Después de una comida bastante incómoda, y no porque no quisiera estar ahí, sino por las palabras que Nadir me había dicho, regresamos a la ciudad. En lugar de dirigirse al hotel, Nadir gira el volante hacia un pequeño callejón y se detiene frente a un local bohemio, con luces suaves en su exterior y un aire de intimidad que me intriga de inmediato. El lugar parece vacío, casi como si nos estuviera esperando solo a nosotros.
Nadir no dice nada al bajarse del auto, solo camina alrededor y me abre la puerta, como si este gesto fuera completamente natural para él. Me mira, con esa expresión serena que siempre parece tener, pero esta vez noto algo más: una sonrisa discreta que juega en la comisura de sus labios.
⎯Vamos ⎯me pide, su tono bajo, pero firme, mientras su mano se extiende hacia mí.
Dudo por un momento, no por miedo, sino por la sorpresa de lo inesperado.
⎯¿Dónde estamos? ⎯pregunto, sintiendo una mezcla de curiosidad y recelo. No es común para mí estar en situaciones que no puedo prever, y mucho menos con él.
Nadir no responde de inmediato, solo mantiene su mano extendida, esperando a que yo la tome. Su mirada es tranquila, pero hay algo desafiante en sus ojos, como si esperara a ver si confío en él.
⎯¿No confía en mí, señorita Lafuente? ⎯responde al fin, con un leve toque de ironía en su tono, pero sin dejar de ser cortés.
Mi corazón late un poco más rápido de lo que quisiera admitir. Sus palabras me desafían, y aunque quiero mantenerme distante, la curiosidad me supera. Tomo su mano, y en cuanto mis dedos tocan los suyos, siento una mezcla de calidez y firmeza. Con suavidad, me jala hacia él, haciéndome bajar del auto con una facilidad que me deja sin aliento, pero también con una delicadeza que me hace sentir segura, aunque lo desconocido aún me rodee.
⎯Vamos ⎯repite, esta vez con una mirada que me hace pensar que lo que está por suceder podría cambiar algo en nosotros.
Nos dirigimos hacia el local, y mientras él sostiene la puerta abierta para mí, no puedo evitar preguntarme qué es exactamente lo que Nadir quiere mostrarme en este lugar.
Tan pronto como cruzo la entrada, mis ojos se llenan de asombro. Delante de mí se despliega una librería que parece sacada de un sueño, con estantes llenos de libros que se elevan desde el suelo hasta tocar el techo. Es una maravilla ver tantos libros juntos, sus lomos de distintos colores y tamaños formando un mosaico interminable de palabras por descubrir. En las mesas centrales hay más pilas de libros, algunos abiertos, invitándome a sumergirme en sus historias.
El aroma del café recién hecho invade el aire, dándole al lugar una calidez familiar que contrasta con la sensación de lo inesperado. Todo es tranquilo, y el leve murmullo de otros clientes mezclado con el roce suave de las páginas crea una atmósfera serena y acogedora.
Sonrío, incapaz de ocultar la emoción que me invade. Nunca en mi vida hubiera imaginado que Nadir, de todas las personas, me llevaría a un lugar así. Había algo en su presencia que me hacía sentir que este tipo de sitios no le interesaban, y, sin embargo, aquí estaba, mostrándome un lado de él que nunca había visto antes.
⎯¿Le gusta? ⎯pregunta con una sonrisa que refleja su satisfacción por mi reacción. No respondo de inmediato, mis ojos aún recorren cada rincón de la librería, pero sé que él ya tiene su respuesta.
⎯Es perfecto ⎯digo finalmente, con una sensación de calidez que me recorre de pies a cabeza.
Nadir no dice más, solo me observa, permitiéndome absorber cada detalle, como si hubiera querido regalarme este momento sin interrupciones.
⎯Es mi sitio favorito cuando vengo a visitar a mi padre. Aquí es donde paso la mayoría de mis mañanas; bueno, pasaba⎯corrige, mientras me mira de reojo, como si quisiera que entendiera el cambio en su vida reciente.
