo cambiará para siempre. La risa y las conversaciones alegres que provienen del interior son como un puñal en su pecho.
—Es hora de ver quién es la mujer por la que él está dispuesto a perderlo todo. —Con mano firme, coloca la llave en la cerradura y gira.
La puerta se abre, revelando a Gerardo en la cama, abrazado a una mujer joven y despreocupada. La escena es perfecta, pero el tiempo se detiene cuando sus ojos se encuentran. El rostro de Gerardo se transforma de sorpresa a miedo, pero Ana Eva se niega a darle la satisfacción de una reacción.
—¡Dios! —expresa la joven, cubriéndose los pechos con la sábana.
—No se preocupen —responde, con una tranquilidad que asusta a Gerardo—. No tardaré mucho. Solo quería comprobarlo con mis propios ojos.
—Eva… —Trata de explicar Gerardo.
—No querido. Ahórrate las explicaciones. Sabes que no soy la típica mujer que las necesita. Tampoco busca excusas. Tú nunca has sido del tipo de hombres que las da o, ¿ahora sí?
—¿Crees que podemos hablar de esto en otro momento o en otro lugar? —Gerardo se inclina hacia ella, como si quisiera calmarla, pero su tono revela su incomodidad—. Este no es el momento ni el lugar adecuado.
—No —responde—. No sé por qué te da vergüenza este sitio, fuiste tú el que lo escogió para follarte a la colegiala.
—Un momento… —reclama la joven, enojada.
—¡Cállate! —la manda a callar Gerardo. Su joven amante lo hace de inmediato—. Te pido que no hagas un escándalo de todo esto, Eva. —Su tono cambia, volviéndose más agresivo—. No te conviene.
Los ojos de Ana Eva se entrecierran, una chispa de desafío cruza por ellos. Sabe que Gerardo se ha vuelto el hombre que siempre ha sido: descarado, poderoso, arrogante.
Ana Eva con una risa seca, sin apartar la mirada de él, le dice:
—¿No me conviene? ¿De verdad piensas que voy a quedarme callada para mantener las apariencias? ¿Eso es lo que esperabas de mí, Gerardo? ¿Que siga siendo la mujer que decora tu vida y te da el dinero, mientras tú juegas con… esto? —Voltea a ver a la joven que sigue en silencio, asustada y avergonzada sin poder soltar la sábana que cubre su cuerpo desnudo—. Porque entérate, niña, este hombre te da todo con el dinero que mi familia le doy.
Gerardo la toma del brazo con violencia.
—¡Basta! Tú sabías desde el principio lo que era este matrimonio, Eva. No me vengas con moralismos ahora. Los dos hemos jugado este juego por años, y los dos hemos aceptado.
—¿Aceptado? —dice ella, cruzando los brazos—. Claro, acepté el trato, la alianza, la apariencia… pero hay algo que nunca acepté, Gerardo. Y es que me tomes por tonta; sobre todo que fueras tan descuidado.
Gerardo da un paso hacia delante y alza la voz:
—¿Y qué esperabas? ¿Un matrimonio perfecto? ¡No lo somos! Nunca lo fuimos. Esto es un acuerdo, siempre lo ha sido. ¿O acaso quieres hacerte la víctima ahora?
—¿Víctima? —contesta Ana Eva con voz serena—. No Gerardo. No me subestimes. Nunca he sido tu víctima y nunca lo seré. Pero, ¿sabes qué? Voy a hacerte arrepentir que me hayas engañado.
Gerardo se ríe, lo hace a carcajadas que retumban en las paredes de la habitación.
—¿Arrepentirme? ¿Cómo lo harás, querida?, dime.
—Ya lo verás —responde ella, con una mirada fría—. Recuerda, “los Santander siempre obtenemos lo que deseamos”
—Estoy harto de los Santander y sus amenazas. Pero, ¿sabes? Aunque lo niegues, sé que en este momento te duele lo que estás viendo. Te duele que yo al fin me haya liberado y enamorado de otra persona.
¿Enamorado?, piensa Eva.
—Te duele —continúa Gerardo—, porque yo soy y siempre seré la única opción para ti, pues nadie, absolutamente nadie, estaría dispuesto a amarte de verdad. Porque ni todo el dinero que tienes, ni el prestigio, te quitará ese sentimiento de no ser suficiente, esa frialdad, ese corazón de roca. El día que yo vea que alguien te ama por ti y no por tu dinero, ese día te juro que te doy todo lo que me has dado. —Gerardo termina su discurso, siendo esa frase la que se quedaría en la mente de Eva.
Ana Eva lo mira, impasible, con una calma que lo desarma, aunque por dentro sus emociones hierven. Pero no va a darle la satisfacción de verla afectada.
—Pobre Gerardo… Crees que esto es sobre ti, que tienes algún poder sobre mí. —Ella se inclina un poco hacia él y con un tono amenazante le dice—: Pero te olvidas de algo. Yo no juego a medias, y no me importa lo que compartamos, o si tenemos hijos de por medio, cuando yo termine contigo, ni siquiera recordarás que se siente ser libre o vivir así.
Gerardo la observa, nervioso pero intentando mantener una fachada de confianza. Ana voltea a ver a la joven.
—Vamos a ver si ella también está dispuesta a amarte, cuando lo pierdas todo. —Ana Eva se voltea, y sin mirar atrás le dice—: Nos vemos pronto, cariño. No llegues tarde a casa, tus hijos querrán saber de tu propia voz por qué sus padres se van a divorciar.
Ella sale de la habitación, y la puerta se cierra tras ella, dejando a Gerardo atrapado entre su arrogancia y la expectativa de lo que podría pasar.
Cuando llega al auto, el detective le abre la puerta y ella entra. La piel de su rostro tiene un leve tono rojo, pero, todavía, se refleja la calma. Ella se sienta, y cierra la puerta.
—¿Señora? —pregunta el detective.
Eva abre su bolsa y saca un fajo de billetes y se los entrega.
—Gracias por sus servicios, ya no son requeridos.
El detective lo toma y asiente con la cabeza.
—Un placer, señora Santander.
Él abandona el auto, dejando a Ana Eva, sola. El chofer la ve por el espejo retrovisor.
—¿Dónde vamos señora? —pregunta.
Ella, sin derramar una lágrima le regresa la mirada.
—A casa.
El chofer asiente y arranca el auto. Ana Eva toma su móvil y marca. Cuando alguien del personal contesta dice:
—Le pido que empaque toda la ropa, zapatos y accesorios del señor Gerardo y las lleven a la puerta de la casa. También, llame al cerrajero para que cambien los cerrojos. Sí, es una orden. —Termina, para después cerrar la tapa del móvil y posar su mirada hacia la ventana.
Wow, que temple el de Ana Eva.!!
Excelente actitud!!! Aunque después caigas a pedazos.! !! Lo que no entiendo, ella es la mamá de Ana Carolina? O una hermana??
Llegué….gracias Ana por regalarnos otra historia….que serenidad de Ana., al ver todo con sus propios ojos y escuchar al desgra…de su marido decirle eso..yo me enloquecia ….rompía todo…gritaba jiii…..Con ganas de saber más ….
Ana Eva que parentesco tiene con Ana Carolina? Todavía no lo ubico!
Ufff que entereza y valentia la de esta mujer, afrontar de esa manera la situacion, mis respetos. Que desgraciado el viejo ese todo lo que le dice. Que hará el viejo ese sin el respaldo del apellido Santander.
Que mujer!! 💃🏻