Me quedo pensativa, observando cómo lo dice con esa ligera nostalgia. Hay algo en su tono que me inquieta, pero no estoy segura de qué. Siento que estoy pisando terreno nuevo con él, descubriendo partes de su mundo que nunca imaginé.
⎯Pues es un lugar muy bonito, tranquilo… Gracias por traerme ⎯respondo con una sonrisa que no termina de alcanzar mis ojos.
Nadir me observa en silencio un instante antes de soltar una media sonrisa, como si supiera que algo me ronda la cabeza.
⎯Parece que ya se quiere ir ⎯comenta, su voz serena, pero con un toque de desafío⎯. La traje para que lo vea, lo disfrute, lo haga suyo.
¿Para qué?, pienso. ¿Para qué quiero hacer algo mío aquí? Hace solo unos minutos estaba decidida a irme de esta ciudad, de este lugar, de todo lo que me rodea, y ahora ¿él pretende que adopte algo como propio en este lugar que no quiero?
⎯No, no, en absoluto ⎯respondo, intentando sonar convincente mientras comienzo a recorrer el sitio. Me acerco a uno de los estantes y paso mis dedos por los lomos de los libros, acariciándolos. La sensación de los títulos grabados en el papel y cuero me tranquiliza un poco, aunque mi mente sigue enredada en pensamientos confusos.
⎯Solo que… este lugar está lejos del hotel y no sé cómo transportarme para venir. Así que, aunque quisiera, no puedo venir con tanta frecuencia.
Mi excusa suena débil incluso para mí, pero Nadir no parece sorprendido. Solo me mira, con esa sonrisa misteriosa que deja entrever que sabe más de lo que estoy dispuesta a admitir en ese momento.
⎯Sé que a usted le gusta leer, señorita Lafuente, y el hotel no tiene gran material ⎯dice con suavidad, su tono amistoso, pero con algo más oculto detrás de sus palabras.
Sus ojos permanecen fijos en los míos, como si estuviera evaluando mi reacción. Hay algo en su expresión que me provoca cierta incomodidad, pero al mismo tiempo, siento un tirón interno, una curiosidad que no puedo evitar. Lo que está insinuando parece más profundo de lo que aparenta en la superficie.
⎯Este lugar es especial para mí ⎯continúa, su mirada suavizándose apenas⎯. Siempre lo ha sido. Pero… también es un lugar que podría ser compartido, ¿no lo cree? ⎯Su voz es baja, casi un susurro, pero el peso de lo que está diciendo cae sobre mí como una verdad no dicha.
Compartir este espacio… conmigo. La insinuación es clara, aunque no la dice directamente. Me está invitando no solo a disfrutar de este refugio, sino a hacerlo en su compañía, a crear una especie de conexión, algo más allá de lo que hasta ahora habíamos compartido.
⎯No tiene que venir sola ⎯añade, como si leyera mis pensamientos⎯. Podemos venir juntos cuando desee. Este refugio, este lugar tranquilo… no tiene por qué ser solo mío. Podría ser nuestro, si lo quisiera.
El eco de esa última palabra, «nuestro», se queda suspendido en el aire. Me tomo un segundo para procesar lo que acaba de decir. No sé si lo que siento es nerviosismo o algo más profundo, pero la idea de compartir este espacio con él, de hacer de este rincón apartado un lugar nuestro, me deja más confundida que nunca.
Me giro hacia los libros, acariciando nuevamente los lomos de algunos volúmenes, tratando de centrarme. Pero sus palabras siguen resonando en mi mente, complicando más mis pensamientos. ¿Qué significaría realmente aceptar esa oferta?, ¿quedarme para siempre?, ¿él se quedaría conmigo? No sé lo que estoy pensando y ya he pasado mucho tiempo en silencio.
Nadir me mira, esperando una respuesta, su mirada intensa, pero pacífica, fija en mí. La tensión entre nosotros parece aumentar con cada segundo que pasa sin que yo diga nada. Decido hablar, aunque mis palabras salgan de un lugar que aún no logro comprender.
⎯¿Y no habrá problema si me distraigo con todos estos libros y me pierdo en lecturas interminables y no le hago caso a usted? ⎯le pregunto a Nadir, mi tono ligeramente juguetón, pero con una carga implícita que sólo él puede entender.
La pregunta, que he lanzado casi sin pensarlo, provoca una ligera sonrisa en sus labios. La sonrisa es leve, pero en sus ojos brillan esas pequeñas chispas que siempre he notado cuando hay algo más detrás de su mirada. Mi corazón acelera, pero trato de mantener la compostura.
Esa sonrisa, sutil, pero poderosa, me hace preguntarme si realmente he tocado algo más profundo en él, algo que no había visto hasta ahora.
Nadir no responde de inmediato. En lugar de eso, su mirada se suaviza, se vuelve más pensativa, como si estuviera considerando mi pregunta con una seriedad que no esperaba. Luego, lentamente, se inclina hacia mí, y en su voz resuena una calma que me desarma.
⎯Si eso sucede… ⎯comienza, su tono grave, pero con una ligera chispa en los ojos⎯, tendré que asegurarme de que nunca se quede sin algo interesante que leer. Y si llegara a perderse en sus libros, me aseguraría de ser la historia más cautivadora entre todas las que encuentre en esas páginas.
Hace una pausa, observándome de cerca, como si midiera cada palabra, y luego, sin apartar la mirada, añade:
⎯Además, podría ser que, al final, no sea yo quien le haga caso, sino usted a mí.
Su respuesta, ingeniosa y cargada de significado, deja en el aire una sensación de tensión. La forma en que juega con las palabras, ese toque de misterio que sigue envolviendo cada uno de sus gestos, hace que mi corazón se acelere ligeramente. Nadir sabe cómo mantenerme cautiva, cómo hacer que cada momento con él se vuelva una mezcla de desafío y atracción.
Su sonrisa, que ahora se ha ampliado un poco más, me hace preguntarme si en este intercambio hay algo más de lo que quiero admitir.
⎯Seguimos hablando de libros, ¿cierto? ⎯pregunto.
Mi intento de suavizar la conversación con esa pregunta parece funcionar momentáneamente, pero la respuesta de Nadir no hace más que mantener la chispa entre nosotros viva.
⎯Por supuesto. Creo que usted es una mujer muy interesante, Amira. Le gusta… aprender ⎯responde con una tranquilidad que contrasta con la intensidad de su mirada.
Su observación, en apariencia inocente, resuena en mí más de lo que debería. ¿Qué significa realmente “aprender” para él en este contexto? La forma en que lo dice sugiere que no se refiere solo a libros. Nadir tiene una habilidad especial para hacer que cualquier cosa, incluso una conversación sobre libros, se convierta en algo más profundo, algo que nos conecta a un nivel distinto, más cercano.
Intento mantenerme firme, sin mostrarme demasiado afectada por la insinuación en su voz, y sonrío ligeramente.
⎯Aprender es lo que hago mejor, entonces ⎯respondo, buscando mantener la ligereza, aunque no pueda evitar que mi mente siga divagando en esos territorios más complicados entre nosotros.
Pero en el fondo, hay una parte de mí que se pregunta si él realmente cree que me importa solo aprender de los libros. Tal vez lo que realmente quiere decir es que hay algo más que podría enseñarme, o algo más que, tal vez, desea que aprenda sobre él, sobre nosotros.
Nadir me mira de nuevo con esa misma intensidad que me mantiene en vilo, su sonrisa tranquila y confiada apenas una capa superficial de lo que parece estar sintiendo debajo.
⎯Escoja los libros que desee, yo se los regalo. Iré por un café cargado, ¿gusta uno? ⎯dice, con una cordialidad que parece más una invitación a quedarse, a seguir compartiendo este momento.
⎯Sí, gracias… ⎯respondo por amabilidad, aunque mis nervios no están listos para algo así.
Mientras él se aleja hacia el café, mis manos recorren los lomos de los libros como si buscaran un ancla, algo que me devuelva la cordura. Me detengo frente a una estantería que parece llamar mi atención: novelas clásicas, de esas que me hacen sentirme un poco más cercana a la paz que busco, a la certeza de estar en control. Pero mi mente sigue distraída, sumida en una maraña de pensamientos que Nadir ha tejido con sus palabras y su presencia.
Hace unos minutos, la rabia y la frustración me pedían a gritos salir de este lugar, huir de este sitio y de él. Pero ahora, caminando entre las estanterías, con la calma que parece irradiar el ambiente, me doy cuenta de que ya no quiero escapar. Esa es la contradicción que me asusta: hace poco me sentía completamente decidida a irme y ahora, me siento caminando en las nubes, como si no pudiera salir de aquí, como si Nadir estuviera construyendo un puente invisible que me mantiene atada a él, sin que me dé cuenta.
Ese es el efecto “Nadir”, uno que me asusta, pero que, a la vez, me mantiene pegada a él, como un imán invisible. Y es en ese momento cuando realmente lo reconozco: me cuesta más resistirlo de lo que quiero admitir.
Nadir regresa.
⎯¿Vamos a mi mesa favorita? ⎯me pregunta.
¿Todavía quiere más?, pienso, pero no como queja, si no llena de sorpresa.
⎯Claro… ⎯respondo.
Recojo algunos de los libros que había hojeado. Mientras los sostengo entre mis brazos, siento cómo mi mente se llena de preguntas. ¿Qué más querrá mostrarme? Caminamos en silencio hacia el rincón del lugar. Me sorprende que la mesa no tiene nada de especial, solo es una mesa.
Él me ayuda con la silla, retirándola con un gesto fluido para que pueda sentarme. Lo observo por un momento, sin saber cómo interpretar ese pequeño acto de cortesía que, aunque sencillo, lleva consigo un aire de cercanía y cuidado que no esperaba. Es todo un contraste con su actitud usualmente reservada.
Me siento, y mientras él se acomoda frente a mí, noto cómo me observa con esa intensidad que, a estas alturas, debería ya haber aprendido a ignorar. Pero no lo consigo. Cada vez que nuestras miradas se cruzan, algo en su expresión me desarma por completo. Es como si estuviera intentando leerme, descubrir algo oculto en mis pensamientos.
El café llega a la mesa junto con pequeños cubos de azúcar y un poco de crema. Nadir, siempre tan tranquilo, toma su taza con una facilidad casi elegante y le da un sorbo pausado, como si todo a su alrededor pudiera esperar. Yo, en cambio, me quedo mirando los cubos de azúcar, indecisa sobre si debería añadir uno o dos.
Él me observa, y cuando mis dedos finalmente se mueven hacia los cubos, una sonrisa ligera se dibuja en su rostro, acompañada de una risa suave, apenas un susurro. Algo en su risa me provoca un leve rubor, aunque trato de disimularlo concentrándome en el café.
⎯¿Qué? ⎯le pregunto, sin atreverme a mirarlo directamente mientras revuelvo la taza, aunque sé que sigue sonriendo.
⎯Nada. Solo me parece curioso lo mucho que dudas por un simple cubo de azúcar ⎯responde, aun con esa sonrisa que no se borra de sus labios.
No puedo evitar sonreír también, aunque sea en silencio. Hay algo en este momento, en la ligereza de su comentario, que parece disipar parte de la tensión que llevaba acumulando desde hacía horas. Como si, por un instante, todo lo demás dejara de importar, y solo quedara este sencillo intercambio entre nosotros.
Nadir voltea hacia la ventana y toma un sorbo de café. La luz que entra por los ventanales del pequeño café ilumina suavemente su perfil, y noto por primera vez con más detalle la firmeza de su quijada. Es recta, definida, como esculpida con precisión, y tiene una serenidad que contrasta con la intensidad de sus palabras. La sombra de su barba apenas dibujada acentúa esa estructura, dándole un aire de elegancia que no puedo evitar admirar, aunque me esfuerzo por no quedarme observándolo demasiado.
Hay algo en la manera en la que parece perderse momentáneamente en sus pensamientos mientras contempla el exterior, una calma que no siempre le veo. Me pregunto en qué estará pensando, si está tan en paz como parece, o si su mente también está llena de dudas, como la mía. Él vuelve a tomar un sorbo, y yo casi dejo escapar un suspiro, sintiéndome dividida entre la admiración y la confusión que me provoca.
⎯¿Qué está viendo? ⎯me atrevo a preguntar, con una sonrisa contenida, como si necesitara desviar la atención de ese momento de silencio entre nosotros.
Nadir gira lentamente la cabeza hacia mí, y en sus ojos hay algo que no alcanzo a descifrar, una mezcla entre diversión y seriedad.
⎯Solo estaba pensando… en cómo ciertas cosas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos ⎯responde, su tono calmado, pero con un trasfondo que me deja pensando.
Mi corazón da un pequeño vuelco, pero trato de mantener la compostura.
⎯Joven Nadir…
⎯Nadir… simplemente llámame Nadir ⎯me corrige.
⎯Yo lo hago si usted me llama Amira ⎯le pido.
Él asiente.
⎯Dime, Amira.
⎯Estaba pensando. ¿Qué tanto sabe de mi familia? ⎯pregunto. Supongo que necesito saber si sabe de mi hermana Fátima, y todos los rumores que siempre hay.
Nadir recarga los brazos sobre la mesa, sus ojos fijos en los míos. Su voz baja y calmada, cargada de intención, suelta cada palabra como si midiera el impacto que tendrán en mí.
⎯Sé que tu padre es un hombre de negocios con bastante historia. Que los hoteles tienen un potencial increíble y que hizo un gran trabajo manteniéndolos a flote durante y después de la guerra. Sé que mi padre quería a Canarias de su parte, y que fue tu padre quien lo ganó. Sé que tienes dos hermanas, ambas con etiquetas muy marcadas.
Mis cejas se fruncen. ¿Etiquetas? Nunca había escuchado algo así referido a mis hermanas. No puedo evitar preguntar.
⎯¿Etiquetas? ⎯mi voz suena con una mezcla de curiosidad y un poco de desconcierto.
⎯Sí. Sarahí la irreverente y Fátima la bonita.
Me quedo un momento en silencio, procesando. Me sorprende que lo deje ahí, especialmente con Fátima, de quien todos siempre tienen algo más que decir, la perfecta Fátima con su carisma y su capacidad para liderar cualquier conversación.
⎯¿Y ya? ⎯insisto, queriendo ver hasta dónde llega su percepción.
Nadir me mira con una ceja ligeramente levantada, como si mi pregunta lo hubiera intrigado.
⎯¿Y ya? ⎯repite con curiosidad⎯. ¿Acaso me he perdido algo?
Me tenso un poco, tomo un sorbo de café para darme tiempo, y bajo la mirada, intentando ocultar mi incomodidad.
⎯No, bueno… es que…
Él no me da tiempo de encontrar una excusa.
⎯¿Es qué? ⎯pregunta, su voz suave, pero insistente, como si ya supiera adónde quiero llegar.
Finalmente, me atrevo a decir lo que realmente quiero saber, pero mi tono se suaviza casi sin querer.
⎯Nadie había dicho nada de etiquetas y yo quería saber…
Nadir no espera a que termine.
⎯¿Si tú tienes una? ⎯completa la frase por mí, adelantándose con una sonrisa que me toma por sorpresa.
Su intuición me desarma, y por un momento, me quedo callada, sorprendida de lo rápido que ha leído mi mente. Lo miro, tratando de pensar en qué responder, pero también esperando que él sea quien continúe. De pronto, me invade la duda: ¿debería estar feliz de que no me haya etiquetado, o triste de ser tan invisible que ni siquiera tengo una?
Nadir me observa en silencio, dejando que mis pensamientos giren sin prisa, pero parece saber exactamente lo que pasa por mi mente porque, sin desviar la mirada, dice:
⎯¿Crees que no tienes una? ⎯su voz es suave, pero directa, como si conociera el rincón más vulnerable de mis inseguridades⎯. No te etiqueté porque no puedes reducirte a una sola palabra, Amira. Eres mucho más que eso.
Sus palabras me toman por sorpresa, y un calor extraño se instala en mi pecho. Siento una mezcla de alivio y confusión, como si de alguna manera, sin darme cuenta, hubiese estado esperando esa respuesta, pero al mismo tiempo no supiera qué hacer con ella. ¿Cómo responde una a algo así?
⎯¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso? ⎯pregunto, intentando que mi voz suene casual, aunque una parte de mí realmente quiere saber.
Nadir sonríe, pero no es la sonrisa juguetona de antes. Esta vez, es una sonrisa que parece esconder algo más profundo, algo que no está dispuesto a decir en voz alta.
⎯Porque te he observado, Amira. No tienes etiqueta porque no es posible etiquetarte. Deberías sentirte feliz.
⎯O desapercibida. ⎯Sale de mis labios.
Él levanta una ceja.
⎯¿Desapercibida? ⎯inquiere.
⎯Sí. Toda mi vida he sido invisible, o desapercibida. Al parecer, es la maldición del hijo del medio. Así que no me extraña no tener etiquetas, ¿quién etiquetaría a alguien que no destaca?
Nadir me mira, su rostro cambia apenas un poco, pero es suficiente para que perciba que lo que va a decir no es ligero ni trivial.
⎯Invisible… ⎯repite, con voz baja, pensativa⎯. Amira, he conocido a muchas personas que desean desesperadamente destacar, que hacen todo lo posible por ser vistas. Pero tú… tú no necesitas hacer nada para eso. No tienes que gritar ni buscar atención porque, de alguna forma, la gente simplemente te nota. Tal vez no de la manera que estás acostumbrada o que esperas, pero te aseguro que no eres invisible. ⎯Hace una pausa, y su mirada se vuelve más intensa, atrapándome⎯. Si realmente fueras desapercibida, ¿crees que estaría aquí, sentado contigo, teniendo esta conversación? ¿Crees que me habría molestado en conocerte, en traerte a este lugar que significa tanto para mí?
Mis labios se entreabren, pero no sé qué responder. Cada palabra suya golpea justo donde más duele, y lo peor de todo es que parece entender exactamente cómo me siento.
⎯No necesitas una etiqueta, Amira, porque tú no encajas en una sola. No eres la “hija del medio” o la “desapercibida”. Eres una mujer que tiene más capas de las que cualquiera podría ver a simple vista. Y te aseguro que, quien se toma el tiempo para mirarte realmente, no puede ignorarte. Porque, aunque no lo quieras, eres imposible de olvidar.
Su sinceridad me deja sin aire, y por primera vez en mucho tiempo, no me siento invisible. Me siento vista. El calor sube por mi cuello, llenando mis mejillas de un sonrojo que apenas puedo controlar. Quiero reír, pero al mismo tiempo, me siento paralizada por la mezcla de nervios y sorpresa. ¿Nadir, un hombre tan guapo, tan gallardo, tan inaccesible, diciéndome esto? ¿A mí? Es como si me hubieran transportado a un sueño imposible.
El calor se propaga por mi cuerpo, haciendo que mis manos tiemblen ligeramente cuando intento llevar la taza de café a mis labios. ¿Qué han puesto en este café? No puede ser real. Miro la taza con sospecha por un segundo, casi esperando descubrir algún tipo de magia o alucinógeno que explique lo que está ocurriendo.
Y ahí está él, tranquilo, su mirada fija en mí como si no pudiera apartarse, como si hubiera dicho lo más natural del mundo. No sabe, no puede saber lo mucho que esas palabras resuenan dentro de mí, cómo desarman cada una de mis inseguridades con una simple frase.
Después de eso reina el silencio entre los dos, porque no sé qué contestarle, ni cómo actuar. Es muy tarde para no sonrojarme o para fingir que leo uno de los libros que he traído a la mesa.
⎯Bueno ⎯habla al fin, sacándome del apuro y del largo silencio incómodo⎯. Sí, tengo una etiqueta para ti.
⎯¿De verdad? ⎯pregunto, casi en un murmullo.
Nadir toma uno de los libros que escogí y ve la portada.
⎯Amante de la novela negra ⎯responde, y yo saco una ligera risa que libera la tensión⎯. ¿Debería de preocuparme?
Río.
⎯No, no lo sé… ⎯digo, intentando sonar pensativa⎯, solo si te portas mal.
Nadir suelta una carcajada genuina, esa risa que suena como si no la soltara muy a menudo. El ambiente se aligera, y noto cómo la tensión en mis hombros se disipa un poco.
⎯Entonces tendré que andar con cuidado ⎯añade, aun con una sonrisa divertida.
El aire entre nosotros ha cambiado, y la conversación ha roto la seriedad que antes nos envolvía. Por primera vez, siento que no estoy fuera de lugar. Puede que, en el fondo, él también necesitara este respiro, una pausa de esa intensidad constante que lo define.
***
Después de pasar unas horas en la librería, eligiendo libros y compartiendo nuestras opiniones sobre géneros y autores favoritos, Nadir y yo regresamos al hotel. Fue como si no hubiese pasado nada. El trayecto de vuelta transcurrió en silencio. Aunque el aire salino del mar aún se sentía en mi piel y el paisaje seguía siendo impresionante, mis pensamientos no me dejaban disfrutarlo. Las palabras de Nadir se repetían en mi mente una y otra vez. Su actitud tan cautivadora me mantenía mirándolo de reojo, tratando de encontrar algo que me permitiera descifrarlo, pero no pude. Era un misterio por completo.
Al llegar, nadir pide que lleven mis maletas por la escalera de emergencia. Me sorprende lo meticuloso que es con cada detalle, como si quisiera evitar cualquier señal que indicara mi intento de fuga. Su control sobre la situación me inquieta y a la vez me intriga. Entramos juntos por la puerta principal, como si acabáramos de dar un simple paseo por la costa, como si nada hubiese pasado.
Sin embargo, yo sé que algo ha cambiado entre nosotros, aunque él no muestre señales. Nadir parece el mismo de siempre: tranquilo, inmutable, con esa actitud tan segura y relajada. Pero hay algo en sus ojos que no puedo descifrar, algo que me asusta, pero me atrae al mismo tiempo; una sensación muy rara.
Mientras caminamos por el recibidor, una extraña sensación de despedida me envuelve, aunque sé que Nadir se hospeda en el mismo hotel. Es el final de una tarde especial, una llena de conversaciones profundas, risas, libros y café, pero parece que algo más grande se avecina.
Nadir insiste en acompañarme hasta mi habitación, cargando las bolsas llenas de libros que, a pesar de mis intentos de resistirme, él decidió comprar. No hablamos en el trayecto, no porque no queramos, sino porque parece que ambos sabemos que las paredes pueden tener oídos. Prefiero no complicar las cosas.
Llegamos a la puerta de mi habitación. Él me mira, antes de que abra la puerta se apoya ligeramente contra ella, como si quisiera que no entrara sin escuchar lo que tiene que decir.
⎯¿Te veré en la cena? ⎯pregunta con suavidad, sus ojos buscando una respuesta en los míos.
⎯Sí, claro ⎯respondo, tratando de parecer tranquila, aunque la sensación de algo más profundo entre nosotros me recorre.
Nadir asiente lentamente, deja las bolsas sobre el suelo, pero antes de girarse para irse, se inclina hacia mí, lo suficiente para que sus palabras lleguen en un tono más bajo, casi íntimo.
⎯Amira, no te desaparezcas. Para algunos eres la razón por la que resistimos quedarnos aquí.
Y sin más, se aleja, dejándome con esas palabras flotando en el aire, mientras mi corazón late más rápido de lo que me gustaría admitir.
Que buena historia, gracias Ana, ojalá y Amira pueda ser feliz y no se case sin amor.
Uffff. Ese juego de miradas, de palabras y pensamientos no expresados ¿A dónde los llevará?
Nadir es un hombre serio en el exterior, pero por como trata a Amira, demuestra que tiene su corazoncito 🫶🏼.
Ojalá que nadie arruine esos momentos que ambos comparten 🙏🏼
Esa seducción entre palabras y miradas… que hombre Nadir!!! Ya soy su fan número 1
El efecto Nadir 😍😍😍😍
Tenía rato ya sin leerte y que bonito está historia.
Wow, hasta yo me sonrojo con el efecto Nadir